El Mariscal del Infierno (y 11)
Carlota da a luz y como ella predijo.....
El Mariscal del Infierno. Capítulo Once
El señor de Rais se molestó vivamente cuando vio a aquellos criados intentando atar a su mujer a los postes de tormento.
- ¿Qué demonios estáis haciendo? les dijo airado, ¿es que no sabéis cómo se debe atar a una esclava para torturarla? Es preferible que no la atéis vosotros, mejor que lo hagan los verdugos, respondió con toda tranquilidad ¿dónde está Jacques?, ah ahí viene.
Efectivamente en ese momento apareció Jacques que traía otra “pieza” caminando atada a la cola de su caballo. Esta última no era otra que Julie.
Su señor le llamó, y tras encargar que ataran a Julie a la rama del árbol, Jacques acudió presto.
¿Mi señor?
Henriet ha cazado a esta mujer y quiere empezar a torturarla inmediatamente, ocúpate tú.
Jacques se quedó quieto sin saber que hacer, él también había reconocido a la esposa de Rais y se preguntaba si su dueño sabía que era ella.
Vamos, ¿a qué esperas?.
Pero señor ¿no la reconocéis?
Por eso mismo, quiero que seas tú quien la torture, hazlo despacio y asegurate de que sufra mucho pero no pongas en peligro lo que tú sabes.....
Sí, sí mi señor, vos mandáis. Jacques contestó muy excitado pues no veía el momento de volver a ponerle las manos encima a esa beldad.
Entonces y siguiendo las instrucciones de Jacques los verdugos prepararon a Carlota para el tormento una vez más.
Sabiendo lo que le iba a pasar, la joven empezó a temblar...
Primero los verdugos le cortaron las ligaduras que aún mantenían sus brazos a la espalda, pero sólo para atarle las muñecas por delante. La soga sobrante la utilizaron para pasarla por encima del dintel y entonces tiraron y tiraron con fuerza hasta dejar a la muchacha colgando de sus brazos completamente estirados por encima de su cabeza. Carlota quedó así colgando en vilo con los pies a unos pocos centímetros del suelo y oscilando como un péndulo.
El verdugo mandó que la cogieran de ambos tobillos y que manteniendo las dos piernas rectas se las forzaran abriéndolas hacia los lados hasta atar cada tobillo a los dos postes que mantenían el dintel superior.
- AAAAAAYY
Carlota gritó pues tiraron tanto de sus piernas que casi le dislocaron las caderas y quedó en esa postura incómoda y dolorosa con su sexo y ano completamente abiertos. Lo único que aliviaba su dolor era hacer fuerza con los brazos para levantarse unos centímetros.
Lo siguiente que hizo Jacques fue traer dos estacas con la punta roma. Entonces se puso a hurgar en un cofre y sacó lo que parecían dos condones de cuero negro forrados de puntas de metal sin filo. Sonriendo sádicamente a Carlota, Jacques fue ajustando los dos capuchones a los respectivos palos y entonces procedió a penetrarla con ellos.
Cuando Jacques le introdujo el primer palo por el coño, la muchacha se sintió morir y empezó a dar gritos y alaridos sin freno. Sádicamente el cruel verdugo se la metió y sacó unas cuantas veces hasta que se lo dejó bien metido y encajado. Acto seguido le hizo lo mismo por detrás y la sodomizó con el otro palo.
- No, por favor, piedad, por favor. AAAAAH
Jacques la enculó y luego le dio de patadas a la base del palo hasta que lo calzó contra la tierra. Por supuesto así la estaca le entró aún más adentro y Carlota volvió a gritar más fuerte.
Desde unos metros Henriet miraba complacido a esa bella hembra así expuesta, pero ni siquiera pudo experimentar una erección pues aún le dolía el miembro horriblemente a causa del mordisco.
Entre tanto, los demás cazadores llegaban poco a poco con las “presas”, todas menos Laure habían caído ya en sus manos y las traían impacientes de disfrutar de su premio.
Sin embargo cuando vieron el soberbio cuerpo desnudo de la esclava colgando de los postes, decidieron llevarlas hasta allí para verlo todo de cerca. Jacques era un verdugo famoso en los alrededores y verle en acción era todo un espectáculo. Así pues sin saber siquiera que aquella mujer escultural era la mujer de Rais los cazadores se congregaron en torno a ella llevándose consigo a sus esclavas.
Carlota vio acercarse a toda aquella gente a disfrutar de su tortura, evidentemente sintió una gran verguenza pero también se empezó a excitar. En ese momento recordó cómo aquellas chicas que había visto en el cadalso fueron folladas por decenas de hombres y rogó que le hicieran eso en lugar de atormentarla. Lamentablemente no tendría tanta suerte...
Entre tanto y por indicación del Barón, Jacques había echado brasas encendidas en un brasero y había colocado una plancha de metal sobre el mismo. Hecho esto cogió un cofre y mostró su contenido al señor.
Éste examinó el cofre y movió la cabeza afirmativamente con una sonrisa cruel.
Seguidamente Jacques se lo mostró a Henriet que también afirmó con un indescriptible rictus de sadismo.
La tercera persona en ver el contenido del cofre fue la propia Carlota a la que un escalofrío de terror recorrió todo el cuerpo, entonces Jacques sacó una larga aguja del cofre y se la puso delante de los ojos. Se trataba de una aguja de acero de unos quince centímetros de longitud, muy bien forjada, con la punta muy afilada y una cabeza de madera en el otro extremo que impediría que el verdugo se quemara los dedos.
Sonriendo como una alimaña, Jacques le pinchó levemente uno de sus pechos con la punta de la aguja dando a entender a su prisionera cómo iba a usarlas.
La pobre Carlota sintió entonces cómo las gotas de sudor le caían por la frente pues el verdugo empezó a disponer las agujas radialmente sobre la chapa de metal con las puntas hacia dentro y las cabezas hacia afuera.
