El maquillaje de la sumisión II

Diego se levanta temprano para cumplir las órdenes de Gema se entrega a las órdenes de su familia.

Me levanté a las siete y media de la mañana, me duché y me tomé el desayuno rápidamente; tenía que comprar un vestido a mi hermana antes de que se levantara, pero como la tienda no abría muy pronto, primero le hice el desayuno a Ana, no sea que a mi regreso ya se hubiera levantado. Tal y como me ordenó Gema, le dejé una nota.

Mi corazón está plenamente agradecido por ser bendecido por tu amada presencia. Tu amor, tu belleza y tu ternura no tienen límites. Eres tan femenina que me ruborizas inimaginablemente. Ahora que se me han abierto los ojos me arrepiento por haberte tratado tan mal, por ello quiero compensarte el tiempo que consideres, amada hermana y princesa.

Nunca había hecho algo así, y menos por ella, pero no quería enfurecer a su antigua amiga del colegio, pues me había dejado claro que no tendría piedad si no cumplía con sus exigencias.

Después de escribir la nota fui de camino al comercio. Tanto la nota, como el desayuno lo hice con mucho pudor; estaba casi seguro de que una vez le entragara la nota no habría vuelta atrás; pero no tenía elección, si no lo hacía Gema se encargaría de hacer que me arrepintiera.

Fui a la tienda y llegué antes de que abriera, no quería perder tiempo. Mientras esperaba estaba dudando en como se lo explicaría a mi hermana, quien no dudaría en sacarle provecho, de eso estaba seguro.

Finalmente abrieron el comercio y fui directo a la sección de vestidos de gala; había uno muy bonito de 120 euros color turquesa, pero aunque a mi hermana le gustaría mucho pensé que Gema no estaría de acuerdo en que le hubiera comprado ese; no recordaba muy bien el presupuesto que me había impuesto, pero 120 euros me parecía poco, por lo que compré uno del mismo color, con joyas estampadas y un chal. Costaba al rededor de 600 euros; además, me daba miedo defraudarla. Para estar seguro de que quedara complacida compré otro, color salmón con guantes de seda que llegaban hasta los codos: costaba más o menos lo mismo.

Volví a mi casa sin atreverme a adivinar la reacción de Ana. Ella ya estaba levandada cuando regresé.

  • ¿Diego, el desayuno con la nota lo has hecho tú?

  • Sí, he sido yo – respondí avergonzado e incapaz de mirarla a la cara, en lugar de ello, agaché la vista.

  • ¿Por qué lo has hecho? - preguntó extrañada - ¿y a qué viene lo que dices en esa nota? Tampoco es que me hayas tratado especialmente mal.

  • Te equivocas Ana, siempre he sido muy desagradable contigo y quiero compensar lo que he hecho hasta ahora.

Yo insistía con con la mirada al suelo y rojo de vergüenza; tal y como dijo mi compañera, no fui capaz de mirarla a la cara desde que se había levantado; además estaba sudando y llorando. Ella no lo entendía muy bien, pero poco a poco empezaba a comprender que por alguna razón estaba sometido a su voluntad.

Ella se acercó a mí, mientras tanto me encogí de ombros.

  • ¿Puedes mirarme a la cara, por favor?

No, no podía, la vergüenza que sentía era tal que no me atrevía a mirarla, y conforme se acercaba a mí me ponía cada vez mas nervioso. Ella se dio cuenta; igual que se dio cuenta de que algo me estaba pasando.

  • ¿Por qué haces esto? ¿por una apuesta que has hecho?

  • No Ana, no es una apuesta.

Se dio cuenta de que llevaba dos fundas de un traje.

  • ¿Qué has comprado?

  • Son dos vestidos para ti, Ana.

  • Venga ya, ¿encima me haces regalos?

  • Lo he comprado con todo mi cariño.

  • Vale dámelos – respondió risueña.

Extendí las manos para permitir que lo cogiera, la acompañé al salón para estar delante de ella mientras lo abría.

Ella no terminaba de creerlo, no podía creerlo; no sólo le hice el desayuno y le dejé una nota llena de ternura y amor a la persona que mas detestaba, sino que le regalé dos bestidos mucho mas caros que uno que me hubiera comprado yo.

  • ¡Diego, te has gastado mas de 1000 euros en dos bestidos de gala para mí!

