El Mariscal del Infierno (10)

La buena nueva

El Mariscal del Infierno. Capítulo Diez

Cuando Gilles de Rais volvió a la cámara de tortura encontró a las dos hermanas exactamente como había ordenado.

Carlota y Laure llevaban ya más de una hora “cabalgando” sobre un pony de madera  con la cuña presionando su entrepierna y empaladas por el ano y la vagina en unos largos consoladores de bronce.

A las dos jóvenes las ataron de la misma manera, con las piernas dobladas, los brazos en alto  y mirándose la una a la otra.

Como si esto no fuera suficiente castigo, los verdugos les pusieron unas pinzas dentadas en los pezones y la lengua y las unieron entre sí con cuerdas delgadas muy tirantes. Las dos muchachas quedaron así atadas la una a la otra con los pezones deformados y estirados hacia delante mientras se veían obligadas a mantener sus lenguas fuera de su boca hasta el límite de los posible.

Si hacían el menor movimiento las dos se herían al mismo tiempo en esos puntos tan sensibles de su cuerpo. Lógicamente, las dos muchachas intentaban permanecer inmóbiles, manteniendo el equilibrio y temblando de sufrimiento mientras los minutos pasaban angustiosamente lentos. Cuando entró el Barón ambas  tenían el gesto crispado de dolor y las lágrimas y  gotas de sudor recorrían su rostro.

Esta vez la tortura que les aplicaron fue especialmente lenta y cruel. En primer lugar el Barón ordenó que les dieran de latigazos a las dos a la vez.

  • ¿Cuántos señoría?, preguntó Jacques.

  • Tú empieza, ya te diré cuando parar.

El verdugo sonrió sádicamente y apuntando con toda tranquilidad empezó a descargar latigazos sobre la espalda de Carlota, mientras otro se lo hacía a Laure.

-Shaaack, shaaack

Los látigos volvieron a “acariciar” una vez más a las condenadas y midieron sus espaldas y  muslos sin misericordia. Como si fueran picotazos de mosquitos gigantes los azotes les hacían reaccionar espasmódicamente. De este modo, sus involuntarias convulsiones les hacían torturarse a ellas mismas en lengua y pechos, al tiempo que las dos se masturbaban con los consoladores.

Las dos mujeres lloraban a moco tendido y suplicaban sin parar, pero con la lengua afuera no se les entendía nada.

Después de dejarles las espaldas enrojecidas a latigazos, llenaron unos braseros de carbones encendidos y los colocaron bajo los vástagos de los consoladores de bronce de modo que un insoportable calor invadió pronto sus íntimos agujeros. Nuevamente las dos se agitaban sin parar de gritar, pues intentaban escapar de ese calor infernal haciendo fuerza con los brazos e  intentando desesperadamente extraer sus agujeros de los consoladores.

En realidad no podían mantenerse mucho tiempo erguidas y cuando el cansancio les vencía se volvían a empalar en los abrasadores falos de bronce entre alaridos de sufrimiento.

El Barón sonreía diabólicamente viéndolas en ese doloroso y desesperado trance mientras ellas no dejaban de llorar, ni de  pedir piedad mirándole angustiadas.

Sin embargo, no hubo piedad de ninguna clase y lo peor con mucho llegó al final. Antes de empezar con la última tortura, Jacques propuso al Barón drogar a las víctimas, pues estaban tan desfallecidas que seguramente perderían el sentido si seguían atormentándolas tan intensamente.

El Barón le dio permiso y entonces Jacques les hizo beber una mistura de estimulantes metiéndoles un embudo en la boca. Hecho esto y tras esperar que la droga hiciera su efecto, siguió con ellas lenta y sádicamente.

Lo primero que hizo fue echar un poco de cera líquida en la madera y sobre ella puso una vela derecha en medio de las dos muchachas. Entonces colocó un delgado alfiler de unos cinco centímetros de largo en  la llama, esperó a que se pusiera al rojo y entonces le perforó el pezón derecho a Carlota por el pleno medio.

El alfiler debió tocar decenas de terminaciones nerviosas, la joven tembló y estremeciéndose puso los ojos en blanco mientras la orina se escapaba de entre sus piernas mojando el caballete. Sin querer, Carlota intentó escapar de la aguja empujando hacia atrás con lo que sólo provocó un intenso dolor a sí misma y a su hermana.

  • AAAAAYY

El Barón miró maravillado las reacciones de su mujer al dolor, ese verdugo era un auténtico experto. Inmediatamente Jacques le clavó otra aguja en el pezón a Laure  y segundos después lo hizo con Carlota otra vez.

  • UUUAAAAA

El verdugo no paró ni un momento y las dos hermanas lloraban desesperadas rezando por desmayarse y escapar de tan brutal tormento al menos por unos segundos. Sin embargo la droga las mantuvo despiertas y sensibles mientras las alfileres traspasaban inmisericordes la delicada piel de sus pezones.