- No, eso, no, por favor, ¿por que no me follais?, folladme como queráis pero, eso no, mis pechos no.
Carlota musitó esas palabras tras su máscara mientras sus pezones crecían sin que nadie los tocara. La joven tenía los ojos fijos en el brasero como si el resplandor de las brasas le hipnotizara. La naturaleza le había dado unos pechos extraordinariamente sensibles, y el embarazo se los había sensibilizado aún más. Todo ello iba a hacer que su tormento fuera cien veces peor.
Jacques terminó de colocar pacientemente una veintena de agujas y las dejó allí para que se calentaran. Sin embargo, mientras esperaba a que las agujas se pusieran al rojo vivo, el verdugo no permaneció ocioso sino que cogió un látigo para flagelar a la prisionera. Se trataba de un látigo de cuero trenzado muy flexible pero no muy largo. Jacques se puso a la espalda de Carlota y empezó a administrarle inmediatamente los latigazos.
Al principio la joven soportó el castigo encajando los latigazos con cierta dignidad, pero éstos fueron demasiado insistentes y seguidos como para poder soportar mucho más.
A pesar de estar a su espalda el latigo golpeaba todo el cuerpo de Carlota, enroscándose en él y restallando por delante y por los costados. La joven miró angustiada al Barón apretando los labios para no gritar, pero al de varios latigazos no pudo soportar más y lanzó un tremendo grito. Tras esto la pobre Carlota ya no se pudo contener más y empezó a llorar y gritar sin control suplicando piedad.
El látigo se movía tan rápido que los espectadores apenas podían ver cómo golpeaba el cuerpo de la esclava, sólo podían oir sus zumbidos y los gritos desesperados de ella mientras de forma casi mágica aparecían unas finas lineas rojas en su blanca piel.
- AAAYYY, AAAAHHH, nooooo, por favor....
Por supuesto, la muchacha no dejaba de convulsionarse involuntariamente follándose a sí misma por los dos agujeros. Al de un rato su clítoris estaba totalmente erecto y era perfectamente visible en su coño depilado.
Los espectadores estaban alucinados por lo que veían y muchos de ellos se empezaron a masturbar. Otros hicieron que sus esclavas se arrodillaran y les hicieran una felación mientras disfrutaban del cruel espectáculo.
Al ver aquello Carlota volvió a pedir desesperada a algunos de esos hombres que la penetraran sólo para que cesaran los latigazos, pero nadie le hizo caso.
Jacques había empezado a flagelar a Carlota en el vientre pero metódicamente las marcas rojas y paralelas fueron subiendo por éste y pronto empezaron a adornar los prominentes pechos de la bella mujer.
- NO, BASTTTAA, NO PUEDO MÁS, BASTTTAAAAAAAGGGH.
La tortura continuó metódica e inmisericorde y los espectadores guardaban un estremecedor silencio para oir mejor los chasquidos del látigo y los lamentos de la condenada. En esto apareció Beatriz con unos criados que traían a la última pieza., la cual no era otra que Laure. Por supuesto, al ver lo que estaba pasando, Beatriz se acercó con su prisionera para ver de cerca el cruel suplicio de la recién casada.
Al verla sufrir de esa manera, la sádica mujer sólo lamentó no ser ella la que estaba propinándole ese cruel castigo a Carlota. Entonces se puso a acariciar el suave cuerpo de Laure y le dijo algo al oido. Al de un rato más de oir latigazos y gritos, fue la propia Laure la que le contestó también al oído.
Por supuesto que sí, querida, contestó maravillada Beatriz y entonces ordenó a los verdugos que ataran a su esclava a la derecha de Carlota y en la misma postura...... La propia Laure se lo había pedido así.
Bien, dijo el Barón de Rais, viendo a las dos hermanas otra vez atadas una junto a la otra, la cacería ha terminado, así que creo que ha llegado el momento de quitarles la capucha a los animales.
Entonces los verdugos cogieron las capuchas de Carlota y Laure y se las quitaron de un golpe. Un murmullo de sorpresa se levantó entre los espectadores al ver que eran las dos hermanas las que iban a ser torturadas una junto a la otra. Por supuesto, también quitaron las capuchas al resto de las esclavas comprobando que el Barón no les había mentido, todas eran muy bellas.
Si el espectáculo había sido excitante, a partir de ese momento prometía serlo aún más, de modo que entre todos aquellos sádicos se reprodujo un tenso silencio a la espera de que se reanudara el suplicio.
Tras un número inconcreto de latigazos, Carlota tenía el rostro completamente manchado y miró otra vez angustiada a su marido pidiendo piedad, sin embargo, lo peor de su martirio no había empezado aún.
Para continuar la flagelación Jacques escogió otro tipo de látigo mucho más largo. De este modo, separándose unos metros de Carlota volvió a empezar a darle latigazos.
Observando la espalda desnuda de Carlota, Jacques echó el flagelo hacia atrás y entonces con un violento movimiento de todo su cuerpo le dio el primer latigazo a su víctima. El látigo largo silbó en el aire con un penetrante zumbido y con siniestra precisión se enroscó a lo largo del cuerpo de Carlota dando varias vueltas sobre él como si fuera una serpiente. Entonces su punta bífida golpeó con una violencia de mil diablos sobre su ingle y la joven gritó histérica convulsionándose y sacudiéndose en sus ataduras. Acto seguido Jacques volvió a tirar del látigo cortando la piel de la joven y despellejándola lentamente.
La pobre Carlota aulló como una loca sacudiendo su cabeza y con ella su rubia cabellera. Segundos después el látigo volvió a zumbar y otra vez ese estallido de dolor inundó su cuerpo. Ahora la bella muchacha gritaba aún más fuerte que antes. El intenso dolor de los latigazos le producía como un mareo y una extraña excitación, era como si estuviera a punto de tener un orgasmo.
