El Mariscal del Infierno (03)
Una cruel ejecución
El Mariscal del Infierno. Capítulo Tercero.
Aquella horrenda noche pasó por fin y al día siguiente Carlota de Challans se levantó temprano sin tener muy claro si todo aquello había ocurrido de verdad o había sido una pesadilla. La joven salió de sus habitaciones y exigió hablar inmediatamente con el Baron, pero tuvo que esperar pues le dijeron que el Señor se había retirado a sus aposentos junto a su amante Beatriz. Por fin, a eso del mediodía, el Barón de Rais accedió recibirla en su gabinete. Atenazada por la verguenza y la culpabilidad Carlota no quería volver a ver a ese hombre, pero era absolutamente necesario.
Decidme, mi señora ¿qué deseáis?, le dijo Rais haciendo ademán de besar su mano como si nada hubiera ocurrido.
Dejad la comedia, dijo ella rechazándole. Quiero marcharme inmediatamente de este horrible lugar, no me importa si está arreglado el carruaje..... Viajaré a caballo.
Por supuesto mi señora, sois mi invitada y no mi prisionera, podéis hacer lo que os plazca, marchad, marchad a vuestra casa cuando gustéis.
Carlota no se imaginaba que aquello iba a ser tan fácil y se quedó un poco cortada por la respuesta, pero igualmente se apresuró hacia la puerta.
Una cosa más, permitidme.
¿Qué queréis ahora?
Las prisioneras han confesado por fin dónde se ocultan sus cómplices.
Carlota puso un gesto de desagrado.
¿De verdad?. No me interesa.
Ya he mandado una partida a capturarlos, llenaré las celdas con esos indeseables, en fin,.... también habrá que interrogarles como hemos hecho con ellas.
Aquello parecía una invitación, pero Carlota no entró al trapo y volvió a hacer ademán de marcharse, sin embargo, antes se volvió hacia Rais.
¿Qué,.... que haréis ahora con esas tres desgraciadas?
Ya os lo dije, por supuesto serán juzgadas y....condenadas a muerte.
Carlota quiso decir algo, pero no lo hizo.
¿No queréis saber cómo serán ejecutadas?
Es... espero que sea rápido.
No mi señora, dijo el Barón mirándola con sadismo, ella le miró a su vez.....será lento, muy lento y muy cruel.
A Carlota le recorrió otro escalofrío y tragó saliva antes de preguntar
- ¿Qué les van a hacer?
Rais sonrió otra vez.
- ¿De verdad queréis saberlo?
Ella afirmó con la cabeza.
Por supuesto serán ejecutadas en el patíbulo de la plaza de armas, como es tradición, pero antes de eso Jacques jugará con ellas varias horas,..... eso divierte a la gente.
¿Qué queréis decir?
Oh, ya habéis visto que son mujeres jóvenes y bonitas y estarán desnudas todo el rato, es normal que los verdugos....bueno, ya sabéis cómo es el populacho.....
El Barón miro el efecto de sus vagas palabras en Carlota que efectivamente sintió una gran vergüenza y excitación de oír aquello.
Normalmente dejo a Jacques que haga lo que quiera con las condenadas a muerte, seguramente “jugará” con ellas durante varias horas, y después....
¿Después?
Después de eso se les aplicará el suplicio de la rueda.
Un escalofrío de terror recorrió el joven cuerpo de Carlota. Para su desgracia sabía perfectamente en qué consistía ese espantoso método de ejecución, bastante común en la Francia Medieval. Sin embargo nunca había oído que se aplicara a mujeres
La joven aristócrata puso un gesto de desprecio y asco.
- Dios, la rueda,... pero eso es horrible ¿cómo podéis?, ¿es que no tenéis humanidad?
Gilles de Rais se encogió de hombros.
¡Hasta nunca Barón de Rais, sois un sádico!.
Vamos mi señora, no me digáis eso, es mi obligación mantener el orden y de ahí mi rigor, de hecho vos también deberíais asistir a la ejecución, cuando seáis la señora de vuestro feudo deberéis presidir este tipo de actos sin mostrar piedad, sólo así se consigue mantener el orden.
