El Mariscal del Infierno (01)

Historia de horror y sadismo ambientada en la Francia Medieval.

El Mariscal del Infierno. Capítulo Primero.

( Esta historia se inspira libremente en la figura histórica de Gilles de Rais o de Retz, Mariscal de Francia, asesino en serie y psicópata. Asimismo, hace pequeños guiños al cuento de Perrault “ Barba Azul” que, a su vez, se inspiró en el propio Gilles de Rais. De todos modos, este relato es pura invención y comete múltiples licencias que espero que el lector sabrá perdonar )

En el año de Nuestro Señor de 1439, el norte de Francia se había convertido en  un sangriento campo de batalla. La Guerra de los Cien Años vivía sus momentos más negros y la muerte se enseñoreaba del reino de San Luis. Juana de Arco, la Doncella de Orleans, había muerto  en la hoguera ocho años antes sin poder cumplir su sagrada misión de echar  a los ingleses de Francia. Ante tal sacrilegio cometido por los hombres, el mismo Dios parecía haber abandonado a sus hijos y la guerra seguía cruel e interminable. Franceses, ingleses y borgoñones se despezaban mutuamente, mientras los malhechores se adueñaban de los caminos y los señores feudales aprovechaban el vacío de poder para volver a ser amos de vidas y haciendas.

Carlota de Challans, la hija mayor del Vizconde de Challans y heredera de uno de los linajes más ricos de Francia, se dirigía al castillo de su padre desde la ciudad de Angers. El viaje era peligroso en aquellos días de verano, con los caminos infestados de bandoleros y  paniaguados de los nobles, por ello la joven iba escoltada por una compañía de quince caballeros. Se suponía que esa fuerza podría mantener a raya a cualquier forajido.

Como se acostumbraba con las mujeres de la nobleza, Carlota  viajaba en un carruaje cerrado en la compañía de su criada Julie y a salvo de la vista de extraños. El viaje ya duraba tres días y se estaba haciendo lento y engorroso. Sin embargo gracias a la compañía de la pequeña y dulce Julie, todo resultaba más liviano para la joven  heredera.

  • Dame otro beso preciosa.

  • Sí, mi señora.

Ni Carlota ni Julie habían cumplido aún veinte años y las dos eran vírgenes en lo que a hombres se refiere, pero no así entre ellas. Desde hacía dos años las dos venían compartiendo el lecho cada noche.....  Lo típico, a partir de cierta edad Carlota sintió que tenía necesidades distintas y, como la religión y su posición le impedían satisfacerlas con un hombre fuera del matrimonio, ella se consoló con su complaciente y bella doncella.

En ese momento, Julie se había desabotonado el corpiño y Carlota jugaba lascivamente con sus pequeños pechos de virgen sin dejar de besarla.

  • Besadme, oh,..besadme, señora...así...,así.

  • ¿Qué te pasa Julie?, esta tarde te noto muy nerviosa, ¿es que ya se te ha olvidado lo que hicimos ayer en la posada?.

Julie se sonrojó viendo cómo su joven señora señalaba su entrepierna con los ojos.

  • No mi señora, Julie hablaba entre jadeos....es que tengo miedo,...el capitán me ha dicho que estamos cruzando.... las tierras.... del Barón de Rais.

  • ¿Y qué?, Carlota hablaba sin dejar de acariciar a su linda sirvienta.

  • ¿Acaso no sabéis quién es Gilles de Rais, mi señora?.

  • No, no lo sé, dímelo.

De pronto las dos jóvenes dejaron de besarse e instintivamente Julie se cubrió el pecho con sus ropas.

  • Es, es el mismo demonio,.... dicen que es un auténtico sádico, que  ha asesinado a sus esposas,..... se ha casado ya con siete mujeres y...... señora, la gente rumorea que él mismo las ha matado entre horrendos tormentos y sus cuerpos se pudren lentamente en una hedionda mazmorra.

La señora escuchaba atónita.

  • No contento con eso  rapta a jóvenes aldeanas con las que celebra sangrientas orgías,...

Carlota hizo un gesto de incredulidad, mientras Julie seguía hablando con ojos de alucinada.

  • Dicen...dicen que en los sótanos de su castillo de Tiffauges hay una entrada que lleva directamente al infierno y que allí mismo hay una sala de tortura donde unos diablos martirizan y asesinan a esas muchachas de las formas más salvajes y crueles.

Carlota no podía creer lo que oía, por un momento se quedó callada, pero entonces estalló en carcajadas.

  • ¡Pero mi querida Julie, todo eso son habladurías y exageraciones, no me dirás que crees en esas cosas!.

