El maestro de lucha: el amigo policía

Otra escena de la vida de este oso fortachón.

EL MAESTRO DE LUCHA. El amigo policía.

Ramón entró en la recepción del polideportivo con su petate al hombro. La recepcionista, al teléfono, le acogió con una sonrisa y, desplazando la mirada, le indicó que podía pasar al interior. Ramón recorrió el pasillo que daba a todos los vestuarios escuchando las risas y voces de decenas de hombres de todas las edades que practicaban en el Depósito. Le llamaban así al polideportivo reformado que la policía autonómica catalana había dispuesto para la formación de sus miembros. Todo policía o mosso, como le llaman allí, tiene que practicar deporte unos días a la semana por obligación en su contrato. A Ramón no se le había perdido nada en el Depósito hasta que conoció a Gabriel, un policía ya en los cuarenta, durante la manifestación contra la guerra de Irak. Gabi era un tiarrón de dos metros de alto por uno de ancho. No era la clase de hombre que salía en las revistas para mujeres, sino uno de esos fortachones de los concursos de fuerza. Era un armazón de huesos gruesos y músculos macizos dedicados a la fuerza en perjuicio de la estética. Una enorme barriga maciza encajada entre hombros anchísimos y un tren inferior fuerte como el de un caballo. Ramón le vio por primera vez junto a sus compañeros de la brigada de antidisturbios, apalancados junto a su furgoneta, tomando unas cervezas. Aquella manifestación fue tan multitudinaria como tranquila y la autoridad se lo tomaba con calma.

Parecía más una fiesta popular que una reivindicación. Todo el mundo estaba muy contento de haber salido a la calle por una causa justa y no estar solo. Ramón admiró la envergadura de Gabi que, cubierto con su armadura policial, todavía parecía más grande. Se dio cuenta de que Gabi le miraba también y al instante supo que ocurriría algo. A la edad que tenía, Ramón ya sabía que perder oportunidades era una forma tonta de perder el tiempo. Se aproximó al furgón policial serio, clavando la mirada en el policía. Gabi se movió como si nada especial ocurriera y sin parpadear abrió la puerta trasera del furgón vacío. De un bote se metió dentro y le hizo una señal a Ramón de que se acercara. Fue a la vista de todo el mundo y nadie se enteró. A penas el policía cerró las puertas, las caras de Gabi y Ramón se estrellaron. Lo único que amortiguó el golpe fue la espesa barba negra de Ramón, que se abría y se cerraba sobre el grueso cuello del policía. La recia constitución rocosa de las facciones de Gabi encendió el deseo en Ramón de entregarse a una pasión bestial propia de tales ejemplares de macho. Ramón apretaba la cabeza del policía contra sus labios, asiéndole por el pelo áspero de la nuca, corto y fuerte. La barba corta del policía le arañaba los labios y la lengua. Tras cinco minutos de besar al policía, palpó su entrepierna para comprobar su calibre mientras este se retiraba las protecciones rígidas de su torso. Al principio Ramón no supo decir si había dado con una de sus protecciones de su armadura o con su cuerpo, porque tocó algo macizo y enorme como una porra. Gabi conocía esa reacción, ese breve instante de sorpresa que paralizaba por un momento a sus amantes cuando echaban mano a su generoso instrumental. No dijo nada, sonrió socarrón, con el típico gesto de suficiencia del macho dominante que controla la situación. Maniobró sobre el cuerpo de Ramón, aplastándole contra la pared de la furgoneta, con la fluidez de quien ha hecho de ese gesto su oficio, tras veinte años de profesión en el cuerpo de policía. Envolvió con sus antebrazos pétreos el cuerpo de Ramón y atrapó en sus puños uno de sus pectorales y con la otra su entrepierna. Suspiró encendido al notar la abundancia de carne dura en sus dos manazas y Ramón le devolvió el reto restregando su peludo culo macizo contra la estaca de carne del policía. Gabi notó la sangre henchir su miembro cuando comprobó la disposición física de Ramón. Su presa tenía una hermosura masculina muy alejada de la de los chicos calvos de los antros de musculosos. Tenía una armadura de músculos esculpida para esfuerzos viriles, la carga, la lucha. Se preguntó un segundo de dónde había salido. Conocía a la mayoría de militares, policías y bomberos que ponían el culo en Barcelona y nunca había visto a ese ejemplar que se entregaba a él. Gabi desató el cinturón y los tejanos de Ramón y se los bajó de un tirón junto con los calzoncillos, mojados por delante. Con el dedo pulgar de su mano izquierda, todavía enguantada, cató el ano de Ramón. Éste, con el trasero quemando de ansiedad, le advirtió entre jadeos:

  • Si estás sano puedes hacerlo sin condón.

