El marido de mi amante
Al principio creí que iba a ser todo mucho más sencillo, pura atracción física entre desconocidos que se encuentran, casi por casualidad, en un entorno extraño. Pero no...
Al principio creí que iba a ser todo mucho más sencillo, pura atracción física entre desconocidos que se encuentran, casi por casualidad, en un entorno extraño. Pero no. Al acabar el congreso y el fin de semana ella seguía allí, en mi pensamiento y a flor de piel. Quería tenerla, caer en la tentación de lo prohibido, volver a sentir la gloria en su cuerpo. Noelia descuadraba mis ideas como las piezas de una partida de Tetris cuando se acelera. Vivía lo suficientemente lejos como para no convertir la infidelidad en otra rutina, pero afortunadamente no lo suficiente como para no encontrar una excusa para vernos.
Durante un tiempo fue así. Planificar los encuentros en un punto a medio camino entre los dos, hacer crecer la excitación y los nervios al ocultárselo a mi esposa. Era casi tan emocionante sentir toda esa tensión como dejar que explotase finalmente en un encuentro sexual rápido, furtivo, en cualquier hotel de carretera. Cuando ya no teníamos fuerzas para seguir follando nos despedíamos hasta la próxima.
Fue en uno de esos encuentros. Lo nuestro se había estabilizado hasta acabar teniendo una relación de amantes más o menos formales. Llegué al hotel de costumbre, a la cafetería, donde por tópicos nuestros encuentros eran de todo menos discretos para el personal, que ya nos reconocía. Al cruzar el umbral de la puerta la vi acompañada por un hombre. Él estaba de espaldas, tan sólo veía su cabeza poblada de canas. Me quedé bloqueado, Noelia nunca me había hablado de ninguna fantasía que incluyera terceras personas, pero si era eso lo que quería yo podía haberle buscado alguien, no sé, más joven, más atractivo. Al ver que no avanzaba ella me hizo un gesto con la mano, indicándome dónde estaba. Al llegar hasta ellos, me lo presentó como Juan, su marido. Sabía que estaba casada, nunca me lo había ocultado como tampoco yo a ella, pero lo que no conseguía comprender es qué pintaba su marido allí y hasta qué punto era consciente de lo nuestro. Me invitaron a sentarme y comencé a entender. Formaban un matrimonio peculiar.
¿Liberal?- quise saber.
Más o menos-.
No exactamente- se interrumpieron. – A mí- continuó él- no me interesan otras mujeres, adoro a la mía. Por eso busco su felicidad en cada terreno, también en el sexual. Es algo difícil de explicar, que siempre he sentido. Al principio creí poder estar a su altura. Como ves nos llevamos unos cuantos años- Noelia rondaba mi edad, los cuarenta y cinco, y a él le calculaba cerca de veinte más- cuando nos casamos ella no había cumplido los veinte y a mi las mujeres me duraban poco. No viene al caso explicar cómo nos conocimos, ni cómo llegamos a comprometernos, pero desde la misma noche de bodas supe que yo no iba a ser capaz de colmar sus necesidades. Temí que me dejara, como las otras, aunque esta vez hubiéramos llegado a poner el sello del matrimonio, pero no, alcanzamos a un acuerdo. Mi familia tenía…, digamos, una posición acomodada, conmigo iba a disfrutar de una economía desahogada, iba a poder permitirse unos estudios, algo que, de otra forma, en el pueblo no iba a estar a su alcance. Noelia se quedaba conmigo, manteníamos las apariencias delante de la gente, y a cambio yo le permito buscar fuera lo que yo no sé darle. Sólo le pedí una cosa, que me lo contara todo, que cuando encontrara alguien especial me lo presentara incluso. No creas- me miró, debía tener yo una expresión extraña ante sus confidencias-, al final hasta he aprendido a apreciarlo. Por eso estáis vosotros aquí y por eso estoy yo, para comprobar que lo vuestro se limita a la cama. Cornudo sí, pero gilipollas ya no-. Al decir estas palabras miró directamente s su esposa y Noelia agachó por un segundo la cabeza y yo creí entender que en el pasado alguna vez ella había sobrepasado los límites del acuerdo.
Mientras nos tomábamos un café, media tarde era demasiado temprano para empezar por unas copas, asistía a la narración de lo nuestro en labios de Noelia. El encuentro, la primera vez, los rasgos físicos, lo que hicimos o dejamos de hacer… Escuchaba pero no prestaba mucha atención. Asentía si tenía que corroborar un dato, pero mi mente estaba en otros lugares. Si le había entendido bien, podía volver a ver a Noelia siempre que ella quisiera, con su marido delante o no, pero debía limitarme a meros encuentros sexuales, sin pretender nunca ir más allá. Calibré las opciones, valoré al peso mi vida, poniendo en una balanza mi vida conyugal, mis pequeñas felicidades, también los contras, los que me llevaron a encontrar a Noelia, y al final decidí que sí, que podía adecuarme a su acuerdo, que incluso podía ser beneficioso para mí poniéndome un freno en esta historia que por mi mismo no sabía si iba a ser capaz de controlar. Así que al terminar las consumiciones, subimos los tres, se me seguía haciendo raro, a la habitación.