Cuando ya llevaban ocho latigazos el látigo le impactó en las dos tetas a la vez acertando en las aureolas de sus sensibles pezones. Entonces Rais vio perfectamente cómo ella ponía los ojos en blanco y daba un sonoro alarido hacia el cielo más intenso aún que los otros.
Entre tanto, los verdugos ya habían atado a Laure junto a su hermana en la misma postura. La joven Laure estaba excitada e impaciente de que la flagelaran también a ella delante de todos aquellos mirones, de modo que no sólo no se resistió sino que facilitó sumisamente el trabajo de los verdugos. A pesar de eso no empezaron a azotarla inmediatamente.
Antes de azotarla, Beatriz se puso a hurgar en uno de los cofres de Jacques y sacando varias pinzas dentadas se las empezó a colocar por el cuerpo. Antes de ponérselas Beatriz se cerró una de ellas en la punta de su dedo y se la quitó inmediatamente con un gesto de disgusto.
- Joder cómo duelen, dijo sacudiendo el dedo en el aire.
Entonces sonriendo cruelmente le cerró la pinza a Laure en medio de su pezón izquierdo.
- UUUUUUAAAAA
Laure gritó como una posesa y su cuerpo se cimbreó de puro dolor, pero eso no detuvo a Beatriz que tras sonreir satisfecha, le cerró otra de esas pinzas en el otro pezón.
AAAAYYYYYYYY
Grita, preciosa, grita, y éste otro es para tu pepita.
Todos los asistentes contuvieron el aliento al ver el salvaje tormento al que esos matarifes sometieron a las dos hermanas en público. Jacques siguió inmisericorde con el látigo fustigando a Carlota y cuando por fin se cansó de marcarle la piel fue a buscar unas ortigas y se las frotó por todo el cuerpo. La pobre muchacha lloraba y aullaba de escozor.
Entre tanto a Laure le colocaron más de veinte pinzas dentadas y luego se las volvieron a quitar a latigazos. Nuevamente el látigo largo siseó esta vez buscando el bello cuerpo de Laure. Al impactar y retirarse, el látigo tropezaba con las pinzas retorciéndole la carne a cada impacto y arrancándole alaridos más fuertes y lastimeros. Si golpeaba con más precisión Jacques le arrancaba una de las pinzas y todos podían ver las marcas que le habían dejado sobre la piel e incluso algunas gotas de sangre. Así se pasaron un buen rato haciendo que las dos hermanas maldicieran el día que habían nacido.
Cuando tras más de veinte minutos terminaron con el látigo, Carlota y Laure estaban visiblemente agotadas y con el cuerpo completamente marcado. Por fin las dejaron en paz. A Carlota le quitaron también los dos consoladores. La pobre tenía sus orificios totalmente enrojecidos.
Fue precisamente entonces cuando Henriet decidió penetrarla sin siquiera desatarla de la estructura. Aún le dolía algo el pene, pero a pesar de eso se puso delante de Carlota y cogiéndola por la cintura la atrajo hacia sí y le dio un mordisco en uno de sus pechos.
-AAAAYYYY
- Duele, ¿verdad?, pues eso mismo es lo que me has hecho tú antes.
Entonces Henriet se volvió a sacar su miembro y se dispuso a penetrarla.
- Quieto, Henriet, dijo de pronto el Barón. Ese orificio es de mi exclusiva propiedad.
Seguramente el Barón pensó que no era bueno para la reputación de su heredero que otro se follara a su mujer por la vagina, al menos en público.
Pero señor, la he cazado yo, vos habéis dicho..., protestó el viejo.
No quiero tener un heredero con tu cara, ¿es que no lo entiendes?. Oh vamos, sodómizala si quieres imbécil,...... eso o nada, tú verás.
Henriet asintió entonces con la cabeza y se puso detrás de ella para tomarla por el culo.
Efectivamente, en esa postura la joven exponía su ano completamente y Henriet le separó bien los mofletes del culo para inspeccionarlo. Carlota lo tenía irritado y enrojecido por el consolador. Cualquiera podía ver que la penetración anal sería en ese momento especialmente dolorosa para ella, pero eso a Henriet no le importó nada.
Así el tipo se escupió en la mano y se humedeció el pene con ésta para penetrarla mejor.
- Por fin, voy a encular a una aristócrata, ahora verás princesa, esto sí que te va a doler.
El viejo intentó penetrarla pero sin éxito. Esta vez en lugar de relajarse Carlota no aceptó bien su pija por el culo, por eso hizo toda la fuerza que pudo. A pesar de todos sus intentos, Henriet no pudo encular a Carlota y eso que lo deseaba ardientemente. Simplemente el viejo no consiguió una erección lo suficientemente fuerte, sobre todo porque aún le dolía el miembro.
Los que vieron sus inútiles intentos por sodomizar a la muchacha se burlaron nuevamente de él, incluidos el Barón y Beatriz. Al ver esas risas Henriet lo volvió a intentar una y otra vez, pero su patético pene no conseguía perforar el cerrado esfínter de Carlota.
Rabioso y frustrado Henriet le dio una nalgada con todas sus fuerzas.
- Vamos Jacques, dijo, empieza de una vez con las agujas, ¿a qué esperas?
Efectivamente el verdugo pensó que ya había dejado descansar suficiente a las víctimas y tras comprobar que las agujas ya estaban de un rojo intenso se dispuso a continuar el horroroso suplicio.
Sin embargo, antes de eso administró nuevamente a las dos hermanas un brebaje compuesto por un cóctel de estimulantes que impediría que perdieran el conocimiento durante la tortura. Con la garganta reseca de tanto gritar las jóvenes aceptaron agradecidas el líquido sin sospechar nada.