Tras más de un cuarto de hora de lloros y alaridos, las dos jóvenes tenían sus pezones erizados de alfileres. Parecía que todo había acabado, pero entonces Jacques se los sacó y calentándolos uno a uno se los volvió a clavar otra vez sin ninguna piedad.

Si lo de los pezones fue tremendamente doloroso, lo de la lengua fue aún peor. Aprovechando que la tenía estirada hasta el límite, Jacques le clavo un alfiler a Carlota en medio de la lengua traspasándola de arriba a abajo. Cuando el verdugo le clavó el alfiler al rojo, Carlota cerró los ojos y emitió un alarido inhumano para perder inmediatamente el sentido.

Incluso la masoquista Laure lloró e intentó hablar para pedir  que no le hicieran pasar por aquello pero igualmente cuando el alfiler le traspasó la lengua, su sistema nervioso se saturó un mareo le hizo perder la cabeza y se quedó inconsciente.

El Barón de Rais hubiera querido continuar con aquello más horas, pero Jacques le convenció que era mejor dejarlo para otro día pues las dos esclavas habían llegado al límite de su resistencia y en ese momento colgaban inertes de sus brazos con los ojos cerrados y las lenguas fuera como si fueran dos ahorcados.

A pesar de que la boda se había celebrado hacía ya dos días, los festejos nupciales continuaron. En aquella época las bodas llegaban a durar semanas, y teniendo en cuenta las riquezas que el Barón había obtenido de su nueva mujer,  quiso que fuera una boda por todo lo alto. Allí se gastó sin freno durante días y decenas de distinguidos invitados fueron agasajados con todo tipo de placeres.

Los siguientes días, Carlota y Laure no fueron torturadas y pasaron todo el rato en una jaula reponiéndose de la salvaje sesión del primer día. Los verdugos sólo las molestaban de vez en cuando para que les hicieran una mamada, pero para eso ni siquiera les sacaban de la jaula. Gilles de Rais juzgó que sería mejor darles varios días de descanso antes de volver a someterlas a una sesión de tortura similar, sin embargo, a eso de la media tarde del cuarto día se llevó una agradable sorpresa.

A esa hora había quedado con su amante Beatriz en su habitación, pero ésta no acudió sola.

  • Os traigo una sorpresa mi señor.

Efectivamente la mujer apareció acompañada de dos esclavas que no eran otras que Carlota y Laure. Antes de comparecer ante el Barón, Beatriz hizo que las lavaran bien, pelo incluido y las perfumaran. Después hizo  que les encadenaran las manos a la espalda y éstas al cuello con unas lujosas y finas cadenas y grilletes de oro que le habían costado una fortuna.

Para llegar desde las mazmorras hasta las habitaciones del barón, Beatriz ocultó la desnudez de las hermanas bajo unas holgadas capas con capuchón. Así  los invitados a la boda no podrían verlas. Sin embargo, justo antes de entrar en su cámara las desnudó otra vez y las condujo hasta la cama de su señor gracias a unos dogales también hechos de delgadas cadenas de oro.

No hace falta decir que Gilles de Rais se alegró mucho de esa agradable sorpresa.

Por medio de una fusta, Beatriz les hizo saber que se debían poner delante mismo del Barón y como les había indicado debían separar las piernas, poner los pies de puntillas y arquear ligeramente el tronco para realzar sus pechos hacia delante.

A esas alturas las dos hermanas ya no eran más que dos perritas sumisas así que obedecieron a Beatriz en todo.

El Barón de Rais pudo ver admirado que a las dos las habían maquillado como se acostumbraba con las prostitutas. Así les habían colocado afeites rojizos en los labios (tanto de la boca como del sexo) y en los pezones. Incluso las marcas de latigazos, ya apenas perceptibles les favorecían. Por último, Carlota llevaba puestos sus pendientes y su collar lucía extraordinariamente entre sus bellos senos.

  • Excelente Beatriz, ¡cuánta belleza!.

  • ¿No notáis nada mi señor?, dijo la mujer realizando una curva con los dedos en los pechos de Carlota.

El Barón negó sin comprender.

  • ¿No los veis más grandes?

  • ¿Queréis decir que?...

-Además  los verdugos me han dicho que estos días ha vomitado unas cuantas veces, me puedo equivocar pero creo que vais a ser padre, mi señor de Rais.

El Barón esbozó una sonrisa de triunfo y tocó con los dedos el vientre de Carlota, entonces se puso de pie y tras abrazar a Beatriz se besó con ella en lugar de con su mujer. Entre tanto Carlota  permanecía inmóvil con la mirada fija en el infinito.

Sólo dos lágrimas mostraban lo que sentía ella en ese momento. Le parecía monstruoso haberse quedado en cinta de ese ser demoníaco. Desgraciadamente ella misma ya se había percatado de los mareos y las nauseas y si bien el primer día los atribuyó a la tortura, después adivinó cuál era su verdadero significado.