  • Si no es de tu taya o tu agrado puedo cambiarlos.

  • ¡No, no, son preciosos!

Ella estaba eufórica, exaltada. Aun no podía creer que haya cambiado tanto, literalmente de la noche a la mañana, pero empezaba a comprender que iba en serio con lo que decía en la nota; yo en cambio estaba rendido, estaba expuesto a sus órdenes, aún no lo sabía, y no era mas que el principio.

  • Me alegro de haber acertado; me voy a mi cuarto – dije mientras me retiraba totalmente resentido y resignado.

Pero no fui a mi cuarto, sino al suyo; tenía el armario casi vacío, toda su ropa estaba en medio de la habitación, había tanta que no sabía por donde empezar, pero me puse en movimiento, empecé por hacerle la cama. Luego le cogí la ropa y la puse en el armario; faldas, pantalones largos, cortos, blusas, camisetas...

yo estaba avergonzado, tenía miedo de que Ana apareciera en cualquier momento y no saber explicarme. De hecho apareció por sorpresa.

  • ¿Qué haces en mi habitación?

  • Déjame salir – supliqué abatido – respondí abatido, sin saber cómo explicarlo.

  • ¡Vale, pero dime que haces aquí!

  • Por favor, déjame salir.

Yo estaba desesperado por salir de su habitación y de sus dominios en general, pero no tenía escapatoria. Ana estaba en medio y no me dejaba salir. Mientras le suplicaba, no solo no podía mirarla, sino que también sudaba mucho. En un acto desesperado intenté apartarla por la fuerza, pero en el momento que puse mi mano en su ombro sentí un escalofrío tan grande que hizo que me echara atrás. Por muy desesperado que estuviera, no podía hacer nada para escapar, no fui capaz de hacer nada, y Ana no me dejaba.

  • Te dejaré salir cuando me digas qué haces en mi habitación y qué te pasa para que de repente seas tan "cariñoso" conmigo.

  • Te repito que me siento muy mal por ser tan desagradable contigo y como tienes la ropa en medio he pensado que te gustaría que la guardara.

  • Vale pues ya que has empezado, termina de ordenar lo que puedas y la que no quepa déjala encima de la cama, luego te dejaré salir, pero tendrás que verme al salón.

  • Muchas gracias.

  • De nada – respondió risueña y con ironía.

En realidad no había ninguna necesidad de que fuera yo quien diera las gracias. Aunque seguía sin comprender qué me ocurría, pensé que sí estaba comprendiendo su autoridad sobre mí.

Después de unos minutos guardando parte de su ropa. Volvió a entrar para comprobar que seguía en su cuarto; al verla tenía miedo de que me hiciera preguntas que no pudiera o no quisiera responder; afortunadamente no dijo nada.

Tardé aproximadamente una hora en hacer la cama, guardar toda su ropa y ordenarla. Entonces fui al salón.

  • Ya está, Ana.

Ella se levantó del sofa y fue a su dormitorio para inspeccionar el trabajo que había hecho.

  • Está bien, vamos allá – respondió levantándose -. Sígueme.

Cuando llegamos se quedó maravillada, no podía creer lo que veía, la ropa de la cama estaba cuidadosamente doblada. Abrió el armario y flipaba igualmente al ver lo meticulosamente ordenada que había colocado su ropa.

  • ¿Quieres que haga algo mas, Ana?

Pero ella no respondía. Miraba atentamente la ropa que estaba en la cama, estaba ordenada por tipos de prenda.

Mientras observaba mi madre salió de su habitación y se extrañó al verme en el cuarto de mi hermana; pero ella, que no estaba a la vista desde el pasillo no la veía mi madre.

  • ¿Qué pasa, por que estás en la habitación de Ana? - preguntó ella.

  • Mamá, ¿Sabes qué? Diego me ha hecho la cama y ha ordenado la habitación – dijo Ana delante de los dos.

  • No es verdad – respondió mi madre incrédula.

  • Lo digo en serio; y eso no es todo; tambien me ha hecho el desayuno, lo ha dejado con una nota y me ha regalado dos vestidos preciosos que me hubiera comprado.

Mi hermana le enseñó la nota en cuestión y el regalo. Mi madre al igual que mi hermana no se podía creer lo que había hecho.

  • Antes has preguntado si quería que hicieras algo mas, ¿verdad?