Entonces Jacques utilizó unos estrechos cintos de cuero y con ellos rodeó la base de los pechos de Carlota tirando bien de éstos y cerrando la hebilla en el último agujero. Los cintos quedaron así perfectamente sujetos al tiempo que cortaban parcialmente la circulación en las mamas de la joven. El resultado fue que las tetas de Carlota quedaron como dos globos esféricos primero rojizos y después azulados con la piel tirante y los pezones tiesos y crecidos. Con los de Laure no consiguió un efecto tan espectacular, pero igualmente la preparó así para el tormento de las agujas.
- Así con la piel tirante es más fácil, explicó el verdugo toqueteando las redondas tetas de Carlota.
Viendo satisfecho su obra, Jacques se calzó unos gruesos guantes para no quemarse las manos. Entre tanto sonreía sádicamente a las dos esclavas que en ese momento tenían el cuerpo en un baño de sudor y respiraban agitadamente de puro miedo.
Carlota volvió a intentar mantenerse digna y aparentemente serena mientras el verdugo la preparaba para el suplicio, pero cuando Jacques sacó una de aquellas alfileres y se acercó a ella, la joven perdió toda su compostura.
- No, no, por Dios no lo hagas.
Aquello no era para menos. La larga aguja estaba de un rojo brillante, especialmente desde la punta hasta más de la mitad.
- Ja, ja, tienes miedo ¿eh?. Ahora reza lo que sepas, puta.
Carlota miró desesperada a Rais y después a Henriet que esperaban impacientes a que empezara el tormento.
Te la chuparé si quieres, vamos, por favor, no le dejes hacerlo, le dijo a Henriet con lágrimas en los ojos..... te haré lo que quieras.
Ya es tarde para eso, vamos Jacques, adelante.
NO, NOOOO; NOOOOAAAAAGHH
Ante la atónita mirada de todos los cazadores Jacques le pinchó con la aguja en medio mismo del seno derecho y se lo perforó hasta sacar la punta por el lado contrario de un sólo empujón. Un hilo de humo salió de la herida de entrada mientras Carlota lanzaba alaridos inhumanos y agitaba su cuerpo como una loca.
La aguja aún permaneció candente un rato y se enfrió dentro del pecho de la mujer, por lo que ésta tardó unos interminables segundos en dejar de retorcerse de dolor y de gritar como una posesa.
Todos los espectadores se quedaron paralizados al ver semejante horror, pero no por ello frenaron al verdugo. Todo lo contrario.
- Vamos Jacques, ponle otra, dijo anhelante uno de los cazadores al que en ese momento se la estaba chupando una complaciente esclava.
Carlota miraba su pecho ahora traspasado por ese largo y delgado acero, le dolía tanto que hubiera deseado arrancárselo. Sin embargo ésa sólo había sido la primera alfiler y allí había veinte iguales a ella.
- Dime querida, dijo de pronto Rais. ¿Quieres mucho a tu hermanita?
Carlota le miró sin entender a qué venía aquello.
- Ahí hay veinte agujas, o sea diez para cada una, es decir, cinco para cada teta. Sin embargo, si aceptas que el verdugo te ponga las veinte a ti, tu querida hermanita se librará. Sin embargo, si no puedes soportarlo Jacques te las desclavará y tras calentarlas otra vez se las clavará todas a Laure. Eso sí, para librarte tendrás que decir esta frase: “quiero que le claveis agujas en las tetas a la zorra de mi hermana”.
Todos se rieron ante la cruel salida del Barón, nuevamente éste proponía a Carlota un juego cruel y perverso.
Por cierto, Carlota, ¿sabes que fue por culpa de tu hermana que tuvieras que entregar el castillo?
Mentís.
No miento, ella misma se entregó cuando llevaba el mensaje para salvar tu fortaleza, lo hizo porque yo se lo ordené.
Carlota no podía creerlo, pero miró igualmente a Laure.
- ¿Es eso cierto?
Laure bajó la cabeza avergonzada.
Es igual, eso no cambia nada, Laure es mi hermana y soportaré la tortura por ella.
¡Enternecedor!. Saca otra aguja y pónsela delante de la cara Jacques, que la vea
Efectivamente el verdugo obedeció y Carlota la miró horrorizada.
- ¿Qué me dices querida?, ¿quieres que te la claven a ti o a tu hermana?
Esta vez la joven miró desafiante a su “marido”.
- Clávamela a mí puerco, no te suplicaré más.
Jacques ni siquiera esperó la orden y le perforó el pecho izquierdo.
- IIIIAAYYYYYY
La joven gritó con el rostro dirigido hacia el cielo mientras todos sus músculos se tensaban y un abundante chorro de orina salía despedido entre sus piernas. Y Carlota siguió temblando y gritando hasta que la aguja se enfrió en el interior de su seno.
Entre tanto, el resto de las esclavas no paraba de satisfacer a los sádicos cazadores con su polla en la boca y mirando de reojo cómo torturaban a la pobre Carlota. Algunos cazadores se excitaron tanto por lo que veían que no tardaron en descargar sobre su cara siendo inmediatamente sustituidos por otros.
Jacques ya había sacado la tercera aguja candente y se acercó al cuerpo de su víctima con intención de clavársela. Carlota tenía el rostro surcado de lágrimas, pero cuando el verdugo le preguntó otra vez si quería que se la clavara a su hermana en su lugar, ella se limitó a cerrar los ojos resignada. La tercera aguja le volvió a perforar el pecho izquierdo formando un aspa con la anterior y provocando un efecto similar.
La joven estuvo a punto de desmayarse, su rostro se llegó a desfigurar, puso los ojos en blanco y finalmente lanzó un alarido liberador. Y el suplicio continuó........ A Carlota le clavaron la cuarta aguja en el pecho derecho y así siguieron y siguieron con la tortura lenta y metódicamente.
