El Mariscal del Infierno (05)

De vuelta a Tiffaugues

El Mariscal del Infierno. Capítulo Quinto.

Minutos después el Barón de Rais recibía la tan esperada noticia de uno de sus oficiales. La señora del castillo se rendía por fin y pedía hablar con él para pactar la rendición.

  • No hay condiciones, dijo altanero, enviadle a la Vizcondesa de Challans este mensaje y advertidle que si no lo cumple al pie de la letra empezarán a arrancarle la piel a su querida hermanita.

El oficial cogió el mensaje y lo llevó hasta primera línea. Un arquero lo enrrolló en una flecha y de un certero disparo lo envió a las almenas.

Cuando Carlota leyó las condiciones de la rendición un escalofrío de terror recorrió todo su ser. El castillo debía ser entregado  por ella misma en persona.  Para ello  debía llevar puestas sus famosas joyas y las llaves de la fortaleza.....pero había algo más.... Cuando leyó los demás detalles de la rendición Carlota lanzó una maldición mientras arrugaba con rabia el papel.

  • Cerdo, asqueroso, dijo para si,......

Sin embargo, no tenía otra alternativa y debía cumplir todo al pie de la letra o si no le harían eso tan horrible a su hermana.....

Conforme a los acuerdos de rendición, los guardias del castillo echaron el puente levadizo y levantaron el rastrillo dejando paso libre a las tropas de Rais, sin embargo, por el momento sólo entraron ocho guardias escoltando a Jacques y a otros tres verdugos.

Al verlos entrar al patio de armas desde sus habitaciones Carlota pensó que hubiera sido una buena oportunidad para colgar a ese cerdo de una almena, en cambio ahora tenía, tenía que..... La joven respiró profundamente resignándose a su suerte.......

Los guardias quedaron abajo, pero Jacques y los otros tres sayones irrumpieron en las habitaciones de la vizcondesa abriendo brutalmente la puerta. En ellas les esperaba ella sóla auxiliada únicamente por su criada Julie. Ambas mujeres se estremecieron al ver entrar a esos brutos en sus aposentos pero ninguna de las dos se movió ni hizo nada por defenderse.

Por su parte, viendo a las dos mujeres solas, los cuatro verdugos sonrieron dándose codazos unos a otros.

Encima de una mesa Jacques pudo ver las joyas de la vizcondesa y asintió satisfecho comprobando que se estaba respetando el acuerdo.

  • ¡Mi señora!, dijo Jacques en tono de burla haciendo una hipócrita reverencia.

Carlota le miró con odio.

  • Vamos, acabemos de una vez, verdugo, haz tu trabajo.

  • Vos lo habéis dicho, dijo él sonriendo con lujuria y, mostrándole un juego de sogas y un ridículo sombrero de bufón, le dijo.

  • Desnudaos.

Carlota lanzó una mirada furibunda hacia ese individuo y se quedó inmóvil.

  • ¿Acaso preferís que os arranquen la ropa mis hombres?.

La señora volvió a mirarle con desprecio pero finalmente obedeció, así  se fue desabotonando el vestido con rabia y acto seguido se fue despojando de su ropa  ante los ávidos ojos de esos cuatro sádicos sayones.

Jacques estaba acostumbrado a atar a mujeres desnudas pero era la primera vez que lo hacía con una mujer de la nobleza. Había que reconocer que eso tenía un singular morbo. El muy cerdo no perdió detalle mientras la vizcondesa se desnudaba en su presencia. Y al ver las verguenzas de su bello cuerpo hizo algún comentario  soez a sus compañeros que fue respondido por molestas risotadas.

Carlota no dejó de mirar desafiante al verdugo mientras se desnudaba. Para ella era una humillación inconcebible pero además la verguenza era doble pues entregarse a sus verdugos de esa manera le estaba poniendo involuntariamente cachonda.

Una vez completamente desnuda, ni siquiera se molestó en taparse. La misma Carlota puso los brazos a la espalda y se los ofreció a los sayones para que se los ataran.

Estos se quedaron un momento alelados ante la rpeentina sumisión de la bella mujer, pero no se hicieron de rogar, de modo que entre más risas y obscenidades apartaron de su señora a Julie y empezaron a maniatar a esa diosa desnuda. Para ello, Jacques le alineó bien los brazos a su espalda mientras otro  le ataba con una fuerte soga los codos y las muñecas. Esta vez los verdugos se emplearon a fondo,  nudo tras nudo, apretando bien la cuerda,... incluso un poco más de la cuenta.

