El Mariscal del Infierno (07)

El cuerpo de Carlota es sometido a un largo y profundo "examen"

El Mariscal del Infierno. Capítulo Siete

Pasados esos tres días, los médicos y magos de Rais formaron una especie de “tribunal” para examinar  a Carlota. Antes de la boda debían certificar su virginidad y también determinar cuál sería el momento idóneo para concebir un hijo varón.

El tribunal fue dirigido por el viejo Henriet, un charlatán embaucador que vivía hacía años a la sombra del Barón  y en el que Rais creía a pies juntillas. Poco tiempo antes Henriet había tratado de solucionar los problemas económicos de Rais con una especie de  piedra filosofal, y a pesar de su fracaso éste no perdió su fe en él. Por ello, le encargó también el examen de su prometida.

Henriet estaba encantado con la misión encomendada por su señor. En primer lugar ordenó a los verdugos que acondicionaran una mazmorra para realizar el examen e indicó con todo detalle cómo debían preparar a la “paciente” para el mismo.

Siguiendo las instrucciones de Henriet, los verdugos sacaron a Carlota de su jaula y la llevaron a la mazmorra contigua. Allí habían preparado para ella una  especie de banco estrecho colocado en la base de un poste de cuya parte superior colgaban unos grilletes. Tras vencer la resistencia de la joven aristócrata que no dejaba de pelear como una fiera, los verdugos la obligaron a sentarse y ataron los brazos  al poste asegurando las muñecas a los grilletes que pendían de su cabeza.

Entonces, y por orden de Henriet le abrieron las dos piernas hacia arriba en forma de “v” hasta un extremo próximo a la dislocación de las caderas, y desoyendo las protestas y quejas de la joven le ataron los tobillos a otros grilletes que colgaban del techo.

Cuando Henriet entró a la mazmorra sonrió complacido y notó una prometedora erección dentro de sus calzones. Ya conocía a la bella Carlota de la otra vez que estuvo en Tiffaugues. Entonces le pareció una hermosa criatura de la que se quedó prendado al instante.  Pero en aquel entonces era una señora  de la nobleza y por tanto inalcanzable.

Ahora, en cambio la veía de una manera muy distinta, totalmente desnuda y en esa postura antinatural y ciertamente incómoda,  con su sexo y su ano abiertos e indefensos y las piernas exageradamente abiertas.

  • Excelente, excelente.... dijo frotándose las manos mientras depositaba sus cachivaches sobre una mesa sin dejar de mirar con deseo a la bella muchacha.

Sobreponiéndose al dolor en sus caderas, Carlota miró con aprensión a Henriet e hizo lo indecible por cerrar algo sus piernas, pero no pudo. “Que no se atreva a tocarme o si no.....” pensó para sí furiosa. En realidad, eso fue lo primero que hizo ese viejo denteroso, dirigió sus manos temblorosas y huesudas hacia los blancos muslos de la joven y los recorrió desde las rodillas hasta casi tocar los labia.

  • ¡Qué maravilla!, susurró para sí el muy pervertido.

Al ver aquellas uñas largas y puntiagudas acariciando la sensible piel de sus muslos Carlota no pudo más de grima.

  • Deja de tocarme... puerco, viejo repugnante, aparta,.... aparta esas asquerosas manos de mí. Carlota se agitó y protestó todo lo que pudo intentando liberarse de sus ataduras.

El viejo apartó las manos sin dejar de sonreir. ¡Qué inesperado regalo!, pensó para sí mientras vertía una extraña pócima en una copa.

  • Y ahora mi señora, vais a beber esto.

  • ¿Qué es eso? ¿qué pretendes viejo?

  • Vamos, sed buena chica y bebed. Henriet le cogió de la barbilla y obligándola a abrir la boca vertió el líquido dentro de ella.

Carlota se resistió todo lo que pudo e intentó expulsar el máximo posible de líquido, pero entonces Henriet le cerró la boca con las manos y no le soltó hasta que sintió cómo la mujer tragaba.

  • Puaf, qué asco, dijo ella tratando de escupir ¿qué me has dado de beber viejo loco?

Henriet no le contestó, en realidad se trataba de un potente afrodisíaco. Mientras hacía efecto, el viejo volvió a acariciar a su prisionera, esta vez en las tetas.

  • Qué perfectos pechos, madam, le decía mientras acariciaba sus pezones de seda repetidamente con los pulgares y se los pellizcaba con insistencia.

