El marido de Carmen
Mientras me cogía recordaba a Carmen, su esposa y también a mi esposo y el éxtasis se elevaba hasta la estratósfera, no podía contenerme, gemía, bramaba, rugía descontrolada, entregándome por completo a ese hombre que supuestamente había abusado de mi confianza para acostarse conmigo...
El otro día escribiéndome con uno de mis lectores, él me preguntaba en que había quedado aquello de cogerme a los maridos de mis amigas. Le respondí que eso había sido por una especie de desafío que había planteado una tal “Puta Anónima”, pero como no volvió a escribir el asunto quedó ahí.
Aun así él me insistió para que siguiera con ese tema, ya que al parecer le excitaba imaginarme en tales situaciones y fue así que me acordé de Carmen, una amiga de hace tiempo, cuyo marido me había tirado onda en un par de oportunidades, pero aunque nunca llegamos a concretar nada, lo cierto es que no se trataba de alguien que fuera de mi agrado, y la única razón por la que lo haría con él sería por ser el marido de una amiga, y ya con eso era suficiente como para que me excitara.
Así que después de intercambiar aquellos mails empecé a idear la forma de acercarme a Hugo, tal el nombre del marido de mi amiga, ya que no se trataba de alguien a quien viera con frecuencia, solo de vez en cuando, en ciertas reuniones o cuando nos juntábamos por algún evento especial, pero las pocas veces que nos veíamos las aprovechaba para hacerme alguna que otra insinuación, las cuales, debo ser sincera, no las tomaba demasiado en serio.
El tipo no me caía bien. Me parecía un ventajero, un inescrupuloso, pero era el marido de una de mis mejores amigas y como tal debía soportarlo. Aunque ahora, y tras los mails con mi lector, tal detalle solo le agregaba mucho más morbo a un potencial encuentro entre ambos.
Pero, ¿Cómo iba a hacer para acercarme? No podía simplemente ir a verlo y decirle: “Hugo quiero encamarme con vos solo porque uno de mis lectores me lo pidió”, podría hacerlo, claro, pero no resultaría para nada excitante. Fue entonces que se me ocurrió algo que podría llegar a funcionar.
Sabía por Carmen que su marido era bancario y se desempeñaba como asesor de préstamos personales en una sucursal de un prestigioso banco. Traté de esforzarme por recordar en cual, ya que me lo había mencionado en cierta ocasión, pero se ve que no le había prestado demasiada atención ya que no lograba acordarme. Así que la única solución posible fue empezar a llamar a las distintas sucursales y en cada una ir preguntando por él, hasta que di con la correcta. Por supuesto solo pregunté, no pedí que le pasaran la llamada, ya que mi plan era otro.
Así que el día en cuestión pedí permiso en el trabajo para realizar unos “trámites personales”, me tomé el colectivo indicado y me baje a un par de cuadras de la sucursal en donde trabaja el marido de mi amiga. Fui como cualquier clienta, a asesorarme sobre un préstamo personal. Me anuncié en la mesa de informes, me tomaron unos datos y me dijeron que enseguida me iban a atender. Por supuesto fingí sorpresa cuando él apareció en el salón y me llamo por mi apellido.
-¡Hugo!- exclamé al verlo.
-¡Marita!- se sorprendió él también, aunque en su caso fue una sorpresa sincera y no fingida como la mía.
-¿Qué te trae por aquí?- me preguntó.
-En realidad vine a preguntar por un préstamo, pero no esperaba encontrarte- le dije.
-Vení, vamos a mi oficina así hablamos más cómodos- me dijo guiándome por un corredor hacia uno de los boxes donde atendía al público.
-¿Cómo estás, Mary? No te veía desde…- me dijo tratando de recordar la última vez que nos habíamos visto.
-Desde el cumpleaños de Carmen- le ahorré el esfuerzo.
-Sí, tenés razón- asintió esbozando una sonrisa, ya que también en el cumpleaños de su esposa me había tirado los galgos.
