El manual

Cuarto relato de mi nuevo libro de título “Relatos calientes para dormir mejor”, un libro que ya busca editorial para publicarse que contiene veintiún relatos. Espero que les guste. Un relato romántico, con escenas de tórrido sexo.

Confieso a todos ustedes, que lo que van a leer a continuación, parece realmente, una burda copia de alguna de las leyendas de mi admirado autor, principalmente de poesía romántica, Gustavo Adolfo Bécquer.

(Quedan avisados).

...

Aquella mañana de enero era fría y gris, aunque a pesar de ello, me sentía muy bien, estupendamente bien.

Solía llegar muy temprano a la agencia para preparar tranquilamente la agenda del día, las visitas concertadas y sobre todo, coordinar con Luis y Pedro,  los detectives, todos los resultados del día anterior, y adelantarles planificaciones futuras.

Era cerca de las diez, la visita programada para esa hora estaría al llegar, siempre requerimos puntualidad, había visto y analizado los resultados del día anterior con mis colaboradores habituales, y me disponía a tomar un café, cuando la llamada interior se produjo.

Era mi mano derecha, mi secretaria, la que lo sabía todo de todo... Esa persona insustituible y única en la agencia.

-       Matías, la visita de las diez está aquí.

Maribel llevaba conmigo en la agencia desde que la abrí, hace más de dos décadas.

Era una colaboradora perfecta, y en ocasiones había realizado trabajos muy especializados en la calle, dada su enorme capacidad y versatilidad.

Teníamos confianza suficiente para llamarnos por nuestro nombre.

Éramos compañeros y amigos, a pesar de que nunca habíamos hablado de ningún detalle de nuestra vida personal, lo que no implicaba tener cierta confianza sin nada de malicia.

-       Hazla pasar. Gracias, Maribel.

Ya había echado un vistazo a los datos iníciales del expediente, que eran los básicos. Posiblemente, una investigación personal relacionada con infidelidad o algo similar, a la vista de esas pocas líneas que figuraban en el dosier.

A pesar de todo, y como era habitual en mí, volvería a preguntarle qué necesitaba de nuestra agencia, para que me lo contase en primera persona, mirándola a los ojos para observar su comunicación no verbal,  es decir, sus gestos, movimientos, tics, y ese tipo de cosas que dicen mucho de una persona.

La primera impresión fue magnífica.

Una mujer de unos cincuenta años, con el pelo a melena de peluquería, rubia teñida por las canas, elegante, con un traje ajustado con pantalones y una cazadora que le daba una apariencia mucho más juvenil, además de llevar muy conjuntados todos los accesorios, como el bolso, el pañuelo al cuello y todas sus joyas, que sin ser excesivamente caras, eran de gran calidad y además, bastante bien diseñadas en cuanto a detalles, piedras y orfebrería accesoria.

-       Siéntese, Mar, o prefiere que la llame María del Mar… Me llamo Matías. Soy el propietario y gerente de la agencia.

-       Mar, simplemente.

-       ¿Mar, en qué podemos ayudarla?

Durante unos minutos, la elegante visitante me contaba que alguien le había recomendado nuestra agencia para intentar realizar, según ella, una “empresa casi imposible”, hecho que por sí mismo me supuso, obviamente, un reto que tendríamos que intentar por todos los medios convertir en realidad.

De sopetón, me soltó la bomba.

-       Necesito saber si mi hermana es capaz..., de enamorarse.

Dijo sin dilaciones.

Inicialmente, me quedé absolutamente estupefacto, como fuera de lugar. Era como si se hubiese hecho de noche de pronto, como una sensación de frío cálido, algo agridulce, pero especialmente apetecible.   En suma..., algo muy contradictorio en aquella mañana fría de enero.

Pero como me considero una persona que no prejuzga, decidí dejarla hablar.

Brevemente, me puso en antecedentes de que su hermana Inmaculada, con más que algunos años inconfesables, más de treinta y más de treinta y cinco, tenía afición permanente de dejar a sus novios, por cierto, que había tenido varias docenas.

Había dejado en el altar a más de dos, y que parecía que no encontraba a su alma gemela.