Gabi se detuvo un instante, acercó su mentón cuadrado, oscurecido por la barba áspera de dos días, al oído de Ramón y le contestó:

  • Maricón.

Gabi forzó a Ramón a adoptar la posición de cacheo y le hizo entender con la firmeza de sus gestos que deseaba que se quedara así. Ramón se quitó la camiseta, que empezaba a apestar a feromonas de macho en celo, y volvió a su posición sumisa mientras seguía con la mirada las maniobras de su amante. Gabi abrió una pequeña caja blanca fija en el suelo. En el interior había guantes de látex y tres botes pequeños de lubricante KY que Ramón conocía muy bien. Gabi le sonrió de nuevo con los ojos enrojecidos de excitación y le explicó.

  • Para los cacheos de droga.

Gabi cogió uno de los tubos y se alzó de nuevo metiendo los pulgares bajo su cinturón para bajarse los pantalones. De debajo de ellos saltó un enorme mástil de carne rosada, inclinada ligeramente hacia arriba, de unos buenos dieciocho centímetros, y con la firmeza aparente de uno de esos ganchos de los que cuelgan reses en las carnicerías. Por debajo se bamboleaban dos cojones como huesos de aguacate entre una nube cobriza de vello. Ramón, hipnotizado por el leve movimiento basculante del miembro viril de aquel macho enorme, no se dio cuenta de que su propio miembro dejaba escapar lágrimas de excitación sobre el suelo de la furgoneta. Gabi se quitó los guantes y se pringó una mano con una cucharada de lubricante antes de bruñir su miembro férreo para la tarea. El falo de Gabi brillaba anaranjado bajo la luz de la tarde que se filtraba por las lunas tintadas del vehículo. Gabi retiró todo su capullo, descubriendo la punta de su estoque, de bordes rectos y marcados, esculpidos para aferrarse a la carne como el extremo de una lanza. Propulsando aquel espolón rosado se extendía una gruesa columna enredada en venas oscuras con vida y respiración propias. Gabi sonrió a su atónito prisionero y se recreó en como su mano recorría toda la estructura de su falo. Ramón ofreció sin darse cuenta su culo musculoso, abriendo un poco más el espacio entre sus glúteos velludos que protegían la entrada a sus entrañas. Gabi lo atenazó por la cintura con sus manos de titán y acercó la punta de su asta vibrante al ano convulso de Ramón que boqueaba anhelante. Ramón sintió el calor húmedo del contacto de su ano con la cabeza del miembro de Gabi al posarse levemente, como un beso. Su culo pareció abrazar la polla, como unos labios amantes. Gabi notó la suavidad y elasticidad del agujero que iba a violar. Era la clase de culo que podría tragarse un puño si se le antojaba. Ramón se adormeció notando la lanza de carne lubricada besar su ano. De súbito, sus entrañas se abrieron, apuñaladas por el rígido mástil del policía. Ramón exhaló en un grito varonil todo el aire en su cuerpo cuyo espacio ahora ocupaba el cilindro de 18 centímetros de Gabi. Por si su amante no se había enterado de lo ocurrido, el policía sacó de un tirón su falo y lo volvió a meter, brutal, en el canal de Ramón. Éste escupió dos gruñidos secos, sin aire ya, al notar en la garganta la onda de choque que traspasaba sus intestinos blandos y removían su estómago y pulmones. El cuarto rugido de Ramón casi fue un ruego, una llamada a una clemencia no deseada, una llamada inevitable de un mecanismo involuntario. Gabi amortiguó los esfuerzos inconscientes del culo de Ramón de zafarse de la acometida y lo apretó contra su ingle.

  • Maricón, estás más abierto que las putas en domingo.

Ramón cerró los ojos con fuerza y rugió de júbilo al sentir como aquel trozo de carne le completaba y le poseía, ensanchando sus entrañas. Gabi atrapó con una mano sus propios cojones y los de Ramón, que se rozaban unidos.

  • Te ha entrado desde la punta hasta los huevos. Y encima lo quieres relleno de leche.