- IIIIAAAA
Carlota lanzaba alaridos pero ya no pedía piedad, con entereza soportaba cómo esos hierros candentes le abrasaban por dentro sus sensibles mamas. Sin embargo, cuando ya llevaba cinco agujas en cada pecho la joven sintió que perdía las fuerzas y que estaba a punto de desmayarse. Por eso Jacques la dejó descansar.
Entre tanto, otro de los cazadores se acercó al señor de Rais con su esclava. Se trataba de una morenita preciosa de ojos verdes y con muchas pecas en su piel, la chica aún tenía los brazos atados a la espalda y mientras torturaban a Carlota había tenido que hacerles mamadas a cinco hombres por lo que tenía parte de su torso y sus tetas manchados de lefa.
Señor Barón de Rais, dijo el hombre.
¿Que deseáis?
Os pido permiso para atar a esta muchacha a esos postes y empezar a torturarla.
La joven miró alarmada al cazador negando con la cabeza.
Oh, por supuesto, claro, ya os he dicho que podéis hacer lo que queráis con ellas, ¡verdugos!, ayudad a este hombre con su esclava.
NO, NO, piedad, por favor.
Pero los verdugos la atraparon y la condujeron hasta los postes, hacia donde se encaminó el cruel cazador tras escoger un látigo de su gusto.
- Atadla boca abajo con las piernas bien abiertas, dijo el tipo mientras probaba el látigo en el aire.
Al ver aquello, otros tuvieron entonces la misma idea. El Barón insistió en que las hembras cazadas eran suyas hasta la puesta del sol y que podrían hacer con ellas cuanto quisieran incluso someterlas al tormento de las agujas candentes.
Así, a pesar de sus lloros y peticiones de piedad, las esclavas fueron conducidas una tras otra a los postes y atadas en las más grotescas e incómodas posturas mientras los verdugos llenaban los braseros de brasas incandescentes y metían en su interior sus diabólicos instrumentos. Otras tuvieron “más suerte” pues fueron conducidas hacia las cruces y allí las ataron para que sufrieran poco a poco los efectos de la crucifixión sobre sus cuerpos pero sin más tormentos adicionales.
Entre tanto Jacques volvió a administrar a Carlota otra dosis de droga estimulante y para su desesperación colocó unas tenacillas encima de la chapa en el sitio que habían dejado las primeras agujas.
Hecho esto invitó al propio Henriet a coger las tenacillas y atormentar él mismo los pechos de Carlota.
Encantado por la invitación, el viejo Henriet se calzó unos guantes similares a los de Jacques y cuando las tenazas ya estaban con las puntas al rojo vivo se acercó a la condenada y cerró las tenazas en la punta de una de las agujas que atravesaban su seno. El calor se transmitió inmediatamente por el delgado metal convirtiendo los pechos de Carlota otra vez en un infierno. La joven por fin se rindió y empezó a suplicar a gritos.
- AAAAAAHHH, AAAAGHHH, BAAASSSSTAAA, POOOR FFFAVOOOR
Esta vez Henriet se propuso vengarse él mismo del doloroso mordisco que le dio Carlota y cuando las tenazas se enfriaron las colocó otra vez en la chapa cogiendo otras en su lugar.
Al verle acercarse Carlota rogó y rogó piedad al viejo prometiéndole practicar con él todo tipo de actos impuros, le prometió que se la chuparía, le ofreció su trasero, todo. Pero Henriet no tuvo piedad. Al final tuvo que pararle el propio Barón de Rais.
- Deja a un profesional que haga el trabajo, viejo, Jacques, sigue introduciéndole agujas a mi mujer, pero esta vez hazlo como te he dicho.
Para su desesperación, la pobre Carlota vio que Jacques cogía otra de esas odiosas agujas candentes y se acercaba a ella, aquello no parecía tener fin.
Nuevamente el Barón le preguntó si quería seguir soportando aquello o que fuera su hermana la que sufriera en su lugar, a lo que ella respondió insultándole.
Procede verdugo, dijo Rais con crueldad, y Jacques le fue introduciendo la aguja candente en el seno derecho, sólo que esta vez lo hizo lentamente, milímetro a milímetro y no por medio del pecho sino directamente por la punta del pezón hacia dentro.
AYYYYYYY.
Esta vez el dolor fue mucho más intenso. Las terminaciones nerviosas del sensible pezón de Carlota le mandaron al cerebro mil y una señales dolorosas. A Carlota le temblaron todos los músculos, puso los ojos en blanco y otra vez perdió el control de sus esfínteres aunque esta vez casi no salió orina. Jacques sólo le introdujo la aguja cuatro centímetros para no dañar ningún órgano vital y fue al brasero a por otra.
¿No arruinaréis sus pechos de esta manera?, dijo Beatriz, os recuerdo que esa zorra debe amamantar a vuestro hijo.
Querida Beatriz, contestó el Barón, para eso existen las nodrizas, además mis médicos han dicho que con el tiempo sus pechos se recuperarán.
NOOOO PIEDDAAAAAAAAGGGG
Jacques tenía el rostro desfigurado por un rictus de sadismo mientras le introducía la aguja candente en el otro pezón con toda la lentitud que era capaz. La pobre Carlota le miraba angustiosamente suplicando para volver la cara hacia el cielo y gritar como una posesa.
Y a pesar de todo aquello, la joven mártir quiso ahorrarle tal horror a su hermana en tanto fuera posible. Así soportó que le introdujeran hasta tres agujas en cada uno de sus pezones.
A pesar de la droga, la joven estaba desfallecida, a punto de desmayarse y con todo el cuerpo en un baño de sudor. Si Carlota soportaba cuatro agujas más libraría a su hermana Laure de ese infierno, sin embargo, antes de introducirle la siguiente aguja, Jacques cogió otra vez las dos tenazas candentes y se las cerró a la vez sobre las agujas que ya tenía clavadas en sus pezones.