Que se enamoraba y desenamoraba continuamente, que tenía a toda su familia en vilo, y que su madre viuda, quería casarla a toda costa, deseando que sentase su cabeza definitivamente antes de morirse.

Seguía contándome...

Creía que sería un milagro el que se enamorase Inmaculada alguna vez de verdad, pero que tenía que intentarlo, dado que quería, tanto que su madre, ella misma y su otra hermana, disfrutasen todas ellas, las tres, de ver a Inmaculada verdaderamente enamorada, que madurase sentimentalmente de una vez, y dejar de llamarla cariñosamente “la rebelde”, “la inconformista sentimental”, o la “ya tengo un nuevo novio”. Varios apelativos que la definían a la perfección.

Nuestra empresa de investigación, como es habitual en una agencia de detectives, se dedica a comprobar e investigar situaciones de todo tipo, entre las que destacan, generalmente, las infidelidades, como todos ustedes saben de sobra.

Como complemento a los clásicos servicios de investigación habituales en las agencias del sector, y desde hace años en que nos surgió por primera vez, siempre hay una primera vez en todo, damos un servicio muy especial, que solo hemos dado en contadas ocasiones a clientes muy especiales, y que creo sin miedo a equivocarme, que es la única agencia que lo da en el mundo.

Es un servicio inusual y extraordinariamente excepcional. Creo que no son ustedes capaces ni de suponerlo.

Durante unos breves segundos rememoro mentalmente aquella primera vez: Se trataba de un buen cliente y amigo, aunque algo mayor que yo.

Le habíamos hecho para su empresa diversos trabajos de investigación sobre alguno de sus trabajadores de falsas incapacidades, y bajas irregulares provocadas por diversos motivos.

Un buen día me llamó por teléfono, serio y preocupado. Habíamos llegado a tener cierta confianza e incluso unos lazos iniciales de amistad que duran hasta hoy.

Me contó su gran problema...

Su hija de veinticuatro años decía que se había enamorado para toda la vida de un “principiante de motorista, sin oficio ni beneficio”.

Sonrío al recordarlo.

-           Querido Francisco José, no te preocupes, se le pasará. (Le dije).

Pero estaba realmente preocupado. Conocía de la terquedad de su hija y no quería que estropease su vida. Lo había intentado todo y no había conseguido nada.

Me puse manos a la obra, investigamos y llevaba razón.

La solución que se me ocurrió fue drástica.

Que se enamorase de otro.

Francisco José, mi amigo, se quedó de piedra. No entendía nada.

Uno de nuestros detectives por entonces, era un joven realmente atractivo, aunque algo tímido. Con él y con mi “pócima” secreta conseguimos que la joven Rebeca, la hija de nuestro cliente y amigo Francisco José, se enamorara perdidamente de nuestro joven detective Arturo.

Lo siguiente parecía más fácil, desenamorarla meses después, aunque eso jamás lo conseguiríamos.

En todo caso, para entonces el principiante de motorista estaba en la cárcel por tráfico de drogas.

A día de hoy, Rebeca y Arturo, son un feliz y sólido matrimonio que tiene tres hijos preciosos.

Vuelvo a sonreírme al recordar que lo difícil no fue enamorar a Rebeca, sino que Arturo llevase la lección aprendida todos los días, que yo por la noche le facilitaba, bueno, yo..., y el repaso que le daba previamente al manual de mi bisabuelo Enrique, llamado según decían mi padre y mi abuelo, el “Seductor de los soportales”.

De mi bisabuelo Enrique, se contaba en la familia, que alardeó durante toda su vida de que había sido amigo y conversador durante varios meses, en cientos de paseos a las afueras de un Monasterio, cerca del famoso Moncayo, en el Sistema Ibérico, de un acreditado escritor del que ahora no vamos a entrar en detalles, aunque fue una figura muy importante del romanticismo español. Una de las más importantes.

Realmente, siempre hemos creído en la familia que todos esos detalles se los había inventado para darse importancia, al menos, en lo relativo a aquel misterioso conversador, del que al final nos diría su famoso nombre.