Charlamos un rato de la familia, de temas comunes a ambos hasta que llegó el momento de hablar del mencionado préstamo. Le dije que estaba pasando por una situación económica algo complicada y que necesitaba un préstamo lo antes posible.
-¿Sos clienta del banco?- me pregunto mientras ingresaba mis datos en la computadora.
-No, pero vi la propaganda sobre los préstamos que ofrecen y me mandé- le aclaré.
-Y tus ingresos, junto con los de tu marido, ¿de cuánto serían?- me consultó.
Le dije una suma que sabía no aplicaba para ningún crédito ni acá ni en la China.
-Me parece que con ese importe no llegamos a cubrir los requisitos mínimos- me anunció tras evaluar mi situación financiera.
-Pero, ¿no se puede hacer algo?- le pregunté algo decepcionada.
-Es que son muy estrictos con los requisitos, sobre todo con los ingresos mínimos- me aclaró.
-En verdad necesito ese préstamo, Hugo- le insistí.
-Lo siento Mary, pero no se puede hacer nada, quizás podrías averiguar en otro banco- me sugirió.
-Qué lástima, te aseguro que estaría dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de conseguir ese préstamo- le enfaticé.
Al escuchar tales palabras levantó la mirada y me miro atentamente. Carraspeó algo nervioso, se acomodó en su silla y me preguntó:
-¿Cualquier cosa?-
-Cualquier cosa- repetí con mayor énfasis todavía, sin apartar mis ojos de los suyos.
Volvió a carraspear, agarró algunos papeles que tenía sobre el escritorio y los acomodó nerviosamente.
-Bueno, dejame ver qué puedo hacer, pero no te prometo nada, eh- me dijo finalmente.
Le di las gracias, me levanté y le di un beso en la mejilla, muy cerca de los labios, como para motivarlo. Al rozar su piel con la mía, pude sentir como transpiraba.
Me acompañó hasta el salón y allí nos volvimos a despedir con otro beso. Salí del banco meneándome sensual y provocativamente, sabiendo que él miraba atentamente como me iba. Antes de traspasar la puerta, giré la cabeza para verlo una vez más y debo admitir que ver cómo me miraba con esa cara de baboso, como un pervertido sexual al acecho de su víctima, me excitó mucho más todavía.
Así, de esa manera, los engranajes de mi plan se habían puesto en marcha. A los dos días recibo una llamada suya en el celular.
-Ponete contenta- me dice –El otorgamiento del préstamo es un hecho-
Tuve que fingir que me alegraba por la noticia.
-Hugo, sos un capo, la verdad es que no se cómo agradecerte- le dije.
-Bueno, estuve pensando en eso y se me ocurrió algo- expuso entonces.
-Sí, lo que sea, ya te dije que estoy dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de conseguir ese dinero, y te soy sincera Hugo, con esto me estás salvando la vida- lo incité más todavía.
-¿Podés hablar ahora o preferís que te llame más tarde?- me consultó antes de mandarse.
-Está bien, no hay problema, estoy sola- le dije, no quería alargar demasiado la situación, estaba verdaderamente ansiosa.
-Bueno, creo que no es ningún secreto para ninguno de los dos lo mucho que me gustás, es más, ya me tire varios lances con vos y siempre reboté- me dijo.
Me reí.
-Supongo que no me vas a pasar la factura justo ahora- le dije.
-No, claro que no, pero lo que dijiste el otro día, que estabas dispuesta a hacer cualquier cosa… por favor no pienses que me estoy aprovechando de la situación, pero…-
-¿Pero qué?- lo apuré –Por favor Hugo, decime de una buena vez lo que querés pedirme-
Lo escuché tragar saliva a través de la línea y a continuación se soltó:
-Quiero que… vayamos a un hotel -
-¿Qué?... ¿Cómo?- le replique haciéndome la inocente.