Gabi hablaba mientras con su enorme tren inferior embestía a martillazos el trasero de Ramón. Sentía como un fuego húmedo, blando y estrecho a la vez, atrapaba los contornos de su miembro viril. La ausencia de condón le permitía sentir claramente como su prepucio se retraía en el interior del aquel hombre moreno y barbudo que bufaba como un toro al ser taladradas sus entrañas. Ramón a su vez sentía la enorme verga del policía apuñalándole una y otra vez. La estrechez de sus entrañas no era tan sólida como para doblegar la forma de la carne recia de aquel falo brutal. Por la sensación en su vientre, habría jurado que el glande invasor abombaba su pared intestinal en cada puñalada. A esa tremenda sensación de ser empalado y dominado por un macho hercúleo, poseído por un impulso primario de violar y someter, le acompañaba el roce de toda la columna del mástil del macho por su próstata, cada vez que se deslizaba a dentro y afuera. Ramón sentía su glande babear de gusto fluidos cristalinos y viscosos que rebosaban y caían en gruesas cuerdas al suelo de la furgoneta. La saliva de Ramón también se acumulaba en su espesa barba. En su mente la posibilidad de llegar a correrse sin tocarse la polla le excitaba. Por sus sensaciones sabía que era posible, y eso le acercaba más al momento de placer sublime, de la entrega final.

  • Te creías muy macho con todo ese pecho peludo y tus músculos ¿eh? – se burlaba el policía – Ahora sabes lo que es un macho.

El chapoteo de los huevos empapados del policía contra el saco de cojones de Ramón marcaba el compás de las palabras del policía. En el cristal del lado de la furgoneta contra el que Gabi se estaba follando a su hombre, el policía podía ver los ojos casi en blanco de Ramón y su boca entreabierta amordazaba por el gozo. El aliento caliente empañaba el cristal. Al ver hasta que punto estaba retorciendo la voluntad de aquel hombre que rendía su culo y su orgullo al placer de Gabi, éste reforzó sus embates, hinchando su miembro más aún cuando este penetraba por completo en las entrañas de Ramón.

  • Fóllame toro… - gemía Ramón – Méteme tu semen.

  • Que puto… - resolló Gabi – Voy a dejar que entre toda la brigada para que se corran en tu culo, que ya les hace falta echar la leche.

Solo imaginarse penetrado sin tregua por un grupo de hombres hizo que Ramón se excitara aún más.

  • ¿Te gustaría que un montón de veinteañeros te la metieran? – le amenazaba Gabi – Les tengo trabajando como a perros desde hace semanas sin que puedan desahogarse. ¿Crees que le harán ascos a tu culo?

A medida que el discurso del policía perdía coherencia y las alusiones al esperma aumentaban, Ramón supo que su macho estaba al borde del orgasmo. Cerró el culo con todas sus fuerzas y se empaló con todo su peso para que las embestidas le llegaran al alma. Gabi cogió a Ramón por los muslos y lo afirmó contra él. Esos enormes muslos peludos se la ponían más gorda aún. Notaba sus cojones escocer de placer y solo quería sacudirlos una vez más contra los de Ramón. Con la fuerza con la que empujaba, sabía que le saldrían morados en la pelvis tras el polvo pero su presa soportaba estoicamente el embate. Supo que se estaba follando a un hombre de verdad, cerró los ojos y dejó salir a la bestia para alcanzar el mayor placer posible. Ramón sintió como si le hubieran conectado a una taladradora neumática. Gabi era un tren que le empujaba al punto de no retorno. Sus huevos los sentía pesados bombeando esperma. La presión se acumulaba en su próstata, donde la barra de carne de Gabi bloqueaba cualquier desahogo. El miembro de Ramón estaba completamente hinchado, de color púrpura, y de su punta manaba una lágrima cristalina cada vez que el espolón del policía violaba su cuerpo.

