El masaje

Unas hora de relax

Me tumbé en aquella camilla, con todo mi cuerpo como un bloque, boca abajo, como siempre, solo con los pantalones puestos. Estaba tan cansada, tan machacada, tenía tanto dolor que no podía pensar en nada. Solo quería que aquellas manos hicieran conmigo lo que quisieran.

Empezaba a pensar que lo mío eran los cambios. Ya había pasado bastante tiempo y mi vida no había encontrado todavía la estabilidad que había tenido en los últimos años. Algo que solo había experimentado desde que me había mudado a mi última casa.

Pero, claro, no todo dura eternamente y yo lo sabía. Realmente, había durado más de lo que yo había pensado en un principio y acabé acostumbrándome a aquella estabilidad.

En fin, divagaciones a parte, en aquel momento necesitaba relajarme de alguna manera. Tanto estrés acumulado solo había conseguido agarrotar mis músculos y causarme dolor. Y a nadie le gusta eso.

Ella, como siempre, con su ropa blanca de trabajo… y sus zapatillas de deporte, como si en cualquier momento se fuese a ir corriendo. Me sentía cómoda con ella siempre. Teníamos la misma edad y siempre conseguía relajarme con su voz y sus manos.

Siempre hablábamos sobre muchos temas diferentes. Nos preguntábamos por nuestras vidas y nuestras preocupaciones. Las de ambas. No se, teníamos una gran complicidad.

Realmente, me daba igual lo que fuera, lo que nos unía, lo que si se con certeza es la relajación que siento cuando salgo de aquí. A veces me gustaría pedirle una sesión de masaje en mi casa, así podría quedarme allí espatarrada todo el tiempo que me diese la gana.

A penas cruzamos dos palabras y oí como se ponía crema en las manos para calentarla un poco. Sentí como pegaba su cuerpo erguido al mío tumbado, sentía su ropa rozando mi piel.

"Está fresquita, no te asustes." – puso sus manos en mis lumbares y las deslizó hacia mi cintura. No pude evitar dar un brinco.

"Lo siento, estoy muy sensible… y ya sabes que tengo cosquillas."

Siguió a lo suyo y yo comencé a respirar despacio, profundamente, relajándome y disfrutando de aquello. Soy una persona muy física y me gusta mucho que me toquen, que me acaricien. Me gusta sentirme arropada, mimada… y, aunque a veces tenga que pagar por ello, un profesional siempre sabe llegar a donde quiere.

Notaba sus manos manipulando mis músculos y mis tendones, masajeándolos para desbloquearlos. Los destensaba causando ese dolor placentero… no se como explicarlo… a mi me gusta. Noté como poco a poco mis puños se abrían y como me iba relajando cada vez más.

Comencé a pensar cuando había sido la última vez que una mujer había puesto sus manos sobre mi cuerpo y casi me echo a llorar. Y decidí dejar de pensar en eso y centrar toda mi energía en sentir aquel bendito masaje. Sus manos se deslizaban hacia arriba y acababan en mi hombro.

"Que gusto…" – se le escapa una ligera risa de sorpresa. Normalmente no me dejo llevar tanto. Normalmente no es tan suave conmigo.

"Si que estás sensible…"

"Últimamente no tengo mucho tiempo para relajarme. Estoy que no paro, vamos."

"Como casi siempre que nos vemos." – tenía razón, normalmente iba a ella a que tratara de recomponer mi cuerpo de los destrozos que yo le causaba. – "Ya noto que has adelgazado mucho."

"Si… estaba muy fondona también. Ya sabes, una ayudita para la operación bikini…" – ahora estaba presionando un punto que me dolía especialmente y me quedé callada de golpe.

Volvimos al silencio cómodo y centré un poco mi atención en el hilo musical mientras ella seguía haciendo su trabajo. Se fue moviendo hasta ponerse en frente de mi cabeza. Pasaba sus manos por mi espalda, desde mis hombros hasta mi cadera. No pude evitar excitarme. Nunca puedo evitarlo, es demasiado bueno como para no hacerlo.