Viendo aquello Carlota respiraba nerviosa y angustiosamente sintiendo poco a poco cómo la punta de sus pechos se abrasaba. Esta vez casi se quedó ronca de tanto gritar.
NO, NOO, NO PUEDO MAS, OS LO SUPLICO MI SEÑOR; MAS NOOO AAAAAAAGGG.
¿Entonces se lo hacemos a tu hermana?
SII, SIII, POR FAVOR, SUELTA LAS TENAZAS, MISERICORDIA.
Así no, ya sabes lo que tienes que decir.
Quiero,... quiero que le clavéis agujas a mi hermana.
“A la zorra de mi hermana”.
A la zorra de mi hermana, quiero que le clavéis agujas en las tetas a la zorra de mi hermana.
Eso está mejor, ¿ves qué fácil?. Jacques sácale las agujas y vuelve a calentarlas, ahora vamos a ver cuál de las dos hermanas grita más fuerte.
Jacques convirtió la extracción de las agujas en una nueva fuente de tormento para Carlota, así le fue sacando las agujas una a una, lenta y dolorosamente, mientras Carlota sentía que se le desgarraban los senos.
De todos modos, Jacques dejó para el final las de los pezones y cogiéndo las seis con sus dedos contó mentalmente hasta tres y se las extrajo todas a la vez de un tirón.
- AAAAAAYYYYY
Carlota sufrió una brutal convulsión y acto seguido se desmayó.
- Despertadla, dijo Rais viendo sus pechos amoratados y surcados por reguerillos de sangre, quiero que vea lo que le hacen a su hermana.
Obedeciendo la orden, unos sirvientes le echaron un cubo de agua fría con lo que Carlota se despertó otra vez. Hecho esto la amordazaron.
Laure sufrió un tormento semejante al de su hermana mayor que además ahora se sentía culpable por no haber podido soportar aquello. De todos modos, los gritos de Laure se confundían ahora con los de las otras esclavas pues la mayor parte de ellas estaban sufriendo distintos tipos de suplicios.
La sádica cacería continuó así hasta que llegó la hora de comer. Los hambrientos cazadores dejaron por fin de atormentar a sus esclavas y se sentaron a la mesa, dejándolas atadas.
Tras comer y sobre todo beber en exceso el Barón propuso que había llegado el momento de empalar a la joven que había tenido la mala suerte de caer primero en las garras de los cazadores. Por supuesto y dado que le iban a introducir la estaca por el ano, Rais propuso que todos los que quisiesen la sodomizasen para según sus propias palabras, “facilitar la labor a los verdugos”.
Más de veinte hombres, muchos de ellos ebrios aceptaron la invitación y tras darle por el culo durante más de una hora, comenzó el espantoso suplicio. Los verdugos tardaron mucho en introducirle el palo y la muchacha tuvo mala suerte pues cuando lo colocaron en vertical ella aún permanecía viva terminando de empalarse por su propio peso.
Tras eso, los invitados continuaron la sangrienta orgía con sus esclavas. Algunas tuvieron más suerte y sus amos se limitaron a follar con ellas, otros más sádicos prefirieron continuar atormentándolas hasta el límite e incluso una par de ellas sufrieron el temible pinchazo de las agujas candentes en sus pechos una vez se los extrajeron a Laure.
Por su parte, Carlota y su hermana ya no fueron torturadas más esa tarde. En su lugar las desataron y tras darles algo de beber para que pudieran recuperar la consciencia las ataron cabeza abajo de la rama de un árbol y por propia invitacióndel Barón de Rais todo el que quiso pasó por allí y se las folló por la boca.
Esta vez y ante los divertidos ojos del Barón de Rais su mujer aceptó mamársela a todo el que se la puso delante.
Las horas pasaron y el sol ya declinaba en el horizonte por lo que se dio por finalizada la cacería. Los invitados cogieron sus monturas y volvieron al castillo mientras los sirvientes y guardias recogían lo demás. Por su parte, los verdugos volvieron a recoger a todas las esclavas, la mayor parte de las cuales estaban desfallecidas cuando no inconscientes y las cargaron en los carros para devolverlas a sus mazmorras.
Laure fue descolgada del árbol, pero cuando fueron a hacer lo mismo con Carlota Henriet protestó.
- Barón, aún no he podido gozar de mi esclava, he tenido todo el día el pene dolorido y justo ahora se me ha empezado a recuperar. Además aún no se ha puesto el sol.
Al ver aquello el Barón rio divertido.
Está bien, viejo, follatela por la boca si quieres, pero nada de metérsela por delante, ¿me oyes?.
Sí señor.
Que se queden unos guardias para que se aseguren de que cumplen mis órdenes y que traigan luego a mi mujer al castillo.
Uno de los oficiales afirmó con la cabeza y dijo que sí tras su yelmo.
De este modo, todo el mundo se fue marchando y Henriet se quedó por fin sólo con su deseada Carlota. Bueno, sólo no, al lado estaba el oficial y cinco soldados más para vigilar lo que hacía, y un poco más allá la mujer empalada a la que abandonaron. Seguramente moriría esa noche sóla en aquel claro del bosque entre horrorosos sufrimientos.
Henriet no quiso que más gente de la estrictamente necesaria fuera testigo de su fracaso, así que esperó que se marchara todo el mundo para obligar a Carlota a que le hiciera la ansiada mamada.
Efectivamente cuando casi todos se alejaron, el tipo se acercó a ella y sacando su pene se lo puso delante de la cara a la mujer.