¿Yo?, debéis estar loco.
De hecho,.... de hecho, estoy pensando que si acudís a la ejecución, sí, .....si .....en honor a vos perdonaré a dos de las tres condenadas. Sí, si os quedáis a verlo sólo una de ellas será ejecutada.....está decidido.
¿Qué?
Vos misma elegiréis cuál de la tres será enrodada, pero salvaréis a las otras dos, ¿qué os parece?.
Carlota empezó a sudar al comprender aquello
¿Estáis loco?, nunca, nunca me prestaré a algo tan monstruoso.
Está bien, haced lo que queráis, sois libre de marcharos, pero si rehusáis a quedaros las tres mujeres sufrirán el castigo de la rueda. Ya sabéis,.... primero les romperán los huesos de las extremidades uno a uno con una barra y luego se los retorcerán entre los radios de la rueda. Es una espantosa agonía. Tardarán horas en morir, quizá días...., los cuervos empezarán a devorarlas aún vivas,.... todo depende de la habilidad del verdugo.
Las crueles palabras del Barón de Rais detuvieron en el acto a Carlota que se quedo muerta de espanto. ¿Qué sádica mente había ideado semejante forma de ejecución?. La joven odiaba a ese hombre por la situación en que le colocaba. Ahora se sentía doblemente culpable de haber sentido placer por el dolor ajeno. Hubiera deseado marcharse de allí pero simplemente no pudo,.... así al menos dos de aquellas tres desgraciadas salvarían la vida.... gracias a ella.
- Está bien, habéis ganado, dijo resignada.....
Y el Barón sonrió como el mismo Diablo....
Dos días después volvieron los hombres del Barón de Rais con los rebeldes que habían sobrevivido a la matanza y que habían sido capturados en su escondite. Cargados de cadenas, cinco hombres y más de veinte mujeres fueron conducidos hasta la fortaleza de Tiffauges y encerrados en sus mazmorras. En los días siguientes ellos y ellas serían también brutalmente interrogados por Jacques y sus secuaces. Sin embargo se les permitió salir al patio al día siguiente donde fueron encadenados a los muros para asistir al suplicio de sus tres compañeras.
Una gran cantidad de aldeanos, siervos del Baron de Rais, habían acudido al castillo para asistir a la ejecución, y en ese momento la plaza de armas estaba atestada. Sobre el alto patíbulo Jacques, otros cuatro verdugos y tres barberos esperaban a sus víctimas cubiertos de capuchas rojas, mientras el Baron de Rais, Beatriz y otros invitados presidían el acto desde la tribuna de honor. Por supuesto, con ellos se encontraba Carlota de Challans. Aquel era un día triste, el viento agitaba los estandartes y un cielo gris plomizo amenazaba con descargar, hacía frío, pero finalmente no llovió.
Tras una interminable espera, un heraldo mandó que redoblaran los tambores y se hizo un silencio sepulcral. Tras el violento redoble, varios timbales más grandes empezaron a marcar un ritmo cadencioso y el redoble se hizo más apagado. Por fin sacaron a las tres condenadas a la vista de todos.
Entre esa teatral parafernalia, las tres mujeres fueron arrastradas por los soldados en una sola recua cargadas de cadenas. Por respeto al capellán que les iba a dar la extrema unción a las tres se les permitió cubrir malamente su desnudez con ásperas camisas medio desgarradas. Las jóvenes se movían torpemente por el efecto de la tortura en sus cuerpos y porque los grilletes de las muñecas se unían a los de los tobillos por una cadena pesada y no muy larga.
Las tres condenadas recorrieron el escaso trecho que les separaba del patíbulo y sollozando fueron obligadas a subir a él. El impresionante silencio sólo roto por los redobles de los tambores y los lloros de las jóvenes sobrecogió a todos y especialmente a la bella Carlota.