Mi piel se erizó y noté como sus manos comenzaron a ir más despacio y presionando un poco más. Suspiré y noté como ella se movía de nuevo para ponerse al otro lado y continuar con aquella maravillosa labor.

Hay personas que tienen dones geniales que hacen que otras personas se sientan mejor. Aquellas manos manipulaban mi cuerpo a su antojo, sabían lo que hacían. Aquellas manos conocían bien mi cuerpo, mis puntos débiles… aunque no todos.

"Hoy parece que estamos poco habladoras."

"Si." – me quedé en silencio y ella se volvió a reír. Me centré un poco e hice el esfuerzo. – "Lo siento, hoy estoy muy sensible y cansada. Y esa manía tuya de mandarme venir a última hora…"

"¿Qué quieres que haga? La única vez que intenté darte un masaje por la mañana tuve que dejarlo por imposible." – apretó ligeramente mi cuello causándome un pequeño dolor y luego acarició mis hombros acercando su cabeza a la mía. – "Venga, ahora despacito, te das la vuelta."

Así lo hice tratando de despejar mi vista y de adaptarla a la luz. Me tumbé de nuevo y ella cubrió mi pecho con una pequeña sábana. Dobló mis brazos sobre mi pecho y puso sus puños bajo mi columna. Me pidió que tomara aire y que lo fuese dejando salir despacio.

Lo hice y noté como iba apoyando su cuerpo sobre el mío, haciendo que mi espalda crujiera. Volvió a recolocarme en la misma posición y me pidió que hiciera lo mismo. Repetimos la operación y, suavemente, me volvió a posar sobre la camilla. Se me quedó mirando y nos sonreímos.

"Ves, yo tenía que tener una como tú en mi casa."

"Jajaja, no te vayas a pensar. Cuando llegamos a casa no hacemos masajes."

"¿Y si te hiciese una buena cena?"

"Bueno, entonces sería un buen trato. Es una pena que mi novio no sepa cocinar mucho…"

"Para eso estamos las profesionales, ¿no?"

"Relájate, deja caer la cabeza…" – bajó la voz y la hizo más profunda. Me dejé llevar e hice lo que me decía. Me fue incorporando poco a poco mientras apoyaba mi cabeza en su cuerpo. Hasta dejarla reposar entre sus pechos.

No voy a negar que haya llegado a fantasear con aquellos pechos en algunas ocasiones. Tampoco voy a negar que, en alguna ocasión, hayamos llegado a tontear tanto dentro como fuera de la cabina de masajes. Aunque siempre fue más un juego peligroso que otra cosa.

Sus manos estaban en mi cuello y lo dominaban a su antojo. Yo me dejaba hacer sintiendo sus tetas en mi cabeza.

"A veces me parece mentira que con lo grande que eres seas tan manejable."

"No soy tan grande. A no ser que tú te consideres grande…"

"Eres más alta que yo."

"No es cierto… dos centímetros no es suficiente para decirme que yo soy más grande."

"Bueno, lo que sea. Yo no soy tan manejable…"

"Posiblemente porque no has encontrado quien dejar que te maneje. No te vayas a pensar que soy tan fácil de dominar."

"Quién lo diría viéndote ahora."

Cerré los ojos de nuevo, ahora sus manos acariciaban mis hombros hasta casi el nacimiento de mis pechos. Su piel era tan suave, mi piel tan sensible… noté como deslizaba sus manos hacia atrás y las cruzaba tras mi espalda poniendo su mano derecha en mi hombro izquierdo y viceversa.

Volvió a apoyarse así para estirar mi cuello. Mi cabeza estaba cómodamente acunada por sus senos. Dejó de ejercer presión y a medida que me iba incorporando lentamente acariciaba mi cuello con sus manos. Deslizaba sus manos despacio hacia mis hombros, pasando sus dedos por mi pecho más como un mimo que como un masaje.

La sábana dejó de cubrir mis pechos y en su huída había conseguido dejar mis pezones totalmente erectos. Se quedó un momento parada y la miré. Pero en seguida apartó su mirada. Se agachó un poco y estiró su brazo para volver a cubrirme rozándome, creo que involuntariamente, mi sensible pezón.