Pero Julie siguió hablando en susurros, como si temiera que el mismo diablo le oyera.

  • Es cierto, mi señora, las malas lenguas afirman  que el señor de Rais se volvió así porque estaba enamorado de la Doncella de Orleans y como no pudo salvarla de la hoguera renegó de Dios y de las leyes humanas y divinas. Dicen que tiene tratos con el mismísimo Lucifer y que en su corte hay magos y nigromantes que conocen los arcanos necesarios para contactar con el Maligno.

Carlota se volvió a reir incrédula.

  • No os riáis señora,  ese hombre ha hecho un pacto con Satán y por eso tiene poderes sobrenaturales. Ahora mismo podría capturarnos si quisiera y, y... llevarnos a sus mazmorras, podría,.... podría detener este carro sólo con su pensamiento.

De repente, y como si las palabras de Julie tuvieran algún poder, se oyó un siniestro crujido, el carruaje escoró hacia un lado y estuvo a punto de volcar.  Las dos jóvenes se agarraron la una a la otra gritando antes de caer al suelo, entre los asientos.

Unos instantes después alguien abría la puerta desde fuera.

  • Señora, mi señora, ¿estáis bien?

  • Sí, sí, capitán, ayudadnos a salir de aquí.

En realidad, ninguna de las dos mujeres había sufrido daño alguno y los soldados las ayudaron a salir del carruaje.

  • ¿Qué ha pasado, capitán?, dijo Carlota ya fuera del carro viendo que un  soldado inspeccionaba las ruedas.

  • Se ha roto el eje, mi señora, el cochero no lo ha visto, nadie ha tenido la culpa, pero es que la rueda se ha metido en ese agujero y...., no me lo explico, parece cosa de brujas.

Carlota y Julie se miraron a los ojos, la primera había dejado de reirse hacía rato.

  • ¿No se puede arreglar?.

  • Imposible, señora, necesitaríamos un herrero y en los alrededores no veo que haya ningún pueblo. Haré que dos hombres se adelanten para encontrar un lugar dónde pasar la noche. Aunque sea la llevaremos a caballo, señora.

  • Me han dicho que cerca de aquí se encuentra un castillo, ¿es cierto?

  • Sí,..... el Castillo de Tiffauges, pero os  recomiendo que pasemos de largo.

  • ¿Por qué?

  • Su.., su dueño no es un hombre de fiar,.... .

  • ¿Gilles de Rais?

  • Sí, mi señora, así se llama.

  • ¿De verdad es tan terrible?

  • Me temo que sí, además vos sois,.... perdonadme, pero vos y vuestra doncella sois tan jóvenes y bellas....

Carlota frunció el ceño.

  • ¿Qué insinuáis, capitán?

  • No,...no insinuo nada, os pido perdón por mi atrevimiento,.... es que...

  • Está bien capitán, olvidadlo,  disponed todo como creáis más oportuno.

  • Gracias mi señora, .....¡eh vosotros dos!....

El capitán dio sus órdenes y dos caballeros se adelantaron con sus caballos. Entre tanto, Carlota y Julie observaron durante un rato los inútiles esfuerzos de los hombres por enderezar el carruaje. Luego, cuando se cansaron de mirar, las dos jóvenes empezaron a dar un paseo y se alejaron unos pasos.

  • Entre el capitán y tú habéis conseguido asustarme,  Julie ¿habrán sido los poderes demoníacos del Barón de Rais los que han roto el eje del carro?

  • Por favor, no bromeéis con eso.

Carlota se volvió a reir y las dos jóvenes siguieron paseando alejándose del carro, entonces se encaminaron algo más allá atraídas por el ruido del agua  que provenía de un fresco sotillo.

  • ¡Mi señora, no os alejéis!, oyeron que les decía el capitán.

  • ¡Mi criada y yo vamos hacia los árboles, capitán, cuidad de que vuestros guardias no nos molesten!.

El capitán imaginó para qué querían estar solas las dos mujeres así que hizo una seña y mandó a los soldados que se mantuvieran a la vista y no se acercaran a los árboles.

Hacía calor, así que la sombra de los árboles resultaba muy agradable. Las dos mujeres se perdieron en el sotillo hasta llegar a la orilla de un arroyuelo cristalino y allí hicieron sus necesidades. Tras eso se lavaron y Carlota se puso a chapotear.

  • Vamos, Julie, vamos, al agua, dijo Carlota de repente desabotonándose la ropa.

  • Pero mi señora, ¿aquí?.

  • Vamos, ya has oído lo que les he dicho a los soldados, estamos solas y nadie nos molestará, ven preciosa.