Los guardias entregaron las condenadas a los verdugos que las expusieron al público una junto a la otra poniéndose ellos detrás. Por fin los tambores guardaron silencio. La voz del heraldo se impuso sobre todos y leyó lenta y solemnemente la sentencia. Sus palabras resonaron entre los muros.
- Las tres condenadas aquí presentes llamadas Marie, Caroline y Jean, han sido juzgadas por su señor y juez, el Barón de Rais que las ha encontrado culpables de robo, asesinato y rebelión. Por ello, siguiendo las costumbres de Tiffaugues las condena a morir enrodadas en el día de hoy y en este mismo lugar.
El heraldo dijo esto señalando tres grandes ruedas de carro que se encontraban en posición oblicua de cara al público. Jean se echó a llorar desesperada mientras Caroline miraba alucinada las ruedas sin terminar de creerse que iba a ser ejecutada.
- Que Dios se apiade de sus almas, añadió el heraldo.
Otra vez los tambores atronaron en la plaza haciendo un ruido ensordecedor. Las tres condenadas fueron entonces obligadas a arrodillarse y un clérigo hizo delante de cada una de ellas la señal de la cruz pronunciando una frase de perdón en latín.
Finalmente, cuando el sacerdote se retiró, las tres quedaron a merced de los verdugos que empezaron a cumplir brutalmente su siniestra obligación. Primero atraparon a Caroline y sin hacer ningún caso de sus ruegos le quitaron grilletes y cadenas. Una vez con las manos libres la muchacha hizo ademán de defenderse pero entonces Jacques la agarró de un brazo y del cabello y la mostró al público que para entonces vociferaba a voz en grito.
Aquí la tenéis, ¿qué queréis que haga con ella? dijo el verdugo con la voz ahogada por el capuchón
¡Vamos, desnúdala Jacques!.
Sí, queremos verla desnuda, que se quite esos harapos.
Caroline estaba muerta de miedo y vergüenza de modo que ni siquiera se resistió cuando el verdugo la empezó a desnudar delante de toda esa gente. Primero le empezó a bajar la camisa lentamente hasta que mostró sus pechos al populacho. Por supuesto, la joven mostraba marcas de tortura en sus senos, pero éstos aún eran enormemente atractivos y deseables. Caroline era rubia así que tenía una piel blanca y sus pechos, tiesos y generosos, estaban adornados por unos pezones rosa claro.
La excitación le hizo empitonarse y al verla con las tetas erizadas la gente empezó entonces a gritar más fuerte profiriendo todo tipo de obscenidades. Ella bajó la cabeza avergonzada, pues muy a su pesar también se estaba excitando y no podía ni siquiera taparse con las manos.
- ¡Quítale todo a esa zorra, vamos, queremos verla!.
Entonces y antes de desnudarla del todo, Jacques la hizo volverse lentamente y entonces le terminó de arrancar la camisa mostrando a todos su espalda y su redondo trasero que también estaba marcados por varios latigazos. Todos aplaudieron cuando Caroline quedó totalmente desnuda y una serie de hombres empezaron a silbar y a decir todo tipo de cochinadas sobre su trasero.
Carlota tenia el corazón en un puño, la escena le desagradaba y excitaba a un tiempo. Aquella sádica gente parecía haberse vuelto loca de repente.
Tras hacer reir otra vez al público dándole unos cachetes en el culo, Jacques hizo volverse a Caroline, y como ella persistía en taparse los pechos y el coño con las manos, le atrapó de los dos brazos, se los cruzó a la espalda y se los ató con una soga para mostrar bien todo su cuerpo a la concurrencia. Nuevamente Caroline dejó que le ataran sin resistirse pero cerró los ojos y torció el rostro para no ver a aquella multitud babeando de deseo por ella.
Seguidamente el verdugo arrastró a la condenada de un lado al otro del cadalso para que todos pudieran verla mejor. Mientras hacía esto seguía jugueteando con sus pechos y hablando de ella como una mercancía que estuviera vendiendo. Asimismo le separó con sus dedos los labios vaginales descubriendo la rosada intimidad de su sexo.
Entonces la gente empezó a abuchear viendo que a la condenada no le habían afeitado el chocho.
