El Mariscal del Infierno (02)

Carlota es la invitada del Barón de Rais en el Castillo de Tiffauges y puede andar libre por todas sus estancias, todas menos un misterioso y siniestro torreón.

El Mariscal del Infierno. Capítulo Segundo.

La comitiva tardó más de una hora en llegar al castillo de Tiffauges. Este era una tétrica fortaleza encaramada en lo alto de un cortado y totalmente inaccesible por tres de sus extremos. Por el único acceso posible se erigía una triple muralla con tres puertas sucesivas protegidas por puentes levadizos y altas torres. Carlota sintió un escalofrío al penetrar en semejante lugar.

Con su habitual capacidad de persuasión el Barón de Rais argumentó que por cuestiones de seguridad no podía consentir que otros soldados que no fueran los suyos estuvieran dentro de los muros, así que la escolta armada de Carlota debería  alojarse en la aldea al pie del castillo. Sólo Carlota y su criada Julie podrían entrar en la fortaleza.

Tras franquear cada una de las tres puertas los soldados volvían a levantar el puente levadizo y bajaban el rastrillo. Al oir ese aparatoso ruido de cadenas Julie se estremeció y pensó que sería imposible intentar escapar de esa fortaleza. La joven doncella estaba convencida de que ella y su señora eran en realidad prisioneras de Gilles de Rais.

Tras cruzar la última puerta, el grupo accedió a un amplio patio de armas despejado y enlosado en buena parte. Alrededor de él había algunas construcciones de madera, herrería, caballerizas, etc., pero lo que más destacaba en el centro era un alto patíbulo sobre el que se disponían varios cepos, postes con grilletes, cruces de san andrés, varias ruedas de carro colocadas en horizontal, braseros,  así como  un aparatoso potro de tortura y una panoplia de látigos, garfios, punzones, hachas, etc.

Frente al patíbulo se levantaba un graderío con un lugar de honor desde el que el Barón de Rais y sus invitados disfrutaban de las frecuentes ejecuciones y otros espectáculos sádicos que acostumbraba celebrar allí.

Ante tan tétrico espectáculo, Carlota y Julie cruzaron el patio muertas de terror y con el corazón encogido, entonces oyeron un siniestro chirrido sobre sus cabezas y miraron hacia arriba. Se trataba de varias jaulas antropomorfas que colgaban de lo alto de los muros y sobre las que había varios cuervos. No era muy difícil adivinar para qué servían.

Como buen anfitrión, Gilles de Rais señaló a su invitada sus aposentos en la gran torre del homenaje y acto seguido dio instrucciones de que las tres condenadas fueran conducidas a las mazmorras. Según sus propias instrucciones los verdugos debían “prepararlas” para el interrogatorio y tenían permiso para hacer con ellas lo que quisieran, sin embargo deberían abstenerse de empezar con la tortura hasta que él llegase.

  • Primero la cena y después la diversión, dijo Rais sádicamente.

Antes de cruzar el umbral, Carlota y Julie pudieron dar un último vistazo a las tres desgraciadas que a golpe de látigo fueron conducidas por los verdugos escaleras abajo de otro torreón.

  • ¿Adónde las llevarán?, susurró Carlota a Julie.

  • Al infierno, mi señora.

La joven miró a su criada y sintió un escalofrío.

Una hora después, el Barón de Rais cumplimentaba a su “invitada” según las reglas de la hospitalidad. Carlota pudo así disfrutar de la cena amenizada con música, y por unos momentos  pudo olvidarse de las sórdidas escenas que había presenciado esa misma tarde. La cena se prolongó así varias horas, y cuando llegó la media noche Gilles se excusó ante ella.

  • Perdonadme mi señora, pero es media noche y como sabéis debo ir a las mazmorras a cumplir una desagradable obligación.

  • ¿Qué, qué les vais a hacer a esas desgraciadas?, tened piedad de ellas....¿cómo, cómo las van a.......?

Gilles le respondió sonriendo.

  • Es indudable que tenéis curiosidad, mi señora, sin embargo no podéis venir conmigo a verlo, podéis pasear por todo el castillo a vuestras anchas, podéis visitar todos sus rincones ....... todos menos ese torreón.