A Julie le costó un poco decidirse pero al final la convenció su señora que se desnudó en un santiamén y metiéndose en el río le empezó a salpicar.

  • Vamos perezosa, decía riendo, el agua está muy fresca, vamos.

Julie intentó evitar las salpicaduras entre risas y como ya estaba algo mojada se decidió por fin a desnudarse y meterse en el río.

Totalmente desinhibidas, las dos jovenes siguieron chapoteando y salpicándose la una a la otra sin parar de reir.  Después de un rato  de juegos se cogieron de la mano y siguieron andando contra corriente, ocultas por el denso soto arbolado, en busca de un pequeño pocillo que les cubriera más. Así anduvieron un largo trecho alejándose de sus ropas y del carruaje. Mientras caminaban las dos se miraban a los ojos en silencio. Por fin, tras caminar río arriba durante más de diez minutos  encontraron un pocillo y ambas se sumergieron en él por completo. El baño era muy agradable y Julie se olvidó por un momento del siniestro Barón de Rais.

Además del agua fresca, el verse la una a la otra completamente desnudas y con el pelo empapado les puso muy calientes. Era la primera vez  que se veían así  al aire libre. Así pues con el agua por la cintura y el ruido de fondo del agua corriente, las jóvenes se abrazaron y volvieron a besarse apasionadamente.

Carlota sentía el cuerpo cálido y sedoso de Julie contra el suyo y no pudo evitar un estremecimiento. Una vez más las dos jóvenes sintieron su cuerpo arder de deseo y con los ojos cerrados siguieron besándose en la boca largo rato, anticipando los dulces momentos de placer con los que se obsequiarían la una a la otra esa misma noche. Tan ensimismadas estaban que hasta un buen rato no se percataron de que dos ojos las estaban observando.

Instintivamente Carlota y Julie abrieron los suyos y miraron hacia la orilla sin dar crédito. Una joven jadeante y visiblemente aterrorizada las miraba semiescondida entre los arbustos. Ella también estaba desnuda, pero lo más increíble es que estaba encadenada, las dos manos sujetas con grilletes a la espalda y éstas atadas por una cadena a un collar del cuello.

La joven tenía el miedo en sus ojos y al verlas intentó decirles algo, pero ellas no le entendieron pues estaba amordazada. Sin saber por qué Carlota y Julie pensaron que aquella mujer les pedía ayuda desesperadamente.

De repente y antes de que tuvieran oportunidad de contestar en la lejanía se oyó un cuerno de cazador y el ladrido de una jauría de perros. La mujer miró alarmada hacia los ladridos y angustiada salió corriendo en dirección contraria. Carlota y Julie se quedaron mirando la una a la otra sin comprender,....en menos de un minuto vieron a los perros corriendo en pos de la mujer,.... Sin embargo, eso no fue lo peor, pues tras los perros aparecieron pronto los jinetes y otros hombres armados a pie.

A las dos jóvenes se les heló la sangre en las venas, se abrazaron aún más fuerte e instintivamente se metieron más en el agua para ocultar su desnudez. A pesar de ello no pudieron evitar ser vistas. Un soldado miró hacia el río y al verlas señaló hacia ellas y llamó a algunos de sus compañeros.

Carlota y Julie temblaron de miedo al ver impotentes cómo se acercaban aquellos hombres a cogerlas, en aquel momento les parecieron diablos lujuriosos y sucios recién salidos del infierno. El terror les paralizó de tal manera que se agarraron fuertemente la una a la otra y ni siquiera acertaron a gritar pidiendo auxilio a sus hombres.

  • ¿De donde salís vosotras? Dijo uno metiéndose en el agua.

  • Son dos ninfas del río, dijo otro, no cabe duda, ja, ja, ja.

  • Dos ninfas desnudas, vamos, vamos a por ellas, yo me pido a la rubia.

Los hombres atraparon a las dos mujeres y las obligaron  a separarse, entonces ellas reaccionaron e intentaron resistirse dando gritos y patadas. De poco les sirvió luchar como dos fieras pues allí había ocho hombres, suficientes para arrastrarlas hacia la orilla en contra de su voluntad.

Ya fuera del agua las tumbaron sobre la hierba y se dispusieron a violarlas. Dado que Carlota se resistía con todas sus fuerzas gritando y pataleando, la cogieron entre cuatro, de brazos y piernas y tras tumbarla boca arriba sobre la hierba, un quinto se agachó entre sus  piernas abiertas y se bajó los calzones. Al ver que la iban a violar, Carlota aún gritó y se retorció con más fuerza, pidiendo ayuda a gritos,  pero todo era inútil.