Al apretar las sogas de los antebrazos, los pechos de Carlota, un tanto abultados para su delgado torso, se proyectaron hacia delante de una forma antinatural mientras sus omóplatos se deformaban por efecto del bondage. Entonces para horror de la joven, Jacques rodeó las bases de sus pechos con la áspera soga apretándolos todo lo que pudo.

Carlota jadeaba mientras las cuerdas laceraban su delicada piel y los nudos se clavaban en sus carnes, por supuesto los verdugos aprovecharon para tocarla por todas partes y propasarse con ella con la excusa de que la estaban atando. La bella joven dejó de resistirse, cerró los ojos al sentir cómo las sogas presionaban sus mamas y todas esas manos la tocaban y acariciaban sin recato. En el fondo cada vez estaba más excitada....

  • ¿Estáis cómoda, mi señora?, dijo Jacques en tono de burla mientras acariciaba los dos pechos de Carlota que parecían a punto de estallar. Ésta tuvo que mirar a otro lado asqueada de que sus pezones crecieran  entre los dedos del sádico verdugo. Si éste lo hubiera comprobado se hubiera dado cuenta de que la entrepierna de Carlota estaba toda mojada.

  • Ja, ja, dijo él al ver las tetas de Carlota con ese aspecto tan antinatural. Así desnuda sois como las demás,.....vizcondesa, sólo una puta más. Muy bien, y ahora las joyas.

La propia Julie le puso el collar y colgó del mismo las pulseras y  las llaves del castillo. Sin embargo fue Jacques el que cogió los pendientes y con la punta del pulgar comprobó con disgusto que el enganche pinchaba de verdad.

  • Ya sólo faltan los pendientes, mi señora, dijo mirándola a los pechos que ya estaban de color azul y exageradamente empitonados...... Pero esta vez no los llevaréis en las orejas.

  • Cerdo.

  • Amordazad a la prometida de nuestro señor, dijo Jacques al oír el insulto, no quiero que sus gritos  alarmen a la guarnición.

Brutalmente, uno de los ayudantes la amordazó con un palo transversal en la boca y tras atárselo a la nuca con una correa, la agarró con fuerza para que Jacques le pusiera los pendientes. Para ello, el muy bestia cogió uno de sus pechos, lo estiró más aún con los dedos, y, dirigiendo la punta del pendiente, se lo empezó a clavar por la base del pezón con intención de traspasarlo de parte a parte.

En contra de la previsión  del verdugo, Carlota no gritó, sino que decidió soportar el dolor con estoicismo. En lugar de gritar, cerró los ojos, todo su cuerpo tembló y dos gruesos lagrimones cayeron de sus bellos ojos.

  • ¡Que valor, mi señora!, dijo Jacques dejando que el pendiente colgara de la punta del pecho, lo vais a necesitar cuando os torture de verdad. Y sin mostrar la más mínima  compasión le clavó aún más despacio el otro pendiente en el otro pecho. Carlota soportó nuevamente aquello sin gritar y tuvo que hacer serios esfuerzos para no orinarse encima.

Ya tenían casi preparada a la Vizcondesa para que, como detallaba el acuerdo de rendición, ella misma rindiera el castillo de esa manera tan humillante. Pero antes, para aumentar su vergüenza, le pusieron en la cabeza el gorro de bufón. Se trataba de un colorido gorro terminado en cuatro cuernos de los que pendían sendos cascabeles.

  • Ja, ja, ja, nunca había visto un bufón con  tetas.

  • Sí, ja, ja, ja.

Tras reírse de ella y darle varias bofetadas en las tetas y el culo, le  ataron los tobillos entre sí para que anduviera dando saltitos y le pusieron un dogal en el cuello.

  • Y ahora camina zorra.

Uno de los verdugos le pinchó con un punzón en el culo y Carlota lanzó un grito tras lo que dio un torpe traspiés y un pequeño salto. Los cascabeles sonaron y los hombres volvieron a reir

  • Ja, ja, parece una cerda atada camino del matadero, vamos, camina, ya verás lo que te espera.