Tal vez fuera una impresión mía, pero juraría que aquella vez Noelia se prodigó menos en caricias y pasó más rápido a mayores, como si la presencia de su marido, sentado a apenas un par de metros en el único sillón que ofrecía aquella habitación, alterase sus ritmos. A mí también me distraía, pero finalmente los labios de Noelia rodando por mi cuello consiguieron centrarme. Sus dedos desabrocharon raudos los botones de mi camisa, y sus manos se perdieron por mi pecho. Pronto empezó a jugar con mis pezones, a tirar de ellos, a retorcerlos, y poco después eran sus dientes los que cogían el relevo. Quería besarla, librarme de esa tortura de mordiscos, pero Noelia se debatía para seguir recorriendo mi torso con su boca; cuando por fin conseguía atraerla nos mordíamos los morros en besos furiosos en los que mis manos enmarañaban su rizada melena pelirroja. Caminamos torpemente, ella sin querer soltarme y yo sin querer que me soltara, hasta la cama. Caminando a gatas sobre el colchón Noelia se comportaba como una fiera salvaje. Sus manos abandonaron definitivamente mi pecho y siguieron bajando por el vientre, torturándome con el suave arañazo de sus uñas, hasta llegar a mi entrepierna. Palpó, sobó, masajeó todo lo que quiso hasta que mis dedos soltando el cierre del pantalón le invitaron a explorar otras profundidades.
Miró al lugar que ocupaba su esposo cuando sus manos tiraron decididas del calzoncillo. Mi pene tardó poco en desaparecer entre sus manos. Me calmaba con besos por debajo del ombligo mientras su mano comenzaba a tirar de la piel de mi rabo. Me abandoné como todas las otras veces cuando sumó su boquita de piñón. Me sentía crecer entre sus labios, en sus cabeceos presurosos y sonoros; cuando supo que había llegado a mi tope, la lamió con gula desde los cojones a la punta, y a continuación, mirando a su marido, se golpeó con ella la cara, los labios, la lengua… Me hubiera gustado poder disfrutar eternamente de su boca, pero al mismo tiempo, aquel continuo cabeceo me llevaba a la locura. Busqué su cuerpo y Noelia me ofreció la espalda para que bajara la cremallera de su vestido negro. Rió cuando mis manos abrazaron sus pechos pequeños e hipersensibles. Su cuerpo se contoneó para que terminara de caer el vestido. Su cuello se retorcía para ofrecerme sus labios mientras mis manos se deleitaban a en su cuerpo. Inesperadamente la tumbé. Siguió riendo cuando acomodé su cuerpo con un almohadón. Me miró tratando de adivinar mis intenciones. Separé sus piernas, la braguita se le estiró y mis dedos se colaron entre la tela y su piel. Un gemido escapó de sus labios entreabiertos cuando las yemas de mis dedos rondaron su clítoris. La humedad alcanzaba hasta los labios cuando entré en ella. Un par de dedos enterrados en su coño y Noelia cerraba los ojos y se deshacía en gemidos. La respiración se le agitaba a media que mis manos comenzaban a darle frecuencia al metisaca. Siempre con la braga puesta, Noelia agarraba mi polla, la mantenía tiesa con un leve movimiento. Mis dedos la follaban cuando busqué con la mirada a su marido. Permanecía quieto, atento pero ausente, no ordenaba, no animaba, ni siquiera se masturbaba; su relación era difícil de comprender para una mentalidad acomodada a lo tradicional, pero agradecía que dejase a su esposa experimentar con otros, especialmente si ese otro era yo. Decidido a llevarla al orgasmo redoblé el esfuerzo, hasta que sus pataleos desordenaron el edredón de una cama sin deshacer y sus gemidos aumentaron de volumen. Noelia se corría en mis manos.
Las bragas volaron para caer a los pies del cornudo y el sujetador pronto siguió la misma dirección. Ofrecí mi polla y Noelia volvió a mamar con avidez. Acariciaba mientras su cuerpo desnudo y mis dedos tendían a morir dibujando la forma de su trasero. Hasta que la tumbé, los ojos viajando de la figura de su marido al techo, y me encaramé a su cuerpo. Nuestros sexos agradecieron el reencuentro. Un primer empujón impetuoso me llevó a recorrer su vagina entera y a gemir al unísono. Tal vez la presencia callada de su marido vigilando cambiara las cosas, pero llegados a este punto volvía a ser como todas las otras veces, puro instinto. Me erguía sobre los brazos y me dejaba caer rompiendo con mi polla su coño. Una y otra vez, al principio sin un orden claro, luego dándole frecuencia. Cuando los brazos de Noelia tiraron de mí supe que estaba camino del orgasmo. Me abrazaba, clavaba sus uñas en mis hombros, tratábamos de besarnos pero rara vez acertábamos con la boca del otro cegados como estábamos por la pasión. Volví a la carga, nuestros cuerpos se separaban para volver a chocar provocando un eco hipnótico. Cada vez más intenso, sin tregua cuando ella pedía que no parara, hasta que la intensidad de sus gemidos fue en aumento. Un grito sordo anunció su corrida.
