El Mariscal del Infierno (04)

Carlota se marcha de Tiffaugues y vuelve a su casa pero la pesadilla continúa

El Mariscal del Infierno. Capítulo Cuarto.

Dos dias después y como si se despertara de una pesadilla, Carlota de Challans volvió por fin a su casa y se reencontró con su padre. Los días y semanas siguientes hizo todo lo posible por olvidar lo que había ocurrido en Tiffaugues y en cierto modo consiguió borrar ciertas cosas  de su mente. Sin embargo, no podía sacarse de la cabeza todo  lo demás. Especialmente cuando hacía el amor  con Julie o simplemente se masturbaba, acudían a ella las escenas de la cacería, la cámara de tortura o especialmente la sangrienta ejecución de la pobre Marie.

Muy a menudo Carlota soñaba que era a ella misma a la que exponían desnuda y maniatada ante ese pueblo cruel y vociferante y luego la ataban sobre una rueda para ejecutarla. Todo aquello le producía una inexplicable excitación que le ayudaba a llegar al orgasmo, aunque también le hacía sentirse culpable y sucia.

Carlota consiguió ocultar todo esto a su padre, el Vizconde de Challans, sin embargo no pudo hacer los mismo con Laure, su hermana pequeña.

Laure era una jovencita delgada y vivaracha de dieciocho años. Rubia como Carlota, no tenía un cuerpo de formas tan generosas pero también era muy bella. La madre de ambas había muerto al dar a luz a la pequeña, quizá por eso Carlota sentía debilidad por su hermanita y la quería más que a nadie, incluso más que a Julie.

Al contrario que Carlota, Laure nunca habia mantenido relaciones con otra mujer, sin embargo, desde muy pequeña había cultivado otro tipo de oscuros deseos.

Para decirlo de una manera simple, Laure era una masoquista, de niña disfrutaba en silencio las raras ocasiones en que recibía castigos físicos de parte de su padre o su preceptor y había aprendido a masturbarse fantaseando con éstos. Desgraciadamente para ella, según iba creciendo y ese deseo se hacía cada vez más intenso, ese tipo de castigos fueron desapareciendo.

Por otro lado, Laure no había tenido ninguna experiencia con hombres. A la joven le aburrían  esos petimetres de la nobleza, siempre demasiado educados, que intentaban cortejarla. Lo que verdaderamente le ponían a cien eran los rudos campesinos o los endurecidos mercenarios que la miraban de arriba abajo con los ojos inyectados de deseo y lujuria. La joven se hubiera entregado a ellos sin dudar si no fuera por la estrecha vigilancia de su padre y sus preceptores

Cuando se enteró por Julie de la aventura de su hermana, Laure hizo todo lo posible por sonsacarle lo que había pasado en Tiffaugues y no paró hasta que Carlota le confesó todos los detalles.

Carlota se había jurado a sí misma ocultar lo ocurrido a toda su familia, pero nunca había tenido secretos con su hermana pequeña y al fin y al cabo necesitaba descargar su conciencia con alguien, de modo que terminó por contarle todo, incluso lo que le hizo Rais en la cámara de tortura.

Laure seguía fascinada el relato de Carlota, reteniendo cada detalle para marchar seguidamente  a sus habitaciones y masturbarse imaginándose las escenas. También interrogó repetidamente a Julie que le habló sobre todo del cruel Jacques que aún le impedía conciliar el sueño.

Tanto se le calentaron los cascos con todo aquello, que Laure llegó a hurdir un plan para disfrazarse y escapar del castillo de su padre. Después llegaría por cualquier medio hasta la guarida del Barón de Rais y allí....

En su locura masoquista Laure se veía a sí misma realizando un robo torpemente para después dejarse capturar por los hombres del Barón. Una vez en sus manos, la joven ocultaría su verdadera identidad por muy brutales que fueran los tormentos. Después lógicamente sería ejecutada como ladrona y ella ya no podría hacer nada. Las fantasías de lo que le harian en las mazmorras o el patíbulo le hacían estallar de placer cada vez que se masturbaba.

Sin embargo, Laure nunca reunió suficiente valor para hacer realidad su fantasía y alguna vez que se alejó del castillo de su padre más de dos leguas, los hombres de éste salieron a buscarla y ella se excusó con cualquier pretexto.

Los meses pasaron y la normalidad pareció volver a la casa de Carlota, cuando repentinamente, un día, un mensajero trajo una sorprendente noticia. El mensajero advertía  que al día siguiente el Barón Gilles de Rais, Mariscal de Francia  visitaría al Vizconde de Challans con la intención de pedir la mano de su hija y heredera Carlota.