  • Sí Ana, aún puedo hacer mas cosas si quieres – respondí humillado delante de mi madre y condenado a sus órdenes.

  • Vale, comprueba la ropa que esté arrugada y plánchala; pero ten en cuenta que hay cosas delicadas que no se pueden planchar.

  • Pero es mucha ropa, tardaré demasiado en comprobarlo y plancharlo todo.

  • Da igual, no me voy a cansar si alguien hace eso por mí.

  • Pero yo sí – respondí esperando que tuviera un poco de misericordia.

  • ¿Lo vas a hacer o no?

En el fondo no esperaba que la tuviera, y menos conmigo; además, después de entregarme "voluntariamente" a sus órdenespero no tenía excusa. Ni yo me hubiera imaginado tratarla tan mal.

Antes de inspeccionar la ropa, recordé que Gema me dijo que también debía servir a mi madre.

  • Claro Ana, no te preocupes; pero ¿te importa que le haga el desayuno también a mamá?

  • Sí claro, adelante – respondió Ana sonriéndo.

Empezaba a asimilar la autoridad que tenía sobre mí, y no había duda de que disfrutaría con ello.

  • ¿Mamá? - pregunté a mi madre.

  • Claro que sí, me encantaría, y de paso tráemelo con una nota de amor como a tu hermana.

Entonces fui a la cocina y empecé a hacer su desayuno, un café con leche, unas galletas y un zumo de naranja. No me dijo que le hiciera el zumo, pero

cualquier cosa que alguien

hiciera

por ella

lo aceptaría de buen grado.

En ese momento ni mi madre ni mi hermana

sabía

n

porque tenía ese tipo de detalles, si tampoco me habían dicho

que llegara a ese punto; sencillamente

aceptaron mi cambio de actitud

. Y la nota era sobradamente cariñosa. Yo no creía en lo que

dije

en la nota, pero no quería que a Gema le supiera a poco si

llegara a

entera

rse

.

  • Aquí tienes mamá.

  • Muchas gracias cariño.

Mi madre leyó de inmediato la nota; no se podía creer que esa frase

h

ubiera

salido de mi mano.

"Te quiero con todo mi corazón mamá, por todo lo que me has dado,especialmentea la mejor hermana del mundo y quiero que sepas que me pasaré la vida correspondiéndote; estaré contigo para lo que quieras",

- ¿Para lo que quiera? - preguntó intrigada.

- Sí mamá, para lo que quieras.

Mi madre aun tenía dudas; trataba de recapitular y evaluar la situación.

- ¿Entonces, si te dijera que obedezcas como mi esclavo lo harías?

- Por supuesto mamá – respondí llorando.

Lloraba mas y mas; no había nada que pudiera consolarme.

Estaba decidida a tratarme como a un esclavo, en ese instante comprendí que mi vida cambiaría para siempre.

- ¿Por qué lloras? - Preguntó sonriéndo – eres tú el que se ha ofrecido a obedecernos.

- Es que tengo miedo de lo que puedan hacerme.

- Bueno, para que te hagas una idea,te ordeno quedigasque no eres mi hijo – comentó sin perder la sonrisa.

No mostraba ninguna empatía ni compasión por mí, pero no podía rebelarme.No podía hablar del miedo que sentía,y aunque lo hubiera hecho le hubiera dado lo mismo.

- Diego – añadió mi madre partiéndome la cara – vamos.

- No soy tu hijo.

- Te trataré igual que a un esclavo y si no cumples, el castigo será terrible – advirtió con un tono de calma-.¿Te queda claro?

- Sí mamá, como tú digas.

No parecía una madre hablando con su hijo.

- Muy bien, ahora ve al cuarto de tu hermana y haz lo que te ha dicho. De paso dile que quiero hablar con ella – ordenó dándome un tierno beso en la frente.

- Claro mamá.

- Otra cosa, a partir de ahora nos tendrás que llamar "Ama", y si somos muy duras contigo no te quejarás ¿te enteras?

- Sí Ama.

Fui a la habitación de Ana, totalmente resignado y destrozado por dentro.

- Dicesumadreque vayas –anuncié con la mirada baja.

Como siempre,yano era capaz de mirarla a los ojos.

- ¿Mi madre?

- Yoestoyrepudiado de la familia, soyun esclavo, no un hijo.

-Vale; ya sabes lo que tienes que hacer.

- Sí Ama.