  • En realidad, tus esclavas vienen a celebrarlo contigo, ¡vamos, puta dilo!.

  • Señor, dijo en voz baja y con sumisión, deseo que me folles el culo. Para decir esto Carlota se dio la vuelta, se inclinó y con las manos se separó las nalgas mostrando su ano aún virgen.

  • Por supuesto, he hecho que estas puercas se lo limpien para vos mi señor, dijo Beatriz dándole una nalgada. No me atrevería a traeros esclavas sucias. Dile también lo otro esclava, vamos.

  • Mi señor, volvió a decir Carlota con lágrimas en los ojos, mi hermana y yo sólo somos unas zorras y no somos dignas, pero antes de que me encules te pedimos permiso para chuparte la polla.

  • Ja, ja, permiso concedido, pero hacedlo muy despacio no quiero correrme todavía.

Así el Barón se volvió a tumbar en su cama y se sacó el miembro para que las dos hermanas se lo chuparan a la vez. Nuevamente dirigidas por Beatriz, Carlota y Laure se arrodillaron a los pies de la cama, pero no se la empezaron a chupar inmediatamente. Antes tuvieron que hacer guarradas entre ellas como les había ordenado Beatriz que hicieran.

De este modo, y una vez Beatriz le quitó las joyas a Carlota, ambas empezaron besándose y acariciándose sus pechos entre sí y así estuvieron retozando un buen rato como dos gatas sumisas. Así estuvieron gimiendo y suspirando hasta que se pusieron muy calientes y de paso le pusieron a cien a su señor.

  • ¿Qué les has dado, Beatriz, algún afrodisíaco?.

  • No hay mejor afrodisíaco que quedarse embarazada, además estas dos siempre han sido unas zorras y ahora le están cogiendo gusto, no hay más que verlas.

Las hermanas siguieron un buen rato haciendo el amor y tras unos minutos Carlota ya estaba de rodillas con la cara pegada a las sábanas mientras su hermana Laure le comía el coño y el culo. De hecho, para facilitarle el trabajo, la propia Carlota le abrió las nalgas con sus propias manos.

  • AAAAAHHH,   AAAAH

La joven Carlota gemía sonoramente, dentro de aquel infierno aquello era lo único placentero, follar y tener orgasmos con hombres y preferiblemente con mujeres, y sobre todo,...... sobre todo, con su querida hermana Laure.

Los verdugos las habían metido en la misma jaula durante días y aunque les ataron las manos a la espalda las dos hermanas no habían dejado de satisfacerse la una a la otra sobre todo con la lengua.

Al final Beatriz les tuvo que dar un par de fustazos para que pararan.

  • Vamos zorras, dejadlo ya y empezad a ocuparos de vuestro señor. ¿no veis que está esperando?.

Rais creyó advertir un gesto de lujuria mal contenida en las dos hermanas cuando se dispusieron a hacerle una fellatio, entonces el hombre cerró los ojos y tras sentir los calidos pechos de las dos en sus muslos  de repente notó un agradable cosquilleo en su miembro.

Carlota y Laure se la chuparon como dos profesionales, primero despacio y delicadamente y después cada vez más rápido, como dos colibríes impacientes.

El barón abrió los ojos y se preguntó cuál de las dos zorras se la metería antes en la boca y para su sorpresa fue Carlota que se la metió hasta la garganta.

  • Qué pronto se te han pasado los remilgos, puta, seguro que en tu jaula cuentas los minutos para que lleguen los verdugos a follarte por la boca. Carlota ni siquiera le contestó, sino que se la siguió chupando más intensamente. En el fondo lo que decía Rais era verdad....

El Barón de Rais sintió un gran placer no sólo porque se la estuvieran chupando dos mujeres bellas a la vez, sino sobre todo porque eran hermanas. Eso le daba un morbo extraordinario.

Así estuvieron las dos, chupa que te chupa, compartiendo el grueso falo del Barón de Rais y besándose de paso la una a la otra, lenta y delicadamente hasta que se la dejaron bien dura y tiesa.

Entonces Beatriz le cogió del pelo a Carlota y mientras Laure se la terminaba de chupar, le obligó a arrodillarse y ofrecerle su culo para que la sodomizara. Beatriz hizo que otra vez pusiera las manos para separar las nalgas y entonces le empezó a masajear el esfínter con los dedos y poniéndose un lubricante en las yemas se los empezó a introducir por el ano.

Esta vez cuando le penetró el culo con los dedos, Carlota hizo caso por fin a Beatriz y en lugar de hacer fuerza se relajó completamente, el resultado fue el opuesto al de otras veces y en lugar de dolerle sintió un extraño placer.

  • AAAAH.

La joven gimió sensualmente  y viendo aquello el Barón no pudo reprimirse más, sacó la polla de la boca de Laure y alojándola en la cloaca de su mujer empezó a darle por el culo.