Cuando Carlota supo aquello por su padre, un relámpago de sorpresa e indignación recorrió todo su ser. ¡Ella la mujer de ese monstruo!. ¡Sería lo último que haría en su vida!. Como decimos, el padre de Carlota no sabía nada de lo ocurrido en Tiffauges, por ello se tomo la oferta del Baron como un gran honor. Al fin y al cabo no tenía hijos varones y ese matrimonio significaría la formación de un poderoso feudo.

Por supuesto Carlota contestó a su padre que nunca accedería a semejante matrimonio.

Sin entender muy bien el rechazo de su hija, el Vizconde volvió a explicarle las ventajas de una unión así, argumentó además que en el pasado había manifestado simpatías por los ingleses cosa inconveniente ahora que la estrella de Francia estaba en alza. En esa difícil situación la alianza por matrimonio con el Mariscal de Francia le podía resultar muy ventajosa.

Padre e hija tuvieron una fuerte discusión. La obstinada negativa de Carlota a ese matrimonio le hizo olvidar por un momento la debilidad que tenía hacia su querida hija hasta el punto que tuvo palabras muy duras con ella..... No obstante Challans terminó aceptando su decisión. Eso sí, al menos le pidió que recibiera al Barón y se pensara lo del matrimonio, y si al final tenía que rechazarlo que lo hiciera con toda diplomacia y cuidado. No era conveniente desafiar a un hombre tan poderoso.

Efectivamente al día siguiente llegó el Barón Gilles de Rais con una nutrida tropa y fue recibido en el castillo con todos los honores. Para su desagrado, Carlota vio que  le acompañaba su amante Beatriz, toda una falta de delicadeza teniendo en cuenta que venía a pedir su mano. También venían con ellos el cruel verdugo Jacques  y toda su corte de magos y charlatanes.

Nadie percibió la tremenda excitación de la pequeña Laure. Cuando le fue presentada a Rais éste besó su mano mirándola con lujuria mal contenida. Por su parte Laure sintió un escalofrío de placer ante esa mirada.

Tras acomodar a sus invitados convenientemente, se terminó de ultimar la suntuosa cena en su honor y el Vizconde volvió a insistir a su hija para que reconsiderara su decisión. Nuevamente la respuesta de Carlota fue negativa, entonces le pidió que hiciera el favor de ponerse las joyas de su difunta madre, pues el propio Barón así se lo había pedido.

Las joyas de los vizcondes de Challans eran famosas por su valor pues habían sido realizadas por hábiles orfebres bizantinos que habían combinado en esa obra de arte una gran cantidad de oro, diamantes y esmeraldas llegadas de lejanas tierras. Constaban de  dos elegantes pendientes, pulseras y sobre todo, un  valiosísimo collar.

Con desgana, Carlota decidió ponérselas y se preparó concienzudamente para presentarse más bella que nunca ante los ojos del Barón de Rais. En cierto modo era una venganza  para que ese hombre viera de cerca aquello que nunca tendría. Rais nunca estaría más cerca de sus joyas ni de ella, ni tocaría las riquezas que ella heredaría a la muerte de su padre. ¡Bien sabía Carlota qué era lo que buscaba Rais en ese matrimonio!.

Cuando la rica heredera apareció en la sala del banquete todos se levantaron y aplaudieron al ver la belleza de la novia. El propio Barón de Rais se levantó  impresionado de su silla y fue hasta ella, se arrodilló y dirigiéndole un piropo, le  beso la mano. Después la acompañó hasta la mesa para que se sentara a su lado y estuvo toda la cena dedicándole sus atenciones. Por consideración a su padre, Carlota soportó aquello y fingió como mejor pudo. La cena discurrió aparentemente bien, amenizada con música y las piruetas de dos equilibristas bailarines.

Sin embargo, en un momento dado, el Barón de Rais, que daba la boda por hecho, hizo un comentario inoportuno al vizconde, brindando por el próximo descendiente  de las casas de Rais y Challans.

Mientras todos levantaban sus copas Carlota imaginó los actos que tendría que hacer con ese sujeto para concebir a ese futuro hijo y a su mente acudió otra vez la escena de la cámara de tortura. Seguramente debería asistir a una escena similar en que una pobre jovencita sería torturada y violada salvajemente mientras el barón la penetraba una y otra vez. Lo que era peor. Quizá su propio hijo terminara siendo un ser cruel y despreciable como lo era el Barón de Rais.

Ese pensamiento fue del todo insoportable para ella y ante el odioso brindis se levantó indignada tirando la silla.

  • Mi señor de Rais, le dijo con rabia y casi llorando. Habéis de saber que vos sois el último hombre en la tierra con el que me uniría en matrimonio y con el que aceptaría tener un hijo.

Todos se quedaron lívidos, pero Carlota continuó.

  • Por vuestra brutalidad y perversidad he de deciros que vuestra propuesta de matrimonio me ofende y humilla. Por eso la rechazo, con toda mi alma. Adios señor, y esta vez hasta nunca.

Y airadamente Carlota abandonó la sala del banquete.