- ¿Ama? ¿También me llamas Ama? - pregntó extrañada y emocionada al mismo tiempo.

- Ahora soy su esclavo.

- ¿Y estás de acuerdo? ¿Quieres ser mi esclavo para toda la vida? ¿Estás seguro de lo que dices?

- Por su puesto.

- ¿Y si quiero castigarte o maltratarte me lo permitirás?

Tenía mucho miedo de lo que podría estar planeando, pero tenía que responder con sinceridad.

- Claro; piense que soy de su propiedad y puede hacer conmigo lo que quiera.

Mi hermana estaba encantada, no daba crédito a lo que oía; yo que era incapaz de hablar y mantener una conversación con ella, ahora me estaba entregando a su voluntad.

- Su madre desea hablar con usted; supongo que querrá hablar de mi situación,por favor no le haga esperar.

- Está bien, muévete mientras hablo con ella.

Comprobéla ropa cuidadosamente doblada yseleccioné la que estaba demasiado arrugada. Fue un trabajo muy agotador, pues tenía que sacarla del armario. Una vez seleccionadala llevé a la cocina, donde teníamos la plancha, y empecé a hacer esta tarea.

Mientras planchaba recordé como conocí a Gema, entonces estaba lejos de imaginar lo cruel que llegaría a ser conmigo. Un año antes, cuando acavábamos de conocernos, le pregunté una serie de cosas. Cuando me dijo en que colegio estudiaba le hablé de Ana.

- Mi hermana estudiaba en ese colegio.

- ¿Cómo se llama?

- Ana.

Gema se quedó maravillada cuando la nombré; llegué a ruborizarme un poco.

- ¿De verdad? Era muy inteligente.

Recuerdo que pensé "inteligente será muy inteligente, pero estudiar no estudiaba nada; además, no sé si antes era repelente pero ahora sí lo es, y mucho".

Mi madre me observaba atentamente, estaba muy emocianada al ver el cariño con que plantaba la ropa, a quien hasta el día anterior trataba de evitar a toda costa; aun no se lo creía.

Me estaba poniendo nervioso, muy nervioso de ver a mi madre observándome.

- ¿Quiere que haga algo Ama?

- Nada, sólo estoy observando como lo haces.

No sé cuanto tiempo tardé en planchar la ropa de mi hermana y guardarla de nuevo, pero cuando terminé me dijo que hiciera la comida y pusiera la mesa para comer.

Estaba haciendo hervido, mientras hacía la comida puse los cubiertos, los platos...

- ¿Por qué pones cubiertos para tres si tú comes en la cocina?

-¿Cómo dice?

- Lo que oyes, tendrás que servirnos la comida,así que comerás después denosotras,pero en la cocina.

- Sí Ama, lo entiendo.

Entonces comprendí que ni siquiera podía comernidescansar como una persona normal. Mi compañeradel trabajo,Gema Jirón me había condenado a la eslcavitud, pero en ese momentononopodía entender porque no me defendía, porque no reclamaba mis derechos humanosyporque no protestaba; las obedecía sólo porque una compañera que conocíaami hermana me lo había mandado.

Retiré los platos y demas utensilios que había preparado para mí, eperé a que se sentaran en la mesa, empecé a servirles la comida...

Cuando terminaron de come me dejaron comer tranquilo;bueno, tranquilo no, me dijeron que usara los platos y cubiertos que habían usado ellas –No hay necesidad de usar cubiertos limpios si los que habían usado ellas me servían– decían.mas tardeempecé afregar.

- Bien Dieguito, ven al salón y ponte a cuatro patas para que ponga mis piernas sobre tu espalda mientras veo la tele – ordenó mi hermana -. no sé que te ha pasado peroya que te efreces yestás tan... sumiso quiero sacarte provecho.

Me puse en la postura que me indicó ella, era mas humillante para mí de lo que había imaginado, no podía con esto.

- Ama por favor, esto es mas humillante de lo que había imaginado.

- Cállate, eres tú el que ha dicho quequería compensar las las maldades que has hecho, pues ahora quiero que me sirvas de taburete.

- Pero...

- Pero nada, ¿Tú te oyes? Dices que quieres ser mi esclavo,que eres de mi propiedad y que aceptarías cualquier castigo que quiera imponerte por muy cruel que sea,y sin embargo me suplicas que no sea muy dura contigo.