El tipo cerró los ojos, pero cuando esperaba sentir esas dulces caricias en su miembro de repente algo le abrasó por dentro. El hombre miró hacia abajo y vio ese trozo de acero saliendo de su tripa. De un tirón el oficial sacó su espada del cuerpo de Henriet y éste se llevó las manos al vientre, entonces se volvió y tras mirar atónito al caballero intentó decir algo. En lugar de palabras un chorro de sangre salió de su boca mientras sus ojos alucinados veían la última imagen de su vida, ese caballero blandiendo su espada ensangrentada.
Henriet cayó de rodillas y después se dio de bruces contra el suelo ya muerto.
Rápidamente el caballero y los soldados se pusieron a descolgar a Carlota y acto seguido le cortaron las ligaduras.
La joven lo vio todo pero no entendía nada. Entonces el caballero se quitó su capa y tras cubrir su cuerpo desnudo, dijo.
- Señora, mi pobre señora, ¿qué te han hecho?.
El caballero se quitó el yelmo y para su sorpresa carlota pudo ver el rostro de su fiel y valiente capitán.
Pero, pero ¿cómo?.
Ahora no hay tiempo para eso, tenemos que huir de aquí cuanto antes.
Evidentemente los cinco soldados eran fieles al capitán, y trajeron los caballos. El capitán cogió él mismo a Carlota y la montó acurrucada en su caballo. Antes de huir, sin embargo, la joven pidió piedad para la mujer empalada y un soldado puso fin a su terrible agonía con su espada.
Tras ese nuevo acto de piedad los jinetes escaparon de allí a toda prisa amparados en las sombras de la noche.
El Barón de Rais aún tardó varias horas en darse cuenta de la fuga de su mujer. Finalmente, cuando vio que no llegaban, salió con varios jinetes y gracias a las antorchas que llevaban pudieron ver lo que había ocurrido allí.
Furibundo por lo que había ocurrido, el Barón movilizó a todos sus hombres que removieron cielo y tierra para encontrar a Carlota, pero todo fue inútil, el capitán se ocupó de ocultarla muy bien.
Rabioso y desesperado, el Barón de Rais hizo que todas las mujeres de la cacería fueran empaladas en lo alto de las murallas de Tiffauges,... todas menos Julie y Laure.
Estas últimas tuvieron un final aún más atroz. Jacques las estuvo interrogando durante varios días para que le dijeran los escondites donde podía haberse ocultado Carlota, pero en realidad ninguna de las dos sabía nada sobre eso.Tanto Laure como Julie murieron sobre el potro de tortura con el cuerpo destrozado, sin poder revelar nada.
Entre tanto, el capitán y sus hombres consiguieron llevar a Carlota hasta Nantes donde ella, ya recuperada de las torturas, se presentó ante Jean de Malestroit, obispo de la ciudad. La familia de su padre siempre había tenido buenas relaciones con el obispo y Carlota le pidio que hiciera de intermediario ante el rey Carlos. Bajo la protección del obispo Malestrot y con una carta suya, Carlota acudió ante el rey en Bourges y le explicó todo lo que le había ocurrido con Gilles de Rais y cómo éste había engañado a su rey sobre la presunta infidelidad del Vizconde de Challans.
En realidad hacía meses que Gilles de Rais había caído en desgracia ante Carlos VII. Lo de que había asesinado a sus esposas era ya más que un rumor, así como lo de sus prácticas satánicas. Sin embargo, lo que terminó por condenar a Rais fueron sus cuantiosas deudas. Sus acreedores, entre los que se contaban personajes cercanos al rey, urgían a éste para que tomara alguna medida contra el Mariscal. La tremenda confesión de Carlota les vino pues de perlas para terminar de convencer al rey
Carlos VII era un personaje débil y manipulable e hizo caso de las acusaciones olvidando los servicios prestados por el Mariscal en el pasado. Así ordenó al obispo de Nantes que acudiera a Tiffauges co una nutrida tropa y prendiera a la mayor brevedad al Barón de Rais.
El juicio contra Gilles de Rais fue muy rápido y al final del mismo se le condenó a muerte por asesinato, herejía y sodomía. Fue ahorcado en Nantes el 26 de Octubre de 1440. Al cadalso le acompañaron sus secuaces, entre los que se encontraban Jacques y Beatriz.
Tras la muerte de su marido, Carlota se convirtió por derecho en la señora de Tiffauges y Challans y de otras muchas villas y castillos que habían pertenecido al Barón. En realidad, tuvo que deshacerse de la mayor parte de ellas para pagar las deudas del Mariscal. Finalmente decidió retirarse a Challans. Tiffauges quedó así abandonado y tras visitar las tumbas de su hermana Laure y de Julie, Carlota no quiso volver más allí.
Entre tanto, una vida se abría paso dentro de su vientre. Carlota se había quedado embarazada del Barón de Rais y a los siete meses su embarazo era perfectamente perceptible aún con ropas holgadas. De hecho debía estar muy avanzado porque el parto se adelantó.
Aquel fue un parto muy difícil pero a pesar de eso y aún después de muerto, Gilles de Rais consiguió descendencia póstuma...... a costa de la propia vida de Carlota. El parto del sietemesino se complicó tanto, que el médico no pudo salvarla y ella se desangró al dar a luz. Carlota de Challans sólo tuvo tiempo de ver a la criatura, darle nombre y expirar minutos después.
Epílogo
Corría el año de 1462 y Francia ya era un país en paz. Nueve años antes los franceses habían derrotado a los ingleses en la decisiva batalla de Castillón y por fin consiguieron cumplir el ferviente deseo de la Pucelle de echar a los invasores del sagrado Reino de Francia.
El débil Carlos VII, el Delfín al que Juana de Arco había coronado en Reims, había muerto por fin el año anterior y ahora, un joven y decidido Luis XI, el que luego sería conocido como la “universal araña”, pacificaba Francia a golpe de espada, y aseguraba el poder real sobre los nobles levantiscos. Los caminos eran más seguros y la vida más próspera. Sin embargo, los señores seguían siendo los amos dentro de sus feudos.