Así uno de los verdugos la forzó a bajar las escaleras una a una tirando del dogal mientras el otro la obligaba a caminar con el punzón clavándoselo cada tanto en el trasero y el tercero le daba puntapiés.

Por su parte, Jacques se quedó a solas con Julie. Cuando vio que la señora desaparecía escaleras abajo, y dejó de oirse el chin chin de los cascabeles, miró a ésta cruelmente.

  • Bueno, preciosa, ahora te toca a ti, le dijo mostrándole otra soga.

  • ¿Qué, qué quieres decir?

  • Que vas a acompañar a tu señora, desnúdate.

En realidad, Julie no se podía hacer ilusiones sobre lo que le esperaba a ella misma, así que sumisamente empezó a despojarse de su ropa.

  • ¿Qué vas a hacer conmigo? Dijo ella llorando ya desnuda mientras se dejaba  atar los brazos a la espalda.

  • Ya te dije que terminarías siendo mía, eres un regalo que el Barón de Rais me hace por los servicios prestados, no te preocupes, no dejaré que nadie más te toque, sólo yo lo haré.

Julie sollozó y lloró por su suerte mientras el verdugo terminaba de atarla. Rogó y rogó a Jacques que al menos no la torturase pero no obtuvo ningún consuelo ni promesa. Una vez maniatada y amordazada, Jacques le acarició todo el cuerpo, le puso el dogal al cuello y se la llevo hacia abajo como trofeo.

La humillación de Carlota de Challans fue total al tener que exponerse ante sus súbditos así desnuda y maniatada y con ese ridículo gorro en la cabeza. Antes de nada la pasearon por el patio dando unas cuántas vueltas  a saltos y no ahorrándole pinchazos con el punzón. Viéndola así, sus soldados miraban a su antigua señora con una mezcla de pena y rabia. Esa mujer parecía ahora una esclava condenada y no una vizcondesa, esos soldados ya nunca podrían obedecerla ni tener respeto por ella. De esa manera tan brutal, el Barón de Rais demostraba a todos que él era ahora el  único señor.

Derrotados y humillados, los soldados de Challans entregaron pues sus armas y los de Rais fueron ocupando muros y torreones, sin embargo, el Barón en persona se quedó esperando a la salida del puente levadizo para que fuera la propia Carlota le que le entregara las llaves. Efectivamente la joven cruzó el puente a trompicones arrastrada por los verdugos y espoleada por el punzón en su trasero. Cada vez que la pinchaban con eso en el culo, Carlota gritaba, lloraba y se retorcía de dolor, pero tenía que seguir caminando a saltos. Al verla llegar en ese lamentable estado el sádico Barón lanzó una sonora carcajada.

Entre ásperas órdenes e insultos, los verdugos volvieron a tirar de ella y haciéndola tropezar otra vez la arrastraron hasta el Barón.

Lógicamente las tetas de Carlota ya completamente azules, temblaron rídiculamente y con ellas los pendientes que colgaban de sus pezones. Los cascabeles no dejaban de sonar en ningún momento. La muchacha compareció ante su nuevo señor jadeando y con lágrimas en los ojos totalmente humillada.

  • Oh querida, dijo Rais mirándola con lujuria, así las joyas te favorecen más aún. Decididamente  las llevarás el día de nuestra boda. ¿Qué opinais de la novia Beatriz?.

  • Os felicito por vuestro buen gusto Barón. Esos pechos amamantarán a vuestro hijo mejor que cualquier nodriza.

  • Sí y después de eso amamantará a todos los soldados del castillo, ja, ja, ja.

Diciendo esto el Barón se agachó y le quitó los pendientes de las tetas arrancando un grito de dolor de la joven.

Todos se rieron para mayor humillación de Carlota que en ese momento tenía los pezones extraordinariamente gruesos y enrojecidos por el castigo. La joven sentía los ojos de todos aquellos hombres brutales en su joven cuerpo y eso le hacía enrojecer de ira y verguenza. Imaginaba que tarde o temprano la violarían o algo peor.

Entonces pudo ver cómo traían a su hermana Laure también desnuda y maniatada. En ese momento pensó que al menos con su sacrificio la había salvado de ser desollada. Aún pensaba que su hermanita había intentado sacrificarse por salvar el castillo y desconocía que Laure se había entregado al Barón por propia voluntad y que así había provocado indirectamente su rendición. Laure miró también a su hermana y viendo su lamentable estado se sintió culpable. Las hermanas no se podían sostener la mirada una a la otra avergonzadas por la situación en que se encontraban.