  • Ah… - resollaba Gabi – Vas a tener tu premio… Puto

Acusando los empujones devastadores, las bolas hinchadas y el nabo de Ramón se sacudían en círculos entre las columnas de músculo de sus muslos, dibujando latigazos de babas en el aire que no terminaban de desprenderse de la punta del falo. Acompañando las sacudidas del policía sobre su culo, que movían todo el furgón de un lado a otro, Ramón empezó a sentir la discreta humedad caliente en sus tripas envolver el émbolo de carne que le taladraba. La respiración de Gabi no indicaba que estuviera en el orgasmo, aunque si muy excitado. Ramón se excitó mucho más al reconocer que se trataría de una gran corrida. Uno de esos polvos en los que la corrida empieza antes de que el macho sienta el orgasmo y que cuando este llega la corrida es más abundante aún que los primeros chorros de advertencia. Como predijo Ramón, el policía alzó la voz, sus gemidos eran más cortos y más intensos, cada vez más subidos de tono. Ramón relajó su culo por completo y se dejó invadir hasta donde su hombre lo deseara, sin importarle si aquel miembro devastador le rajaba los intestinos y le mataba. El rugido animal del poli vino acompañado de una última y poderosa embestida que hizo que Ramón enmudeciera. Las garras de Gabi se cerraron como cepos sobre el cuerpo de Ramón, una en la cintura y la otra en su cuello mientras entre convulsiones inundaba el cuerpo del maestro de lucha de esperma hirviendo. El miembro viril de Gabi perdió ligeramente su consistencia y el esperma de Ramón rompió el bloqueo en la próstata para fluir libre al fin. Ramón notó su cuerpo entrar en un estado agónico, se quedó ciego o al menos no era consciente de lo que veía mientras sus caderas se convulsionaban y se rompía la barrera que evitaba que sus cojones bombearan leche al exterior. Notó los distintos bombeos, pero la sensación era más cercana a mear leche que una corrida habitual. La fuerza de sus muslos, sus glúteos y sus rodillas se vertía fuera de él por la punta de su nabo. Se derretía hacia la inconsciencia. Bajó la cabeza para mirarse entre las piernas y un pegote de su propia esperma le alcanzó la frente. Su falo, morado e hinchado como nunca, se sacudía como una manguera sin dueño, esparciendo viscosa esperma por toda la pared del furgón. Gabi, resollando, invadido por el placer tras la corrida, veía el cuerpo de su amante estremecerse y convulsionarse, apretando rítmicamente su falo con el ano. Su miembro, todavía duro pero ya menos aguerrido, se sentía a gusto en el culo lubricado con semen de Ramón. Cuando éste recuperó el control, Gabi vio el fresco de semen en la pared del furgón. Chorros de leche blanca y densa, casi como cuajada, que empapaban el metal desnudo. Gabi apretó de nuevo la mano sobre el cuello de Ramón y le obligó a descender la cara sobre la pared.

  • Joder maricón – le dijo Gabi -. Ya me estás limpiando esta leche, so guarro.

Ramón arrastró su barba negra y densa por el metal.

  • Con la lengua.

Ramón lamió su propia esperma salada del metal, excitado de nuevo por la autoridad que demostraba aquella fuerza con la que le el policía le obligaba a lamer. Gabi sacó un instante su miembro morcillón del culo de Ramón. Del agujero boqueante se deslizó un grueso borbotón de esperma que chapoteó pesado en el suelo. Gabi metió de nuevo su rabo en el agujero de su presa y un anillo de su semen se dibujó en el contorno de su falo. Ramón sintió con alivio como el vacío en sus tripas se llenaba de nuevo. Gabi abrazó por la cintura a Ramón i tiró de él. Gabi cayó de culo, empalando aún más a Ramón que gruñó satisfecho. Ramón descansó su torso sobre Gabi que, apoyado contra la pared opuesta de la furgoneta, le hacía de silla. Los dos hombres recuperaron el aliento durante unos segundos de calma. El falo de Ramón permanecía erecto, ligeramente curvado hacia abajo, pero aún vigoroso. Ramón se llevó una mano entre las piernas, por debajo de su culo y amarró el grueso escroto empapado en densos fluidos grisaceos de Gabi que suspiró agradecido.

¿Qué es esto? – bromeó Ramón - ¿La Central Lechera Asturiana?

Date la vuelta.

Ramón arrancó sus músculos del vacío del orgasmo y giró pivotando sobre el miembro de Gabi sin sacarlo de su interior.

Qué ágil – se sorprendió Gabi.

Ramón encogió levemente los hombros. Gabi no había prestado mucha atención al torso de Ramón. Bajo la bruma de vello negro rizado se erigía un paisaje de músculos redondos y grandes, con pocos bordes rectos. Sus pezones oscuros, pequeños y duros coronaban dos macizos pectorales relucientes por el sudor y el semen grisáceo. Su presa se acariciaba el abdomen y se masajeaba los huevos mientras le miraba. Lo más terrible de ese hombre que se ensartaba en su falo era su mirada y su cara. Rojo encarcelado en el negro de su barba espesa y sus cejas. En sus ojos se sentía un poder que no veía en sus círculos. Gabi estaba rodeado todo el día de niños que fingían ser hombres para no quedarse atrás. La fuerza que veía en esos ojos marrones no era fingida. No sabía de donde salía.

¿Cómo se llama? – le preguntó Gabi.

¿Me violas y ahora me hablas de usted? – se rió Ramón.

Gabi respondió cerrando el culo y enviando sangre a su miembro, hinchándolo en el recto de Ramón. Éste acusó la agresión con un suspiro.

Cabrón – se quejó satisfecho el maestro.

Yo me llamo Gabi.

Yo Ramón.