En fin, que fue un perpetuo romántico, un perfecto seductor de solteras y de casadas, y al que se le achacaban más de una veintena de bastardos. Un enamoradizo empedernido. Todas a las que echaba el ojo, se terminaban enamorando de él, y él…, las amaba a todas ellas.

Pues bien, que de aquellas famosas conversaciones con el famoso escritor romántico, mi bisabuelo Enrique, entonces un joven alocado y fantasioso, escribió un manual de la seducción, que heredó a su muerte mi abuelo, y a la suya mi padre, quien me lo regaló en mi veinticinco cumpleaños, al verme aún sin conocer el verdadero amor.

Por entonces le eché un vistazo, me reí varias veces y mira por donde, le saqué rendimiento profesional para el trabajito de Rebeca, años después.

Mar, me miraba algo descolocada.

-       Querida Mar, nuestro trabajo dista mucho de esa empresa que nos quiere encargar.

-       Matías, ya me dijo un buen conocido, que se haría usted de rogar.

-       ¿Cómo?

-       Don Francisco José me ha dado recuerdos para usted, y mi buena amiga Rebeca, su hija, todavía se ríe de todo lo acontecido hace unos años. Por cierto, su marido Arturo, le manda un abrazo cordial, y le vuelve a dar las gracias nuevamente, por ayudarle a encontrar su verdadero amor, gracias a sus “consejos”.

-       En fin, que estoy enterada de que usted a veces hace “milagros”.

Dada la cara que se me quedó, Mar supo de inmediato que aceptaba el encargo.

-       Bien, Matías, hablemos de los honorarios.

Después de unos segundos en que me quedé estupefacto, acerté a decirle:

-       No se preocupe Mar de los honorarios, primero tenemos que afinar muchos detalles.

Le pedí a continuación toda una serie de datos personales de su hermana, para que mi equipo pudiera empezar a trabajar adecuadamente, lo antes posible.

Por último, me facilitó una fotografía reciente de Inmaculada.

Me despedí de Mar, y quedamos en llamarnos cada semana y vernos tres semanas después a darle novedades.

Recuerdo que al quedarme solo en el despacho, contemplando la fotografía de Inmaculada, me quedé sin palabras durante varios minutos.

Inmaculada me pareció la mujer más bella del mundo, con una cara tan amable y sonriente, que no pegaba con el de una solterona “bala perdida”, alocada e inmadura, que había anulado ya varios enlaces matrimoniales, dos en la iglesia y dos en el juzgado civil.

La cara de aquella foto era absolutamente preciosa, sensual y miles de adjetivos amorosos más.

Una melena castaña clara rizada, unos ojos verdosos y azulados al mismo tiempo, una boca grande con unos labios enormes muy sensuales, y unos dientes preciosos, con una nariz grande, pero que redondeaba a la perfección su rostro como si se tratase de una diosa griega o romana.

-       Inmaculada… Inmaculada…

Susurré…

-       Maribel, ven, por favor.

Al entrar Maribel, sabía que teníamos una situación crítica.

-       ¿Qué pasa, Matías?

-       ¿En qué lío me vas a meter?

-       Maribel, tenemos un problema, y una guapísima mujer…

Mientras le mostraba la fotografía, le comenté a Maribel, que en esta ocasión ninguno de nuestros detectives estaba preparado para un trabajito de enamoramiento, ya que eran muy buenos profesionales, pero no le pegaba a ninguno el papel de seductor.

De repente Maribel, sonriendo maliciosa, pero asertivamente, me decía con esos ojos de mujer increíblemente lista..., mientras me miraba fijamente:

-       El papel es idóneo para ti, Matías.

Recuerdo con cara de sorprendido que, aunque lo había pensado por un instante, sería una locura que un hombre de mi edad pudiese hacer el papel de seductor.

-       ¿Qué pasa Matías?

-       ¿No vas a ser capaz de conquistar a una solterona, con esa cara de hombre italiano de anuncios..., y con la ayudita del manual…?

