El masaje
Una semana estresante, unos dias de mucho agobio... podían tener mejor fin que un relajante masaje?
Mada llegó casi a la carrera, del mismo modo que llevaba toda la semana. Sí, ciertamente necesitaba ese masaje. Tenía reservada la sesión con la masajista desde hacía diez días, en principio lo enfocó como su pequeño capricho mensual, pero después de una semana infernal en el trabajo se había convertido en una imperiosa necesidad.
Al entrar por la puerta del balneario saludó a Susana, la recepcionista, buena amiga de ella. Ésta levantó la cabeza de la pantalla del ordenador y sonriéndole con indulgencia le dijo:
-Anda, date prisa que Elisa lleva diez minutos esperándote desde que terminó con el último masaje.
-Gracias Su, y lo siento- respondió mientras su voz se iba apagando por el pasillo.
No conocía a Elisa, la había visto de pasada por las instalaciones del balneario, pero en las escasas ocasiones que se había dado un masaje se lo había hecho Ana, una chica de unos 28 años, con muy buenas manos, pero muy fría en el trato.
-Hola, ¿se puede?- interpeló Mada asomando la cabeza por la puerta.
-Sí claro, pasa. Te estaba esperando- dijo Elisa al tiempo que se levantaba de la silla en la que estaba sentada. Se acercó al equipo de música y mecánicamente lo puso en funcionamiento para que sonase una melodía relajante de fondo, estiró la sabana que cubría la camilla articulada, especial para su trabajo, se giró y con una toalla y un tanga de papel se acercó a Mada para entregárselos.
Era una chica de unos 30 años, morena, con el pelo rizado hasta la altura de los hombros, una cara redondita enmarcada con una dulce sonrisa, que sin ser tremendamente guapa si que le concedía cierto exótico atractivo, acentuado por un pequeñito piercing en la aleta de la nariz, y otro en la lengua. Un poco bajita, de metro sesenta aproximadamente, y con una silueta en la que se apreciaban unas sugerentes curvas: un bonito pecho enmarcado en la tirantez del uniforme del balneario y un culo redondo un poco respingón.
Con palabras tranquilizadoras acalló las disculpas de Mada, y la hizo pasar a la pequeña cabina que hacía de vestuario. Mada se apresuró a desnudarse para no perder más tiempo, cuando al ponerse el ridículo tanga estándar de papel que entregan en todos los spas del mundo lo rompió. Con más vergüenza de la que creía soportar, volvió a asomar la cabeza por la puerta del vestuario y le pidió a Elisa otro tanga.
-Lo siento- respondió ésta –no tengo ninguno más aquí, tengo que ir al almacén a por más. Pero, no te apures, cúbrete con la toalla, y si a ti no te importa puedes quedarte desnuda en la camilla, por mí no hay problema, te pondré una pequeña toalla que iré moviendo según trabaje unas zonas u otras.
Ante la inesperada solución y por no crear más problemas, Mada respiró aliviada y aceptó la propuesta.
-Túmbate por favor. Así, boca abajo- le fue orientando la masajista –lo primero es que te relajes, olvídate del retraso, de tus preocupaciones y deja que la música, el aceite y mis manos se encarguen, si no, todo esto no servirá de nada.
-Gracias- respondió Mada.
Pero lo de relajarse después de la forma en que había llegado al balneario, era más fácil decirlo que hacerlo. Así pasó los primeros diez minutos tensa, con la espalda contraída y sin disfrutar de la sensación terapéutica. Elisa, como profesional con gran experiencia, se percató, y sin meter ningún tipo de prisa se dedicó estos primeros instantes a repartir el aceite suavemente por toda la espalda, sin hacer apenas presión en la piel de su clienta, de forma tan delicada, que con cada pasada de sus manos conseguía que Mada sin apenas darse cuenta se fuera relajando cada vez más. Hasta que llegó a un punto en el que entró en trance, y solamente estaba la música, el dulce perfume del aceite y el contacto de esas manos en su espalda.
Las caricias se hicieron cada vez más firmes, más fuertes, más seguras. Cada vez que pasaban por una zona de su cuerpo arrastraban tensiones, nervios y en cambio dejaban una dulce sensación de placer que relajaban el cuerpo de Mada.
Los pulgares de Elisa paseaban por el cuello y nuca erizando cada cabello, los dedos hacían pinza cogiendo amplios pellizcos en la piel de la espalda, las palmas de la mano arrastraban los hombros hacia abajo, de nuevo los pulgares subían por la columna vertebral dejando tras de si una oleada de placer, las cálidas manos recorrían en círculo la zona lumbar, movimientos circulares repartían con especial dedicación el aceite por el culo... ¡por el culo!, con un imperceptible sobresalto, Mada se percató que las manos de Elisa llevaban un buen rato masajeando sus nalgas, en el sitio donde debería estar la pequeña toalla, ¿cuando la había retirado?, se encontraba tan transportada que no se había dado cuenta, las caricias en su redondo culo eran muy placenteras, como el resto del masaje, por eso no distinguió ninguna sensación extraña, hasta que ese pequeño radar que vigila las fronteras marcadas por nuestro pudor le puso sobre aviso.