El sicario estaba ya para penetrar a Carlota cuando de repente algo golpeó en su cabeza y el hombre se derrumbó. Todos callaron y miraron al lugar de donde había partido el proyectil.

  • ¿Qué demonios estáis haciendo?. Un caballero con el rostro cubierto por un yelmo y cabalgando sobre un caballo ricamente enjaezado, había lanzado una especie de maza y se acercaba a galope.

Al reconocer a su señor, los soldados soltaron a las mujeres y se pusieron de pie con respeto. Carlota y Julie corrieron entonces a abrazarse la una a la otra.  Con aquel caballero venía una treintena de jinetes  entre los que se encontraba una mujer vestida con ricas ropas. También había algunos infantes que llevaban a otras dos mujeres desnudas colgadas de pies y manos a unas largas varas como si fueran dos venados que hubieran cazado.

  • ¿Por qué habéis abandonado la cacería?, dijo el noble  sin siquiera quitarse el yelmo, ¿quiénes son esas dos?, traédmelas aquí.

Los soldados reaccionaron y otra vez volvieron a atrapar a las jóvenes, separándolas y forcejeando con ellas las arrastraron hasta donde estaba su señor.

Al ver a las dos chicas  en manos de sus guardias el noble guerrero se quitó el yelmo para verlas mejor y entonces Carlota y Julie pudieron ver su rostro.  Se trataba de un hombre de casi cuarenta años, de pelo cortado a la moda borgoñona  y con barba bien recortada negra y con unos curiosos brillos azulados. Sus facciones eran duras y crueles endurecidas por  una larga cicatriz en la mejilla. Lentamente el caballero miró el cuerpo desnudo de  Carlota de arriba a  abajo.

Los ojos de ese hombre inspiraban terror y al ver cómo las miraba, las dos chicas dejaron de patalear en el acto.

  • Mi señor de Rais, dijo la mujer a caballo, andaos con cuidado, éstas no parecen campesinas, yo diría que la rubia es más bien de clase alta.

  • Pero si están  desnudas, querida Beatriz, dijo riendo Gilles de Rais, ¿cómo podéis saber eso?.

El señor de Rais dijo esto sin dejar de mirar el cuerpo desnudo de Carlota, totalmente expuesto. Sus crueles y sádicos ojos recorrieron su cuerpo como si pudieran acariciarlo y se deleitaron de sus perfectas formas.

Rubia, delgada y de mediana estatura, Carlota de Challans era una auténtica belleza. Tenía unos ojos intensamente azules y era insultantemente guapa. Su cabellera dorada le caía hasta la mitad de una espalda larga y delgada. Ahora la tenía empapada y despeinada pero eso sólo la hacía parecer más bella.

Gilles intentó retener en su memoria el cuerpo desnudo de Carlota: su piel blanquecina y joven  prometía ser cálida y suave, lo mismo que sus muslos nacarados y su trasero redondo y magro.  Sin embargo, lo que más llamó la atención de Rais fueron los perfectos pechos de la joven noble, dos mamas tiesas y redondas que le temblaban al menor movimiento y que en ese momento tenían sus rosados pezones gruesos y erizados por efecto del agua fría y la excitación. Dos anchas aureolas ligeramente hinchadas rebelaban la virginidad de Carlota y la intensa sensibilidad de sus pechos.

Así era como Gilles había imaginado siempre que serían esas vírgenes góticas de talle delgado y pelo rubio que adornaban los Libros de Horas y que siempre le habían hecho soñar. Carlota parecía una de ellas pero con las mamas más grandes.

La joven noble  se dio cuenta de cómo le miraba ese hombre y eso le hizo sentir miedo y excitación a un tiempo.  Julie tenía razón, parecía el mismo diablo.

Repentinamente otro ruido  atrajo la atención de todos y de entre la vegetación del soto salieron varios hombres armados, entre ellos estaba el capitán que traía las ropas de las mujeres.

  • ¿Cómo os atrevéis?, soltad a mi señora.

El capitán fue directo hacia el lugar donde se encontraba su ama atrapada por los esbirros, pero su ímpetu inicial se vio frenado cuando éstos se volvieron hacia él. Unos y otros sacaron sus espadas y se aprestaron a luchar.

Sin embargo, al ver que no se trataba de bandidos, el capitán prefirió hablar mostrando las ricas ropas de su señora.

  • ¿Es que no lo veis?, es la hija del Vizconde de Challans, soltadla, inmediatamente, ¿cómo os habéis atrevido?.

Los guardias miraron desconcertados al señor de Rais y éste asintió con un gesto, de manera que ellos obedecieron soltándola. Carlota corrió hacia el capitán que se apresuró a cubrir su desnudez con una capa.