  • AAAAAAAAAAHHHH

Carlota sintió perfectamente cómo se le rompía el culo con un dolor creciente a medida que el grueso pene del Barón le obligaba a dilatar. Sin embargo hasta eso fue placentero. Además su hermana Laure acudió en su ayuda y poniéndose bajo sus piernas empezó a comerle el chumino ayudándole a relajarse y disfrutar del enculamiento.

En efecto, así Carlota aprendió a disfrutar del sexo anal y tuvo un intenso orgasmo en cuestión de minutos gritando como una loca e hincando sus uñas en las nalgashaciendo lo indecible por abrirlas aún más.

Viendo cómo su mujer se corria otra vez y de esa manera tan salvaje el Barón se replanteó su futuro. Iba a tener un heredero y encima su mujer Carlota se había convertido en una ninfómana masoquista no muy distinta a su hermana Laure..... quizá no la ejecutara en cuanto diera a luz.

Cuando se recostó otra vez en su cama con la polla tiesa y a punto de eyacular Beatriz ni siquiera tuvo que ordenarles que lo hicieran pues las dos hermanas se lanzaron ávidamente sobre su polla y se la felaron otra vez hasta exprimirla.

Carlota fue la última en mamársela y no se la sacó de la boca ni paró de mamar hasta que Rais descargó dentro de ella con violentas sacudidas.

Entonces totalmente enloquecida, Carlota se puso a besarse con Laure compartiendo el esperma con ella sin desperdiciar ni dejar derramar una sola gota, igual que venía haciendo con los verdugos.

Esa tarde el Barón hizo el amor con las tres mujeres varias veces más, pero terminó en la cama con Beatriz mientras a Carlota y su hermana  sólo se les permitía acostarse en el suelo a los pies de la cama dándose calor una a la otra.

  • ¿Sabeis Barón?, dio Beatriz jugueteando con la azulada barba del Señor de Rais. Yo diría que vuestros invitados se están aburriendo, ¿por qué no celebramos una cacería?

Gilles miró a Beatriz y tras besarla en la mejilla, afirmó complacido.......

Dos días después,  todo estaba preparado para la montería, los jinetes se reunieron a varias leguas del castillo en un lugar prefijado y pronto llegaron los lacayos con los perros, los ojeadores, los guardias y demás. Por último y cuando ya estaba todo preparado los verdugos trajeron lo más importante: las piezas que iban a ser cazadas....

Muchos de los invitados del Barón de Rais pensaban que esa iba  a ser una cacería normal: venados, jabalíes y todo eso; por eso cuando se dieron cuenta de que iban a cazar mujeres muchos se quedaron de piedra e incluso algunos protestaron asqueados.

No obstante, la actitud de estos últimos cambió radicalmente cuando vieron a las esclavas desnudas y más aún cuando les dijeron que una vez cazadas podrían disfrutar de ellas como quisiesen. De hecho, tendría preferencia en usarla aquél que cazara a cada “pieza”.

Para esta ocasión los verdugos trajeron a veinte de las prisioneras del Barón, todas ellas capturadas en Challans. Las veinte elegidas fueron conducidas desde el castillo hacinadas en jaulas sobre carros tirados por bueyes.

Nuevamente, por sugerencia de Beatriz se ideó  un perverso juego y a  todas las prisioneras se les colocó un capuchón de cuero negro en la cabeza para que nadie pudiera verles la cara. Los capuchones, que sólo tenían pequeños orificios para los ojos, la boca y la nariz, eran claramente infamantes pues estaban adornados con lo que parecían ser orejas y hocicos de animales. De hecho, cuando sacaron a las veinte mujeres de los carros las colocaron en fila y todos se rieron de ellas y de sus ridículas capuchas de animales.

Inmediatamente, entre la hilaridad general, los verdugos las obligaron a ponerse a cuatro patas y a base de patadas las forzaron a hacer sonidos de animales y a que unas metieran el hocico en el culo de las otras como si fueran perras.

Tras esta nueva humillación las obligaron a incorporarse y las volvieron a poner en una fila para que todos pudieran verlas bien.

  • ¡Las manos en la nuca y las piernas bien abiertas esclavas, no me obliguéis a utilizar esto!. Jacques pasó por delante de ellas dando órdenes y esgrimiendo un látigo de colas.

En realidad las veinte mujeres habían sido cuidadosamente elegidas por Beatriz entre las prisioneras de Challans y había que decir que tenían unos cuerpos esculturales. Todas sin excepción mostraban huellas más o menos recientes de latigazos y a algunas les habían anillado los pezones, el clítoris o la nariz.

  • Buena elección Beatriz, dijo el Barón mirándolas en aquella larga fila, parecen resistentes, correrán bien.

Una vez que el Señor de Rais les dio el visto bueno los verdugos les obligaron a bajar los brazos y se pusieron a atarlos  a la espalda de la manera más dolorosa posible, haciendo nudos bien prietos en los codos y las muñecas. No contentos con eso los matarifes utilizaron las ásperas sogas para realizar unos aparatosos bondages por todo su cuerpo.