Carlota estuvo a punto de insistir, su curiosidad estuvo a punto de vencer a su miedo, pero entonces reaccionó.

  • No, no iría allí ni por todo el oro del mundo. Perdonadme

Y Carlota se marchó de allí llorando muy avergonzada.

La joven Carlota no paró de llorar hasta que llegó a sus aposentos en lo alto de la torre del homenaje y corrió a refugiarse en los brazos de su amada Julie.

  • Es horrible, Julie, las van a torturar, las van a torturar...., por favor abrázame.

La criada también estaba muerta de miedo así que abrazó a su señora con gusto y la consoló.

  • Tenías razón. Es un diablo, una mala bestia, quiero irme a mi casa...

Carlota estaba fuera de sí. Hasta el momento había mantenido la compostura, pero ahora se desahogó en los brazos de su amante y criada.

Julie no sabía lo que hacer para calmar a su señora, así que se puso a acariciarla y besarla. El caso es que poco a poco las dos se pusieron a besarse en la boca y unos minutos después se encontraban desnudas sobre el lecho haciendo el amor.

Sería por una mezcla de miedo y excitación pero esa noche Carlota folló con Julie de una manera casi frenética provocándole varios orgasmos y experimentando ella misma profundos clímax de placer.

Mientras amaba a su compañera de juegos, a Carlota acudían las imágenes de cómo violaban a las muchachas en el campo e intentó imaginarse lo que estarían haciendo los verdugos con ellas en esos mismos instantes.

Pasaron las horas y las dos mujeres descansaron por fin de tanta pasión abrazadas la una a la otra. Julie incluso se quedó dormida en brazos de su ama, pero esta última no pudo pegar ojo. No podía olvidar a las tres muchachas rebeldes en manos de los sádicos verdugos. ¿Qué les estarían haciendo?,.... tenía que saberlo..... ¿Y esa bestia de Beatriz?. ¿Cómo era posible?, ella era una mujer, ¿cómo podía?. Había hecho que los perros follaran a la pobre Marie, y ahora estaba con ella a solas en vete a saber que horrible mazmorra. ¿Y ese horrendo patíbulo en la plaza de armas?. Seguramente las tres serían ejecutadas allí mismo y a juzgar por los instrumentos de tortura no sería una muerte rápida......

Carlota estaba en un baño de sudor agobiada por todos estos pensamientos y el corazón le latía muy aprisa, todo aquello le atraía y le asqueaba a un tiempo.

De repente en el silencio de la noche creyó oír algo, era casi inaudible pero ella juraría que había sido un grito de mujer. ¿Lo había oído realmente o se lo había imaginado?.

Con cuidado de no despertar a Julie, la joven se levantó del lecho, se agachó sobre el piso desnuda como estaba, acercó el oído a la pared y tras unos segundos lo volvió a oír, pero esta vez algo más intenso.... No estaba soñando, era un grito desesperado seguido de un largo sollozo. No cabía duda, ¿sería una de las tres condenadas desde su mazmorra?. Quizá había un hueco en el muro  y por ahí se transmitía el sonido.

Carlota dudó mucho antes de dar el siguiente paso, pero entonces decidió reunir su valor y poniéndose encima una camisa, decidió salir  de la cámara. Ni siquiera se calzó, sino que fue descalza para no hacer ruido. Con cuidado de no despertar a Julie, abrió la puerta y cerciorándose que no había nadie salió al corredor.

Los pasillos estaban oscuros y todo el mundo dormía, de modo que la joven no encontró obstáculos y palpando las paredes con cuidado consiguió desandar el camino que le llevaba al patio de armas. En las almenas sólo montaba guardia un somnoliento centinela más atento al exterior que al interior, de modo que Carlota se movió sin ser vista y pudo alcanzar la puerta del torreón prohibido.

Una vez allí desconocía el camino, de modo que se dejó guiar por su instinto y lentamente empezó a bajar unas interminables escaleras de caracol.