  • Dejame, dejame te digo, cerdo impotente, ¡DEJAME!

Carlota tuvo que cerrar los ojos cuando vio la desdentada boca de Henriet de la que se escapó un hilo de baba y volvió a sacudirse impotente mientras un escalofrío de asco recorría todo su cuerpo.

El masaje de los dedos de Henriet al principio le hizo cosquillas, pero poco a poco los pezones de Carlota empezaron a ponerse duros y la chica se fue poniendo cachonda por momentos

Al viejo le hubiera gustado chuparle las tetas, pero no se atrevió delante de los verdugos, para eso esperaría a quedarse a solas con ella.

Entre tanto, la joven seguía insultándole y diciendo palabrotas, pues le daba rabia que ese feo y asqueroso viejo la estuviera poniendo tan cachonda.

  • Si seguís insultándome voy a tener que taparos esa boquita, señora.

  • Vete al infierno viejo y no me vuelvas a tocar, me das mucho asco, ¿me oyes?.

Henriet negó con la cabeza.

  • Ponedle una mordaza a la señora, dijo a los verdugos, así no se puede trabajar.

Prestos a obedecer, los verdugos amordazaron a Carlota a la fuerza metiéndole un palo entre los dientes y atándoselo a la nuca. Carlota volvió a agitarse rabiosa, pero el viejo ya no pudo oír sus insultos.

  • Eso está mejor, calladita estás más guapa preciosa, dijo mientras tiraba con los dedos de los pelitos rubios del coño.

  • MMMMM, MMMM

  • Bueno, no es que tengáis  mucho pelo aquí pero sí el suficiente, os lo voy a afeitar.

  • MMMMGGGGOJODDD

Puede que estuviera amordazada, pero Carlota no dejó ni por un momento de protestar ni de insultarle. El tío ese cada vez le tocaba con menos recato pasándole las manos por todo el cuerpo, especialmente por su culo, sus muslos y sus tetas. El viejo tenía ya la polla a reventar y de pronto sintió la necesidad de hacer cosas un poco más fuertes con su bella prisionera.

  • Podéis dejarnos solos, dijo a los verdugos, salid de la cámara de tortura y cerrad la puerta.

  • De eso nada, viejo, tenemos órdenes de no dejarte a solas con la prisionera, además el Barón ha dicho que quiere ver en persona cómo la examinas, así que cuando estés preparado iremos a avisarle. El verdugo dijo esto medio  riéndose y seguidamente se burló en voz baja con los otros de que al viejo se le notaba perfectamente que estaba empalmado.

  • Está bien, contestó Henriet contrariado y corrido, llamadle pues.

Minutos después el Baron de Rais acudió a la cámara de tortura para asistir al examen de su prometida junto a Beatriz. Al verla así en una postura tan grotesca y humillante, los dos estallaron en carcajadas.

  • Colocad unas sillas lo más cerca posible de ella, dijo el Barón, quiero ver bien el coño de mi prometida.

Para desesperación de la joven Carlota, a su “examen” no sólo acudieron los miembros del tribunal, sino una veintena de invitados a la boda que venían a curiosear. Entre ellos había algunas damas que muy intrigadas bajaron a las mazmorras a ver cómo certificaban  la virginidad de la novia. Carlota se quería morir de vergüenza al oir cómo esas “señoras” hablaban de ella en voz baja.

Gilles y Beatriz se sentaron justo delante  y mientras esperaban, se pusieron a hacer comentarios subidos de tono sobre el cuerpo de la joven.

  • Proceded, dijo Rais entre divertido y cachondo.

Aunque varios alquimistas y brujos asistieron al examen para dar su “docta” opinión, fue Henriet el encargado de “examinar” a Carlota delante de todos. Antes de empezar y mientras hacía que se lavaba las manos, se pringó los dedos con un unguento también afrodisíaco.

El charlatán de Henriet había asegurado al barón que si su prometida mostraba signos de excitación sexual durante su examen tendría más posibilidades de concebir un varón. Sin embargo, si no era así sería niña. Por supuesto, nada de esto tenía fundamento, pero el viejo sabía cómo manipular ese tipo de situaciones.

Para comenzar Henriet depiló el sexo de la muchacha con todo cuidado. Lógicamente al hacerlo sus  temblorosas manos tocaron una y otra vez esa parte tan íntima y sensible de Carlota provocando las continuas quejas de su dueña, pero también sus gemidos y suspiros.