A las que tenían las tetas más grandes les rodearon la base de los pechos apretándolos bien y a todas les colocaron una soga con  varios nudos a lo largo de la entrepierna. Por supuesto todas las chicas fueron amordazadas con un palo de madera como si fuera un bocado de caballo. Mientras las ataban, las jóvenes gemían doloridas, pero más de una no pudo evitar ponerse cachonda con sus carnes turgentes y prietas entre las sogas.

Los cazadores también estaban cada vez más excitados, especialmente al ver la sumisión de las mujeres y esa veintena de cuerpos desnudos sin cara.

  • Quizá se pregunten por qué les hemos tapado el rostro, dijo el Barón de Rais advirtiendo la excitación general. Puedo asegurarles que todas estas esclavas son bellísimas y al final de la cacería les quitaremos las capuchas para que puedan comprobarlo. La razón de ocultar su cara es que una de estas zorras es mi mujer y no quiero que la reconozcan hasta el final.

Al oír eso los invitados e invitadas de Rais enmudecieron y todos miraron a las jóvenes tratando de adivinar cuál de ellas podía ser Carlota. El Barón rio con ganas al ver la reacción general.

  • Vamos, vayan hacia ellas y toquen la mercancía, no tengan escrúpulos, todo lo que hay en mi casa es de mis invitados,.... mi mujer incluida. Por cierto, también se encuentra entre ellas su hermana Laure. Hace poco eran dos princesitas de la nobleza y ahora no son más que putas que sólo piensan en dejarse follar por cualquiera. Venga, toquenlas, toquenlas si quieren, ¿acaso no les gustan?.

La mayor parte de los invitados se mantuvo a distancia por el momento, pero entonces unos pocos se acercaron a la mujeres y empezaron a tocarlas. Las esclavas temían el látigo más que a nada así que se dejaban acariciar y hacer de todo sin proferir la más mínima protesta.

  • Eso, es, muy bien, acaricienlas sin miedo, escojan la pieza que gusten, si la cazan es suya y podrán hacer lo que quieran con ella hasta que se ponga el sol.

Ante la deliciosa perspectiva, poco a poco los invitados se fueron animando y en  un momento las jóvenes estaban rodeadas de hombres ávidos y lujuriosos. Seguramente el morbo de que dos de ellas fueran dos jóvenes aristócratas le pareció muy atractivo a más de uno.

Carlota sintió muy pronto como si mil lujuriosas manos acariciaran las partes más íntimas y sensibles de su cuerpo. Por si eso fuera poco, oyó todo tipo de obscenidades que esos puercos profirieron sobre ella y sobre lo que le iban a hacer si la atrapaban. Sin embargo, no protestó ni se resistió, sino que cerró los ojos y se abandonó a lo que quisieran. ¿Qué otra cosa podía hacer?.

Ahora, en pocos momentos la iban a perseguir con perros y la iban a cazar como a un animal y después su propio marido  la iba a entregar a decenas de desconocidos. La joven casi llegó al orgasmo de pensar eso mientras aquellas manos no dejaban de tocarla incluso en sus partes más íntimas.

  • Basta, dejenlas ahora, dijo el Barón al ver que algunos se animaban demasiado, antes tendrán que cazarlas.

  • Vamos, Jacques, dijo Beatriz divertida por el juego, ponles las colas de zorras, que las veamos.

Otro de los aditamentos infamantes que Beatriz había diseñado para la ocasión consistía en una larga y peluda cola de zorro engarzada en un largo consolador.  Las mujeres deberían llevarlas metidas en el culo durante la cacería.

Jacques obligó a la primera prisionera a ponerse de rodillas y después le hizo inclinar su torso hasta que tocó el suelo con la cara. Acto seguido se agachó y tras embadurnar la punta del consolador con grasa la empezó a sodomizar con él. La chica se quejó y frunció el ceño pero no cambió de postura mientras le metían el infamante apósito por el culo. Incluso después de follarla con él un rato sus gemidos adquirieron un tono distinto ante el regocijo de los presentes.

  • Ja, ja, es una zorra en todos los sentidos, dijo Jacques sin parar de encularla.

Los verdugos le ataron las correas de la cola por delante de la cintura y dándole un cachetazo en las nalgas la hicieron ponerse otra vez de pie. Entonces se dispusieron a colocarle  la cola a la segunda.

Carlota vio cómo hacían  eso mismo a doce mujeres antes que ella, incluida su hermana Laure. La sodomía le seguía costando admitirla, sin embargo cuando los verdugos la obligaron a agacharse  ella no pudo hacer nada por evitarlo, pegó su cara al suelo y esperó muy nerviosa a que la encularan. Repentinamente sintió algo duro en el trasero y que ese algo le penetraba brutalmente haciéndole daño, esta vez en lugar de relajarse hizo fuerza y eso provocó un intensísimo dolor.