La mujer se movía muy despacio en la oscuridad, palpando las paredes y asegurando cada escalón, el frío era creciente y penetraba intensamente en su cuerpo. La joven sentía que se le ponía la piel de gallina y que los pezones estaban tiesos y duros, si hubiera tenido luz hubiera podido ver su propio aliento.  Pronto empezó a oir alguna gota que caía en un charco tras filtrarse por las bóvedas. En ese oscuro silencio, Carlota estaba muerta de miedo, entonces recordó la prohibición de Rais, pero un deseo irresistible le arrastraba hacia adelante.

  • ¡AAAAAAYYYYY!

De pronto un grito espeluznante seguido por un inconsolable sollozo de mujer paralizó a la joven e hizo que se erizara cada pelo de su cabello. Evidentemente ese era el camino correcto, pensó, y siguió bajando.

Finalmente terminó de bajar todos los escalones y pudo ver un estrecho corredor que estaba tenuemente iluminado por antorchas  y flanqueado de celdas. Con curiosidad miró en el interior de éstas pero no parecía haber nadie dentro.

Carlota sintió miedo nuevamente y estuvo a punto de desistir pero entonces volvió a oir otro grito que venía del fondo del corredor.

  • No, no, por favor,  otra vez no, ESO NO, por fAAAAAVVVAAAAAGGHHH.

  • Dios mío, qué le están haciendo, dijo agarrando la delgada camisa y cerrándola sobre su pecho,.... tengo, tengo que verlo.

Poco a poco progresó por el corredor y llegó hasta el fondo del mismo donde encontró tres sólidas puertas de madera forradas de metal. Se apreciaba luz más intensa a través de las tres, pero dos estaban cerradas y sólo la del centro se encontraba entreabierta. Otra vez la curiosidad pudo al miedo y a pesar de la advertencia del Barón, Carlota empujó la puerta con cuidado.

Lo que vio dentro hizo que su corazón se acelerara y se le cortara la respiración. Iluminada por la amarillenta luz de un horno Carlota vio una sórdida cámara de tortura como la que le había descrito Julie. Efectivamente, aquello parecía el infierno. Su primera reacción fue proteger su propio cuerpo con sus brazos mientras su alocado corazón se aceleraba aun mas. Allí no había nadie y la joven penetró en ella como una autómata.

En el centro de la cámara había una larga tabla, un potro de tortura similar al que había visto en el patíbulo del patio y Carlota se acercó a él. Con manos temblorosas tocó los mandos que accionaban el tornillo y se preguntó cuántas jóvenes como ella habrían sufrido tormento sobre ese diabólico aparato.

Justo al lado del potro habia un brasero apagado entre cuyas brasas aún se encontraban dos espetones y unas tenazas. Entonces sus aterrorizados ojos le llevaron hasta una mesa donde se disponían otros diabólicos dispositivos: aplastapulgares, tenazas con pinchos, desgarradores de senos, garras de gato, etc. Sin embargo, lo que más llamaron su atención fueron varios objetos de metal en forma de pera  de diferentes tamaños.

Sin comprender bien su funcionamiento  Carlota cogió el más grande y elevándolo en el aire reparó en el mecanismo de tornillo situado en la parte posterior. Al accionarlo la pera se fue abriendo como una flor de tres pétalos y repentinamente la joven comprendió con un escalofrío de terror. Como si le quemara las manos la dejó otra vez en la mesa y sin querer se llevó la mano a la entrepierna.

  • Dios mío, qué horror, pensó para sí.

De repente otro espeluznante grito rasgó la oscuridad. Parecía venir de la pared de la derecha y Carlota miró hacia allí descubriendo una poterna de madera en la que al principio no había reparado. Con cuidado de no hacer ruido la abrió y entonces pudo ver lo que había al otro lado a través de una reja de metal.

Por fin descubrió lo que estaban haciendo con aquellas desgraciadas. Al otro lado del muro había otra siniestra mazmorra donde dos de ellas estaban siendo salvajemente torturadas.

Lo primero que vio fue los cuerpos desnudos de Caroline y Jean, brillantes de sudor y saliva y bañados por la intensa luz de un horno y un par de braseros. Las dos “cabalgaban” una frente a la otra, sobre una cuña de madera afilada en la parte superior, con los brazos atados sobre sus cabezas y completamente estirados. A pesar de que tenían el torso bien estirado, los pies no les llegaban al suelo sino que de ellos colgaban pesados pesos de plomo.