De nada sirvieron las patéticas disculpas del Vizconde de Challans por el comportamiento de su hija. El Barón de Rais se retiró inmediatamente a sus habitaciones protestando que jamás en la vida había sido tratado tan mal y  que nunca olvidaría esa ofensa.

La cosa quedó así, pronto se apagaron las luces del festejo y cada cual se retiró a sus habitaciones, los más con el corazón apesadumbrado por la desagradable escena.

La noche y el silencio se apoderaron de la fortaleza de Challans.

Eran las tres de la mañana y hacía ya rato que no había luces ni ruidos en el castillo cuando una figura se deslizaba en silencio por los corredores. Subrepticiamente se acercó hasta la puerta de la cámara donde dormía Gilles de Rais pero el centinela que la guardaba despertó de un salto. Con un gesto de la mano la figura pidió al centinela que no levantara la voz.

Un momento después el centinela tocó a la puerta y despertó al Barón.

  • ¿Quién viene a importunarme a estas horas?, dijo  levantándose del lecho.

  • Dice que es la hija del Vizconde, dijo en susurros, quiere hablar con vos.

Gilles de Rais sonrió triunfante, seguramente Carlota se arrepentía del insulto y venía a pedirle perdón, quizá su padre la había convencido finalmente.

  • Que pase, dijo resueltamente.

Una figura encapuchada cubierta por una amplia capa negra entró así en los aposentos del Barón.

  • Déjanos solos, ordenó éste al guardia.

En cuanto la puerta se cerró el Barón se sentó en una silla.

  • Quítate la capucha bella Carlota, dijo por fin, aquí nadie puede verte.

Pero cual fue su sorpresa cuando descubrió que no era Carlota.

  • Sé que no me esperábais Barón, espero no decepcionaros.

  • Laure, ¿qué haces tú aquí?.

  • Mi señor, antes que nada quiero pediros disculpas por el insulto de mi hermana, sólo es una orgullosa presumida y no sabe la suerte que tiene de que un hombre como vos la pretenda.

  • ¿De verdad?

  • Sí, mi señor.

El Barón de Rais no sabía a qué carta quedarse, ¿a qué venia esa a escondidas?

  • Dime muchacha, ¿Si tú hubieras sido tu hermana, habrías aceptado?

  • Por supuesto mi señor.... de hecho...

  • De hecho ¿qué?.

  • De hecho, si ella os rechaza yo estoy dispuesta a casarme con vos...también soy la heredera del vizcondado....y..

Tras un momento de estupefacción el Barón se echó a reir.

  • ¿Casarme con vos? Querida niña me siento halagado, pero desgraciadamente eres una segundona, si tu hermana se casara con otro y tuviera un heredero él heredaría el feudo y el título, ¿qué ganaría yo casándome contigo?.

Laure se dio cuenta de la estupidez de su propuesta, pero esta vez estaba decidida.

  • Está bien, no hace falta que os caséis conmigo pero llevadme, llevadme con vos a vuestro castillo.

Esta vez  el Barón frunció el ceño sin terminar de entender.

  • ¿En calidad de qué?

  • De lo que queráis, de vuestra amante,....de vuestra esclava...de vuestra puta.....me someteré a lo que sea.

Por un momento, los instintos sádicos de Rais estuvieron a punto de imponerse a su razón.

  • ¡Bah marchaos de aquí, sólo sois un chiquilla!.

  • No es cierto, ya no soy una niña, ¡miradme!.

Y de un rápido gesto, Laure se deshizo el nudo que mantenía la capa sobre los hombros, se la abrió y la dejó caer al suelo mostrando al Barón que debajo no llevaba absolutamente nada. Al verla completamente desnuda, el Barón de Rais cambió de actitud y se levantó de la silla en la que estaba. Efectivamente Laure era toda una mujer, salvo por unos pechos algo más pequeños, su cuerpo no desmerecía nada de la belleza de Carlota.

  • Veo que eres aún más zorra que tu hermana.

  • ¿Os, os gusto...mi señor?

El Barón de Rais se acercó a ella y empezó a dar vueltas alrededor de su cuerpo mientras ella permanecía inmóvil respirando profundamente y protegiéndose con los brazos un poco corrida.

  • Antes de contestarte quiero verte bien. No sabes que hacer con las manos, ¿verdad?. Ponlas encima de la cabeza y separa bien las piernas.

Laure se quedó un momento sin reaccionar, pero al ver la dura mirada de Rais obedeció con sumisión, puso las dos manos en la nuca y abrió las piernas poniendo los pies de puntas. Sus pequeños pechos de adolescente  se realzaron y el Barón pudo ver perfectamente cómo la chica tenía su sexo y pezones completamente erizados. Laure nunca se había mostrado así desnuda delante de ningún hombre y eso le causó una gran excitación.