Un rato después llegó Jacques con Julie y los guardianes obligaron a las tres mujeres desnudas a arrodillarse delante del caballo del Barón en señal de sumisión. Gilles las volvió a mirar satisfecho y entonces  dio una seca orden.

  • Metedlas en el carro y llevadlas a Tiffaugues.

Para conducir a las prisioneras hasta la guarida del Barón trajeron un carro con una sólida jaula de hierro sólo apta para transportar en su interior a una persona. En principio la habían preparado sólo para Carlota, pero al Barón le pareció divertido que en ella se hacinaran las tres mujeres e hicieran así, en tan incómoda postura,  los tres días de marcha que les separaban de Tiffauges.

Sin siquiera desatarlas, los guardias las introdujeron en la jaula y con las tres en su interior se las vieron y desearon para cerrar la puerta con cerrojo.

  • Ja, ja, parecen pájaros enjaulados, dijo Beatriz caracoleando en su caballo alrededor de la jaula, y arrebatando el punzón al verdugo se divirtió un rato pinchándolas con él en el trasero y las piernas.

  • AYYY; MMMH

  • Y ahora en marcha, dijo Rais mirando ese amasijo de carne desnuda entre los hierros de la jaula, estoy impaciente de llegar a Tiffauges.

La comitiva s epuso en marcha escoltada por una cntena de soldados. Mientras se dirigían al castillo, Beatriz cabalgaba junto a su señor....

  • Debéis mandar ejecutar a esa en cuanto lleguemos a Tiffauges, mi señor.

  • ¿A cuál te refieres, querida?

  • A esa Laure.

  • ¿Por qué?

  • Como sabéis muchas prisioneras se quedan preñadas  de los verdugos y guardianes, dijo Beatriz. Por muy bastardo que sea, si le nace un hijo, tendrá sangre de los Challans y en un futuro puede  convertirse en una amenaza para vuestro heredero. Debéis ejecutarla inmediatamente.

El Barón se quedó un rato pensativo, Beatriz siempre le daba buenos consejos.

  • No Beatriz, no lo haré, al menos por el momento, contestó Gilles, la hermana es una baza para controlar a mi prometida. Ya has visto cómo gracias a ella he conseguido rendir el castillo.

  • Pero ¿y si?...

Sin embargo no terminó de decir la frase, en su lugar Beatriz se quedó pensativa, aquello podía ser un problema, pero entonces, de repente   un sádico brillo asomó a sus ojos.

  • Tenéis razón, quizá haya otra solución, dijo enigmáticamente.

Y siguieron cabalgando.

El resto del “botín humano” capturado en la batalla, al que se sumaron  otras veinte doncellas y criadas del castillo, fue conducido a pie hasta Tiffauges, cosa en la que aquellas ochenta y pico desgraciadas invirtieron siete penosos días.

Una vez en el patio de armas de Tiffaugues, sacaron a las tres mujeres de la jaula y tras entrar al interior del fatídico torreón las condujeron directamente a una de las cámaras de tortura.

Antes de empezar con ellas, las tres fueron atadas con los brazos en alto, una junto a la otra. Los verdugos estiraron tanto las sogas que las tres jóvenes apenas llegaban al suelo con las puntas de los dedos. Por supuesto las amordazaron  y las dejaron en esa incómoda postura tres o cuatro horas.

Al salir de la cámara de tortura cerraron la puerta tras sí dejándolas en una casi total oscuridad. Los braseros de la mazmorra estaban apagados y  sólo una débil luz entraba a través de una claraboya.

En el silencio y oscuridad de aquel lugar de pesadilla, el frío y la humedad eran muy intensos, de hecho, las tres mujeres tiritaban visiblemente, pero nadie excepto ellas mismas podían oír sus quejas ahogadas por las mordazas.

Poco a poco sus ojos se fueron acostumbrando a la tenue luz, pero apenas si podían ver algo, sólo se adivinaban sombras. Aquel lugar parecía estar lleno de cosas, pero no era posible distinguirlas.

