El malentendido

BALLBUSTING. Dos chicas se aprovechan de un hombre inocente, que se verá envuelto en la situación más desagradable y dolorosa de su vida.

Un hombre cualquiera de edad cualquiera y nombre desconocido, volvía a casa caminando, cuando se cruza con dos chicas adolescentes, muy guapas y bien dotadas a su parecer. Eran muy jóvenes, pero eso no impidió que se las comiera con la mirada. Cuando estaban a su altura, una de ellas se paró frente a él y le preguntó por una calle.

  • Sí, solo tenéis que seguir esta calle y luego girar a la…

Su voz se perdió en cuanto la chica le pateó la entrepierna aprovechando que miraba hacia otro lado dando indicaciones. La puntera del pequeño pie se había colado perfectamente entre sus piernas, golpeando y aplastando ambos testículos contra el cuerpo del hombre.

-          ¡En el blanco, bien hecho, Silvia!. – oyó decir a la otra.

El tipo se inclinó y agarró la entrepierna tras un gemido de sorpresa. Tuvo tiempo a preguntar por qué antes de que el terrible dolor irrumpiera entre sus piernas.

-          ¿Por qué? Porque puedo. – respondió la chica con orgullo.

Él no entendía nada, solo que la patada había sido perfecta y que los testículos le dolían como nunca antes en su vida. Sin embargo, ante la prepotencia de la chica se obligó a no darle la satisfacción de verlo caer. Era fácil decirlo, pero la patada le había pillado tan desprevenido, tan relajado, que el dolor empeoraba por momentos y subía por su vientre lentamente pero sin pausa. Su tronco estaba en paralelo con el suelo, sus piernas no respondían y comenzaba a marearse.

-          Si supieras lo ridículo que es veros luchar por evitar lo inevitable. Déjate caer y llora como un bebé, lo estás deseando. No tiene nada de malo, esas pelotitas que te cuelgan entre las piernas son demasiado débiles, cualquier hombre estaría igual de mal que tú. – le dijo Silvia con aires de superioridad.

Las palabras de la chica sonaban bien, es más tenía toda la razón, no sería menos hombre por no soportar una patada en los huevos, pues ningún hombre la soporta. ¿Entonces por qué le costaba tanto aceptarlo? Tal vez porque se trataba de su virilidad, tal vez porque el ataque venía de una mujer, o tal vez porque se negaba a aceptar semejante debilidad. Probablemente por todo, lo que está claro es que el orgulloso varón se negaba a ser humillado de esa manera por una niña de ¿Cuántos, catorce años? Y mucho menos después de esas palabras.

-          En cuanto me recupere estás muerta, no me pillarás por sorpresa por segunda vez. – le dijo con la voz más firme que pudo. Había rabia en su mirada, pero cada vez estaba más inclinado y sus piernas más separadas para mantener el equilibrio.

En un acto de desesperación, para evitar caer y a riesgo de hacer aún más el ridículo, se apoyó sobre las rodillas y comenzó a subir y bajar el trasero, imitando lo visto en los deportes cuando un hombre recibe un golpe bajo. Para su desgracia, los ridículos movimientos solo consiguieron hacer reír a Silvia, pues el balanceo escrotal solo aumentaba el dolor. Le parecía increíble el mal rato que le estaba haciendo pasar una mocosa. La impotencia y rabia que sentía solo eran comparables al dolor de huevos.

-          Corre mientras puedas. – la amenazó muy enfadado por sus hirientes carcajadas.

Su cuerpo le pedía volver a agarrarse los testículos, pero sabía que hacerlo sería caer definitivamente, por lo que continuó un poco más con la esperanza de que el dolor disminuya. Pero esto no sucedió y finalmente quitó las manos de sus rodillas y las llevó a su entrepierna. Desgraciadamente, cuando alcanzó la entrepierna no encontró su escroto sino un zapato que acababa de patearlo desde atrás. Se trataba de la otra chica, de la que el hombre se había olvidado totalmente.

Cuánto se arrepentía de haberla olvidado, pues la patada fue tan fuerte como la primera, con la diferencia de que esta vez estaba más expuesto y que en vez de la puntera la chica utilizó el empeine para alcanzar todo el escroto. Silvia vio como el tipo se ponía bizco y se desplomaba a sus pies.