  • De modo que quieres entregarte así por las buenas. Menuda zorra, le dijo pellizcándole los pezones y retorciéndolos con los dedos. ¿Acaso no sabes lo que les ocurre a las jovencitas como tú en mi castillo?.

Laure asintió con la cabeza entre escalofríos de placer.

  • Así que lo sabes, ¡qué interesante!. Muy bien pues cuéntamelo.

Y mientras Laure hablaba el hombre siguió acariciando su cuerpo.

  • He oído hablar de las cacerías.....

  • O sea que te han hablado de las cacerías de Tiffaugues, descríbemelo.

  • Sueltan a varias mujeres desnudas y maniatadas y les dejan correr un tiempo....luego,....luego les echan los perros y les persiguen hasta darles caza.  Cuando las alcanzan las cuelgan de un árbol como si fueran piezas de caza. Y los hombres....

  • ¿Que hacen con ellas los hombres?

  • Lo,.... lo que quieren.

El Baron ya acariciaba el clítoris de la joven con el dedo mientras le lamía los pezones. Laure se dejaba hacer y conseguía mantener el hilo a duras penas.

  • ¿Te gustaría ser una pieza de caza, dulce Laure?

  • Sueño....sueño con ello cada noche, mi....señor.

  • Menuda puta, osea que eres de esas.. sigue, sigue contando, ¿te han hablado ya de las cámaras de tortura de Tiffaugues?.

El Barón de Rais comprobó que la pregunta incomodó a la chica pero ella volvió a afirmar con la cabeza.

  • Si te llevo conmigo te enviaré inmediatamente a una de esas cámaras con Jacques y otros verdugos y no saldrás de ella hasta la cacería, ¿te imaginas lo que te harán allí? ¿es eso lo que quieres?

  • Oh sí, mi señor, llevadme con vos, por favor, haced conmigo lo que os plazca, Laure estaba muerta de excitación.

  • Muy bien preciosa, lo haré, y te prometo que cuando estés prisionera en mi castillo lo primero que haré será ordenar a Jacques que se encierre contigo y con tres verdugos más en una cámara de tortura y que te...., bueno, mientras tanto yo miraré desde una cámara secreta lo que te hacen, eso sí, ya no habrá vuelta atrás, ya nunca más serás libre.

En ese momento la joven Laure tuvo un profundo orgasmo imaginándose la escena pero a pesar de convulsionarse mantuvo la postura, de pie y con las piernas abiertas. Cuando pudo articular palabra miró otra vez al Barón.

  • ¿Entonces, me llevaréis con vos?, ¿mañana mismo?.

  • Oh sí, por supuesto, pero no será mañana, le dijo limpiando su mano húmeda de fluidos en el muslo de la chica.

  • ¿Por qué no?, llevadme, por favor, si no me volveré loca.

  • No, si te llevara conmigo, vuestro padre me acusaría de rapto ante el rey y aún ambiciono casarme con tu hermana, sin embargo,....el Barón se quedó pensativo... , ...sí, ¿por qué no?....tú podrías ayudarme en un plan que se me está ocurriendo.

  • Haré todo lo que digáis.....desde ahora sólo soy vuestra esclava.

El Barón  le contó al oído sus planes y Laure afirmó sin entender muy bien lo que pretendía con todo aquello.

  • ¿Lo harás?, preguntó él sin explicarle todos los detalles.

  • Lo juro, dijo ella.

Entonces el Barón la abrazó y la besó y desnudándose él mismo mostró su fuerte torso  y su impresionante miembro a la hermana pequeña de Carlota.

  • Y ahora, arrodillate y aprende cómo satisfacer a tu señor.

Laure se arrodilló y cogiendo el miembro con la mano cerró los ojos y empezó a lamerlo delicadamente anticipando así los sórdidos placeres que le esperaban en las mazmorras de Tiffauges......

Redoblando sus protestas por la manera en que había sido tratado, a la mañana siguiente el Baron de Rais dejó con su séquito la Corte de Challans y volvió a su feudo.

  • ¡Carlota de Challans!, dijo el Barón con rabia mientras se alejaba, me vengaré de esto, cuando te tenga en mi poder desearás no haber nacido.

Mientras tanto Carlota recibió una severa reprimenda por parte de su padre  que insistió en que todo aquello le dejaba en una delicada situación. Carlota estaba arrepentida de su reacción pero sólo hasta cierto punto, no obstante aguantó estoicamente la bronca excusándose mil y una veces. La joven Laure vio la discusión entre padre e hija con secreta satisfacción pues ahora ella sabía algo que el resto de su familia desconocía.

En efecto, los acontecimientos se precipitaron en cuestión de semanas y la guerra entre ingleses y franceses se recrudeció en la Vendeé. El Barón de Rais se valió de todas sus dotes para intrigar ante el rey y utilizó testigos falsos para hacer aparecer al Vizconde de Challans como un fiel aliado de los ingleses. Tanta fue su capacidad de persuasión que el rey Carlos, un hombre muy voluble e influenciable, le encargó la rendición o conquista de la estratégica  fortaleza de Challans así como de la villa de su nombre, y le dio dinero para contratar un poderoso ejército de mercenarios.