Tras depilarlo completamente lo limpió con un paño húmedo y entonces empezó a hablar de él con razonamientos pseudo científicos  tocando aquí y allá con sus dedos.

Los presentes observaban atentamente el lúbrico espectáculo, aunque de vez en cuando no podían evitar un comentario soez o una risa burlona. Lógicamente Carlota estaba muerta de verguenza y a la vez cachonda como una perra.

El coño de Carlota quedó completamente calvo y algo enrojecido por la depilación, sólo una pequeña mata de pelo sobre el pubis recordaba el vello rubio que había cubierto su sexo hasta unos minutos antes. Eso maravilló a muchos de los presentes que tampoco habían visto nunca nada parecido.

Mientras hablaba, los expertos dedos de Henriet tocaron y volvieron a tocar los labia externos y luego recorrieron los labios internos tropezando  repetidamente con el clítoris de la muchacha. Al tiempo que la tocaban fueron impregnando la delicada piel de la joven con el unguento afrodisíaco. El viejo se tomó su tiempo acariciando repetidamente el sexo de Carlota  haciendo que ésta se estremeciera de placer y asco.

Finalmente abrió bien los labios interiores mostrando la rosada intimidad  al Barón.

  • ¿Lo veis?, no hay duda de que es virgen, dijo Henriet manteniendo bien abiertos los labios interiores, podéis estar seguro que ha llegado a vos intacta.

  • ¿Y por detrás?, preguntó maliciosamente Beatriz.

Eso descolocó  a Henriet, pero sólo por un momento.

  • Oh,..... oh sí,... claro, por detrás, tenéis razón, permitidme.

El depravado Henriet mostraba una erección más que visible bajo sus calzones, al principio no se había atrevido a tocar el agujero del culo de la joven, pero ahora que le daban vía libre  no tuvo ningún escrúpulo en continuar el examen por el orificio anal. Para ello le abrió y separó las dos redondas y suaves nalgas que escondían el secreto escondido de la bella mujer.

Los presentes murmuraron con mayor expectación al entrever ese lugar tan escondido e innoble.

El Barón de Rais también estaba empalmado y no pudo por menos que incorporarse de su sitial para ver mejor el agujero del culo de la noble muchacha y cómo ese cerdo se lo acariciaba haciendo círculos con el dedo.

  • MMMMMM, MMMMMM

Lógicamente la pobre Carlota gritó y protestó sin parar de sollozar. Nunca había dejado que nadie, ni siquiera Julie, le tocara en esa parte y ahora lo estaba haciendo ese viejo asqueroso delante de todos aquellos curiosos.

  • HHHumm, mi señor, este culo es una pura delicia, decía el cerdo de Henriet ya sin verguenza y metiendo la falange de su dedo índice por la cloaca. Estoy seguro de que gozaréis indeciblemente el orificio trasero de vuestra mujer.

  • ¿Seguro que es virgen por el culo? Insistió  Beatriz. Me consta que muchas jóvenes de la nobleza  guardan celosamente su virginidad pero luego se dejan sodomizar por sus amantes.

  • Yo creo que es virgen, señora, dijo Henriet metiéndole el dedo hasta la tercera falange y follándola con él. Me atrapa el dedo con mucha fuerza, se nota que no está acostumbrada a que le hagan esto.

  • Pronto se acostumbrará, dijo Beatriz burlándose.

  • MMMMM, MMMMM

Carlota se sacudía gritando y llorando desesperadamente. En lugar de relajar su culo hizo aún más fuerza con él por lo que incluso el delgado dedo de Henriet le hacía daño. Finalmente tras jugar un poco más con ella, Henriet sacó por fin su dedo del ano.

  • Es completamente virgen, por delante y por detrás, mi señor, no cabe duda dijo mientras se lo limpiaba en una escudilla.

En esto se levantó Poiteau, otro de los miembros de la comisión y rival de Henriet.

  • Perdón que contradiga a mi docto amigo, señor. Es posible que vuestra prometida sea virgen pero está muy lejos de ser virtuosa, observen todos los presentes su sexo y sus pechos, se ve a simple vista que está muy excitada. Según mi experiencia, sólo las prostitutas responden así a los tocamientos, pero no las mujeres decentes.

  • Pero vos habéis dicho que es virgen, dijo el Barón. ¿Cómo puede ser? ¿de dónde puede venir su depravación?

Poiteau fue muy cruel con su comentario.