Elisa se había dado cuenta del pequeño cambio experimentado en el cuerpo de su clienta, esa sutil e imperceptible incomodidad fruto de nuestra educación. Pero sin darle más importancia continuó con lo que estaba haciendo y de la forma más natural dijo, como sin darle importancia:
-¿Te importa que continúe por esta zona?, he creído que te vendría bien, después del comienzo que hemos tenido- y respaldó su afirmación con una caricia más firme, más calurosa, más amplia que se paseó por todo el contorno del culo, pasando por el inferior de la nalga y levantándola, para volver a juntarse las dos manos de nuevo en la parte superior, donde culo y espalda se unen.
Una extraña sensación, mezcla de placer y nervios invadieron a Mada, que terminó por vencer sus defensas, y en un tímido y sugerente susurro invitó a Elisa:
-No, tranquila, no hay ningún problema, puedes continuar. Me está gustando mucho.
A partir de ese momento el masaje alcanzó otra dimensión. Las manos, brazos y cuerpo de Elisa se movían en una compleja coreografía de movimientos, que junto al resto de elementos: música, aceite, iluminación... tenían como único fin el deleite y placer de Mada.
Ésta, superado ya sus últimos miedos, se estaba dedicando únicamente a disfrutar, no existía nada más para ella que no fueran las ardientes manos de Elisa, que sin las limitaciones previas se paseaban ahora con total libertad por la piel de Mada: subían por los laterales del torso, bajaban por la espalda, enmarcaban sus piernas, se entretenían en el interior de los muslos, jugueteaban con las nalgas, ahora sí, relajadas.
De pronto en uno de estos suaves movimientos, una mano de Elisa, bajó por la raja del culo. Los dedos índice y anular iban abriendo los cachetes de las nalgas, mientras el dedo corazón iba arrastrando una suave, pero intensa oleada de placer en su descenso, hasta que se tropezó con la entrada del ano. Aquí se entretuvo masajeando en concéntricos círculos el pequeño y curiosamente relajado esfínter. Bien con la suavidad de la yema del dedo, bien con la firmeza y seguridad de la uña, el efecto era un estremecimiento por todo el cuerpo de Mada, que en ningún momento se planteaba adonde había conducido la situación, sólo se dejaba hacer, sólo disfrutaba...
Elisa vio llegado el momento... Con su mano libre empujó el interior de los muslos que rodaron ligeramente hacia el exterior, dejando vía libre a su siguiente paso. La mano que jugaba con su culo, continuó bajando hasta llegar al coño, ese coño, que sin darse cuenta llevaba un buen rato húmedo y brillante. Apoyo la palma de la mano con firmeza sobre los genitales e hizo presión, para que los labios mayores arrastrando toda la zona de alrededor, comprimieran los labios menores y el resto de la zona. El resultado, fue un gemido placentero, semejante al ronroneo de un gato, gemido que autorizó a Elisa a continuar.
La mano se retiró lentamente hacia arriba, de nuevo hacia la zona del culo, para de inmediato volver, esta vez arrastrando perezosamente los dedos por el interior de los labios mayores. El dedo corazón iba arrancando oleadas de placer en cada zona con la que se iba encontrando en su camino: la parte inferior de los labios menores, que cedieron rápidamente a la presión del intruso, la entrada de la vagina, que recibió con una calida humedad la caricia del dedo... y un poco más arriba, el clítoris, tan inflamado y excitado a esas alturas que un simple roce del dedo sobre su superficie hizo que Mada arquease su cuerpo y gimiese de nuevo, esta vez con más fuerza que antes.
Elisa, se esmeró, se deleitó en su quehacer. El dedo corazón jugaba alternando entre el clítoris y los labios menores. Mientras con el pulgar y el índice torturaba uno de los labios mayores, presionando, acariciando, arañando con la uña... Cada caricia, cada presión, cada giro iba acompañado de un leve jadeo... suaves, sensuales, rítmicos. Hasta que un gemido gutural sobrepasó a todos ellos: fue cuando la mano de Elisa se retiró un momento, para volver con una nueva sorpresa. Apoyó dos de sus dedos en la entrada de la vagina, y sin apenas esfuerzo los introdujo lenta pero firmemente hasta el fondo... Acompañada por el gemido de Mada, Elisa empezó a mover los dedos dentro, y cada movimiento iba acompañado por otro similar por parte de las caderas de Mada, sin saber si buscando más placer, o huyendo de todo el que estaba recibiendo...
