El mancebo en la rebotica

Un mancebo, en una rebotica, me enseñó lo triste que es ser gay y no saber cómo disfrutar de ello.

El mancebo en la rebotica

Quedaba sólo un día para salir de viaje a las galas. Esta vez, hacíamos unas hasta el fin de semana, partíamos hacia otro lugar y comenzábamos otras galas hasta el miércoles, día que España está llena de fiestas, y seguíamos al día siguiente en otro lugar hasta el domingo. Teníamos luego tan sólo dos días de descanso y seguíamos trabajando. En realidad, ya no descansábamos hasta finales de agosto. Andrés había planeado quedarse todo ese tiempo en casa de su nuevo novio y mi pequeño Alex vendría siempre con nosotros (sus papis, decía).

Pensé en ir a la farmacia a comprar algunas cosas que nos eran necesarias en el botiquín y me avisó Daniel de que ya no era hora de ir a comprar, que, con toda seguridad, me iba a encontrar la farmacia cerrada. Salí entonces corriendo para llegar antes de las 8 y atravesé los jardines para salir por la puerta contraria. No fui corriendo, pero sí muy a prisa.

Cuando llegué a la farmacia, vi que habían apagado la cruz verde de la calle y parecía que sólo había algunas luces interiores encendidas, pero me acerqué a la puerta y llamé al timbre. Me pareció que la farmacéutica ya se había ido, pero alguien debería haber aún allí dentro. Esperé un poco y vi asomarse tímidamente a un joven con su bata blanca y se quedó mirándome fijamente. Al poco tiempo, me hizo unas señas con la mano para indicarme que ya estaba cerrado. Le hice yo unos gestos indicándole que sería sólo un momento y, muy a su pesar, salió de detrás del mostrador, giró la llave y abrió con cuidado.

Dígame, señor – dijo -, ¿es urgente lo que busca? Es que ya hemos cerrado caja y no voy a poder servirle. Tendrá que ir a la farmacia de urgencias.

Espera, chico – le dije aún con la respiración agitada -, es que para ir a la más cercana tendría que volver a casa, coger el coche y darme un buen paseo. Sólo quiero cuatro cosas de nada. Si me las dieses me harías un favor.

Me miró insinuante de arriba abajo sin decir nada y tiró finalmente de la puerta de cristal: «Pase».

Verás – le dije -, es que mañana salimos de viaje muy temprano y se me han olvidado algunas cosas para el botiquín. No quiero causarte problemas.

No, no, señor – me dijo muy sonriente -, dejaré los apuntes en el ordenador para mañana. Le conozco de por aquí, del barrio, ¿sabe?

Bueno – le dije también sonriente -, no es que pasee mucho, pero vengo a menudo.

¿Y qué cosas son las que necesita? – preguntó -. Si son con receta médica no voy a poder servírselas.

No, no – le dije -, son algunas cosas para un botiquín de viaje.

Le dije lo que necesitaba, me sonrió y fue a por ellas.

¿Nada más, señor?

Verás… - le dije dudoso -, ya que me has podido servir esto… ¿sería difícil que me dieras una caja de condones?

¿Los quiere de alguna marca en especial? – me señaló un expositor -. Hay gente muy exigente.

Noooo, me da igual – le contesté apurado -, siempre que sean de calidad.

Pues le aconsejo estos – dijo un poco afeminado -, son los que yo uso y van muy bien.

No conozco esta marca – exclamé - ¿Son nuevos?

No son nuevos – dijo -, pero la gente casi no los conoce y son fantásticos ¿Va a usarlos con una mujer?

Me dejó desarmado. No quería darle explicaciones, pues en casa no los usábamos, sino que quería llevarlos por si salía alguna cosa extra. Finalmente, le hablé bien claro:

No. Son para usarlos con un hombre. No quiero roturas… ya sabes

¡Ay! – exclamó -, pues estos son buenísimos. Mi novio y yo no los usamos, pero si hay algo extra… Verá usted, si quiere o si no le importa, podría probarlos.

¿Probarlos? – me extrañé - ¿Cómo se puede probar un condón?

Pues eso – dijo -, si sale algo «extra»… Verá usted. Es que tengo alguno suelto. Si no le importase probarlo conmigo mismo

Me pareció primero de un descaro impresionante, pero mirándolo con atención, no me pareció que fuese tan mala idea.

Verás, chico – le dije -, es que no te puedes hacer una idea de lo poco que me gusta una bata blanca

¡Ay, señor – me interrumpió -, perdone usted! Ahora mismo me la quito, que a mí los médicos también me dan un poco de… Espere, espere.

Se desabrochó todos los botones y se quitó la bata. Entró en la rebotica y salió sin ella, con una camiseta ajustada y unos pantalones vaqueros muy desteñidos.

Puedo dejar la llave cerrada mientras lo probamos ahí dentro – dijo -. No va a venir nadie. Usted lo prueba y, si le gusta su tacto y cómo se amoldan, le regalo uno (rió cómicamente).

Pero… - me quedé muy extrañado - ¿cómo vamos a probarlo?