Carlota no pudo advertirlo pero cada una de las dos jóvenes estaba empalada  en sus orificios por dos largos consoladores de bronce en forma de pene humano. Éstos tenían una prolongación en la parte inferior del ingenio que los verdugos podían calentar a placer con tenazas candentes. De hecho, ante el obstinado silencio de ellas, las habían calentado ya unas cuantas veces arrancandoles alaridos de dolor y desesperación.

Jacques y otros tres verdugos llevaban cerca de cinco horas dedicando sus sádicas atenciones a las dos muchacas indefensas convirtiendo cada minuto de interrogatorio en una eternidad. Ellos también estaban completamente desnudos, pues antes de empezar el interrogatorio ya habían tenido el placer de violarlas de las maneras más abyectas y, desde luego, esperaban volver a hacerlo varias veces antes de que acabara la noche.

Al ver aquello, Carlota sintió un intenso fuego interior y aunque todo aquello le repugnaba, simplemente no podía dejar mirar todos esos cuerpos desnudos mientras mantenía una mano entre sus piernas. A esas alturas su sexo destilaba todo tipo de fluidos y le quemaba.

Jacques se tomó un rato para escoger el siguiente instrumento de tortura y cuando se decidió se acercó otra vez a las condenadas con unas pequeñas tenacillas en la mano, entonces se las enseñó abriéndolas y cerrándolas ante sus ojos con una sonrisa cruel. Al verlo las dos negaron a un tiempo suplicando medio histéricas, pero eso no debió apiadar a Jacques que introdujo tranquilamente las puntas de la tenaza en unas brasas incandescentes.

Hecho esto, el sádico verdugo volvió a sonreir acariciando con sus manos los torsos de las dos mujeres. Entonces cogiendo un pecho de cada chica con los dedos se puso a chupar el pezoncito de Jane succionándolo dentro de su boca como si estuviera mamando de él.

La pobre Jean negaba llorando y suplicando y cuando por fin el hombre se lo sacó de la boca tenía el pezón tieso y crecido. Entonces le tocó el turno a Caroline a la que además le mordió un poco más de la cuenta.

A pesar del frío, Carlota sudaba con el corazón latiéndole a todo trapo, sin apenas darse cuenta se había abierto la camisa y acariciaba sus propios pezones con los dedos suspirando de placer.

Cuando Jacques  terminó de jugar con su pecho, Caroline lo tenía también grueso y enrojecido y exhibía las marcas de los dientes del verdugo. Entonces éste sacó las tenacillas del brasero y se las puso delante de la cara  para que vieran cómo tenían las puntas al rojo vivo.

  • Lo veis ¿verdad?, también podéis sentir su calor lo sé. ¿Vais a confesar dónde se ocultan vuestros cómplices o preferís que os pellizque las tetas con esto?

Las dos negaban y suplicaban totalmente desesperadas.

  • No, sé nada, por favor tienes que creerme, por favor, piedad, por favor, por favor, no lo hagas, por favor..... decía Caroline mirando las tenazas hipnotizada.

  • Muy bien, entonces¿cuál de las dos queréis ser la primera?...¿ninguna?.. Bueno, entonces empezaré contigo.

Jacques cogió con la mano el pechito de Caroline  y desoyendo sus histéricas súplicas le cerró la tenaza candente en la base del pezón retorciéndoselo con crueldad.

Un espantoso alarido  mezclado con el silbido de la carne al contacto con el metal candente llegó a los oídos de Carlota que en ese momento tenía sus uñas clavadas en sus propios pezones y se los retorcía involuntariamente. La pobre Caroline gritó y gritó con el rostro dirigido hacia arriba sin dejar de temblar mientras un chorro de orina se deslizaba entre sus piernas.

Por fin Jacques abrió las tenazas y ella dejo de gritar. Entonces  se miró desesperada las dos heridas enrojecidas que adornaban ahora su pecho. A pesar del brutal castigo la joven no perdió el sentido, y se quedo llorando desconsolada pues  aquello dolía como el infierno. Sin mostrar la más mínima piedad, Jacques introdujo otra vez las tenazas en el brasero.