Aún pasaron unas horas más que a las tres mujeres les parecieron siglos, cuando se oyeron pasos en el exterior y se abrió la puerta chirriando sobre sus goznes. Un hombre con una antorcha y un pesado cubo apareció por ella cojeando y la volvió a cerrar. El hombre se acercó a ellas bufando y entonces pudieron verle la cara.

A la luz de la antorcha, ese ser les debió parecer un demonio salido del infierno, pues se trataba de un ser deforme, jorobado y recontrahecho. El tipo dejó el cubo en el suelo y se quedó un rato mirando a las tres mujeres. Entonces puso una sonrisa de idiota mostrando que sólo le quedaban un par de dientes en la boca. Se trataba de Armand, una especie de retrasado que tenían en el castillo para hacer trabajos sucios.

El jorobado ni siquiera habló, sino que lanzó un gruñido de satisfacción y se puso a encender fuego en una especie de horno. Pronto se hizo la luz y entonces las tres muchachas sintieron que se les helaba la sangre en las venas.

Ante sus ojos aparecieron como por arte de magia los más diabólicos instrumentos de tortura. Julie comprobó entonces que los rumores sobre Tiffaugues no eran exagerados. Aquello parecía efectivamente la entrada del infierno..... o el infierno mismo, y ellas estaban condenadas en él.

El hombre siguió a lo suyo desentendiéndose de las tres mujeres que intentaban decirle algo muy nerviosas.

  • MMMM, MMMH. Les respondió él imitando el sonido que hacían con las mordazas y siguió enredando en sus cachivaches.

Con cierto estrépito cayó rodando una jaula metálica al suelo y tras inspeccionarla con cuidado, Armand la puso derecha. Acto seguido y haciendo un ruido ensordecedor se puso a empujar un enorme armatroste para situarlo en el centro mismo de la sala. Se trataba de un  potro de tortura más grande de lo normal.

Entonces el hombrecillo miró a las mujeres, sonrió y cogiéndose el hombro izquierdo con la otra mano, hizo un gesto brusco  como si se  desprendiera el brazo del cuerpo.

  • Potro, estira, brazo zaas, ja, ja, ja.

Evidentemente desde su mente estúpida les estaba explicando cómo funcionaba el potro. Las tres jóvenes le entendieron perfectamente y el corazón les empezó a latir con fuerza.

Nuevamente volvieron a gemir pidiéndole que les soltara.

Ignorándolas otra vez, el tipo se puso entonces a accionar el torno del potro y al comprobar que chirriaba se puso a engrasarlo cuidadosamente con una brocha.  Así estuvo un buen rato y después hizo lo mismo con el mecanismo de tres peras vaginales que depositó sobre la tabla. Luego se tomó su tiempo en limpiar diferentes instrumentos de tortura que fue depositando sobre el potro en buen orden: tenazas, cepillos hechos de cerdas metálicas, un desgarrador de senos, uñas de gato, aplastapulgares, rodillos y consoladores erizados de pinchos así como una gran variedad de látigos.

Al ver todo aquel horror las chicas sudaban de miedo a pesar del frío pero ya no volvieron a protestar, era completamente inútil.

Entonces, el tipo cogió el desagarrador de senos, se acercó a las tres mujeres esgrimiéndolo  ante sus ojos, y con una risotada idiota se puso a acariciar las tetas de Carlota con sus puntas de hierro.

  • Ja, ja, arrancar teta,  desgarrar, ah, ah.

La pobre Carlota cerró los ojos y torció la cabeza sin dejar de gritar ni protestar sintiendo las frías puntas de ese instrumento infernal sobre la delicada piel de sus senos.

Luego Armand le acarició los senos a Julie y  ésta se puso a llorar histérica, por último tras hacer lo mismo con Laure, dejó otra vez el desgarrador en la mesa. Entonces acercó a las condenadas el balde que estaba lleno de agua. En ese momento Armand tuvo un gesto humanitario pues sacó una esponja del cubo y poniéndosela a Julie en la boca la presionó dándole así de beber. Luego lo hizo con las otras dos que también estaban muertas de sed.