-Dale, no te hagas la ingenua que vos solita viniste a mi oficina a entregarte- me recordó -¿O te olvidaste que estabas dispuesta a cualquier cosa?-
-Si, pero… yo me refería a darte un porcentaje del préstamo, algo así, una especie de coima, no a que me iba a dejar coger si me lo otorgaban- trate de aclararle.
-No te hagas la estrecha ahora que te entendí muy bien- se calentó –De todas formas al préstamo para ser otorgado le falta mi firma, así que si querés convencerme eso ya depende de vos, ya sabes cuál es la parte que quiero-
-Pero Hugo, sos el marido de mi mejor amiga, jamás podría hacerle eso a Carmencita- le dije con mi mejor tono de inocencia.
-Mirá, para conseguir el préstamo tuve que apretar al de otorgamiento, lo que me costó bastante, así que no me vengas ahora con boludeces- se enfureció.
-Si querés puedo coger con él, pero con vos, perdoname pero no puedo- le volví a decir, hiriéndolo ahora en su orgullo masculino.
-Mirá, tengo hasta mañana para poner mi firma, si querés el préstamo tenes mi número- dijo y colgó.
Estaba súper excitadísima, la verdad es que la situación me había superado y en ningún momento llegué a imaginar que podría calentarme tanto con el marido de Carmen, pero a las pruebas me remito, y la humedad de mi tanguita era fiel reflejo de lo que sucedía. Esperé para llamarlo, ya que no se la quería hacer muy fácil.
-Hola Hugo, estuve pensando en lo que me dijiste- le dije cuándo finalmente lo hice.
-¿Y, que decidiste?- pregunto un poco más calmado, vislumbrando quizás una cierta esperanza.
-No me queda otra, necesito ese préstamo, y aunque lo lamento por Carmen, tengo que decirte que sí- le dije, simulando resignación.
-Decirme sí a qué, quiero que me lo digas-
-Sí a que… voy a ir a un hotel con vos Hugo, voy a coger con vos, ¿estás satisfecho?- asentí, soltando un suspiro.
Casi podía oír del otro lado de la línea su explosión de júbilo.
-Pero dejame decirte algo más- añadí.
-¿Si?-
-Sos un hijo de puta- ahora la que colgó fui yo.
Al otro día volvimos a hablar, solo para arreglar en donde nos encontraríamos para darle el debido agradecimiento. El salía del banco a las cinco de la tarde, yo de la compañía a las cuatro y media, por lo que arreglamos vernos en un lugar intermedio. Algo alejado, ideal para encuentros furtivos como el nuestro. Nos vimos directamente dentro de aquel refugio de parejas clandestinas. Esta vez me saludó distinto a otras veces. Me besó en la mejilla, pero al hacerlo estrecho mi cuerpo contra el suyo y mentiría si digo que no sentí nada al hacerlo.
Nos sentamos, pedimos algo y hablamos mayormente sobre las condiciones del préstamo. No tocamos nada sobre nuestra inédita transacción, hasta que:
-¿Hace mucho que estás con ganas de cogerme?- le pregunté lisa y llanamente, poniendo yo misma el tema sobre el tapete.
-Desde siempre- confesó –Sos… ¿cómo decírtelo sin ofenderte?-
-Decílo, dentro de un rato vamos a estar juntos revolcándonos en una cama, así que tenés libertad para decir lo que quieras- lo eximí.
-Sos una yegua, Marita, sos toda sensualidad, dudo que haya alguien que no quiera cogerte- me lanzó.
Me reí.
-Supongo que debo tomarlo como un piropo- El también se rió.
-Y tengo unos cuántos más- agregó.
Ya habíamos roto el hielo, así que tras terminar nuestras respectivas copas, nos levantamos de la mesa, y salimos de la confitería rumbo a nuestro destino. El albergue solo quedaba a media cuadra, por lo que llegamos enseguida. Hugo me tomó de la mano al entrar, y debo decir que le agradecí con un suave apretón el gesto.