  • ¿Confesarás ahora o quieres que te lo haga a ti también?, dijo Jacques a Jean, pero ésta volvió a negar  pidiendo piedad desesperada. El metal ya caliente no tardó tanto en ponerse al rojo y el verdugo lo sacó otra vez para aplicarlo sobre el pecho a la desdichada joven.

Esta vez Carlota no quiso verlo, y cerró la portezuela justo a tiempo de oír el largo alarido de la condenada.

A Carlota el corazón le latía con fuerza golpeando violentamente su pecho.

  • Dios mío, se dijo sudando de miedo ¡qué brutalidad!, y ella misma se sintió culpable de que aquello le hubiera excitado. Entonces la joven se dio cuenta de que tenía sus pechos desnudos así que lentamente se subió otra vez la camisa hasta los hombros.

  • ¿Y Marie’, ¿a donde habían llevado a la tercera?. Entonces reparó en otra portezuela situada en la pared opuesta, y se dirigió hacia ella. Como había hecho antes, abrió con cuidado la portezuela y escrutó al otro lado. Efectivamente allí estaba Marie, también desnuda y atada de espaldas sobre un banco. La orgullosa joven tenia la cara manchada signo de que había llorado. Las piernas las tenía obscenamente abiertas y levantadas hacia arriba atadas por los tobillos  a sendas cadenas que colgaban del techo. A lo largo de la parte posterior de sus muslos se veían perfectamente unos verdugones rojizos paralelos, causados seguramente por una caña flexible. En esa postura la pobre Marie exponía su entrepierna abierta e indefensa.

En ese momento se acercó a ella Beatriz. Carlota se sorprendió de verla también completamente desnuda. Beatriz era una morena alta y escultural de cuerpo fibroso, poderosos muslos y grandes pechos. En ese momento llevaba su negra melena recogida en una cola de caballo y se movía con seguridad por la cámara de tortura como un experto verdugo. Lenta y sensualmente se puso a afilar un cuchillo sin dejar de mirar a su víctima con calculada crueldad. Así estuvo un buen rato bajo la espectante mirada de Carlota y en un momento dado se arrodilló entre las piernas de Marie. Carlota esperaba oír un nuevo grito de angustia y dolor, pero en su lugar Marie se limitó a gemir.

Entonces se dio cuenta  de que solamente la estaba depilando. Con cuidado y lentitud, Beatriz le depiló a Marie los aledaños de la vagina hasta dejarlos sin un solo pelo. En ello se tomó varios minutos dejando la pocha de Marie totalmente calva. Carlota nunca había visto un coño depilado y le pareció extraño pero no desagradable.

Cuando terminó el afeitado, Beatriz fue a dejar el cuchillo y en su lugar trajo otro objeto que mostró a su víctima. Se trataba de uno de esos instrumentos metálicos en forma de pera. Carlota trago saliva excitándose por momentos.

  • Última oportunidad para hablar, zorra, dijo Beatriz, si no hablas ahora te voy a encajar esto entre los dientes y luego usare estos otros en tus otros agujeros, ¿es eso lo que quieres?.

  • Vete al diablo puta, no te diré nada, antes moriré.

  • Eso también ocurrirá, querida, todo a su tiempo, pero ahora....

Cogiéndole brutalmente de la cara, Beatriz le metió la pera en la boca  por sorpresa y dándole vueltas con el tornillo se la encajo entre los dientes hasta un punto extremadamente doloroso. Sólo entonces le soltó la cara y Marie se retorció con rabia pero no pudo sacarse el infernal instrumento de la boca.

  • Ya te lo había advertido, ahora te quedarás callada un buen rato, eso sí no pararás de gritar como una cerda.

Diciendo esto, Beatriz cogió otra pera de tamaño similar y volvió a agacharse entre las piernas de su víctima. Poco a poco Carlota vio cómo se crispaba el rostro de la pobre Marie. La bestia de Beatriz ni siquiera le permitió que se le relajara el esfínter y se la metió a presión por el agujero del culo.

  • AAAYYYY.

  • O sea que eras virgen por detrás, ¡quién lo iba a decir!, una puta como tú. Entonces Beatriz apretó los dientes con sadismo y se puso a darle vueltas al tornillo. Marie se puso a gritar como una loca dando incluso cabezazos  contra la tabla.