- ¡Pélala como a una mona Jacques!, dijo uno, y todos los demás se rieron.
La gente sabía perfectamente que las mujeres condenadas a muerte debían ser completamente afeitadas para su ejecución. Muchas veces el afeitado se hacía antes en las mazmorras, pero en este caso no hubo tiempo de modo que se decidió hacerlo en el mismo cadalso.
Así pues, Caroline fue arrastrada hasta un asiento colocado allí al efecto. Éste consistía en un poste vertical con grilletes colocados en su extremo superior y dos patas que sostenían listones divergentes con correas para atrapar las piernas. En el punto de intersección entre las dos patas colocaron un pequeño cono de madera d epunta redondeada en el que encajaron el ano de la pobre Caroline.
La joven gritó de dolor cuando entre cuatro verdugos la obligaron a sentarse en semejante “trono”. Luego le ataron los brazos en alto sobre su cabeza y le colocaron fuertes correas en el torso bajo los pechos, el vientre, los muslos, gemelos y tobillos. Por último y para completar su humillación le ofrecieron una mordaza de madera en forma de largo pene.
En Tiffaugues era costumbre amordazar a las condenadas para acallar sus gritos y alaridos durante la ejecución, así que un campesino había pasado el día anterior tallando tres mordazas con forma de pene y se las había dado a los verdugos.
- Vamos preciosa, le dijo un cruel sayón, sabemos que estás deseando chupar pollas de carne pero por el momento tendrás que conformarte con ésta de madera. Abre bien la boca.
Caroline ni siquiera tenía valor para negarse a nada así que abrió la boca y le metieron el falo hasta la garganta provocándole una dolorosa arcada y luego se lo ataron con rudeza a la nuca.
- Está rica, ¿verdad?. Pues yo la tengo aún más grande, zorra, luego la probarás, dijo el campesino entre las risas de todos.
Con lágrimas en los ojos Caroline quedó así expuesta, completamente desnuda e indefensa y empalada por el ano mientras uno de los barberos empezaba a cortar su dorado cabello con unas tijeras de esquileo. De este modo los rubios mechones de la chica fueron cayendo al suelo mientras otro barbero afilaba una navaja delante de ella.
Entre tanto, Jacques había cogido a Jean y arrancándola de los brazos de Marie se puso a desnudarla muy despacio. Como había ocurrido antes, la gente aplaudió y vitoreó al ver a Jean como vino al mundo. La joven tenía el cuerpo marcado de latigazos y quemaduras, y Jacques se la puso al hombro como un saco y la paseó por el patibulo para que todos pudieran ver mejor su trasero.
La gente se desternilló de risa al ver el redondo culo de la muchacha encaramado al hombro del fornido verdugo. Ella no dejaba de patalear ni de darle puñetazos en la espalda, pero el bruto de Jacques ni siquiera parecía notarlo. En su lugar el tipo se dedicó a abrirle los labios vaginales para que todos pudieran ver el interior de su potorro y después le introdujo el dedo índice en el agujero del culo asegurando que lo tenía muy muy prieto.
Por fin después de humillarla de esa manera la volvió a depositar en el suelo. Jean intentó defenderse dándole puñetazos y patadas al verdugo, pero éste se limitó a burlarse de ella y atrapándola de un brazo le hizo una llave agarrándola con el otro brazo por el cuello.
Esta vez como había que esperar a que terminaran de pelar a Caroline, Jacques quiso que esa fiera le hiciera una felación delante de todos, así que se lo dijo al oído.
- Ahora me la vas a chupar, ¿me has oído?
Como toda repuesta ella no dejó de darle coces mientras intentaba escapar inútilmente de la llave.
Sin dejar de reírse por los inútiles esfuerzos de la muchacha, Jacques obligó a Jean a arrodillarse agarrándola del pelo y, sacándose su enorme polla le obligó a chupársela delante de todo el mundo. Al principio la joven rehusó, pero tras dos bofetadas aceptó a hacerle una mamada.