Siempre que entro a un albergue transitorio con otro hombre que no sea mi marido me agarra como un cosquilleo en el estómago, no se porqué pero siempre es así, como si tuviera mariposas, me estremezco al cruzar el pasillo a media luz del lugar en cuestión con quién en minutos más se convertirá en otro amante de esa lista que ya lleva varias hojas en su haber.
Apenas entramos Hugo se me echa encima y me abraza, besándome con un furor fuera de toda posible contención.
-Hace cuánto que quería tenerte así Mary, para mí solo- me dice metiéndome mano sin control alguno.
Hago la que me resisto, como si en realidad no quisiera estar ahí, aunque voy cediendo de a poco, participando mucho más activamente aunque recordando por momentos que, supuestamente, estoy allí contra mi voluntad. La idea del juego es esa, lo que realmente me motiva, lo que me excita, que él crea que estoy ahí sin realmente quererlo, que fui forzada a ir con él a ese sitio y que todo lo que suceda será por un simple interés monetario. Sin embargo vos y yo sabemos muy bien que no es así, y eso es lo divertido del asunto.
Sentada en el borde de la cama, lo miro entre resignada y sometida.
-¿Y ahora qué?- le pregunto pese a que se cae de maduro lo que está por venir.
-Lo que estuve deseando por tanto tiempo- me dice parándose frente a mí y comenzando ya a bajarse el cierre del pantalón.
-¿Qué?... No, eso no- le digo haciéndome la horrorizada.
Cuándo la saca afuera me cubro los ojos y simulo algunos gestos de repugnancia, como si me diese asco lo que tiene entre las piernas. Pese a todos mis pronósticos Hugo no esta tan bien dotado como suponía, por el contrario tiene una pija corta y no demasiado gruesa, y aunque siempre fui de priorizar la calidad por sobre la cantidad, aquello resulto una verdadera decepción. Sin embargo ya no podía echarme para atrás, estaba en el baile y como principal invitada del mismo no me quedaba otra que bailar.
-Quiero sentir esos labios- me dice, sacudiéndola frente a mis ojos. y pese a mi débil resistencia me la refriega por toda la cara.
-Dale, que no te va a morder- me apura.
Pero yo sí, pensaba, mientras me hacía la que no quería, hasta que no me quedó otra que ceder. Le pasé tímidamente la lengua por encima, apenas, pero eso no le gustó, por lo que me agarró fuertemente con una mano del mentón.
-Saca la lengua- me ordenó -¡Toda!-
Así lo hice, entonces, y con toda la lengua afuera, me frotó la cabeza de su pija sobre la palma de la misma, impregnándomela con su sabor.
-¡Ahora, chupámela!- me dijo, imperativo, sin permitirme ninguna otra opción.
Como resistiéndome me metí un pedazo en la boca y me puse a succionar despacito, como desganada, aunque de a ratos me olvidaba de fingir y se la chupaba con notorio entusiasmo, logrando una erección que no superaba la media. Ya les dije, no estaba tan bien calzado el marido de mi amiga, pero lo que tenía me resultaba mucho más que suficiente. En contraposición tenía demasiado juguito, el que brotaba caudaloso, formando una espumita que yo sorbía ávidamente, relamiéndome gustosa, empapándome los labios con ese néctar que fluía imparable, impregnando todo con su irresistible aroma. Entonces, tumbándome de espalda sobre la cama, se decidió a devolverme gentilezas. Me despojó de mis ropas y arrojándose entre mis piernas empezó a jugar con aquella hendidura que parecía haber captado toda su atención. Estaba como embelesado observando cada detalle, cada pliegue, cada recodo de esa cueva ardiente que ya se humedecía en su propia excitación.