  • En el Castillo de Challans corría el rumor de que a vuestra prometida le gustaban las mujeres, puede que esa sea la respuesta al enigma.

El Barón puso cara de sorprendido delante de sus invitados mientras éstos murmuraban sonoramente.

  • ¡Qué monstruosidad, mi prometida lesbiana!, no puede ser, díme, Carlota, ¿acaso te acostabas con mujeres?.

Carlota lo negó alarmada con lágrimas en los ojos, pues no quería empeorar la situación de su amada Julie, las prácticas lesbianas eran un crimen severamente castigado.

  • No mientas. Dime con qué mujeres te acostabas, insistió Gilles.

  • No creo que haga falta buscar muy lejos, dijo Beatriz. Esa criada suya estaba con ella todo el día, seguro que eran amantes.

Carlota volvió a negar tratando de decir algo, pero nadie le hizo caso ni le quitó la mordaza de la boca.

  • Tenéis razón Beatriz, puede que fuera la criada, pero no debemos olvidar a su hermana, esa ya ha demostrado lo zorra que es.

  • ¡Qué abominación!, su propia hermana.

De nada le servía a Carlota decir que no con insistencia.

  • ¿Cuál de las dos será su amante?, dijo Beatriz, quizá...quizá las dos.

  • Sí, contestó Rais, pero aún siendo así, estoy seguro de que Carlota ha sido la  víctima  y ellas las inductoras. No podemos culpabilizar a mi prometida de pecar contra la naturaleza.

Nuevamente la gente que rodeaba al Barón hizo gestos de asentimiento dándole la razón.

Entonces le dijo Beatriz en voz baja.

  • Si demostramos que le excitan las mujeres probaríamos que nunca ha tenido relaciones con hombres y vuestro honor quedaría a salvo delante de esta gente.

El Barón asintió.

  • Además luego bastaría con que las otras dos confiesen que la han pervertido ellas, Jacques se encargaría de eso.

  • Eso es, Beatriz, siempre tan previsora. ¿Dónde están ahora su hermana y su criada?, preguntó Rais alzando la voz.

  • Oh, creo que Jacques sigue interrogándolas en la mazmorra de al lado.

  • Decidle que las traiga inmediatamente, se me ha ocurrido una idea.

Unos minutos después aparecieron en la mazmorra Jacques y sus dos prisioneras, Laure y Julie. Las dos venían con el cuerpo cosido a latigazos y la cara manchada de lágrimas secas. Jacques las había colgado del techo y estaba flagelándolas sin ninguna razón, por el puro placer de hacerlo, pero antes de presentarlas ante su señor, el verdugo les había quitado el sudor y las babas lanzándoles un cubo de agua. Por eso las dos llegaron con el pelo empapado y tiritando de frío.

Los presentes murmuraron entre sí muy excitados al ver entrar a las dos chicas en pelotas traídas por los pelos por ese salvaje verdugo.

Brutalmente, Jacques las llevó hasta donde se encontraba su señor y ellas pusieron automáticamente un gesto de sumisión poniendo las manos en la nuca y abriendo las piernas. De todos modos Jacques se puso a atarles los brazos a la espalda como tenía costumbre. Después de tantas torturas y maltratos las muchachas no eran más que dos peleles, así que ya no se resistían a nada.

Mientras las ataban otra vez, Gilles de Rais las miró de arriba a abajo inspeccionando las marcas de los latigazos y tratando de adivinar el tipo de látigo que había usado esta vez su verdugo.

Ante la cruel mirada de Gilles las dos muchachas mantenían la cabeza baja como signo de sumisión.

  • No se puede decir que estas dos sean aún vírgenes, ¿verdad Jacques?. Dijo Beatriz acariciando los muslos de Julie y adivinando restos de esperma en su sexo.

  • No, contestó lacónicamente el verdugo, ya no los son.

  • Lo imaginaba, ¿veis cómo son unas depravadas?, dime Julie, ¿a cuál de estos verdugos has seducido con tu cuerpo?

La joven le miraba violentada por tanta hipocresía

  • Contesta

  • Fue....fue Jacques, ....señora.

  • De modo que Jacques, ¡qué suerte tienes, zorra!. Dijo midiendo un imaginario objeto largo con las manos.

Beatriz le hizo volverse  y le abrió los los mofletes del culo inspeccionando dentro.

  • Y dime, ¿te la ha metido ya por todos tus agujeros?