La gente pareció divertida ante aquel espectáculo. Jean le lamía la polla con lágrimas en los ojos totalmente avergonzada de hacerlo delante de toda aquella gente. Gracias a las lamidas de Jean el enorme pene de Jacques empezó a adquirir un tamaño impresionante y algunos entre el público se pusieron a vitorearle. Entonces el verdugo se cansó de las cosquillas que le hacía la lengüita de la chica y tras darle otros dos tortazos le obligó a metérsela en la boca hasta la garganta. Jean se quejó por la arcada y se la intentó sacar de la boca, pero Jacques no le dejó y la cogió de la cabeza follando atrás y adelante.
A Caroline ya le estaban afeitando la cabeza al cero, pero para ir más rápido un segundo verdugo se ocupó de sus axilas y del pelo del sexo. Mientras le depilaban todo el cuerpo, los crueles barberos no paraban de burlarse de ella ni de hacer bromas subidas de tono.
En un momento dado uno cogió una pluma de ave y se puso a hacerle cosquillas en las axilas y los pezones provocándole todo tipo de quejas e incluso alguna risa involuntaria.
Asimismo, cuando afeitaron completamente su coño, uno separó bien los labios vaginales para dejar a la vista su clítoris y humedeciendo el dedo se puso a masturbarla para divertir al público. A pesar de cierta resistencia inicial, la bella joven empezó a estremecerse y retorcerse en sus ataduras, pero no pudo evitar excitarse con tanto tocamiento.
Cuando la gente vio cómo se engrosaba el clítoris de la muchacha empezó a llamarla puta y cosas peores. Algunos hombres ya se masturbaban abiertamente a pocos metros de la condenada y enseñaban a los verdugos una moneda de cobre que les permitiría disfrutar de su cuerpo antes de la ejecución.
Tanto jugaron con Caroline que ésta no pudo disimular el orgasmo que le provocaron los barberos. De este modo su coño depilado y abierto empezó a estremecerse a la vista de todos al tiempo que la joven cerraba los ojos y suspiraba de placer. Ni que decir tiene que eso animó más a los hombres que ya gritaban impacientes.
Cuando el barbero acabó de pelar la cabeza de Caroline le mostró en un espejo el aspecto que tenía sin dejar de burlarse de ella. La pobre muchacha se sentía ahora humillada por haberse corrido en público y lloraba de vergüenza. De todos modos, ahora le esperaba ser violada por decenas de tipos que sólo aguardaban que les llegase el momento.
Caroline fue desatada y a golpes y puntapies llevada hasta un cepo donde volvieron a inmovilizarla de brazos y piernas. Tal y como la ataron, la joven quedó en una posición ridícula y humillante: totalmente pelada, con las tetas colgando obscenamente y las rodillas medio dobladas y abiertas como si fuera a hacer de vientre. De este modo exponía indefensos sus orificios y especialmente el agujero del ano abierto y enrojecido por el cono de madera.
Los verdugos dejaron subir entonces a la gente y todo el que quiso pudo así subir al patíbulo y abusar de ella por el módico precio de una moneda de cobre, dinero que serviría para recompensar a los verdugos por su trabajo. Mientras dos aldeanos penetraban a la vez a Caroline por su boca y su ano, Jacques agarró a Jean por el pelo le sacó la polla de la boca y tras soltarle una espesa y abundante lefada en la cara, la condujo de los pelos hasta el poste vacío.
Sonriendo cruelmente ante su nueva víctima y burlándose por tener la cara manchada de esperma, los “barberos” la empalaron por el culo y la ataron inmovilizándola con las correas. Tras esto le metieron otra de esas mordazas en forma de pene y empezaron el afeitado.
Sonriendo como un diablo, Jacques se guardó el miembro aún húmedo y fue a buscar a la tercera víctima, Marie, pero cuando le agarró del brazo, ésta se soltó con rabia. Por un momento Jacques se quedó petrificado por la reacción de la muchacha.
No me toques, puerco, dijo ésta. Entonces se apartó de él y mirando a la chusma dijo.