La pobre Carlota gimió y lloró pidiendo piedad mordiendo la mordaza, mientras esos sádicos se reían de ella sin saber siquiera quién era. Por su parte los verdugos le introdujeron el pene de madera hasta dentro e incluso se la follaron un rato con él. Por fin, tras ese interminable y doloroso enculamiento la dejaron en paz y la llevaron con las otras.

Cuando terminaron de preparar a todas las “zorras” Rais dio las últimas instrucciones.

  • Antes de empezar la cacería daremos ventaja a los “animales”, dejaremos que huyan y ningún cazador se moverá de aquí  hasta que el último grano de este reloj caiga, sólo entonces soltaremos los perros. El que traiga la primera pieza hasta aquí obtendrá como premio esta copa de oro.

La gente levantó un murmullo de admiración, el Barón era muy generoso con sus invitados.

  • Por cierto, por si alguna de vosotras no quiere correr os diré que la primera que sea atrapada por los cazadores y la traigan aquí será empalada hoy mismo después de la cacería, las demás sólo recibirán unos cuantos latigazos,.....bueno, latigazos y alguna tortura más. Y si alguna consigue escapar....., se librará, por supuesto.

Esto último fue respondido por las risas de todos, ¿cómo iban a poder escapar esas pobres mujeres de sus cazadores?.

Sin embargo al oír lo del empalamiento las pobres esclavas fueron traspasadas por un escalofrío de terror, por experencia sabían que el Barón siempre cumplía sus amenazas.

  • Esta bien, entonces, preparadas,.... listas,.... ¡ya!...

Algunas chicas empezaron a correr desde el primer momento como alma que lleva el diablo, sin embargo a otras hubo que animarlas con unos latigazos en las nalgas. Carlota fue de las primeras en salir corriendo.

Por fin después de tantos días maniatada en esas oscuras mazmorras estaba libre. La joven quería huir de ese lugar a toda prisa como si eso fuera posible. Mientras corría con todas sus fuerzas oyó a su espalda el ladrido de los perros y las risas de los invitados cada vez más lejos.

Los hombres rieron con ganas al ver todas aquellas mujeres corriendo atolondradamente en pelotas. Estaban ciertamente ridículas con esas colas de zorro y esos capuchones. Un par de ellas chocaron entre sí al correr y cayeron al suelo provocando aún más risas y burlas.

La precipitación de las “piezas” era lógica. Ninguna se podía quitar de la cabeza lo que le esperaba a la que fuera atrapada la primera: El empalamiento, otro de esos salvajes suplicios de los turcos en la “civilizada” Francia. Las jóvenes tenían que correr, correr y huir lo más aprisa posible, al menos así salvarían la vida.

Al principio casi todas las mujeres huyeron en la misma dirección, pero al rato comprendieron que era mejor separarse y correr por separado. En unos minutos todas ellas desaparecieron de la vista  de los cazadores y algunos empezaron a ponerse nerviosos.

  • Quietos, ordenó el Barón, nadie se moverá hasta que caiga el último grano de arena, esas son las reglas.

Muchos cazadores ya habían seleccionado a su presa e intentaron memorizar hacia dónde había huído. Uno de ellos especialmente había reconoció el cuerpo de Carlota a pesar de su capucha y apretando los dientes tuvo que contenerse para no salir inmediatamente en pos de ella.

En realidad el reloj de arena duraba cerca de media hora lo cual hacía el juego más excitante y divertido. A pesar de estar maniatadas y correr descalzas, las mujeres tendrían tiempo de huir lo bastante lejos como para que no fuera muy fácil encontrarlas. Alguna cometería el error de esconderse entre unos arbustos con la vana esperanza de burlar a los cazadores, pero nunca podría esconderse de los sabuesos.

Carlota no se ocultó sino que corrió y corrió lo más aprisa que pudo, sin rumbo fijo, entre prados y zonas arboladas. La soga se le clavaba en el sexo y le raspaba como lija en su suave piel, la máscara apenas le dejaba respirar y las tetas le dolían como el infierno presionadas por aquellas sogas. De hecho sus mamas estaban casi amoratadas y le provocaban un intenso dolor al correr. Sin embargo, lo peor con mucho eran esas permanentes ganas de hacer de vientre con eso clavado en el culo.

Ya llevaba más de veinte minutos corriendo hacia ninguna parte y la joven estaba en un baño de sudor a punto de caer extenuada. Constantemente sentía la tentación de dejarlo todo y abandonarse, pero sacando fuerzas de flaqueza seguía y seguía adelante.

  • No, .....mi hijo no nacerá en este horrible lugar, ....se decía, nacerá lejos, muy lejos en un sitio seguro. Y siguió corriendo....

Pero entonces tropezó con algo y cayó al suelo. Carlota se quedó en tierra jadeando y llorando desesperada sin poder recuperar el resuello. No correría más, se quedaría allí y dejaría que la atraparan. Que le hicieran lo que quisieran, ella no podía luchar más.