Hecho esto, volvió a mojar la esponja en el cubo y se puso a limpiarlas. El hombre se tomó su tiempo para limpiar a las tres mujeres a conciencia. Mientras lo hacía se notaba que el muy cerdo disfrutaba de lo lindo, pues aprovechó todo lo que pudo para sobarlas y tocarlas donde quiso valiéndose de que estaban completamente desnudas e indefensas. Al de un rato Armand mostraba una impresionante erección bajo sus calzones.

Quizá por eso, cuando terminó de limpiarlas se puso a unos metros de ellas y sin dejar de mirarlas se sacó la polla y empezó a masturbarse como un mono salido. Las chicas le miraron asqueadas e incluso torcieron el gesto para no ver lo que hacía.

En realidad, Armand estaba eligiendo entre ellas mientras se la meneaba despacio, y al de unos segundos escogió a Carlota. De este modo, para horror de las chicas ese tipejo se acercó a ellas y sin siquiera guardarse el miembro se situó frente a Carlota y le empezó a lamer las tetas con toda su lenguaza.

  • MMMMM

La joven Carlota se puso a protestar asqueada.

  • Armand gusta tetas, chupa tetas.

Y entonces pasó de un pezón a otro lamiéndolo con toda la lengua y los labios, y metiéndoselo en la boca hizo como que mamaba de él.

La pobre Carlota gritaba histérica mientras notaba la baba de ese ser repugnante deslizándose  por su vientre y la punta de su pene tocándole el coño y los muslos. A pesar de eso Armand no paró de comerle las dos tetas alternativamente, metiéndolas bien en la boca y succionando con todas sus ganas. Por supuesto, el tipo no dejó de masturbarse en ningún momento.

Carlota estaba profundamente asqueada pero en un momento dado sintió que se excitaba más de lo debido. Si ese cerdo le tocaba el coño lo más probable es que se corriera. ¡Ese monstruo, ese ser deforme le iba a provocar un orgasmo!, no podía ser. Carlota luchó y luchó pero no podía más, sus pechos eran demasiado sensibles. Ya le faltaba poco para correrse, cuando de pronto sintió que le salpicaba el vientre un líquido tibio y vio cómo el tipo se estaba corriendo encima de ella pringándola de esperma.

Justo en ese momento, se abrió la puerta de la cámara de tortura.

Jacques se lanzó a por el hombrecillo hecho una fiera.

-¡Armand, so cerdo, te he dicho mil veces que no toques a las prisioneras!.

Y de dos tortazos le puso en fuga, gimiendo y balbuciendo Armand ni siquiera tuvo tiempo de guardarse la polla y salió corriendo de la cámara de tortura como alma que lleva el diablo.

  • Y no quiero volver a verte por las mazmorras  ya me buscaré a otro que limpie esto.

Entonces Jacques vio el vientre de Carlota manchado de esperma.

  • Será puerco, dijo, espero que no se la haya follado. Por cierto, de esto ni una palabra u os las tendréis que ver conmigo, ¿está claro?.

Los otros cuatro verdugos que acompañaban a Jacques afirmaron con la cabeza.

  • Estaría bueno que ese subnormal sea el padre del próximo Barón de Rais,.... no, parece que sólo se le ha corrido encima, no se la ha follado.

  • ¿Entonces, aún piensa casarse con ésta?, dijo uno de los verdugos.

  • Sí, y me ha encargado deciros expresamente que a ella está prohibido tocarla, así que ni torturas ni violaciones, al menos por el momento. Ah y a la hermana tampoco podéis hacerle nada por delante, Beatriz lo ha prohibido.

  • ¿Y por detrás?

  • De la boca y del culo no ha dicho nada así que imagino que podéis hacer lo que queráis.

  • Ja, ja, ja.

  • Ah, y por supuesto a ésta otra tampoco la vais a catar, porque es mía por entero, dijo acariciando a Julie a pesar de sus protestas. Está bien, y ahora meted a la prometida del señor en esa jaula, no me fio de vosotros.

Los otros cuatro verdugos  cogieron a Carlota y tras desatarla y evitar sus patadas y golpes la metieron en una jaula de un metro de altura y cerraron la puerta con un candado. La joven tuvo que quedarse en cuclillas en aquella claustrofóbica jaula en la que apenas cabía.  Entonces los verdugos la izaron en el aire aproximadamente a dos metros del suelo y allí la dejaron como un pájaro enjaulado.