Me abrí toda para él, ya ni me molesté en disimular que aquello era lo que pretendía desde un primer momento. Sin embargo cuándo me metió los dedos acusé el impacto. Me doblé, arqueé mi espalda y me estremecí sintiendo como los mismos se deslizaban profundamente, buscando el fondo más absolutamente, empapándose en mis pegajosos fluidos solo para que después los sacara y se los chupara gustosamente, pareció gustarle ya que enseguida reemplazó los dedos por la lengua y sus labios, chupándome deliciosamente, haciéndome saltar de la cama sobre mis caderas cada vez que me tocaba justo ahí, en donde las sensaciones parecían multiplicarse por miles. Echando la cabeza hacia atrás, la vista clavada en el espejo del techo, aferrándome de las sábanas, impulsaba mi vientre contra su rostro, dejándome comer sin renuencia alguna, disfrutando de esas mordidas y chupadas que me erizaban la piel sin contemplación alguna. No tarde nada en quitarme el resto de la ropa y quedar desnuda junto a él, tal como Dios me trajo al mundo, más que dispuesta a compensarlo por sus esfuerzos en conseguirme el bendito préstamo.
-¡Sabía que estabas buena pero no creí que tanto!- exclamó al verme sin obstáculos ya de ninguna clase, tomándose un buen tiempo para recorrer todo mi cuerpo con una mirada cargada de morbo y lascivia, de esas que tienen los degenerados, los pervertidos, esas que me excitan tanto.
Le volví a prodigar otra mamada, para entonársela, aunque no hiciera falta y me le subí encima, me acomodé sobre su cuerpo, y agarrando con mi mano su palpitante y húmeda verga, me la puse justo en la entrada de la concha, de modo que mis labios, para entonces completamente salidos a causa de las fuertes chupadas que me había prodigado, envolvieran la enrojecida cabeza, y entonces comencé a sentarme, despacio, aunque debido a su pobre tamaño el deslizamiento no fue todo lo que una desearía, ya que enseguida la tuve toda adentro, sin embargo, cuando empecé a moverme, arriba y abajo, por alguna extraña conjunción de la naturaleza, sentía como que adentro se agrandaba mucho más, como que su carne al entrar en contacto con la mía se dilataba y expandía mucho más, asegurándome ahora sí un llenado acorde a mis requerimientos.
Así, mientras yo subía y bajaba, disfrutando de aquel sorpresivo estiramiento, el marido de mi amiga se dedicaba a chuparme las tetas, a mordérmelas, a besármelas, a apretármelas con sus manos, poniéndome los pezones tan duros que hasta me dolían.
-¡Que rica estás Mary… mmm… que tetotas… no sabés las ganas que les tenía…!- exclamaba Hugo sin dejar de comérmelas, poniéndome en un estado desesperante.
Yo no dejaba de moverme, sintiendo su verga rebotar una y otra vez en mis profundidades más recónditas, y sus bolas acoplándose a mis nalgas, chocando tantas veces que parecía que me las iba a meter también.
-¡Ahh… ahhh… ahhhh…!- jadeaba al ritmo de aquellas intensas penetraciones que repercutían furiosamente no solo en mi matriz sino también en mi alma, poniendo otra marca, otra incisión a esa fractura de sentimientos que me escindía en dos, la puta y la esposa, dos personalidades bien distintas aunque definidas, cada una reclamando su lugar, aunque parece que últimamente la puta está ganando la batalla.
Todavía encastrados el uno en el otro, giramos sobre nuestras espaldas, quedando ahora él arriba y yo debajo, con todo su mazo viril bien insertado, moviéndome aún, pese que ahora era él quién manejaba el ritmo, metiendo y sacando de mi anhelante conchita su preciado instrumento. Con las piernas bien abiertas y levantadas, rodeando su cuerpo, lo recibía en toda su extensión, que no era demasiada, aunque sí satisfactoria, sacudiéndome con él, mojándome en exceso, tanto que empapaba todos su trozo y hasta sus bolas con mis pegajosos fluidos.