Es esto lo que queréis ¿no, cerdos?
Y sin que nadie le forzase, Marie se empezó a desnudar delante de toda aquella gente entre los aplausos y silbidos de todos.
La joven se quedo en pelotas y volviéndose de espaldas al publico se inclinó y separándose los cachetes del culo con las manos les ofreció su sexo y su ano. Todo el mundo se quedo de una pieza sobre todo cuando acto seguido se tiró un sonoro pedo y les hizo un corte de mangas.
- Y no te atrevas a meterme esa polla asquerosa en la boca si no quieres quedarte sin ella de un mordisco, dijo a Jacques desafiante.
Por un momento todos se quedaron impresionados por el valor de la muchacha, pero Jacques no tardó en reaccionar. e hizo una brusca seña a sus ayudantes.
Entonces brutalmente dos verdugos cogieron a Marie y esquivando sus puñetazos la llevaron hasta un segundo cepo donde la obligaron a inclinarse y trabaron su cuello y brazos con una tabla. Ella se defendió aún dando coces hasta que consiguieron atarle las piernas muy separadas para tener acceso completo a su sexo y ano. Marie quedó en la misma postura ridícula que su compañera. Por delante le metieron una tercera mordaza infamante en forma de falo. Así quedó a merced de los aldeanos que quisieran tomarla por una mísera moneda de cobre. Entre tanto otro barbero se puso a pelarle la cabeza allí mismo.
Así las cosas, esa ejecución parecía más una brutal orgía que otra cosa. El Baron de Rais permitía a sus verdugos ese tipo de cosas, no sólo porque levantaba la moral de sus hombres y siervos, sino porque también le gustaba a él mismo. Beatriz disfrutaba como una loca a su lado riéndose de las condenadas y señalando al barón los detalles de su tormento.
Por su parte, Carlota intentaba mantenerse imperturbable y seria, pues todo aquello le violentaba y desagradaba, pero interiormente estaba cahonda y muy mojada.
Por fin los barberos terminaron de pelar la rubia cabellera de Jean dejándole la cabeza como una bola de billar, y tras mostrarle su aspecto en un espejo, la soltaron del poste. Sin embargo antes de ponerla en el tercer cepo, Jacques la cogió de un brazo y le dijo otra vez algo al oído. Jean volvió a negar y suplicar, pero Jacques le cogió de uno de los pezones y se lo retorció con brutalidad hasta hacerle arrodillarse. Finalmente ella accedió con lágrimas en los ojos y aliviándose el pezón herido con las manos se volvió a incorporar.
Entonces Jean se fue hasta Marie e inclinándose entre sus piernas se puso a comerle el coño y el culo como si nadie le obligara a hacerlo. Así tuvo que estar un rato chupándoles el coño y el ano a Marie y Caroline y luego tuvo que compartir el esperma que destilaban sus agujeros besándose con esta última. Por supuesto eso le ganó los insultos del público que la puso de puta para abajo. Sólo entonces la colocaron en el tercer cepo igual que las otras dos para que ella también tuviera su ración de polla.
Tras un par de horas de continuas violaciones, el Barón de Rais se cansó por fin de aquello y dio orden de que empezara el tormento entre el júbilo de esa cruel muchedumbre. Probablemente en ese tiempo cada una de las condenadas fue penetrada por treinta o cuarenta hombres. Las chicas estaban físicamente agotadas y manchadas de arriba a abajo.
Así las tres fueron soltadas de los cepos y presentadas otra vez ante el público. Los verdugos volvieron a burlarse de las tres muchachas calvas y se dedicaron a humillarlas mostrando sus orificios y abriéndolos con los dedos para que la gente viera cómo destilaban esperma. Entonces los barberos trajeron unos baldes de agua y se los echaron por encima entre los gritos de ellas. Las tres chicas se quedaron en medio del patíbulo empapadas y tiritando de frío. Caroline y Jean se abrazaron entre sí para ocultar algo su desnudez y lloraron como niñas. Incluso Marie había perdido ya toda su arrogancia.