-       Necesitas, solo, vestir un poco más deportivamente y esta mujer caerá rendida a tus encantos, y no eres tan mayor, solo tienes cuarenta y muchos. Además, no los aparentas. (Sonrió).

-       Maribel. ¿Me echarás una mano, verdad?

-       Claro que sí…, “conquistador”.

Durante el resto de la mañana y parte de la tarde, encerrado en el despacho, releí de nuevo el dichoso manual del bisabuelo.

A la mañana siguiente, al despachar con el grueso de mi equipo de investigación, Luis y Pedro, les puse en antecedentes y nos pusimos en marcha.

Lo habitual: controlar el ordenador y el teléfono móvil de nuestro “paquete”, además de un seguimiento de veinticuatro horas por turnos, al que ayudarían otro par de profesionales eventuales, y dos expertos y eficaces colaboradores..., José Miguel y Verónica.

José Miguel me daría las herramientas de comunicador como experto coach, y Verónica, su visión psicológica, además de sus precisos trucos de facilitación de las habilidades sociales como experta psicóloga social.

Al cabo de solo tres días, teníamos lo preciso.

Inmaculada, al parecer, ya aburrida de su último novio Julio Andrés, al que veía solo los fines de semana, investigaba ya en páginas de contactos de la localidad, buscando quizás, un nuevo candidato a sufrir de sus encantos.

Pensar en pasar por un candidato, con un anuncio sugerente y adecuado para que la no tan joven Inmaculada picase el anzuelo, fue visto y no visto.

Al cabo de una semana, estaba manteniendo ya conversaciones por correo electrónico con Inmaculada.

El manual lo decía claro, no solo en el prólogo, sino en la primera frase y clave fundamental..., el primer encuentro, del capítulo primero, “Si en los primeros cinco minutos del primer encuentro, no ves brillo en los ojos de la dama, despídete y busca otra dama”.

El cachondo de mi bisabuelo lo dejaba claro, muy claro. Absolutamente claro, transparente y meridiano.

Bueno, eso sí, luego a continuación daba treinta y cinco trucos para no fallar en ese primer y fundamental encuentro.

El encuentro en la cafetería aquel último lunes de enero, que había sido todo un flechazo para ambos, y el inevitable encuentro en un apartamento, el cinco de febrero siguiente con Inmaculada, no dejaron duda alguna para este maduro investigador, de que estaba perdidamente enamorado de esa mujer tan especial, tan fascinante, tan perfecta, tan sensual, tan…, todo.

-       Matías, tienes un problema, bueno, o dos, o tres…

Me decía yo mismo en voz alta aquella mañana en que recibiría a Mar, para darle novedades de su hermana, mi amada Inmaculada, y además de los problemas profesionales, el tema personal con mi esposa, bueno ex esposa, con la que convivía.

Pensé para mis adentros, esto al final tendrá que salir bien.

-       Buenos días, Mar.

-       Matías, ¿tenemos buenas noticias?

-       Malísimas, Mar, malísimas.

-       ¿Cómo?

-       Su hermana, creo que no tiene arreglo.

-       ¿Pero cómo?

-       Su hermana fascina a todos los hombres que se encuentran a su paso, se ilusiona con ellos, y al cabo de poco tiempo, se aburre y los deja, y claro, busca más, algunas veces, no los busca, y se los encuentra. Al ser tan atractiva, es un imán para los hombres, para todo tipo de hombres, aunque ella los prefiere especialmente maduros.

-       ¿Y Julio Andrés? Su novio actual.

-       Ese, no se entera de nada, además, lo va a dejar seguro más bien pronto que tarde, pues estaba iniciando dos relaciones más la semana pasada.

-       ¿Pero Matías, qué me cuenta usted?

-       Creo que podré arreglarlo todo en un par de meses, será una tarea dura y ardua, pero creo que su hermana, estará casada en menos de un año con alguien al que querrá para el resto de toda su vida, y dejará por fin, tanto novio y tanto “amigo”. Vaya hermana que tiene usted, Mar…

-       Matías, no se preocupe por el dinero.

-       Mar, se lo digo de verdad, el dinero no es un problema..., el problema, es que Inmaculada jamás ha conocido el amor de verdad, pero lo va a conocer pronto..., muy pronto..., aunque, no sabemos su reacción final.