  • Debiste aceptar la derrota. - dijo la segunda agresora, llamada Daniela, viéndolo retorcerse en posición fetal.

Tras esa segunda patada ya no quedaba orgullo, ni vergüenza, ni rabia, únicamente dolor, un dolor insoportable. Era incapaz de controlarse, se retorcía por el suelo desesperadamente en busca de alivio, pero solo encontraba más dolor y agónicos gemidos. Las lágrimas salían por doquier de sus ojos sin que pudiera evitarlo.

-          ¿Corro ya o puedo quedarme un rato más viendo lo macho que eres? – oyó decir a Silvia tras el pitido sordo que escuchaba.

-           Al final parece que sí te han pillado por sorpresa otra vez. – oyó decir a Daniela. Su única respuesta fueron lamentos desesperados.

Los siguientes 15 minutos fueron de burlas y risas por parte de las chicas y de dolor y lágrimas para él, que seguía preguntándose cómo había acabado así ante dos niñatas. Pasados los eternos 15 minutos, las chicas dejaron de reír repentinamente, se abrazaron y Silvia empezó a llorar. El hombre no entendía nada, aunque poco le importaba.

  • ¿Qué le ha pasado? – escuchó una tercera voz femenina, de una mujer de unos treinta años. La primera persona que pasaba por allí.

Era alta, con el pelo castaño y ojos verdes y vestía un vestido corto de tirantes, muy escotado. Lo poco que pudo ver el hombre con su borrosa mirada le pareció una belleza.

  • ¡Ese cerdo le ha metido mano a mi amiga y quiso llevársela. Pero ella lo empujó y le dio una patada en los huevos! – explicó Daniela visiblemente alterada.

  • ¡Qué? – volvió a preguntar la mujer, sorprendida. - ¿Estás bien, querida? ¿Te ha hecho algo? – le preguntó a la supuesta víctima.

  • Estoy bien, he podido defenderme. – respondió Silvia con lágrimas en los ojos y sorbiéndose los mocos.

  • Uff vaya si te has defendido. Le has dado en los huevos pero bien, así se hace.- dijo la mujer viendo el lamentable estado en el que se encontraba el varón.- Ahora tranquilízate, todo ha pasado, voy a llamar a la policía y se lo contamos todo.

El hombre, que no daba crédito a las palabras de la chica, intentó defenderse de la acusación, pero si ya era difícil respirar con las pelotas en la garganta, mucho más lo era argumentar, por lo que solo consiguió enfadar más a la mujer.

-          ¿Encima vas a negarlo? – le gritó la mujer. – Este pervertido se merece un castigo peor. – le dijo a las chicas.

Para castigarlo aún más, la mujer decidió desnudarlo con la ayuda de las chicas, que no podían creer lo bien que les estaba saliendo el plan. El tipo entró en pánico ante la posibilidad de verse desnudo en plena calle y se resistió cuanto pudo, pero eran tres contra uno y sus fuerzas eran escasas. Así que en pocos segundos estaba desnudo de cintura para abajo, con una niña sujetándole cada brazo y la mujer de pie entre sus piernas, agarrándolo por los tobillos.

-          ¡Menudos huevazos! – exclamó Daniela sin quitarle ojo a los hinchados testículos.

-          No podemos decir lo mismo de su polla, mirad que cosa tan ridícula. – dijo la mujer manteniendo separadas las piernas del hombre.

Mientras todavía asimilaba la vergüenza por la desnudez, la mujer alzó una pierna y, sin ningún miramiento por la zona más sensible del hombre, pisó tan fuerte como pudo la blanda entrepierna.

La reacción del varón fue tal que las chicas perdieron el agarre y pudo alzar el tronco para sujetar sus aplastadas pelotas. Pero el pie de la mujer seguía allí.

-          Te los pisaría hasta hacerlos picadillo, pero no quiero quitarle mérito ni protagonismo a esta heroína. – dijo refiriéndose a Silvia al mismo tiempo que dejaba caer todo su peso sobre los testículos y giraba el pie hacia los lados para desesperación del hombre.

Nada más soltarlo volvió a la posición fetal, agarrando la fuente de su desgracia y llorando de dolor e impotencia.