Así, dos meses después de haber sido rechazado por Carlota, Gilles de Rais, Mariscal de Francia se presentaba ante los muros de Challans  con un poderoso ejército de 6.000 lanzas, 1.000 ballesteros y 500 caballeros. También traía consigo  una potente artillería formada por diez bombardas y otros diez trabucos con los que esperaba derribar las torres del castillo. El vizconde de Challans sólo podía oponer a esta fuerza algo más de 1.000 defensores, eso sí, bien parapetados tras sus muros.

Tan rápido y sorpresivo fue el ataque de Rais que muy pocos aldeanos y ciudadanos de la villa tuvieron la oportunidad de refugiarse en la fortaleza. Impaciente y rabioso de capturar a Carlota, Gilles de Rais se precipitó en atacar sin el adecuado apoyo artillero.

Esa fue una de las razones de que el ataque inicial se estrellara contra los altos muros de la fortaleza . Además Gilles de Rais sufrió el primer día fuertes pérdidas que comprometerían posteriormente su misión, y con rabia ordenó la retirada tras tres sangrientas horas de asalto.

Desgraciadamente para los defensores, el propio vizconde de Challans se expuso demasiado en las almenas y fue alcanzado por un virote de ballesta en el cuello muriendo en el acto. En condiciones normales, eso hubiera bastado para acabar con el asedio mediante un acuerdo político o negociación, sin embargo, el Barón de Rais exigió la entrega incondicional de la fortaleza  y el matrimonio con  Carlota como prenda de fidelidad.

Por supuesto, Carlota, que ahora detentaba el mando, rechazó de plano estas propuestas y sabiendo lo que le esperaba de caer en manos de ese sádico, se aprestó a la defensa con todos los medios a su alcance.

En breve se reanudó la lucha, pero Rais pagó cara su precipitación del primer día. Sus hombres necesitaron tres días para reponerse y preparar un nuevo asalto así como disponer la artillería en ubicaciones adecuadas. Para cuando estuvieron en disposición de atacar de nuevo, los defensores también habían mejorado sus defensas y los asaltos fracasaron uno tras otro.

Tras una semana de lucha, la pólvora se le estaba acabando  a Rais y los muros seguían resistiendo. Entonces el Barón decidió jugarse el todo por el todo y utilizar todas sus reservas de pólvora en una mina que había mandado excavar bajo una de las principales torres del castillo.

En realidad los defensores habían oído los ruidos de los picos bajo tierra y estaban prevenidos, así que realizaron una contramina que destruyó la de los asaltantes matando a muchos de ellos.

Desesperado, el Barón de Rais tuvo que desistir de realizar más asaltos y ante la falta de dinero se vio obligado a licenciar a casi la mitad de sus mercenarios. Ya no le quedaba más opción que asediar el castillo y rendirlo por hambre.

Aparentemente los defensores de Challans tenían muchas posibilidades de salir con bien de aquello, pero a Gilles aún le quedaba un as en la manga. Como decimos, muchos de los siervos del vizconde de Challans y los burgueses de la villa habían quedado a su merced y por supuesto el Barón les exigió que entregaran buena parte de sus cosechas, ganado y dinero para abastecer adecuadamente a sus tropas.

Sin embargo, no conforme con eso, el sádico Barón exigió otro tipo de “tributo”. Según decretó y anunciaron sus heraldos, todas las familias de Challans debían llevar a las mujeres jóvenes entre los 18 y los 30 años hasta la plaza de la ciudad al atardecer de ese mismo día, y allí el Barón escogería a las cincuenta que él quisiera para que sirvieran como esclavas en su ejercito. Primero atenderían a sus tropas en “todas sus necesidades” y tras tomar el castillo se las llevaría a Tiffaugues como botín. Aquella familia  que ocultara a una de estas jóvenes sería toda ella condenada a muerte, incluida la mujer.

Totalmente atemorizados por la fama del Barón de Rais, los ciudadanos entregaron a sus hijas, hermanas y esposas, con la esperanza de que eso salvara a los demás. En total se reunieron más de ciento cincuenta mujeres jóvenes en la plaza.

El Barón de Rais estaba muy ocupado dirigiendo el asedio así que encomendó a Beatriz y los verdugos que eligieran a las cincuenta esclavas entre ellas.

Protegida por un nutrido grupo de soldados y encantada por la peculiar misión, Beatriz eligió a sus cincuenta víctimas concienzudamente. Primero se paseó entre ellas un buen rato con un látigo en la mano observando bien el género. Más tarde y para horror de ellas y sus familiares ordenó que todas  se pusieran en una larga fila y se desnudaran completamente.