Tenía su cuello tan cerca que no pude evitar lanzar mi boca hacia él. Le di un ligero mordisco y puse mis manos sobre la suya mientras subía la tela. Noté como suspiraba y se apartaba ligeramente.

"Lo siento…" – no se me ocurrió otra cosa. Me sentía un poco avergonzada por mi comportamiento. Se me había ido la cabeza a otro lado.

Me miró y me sonrió quitándole importancia al asunto. Siguió haciendo su trabajo aunque noté que se había puesto nerviosa.

Agarró una pequeña silla con ruedas y se sentó a mi lado mientras comenzaba a masajear mi brazo derecho. La miré y le volví a pedir disculpas. Me devolvió la mirada y sonrió, y nos quedamos así un rato.

Aparté la mirada y la fijé en el techo. Quería volver a relajarme y si la miraba me sentía avergonzada y me ponía tensa. Empecé a sentir un poco de frío cuando se alejó para ponerse al otro lado. Y mi cuerpo reaccionó de forma natural.

"Vaya, parece que me echabas de menos…" – la miré y ella tenía la vista clavada en la tela que marcaba mis pechos. Me ruboricé. – "¿Tienes frío? Espera que te acerco esto…" – y no pude evitar volver a excitarme cuando puso su escote ante mis ojos para mover la lámpara de calor.

Su muslo quedó a la altura de mi mano y comencé a acariciarlo. Sus piernas eran fuertes y sus músculos estaban tensados por la postura. Bajó su vista, nuestra mirada se volvió a cruzar y se quedó fija. Nos perdimos la una en los ojos de la otra.

Una voz nos interrumpió en el instante en el que íbamos a cometer una locura. Era su compañero que la avisaba de que se iba. Ella se apartó, me miró y salió por la puerta. Me quedé allí con el corazón a mil intentando tranquilizarme y relajarme. No quería tener este calentón. No quería que ella me notara así de excitada por su culpa.

Escuché como se despedían y como ella le pedía que apagase las luces y cerrase la puerta con llave. Que todavía le quedaba un rato. Durante un rato solo se escuchó el silencio y después de nuevo la música. Había cambiado lo que sonaba a través del hilo musical. Esto era un poco más movido, aunque lo había puesto a un volumen bajo.

Entró en la cabina de nuevo y bajó la intensidad de la luz. Se sentó de nuevo en la silla y volvió a poner sus manos sobre mi brazo.

"Con esta luz es más relajante. Voy a acabar quedándome dormida."

"Me duelen los ojos, así no los fuerzo tanto. Para mi trabajo necesito más las manos que otra cosa."

"Si, eso es cierto. Me gustan tus manos…" – cerré los ojos y me dejé llevar de nuevo por las sensaciones.

Realmente tenía que pagar por esto así que, fuera como fuera, lo quería disfrutar y llevarme una buena sensación a casa. Tuviese final feliz o no.

Dobló la sábana hacia arriba dejando solo cubiertos mis pechos. Sus manos se deslizaron sobre mi abdomen y sobre mi vientre y una risa se escapó de mi boca. Ella me miró y me sonrió, sabía de sobra que tenía cosquillas.

Siguió haciendo su trabajo pero yo no podía soportar la risa y me estaba poniendo muy nerviosa. Sujeté una de sus manos con la mía y ella se apartó de golpe. Se puso roja como un tomate y luego respiró hondo.

"¿Te he asustado?"

"Si, lo siento, estaba tan concentrada…"

"No pasa nada. Mira, ya es tarde, si quieres lo dejamos." – comencé a incorporarme y ella se acercó de nuevo a la camilla.

"No es eso, es que… estoy un poco nerviosa."

"¿Por qué? Ah… ya. Lo siento, no quería que… será mejor que me vaya." – ella me miraba ruborizada.