La policía no tardó en llegar, una pareja de mujeres a las que enviaban siempre en casos de acoso sexual. El recibimiento de la policía no fue más cordial que el de la mujer que la había llamado. Una de las agentes no perdió tiempo en esposarlo con las manos a la espalda y obligarlo a permanecer tumbado boca abajo. De nada sirvieron sus balbuceos intentando explicar lo ocurrido, pues la mujer se quedó en pie entre sus piernas, mirando los testículos que asomaban bajo el trasero en busca de espacio.

-          Como te muevas pisaré esto de aquí tan fuerte que en vez de dos huevos lo que quedará será una papilla. – advirtió la agente poniendo la bota sobre el expuesto escroto y presionando levemente.

Cualquiera hubiera dicho que estaba pisando con fuerza, pues el hombre lloraba y pataleaba como si así fuera.

Al mismo tiempo, la otra agente había ido rápidamente a consolar a la víctima, preguntándole qué había sucedido. Se habían apartado un poco pero el hombre podía escuchar perfectamente.

  • Yo volvía a casa, pero ese hombre me llamó y me pidió que me fuera con él. Yo… yo le dije que no y entonces él me… me tocó los pechos y el culo. Yo le dije que parase pero no hacía caso, por eso lo empujé y le di una patada en sus partes… solo quería que me soltara, no quería hacerle daño, lo juro… lo siento, lo siento… - explicó la chica con lágrimas en los ojos.

  • Tranquila, no hay de qué disculparse, hiciste lo correcto. Los genitales de los hombres son muy delicados, pero era la única forma de salvarte, así que no te preocupes por él, si le has reventado los huevos mucho mejor para todas. - concluyó con una sonrisa cómplice para tranquilizarla.

  • ¿Cuántos años tienes, querida? - preguntó la policía que estaba junto al hombre.

  • Trece. - respondió con timidez en la única verdad que había dicho.

  • ¿Trece? No te dará vergüenza maldito pedófilo de mierda. Te vas a pudrir en la cárcel y todo el mundo verá tu cara por la tele y sabrá que una niña de 13 años pudo defenderse y te destrozó esta mierda que tienes entre las piernas. – dijo la agente agachándose y llevando una mano entre los muslos del hombre.

Él sintió como unos suaves dedos se metían entre su escroto y el asfalto y finalmente un pulgar completaba el agarre en la parte trasera de los testículos. Esposado como estaba nada puso hacer por evitar el fuerte apretón, que se prolongó durante unos interminables cinco segundos. Cuando lo soltó, la mujer sonrió al verlo con la cara en el suelo, babeando, los ojos en blanco y un leve temblor en las piernas.

A los pocos minutos llegó una ambulancia, la cual había llamado la policía antes de llegar al lugar, por si la chica necesitaba asistencia.

El pobre hombre no podía creerse lo que estaba pasando, no solo tenía que aceptar semejante humillación por parte de dos niñatas aún más pequeñas de lo que él pensaba en un principio, sino que además van a salirse con la suya y puede que incluso acabe condenado por acoso.

Si era una pesadilla era el momento de despertarse. Su única esperanza era recuperarse y poder defenderse o, al menos, poner en duda la historia de las niñas, pero después del apretón de la policía el dolor era tan intenso que estaba seguro de tener daños de los que no se recuperará por sí mismo.

Por fortuna las policías también lo notaron y, pese a que hubieran preferido meterlo en el calabozo en ese estado, dejaron que las chicas de la ambulancia lo atendieran. En un caso normal, después de casi media hora sin recuperarse, lo hubieran llevado directamente al hospital, pero tras una agresión sexual a una menor, todas las mujeres presentes estaban de acuerdo en que ese malnacido merecía que se atrasara lo máximo posible la necesaria intervención médica.

Aunque quería la asistencia, se negaba a ser atendido en plena calle, por lo que se resistió pataleando y gritando. Pero su resistencia duró hasta que la misma agente le cogió los huevos y le preguntó si quería otro apretón.

-          Gracias. – le dijo una enfermera a la agente al ver como el agresor obedecía con sumisión, suplicándole patéticamente a la agente que no vuelva a exprimirle las pelotas.

La mujer lo soltó y el hombre se quedó tumbado mirando al cielo, llorando de dolor, impotencia y vergüenza. Todas las miradas fueron a parar a sus genitales.