  • AAAAAAAAHH, AAAAAAHH, AAAAH

  • Duele, ¿verdad zorra?, grita, grita, para mí, decía Beatriz sin parar de masturbarse mientras apretaba la pera anal.

Carlota comprendió perfectamente lo que le estaba haciendo Beatriz y un sudor frío cubrió todo su cuerpo. ¡Que cosa tan asquerosa!, la sodomía era un pecado mortal así como la felación, ella nunca se sometería a bestialidad semejante.  De todos modos, no dejó de mirar en ningún momento.

Por fin tras dejarle con el agujero del ano abierto y tirante Beatriz fue a traer la tercera pera, la más grande.

  • Y ahora querida, te vas a arrepentir de haber nacido mujer, te lo aseguro.

Esto se lo dijo Beatriz acariciando la pera vaginal como si fuera el pene de su amado Barón de Rais.

  • No obstante antes te voy a demostrar cómo funciona para que entiendas bien lo que te va a pasar.

Beatriz acercó la pera hasta la cara de Marie y lentamente accionó el tornillo de manera que la pera se abrió.

Marie miró aterrorizada el infernal instrumento y al comprender por fin y se puso a negar histérica viendo cómo Beatriz cerraba otra vez la pera y volvía a arrodillarse entre sus piernas.

Por su parte a Carlota el corazón le palpitaba como un caballo desbocado. Debería haber cerrado la portezuela y huir de allí a toda prisa pero..pero.. de hecho se quedó a mirar.

Por el momento Beatriz  no le penetró con la pera, sino que dejando ésta en el suelo se puso a acariciar los labios vaginales admirando su obra y disfrutando la suave piel del sexo de Marie. Aquí la sádica Beatriz tuvo un poco más de “piedad”  pues dejó que su víctima se “mojara” lo suficiente para que la pera entrara en su vagina sin mucha resistencia. De hecho siguió y siguió acariciando su sexo y tras un rato no se pudo contener y empezó a lamerlo ávidamente.

Fue entonces cuando Carlota sintió un profundo deseo de masturbarse y torpemente buscó su entrepierna con la mano enredándose con la tela de la camisa. Con rabiosa precipitación se quitó entonces la ropa quedando completamente desnuda y empezó a masturbarse a gusto con la mano derecha mientras con la otra mano se acariciaba los pechos que le colgaban libres entre los brazos.

  • Oh sí, oh sí, sigue, susurraba Carlota para sí viendo cómo Marie se estremecía con los ojos en blanco a punto de correrse.

  • Ya sabía yo que no eras más que una zorra, le dijo Beatriz y siguió chupándole el coño que para esas alturas estaba tieso y brillante de saliva y otros jugos.

Inevitablemente Carlota pensó en su amante Julie y se juró que también a ella le afeitaría la entrepierna la próxima vez. Beatriz no paraba de lamerle el coño con la lengua lentamente pero sin parar, mientras Marie se retorcía de placer. Sin embargo, no le permitió llegar al orgasmo pues solo quería tener carne donde morder a gusto. De hecho cuando comprobó que aquello estaba grueso y tieso dejó de chuparle.

  • Bueno, y ahora nuestra amiga.

Beatriz cogió la pera vaginal y apartando los labia con los dedos se la empezó a meter. La pera entró con bastante facilidad en la húmeda caverna de Marie y ésta soltó un largo bramido de placer. Entonces, en lugar de abrirla, Beatriz se la empezó a follar con ella adentro y afuera, adentro y afuera.

Era tan excitante lo que veía, que Carlota siguió y siguió masturbándose sin apercibirse de que álguien había entrado en la habitación y ahora se encontraba a su espalda. Ajena a ello, Carlota suspiraba masturbándose y metiendo los dedos en su vagina suspirando de puro placer. Repentinamente y por sorpresa algo grande y áspero la atrapó de la cara tapando su boca e impidiéndole gritar. Carlota reaccionó violentamente e intentó zafarse pataleando pero entonces una garra de hierro le cogió de los dos brazos y se los aferró a la espalda levantando su cuerpo en vilo.