¿Qué tal?- al desmontar a Noelia me topé con la mirada fija de su esposo.
La follas muy bien, Noelia ya me lo había dicho- respondió.
Gracias hombre, pero creo que ella tiene bastante que ver, tienes una mujer maravillosa-.
Lo sé_ concluyó diciendo con una sonrisa orgullosa asomando en la comisura de sus labios. Noelia todavía se retorcía sobre la cama, y yo necesitaba una mínima pausa para recobrar aliento y evitar correrme demasiado pronto. La tregua iba a durar poco. Tiré de sus tobillos atrayéndola hacia mí, al borde mismo de la cama, provocando sus risas. Levanté sus caderas y en un gesto instintivo ella solita sacó el culo. Sumergí la cara en su trasero. Mis manos ayudaban a mantener separados la parte superior de sus muslos, dándome acceso a su ano, a su coño. El regusto a sudor y a restos de sus flujos me embriagaba. Asquerosamente delicioso. Era algo que en nuestros encuentros anteriores no habíamos practicado, pero parecía gustarnos por igual. Mi lengua se entretuvo en bañar con saliva cada centímetro cuadrado de la zona. Cuando las agujetas se anunciaban, di paso a mi rabo. De pie junto a la cama, ella a cuatro sobre el colchón, mis manos agarraban sus caderas, retenían sus impulsos en cada uno de mis viajes. Rítmicamente, uno dos, uno dos. De vez en cuando un golpe más intenso para sentirla mejor, y siempre sus gemidos, y mi respiración acompasada y la presencia impertérrita de su marido a mi espalda. Volvíamos a tomar velocidad. Un empujón más descontrolado y Noelia caía de bruces sobre el edredón arrugado. Su cuerpo formaba una pirámide por cuya cúspide me colaba yo.
Caí junto a ella, durante unos minutos mi cuerpo retenía el suyo contra la cama, sin dar apenas espacio a mis golpes de riñón. Luego busqué otras posturas que me llevaran a surcar una porción mayor de su coño. Mojé mis dedos en saliva, sin dejar de follar su coño me encapriché de su culo. Rodamos hasta quedar de lado, siempre conmigo a su espalda. Sin pretenderlo habíamos terminado de frente a su marido, como si actuáramos para él. Le ayudaba a mantener levantada una pierna para que la follada fuera más cómoda, y siempre mi dedo rondando su trasero, poniéndolo en alerta, abriéndolo mínimamente para ir dilatándolo.
- Antes haz que me corra- Noelia adivinó mis intenciones. Redoblé esfuerzos para cumplir sus órdenes. Imprimía toda la frecuencia que podía a mis golpes de riñón, ella colaboraba llevándose la mano al coño. A los pocos minutos asistía a las contracciones de su sexo.
Su coño brillaba mientras trataba de insertarse mi rabo en el culo. Tumbado sobre la cama, mis brazos retenían su cuerpo cuando se dejaba caer para sentarse a horcajadas sobre mí. El avance era lento y doloroso, pero ninguno iba a dar marcha atrás. Con una mayor lubricación hubiera ido mejor; su marido se retorció en el sillón al oír los gritos de Noelia, pero finalmente una buena porción de polla se alojaba en su recto cuando reposaba del esfuerzo sentada sobre mí. Como un trofeo, mis brazos la aupaban, guiaban sus movimientos, retenían sus caídas. El cuerpo de Noelia se interponía entre yo y su esposo, pero ellos se miraban cara a cara. No sabía cuántas veces habían llevado a cabo estos encuentros, ni cuántos antes que yo habían tenido que pasar la prueba, supuse que bastantes pues Noelia era un volcán y él decía no saber satisfacerla de otra forma. Esos pensamientos me hicieron perder la concentración en el peor momento, justo cuando las fuerzas de mis brazos se debilitaban y Noelia caía estrepitosamente sobre mi vientre, doblando mi polla sin consideración. Me corría, irremediablemente. Al abandonar su trasero una catarata de semen descendía pesadamente por él.
Mientras mi polla sufría los últimos estertores, Noelia se llevó la mano a la entrepierna, manchó un par de dedos de la mezcla de nuestras respectivas corridas, y mirando a su marido los lamía con una lascivia que no le conocía. Lo miré, tratando de entender sus reacciones, sus gestos; no sé si habré pasado la prueba, no sé si he demostrado que de Noelia sólo me interesa su cuerpo, pero si esto vuelve a repetirse sé que quiero que esté presente, mi amante se vuelve mucho más guarra cuando está delante su marido.