Algunas mujeres protestaron pero sólo consiguieron ganarse una bofetada. Beatriz ordenó a uno de sus guardias que disparara a una de las mujeres y ella cayó al suelo de un flechazo. Viendo que no les quedaba otra, todas las demás  terminaron quitándose la ropa rápidamente.  Una vez desnudas Beatriz las  obligó a mantener sus piernas abiertas y las manos en la cabeza y les pasó revista una por una sin darse la menor prisa.

A muchas les obligó a abrir los labia de su sexo o a agacharse y abrir las nalgas con las manos, dejándolas en esa humillante postura un buen rato mientras les toqueteaba por todas partes y hacía comentarios soeces a los verdugos.

La cruel Beatriz no se apiadó de los sollozos de aquellas mujeres vejadas y tras varias horas de inspección seleccionó a 65 de ellas, las más bellas y de mejores cuerpos. Bastante conocía ella los perversos deseos del Barón de Rais y sus preferencias en cuestión de mujeres, así que escogió bien.

Para elegir  a cada una de las víctimas, Beatriz ni siquiera se dirigía a ellas. Se limitaba a realizar una leve indicación a sus hombres y entonces sin dejarla que volviera a vestirse, los verdugos la sacaban brutalmente de la fila. Entonces le ataban los brazos a la espalda por codos y muñecas procediendo después a amordazarla con un palo de madera atravesado en la boca. Todas ellas lloraron o sollozaron cuando las ataron aquellos brutales sayones.

Beatriz se sentía poderosa en ese simple acto, pues sabía que elegir a una de esas desgraciadas significaba para ella condenarla a la esclavitud, a la tortura y a una espantosa muerte en Tiffauges. Todo ello  podía ocurrir en cuestión de días, meses o años, pero la esclava nunca más recuperaría la libertad.

Cierto que el Barón había exigido 50 en lugar de 65, pero Beatriz no supo prescindir de ninguna de ellas y por su cuenta condenó a quince jóvenes más a ese horroroso destino. A pesar de las protestas de los vecinos por incumplir el pacto, la mujer se impuso y les amenazó con arrasar toda la villa si se oponían.

Al final, formaron con las 65 mujeres desnudas dos largas filas encadenadas entre sí por el cuello y,  a latigazos las obligaron a encaminarse al campamento donde les esperaban impacientes los lujuriosos mercenarios.

Una vez pasado el examen, las otras noventa y pico mujeres pudieron vestirse  y volver con sus familias. Más de una se alegró por una vez en su vida de haber nacido fea.

Entre tanto las otras 65 comenzaron su vida de esclavitud esa misma noche satisfaciendo en una procaz orgía a los brutales mercenarios de Rais que además de someterlas a las prácticas sexuales más aberrantes, descargaron sobre ellas toda su frustración  y rabia. Muchas de las 65 eran vírgenes y ser violadas de esa manera fue una horrenda experiencia.

Los días siguientes tuvieron que ocuparse de los trabajos más sucios y humillantes pero además siguieron siendo violadas o flageladas frecuentemente. Y sin embargo, el Barón de Rais tenía  reservado otro destino mucho más atroz para algunas de ellas.....

Llevaban dos semanas de asedio cuando de repente entre los parapetos avanzados que usaban los ballesteros de Rais para hostigar las almenas se produjo una febril actividad.  Lógicamente al oir aquello, los centinelas de Challans se aprestaron a coger sus armas, pero cuando los arqueros se disponían a disparar, vieron algo que les dejó atónitos.

Un parapeto de madera con ruedas  avanzaba lentamente entre los demás hacia la muralla. Al parecer era empujado por varios soldados que se protegían de las flechas escondidos tras él, pero lo que realmente paralizó a los defensores era lo que había por delante.

Una mujer desnuda e indefensa había sido atada a la estructura de madera con los brazos y piernas abiertos y muy estirados formando una gran equis.  La joven tenía la piel cosida a latigazos pues la habían flagelado brutalmente sólo unos minutos antes.

  • No disparéis, dijo un oficial anonadado.

El carro se acercó lenta y  torpemente hasta que llegó a pocos metros de las murallas.

  • Alto, paraos ahí, gritó el capitán de Carlota temiendo una trampa, no os acerquéis más o dispararemos, ¿qué queréis?.

Los hombres que empujaban el parapeto no hablaron, en su lugar lo hizo la joven medio llorando.

  • Por favor,.... por favor, tengo un mensaje para la señora.

  • ¿La vizcondesa de Challans?

  • Sí por favor, llamadla, llamadla, por lo que más queráis.

  • Dime el mensaje a mí.

  • No,.... tiene que ser ella, ¿es que veis lo que me han hecho?, tened misericordia, llamadla, deprisa.

Efectivamente los guardias llamaron a Carlota que acudió a las murallas.