  • Menudo destrozo. - dijo la mujer que había llamado a la policía, a la cual nadie le preguntó ni le impidió estar allí.

  • Ya lo creo. Nunca había visto unos testículos en tan mal estado - dijo la otra enfermera mirando los hinchados y amoratados testículos.

Sin previo aviso, una de las enfermeras empezó a tocarlos con los dedos. A él le hubiera gustado preguntar por la finalidad de eso, ya que era evidente que sus testículos estaban dañados, pero estaba muy ocupado llorando y suplicando que parara. Algo que la joven enfermera no hizo y ni siquiera mostró delicadeza alguna. Lo peor es que cuando por fin terminó, le pidió una segunda opinión a su compañera, la cual no se lo pensó y examinó un testículo con cada mano, lo cual hizo la tortura el doble de rápida, pero también el doble de dolorosa.

  • ¿Los tiene muy mal? - preguntó Silvia tímidamente.

-          La verdad es que sí. Tendrá que pasar por el taller de reparaciones. Pero tranquila, sobrevivirá. – le respondió la enfermera sin dejar de tocar y retocar.

  • Le has dado una patada perfecta. - la felicitó la enfermera que le había revisado los testículos en primer lugar.

  • No sabía que podían quedar así por un solo golpe. - dijo Daniela sin quitarle ojo al escroto, disfrutando como nunca y sin ocultar su felicidad al no tener que hacerse la víctima como su amiga.

-          Los testículos son una parte del cuerpo muy peculiar. En el hospital hemos visto hombres con daños espeluznantes que se han recuperado en unos días y otros que han perdido uno o ambos testículos por un golpe insignificante. – explicó una enfermera.

-          Lo que está claro, es que en todos los casos les duele muchísimo. – añadió su colega.

  • Los hombres son muy patéticos en realidad, con el tiempo se iréis dando cuenta, chicas. Y los huevos son el mejor ejemplo de ello. - dijo una de las agentes.

- ¡¿Un solo golpe!? ¡Ya van cuatro y un apretón, pedazo de zorra! – pensó el hombre incapaz de decirlo en voz alta.

  • ¿Pue… puedo tocarlos? – preguntó Silvia viendo que las tenía a todas a su favor.

Las policías miraron a las enfermeras pidiendo permiso y estas se encogieron de hombros con indiferencia.

En menos de un minuto el varón estaba en pie, aún esposado y sujeto por las dos policías, que evitaban que se cayera. Luego, Silvia simuló que se arrepentía de haber pedido eso, pero la mujer que había llegado primero al lugar de los hechos la animó a continuar con el apoyo del resto de mujeres presentes. Así que Silvia no tuvo más remedio que colocarse frente a su “acosador”.

  • No, no por favor, no dejad que me haga nada. – suplicó él con mucha dificultad.

  • ¡Silencio! – ordenó una policía, que lo mantenía muy erguido sin dejarlo doblarse.

  • Por favor… acaba ya con esta locura… me duele mucho… te loOOHHhh - Sus palabras se convirtieron en un amargo quejido en cuanto la rodilla de la chica golpeó violentamente sus colgantes y desnudos genitales.

De no haber sido por las agentes habría caído al suelo en el acto, pero las fuertes mujeres lo mantuvieron en pie a pesar de que ni quiera se apoyaba sobre sus piernas, pues estas colgaban con la misma firmeza que su escroto.

La chica observó triunfante cómo el hombre lloraba y se retorcía colgando de los brazos de las policías. A continuación dio otro paso e hizo lo que había pedido en un principio: cogió ambos huevos con una mano y observó. Observó cómo el patético hombre dejaba de retorcerse de inmediato y, con los ojos muy abiertos, empezaba a balbucear suplicas ininteligibles. Le quedó claro que los hombres no conocen la dignidad cuando se trata de salvar sus testículos.

Jugueteó con las móviles bolas moviéndolas entre sus deditos, lo que parecía ser muy doloroso pues el tipo volvía a llorar y retorcerse. Estuvo más de un minuto haciendo honor a la expresión “tocar los huevos” hasta que finalmente le dio un respiro. Pero cuando el hombre pensaba que ya estaba satisfecha, la niña cerró el puño con muchísima fuerza.