Mientras me cogía recordaba a Carmen, su esposa, y todas esas reuniones de amigos que llevábamos a cabo y me excitaba mucho más todavía, recordaba también a mi esposo y el éxtasis se elevaba hasta la estratósfera, no podía contenerme, gemía, bramaba, rugía descontrolada, entregándome por completo a ese hombre que supuestamente había abusado de mi confianza para acostarse conmigo. El lo creía así, que me dejaba coger por un interés monetario, aunque nosotros sabemos muy bien cuál era la causa , esa misma que he decidido mantener bien en alto y hasta las últimas consecuencias.
Me veía en cuatro en los espejos de aquel albergue transitorio, aguantando sus embestidas y el delirio se apropiaba de mis sentidos, no se de donde me salía tanto flujo, pero me mojaba sin control, espesa y caudalosamente, empapando hasta las sábanas con mis continuas acabadas. Y fue ahí, mientras me daba insistentemente, mandándomela a guardar hasta lo más profundo, que empezó a jugar con el agujerito de mi culo. Sin dejar de cogerme, apoyó el pulgar en la entrada y presionó hacia adentro, obvio que mi ojetito se lo devoró sin mayores reclamos.
-¡Lo tenés roto!- exclamó sorprendido, como si no esperara en lo absoluto que tuviera la cola bien abierta.
Como única respuesta prorrumpí en más gemidos, excitada a más no poder, de modo que sin esperar confirmación alguna de mi parte, me sacó la pija de la concha y me la mandó por atrás, por la entrada de servicio, penetrándome sin mayores problemas ya que tenía la pija bien lubricada con mis pegajosos fluidos.
-¡Ahhhh…!- exhaló profusamente al deslizarse por mi recto, iniciando enseguida un bombeo que me hacía ver las estrellas cada vez que golpeaba contra lo más profundo. Sin embargo no pudo continuar por mucho más, acabando en una forma por demás profusa, llenándome los intestinos con la savia natural de su cuerpo, bombeándome leche a full, rebalsando de esperma cada rincón de mi ya dilatada abertura anal, pero lo que Hugo no tenía en tamaño lo compensaba en cuánto a recuperación, ya que tras esa cuantiosa acabada, no se desinfló como hubiese sido esperable, sino que siguió bien duro, incluso más, reiniciando enseguida los ensartes, deslizándose vigorosamente por entre su reciente derrame, colmándome de nuevo con esas incitantes delicias que solo pueden provenir de un solo sitio: de la verga de un hombre.
El segundo polvo fue mucho más intenso aún que el primero, ya que acabé con él, mezclándonos ambos en una conjunción única y formidable y por ese instante, tan breve, tan fugaz, fuimos uno, apenas un parpadeo en el tiempo, pero que bien valía cada segundo.
Esta vez se quedó adentro tras llenarme, disfrutando de la deliciosa disolución, dejando que su verga fuera decreciendo en mi interior, pulsando de a ratos gotitas rezagadas de semen.
Tras el polvo, me levante, me duché rápidamente y me vestí. Él seguía en la cama, jubiloso, embriagado en su propio éxito. No dije nada, agarré mi bolso y me dispuse a salir de la habitación. Él me detuvo antes de que lo hiciera.
-Mary… mañana podés pasar a firmar el préstamo, tiene que ir tu marido también- me dijo.
-Ok- asentí secamente, siguiendo con mi rol de mujer abusada.
Salí, cerré la puerta y me sonreí. Todo había salido a la perfección. Al día siguiente lo llamé y le pedí que por favor dejara sin efecto lo del préstamo, que se había presentado una milagrosa solución para nuestros problemas y que ya no lo necesitábamos, pero que igual le agradecía sus atenciones.
-Bueno…, lástima que hayas tenido que… bueno, vos ya sabés a lo que me refiero- repuso.
-No te preocupes, no estuvo tan mal después de todo- le aseguré –Además, cuando vuelva a necesitar un préstamo ya se a quién recurrir- me reí y colgué, dejándolo con la sensación de que su triunfo había sido absoluto, y en realidad así había sido.