Entre tanto, Jacques permanecía delante de las otras dos esclavas decidiendo qué era lo primero que iba a hacer con ellas. El hombre recorrió con sus ojos los cuerpos desnudos de las dos jóvenes. Ellas jadeaban de cansancio y miedo, Julie estaba a punto de echar unas lágrimas, pero Laure le miraba desafiante inyectada de lujuria.

  • Tengo buenas noticias, dijo el verdugo, por ser el primer día  no voy a ser muy duro con vosotras,

Jacques se fue hasta Laure y se puso a acariciarle los dos pechos y terminó pellizcándole los pezones. La chica entrecerró los ojos y se puso a gemir de placer. De su entrepierna ya se deslizaban frías gotas que le hacían cosquillas en los muslos.

  • Enseguida nos vais a enseñar cómo folláis, preciosas,  dijo él, pero primero unos latigazos, para que sepáis quién manda.

El verdugo le dio una nalgada a Laure con todas sus ganas y le dejó la mano marcada.

Muy excitados, los sayones se prepararon para disfrutar de la flagelación. Ya venían un poco bebidos, se sentaron en el potro y siguieron emborrachándose pasándose una botella que habían traído. Mientras  tanto, Jacques cogió una vara flexible y se puso a zumbar con ella en el aire.

Las dos jóvenes miraban alarmadas sus movimientos y de repente, sin más le propinó un fustazo en el culo a Laure.

  • ZZAAAASS

  • MMMMMMMHH

La joven tembló lanzando una lastimero grito mientras levantaba las piernas involuntariamente.

  • Qué bien suena tu culo, toma otro zorra

  • ZAAAASS

  • MMMMHHH

Un segundo fustazo le dejó otra marca en las nalgas paralela a la anterior que ya estaba roja. Con toda su rabia, Jacques le dio la tercera, la cuarta y hasta veinte fustazos más dejándole el culo y los muslos en carne viva.

Laure gritó y lloró y con ella Carlota que veía impotente desde la jaula cómo atormentaban a su hermana. Entre tanto Julie sudaba de puro miedo pues adivinaba que ella era la próxima.

  • Y ahora te toca ti preciosa, prepárate, le dijo Jacques a Julie.

Como había hecho con Laure, Jacques esgrimió la fusta y a pesar de los gestos angustiosos de la joven pidiendo clemencia, le midió el trasero hasta veinte veces con la vara entre gritos y convulsiones descontroladas.

Tras esto dejó a las dos chicas descansar.

En realidad lo de la fusta sólo fue el primer tercio, pues seguidamente vino el látigo de cuero. Antes de usar el látigo, los verdugos cogieron la pierna izquierda de Laure y separándola de la otra s ela forzaron para ponerla horizontal, entonces ataron el tobillo a una argolla que colgaba del techo. Con Julie hicieron lo mismo, solo que con la pierna derecha. De este modo, las dos quedaron en una postura aún más incómoda con las piernas abiertas y la entrepierna indefensa y expuesta al flagelo.

Esta vez los latigazos se los dieron a las dos a la vez dos verdugos con sendos  látigos de cuero corto y flexible que se adaptaba muy bien a las curvas de su cuerpo.  Nuevamente se repitieron esos gritos angustiosos acompañando a los estallidos del cuero contra la piel. Las dos jóvenes se debatían inútilmente en sus ataduras entre gritos y lloros, mientras el látigo les marcaba una y mil veces. Especialmente doloroso era cuando el cuero se enroscara en la misma entrepierna. Entonces las dos gritaban desesperadas. Al de un rato las dos chicas ya tenían el sexo y la parte interior de la nalgas irritadas y enrojecidas.

Carlota, permanecía entre tanto en la jaula como espectadora involuntaria. La joven estaba aterrorizada, pero en cierto modo también se empezó a excitar. Igual que le pasó la otra vez, Carlota no pudo evitarlo y empezó a tocarse, primero sólo un poco, sin embargo, llegó un momento en que ya no pudo más y se empezó a masturbar disimuladamente.

Poco podía sospechar ella que en la mazmorra de al lado se encontraran Gilles de Rais y Beatriz espiando la sesión de tortura y haciendo el amor.

  • Dime mi señor, dijo Beatriz abrazándose al Barón. ¿Qué tienes preparado para Carlota?

Éste se limitó a sonreir a su amante con crueldad.

(continuará)