Viéndola con su ropa, el Señor de Rais se dio cuenta del equívoco y dedicó una leve inclinación de cabeza a su bella amante Beatriz que una vez más había mostrado su habitual perspicacia.

  • Perdonad el error de estos rufianes, mi señora, y sed bien venida a mis tierras, os prometo que estos ineptos serán castigados.

Al dar disculpas Gilles no mostró humildad en ningún momento.

  • ¿Y mi doncella?, soltad a Julie malnacidos.

Los guardias también lo hicieron y la joven corrió hasta su ama que la cubrió con su propia capa y le consoló.

El capitán fue quien dio las explicaciones oportunas,.. cómo habían tenido un accidente con el carro y lo demás, y entonces Gilles de Rais les respondió invitándoles a pasar la noche en su castillo de Tiffauges. El capitán agradeció la invitación y trató de excusarse, pero el señor fue muy persuasivo y de algún modo le dio a entender que no aceptaría una negativa.

Por prudencia, el capitán terminó aceptando.

  • Luego iremos a mi castillo y podréis pasar la noche en él, aclaró Gilles,  pero antes debemos terminar la cacería.

  • ¿Cacería?, ¿qué cacería? se preguntó Carlota mirando anonadada las dos mujeres desnudas colgando de las varas.

Al ver su gesto de disgusto el capitán le dijo en voz baja que sería mejor  callarse y aceptar la invitación, por eso Carlota terminó de vestirse y dado que le proporcionaron una montura, aceptó cabalgar junto al señor de Rais durante el resto de la montería.

Habían cabalgado sólo unos metros cuando un jinete que venía en dirección contraria avisó de que por fin habían atrapado a la tercera “pieza”.

  • Ha sido a una milla de distancia, hacia allí, la han alcanzado los perros, mi señor.

  • ¿Está viva?

  • Sí, sí.

  • Así lo espero, ya os he advertido que en caso contrario os despellejaría.

  • La han mordido un par de perros, pero está viva, mi señor, yo mismo la he visto.

  • Muy bien, iremos allí ahora mismo, vete a avisarles.

  • Sí, mi señor.

El jinete se alejó trotando por donde había venido  y el grupo siguió la marcha.

Carlota imaginó a qué se referían cuando hablaban de la “tercera pieza”, no había más que ver cómo llevaban a las otras dos. Entonces recordó otra vez lo que le había dicho Julie sobre el Señor de Rais. Pero ¿pero qué era todo aquello?, ¿quiénes eran aquellas mujeres a las que trataban de esa manera?.

El grupo recorrió el camino pero a unos metros antes de llegar, a Carlota se le heló la sangre en las venas.

Efectivamente  la joven que les había  sorprendido en el río había sido capturada y los cazadores estaban terminando de izarla de la rama de un árbol cabeza abajo, colgada de los pies. Le habían quitado las cadenas y la mordaza pero en su lugar le habían atado los brazos a la espalda con sogas muy prietas. La joven gritaba y lloraba desconsolada mientras la izaban pero entonces uno de los despiadados guardianes la amordazó con su propia polla y se la empezó a follar por la boca.

  • ¿Qué clase de caza es ésta? Dijo Carlota sin poder aguantarse más ¿por que les hacen esto a esas pobres mujeres?.

En lugar de Gilles fue la propia Beatriz quien le respondió.

  • ¿Pobres mujeres? Estas alimañas pertenecen a una banda de criminales que han asolado la comarca robando y asesinando a los viajeros. Tenéis suerte de no haberos topado con ellos.

  • ¡Eso es mentira, puta asquerosa!. Una de las jóvenes que traían colgada protestó llorando de rabia, la chica se llamaba Marie.

Un guardia le dio un bofetón para hacerla callar.

A pesar del insulto, Beatriz ni siquiera se inmutó, descabalgó y acercándose a Marie le dijo al oído.

  • No te servirá de nada negarlo, puerca, luego en el castillo me encargaré personalmente de ti. ¿Lo ve mi señora?, en realidad son fieras, por eso mi señor de Rais les ha dado una oportunidad sometiéndolas al juicio de Dios: si escapaban de los perros se librarían del cadalso,........ pero ya ves que no ha sido así, zorra, Beatriz dijo esto último riéndose y agarrando el rostro de Marie con la mano.

Marie le lanzó entonces un escupitajo a la cara..

  • Al menos yo no soy la puta de ese demonio.

  • Esto lo vas a pagar, dijo Beatriz con rabia quitándose el salivazo de la cara, ¡guardias!

