El marido de Leticia
Me escribió una tal Puta Anónima que decía que ella se había acostado con cuatro novios de diferentes amigas. El desafío quedó planteado para ver a cuantos podía llegar yo. A partir de ahí dejé de ver a los novios o maridos de mis distintas amigas como tales. Me ayudarían a superar a mi rival...
Luego de haber publicado mi experiencia con el novio de una amiga, en uno de los mails que recibí me escribió una tal “Puta Anónima” que decía que ella se había acostado con cuatro novios de diferentes amigas. Desde ese momento quedó planteada una especie de desafío para ver a cuantos podía llegar yo. Obvio que a partir de ahí dejé de ver a los novios o maridos de mis distintas amigas como tales, ahora eran mis potenciales amantes, los que podrían ayudarme a superar mi rival.
Leticia es una ex compañera de colegio. Es una de las chicas con las que me volví a reencontrar después de algunos años gracias al Facebook. En una de nuestras últimas reuniones ya lucía una esplendorosa panza de siete meses de embarazo. En esa ocasión vino con su marido, Daniel, quién, pese a lo poco que lo trate, me resultó muy agradable y simpático.
Por supuesto que mientras las mujeres nos juntábamos por un lado, para hablar de nuestras cosas, los hombres con Daniel incluido, se pusieron a mirar un partido que pasaban justo a esa misma hora. Fue en ese momento, aprovechando que habíamos quedado solas, que Leticia nos comentó a todas que tenía miedo por su marido, y que por eso lo había traído. Cuando le preguntamos de qué tenía miedo, nos dijo que ya hacía un par de meses que el obstetra le había recomendado no tener sexo debido al embarazo, y que eso iba a ser así hasta un tiempo después de que naciera el bebé, ya pasada la inevitable cuarentena. Entonces entendimos a lo que se refería. Tenía miedo que su marido buscara afuera lo que no tenía adentro, y de que le gustara lo que iba a encontrar.
En ese sentido sus temores eran más que comprensibles. Por más enamorado que esté un hombre la falta de intimidad puede destruir a una pareja, y ella, obviamente, no quería llegar a tal extremo, pero se daba cuenta del riesgo que corría. Después de la reunión me olvidé de tal comentario, pero tras el desafío lanzado por Puta Anónima me acordé de ella. La llame para saber cómo andaba, y quede en ir a verla en una de estas tardes. Y claro que fui.
Tomamos mate, nos acordamos de los viejos tiempos, le sacamos el cuero a nuestras otras ex compañeras y charlamos de nuestras cosas. En eso llega Daniel, su marido. Se suma a la charla y cuándo ya se hace la hora de irme la misma Leticia le pide que me acompañe hasta abajo.
-Aprovecho para ir hasta el kiosco a comprar cigarrillos- le dice él -¿Necesitas algo?-
-No mi amor, nada, estoy bien- le dice ella.
Me despido, le acaricio la pancita, y le prometo volver a visitarla cuanto antes. Salimos con Daniel del departamento y subimos al ascensor.
-Que mal la debés estar pasando, ¿no?- le digo cuándo cierra la puerta y aprieta el botón de la planta baja.
-¿A qué te referís?- me pregunta sorprendido, sin saber a qué me refería.
-Leticia me contó de la abstinencia que están teniendo, debe ser terrible- me explayé al respecto.
-Si, la verdad que sí, pero bueno, es cuestión de acostumbrarse, es por el bien del bebé- me aclara.
-Si, pero igual, un hombre como vos no debería aguantarse- le digo con un tono ciertamente especial.
-¿Y qué otra cosa puedo hacer?- más que resignación parecía estar preguntándome si se me ocurría algo.
-Bueno, quizás alguna amiga podría darte una mano- le sugiero.
-¿Alguna amiga de mi señora, tal vez?- sugiere él.
-Es una buena opción- asiento.
El ascensor se detiene en la planta baja pero no salimos. Nos quedamos adentro.
