El marido afeminado

Una mujer descubre las debilidades de su marido y le orienta su sexualidad para que saque partido de su lado femenino, mientras ella goza de su bisexualidad.

Ven, cariño. Quítate tu ropa de calle y quédate desnudo. Supongo que habrás tenido una jornada agotadora y querrás descansar, pero eso será a su debido tiempo. Recoge tu ropa y tus zapatos y déjalos dentro del armario. Acércate, deja que abra el candado de tu aparato de castidad y te permita aliviarte las partes por una hora, pero no confundas ese alivio con la masturbación reprobable desde todo punto de vista en un hombre casado. De no haberte sorprendido en un acto tan solitario como nefando, no me vería obligada a reprimirte con ese aparato que te causa alguna llaga, pero impide que sientas el tacto de las manos o de la piel propias o ajenas.

No quiero ver tu miembro crecer mientras aplico a tus partes la crema hidratante. Pon tus manos a la espalda y mira al suelo, a donde debes mirar mientras no seas digno de mí. Yo te di mis mejores años de juventud y tú no me correspondiste. Un madurito casado con su jovencísima empleada a quien llevaste al altar para satisfacer tu vanidad de don Juan. Ya ves, hoy trabajas para mí en mi empresa y en casa, lo que no salda la deuda que tienes contraída por haberme sido infiel, y debes tolerar que mis amantes sean tus superiores en la oficina y me los beneficie mientras nos sirves de criado en nuestro hogar. Si no me la hubieras pegado con la foto de una chica en lencería, si no te hubieses hecho una paja soñando con tocar sus tetas, acariciar sus muslos, besar sus pies o penetrarla no habrías caído en desgracia.

Hum... Veo que recordarlo te excita. A lo mejor hasta eres feliz en tu condición de esclavo, como debías serlo siendo un pajillero. ¡Los meneos que no te darías pensando en cómo conquistarme! Tenías una mirada sucia que nos desnudaba a todas tus empleadas. Debíamos ir de punta en blanco a la oficina, blusa blanca y entallada, falda tubo negra, medias de cristal transparentes y zapatos de salón negros con tacones de aguja. Ese era nuestro uniforme de la empresa que costeábamos nosotras para complacerte y no ser despedidas, no porque hubiera una relación directa entre nuestro atuendo y las manillas y cerraduras que se producían en la fábrica. Entre nosotras comentamos muchas veces que debías ser fetichista de esas prendas femeninas, pero yo fui la única que tuvo la prueba, cuando en nuestro corto noviazgo, llevado en secreto en horas de trabajo, te excitabas acariciándome por encima de esas telas o besando las punteras de mis zapatos. Fue Paqui, la jefa de ventas, la que me animó a ser más atrevida para enloquecerte de deseo y hacer que tomaras la decisión de pedirme en matrimonio. Tacones más finos y altos, blusas mas escotadas, faldas mas cortas y de rajas más amplias... Trucos sencillos y eficaces. Así dejaste de fijarte en los pies de Julia, en las piernas de Ángeles y en el busto de Paqui que, teniéndome a mí de señuelo, se sintieron aliviadas.

No dudé en hacer que les despidieras tan pronto como nos casamos, porque de todas ellas estaba celosa. Fuiste complaciente al contratar a tres chicos guapos para sustituirles: Ramón, Manuel y Tomás; los tres que sueles encontrar en nuestra cama los días en que te toca dormir en el suelo. Ellos sí que me son fieles, además de estar mejor dotados que tu para satisfacerme. Si cualquiera de ellos me traicionara, necesitaría encontrar un aparato de castidad el doble de grande que el tuyo.

Reconócelo: son mucho más hombres que tú y mejores profesionales, también. Fue acertado que me cedieras todas tus acciones y que te pusieras a mis órdenes y a las suyas. Ahora la empresa cuadruplica sus beneficios y tú, por el salario mínimo que yo te administro, estás más que pagado.

¿Crees que me estoy vengando por los tres años que estuve a tus órdenes? ¿Sí? Eso me enfurece, porque pone en evidencia que me tomas por rencorosa, que no me conoces después de siete años.

Ven ante mí, cariño. Firme ante mí. Mira como voy vestida: como tu antigua empleada. En eso sigo siéndote fiel. Ahora te acaricio el sexo con la puntera de mi zapato, como a ti te gusta. Te rozo el pene con mis medias y mi falda, me desabrocho la blusa y me quito el sostén para que me veas los pezones sonrosados y se te endurezca. ¿Ves cómo te conozco? Te gusta que te sujete el miembro con una mano mientras la otra agarra tus cojoncitos. Cabroncete: te gusta sentirte poseído e inocente de lo que te pueda hacer. Pero para que veas que mi conocimiento de ti es más profundo de lo que a simple vista es obvio, te voy a hacer una demostración.