La excitación de Mada iba subiendo hasta niveles cercanos al orgasmo, pero al tiempo que su clímax se acercaba, las caricias de Elisa iban disminuyendo de intensidad, pero tan sutilmente que Mada no era capaz de apreciar el cambio. De pronto con la voz más sensual que en esos momentos era capaz de imaginar, Elisa dijo:
-No quiero que esto termine todavía, lentamente, sin hacer movimientos bruscos, gírate y colócate boca arriba en la camilla- mientras decía esto, retiró su mano del interior de Mada, y sin dejar de tocarle, bien la espalda, bien el muslo, o cualquier parte de su anatomía, para que no perdiera la placentera sensación de contacto, la ayudó a girarse sobre la camilla.
A continuación desbloqueó los frenos que sujetaban las partes móviles de la camilla de masajes, y con un eficaz movimiento separó las perneras de la camilla, quedando las piernas de Mada abiertas obscenamente frente a la masajista. Colocó una pequeña banqueta entre medias, se sentó quedando su cabeza a la altura del cuerpo de su clienta, y con la misma voz sensual de antes, le dijo:
-Ahora te voy a elevar al paraíso. Disfruta- y acercó lentamente su cabeza a su entrepierna.
Paseó lentamente la punta de su lengua por la parte exterior de los labios, de abajo a arriba, inflamados de placer se estremecían al contacto. Entonces giró un poco la cabeza y con los dientes mordió uno de los labios, ese dolor mezclado con el placer hizo recuperar a Mada el ritmo de los gemidos.
Unos dedos traviesos separaron los labios dejando al descubierto el sexo, húmedo y caliente, enrojecido y palpitante que pedía más y más placer. Elisa arrastró su lengua por los labios menores y de ahí a la entrada de la vagina consiguiendo de nuevo que Mada arquease la espalda. Estuvo un rato jugando en esa zona, introduciendo la lengua todo lo que podía dentro de la vagina, hasta que su piercing rozaba la entrada y la punta de la lengua se retorcía dentro, dando placer.
Sacó la lengua despacio, recreándose, y sin detenerse continuó el movimiento hacia arriba, arrastrando la máxima superficie de lengua, piercing incluido, por la vagina, zona de la uretra y clítoris... la sensación fue espectacular, Mada se encontraba en un estado previo al éxtasis... y de pronto, toda su atención, toda la sangre de su cuerpo, todas las terminaciones nerviosas de su organismo parecieron concentrarse en un solo punto... su clítoris.
Elisa estaba centrada en su botoncito, besaba tiernamente el clítoris, arañaba con los dientes las paredes del capuchón, arrastraba la lengua por toda la zona... eso era una deliciosa tortura: alternaba la calidez y ternura de la lengua, con la fría y sólida sensación metálica del piercing. El clítoris, cada vez más inflamado, recibía ahora una tierna caricia de la lengua, ahora una ligera presión de la bola del piercing... y así continuó hasta que no pudo más...
Mada se arqueo de nuevo, formando un puente en la camilla desde sus hombros hasta sus caderas. Un gemido largo y profundo salió de su garganta. Sus manos agarradas a sus pechos. Los ojos cerrados... y el ÉXTASIS... se corrió, se corrió de forma intensa, como no lo había hecho en mucho tiempo. Se dejó llevar, sin prisas, dejó a su cuerpo disfrutar de la sensación lentamente, mientras notaba como la cabeza de Elisa se había desplazado y ahora tenía la boca situada en la entrada de la vagina, bebiendo los flujos que de forma abundante salían de su cuerpo... y esa sensación le gustó: sentirse así en manos de otra mujer, sentirse “adorada”, no sabía como expresarlo, pero le gustaba.
Lentamente, dejando el tiempo prudencial para no romper el hechizo, Elisa se incorporó y se dirigió a la cabecera de la cama, y sin decir ni una palabra acercó su boca a la de Mada y la besó. Sus labios fueron aceptados, y ambas se fundieron en un largo beso, en el que Mada pudo saborear su propio sabor de boca de otra mujer.
Cuando se separaron, Elisa, retomó el control de la situación, de su entorno. Colocó de nuevo la camilla en su posición inicial, y ayudó a levantarse a Mada. Mientras ésta se vestía Elisa le decía que esperaba que hubiera disfrutado. Entonces, como un relámpago, una idea atravesó la mente de Mada:
-Elisa, cuando me cobren el masaje en recepción, ¿qué masaje he de decir que me has dado?, ¿ayurvedico?...
-jajaja, no te preocupes cielo, este masaje ya estaba encargado y pagado... por Dani, tu novio...