Aún pasaron unos minutos, pero entonces oyó a lo lejos el ladrido de los perros.

  • ¡Dios Mío, los perros! Carlota se incorporó alarmada y pensó en el empalamiento. No, no por favor, eso no.

Entonces la joven volvió a correr en la dirección contraria a los perros. Todo fue inútil. Los ladridos se oían cada vez más cerca y eso le dio fuerzas  para seguir corriendo. Aún tardaron unos minutos en atraparla. Desesperada Carlota se volvió al oír gruñir a los canes y allí los vio, seis fieros perros corriendo en pos de ella a toda velocidad.

Escapar era imposible y a pesar de eso  volvió a intentarlo hasta que uno de los perros se lanzó gruñendo a por ella agarrándola del tobillo. Al sentir el mordisco, Carlota gritó de dolor y cayó al suelo, entonces la jauría le rodeó y algunos perros ladraron rabiosos mientras otro le mordía en el costado, la pobre creyó que esos animales la iban a devorar cuando de repente se oyó una voz.

  • ¡Quietos!, ¡Aquí!

Los perros se volvieron hacia la voz del cazador y abandonando a su presa fueron corriendo hacia su dueño moviendo la cola contentos por el deber cumplido.

Al verse libre, Carlota intentó huir otra vez pero entonces algo la derribó en el suelo, alguien le había lanzado un lazo a la cintura haciéndole caer.

En el suelo otra vez, la joven vio a sus cazadores acercándose hacia ella, cinco hombres jadeando pero satisfechos.

  • ¡Menudo ejemplar!, dijo uno de ellos, mira qué tetas tiene.

  • Sí, dijo otro, y agachándose la atrapó de la cintura con sus piernas y se puso a magrearla.

Pronto la cogieron de brazos y piernas y la inmovilizaron a pesar de su rabiosa resistencia.

  • Vamos a ver qué tal folla, dijo uno retorciéndole los pezones, quizá sea ésta la mujer del Barón, ¿te imaginas?

El tipo ya se estaba bajando los calzones mientras otros dos dominaban a Carlota que se seguía resistiendo como una fiera.

  • Eh vosotros, dijo de repente el hombre que dirigía el grupo desde su caballo, ya nos la follaremos luego, ahora hay que llevarla al campamento, quiero ganar esa copa de oro.

  • Pero entonces la empalarán, señor, ¿es eso lo que queréis?

  • No me importa lo que hagan con ella, sólo quiero esa copa, preparadla inmediatamente para transportarla.

Como si fuera un animal cazado a Carlota le soltaron las sogas para atarla de brazos y piernas a una larga vara que llevaron en angarillas dos de los hombres.

  • Vamos deprisa, dijo el jinete, quiero esa copa como sea.

Mientras la conducían colgando de la vara, Carlota sudaba de miedo. Morir empalada debía ser algo dolorosísimo. No, no quería morir así, de forma tan bestial. ¿Cómo accedía a tal cosa el Barón de Rais? ¿Para eso se había tomado tanto trabajo en dejarla preñada?, ¿para matarla así y con ella a su hijo?.

Aun  tardaron casi media hora en llevarla hasta el improvisado campamento. Mientras lo hacían vio cómo el jinete se quitaba el yelmo y le sonreía con sadismo. Carlota sintió un escalofrío de asco al ver que se trataba de Henriet.

  • Ya eres mía preciosa, dijo el viejo babeando.

Cuando por fin llegaron al campamento de los cazadores Carlota respiró aliviada al darse cuenta de que no era la primera a la que habían cazado. En ese momento había tres mujeres aún con sus capuchas colgando boca abajo de la rama de un árbol. Sin embargo, ninguna de ellas era la destinada al empalamiento.

Otra “zorra” con menos suerte que ellas había  sido atrapada la primera. En su caso los cazadores fueron más listos y así ganaron la copa, pues tras atraparla la habían atado los tobillos y rodillas entre sí y poniendola a lomos de un caballo la habían traído hasta el campamento antes que nadie.

Ahora la tenían en el suelo con los tobillos y las muñecas metidos en un cepo de hierro de cuatro agujeros lo cual le obligaba a doblar las piernas, estirar los brazos hasta los tobillos   y mantener la cara contra el suelo mientras el trasero lo tenía en alto y sus orificios abiertos e indefensos.

La joven observaba  horrorizada cómo un verdugo le sacaba punta a una larga estaca de madera y le contaba cómo iba a empalarla. El verdugo le contó que en ese momento estaba redondeando la punta afilada  pues había oído que los turcos utilizaban palos de punta roma para empalar, así  evitaban dañar los órganos vitales de manera que así conseguían prolongar la agonía de las víctimas por horas e incluso días. Mientras le decía esto con toda tranquilidad , otro verdugo le extraía la cola del culo y le untaba el agujero del ano de un unguento lubricante para que la estaca le penetrara mejor.