¡Coño! – exclamó afeminado - ¿Es que mi culo no le sirve?

No sabía si reír o tomar aquello en serio, pero pasé adentro y cerró la puerta. Se volvió hacia mí y me abrazó y me besó un buen rato. Dejó su acento afeminado y me dijo a media voz:

¿Es que no te gusto?

Sí, sí, ¡claro! – le dije -, pero nunca me habían dicho esto.

Porque hay pocos hombres – dijo – que sepan apreciar la belleza del que tienen delante. En cuanto entraste me empalmé. Lo de probar el condón y eso no es más que una excusa. Si te apetece

Me llamo Tony – le dije -, no me gustaría follar con un desconocido.

Yo soy Rubén, precioso – dijo – y si te tuviese cerca de menudo dejaba a mi novio.

¡No! – exclamé -. Yo tengo pareja y no voy a dejarla. Otra cosa es que surja algo

Como esto ¿no? – dijo insinuante -. Me gustas mucho. No quiero venderte estos condones para que los pruebes conmigo. En realidad son muy buenos. Lo que me gustaría es que me follaras; con o sin condón.

Le sonreí. Me pareció un tío simpático y acabé diciéndole que podía probarlo primero y quitarlo después. Le gustó la idea y se fue su mano directamente a mi polla:

¡Joder! Estás empalmado y tienes un tamaño extra.

Nos besamos un rato y frotamos nuestros paquetes hasta que comenzó a intentar quitarme los pantalones, pero mi cinturón era un poco complicado. Lo aflojé mientras él se quitaba el suyo y nos abrimos las portañuelas. Seguimos rozándonos y besándonos. Era un chico de movimientos suaves, pero no afeminados. Los gestos que había hecho al recibirme no fueron más que teatro para que yo supiese que él entendía, pero era masculino… ¡y singular!

Acabó bajándome los pantalones y los calzoncillos y acariciando con delicadeza mi polla. Paró un momento y se bajó sus pantalones. No era un chaval muy dotado, la verdad, pero sin duda era masculino y sensible. Seguimos besándonos hasta que cogió la cajita del condón, la abrió y lo preparó para ponérmelo.

Espera, chico – le dije -, confío en la calidad de estos condones si tú lo dices. Me los llevaré, pero si quieres que te folle, prefiero no meterte un trozo de latex relleno de carne ¿Qué opinas?

Opino – dijo – que es la mejor prueba que puedes hacer de ellos… y de mí.

Cuando se volvió y se inclinó, hizo un gesto muy bonito con sus manos y volvió su rostro para mirarme sonriente y, al empezar a penetrarlo, me di cuenta de que aquel chaval no estaba tan «usado» y de que, posiblemente, no tenía pareja.

¿Te duele, Rubén? – le susurré - ¡Avísame!

Duele un poco, sí – contestó soplando -, pero no me importa; sigue.

No tienes pareja ¿verdad? – me atreví -. Conozco un culo bien dilatado.

Lo siento, Tony, lo siento – me dijo casi llorando -. No tengo pareja; no soy maricón. Pero ¡es que me encantas!

No pasa nada, tío – le dije -; si te gusto, podemos hacerlo de vez en cuando. Mi pareja no se va a molestar por eso.

Pues fóllame ahora, por favor, fóllame – dijo muy excitado -, he tomado coca y ya no he podido evitar hacer lo posible por seducirte. Rómpeme. No me importa. Te quiero dentro.

Sabiendo esto, se la fui introduciendo lentamente y teniendo cuidado de que no le molestase demasiado. A veces, me apretaba la mano y yo paraba: «¿Te duele, cariño?».

Sí, un poco – me decía con timidez -.

Si te duele – le dije -, llegaremos hasta donde podamos y, otro día, vendré a seguir. Cuando pase un poco de tiempo, te entrará entera y el dolor se habrá convertido en placer.

¿Harías eso conmigo? – preguntó incrédulo - ¡Tienes pareja!

¡Je! – exclamé -. No sabes cómo es mi casa. Si quisieras, podrías ir allí por las tardes. No tendríamos que estar aquí en pie. Mi marido es un rey.

Me da corte – dijo -; fóllame ahora.

Sí, sí – le respondí -, voy a follarte porque quieres, pero no voy a lastimarte.

Fui apretando poco a poco y notaba su tensión, pero él no me decía que parase. Noté que no entraba y comencé a follarlo hasta ahí. En su rostro había una mezcla de dolor y placer. Volvía su mirada como si me estuviese agradecido de algo.

Cuando me corrí, se la saqué muy lentamente. Se estremeció, pero se volvió inmediatamente a besarme y a darme las gracias.

¿Vienes mañana? – preguntó al instante - ¿Cuándo seguimos?

Espera, tío – le dije muy serio -. Ya te he dicho que me voy de viaje; hasta fin de mes. Cuando vuelta, te prometo venir a buscarte, pero no para follarte aquí incómodamente. Vendrás a casa, conocerás a mi pareja, Daniel, y a mi hermanito, Alex. Nunca más te vas a sentir solo en esto del sexo. Se acabó el teatro.