  • Cuidado, mi señora, no os asoméis, puede ser una trampa.

Carlota habló desde la tronera de una torre, protejida de los dardos o de cualquier otro proyectil.

  • Soy la Vizcondesa, ¿qué quieres?, habla.

  • Mi señora, gracias a Dios, me, me envía el Barón de Rais.

  • ¿Qué quiere ahora ese mal nacido? Y ¿por que manda una pobre mujer desnuda y maniatada?

  • Me encarga deciros que si no rendís la plaza en una hora veréis,.....veréis  cómo me desollan..... viva.

La joven apenas pudo terminar de decir eso pues se echó a llorar.

Carlota frunció el ceño y de repente la reconoció.

  • Yo te conozco, tu eres Silvie la hija del panadero de la aldea.

  • Sí, sí  mi señora, por favor, tened piedad de mí, me despellejarán viva si no hacéis algo.

Carlota la miró con compasión, tenía su misma edad y recordaba haber jugado con ella de pequeña. A su manera también era una chica muy atractiva a pesar de que  tenia la piel marcada y estaba muerta de terror, esos bestias ya la habian violado y torturado varias veces.

Al principio la Vizcondesa no sabía muy bien de lo que le hablaba aquella joven, entonces el capitán le explicó que el desollamiento era un cruel y lento suplicio muy utilizado entre los turcos pero infrecuente en Francia.

Carlota se puso a sudar de miedo y ansiedad cuando el capitánle explicó todos los detalles, y sin embargo no podía rendir la fortaleza, ¿quién impediría entonces a Rais que cometiera con ellas esa clase de brutalidades?. De modo que para desesperación de la joven dijo que no podía hacer nada por ella. Al oír la negativa, los soldados  hicieron retroceder el parapeto.  Silvie empezó a llorar y suplicar histérica sin poder impedir que la arrastraran hacia aquella espantosa muerte.

  • Por favor, señora, por favor, tened piedad de mí, PIEDAD, PIEDAAAD

Esas palabras se perdieron en la lejanía pero siguieron resonando en los oídos de Carlota que maldecía una y mil veces a ese demonio de Rais.

Arrastrada por los soldados, la joven Silvie desapareció otra vez entre los parapetos, pero unos minutos después fue entregada a los verdugos para que procedieran a su martirio en un altozano perfectamente visible desde las murallas. Antes de desollarla viva, le dieron otra vez de latigazos y después le quemaron con hierros al rojo por si sus gritos podían ablandar a la vizcondesa.

Por su parte, Carlota se marchó corriendo de las almenas y se encerró en sus habitaciones para huir de aquello. Todo fue en vano pues a lo lejos aún podía oir los alaridos de la muchacha mientras la torturaban. Finalmente como nada de eso resultaba, Jacques y sus ayudantes procedieron a desollarla. Poco a poco esos bestias le arrancaron la piel ante los aterrorizados ojos de los centinelas que no podían creer lo que veían.

Mientras la despellejaban, la pobre Silvie no dejó de dar gritos inhumanos y cuando tras varias horas murió, los soldados colgaron su piel de una estaca.

A la mañana siguiente, otra mujer desnuda y maniatada apareció entre los parapetos llamando desesperada a Carlota. Esta segunda muchacha tuvo más suerte, pues la Vizcondesa había dejado ordenado que los arqueros dispararan nada más vieran a otra de esas víctimas. Era doloroso, pero al menos la mujer tuvo una muerte rápida.

De todos modos, en unos minutos esta víctima fue sustituida por otra que fue desollada en su lugar repitiéndose el horroroso espectáculo del día precedente.

Carlota estaba a punto de volverse loca ante ese infierno de sadismo y muerte. Allí, encima del altozano, a la vista de todos, esas pobres inocentes eran desolladas hasta la muerte. Y ella no podía hacer nada, nada.

Y sin embargo, aquello continuó. Al tercer día ya no dejaron que ninguna mujer se acercara a las murallas sino que un verdugo anunció desde los parapetos que si no se rendían en una hora, las siguientes víctimas serian igualmente desolladas.

Esta vez no se conformaron con una sino que despellejaron a tres mujeres una después de la otra.

Efectivamente las tres fueron atadas a unas estructuras de madera una junto a la otra con el cuerpo estirado y colgando en vilo por tensas sogas atadas a muñecas y tobillos, pues esa era la mejor postura para desollarlas.

Había que oírlas gritar y lanzar alaridos. Aquello no era humano y un par de veces Carlota sintió la tentación de rendirse sólo para acabar con los sufrimientos de esas muchachas.

Esa misma tarde, cuando las tres víctimas por fin exalaron su último suspiro, la Vizcondesa de Challans decidió reunirse con sus oficiales. Había que hacer algo urgentemente, ¿pero qué?.Una salida era imposible, no tenían suficientes hombres. Tenían agua y víveres para aguantar meses, pero si hacían una salida podrían comprometer la defensa de la fortaleza.