Mientras tanto, Gilles ayudaba a descabalgar a Carlota que miraba la escena atónita, y la invitó a sentarse a una mesa con viandas que habían traído unos criados. Carlota estaba indignada por la crueldad desplegada contra aquellas jóvenes por muy delincuentes que fueran. Nadie merecía ser tratado así.

  • Tú si que eres una puta, le dijo Beatriz a Marie, y nos lo vas a demostrar ahora mismo, vosotros, sacaos la polla para que esta puerca os la chupe.

  • Nunca.

Marie apartó la cara del primer soldado que le puso la polla delante, entonces recibió otra bofetada de Beatriz. La cruel mujer intentó obligar a hacerle la felación al guardián pero Marie se resistía con todas sus fuerzas. Marie luchaba como una fiera y por fin Beatriz desistió.

  • ¿No quieres pollas humanas?, dijo apartándose el pelo de la cara, pues entonces tendrás las de los perros.  Entonces Beatriz dio instrucciones  a los hombres y éstos clavaron cuatro estacas en el suelo tras lo cual ataron a la joven rebelde de brazos y piernas. De este modo Marie quedó a cuatro patas y con el trasero en pompa, pero no por eso dejó de insultar.

  • Y ahora traed a los perros, vamos.

Por indicación del Barón, los soldados ya habían desatado a la tercera “pieza de caza” pero sólo para atarle los brazos a la espalda y llevarla hasta donde se encontraban sentados él y Carlota.

  • ¿Cómo te llamas?, dijo el Barón a la llorosa joven acariciando su trasero.

  • Jean, mi señor

  • ¡Ah!, Jean, como la Doncella de Orleáns

  • Si, mi señor, dijo ella sollozando.

  • Desgraciadamente tu no eres una santa como ella sino sólo una pecadora, ¿no es cierto?.

  • Sí,..... mi señor.

  • Como sabes, la Doncella sufrió una horrible muerte en la hoguera siendo inocente de toda culpa,..... o sea que tú mereces algo peor.

  • Por...favor, no.

  • Pero ¿estás de acuerdo en que eres una pecadora, sí o no?

  • Sí, sí, eso sí.

  • O sea que confiesas tus culpas.

  • Mi señor, por favor tened piedad, haré, haré lo que sea.

  • Eso, harás lo que sea por salvar tu vida, zorra, por el momento arrodíllate y empieza a purgar tus pecados.

Carlota se violentó de tener tan cerca a esa muchacha desnuda, maniatada y llorosa a la que el Barón acariciaba sin recato, pero más se violentó cuando Gilles de Rais la obligó a rrrodillarse entre sus piernas y se sacó su enorme miembro para que se lo chupara en su presencia. Evidentemente, esta chica era menos valerosa que la otra, pues tras resistirse muy poco, empezó a chuparle la polla al noble con sumisión y delicadeza.

  • Así, así, chupa despacio zorra, no te la comas entera todavía ¿ve mi señora?, solo son unas zorras, mire, mire lo que esta puerca es capaz de hacer por salvar su miserable vida.

Carlota de Challans nunca había visto nada igual, esa pobre muchacha obligada a hacerle una felación a ese hombre cruel en su presencia. Precisamente a ella para la que meterse en la boca el miembro de un hombre era la cosa más asquerosa y abominable del mundo. Ella que se había jurado que nunca haría un acto tan indigno ni siquiera con aquél que fuera su marido. Se habría levantado indignada ante tanta perversión y brutalidad, pero algo más fuerte le hizo quedarse clavada allí mismo contemplando la singular orgía.

Por su parte, si eso no fuera suficiente, a unos metros, los soldados seguían violando por la boca a la chica colgada del árbol, mientras Beatriz urgía a otros soldados para que azuzaran a los perros a follarse a Marie la más rebelde de las tres.

Y como si todo aquello no fuese más que una simple excursión al campo, el Baron de Rais hizo que les sirvieran vino y algo de comer al tiempo que intentaba iniciar una conversación con Carlota. Se diría incluso que estaba intentando cortejarla mientras la otra joven seguía con la felación sumisamente bajando y subiendo la cabeza rítmicamente.

El Baron de Rais no dejaba de mirar a Carlota con deseo incomodándola grandemente, y a pesar de su asco, joven aristócrata tenía otra vez los pezones erizados y su entrepierna húmeda, su cuerpo siempre reaccionaba así ante la excitación.

Tras más de veinte minutos de mamada el Baron de Rais dejó de hablar repentinamente, en su lugar entrecerró los ojos ahogando un suspiro, entonces detuvo la felación de la joven arrodillada y mantuvo su cara pegada a las pelotas agarrándola del cabello con rabia y bramando de placer. Carlota no quiso mirar, pero finalmente no pudo evitar hacerlo. La joven feladora tenía el rostro crispado y la cara enrojecida mientras los músculos de su cuello rebelaban que estaba deglutiendo. Entonces una gota blanquecina se escapó entre sus labios y Carlota comprendió asqueada que el Barón le estaba eyaculando dentro de la boca.