-Mirá Marita, los dos somos grandes, ¿esto es una especie de broma o algo así?- me pregunta con la más absoluta seriedad.
-No es ninguna broma, en verdad me gustaría ayudarte- le confirmo.
-¿Entonces?- quiere saber.
-Entonces… si querés podemos vernos mañana, yo salgo de trabajar a las cuatro y media, me pasas a buscar por el trabajo y vamos a un hotel, ¿Qué te parece?- le digo.
-Me parece bárbaro, pero… dame un anticipo ahora, ¡por favor!- me pide casi desesperado.
-¿No se va a preocupar Leticia porque no volvés?- me quise asegurar.
-Le dije que iba al kiosco, sabe que siempre me quedo charlando con el kiosquero- me clarifica, tras lo cual me vuelve a insistir: -Dale, mira como me pusiste- me dice refiriéndose a la fabulosa comba que se le marca por debajo del pantalón.
-En ese caso- abro la puerta del ascensor, salimos y ya en el hall del edificio, le pregunto: -¿Por dónde quedan las escaleras?-
Me señala una puerta. Caminamos hacia ella, la abrimos y entramos.
Bajamos al primer subsuelo. Mientras descendemos por los escalones, siento que me mete tremenda mano en el orto, eso me excita, me calienta más de lo que ya estoy. Cuando llegamos a un pasillo que está a media luz, me inclino de rodillas ante él, y le bajó el cierre del pantalón. Le meto los dedos dentro de la bragueta y se la saco afuera. De solo sentir el tibio contacto de mi piel la pija sale disparada hacia fuera, alzándose bien empinada. Aunque no puedo verla bien debido a la penumbra del lugar adivino las venas bien marcadas sobre su exuberante contorno, puedo sentirlas con mi tacto.
La tiene grande Daniel, con una comba en el medio que hace que la cabeza apunte hacia arriba. Se siente húmeda y caliente, y se nota además que se viene aguantando desde hace rato, tiene las bolas a punto de explotar el pobre.
Agarrándosela siempre con una mano, frotándola suavemente, empiezo por besársela en la punta, untando con la lengua el líquido que fluye espesamente del agujerito, ¡se siente tan rico!, trato de sorber la mayor cantidad posible para luego seguir lamiendo todo el resto. ¡Mmmm! Esta tan caliente que me quema la lengua.
Sus acompasados suspiros de placer son mi recompensa, me encantan los ruidos que emite un hombre cuándo está gozando de verdad. Y si ya gozaba con apenas una lamida, fue mucho mejor aún cuándo me la metí en la boca y me puse a chupársela con el mayor de los deleites, haciéndola resbalar una y otra vez entre mis labios hambrientos de verga. Se la chupaba haciendo ruiditos, mamando ávidamente cada trozo, cada centímetro, llenándome la boca una y otra vez con tan deleitable manjar, saboreándola a lo largo y a lo ancho, embadurnándolo todo con mi propia saliva.
No teníamos mucho tiempo así que me levanté, me desabroché el pantalón, y me lo bajé de un solo tirón hasta por debajo de las rodillas, junto con la tanga claro, el aroma de mi conchita toda mojada y ansiosa se esparció por todo el subsuelo, me di la vuelta y sujetándome del pasamanos de la escalera eché la colita hacia atrás, ofreciéndosela en todo su esplendor. Bien parado desde atrás, el marido de mi amiga, que ya tenía la pija a punto de reventar, me la puso con una mano en el sitio adecuado y aferrándome entonces de la cintura me la mandó para adentro de un solo empujón.
-¡Ahhh…!- gemí al sentirla llenándome en esa forma que solo una buena pija puede hacerlo.
Me la empujó bien adentro, como si buscara rellenar cada agujero, y con una fuerza descomunal empezó a moverse, haciéndome sonar las nalgas con cada choque de su pelvis, metía y sacaba, entraba y salía, me cogía maravillosamente, y de parada, estremeciéndome toda con cada embestida. En cierto momento me agarró de los pelos y tirando de ellos, como si fuera la crin de una yegua, aceleró sus movimientos, como si quisiera desfondarme y partirme al medio a puro pijazo.