La pobre desgraciada lloraba a lágrima viva al ver cómo preparaban su suplicio  pues ya nada le libraría de él. Por supuesto, la condenada aún tenía puesto su capuchón. Carlota rezó para que no se tratara ni de Laure ni de Julie y a pesar de la postura encogida, creyó reconocer por su cuerpo que no era ninguna de las dos.

Henriet estaba visiblemente molesto por haber perdido la copa de oro, así que se quiso resarcir en la propia Carlota. De este modo, ordenó a sus hombres que la soltaran de la vara y él mismo se puso a cortar las cuerdas del bondage que aún aprisionaban su sexo y sus pechos. Asimismo le extrajo del culo el consolador con la cola de zorra entre ayes y quejas de la chica. Sin embargo no le quitó aún el capuchón.

Dado que había sido él quien la había cazado, Henriet se sintió con derecho a usar a Carlota  a su antojo así que tras acariciarle todo el cuerpo y abrazarse a ella besándola por todas partes hizo que se arrodillara y sólo entonces le quitó la mordaza.

Riendo de gozo por el premio que creía iba a recibir, el cerdo de Henriet se sacó su patético y arrugado pene delante de la joven y cogiéndola de la barbilla le dijo en voz baja.

  • Y ahora baronesa, chupame la polla y procura hacerlo bien.

A Carlota le llegó a la nariz un repugnante olor a polla rancia de viejo y apartó el rostro completamente asqueada.

  • No, nunca, déjame puerco, dijo resueltamente.

Henriet le cogió de la cara apretándole la barbilla y se la hizo volver con rabia,

  • No te escaparás otra vez, ¿me oyes?, te he cazado y ahora eres mía, así que abre la boca y traga.

  • NOOOO

  • NO te resistas, abre la boca.

El tipo hizo fuerza y a pesar de la resistencia de la chica consiguió metérsela dentro, entonces Carlota hizo algo inesperado.

La persecución de los perros y la tensión acumulada le hicieron responder violentamente, ni siquiera lo pensó, sintió ese trozo de carne flaccida dentro de la boca y le dio tanto asco que lo mordió por sorpresa con todas sus fuerzas.

  • UUUAAAAAA

Henriet gritó de dolor y Carlota no soltó la presa, sino que hizo aún más fuerza con la mandíbula, entonces el viejo  reaccionó y le dio una patada entre las piernas.

Carlota soltó por fin su presa, cayó al suelo en el acto y se quedó allí retorciéndose de dolor mientras Henriet se arrodillaba intentando ahogar un grito. El hombre se cogió el miembro con las dos manos y al mirarlo vio las huellas de los dientes hincados en su carne y gotas de sangre manando de ellas. Un poco más y esa fiera lo hubiera capado de un mordisco.

  • Puta asquerosa, ¡Dios que dolor!, cerda, me las vas a pagar, vosotros, imbéciles, venid aquí y ayudadme.

Los criados del viejo acudieron prestos en su ayuda pero no pudieron aliviar el intenso dolor de su señor.

Sin embargo, cuando se recuperó algo, Henriet volvió a mirar airado a Carlota que aún seguía en el suelo.

  • Atad a la esclava a aquellos postes, dijo con rabia, voy a hacer que se arrepienta de haber nacido.

Una serie de postes de madera se erguía en semicírculo alrededor de unas filas de mesas.

Mientras se llevaba a cabo la cacería, los verdugos y sirvientes de Rais no habían permanecido quietos, pues habían  estado varias horas colocando mesas y sillas para celebrar un banquete. Además y ya que no iban a cazar animales, habían traído todo tipo de manjares y bebidas desde el castillo.

Por supuesto tampoco se olvidaron de las esclavas, sólo que  para ellas habían preparado postes, cruces  y otras estructuras de madera dotadas de grilletes. Los verdugos habían traído también sus “juguetes” y los habían colocado en panoplias delante mismo de los postes para que los cazadores eligieran los instrumentos de tortura más de su gusto: látigos, fustas, tenazas y un largo etcétera.

Otros servidores habían encendido una hoguera con bastante leña y cuando  se formó una gran cama de brasas asaron allí las piezas de carne. De todos modos esas brasas servirían después para alimentar diez braseros dispuestos tétricamente ante los postes. El experimentado Jacques había calculado bien: un brasero por cada dos víctimas.

Precisamente al oír la orden de su señor, los criados de Henriet llevaron a Carlota hacia una de estas estructuras  formada por tres postes verticales y un gran travesaño horizontal. Cierto que su amo les había ordenado que la ataran a esa estructura, pero ellos no eran verdugos y no sabían muy bien cómo hacerlo.

En esto se acercó el propio Barón de Rais que por supuesto reconoció a su mujer con sólo ver su cuerpo.

  • ¡Quietos!, dijo muy enfadado al ver que esos criados intentaban atar a su propia esposa a los postes de tortura, ¿es que estais locos?, ¿qué demonios estáis haciendo?

(continuará)