-       Confío en usted, Matías.

-       No se preocupe Mar, confíe usted en mí.

Respiré profundamente cuando se fue.

Le había prometido algo que no sabía si podría conseguir, aunque lo deseaba, y aquel beso en el semáforo me había dado mucha confianza.

Recordé ese maravilloso beso, dos noches atrás…

Nos habíamos despedido, después de esa primera velada maravillosa de casi seis horas de pasión, la había acompañado, ella en su coche, y yo en el mío, hasta el semáforo de una rotonda, que ya la llevaría directamente hacia su casa sin problemas.

No conocía ella demasiado bien aún, aquella urbanización de las afueras donde se encontraba el apartamento.

Pues bien, al bajar del coche y acercarme a su ventanilla, mientras el semáforo estaba en rojo para decirle que siguiendo esa avenida, saldría sin problemas hacia su destino, nos miramos y sin hablar nos dimos un apasionado beso, que solo fue interrumpido por la luz verde.

Me quedé anonadado.

Mientras la veía alejarse, recordé los recientes momentos de amor y pasión. Como había adorado aquel cuerpo menudo lleno de lunares, como había besado cientos de ellos, y como había lamido amorosamente su sexo sin prisas, mientras su cuerpo templaba gracias a los orgasmos que se sucedían uno tras otro. Aquel maravilloso sexo junto a sus caderas, temblaba y temblaba como si se tratase de un eco permanente interior, dentro de aquel indescriptible cuerpo bello, sensual y único.

El sexo había sido glorioso para ambos. Nuestros cuerpos se sentían unidos en aquellas variopintas posturas sin deseo alguno de separar aquel vínculo íntimo que tanto nos seducía. Incluso habíamos conseguido un orgasmo unidos sin movernos, con tan solo besarnos. Mi sexo latía dentro de ella, el suyo me comprimía. Con tan solo esas sensaciones y nuestros besos, llegamos a un orgasmo indescriptible que nos hizo temblar de emoción.

El sabor de nuestros vaciados recíprocos de fluidos en nuestras bocas era proveedor mayoritariamente de orgasmos automáticos, tanto físicos como emocionales, a veces dobles y triples. Algo, amigos, realmente único. Sin duda, el amor y el sexo estaban unidos de por vida para aquellas dos almas..., la mía y la de Inmaculada.

Inma... Inma... Inma... (No dejaba de nombrarla a cada instante en mi mente y en la soledad de mi despacho). Maribel se dio cuenta enseguida.

-           Matías..., Matías, estás desconocido. Jamás te había visto así de enamorado... Bueno, jamás había visto a nadie así. (Me decía aquella mañana al llevarme el café).

Las semanas siguientes fueron maravillosas, las llamadas de teléfono y los correos electrónicos, sobre todo..., cada vez entrábamos en más detalles amorosos. Solo tenía en mi mente a Inma. La agencia iba bien, bajo la eficaz supervisión de Maribel.

El manual funcionaba a la perfección y creo que al cabo del primer mes, Inmaculada estaba enamorada, aunque se resistía a creerlo y menos a confesarlo. Lo releía todos los días. Me lo sabía de memoria.

Capítulo siete…, capítulo ocho…, capítulo nueve…, “el abrazo”…

Cuando me abrazó de esa manera por primera vez, supe que era la mujer de mi vida.

Capítulo diez…, capítulo once…, “la confesión”…

Era ya, mediados de marzo, y nos confesamos la realidad de nuestros sentimientos, abrazados una noche después de haber hecho el amor apasionadamente durante horas. Nos habíamos emocionado, ambos lo sentíamos así. Allí, unidos nuestros sexos una vez más, recibiendo impulsos orgásmicos permanentes, físicos y mentales. En aquella cama, eje central de nuestra pasión, en donde nos devorábamos tres noches por semana hasta la saciedad, donde dábamos rienda suelta a un amor sobrenatural y a un sexo sin limitaciones. Éramos amantes de nuestros cuerpos, fluidos y sabores.