Puso su mano sobre mi hombro y me empujó suavemente hacia atrás. Dirigió la silla hasta ponerse en frente de mi cabeza. Sus manos volvieron a mi cuello y a mis hombros. Cerré los ojos y mi piel volvió a reaccionar a sus manos. Soy demasiado simple. Cuando algo me gusta me dejo llevar.

Dejé de sentir una de sus manos durante un momento y luego volvió. De pronto noté que se agachaba, sentí su pelo en mi cara y sus labios sobre los míos. Noté como la punta de su lengua se abría paso y como la mía la recibía sin demora. Sus manos ahora acariciaban mi cuello y mi barbilla. Las mías acariciaban su pelo.

Se apartó un poco y me miró. Le devolví la mirada y sonreí… ella estaba un poco cortada. Imaginé que tenía ganas de hacerlo pero no acababa de entender su propio impulso. La tomé de la mano y la atraje a mi lado. Me fui incorporando en la camilla hasta quedar sentada con ella de pie entre mis piernas.

La acerqué de nuevo y la besé yo. Puse mis manos sobre sus caderas, a la altura de su camiseta blanca de trabajo. Tiré de ella y se la quité. Ella seguía un poco cortada pero no por ello se quedaba paralizada. Llevaba un sujetador negro que acabó enredado con las patas de la silla.

Mi piel seguía muy sensible después de la sesión de masajes por lo que, el contacto de sus erguidos pezones contra los míos fue una sensación casi gloriosa. Necesitaba sentirla más pegada así que agarré su trasero con mis manos y al fin cumplí la fantasía de acariciar esas nalgas que tantas veces había mirado furtivamente.

Ella lanzó contra la puerta la pequeña sábana que me cubría y comenzó a subirse de rodillas sobre la camilla donde yo estaba hasta dejarme debajo de su cuerpo. Todavía me río de las veces que le pedí que me hiciese uno de esos masajes con final feliz.

Tenía fuerza… por mucho que intentaba dominarla, no se dejaba… o tal vez fuera yo la que no ponía demasiada intención. Decidí dejarla hacer, me gustaba sentirme así… dejada. Comenzó a morder mi cuello despacio mientras sus manos acariciaban mis pechos. Yo me dedicaba a acariciar su pelo y su espalda. Tenía muchos lunares.

Siguió jugando con su boca sobre mi cuerpo y me dejé ir otra vez. Después de tanto tiempo necesitaba sentir algo así, me daba igual de quien viniera, me daba igual que acabara sola en mi cama otra noche más. Solo quería sentirme unida a alguien durante un momento.

Sentí como sus manos se aferraban a los botones de mi pantalón y como los iba desabrochando. Volvió a mi boca mientras su diestra se colaba bajo mi ropa para empezar a explorar la zona húmeda.

Sus caricias provocaban que mi respiración se agitara, que todavía me sintiera más sensible. Su boca de nuevo en la mía, su lengua jugueteando con mis labios. Sus pechos colgando, rozando los míos.

Estiré mi mano para alcanzarla y no me fue difícil. Primero acaricié sus pechos, ella seguía acariciando mi clítoris y yo me quería morir allí mismo de felicidad. Después fui bajando por su abdomen y ella comenzó a penetrarme despacio, apartando su cabeza para mirarme y dejar que yo dejase escapar un pequeño grito. Alcancé su pubis con mis dedos y noté como ella también se deshacía por dentro.

Cerró los ojos y se apoyó con las dos manos sobre la camilla. Si yo tenía ganas, ella no se quedaba atrás. Cambiamos de posición y la dejé tumbada en la camilla mientras yo me quedaba de pie a un lado.

"¿Qué haces? Vuelve aquí…"

No le hice ni caso y me agaché para besarla de nuevo. Acaricié de nuevo sus pechos y volví a llevar mi mano a su intimidad de mujer. Bajé un poco sus pantalones y ella misma acabó desnudándose. La miré y le sonreí y dirigí mi boca a sus pezones. Los mordí dulcemente mientras mis dedos acariciaban su hinchado clítoris.