-¡Cogeme… cogeme…!- le decía yo, girando la cabeza hacia él y mirándolo con carita de viciosa.
Me estaba cogiendo, claro, pero a todos les gusta que se lo pidamos, o que les gritemos: ¡Más… más… dame más…! y el marido de mi amiga se ponía como loco cada vez que se lo decía.
-¡Que bien me cogés!- le gritaba y aunque no decía nada se esmeraba por mantener el ritmo, acentuándolo de vez en cuando con unos golpes que me repercutían hasta en la nuca.
Por entre mis muslos podía sentir un líquido calentito que fluía desde mi interior: me estaba mojando otra vez, me mojaba sin parar, gozando esa dureza exquisita que sentía perforándome hasta lo más profundo, hasta donde me entraba, con los huevos empujando, como queriendo entrar ellos también. Levantando un pie para apoyarlo en el segundo escalón, me abrí todavía más para él, ofreciéndole mi concha bien abierta para que me la reventara a pijazos, para que me la descosiera a ensartes, para que me la mutilara a combazos. ¡Era glorioso! Sobre todo porque no se trataba de un tipo cualquiera sino del marido de una amiga. Y me lo estaba garchando en el subsuelo de su propio edificio, y de parada. ¿Qué más podía pedir? ¡Ah, ya sé! Un polvo mucho más glorioso aún. Y lo tuve. Tras una arremetida de aquellas, en la que incluso hasta casi pierdo el equilibrio, me dijo que estaba a punto de acabar.
-¡Te voy a llenar de leche mamita!- me susurró en el instante previo.
-Ni se te ocurra- le dije.
No porque no me gustara, al contrario, me encanta sentir los borbotones de semen fluyendo en mi interior, pero de ahí me tenía que ir a la Facultad y no habría sido cómodo hacerlo con la concha chorreándome leche, por eso le pedí que me acabara afuera. Lo siento.
Así que ni bien me la sacó, se la agarre y dándole un par de sacudidas, lo ayude a soltar toda esa carga láctea que venía conteniendo desde hace tiempo, porque debo decir que lo que eyaculó fue un verdadero diluvio, una descarga torrencial que parecía no tener fin.
-¡Ahhhhhhhh… ahhhhhhh… ahhhhhhhhh…!- jadeaba mientras soltaba chorro tras chorro de esperma, salpicando los escalones y el suelo con su esencia íntima.
-Me dejaste seco Marita- me dijo luego mientras se subía el pantalón y se lo abrochaba.
Yo hice lo mismo, me acomodé lo mejor que pude y le dije que para mí había sido un gusto darle una mano con su abstinencia.
-Pero mejor nos vamos porque si no tu mujer va a bajar a buscarte- le dije.
-Dale, pero ¿sabes qué?, me quede con las ganas de hacerte la colita- me dijo mientras subíamos las escaleras, acariciándome justamente esa parte en una forma que certificaba lo que acababa de decirme.
-Ya vas a tener oportunidad mañana- le aseguré.
Y en efecto, al día siguiente habría de rompérmela como a mí me gusta. Antes de abrir la puerta que conduce al hall del edificio nos besamos y nos prometimos encontrarnos al otro día. Salimos juntos, y en la calle nos separamos. El se fue al kiosco a comprar cigarrillos, seguramente mucho más aliviado y yo me tomé un taxi para ir a la Facultad porque si no llegaba tarde, y les aseguro que durante el viaje y hasta un buen rato después me seguían palpitando los labios de la conchita de lo fuerte que me había dado.
Ese hombre sí que estaba en serios problemas y para mí fue un placer ayudarlo. Me sentía una heroína, aunque lo mejor de todo era que sumaba un novio/marido más a mi cuenta personal para desbancar a Puta Anónima. Y sigo en carrera.