Entonces alguien sugirió que había que pedir ayuda. Una guarnición inglesa de cinco mil hombres se encontraba a sólo dos días de marcha. Si mandaban un mensaje pidiendo ayuda, quizá se decidirían a intervenir y el ejército de Rais se vería entonces cogido entre dos fuegos. Pero, ¿quién se presentaría voluntario para enviar el mensaje?. Tenía que cruzar las líneas enemigas y si era capturado....

Los soldados estaban dispuestos a luchar y morir por defender el castillo, pero nadie quería arriesgarse a ser capturado por los hombres de Rais, a juzgar por el tipo de horrendos suplicios que les esperaba en caso de caer en sus manos.

Finalmente, cuando la noche se cernía sobre el castillo y parecía que nadie se iba a atrever, un soldado se presentó voluntario al capitán. El valiente soldado ya se había tiznado la cara de negro y se  había cubierto la cabeza para pasar desapercibido entre las sombras de la noche. El capitán apenas se fijó en él, era pequeño y delgado y no parecía muy fuerte, sin embargo, nadie más se había presentado y no había tiempo para remilgos.  Así le dio la carta y las instrucciones para burlar a las patrullas de Rais.

El mensajero se guardó el mensaje y deslizándose por una cuerda bajó en silencio de las murallas sin ser visto por nadie...... era una noche sin luna.

Hábilmente consiguió burlar a las patrullas y centinelas de Rais, sin embargo, cuando ya estaba oculto por un bosquecillo que le conduciría lejos del campamento enemigo, cambió de idea y decidió ir en dirección contraria. Con mucho cuidado se internó en el campamento de los sitiadores y fue en busca de la tienda del Barón de Rais.

No era difícil saber dónde se encontraba ésta, pues su estandarte se veía perfectamente desde todos los lados. Así, el intrépido mensajero consiguió nuevamente burlar a los centinelas, y acercarse a la gran tienda del Barón.  Desgraciadamente había dos guardias a la entrada, así que eligió entrar por detrás. Sacando un pequeño cuchillo cortó la tela en la parte opuesta a la entrada y así consiguió entrar.

Una vez dentro, oyó la pesada respiración del Barón que dormía sólo en su camastro. Con el cuchillo en una mano se acercó a él de puntillas y se colocó a su lado. Entonces con mucho cuidado puso el filo del cuchillo en su cuello. El Mariscal de Francia estaba a su merced.

De repente Gilles  de Rais se despertó  sobresaltado, pero enmudeció en el acto al ver el cuchillo en su garganta. El desconocido puso entonces un dedo en la boca para que guardara silencio. Seguramente el Barón pensó que iba a morir allí mismo cuando para su sorpresa el intruso no sólo no le rajó el cuello, sino que le ofreció el cuchillo por el mango.

  • Aquí estoy, mi señor, dijo en un susurro.

El Barón comprendió y sonriendo le cogió el cuchillo de sus manos....

Al día siguiente muy temprano el capitán llamó urgentemente a Carlota de Challans para que acudiera a las almenas.

  • Es, es increíble, mi señora, tenéis que ver esto.

  • ¿Qué ocurre?

  • Venid a verlo vos misma, a mí no me creeríais.

Carlota así lo hizo y al llegar a las almenas vio un espectáculo desgraciadamente familiar. En el altozano una nueva víctima se exponía de forma análoga a las del día anterior para ser desollada viva.

  • Pobre desgraciada, dijo Carlota asqueada. ¿Otra vez van a hacer .....eso?

Efectivamente una muchacha rubia y delgada estaba atada  a los postes desnuda y completamente estirada de brazos y piernas. En ese momento estaba flanqueada por cuatro verdugos. Uno de ellos afilaba concienzudamente un escalpelo para desollarla delante de sus ojos.

  • Mi señora, dijo el capitán angustiado, ¿acaso no la reconocéis?

Entonces Carlota se fijó mejor y al descubrirlo la sangre se le heló en las venas.

  • No no puede ser, no puede ser.  La joven Carlota se arrodilló agarrándose el cabello y estuvo a punto de caer desfallecida. No, no Laure, no Laure no Dios...  dijo llorando desesperada. Y como si no hubiera visto bien miró otra vez hacia la prisionera.  Efectivamente la víctima era su hermana Laure, pero ¿cómo podía ser?.

  • La han debido de  capturar esta noche, dijo el capitán,  al parecer se hizo pasar por soldado para llevar el mensaje, ¡maldita sea! ¿cómo no me di cuenta?. Han dicho que si no os rendís en unos minutos empezarán a despellejarla,.... lo siento señora.

Carlota miró implorante al capitán con lágrimas en los ojos.

  • ¿Qué puedo hacer?, le dijo angustiada en un susurro......

(continuará)....