-ASI,...AAASI, traga todo zorra.

Tras varios disparos de lefa acompañados de violentas sacudidas de su cintura, Gilles de Rais terminó de descargar violentamente y entonces se sacó el miembro de la boca de la joven y se incorporó mostrándolo tieso y brillante a pocos centímetros de la cara de Carlota. Un intenso olor a sexo de hombre le llegó entonces a la nariz y le hizo torcer el gesto con disgusto. De Rais se sentó entonces otra vez y dejó que la joven rebelde tragara lo que tenia en la boca y  se lo terminara de limpiar con la lengua mientras él seguía jugueteando con sus pechos y  atormentándola sicológicamente.

  • Como ves Jean no te pareces en absoluto a la Pucelle, ella hubiera soportado los mayores tormentos con tal de preservar su virtud.

  • Por favor, ¿qué va a ser de mí?, tened piedad.

  • ¿Con una puta como tú?, ni lo sueñes, ¡eh vosotros!.

Rais llamó a sus hombres y se la entregó para que se la llevaran de allí  y siguieran follándola  a su antojo. Los hombres se llevaron a Jean que siguió llorando desesperada y empezaron a violarla sólo unos metros más allá. El cruel barón se guardó el miembro ya fláccido, se volvió entonces hacia su invitada y siguió hablando con ella como si nada.

Entre tanto, en otra mesa se encontraba Julie refugiada entre algunos soldados de su escolta. La criada de Carlota estaba también impresionada y muerta de miedo por lo que le habían hecho los soldados en el río y por lo que ahora ocurría ante su vista. Después de todo, ella tenía razón, Gilles de Rais era un sádico malnacido. Cierto que las había salvado a ella y a su señora de ser violadas, pero ¿qué haría ahora con ellas?.

Estaba en éstas cuando de repente la joven se vio rodeada de varios hombres, entre los que estaban varios de los que habían intentado violarlas en el río. Julie miró anhelante a los guardias de Carlota, pero éstos prefirieron retirarse unos metros pues el capitán les había dado instrucciones de no provocar a los hombres de Rais. De todos modos lo que más aterrorizó a la muchacha fue un individuo gigante y calvo, fuerte como un toro.

  • Teníais razón, la señora es una belleza pero la criada también es un bomboncito.

El tipo se sentó junto a Julie casi pegado, desde luego más cerca de lo que ella hubiera deseado. Cuando la criada hizo ademán de levantarse, él la atrapó de la muñeca.

  • ¿A dónde vas guapa?. Dicen éstos que tienes una piel muy suave, qué pena, me hubiera gustado verte desnuda.

  • ¿Qué es esto?, ¿quién, quién sois?

  • Soy Jacques, el verdugo del Barón de Rais.

El tipo dijo esto mirándola con mal disimulada lujuria

  • Soltadme, por favor, ¿qué queréis de mí?

  • Hombre, por querer,.... me gustaría que fueras mi invitada... en las mazmorras del castillo,... tú ya me entiendes. Jacques le dijo eso acariciándole el cabello. Quizá pida a mi señor que te compre para mí, me debe muchos favores.

  • No,...no, por favor, dejadme, pertenezco a mi señora. Julie musitó esto aterrorizada.

  • Normalmente el Barón me entrega jovencitas como tú para interrogarlas en la cámara de tortura. ¿Sabes las cosas que les hago allí?,.....la mayoría me suplican  que les dé una muerte rápida......., pero a ti te trataría de una forma especial.

  • No me toquéis, dejadme..., por favor, ¡mi señora!

Repentinamente la voz del Señor de Rais sonó a lo lejos

  • ¡Eh Jacques, ven aquí!.

Viendo que el Barón le llamaba, el verdugo dejó en paz por fin a Julie.

  • Tarde o temprano serás mía, preciosa, le dijo éste sonriendo con crueldad mientras se alejaba.

Julie se quedó muerta de terror.

Entre tanto Carlota intentaba mantener la compostura ante su anfritión y soportó ver cómo seguían violando a las tres condenadas. Especialmente asqueroso y humillante la pareció ver cómo  usaban a los lebreles para violar a la pobre Marie. Esos perros debían estar entrenados para eso, pues fácilmente obedecían el instinto de encaramarse sobre el trasero de la mujer y penetrarla  hasta eyacular.  La cruel Beatriz se encargó de dirigir a cada uno de los canes de la correa para que se follaran a la muchacha.