Julie afirmó avergonzada y los invitados de Rais rieron cruelmente o se dijeron entre sí lo zorra que era ella mientras observaban su cuerpo de arriba a abajo.

  • ¿Y por dónde te gusta más que te lo haga, zorra?

Algunas de las mujeres que veían la escena se dijeron algo al oído y se echaron a reir mientras una de ellas hacía un gesto con las manos.

La pobre Julie no contestó sino que se puso roja mientras las lágrimas caían por sus ojos.

  • Oh, pobrecilla, pero a mí no me engañas, ahora que tienes la polla de Jacques para ti sola ya no te gustan tanto las mujeres ¿verdad cochina?

Julie se puso a llorar desconsoladamente

  • Sí, una mujer no se la puede meter por ningún lado, dijo uno de los asistentes.

  • Y sin embargo, la mayor parte de los hombres son unos impotentes que no saben usar su arma como deben, le contestó Beatriz sin siquiera mirarle.

La gente se rió ante la respuesta de Beatriz, pero ésta siguió humillando a la criada.

  • ¿Qué opinas ahora de tu señora, Julie? ¿No parece una puta?

Julie miró hacia donde se encontraba Carlota obscenamente expuesta, pero inmediatamente apartó la mirada y negó con la cabeza.

Beatriz sonrió viendo el gesto y siguio acariciando los muslos de la chica intensamente blanquecinos y suaves si no hubiera sido por varias marcas de latigazos. Acto seguido le metió los dedos en el sexo haciendo que la joven se estremeciera.

  • Esto está muy mojado criadita,  te gusta ver a tu amante desnuda y atada ¿verdad?.

Julie bajó otra vez la cabeza avergonzada.

  • Mira, mírala bien, le han depilado el coño y ahora estará suave como la seda.  Estoy segura que te la follarías si te dejaramos. ¿Y a ti, zorra?, le dijo de pronto a Laure, desde que has entrado se te han llenado los pezones de arrugas ¿te gustaría que te ataáramos como a la puta de tu hermana?.

  • Sí, mi señora, contestó Laure con sumisión

  • ¡Descarada!, ¿lo veis mi señor?, estas dos lesbianas han depravado y seducido a vuestra prometida, no hay duda. Debéis poner este sórdido caso en conocimiento de los inquisidores de Nantes. ¿Qué castigo se prescribe en estos casos?.

  • La pena de muerte, por supuesto, pero no hay ninguna prisa para eso. Además ahora me gustaría comprobarlo todo por mí miso. Vamos a ver zorras, vais a hacer ahora mismo con ella lo que soliais hacer en Challans. Si no conseguís que se corra antes de que se acabe este reloj de arena haré que os marquen la piel con hierros al rojo.

Laure y Julie se miraron espantadas. Incluso para una masoquista como Laure aquello era demasiado.  De este modo las dos jóvenes accedieron a lo que les pedían y cuando los verdugos las llevaron hasta donde tenían a Carlota no se resistieron, al fin y al cabo, mientras follaran no serían atormentadas.

Las dos chicas miraron a Carlota y ésta a su vez las miró con deseo. Ya ni siquiera le importaba que Laure fuera su hermana, ya había hecho el amor con ella y se le habían pasado los prejuicios. Como tenían las manos atadas, las chicas sólo pudieron utilizar sus lenguas y bocas para darle placer.

Julie se precipitó a arrodillarse ante el sexo de Carlota, pero cuando se disponía a besarle ahí el Barón intervino.

  • No, que se ocupe del sexo la hermana, la criada que le chupe las tetas.

De este modo, para su pesar  Julie se ocupó de excitar los sensibles pechos de Carlota mientras Laure se arrodillaba entre sus piernas. La joven Laure estaba también muy cachonda ante el coño depilado de su hermana y tras mirarla a los ojos, le empezó a hacer  un delicado cunnilingus. Todos los presentes fueron testigos...

Las dos muchachas se pusieron a lamer dócilmente el cuerpo de Carlota y desde el primer momento ésta se empezó a poner aún más caliente a causa del afrodisíaco. Al de unos minutos los lametones eran más ávidos y Carlota no podía evitar suspirar de placer.