  • Ya os dije que teníais prohibido bajar a las mazmorras, mi señora,¿por qué no me obedecísteis?.

Carlota se dio cuenta de que aquel ser enorme era Gilles de Rais y entonces dejó de patalear. Sólo entonces el Barón quitó la mano de su boca.

  • Perdonadme, yo sólo quería....

  • Sé lo que queríais, os he visto, y entonces el Barón le dio un beso en la boca sin que ella lo pudiera impedir. Al principio Carlota se resistió pataleando, pero al de un rato ya se dejó besar por el barón suave y dulcemente.

  • AAAAAAYYYYYY

De repente, un fuerte grito de Marie, ahogado por la mordaza interrumpió el beso.

  • ¿Acaso queréis seguir mirando lo que le hacen a esa mujer, vizcondesa?

Tras un momento de duda, Carlota afirmó con la cabeza.

Entonces el Barón la dejó en el suelo y con cierta brutalidad la obligó a volverse contra la pared. Carlota puso las manos contra el muro para evitar el choque  y se quedó  inmóvil con los brazos y piernas estirados.

Al otro lado había acabado la luna de miel, Beatriz había dejado de follar a su víctima y con un indescriptible gesto de sadismo iba abriendo lentamente la pera vaginal. Completamente indefensa Marie tenía el rostro rojo y desencajado y no paraba de gritar fuera de sí.

De repente Carlota sintió cómo el Barón se le pegaba al trasero y con las dos manos le empezó a masturbar. La joven no sólo no se resistió sino que se puso a suspirar de placer.

La tortura de Marie fue extraordinariamente salvaje y perversa. Beatriz siguió girando el tornillo lentamente, muy despacio y abrió la pera vaginal  hasta un punto extremadamente doloroso. Luego tras dejar que su víctima lanzara alaridos durante un rato se la empezó a cerrar otra vez. Eso sí, no lo hizo del todo, sino que se la dejó dentro del coño con el extremo del tornillo colgando y lo suficientemente abierta para que no se cayera. Los extremos de la pera vaginal y anal  ahora se tocaban entre sí.

Parecía que por fin Beatriz se había apiadado de su víctima. Sin embargo, sólo era un cambio de tercio. La sádica mujer acercó un brasero lleno de carbones ardientes a la entrepierna  de su víctima asegurándose de que los extremos de las dos peras tocaran las brasas.

Era sólo cuestión de tiempo ver los efectos de semejante crueldad en el cuerpo de la pobre Marie, de modo que Beatriz se alejó unos metros y subiendo una de sus piernas se chupó los dedos y a su vez se puso a masturbarse sin perder un detalle del tormento.

  • Mira, mira ahora, dijo el Baron de Rais sin dejar de masturbar a Carlota.

La joven noble estaba a punto de correrse sin poder apartar la vista de aquel espectáculo atroz. En pocos minutos la indefensa Marie se agitaba y retorcía gritando y dando cabezazos contra la tabla con la esperanza de perder el sentido y escapar a ese intenso sufrimiento aunque fuera por unos segundos.

  • Te avisé de que hablaras cuando tuviste oportunidad, zorra, dijo Beatriz sin parar de acariciarse.

Ver el rostro de la pobre muchacha torturada y la crueldad de Beatriz solo aceleraron la excitación de Carlota que terminó por experimentar un intenso y profundo orgasmo en manos de Gilles de Rais.

  • Así, así, preciosa, correte, así.

El orgasmo le duró unos interminables segundos, más intenso y salvaje que cualquiera que hubiera experimentado antes con su amante Julie. Una descarga eléctrica recorrió todo el cuerpo de Carlota haciéndole temblar una y otra vez y por unos segundos la mujer perdió el control de su propio cuerpo. Sin embargo, cuando pasó el éxtasis volvió la culpabilidad. Carlota miró a Rais sin comprender lo que había pasado y al volver a oir los gritos angustiosos de Marie, de pronto  se sintió culpable y sucia y se cubrió los pechos con los brazos.

Desesperada, la joven se echó a llorar y sin siquiera recoger su camisa salió corriendo de la cámara de tortura.   Tras ella pudo oír la diabólica risotada del Barón de Rais, mariscal del infierno......

(continuará)