  • Esto te gusta más, ¿verdad perra?, decía Beatriz con sadismo.

Marie gritaba de rabia y dolor pero no se rendía.

  • Maldita seas, suéltame ya puta del demonio.

  • Ja, ja, vamos precioso, follatela, vamos, así, así, sólo es una perrita.

Carlota apenas podía mirar mientras el Barón de Rais seguía comiéndola  con los ojos.

  • ........De modo que sois la heredera del Vizcondado de Challans, he oído que vuestro padre es muy rico, sin embargo, y aunque no lo parezca yo estoy casi arruinado.

Carlota no pudo aguantar más.

  • Decidme señor, ¿qué haréis después con ellas?, dijo señalándolas un tanto alterada.

  • ¿Esas tres?, son carne de patíbulo, como su señor feudal yo soy su juez y os aseguro que tendrán un juicio justo,..... de todos modos antes de eso habrá que interrogarlas para que nos digan el paradero de sus secuaces.

  • ¿Interrogarlas?

  • Sí, pero de eso se encargará el verdugo, eh Jacques, ven aquí.

La presencia del sádico verdugo hizo enmudecer a la bella Carlota.

  • ¿Sí mi señor?, dijo éste mirando a la muchacha como si fuera otra de sus víctimas.

  • Llevate esta misma noche a las tres prisioneras a la cámara de tortura y encárgate de que confiesen dónde se oculta el resto de su banda, no me importa lo que les hagas.

  • ¿Vais a mandar que las torturen?, dijo Carlota indignada sin poder fingir más.

El señor de Rais la miro extrañado.

  • Lo haré si es necesario, tengo que saber dónde se ocultan sus secuaces.

  • ¿Y qué, qué les van a hacer?, quiero decir, ¿cómo las van a....?

El Barón de Rais sonrió complacido ante la inesperada salida de Carlota.

  • ¿Sentís curiosidad, mi señora? ¿Acaso queréis asistir al interrogatorio?

Carlota se avergonzó de repente.

  • No, no, sólo quería...

  • Seguro que se muere de ganas de ver lo que les hacen, pero no lo confesará, es una señora. Además no creo que pueda soportar ver ciertas torturas. Esto lo dijo Beatriz  tras abandonar el juego que se había traído con Marie y los perros. Mi señor, concededme una gracia.

  • Vos diréis Beatriz.

  • Permitidme interrogar personalmente a esta zorra, dijo señalando a Marie que aún permanecía atada  llorando. Dejadme a solas con ella y yo le haré cantar como un pájaro.

  • Sé que podéis hacerlo, dijo Rais riendo, cuando os lo proponeís podéis ser muy cruel,...... está bien, dadlo por hecho, además será divertido ver quién consigue hacerles confesar antes, Jacques o vos.

El verdugo se sintió algo molesto por la inesperada competidora, Beatriz no le caía especialmente bien, sobre todo porque tenía la mala costumbre de ridiculizarlo,  sin embargo, sabía lo que le convenía así que aceptó callado e hizo una sumisa reverencia.

  • Muy bien, entonces quizá deberíamos dar por finalizada la partida de caza, dijo el Barón levantándose, disponedlo todo para volver a Tiffauges, vos por supuesto seréis mi invitada hasta que puedan arreglar el carro, le dijo a Carlota besándole la mano.

Tras ver todo aquello, Carlota hubiera querido dejar ese lugar inmediatamente, pero nuevamente el Barón fue muy persuasivo, le cogió la mano con fuerza y no se la soltó inmediatamente a pesar de que ella hizo esfuerzos por hacerlo.

Los soldados y criados recogieron y prepararon todo para partir mientras el Barón hacía los honores a Carlota, entre tanto, el verdugo Jacques se ocupó de las otras dos prisioneras: Caroline y Jean. Primero  las llevo hasta el río de los pelos y las echó al agua para limpiarlas bien. Luego ordenó a sus ayudantes que les ataran fuertemente los brazos a la espalda con  ásperas sogas y que las huncieran a un yugo abandonado que habían encontrado junto al camino. Las dos muchachas fueron obligadas a caminar desnudas y maniatadas atrapadas entre sí por el yugo como si fueran dos bueyes. Riendo como un diablo Jacques les hizo caminar dándoles latigazos en las piernas y en el culo.

Por su parte, Beatriz hizo que ataran a Marie a la cola de su propio caballo y se la llevó así hasta el castillo.

Mientras caminaban Carlota no podía dejar de mirar a esas tres pobres muchachas a las que les esperaban los tormentos del infierno........

(continuará).