El castillo de Tiffauges aún se encontraba parcialmente en ruinas, pero en sus campos volvió a oirse en aquellos días el cuerno de caza.
Al oir el cuerno y los ladridos de los perros, el joven Pierre volvió a levantarse y desesperado inició otra vez su frenética carrera,...... tenía que salvarse como fuera.
Pierre era un joven de veinticinco años, atlético, aunque no musculoso y ciertamente bello, con unos ojos oscuros color miel y un pelo corto moreno y ensortijado. En ese momento corría desnudo, amordazado y fuertemente maniatado. Pierre tenía un bello pecho ancho, de fuertes pectorales duros como rocas y un trasero redondo y respingón muy atractivo. Eso sí, su piel exponía marcas de látigo recientes.
Antes de comenzar la cacería, los verdugos le habían propinado algunos latigazos y le habían atado las pelotas y el pene con unos arbustos espinosos. Por último le habían introducido por el culo un consolador terminado en una cola de caballo.
Pierre sabía lo que le esperaba de ser atrapado por los cazadores, así que corría con toda su energía y sus ganas. Sin embargo, intentar huir de aquellos sabuesos era completamente inútil. En unos minutos la jauría y los jinetes le alcanzaron y tras inmovilizarle le ataron a la rama horizontal de un árbol, sólida y gruesa. Para atarle, los cazadores le colocaron los brazos hacia atrás, con los codos por encima de la rama a manera de strappado. Las muñecas las tenía atadas entre sí.
Asimismo, le pusieron otra soga con nudo correrizo al cuello y ataron ésta muy tirante a los dos tobillos. Lógicamente, para no estrangularse a sí mismo, Pierre tenía que mantener las piernas dobladas hacia arriba, pero estaba ya agotado de la carrera y no tardaría mucho tiempo en rendirse.
Mientras esperaban, los cazadores se desentendieron del esclavo e hicieron fuego como se les había ordenado.
Unos minutos después llegó al galope un jinete vestido con cota de malla y yelmo sobre un caballo ricamente enjaezado. En su pecho mostraba las armas de Rais y Challans.
El jinete bajó del caballo y tras entregarlo a un criado se acercó impaciente hacia el lugar donde tenían al esclavo. Por unos momentos se quedó quietó deleitándose de la vista de su perfecto cuerpo desnudo.
Pierre exponía su bella anatomía completamente indefenso y con la piel fustigada por los latigazos. Ya no era capaz de seguir manteniendo las piernas en alto durante mucho tiempo de modo que su rostro estaba rojo y congestionado por la asfixia. El bello joven abría la boca y sacaba la lengua intentando respirar, pero todo era inútil, su muerte iba a ser lenta y angustiosa. Sin embargo, lo que más llamó la atención a todos fue que su pene se endureció y creció por la falta de oxígeno.
Pierre mostraba en ese momento una impresionante y dolorosa erección pues al hincharse, las espinas se le clavaban más aún en la carne del pene.
El caballero no mostró ninguna piedad hacia el sufrimiento del joven, en su lugar se limitó a quitarse los guantes y acarició el bello torso del muchacho repetidamente. Tras esto dio varias vueltas alrededor de él y cogiendo la cola se la sacó del culo pero sólo para sodomizarle con ella un buen rato.
Al follarle insistentemente por el culo Pierre sintió cómo su pene se engrosaba aún más y de la punta ya se escapaba una gota transparente que se quedó colgando sin terminar de caer al suelo.
Finalmente el caballero le sacó el falo del culo y tirándolo lejos le acarició las dos nalgas redondas y duras hasta que sin poder contenerse más le clavó sus diez uñas en el culo hasta hacerle sangre.
Pierre gritó de dolor, entonces el caballero desclavó sus uñas y fue hasta donde estaba la fogata. Lentamente y sin decir una palabra cogió un palo encendido se lo mostró cruelmente a la altura de los ojos y colocando la llama a pocos centímetros por debajo de su pene la movió atrás y adelante recorriéndolo lenta y sádicamente.
- AAAAGGGHH
Sintiendo que se le escapaba la vida, el pobre Pierre gritó de dolor. Entonces el caballero entregó el palo encendido a uno de los cazadores para que siguiera martirizándolo de esa manera. Hecho esto se separó unos metros y se quitó el yelmo para disfrutar mejor de la tortura.
Fue entonces cuando Pierre volvió a ver esa cabellera intensamente rubia, esos ojos azules y esos labios rojos y carnosos cuyo sabor aún recordaba, siempre había pensado que esos eran aditamentos demasiado bellos para una mujer tan cruel.
- Mi señora, ¿que hacemos con él?, dijo uno de los matarifes mostrando un largo palo de madera con la punta roma.
Había decidido acabar hoy mismo con tus sufrimientos, Pierre, dijo ella acariciando la punta del palo, pero viéndote así..... tan bello...... he cambiado de idea. Dejaremos para otro día lo del empalamiento, .... llevadlo otra vez a su mazmorra, esta noche me volveré a divertir con él,..... a solas.
Laure de Rais se acercó otra vez a su prisionero y tras acariciar su enrojecido pene con dos dedos, se puso a masturbarlo lentamente evitando pincharse con las afiladas espinas. En realidad sólo necesitó unos segundos para que Pierre eyaculara una abundante y blanquecina lefada entre gritos de dolor y placer.
Laure sonrió al ver esa cantidad de esperma cayendo inútilmente sobre la hierba desde ese precioso príapo y por un momento la sonrisa le hizo parecerse a su difunta madre. Sin embargo, acto seguido esbozó otra vez una mueca cruel,...casi demoníaca. De hecho, lo único que Laure había heredado de su madre Carlota, era su físico.
Fin.