Ella trató de revolverse, trató de alcanzarme, quería más. Puse mi mano libre sobre su hombro y la tumbé, la miré a los ojos y sonreí. Ella se quedó estática un momento y aproveché para comenzar a explorarla por dentro. Dejó escapar un quejido y se aferró a la mano que ahora le acariciaba la cara con cuidado.

"Esto no vale… tendrías que estar tú tumbada."

"En este tipo de masajes creo que te puedo enseñar algunas cosillas… tómatelo como una master class."

Seguí con mis dedos en su interior en una cabalgada salvaje mientras su respiración y sus quejidos se volvían cada vez más intensos. Sus tetas me hipnotizaban con su movimiento. Había perdido la cuenta de las veces que tuve mi cabeza entre aquellos maravillosos senos y esta era la primera vez que éstos estaban desnudos para mi boca.

Sus dedos estaban enredados en mi pelo y sentía de nuevo su mano acariciando mi espalda. No puedo negar que sabe donde tocar para acelerar mi pulso. Se empezó a incorporar en la camilla hasta quedarse sentada, como lo había estado yo al principio, pero mi mano se negó a dejar el patio de juegos.

Tomé la silla que estaba detrás de mí y tomé asiento. Mi boca quedaba a su altura y ella me miraba como sin saber a donde iba a llegar. Me aferré a sus nalgas y la acerqué a mí. Escuché perfectamente mi nombre de sus labios cuando los míos se posaron succionando su clítoris.

Estaba empapada. Ambas lo estábamos. Yo tenía sed y ella quería que bebiera. Me lo demostró dejándose hacer, cerrando los ojos, animándome con cada uno de sus movimientos.

Mi lengua recorría aquel lugar como si lo conociera de toda la vida y ella reaccionaba como si fuera la primera vez. Volví a llevar mis dedos a su entrada. Quería verla explotar sin más miramientos. Quería darle lo que ella me daba a mí con su don cuando me encontraba lastimada.

Con tres dedos en su interior y con mi lengua en su clítoris noté como sus brazos fallaban y como gemía desesperada por el placer del momento. Y sentí mi mano empapada por sus líquidos, sentí como su vagina se contraía encerrando mis dedos en su interior. Vi como sus pezones estaban a punto de estallar, como ella misma se los acariciaba, como comenzaba a dejarse caer sobre la camilla, como me sujetaba la cabeza para arrastrarme sobre su cuerpo.

"¿Ves como tú también eres fácil de manejar?"

Nos miramos tumbadas ambas sobre la dura camilla, sonriéndonos. Ella estaba muy colorada y sofocada. Comenzó a acariciar mi cara y acercó sus labios a los míos de nuevo. Bajó su mano sin más dilación y comenzó a acariciarme de nuevo.

Mordía mis labios y, mientras me abrazaba con su brazo izquierdo, su mano derecha había vuelto a acariciar mi hinchado clítoris, al que solo le hacía falta un soplido para hacerlo estallar.

Ella se movía contra mi cuerpo haciendo que nuestros pechos se acariciaran entre ellos, su lengua se introducía en mi boca, sus dedos seguían haciendo un trabajo maravilloso, como todos los que ella hace.

Y tanto placer acumulado durante un par de horas se vio recompensado con un gran orgasmo que me dejó más muerta que viva.

No se cuanto tiempo estuvimos regalándonos mimos y caricias. Ambas nos levantamos y recompusimos nuestras ropas con miradas cómplices y algún que otro achuchón, decidimos que era mejor dejar aquí la jornada de masajes.

Nos acercamos a la puerta de salida. Nuestras caras reflejaban satisfacción y nos sentíamos relajadas y tranquilas. No sabíamos muy bien que decirnos, a pesar de que nos conocíamos desde hacía unos cuantos años.

"Bueno, creo que me debes una cena de esas de las que tanto presumes."

"Cuando quieras."

Me abrió la puerta y subí a mi coche para volver a mi acogedora casita sola, una noche más, pero con la sensación de paz que siempre consigue hacer esa mujer con mi cuerpo y con mi ser. Esta vez, un poco más si cabe.

Y es que, ser feliz no es tan difícil cuando te dejas llevar por las cosas que te rodean, ¿verdad?