Muy impaciente, el populacho pedía a gritos que comenzase el suplicio mientras las pobres condenadas oían aterrorizadas el tipo de torturas que pedían para ellas: ¡el látigo!, ¡el potro!, ¡los hierros!, en realidad Jacques tenía libertad para amenizar la ejecución con sus perversas ideas, pero le gustaba satisfacer a la gente. Entonces cogió a Jean del brazo y tras separarla de su compañera, preguntó a la gente que pedía para ella.
¡El potro! Dijo uno, y entonces más voces surgieron de la multitud.
Sí, el potro, estira a la puta, que crezca un poco.
De este modo, Jean fue destinada a ser acostada en el potro y cuatro verdugos estiraron lentamente su bello cuerpo.
Mientras ataban a Jean al potro de tortura, Jacques hizo lo mismo con Caroline.
¿Qué queréis que haga con ésta?
¡Las garras de gato!
Sí despellajala con las garras, vamos.
Nuevamente Jacques accedió a lo que le pedían y a Caroline la colgaron de los brazos en vilo a más de un metro del suelo y luego le pusieron una gran bola de plomo en los tobillos. Hecho esto, dos verdugos le arañaron la piel con unas garras de gato, uno por delante y otro por detrás.
Después de eso a las dos les dieron de latigazos con látigos de colas de cuero terminados en nudos y después les limpiaron la sangre con agua salada y vinagre. Esta vez no amordazaron a ninguna de las dos chicas que no pararon de gritar mientras las torturaban.
Sin embargo, la que llevó la peor parte fue Marie. Jacques quiso hacerle pagar su rebeldía e hizo que le ataran al poste donde habían depilado a sus dos compañeras. Luego colocó a su lado un brasero en el que introdujo unos delgados punzones. Esperó que la punta de éstos se calentara al rojo y entonces se los fue aplicando lenta y sádicamente por todo su cuerpo desnudo. Cuando empezó a hacerlo la gente guardó silencio para oír bien los gritos de la desgraciada.
Carlota se estremecía al oír los alaridos de Marie cuando los hierros candentes “acariciaban” su piel. Cada vez que le tocaba con uno, Jacques esperaba a que la joven dejara de gritar y llorar y entonces cogía otro punzón y se lo aplicaba en otra parte de su cuerpo: las axilas, los muslos, los pechos, el vientre..... Jacques le dejó más de treinta pequeñas quemaduras por todo el cuerpo entre los gritos e insultos que le profería su víctima y el sieso de la piel quemada. Carlota no entendía cómo la pobre muchacha no perdía el sentido.
Los verdugos eran muy hábiles y mantuvieron a sus tres víctimas despiertas. Entre tanto, ya había llegado el mediodía y el público empezó a sacar sus viandas para comer mientras seguía disfrutando del espectáculo. Tras una hora más de gritos y alaridos, las tres condenadas fueron otra vez desatadas y se les ofreció agua mezclada con una droga estimulante que impediría que se desmayaran durante la ejecución.
Unos verdugos retiraron entonces el potro hacia una esquina mientras otros colocaban en su lugar una pesada cruz en aspa en el centro del patíbulo justo delante de las tres ruedas de carro.
La muchedumbre gritó y vitoreó otra vez pues sabía lo que eso significaba. Las tres chicas iban a ser finalmente enrodadas, un espectáculo ciertamente atroz e inhumano pero que encendía las pasiones del populacho.
Rápidamente dos verdugos atraparon a Marie para acostarla sobre la cruz en aspa pues ella iba a ser la primera. La joven estaba tan agotada que esta vez ni siquiera luchó. Ya la tenían casi acostada sobre la cruz cuando de repente el Baron de Rais se levantó de su sitial alzando la mano derecha como queriendo decir algo.
Ante el ademán de su señor, los verdugos dejaron lo que estaban haciendo y tras un rato el populacho enmudeció. La voz del Barón sonó alto y claro.