Entre tanto, lo espectadores seguían disfrutando. Lame que te lame Laure y Julie seguían  sin descanso. Después de recorrer los dos pezones con la punta de su lengua largo rato  Julie se metió las tetas dentro de la boca como si mamara de ellas. Entre tanto Laure no apartaba los labios del sexo de su hermana devolviéndole lo que ella le había hecho en el potro días antes. La joven parecía que se estaba besando con el coño de Carlota con los ojos cerrados y transida de lujuria, acariciándolo con sus labios y lengua a la vez, como si se estuviera comiendo una jugosa fruta.

Tras unos minutos de ese tratamiento era evidente que Carlota estaba a punto de correrse. El afrodisíaco había hecho su efecto y Poiteau señaló al Barón cómo su joven prometida tenía los pezones rígidos y duros mientras su clítoris parecía casi un pequeño pene. Asimismo, Laure ya llevaba saboreando desde hacía un rato los espesos jugos vaginales de su hermana signo de que a ésta le quedaba muy poco para llegar.

La arena del reloj terminó de caer hasta el último grano y sólo unos segundos antes Carlota tuvo un profundo orgasmo. Jacques apartó oportunamente el rostro de Laure tirándole  de los pelos y todos pudieron ver cómo el coño de Carlota se estremecía una y otra vez durante más de diez segundos mientras ella temblaba con los ojos en blanco gimiendo de placer.

El Barón de Rais rió alborozado al ver cómo Carlota se corría por segunda vez en su presencia y todos aplaudieron divertidos por la morbosa comedia.

  • Un niño, será un niño, dijo Rais, muy bien, está decidido me casaré con ella mañana. ¿Cuándo crees que estará dispuesta Henriet?.

  • O mi señor, según mis cálculos tu prometida es fértil durante estos mismos días, te recomiendo que consumes tu matrimonio cuanto antes.

  • ¿Estáis satisfecho con el examen?, mi señor, dijo Beatriz.

  • Por supuesto, a mi modo de ver ha quedado demostrado la culpabilidad de estas dos pervertidas en la seducción y depravación de mi prometida, no había más que verlas.

  • ¿Qué hacemos con ellas?

  • Ocúpate de esas dos lesbianas Jacques y torturalas hasta que confiesen cómo sedujeron a Carlota. Ah y sigue dándoles latigazos ahora mismo......quiero que mi prometida oiga cómo gritan..... quizá tenga otro orgasmo.

Jacques afirmó con la cabeza y sin siquiera salir de la cámara de tortura volvió a preparar a sus dos víctimas como las tenía antes. Para ello las ató con los brazos en alto una contra la otra con los pechos pegados entre sí y las piernas entrelazadas y también atadas unas contra otras. Entonces los verdugos tiraron bien de la soga y las dos quedaron colgadas de las puntas de los dedos de los pies.

Las dos bellas jóvenes jadeaban y sudaban con sus cuerpos pegados entre sí rotando en torno a sus ataduras.

Los espectadores ya estaban muy excitados pero se quedaron a ver cómo flagelaban a las dos bellas muchachas.

Cuando ya las tenían preparadas, el verdugo empuñó el flagelo y otra vez empezaron los latigazos, inmisericordes e insistentes sobre sus castigados cuerpos.

  • SSSHHHaakk

  • AAAAAYYY

  • UUUAAAA

Esta vez Jacques utilizó un largo látigo de cuero que tras un violento zumbido se enroscaba en el cuerpo de las dos mujeres a la vez golpeando con una extraordinaria violencia.

  • SSSShhhakkk

Nuevamente el estallido del látigo contra la piel arrancó dos lastimeros alaridos. Las dos esclavas no paraban de moverse ni de rotar sobre sí mismas cuerpo contra cuerpo y piel contra piel. La forma en que tenían atadas las piernas y la reacción a los latigazos les hacía presionar los muslos de una contra la entrepierna de la otra. Del mismo modo los pezones de las dos se rozaban entre sí todo el tiempo.

Por supuesto, esto no les hizo llegar al orgasmo, pero Jacques tenía comprobado que tras unos cuantos latigazos atadas así, las mujeres a las que torturaba estaban más dispuestas a las pollas de los verdugos.

De hecho, tras más de veinte latigazos los espectadores se terminaron cansando y se marcharon de allí. Entonces los verdugos se miraron entre sí con complicidad y tras cerrar la puerta de la mazmorra  se bajaron los calzones y sodomizaron a Laure y Julie sin siquiera descolgarlas. Esta vez las dos jóvenes sí tuvieron un intenso orgasmo mientras Carlota se quedaba con las ganas. Nadie más la tocó hasta el momento de su boda.

(continuará)