Hoy Ramón, Manuel y Tomás están en el dormitorio. Los he citado a la vez, junto con tu hermana Inés. Ya sabes que trabamos íntima amistad, lo que no sabes es hasta qué punto. No me negarás que está buenísima, porque hasta tú te la meneabas escondiéndote, con sus braguitas y sus zapatos, en el retrete cuando ella era una pimpante adolescente. Fue ella quien te descubrió poniéndote esas prendas y otras de su armario y tú, ruborizado, esbozaste la increíble excusa de que tenías que ir a una fiesta de disfraces y no sabías qué ponerte. Si de algo vas disfrazado, pedazo de putita, es de caballero. Ya ves, entre mujeres pocos secretos podemos guardar y si además somos amantes, ninguno.

Esos paquetes que ves junto al mueble-bar tienen dentro las prendas y los zapatos que tanto te gustan. Póntelos ahora mismo delante de mí, porque quiero que seas esta noche la amante de Tomás, que tiene sus gustos un tanto repartidos entre nosotras y los afeminados, lo que no le quita un ápice de encanto masculino.

Así me gusta. A ver esas braguitas... ¡Oh, que mal te sientan con la pollita tiesa! Igual de mal que la falda con ese bultito. De culito y de piernas vas mejor que muchas mujerzuelas, sobre todo desde que te obligo a depilarte hasta el pubis. Y de pecho... Hum, el bra casi no es necesario, pero realza tu busto natural, gracias también a la blusa entallada. En fin, creo que salvo el penecito que está disparado, lo demás da el pego. Mastúrbate inmediatamente. Vamos al váter.

Sentadita en la taza, muy bien. Quiero ver cómo te corres. Así, así, hasta la última gota. ¡Qué pronto te sale la lechita y que rápido se te queda chiquito tu pene. Ahora sí te voy a poner el aparato para que no se te empine mientras complaces a Tomás. Quedaría muy feo en una señorita como tú.

Si preguntas si me da morbo ver cómo se la estás chupando a mi contable, te diré que más que ver a dos maricones en acción. Supongo que el morbo que te da ver como nos comemos los chichis tu hermana y yo puede darte una idea. No digas que te desagrada, porque tu rostro no refleja asco, sino la opresión que notas en la polla cuando se intenta empalmar dentro del aparato de castidad. Deja que tu hombre te desnude, cariño, no te resistas por falso pudor. A pesar de tu pinta de travestorro casual, él te nota cierto glamour femenino, de modo que contonéate un poco mientras te deja en sostén y tacones y saca partido de tu culito y tus piernas. Eso sí, procura no caminar, porque te vas a caer o torcerte un tobillo con esos zapatos. ¿No sientes, como nosotras, un temblor supersensual cuando te lame los pies, cuando te besa el cuello, cuando te agarra por la cintura y pega su tranca a tu culo? Sí, seguro que sí, pero quieres disimularlo resistiéndote.

Tus esfuerzos son inútiles. Tomás es joven y fuerte y con la ayuda de Ramón y Manuel, que te tienen trabados manos y pies, yo que tú me relajaría y me dejaría untar bien de vaselina para que su enorme verga me hiciera el menor daño al entrarme por detrás. Eso es, menos mal que me haces caso. Eres ya una fierecilla domada y tus gritos de dolor se tornan en gemiditos y suspiros de placer. Dentro de unos días, cuando se te pasen las molestias del primerizo, me suplicarás que te entregue como esclava a Tomás, o que Ramón y Manuel se refocilen contigo. He previsto que, desde mañana, seas su puta en la oficina, que trabajes en el cuarto del archivo vestidita de mujer y atiendas sus demandas para descargarles de la tensión del trabajo, como hacías tú conmigo. Una mamadita a tiempo les ayuda a tener el sexo tranquilo y centrarse en el trabajo. Claro que tu culo será sólo de Tomás, porque las pollas de Ramón y Manuel, con lo ricas que están, son para mis agujeros. Mira cómo me las como mientras me soban las tetas, mira cómo las conduzco hacia mi recto y mi vagina, mira cómo los cabalgo como a potrillos, mientras Inés me succiona los pezones y me da besos de tornillo. Mira como la boyera de tu hermana se calza su arnés de strapon para follarme. Cuando despache a estos chicos bien corridos, ella me procurará el orgasmo que nunca alcancé contigo. Donde esté su polla de látex y su delicioso cuerpo, que se quite tu minga enana y tu eyaculación precoz.

¡Oh, cariño, me llega, me llega ya! ¡Qué maravilla que nos hayamos corrido todos juntos! Bueno, todos menos tú. Piensa que en tu nueva condición debes aprender a contener tus deseos, a gozar con el placer ajeno y a tener orgasmos sin erección. Algún día me agradecerás que haya descubierto tus debilidades y reorientado tu sexualidad. Llegará el momento en que no sea necesario ponerte aparato de castidad, porque no desees ni mirar lo que tienes entre las piernas que, fláccido y extraño para ti mismo, ya no será lo mismo que busques en los hombres. Ahora, jódete y limpia los testimonios de los orgasmos de mis invitados y el mío. Con la lengua, por supuesto.