- Como juez supremo confirmo la condena a muerte a estas tres mujeres, pues se ha demostrado que su crimen ha sido horrible, sin embargo, esta vez y en atención a mi adorable huesped voy a ser magnánimo. Como sabéis, presidiendo la ejecución se encuentra la heredera del Vizcondado de Challans.
La gente aplaudió al oír ese nombre mientras el Barón la señalaba.
- Como veis es una adorable joven y ha demostrado tener un corazón tierno y considerado. Así me ha expresado repetidas veces su preocupación por estas tres criminales y ha pedido clemencia para ellas. Tengo que decir que su caridad me ha ablandado el corazón. Por eso, en atención a ella, he decidido perdonar la vida a dos de las tres condenadas,....
El pueblo levantó un murmullo de decepción, pero el Barón volvió a levantar la mano.
- Ella misma decidirá cuáles de estas tres criminales salvarán la vida, en este caso la pena será conmutada por cadena perpetua. ¿Mi señora?
Carlota se levantó mirando horrorizada al Barón y temblando, ¿por qué, por qué tenía que decidir ella?. Allí estaban las tres mujeres desnudas, vejadas y humilladas, tres jóvenes como ella lloraban con la cabeza baja al límite de su resistencia rezando por una muerte rápida. Ahora ella podría salvar a dos pero la otra.....la otra sería condenada a una muerte horrible y lenta ante sus propios ojos.
Vamos, si no os decidís por ninguna morirán las tres, dijo el Barón en bajo.
No, no puedo.
Hacedlo.
No
Está bien, entonces....
¡Las dos rubias!, a Carlota le salió casi sin querer.
¿Quiénes?
Caroline y Jean..las dos rubias, no... no quiero que mueran.
El Barón la miró satisfecho.
Sea, por tanto morirá sólo la morena.
¡Por mi culpa!, pobre mujer, se dijo para sí Carlota.
Está bien, dijo el Baron, entonces a esas dos de ahí os perdono la vida, ejecutad inmediatamente a la otra.
Al conocer la decisión del Barón la gente aplaudió y las dos muchachas perdonadas gracias a la decisión de Carlota se arrodillaron ante ella llorando y agradeciéndole por haberlas librado de tan espantoso suplicio.
Por supuesto, los brutales verdugos cogieron a Marie y evitando otra vez sus gritos y pataleos la acostaron brutalmente sobre la cruz en aspa. Tras atarla fuertemente de pies y manos, colocaron ocho cuñas bajo el punto medio de los huesos de sus extremidades y entonces se alejaron para que todos la vieran.
Nuevamente el clérigo subió al patíbulo e hizo la señal de la cruz delante de ella, tras lo cual Jacques cogió una pesada barra de hierro y la blandió por encima de su cabeza dando vueltas alrededor de Marie. Esta vez ni siquiera la amordazaron y todos callaron para oír sus gritos y cómo sus huesos se rompían en mil pedazos. Jacques levantó entonces la barra y tras un momento de silencio descargó el primer golpe que fue respondido por un espantoso alarido de la muchacha. Durante el horrendo suplicio de Marie, Carlota no pudo mirar en ningún momento y de hecho al tercer o cuarto golpe de la barra, se desmayó de la impresión. Para cuando volvió en sí, la pobre Marie ya estaba atada a una rueda de carro, con el cuerpo destrozado, agonizante y entre espantosos sufrimientos.
Allí fue dejada durante horas aún viva y consciente mientras la gente se iba retirando hacia la aldea y los cuervos se iban congregando en torno y, cada vez más osados, se acercaban cada vez más a ella.
Por su parte, Carlota exigió al Barón que cumpliera su parte y la dejara marchar junto a su escolta, cosa que éste cumplió despidiéndose de su invitada.
Ya se marchaba la noble señora de aquel lugar de pesadilla cuando uno de sus guardias deslizó una pequeña bolsa de monedas a un verdugo. Éste habilmente se acercó a la rueda donde aún agonizaba Marie y haciendo que espantaba a los cuervos le dio un rápido tajo en el cuello que acabó en el acto con sus sufrimientos.......Aliviada, Carlota hizo la señal de la cruz......
(continuará).