-          ¡Así, muy bien! – oyó decir a una de las agentes antes de que un pitido agudo lo dejara sordo.

A Silvia le maravillaba lo frágiles que sentía los testículos en su mano. Tenía la sensación de que iban a romperse en cualquier momento. Aparte de esta fragilidad física, no dejaba de sorprenderle lo que provocaba en el hombre cada ataque a esta parte tan blanda de su cuerpo. Le fascinaba.

La angustia, el pánico y el dolor que sentía el tipo en ese momento sobrepasaba todos los límites de la mente masculina. Además de no escuchar nada, el rostro de la chica, que lo miraba con una sonrisa pícara, se difuminó poco a poco hasta desaparecer. Lo abordaron terribles náuseas y mareos. No sabía si se estaba desmayando o muriendo, lo que estaba claro es que el dolor de huevos lo acompañaría hasta el final.

Antes de perder la conciencia, sintió como la niña daba un jalón brutal hacia arriba y seguía apretando sin dejar de tirar. Su alarido debió de ser considerable, mas no lo escuchó. Lo que si le pareció escuchar fue el brusco giro de muñeca con el que la chica le retorció los huevos sin dejar de tirar ni apretar. Notó que su cuerpo estaba convulsionando y, finalmente, se desmayó.

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Cuando despertó estaba en una cama de hospital. Estaba desorientado, pero pronto un familiar dolor se lo recordó todo. Miró rápidamente hacia abajo, pues necesitaba saber inmediatamente si sus gónadas han sobrevivido a semejante tortura. O si las doctoras habían hecho algo por ayudarlo o en cambio habían optado por amputarle los testículos directamente. Durante ese segundo que tardó en comprobarlo se le paró el corazón.

Para su sorpresa, su punto débil seguía allí. Un par de bolas hinchadas y con tan mal aspecto que el tipo no se atrevió a tocarlas. Pero las miraba aliviado y feliz por seguir siendo un hombre.

Se fijó en que la televisión estaba encendida y que un programa de mañana volvía de publicidad.

-          Seguimos hablando con Silvia, la chica de trece años que no solo se defendió de un intento de agresión sexual de un hombre adulto, sino que lo incapacitó de tal forma que lo ha dejado postrado en una cama de hospital con terribles daños en los genitales. – explicaba la presentadora mirando a cámara, mirando al hombre a los ojos. –

La cámara enfocó a Silvia, que escuchaba atentamente a la presentadora.

-          Ya nos has contado como sucedió todo, con esa magistral patada en los testículos. ¿Sabes que ha estado a punto de perder los testículos? – le preguntó.

-          Sí, la policía me mantiene informada. Me han dicho que le han tenido que hacer cuatro operaciones diferentes y que ha sido un milagro que no pierda los huevos. Pero me han dicho que tardará mucho en recuperarse y que seguramente le queden secuelas.

Silvia no mentía, el hombre estuvo un mes hospitalizado sin poder levantarse de la cama. Un mes en el que tuvo que volver a pasar dos veces más por el quirófano. Pasado el mes estuvo otro en silla de ruedas y un segundo en el que poco a poco volvió a andar con mucha dificultad. Pasó más de un año antes de que volviera a hacer vida normal, aunque nunca se recuperó del todo, pues le quedó un dolor crónico que en ciertos días hacía de su vida un infierno. Por no hablar de los daños psicológicos que le provocó todo esto.

-          ¿Qué le dirías a tu agresor si pudiera oírte? – fue la pregunta con que la presentadora despidió el programa.

Silvia miró a la cámara y habló:

-          Primero te diré que te perdono. Te perdono y no te denunciaré, porque en realidad no conseguiste hacerme nada. Creo que es suficiente castigo con lo que ya estás sufriendo y todo lo que te queda por sufrir con esos daños en los huevos. Y por ultimo también quiero darte las gracias. Gracias por enseñarme a mí y a todas las chicas lo fácil que es destrozar a un hombre si se sabe golpear su punto débil. Gracias por ayudarme a demostrar que las mujeres somos más fuertes que vosotros, o por lo menos a demostrar lo débiles que os hacen vuestros blandos y frágiles huevos. Gracias.

FIN