Había dejado ya a Julio Andrés, y a dos o tres amigos más, a los que tenía ya olvidados y no volvería a contestar a sus insistentes mensajes para verla.

Solo quería estar conmigo para el resto de su vida.

Me lo había confesado.

-       Te amo Matías, te amo como jamás había amado antes. Es la primera vez que siento en toda mi vida algo así.

A finales de marzo, ya hacíamos planes en común.

A primeros de abril,  planeábamos vivir juntos.

Aquella última velada de abril en la que, exhaustos de amor y pasión, dormimos ajenos al mundo, había sido épica. Nos habíamos quedado sin sentido en aquella sublime postura del sesenta y nueve, después de alcanzar el nivel máximo del placer. Previa y recíprocamente, durante horas, nos habíamos amado oralmente nuestros respectivos sexos como nunca hasta ese instante, para finalmente saborear y deglutir nuestras esencias, y finalmente quedar abstraídos de una soñolencia sensual sin parangón.

Creo no equivocarme al decir que jamás ninguna pareja de enamorados había disfrutado tanto de su amor, no solo física y emocionalmente, sino en el  conjunto de sus energías,  tanto terrenales como sobrenaturales.

En mayo vivíamos juntos y enamorados.

Era absolutamente feliz. Ambos lo éramos.

Era el hombre más feliz del mundo. Sentía que sería así para el resto de mi vida. No tenía ninguna duda.

No tenía dudas de que sería así, de que nada ni nadie podría jamás separarme de aquella maravillosa mujer.

La boda fue maravillosa…

...

-       Matías…, Matías…, levántate, que llegas tarde a la oficina.

Abrí los ojos…,  me sentía confuso…, pensé en Inmaculada…, en todo lo acontecido….

Mi esposa, bueno, ex esposa, con la que convivía, delante de mí…, me decía:

-       ¿Qué te pasa?

-       Que cara tan extraña tienes.

Aún medio dormido, seguía intentando pensar con claridad.

Había sido un sueño, un maravilloso sueño, pero solo un sueño.

¡No podía ser!

No podía ser cierto, recordaba con toda claridad todos los detalles, todas sus facciones, todos sus besos, incluso todos sus olores y sabores.

Me quedé triste y sin palabras.

Estaba realmente frustrado y no me hubiese importado morir en aquel preciso momento.

Me levanté, me duché, y sin desayunar me fui a la oficina.

Aquella mañana de enero era fría y gris.

Triste y meditabundo, el teléfono sonó y me sobresaltó sobremanera, pues estaba absorto aún en el recuerdo de aquel sueño extraño y tan real a la vez.

Al otro lado, Maribel me decía:

-       Matías…, algo muy raro…

-       Una mujer por teléfono que está buscando al jefe que se llama Matías.

-       ¿Quién es?

-       No me lo ha dicho, habla de un sueño que ha tenido contigo.

Mi corazón dio un vuelco y la carne se me puso enervada y mi vello absolutamente erizado.

-       Pásame, deprisa….

Mi corazón palpitaba sin ton ni son, y mi alma estaba a punto de estremecerse.

Como pude,  contesté al teléfono, sin apenas poder claramente articular palabra, y con una necesidad imperiosa y vital de que fuese realmente un auténtico e inexplicable milagro.

Tenía que ser ella, no podía ser de otro modo…

-       Hola Inm… Sí..., digo…, diga-me… ¿Dime? ¿Quién es?

-       Buenos días. ¿Matías?

Reconocí su voz al instante…

FIN.

...

Espero que les haya gustado.

Me tienen como siempre a su disposición en mi correo electrónico, para lo que quieran. Contestaré a todos.

Como les decía en los últimos tres relatos anteriores publicados en estos días, estoy ya preparando otra obra de título provisional: “Historias de cornudos consentidores”. Historias reales que me han llegado y que solo estoy novelando, dándole el toque picante, erótico, sexual o incluso pornográfico. Aun me queda hueco para poner una par de historias más. Anímense, queridos cornudos, si quieren que sus historias queden para la posteridad...

Un abrazo.

PEPOTECR.