El Maestro de Lengua (1)

Una "empollona" quiere revisar el examen que ha suspendido... pero su profesor de lengua tiene una idea con la que subir esa importante nota (contado a dos voces).

El Profesor de Lengua, Don Pedro Castillo me había echo llamar. Desconocía el motivo exacto, pero sabía que algo pasaba con mis notas. Después de clase, me dirigía a su departamento temblando. No sabía por donde iba a ir y era un hombre que… imponía. Esa era la palabra. Era un hueso que no le gustaba que le tocase a nadie. Exámenes difíciles y clases ladrillo. Y esa mirada desconcertante, maliciosa.

Era alto y parecía fornido, con algo de sobrepeso, pero de amplia espalda. Solía llevar unas gafas elegantes a su impecable traje. Peinaba unas pocas canas de su pelo de cepillo corto. Fracciones endurecidas y una boca pequeña completaban su descripción. A algunas compañeras de clase les parecía atraer (hasta que daban tres meses de asignatura con él).

Definitivamente, no me gustaba. Pero a ver que iba a hacer. Mi futuro dependía de él.

Llegué a su puerta y, carraspeando nerviosa, golpeé a su puerta.

  • Pase – le dije.

Sandra entró por la puerta. Dejé unos trabajos que estaba corrigiendo y me quité las gafas para observarla mejor.

En lo primero que me fijé (saltaba a los ojos, aunque no quisieras) fue en sus pechos. Grandes, muy grandes, una cien o más había calculado un día. Llevaba un suéter rojo hasta el cuello pero que inevitablemente marcaba sus gigantes tetas. Lucía una coleta que ataba su largo pelo largo y unas gafas que ocultaban ligeramente sus profundos ojos oscuros.

Era algo ancha de caderas, pero contaba con un generoso culo que a menudo me había encontrado a mi mismo azotándolo imaginariamente. Suponía que tendría algo de celulitis, pero eso me daba casi más morbo.

Era lo que sus compañeros llamaban "empollona". Pero eran idiotas, esa mujer, con sus gruesos labios y su mirada distraída y soñadora era la chicas más morbosa, no sólo de la clase, sino de todo el instituto.

Había estado meditando la forma de hacerla mía, una idea que como una bestia me abordaba cuando mi mujer dormía y yo miraba la ficha de la joven de 17 años. Una foto de una mujer tímida que debería despabilar para ser algo en la vida. Hace poco encontré una forma limpia y segura (mucho más que de la violenta violación, que también me llamaba la atención pero era arriesgada y peligrosa para mi situación y posición) de conseguir algo de esa mujer.

Ella se adelantó hasta sentarse en la silla frente a mí. Sus pantalones vaqueros acompañaron sus prietos muslos.

  • Sandra, siento decirle esto – le miré fijamente – pero has suspendido el examen.

Su cara fue todo un poema de sorpresa y desagrado. No sería la última vez que vería esa cara esa misma tarde donde el conserje se había pedido el día libre para no sé que cosas.

  • Pero, pero… - tartamudeó. No era muy decidida. Bien.

  • Lo siento, irás para septiembre con lengua. Eso supone no poder hacer la selectividad ahora. Lo siento de veras.

  • Pero, pero… - continuó hasta que arrancó – si me salió muy bien. ¿Podría verlo, revisarlo usted al menos?

  • Lo miré tres veces, porque me sorprendía que una chica con tan buenas notas hubiera suspendido.

  • Pero necesito hacer ahora la selectividad. –En esta altura empezó a lloriquear, como había planeado. Me excité tanto de ver tan cerca la conclusión de mis planes, que cambié de posición para aplacar mi erección. - Mis padres no quieren que vaya a la universidad. Esto será su excusa perfecta. ¿No podríamos hacer algo? Un trabajo, una recuperación. Necesito aprobar, lo necesito.

Había caído. Todo eso de sus padres ya lo sabía. No había sido muy difícil enterarse entre chascarrillos de pasillo, reuniones de padres y la beca de la chica (que me indicaba la baja renta familiar). Iba a abordar el tema, pero mi mente sólo podía pensar: "Puta, vas a ser mía. Vas a tragarte todo mi semen, puta. ¿Niña buena? Pronto no serás sólo una marginada social, pronto serás mi puta de rodillas".

  • Hay una opción – divagué. Una luz iluminó sus ojos casi negros. – Puedes… em, convencerme de que suba tu nota ligeramente.

  • Sí, lo que sea – se apresuró ella. - ¿Qué es?

  • Puedes hacer un examen oral.

  • Sí, ¿cuándo? ¿Cuándo?

  • Ahora mismo, ven aquí. Rodea mi mesa y ponte aquí.

Obedeció como una perrita en celo, ilusionada por poder aprobar, y mi erección aumentó. Esta sensación de control me sobrepasaba. Cuando estuvo a mi altura, coloqué mis manos en su cadera y la acerqué insinuosamente sin levantarme de la silla. Ella dio un respingo hacia atrás, entre asombrada y aterrorizada.

  • No chilles, nadie te oirá. No te pongas nerviosa. Es que me dejes un poco… sobarte, y yo te subiré la nota hasta un diez. ¿Qué te parece? Un favor por otro, a ninguno nos supone un problema.

Antes que ella meditara mucho ese infernal pacto que obviamente no terminaría ahí, la acerqué aún más y llevé mis manos a su culo, que estrujé con ira. Por fin, pensé. Lo amasé con las dos manos mientras le miraba a los ojos. Ella no parecía reaccionar y sólo mantenía sus manos con si se protegiese las tetas de un golpe que nadie le había dado.

Era un culo muy agradable, pero el premio gordo estaba ahí mismo. Sus tetas. Subí su suéter hasta ver su sujetador y sus increíbles pechos. Nunca había visto nada igual y empezó a afectar mi cabeza. Sandra puso una mueca de asco, pero la ignoré. No sé si era el miedo o la aceptación de mi trato, pero se dejaba hacer.

Quité el sujetador como quien quita un lazo de un regalo, delicadamente, y cuando esos pechos quedaron libres, los observé como si fueran un auténtico tesoro. Lo eran, puedo jurarlo. Tenían unos pezones grandes con una tremenda aureola rosada-oscura. No pude evitarlo y me abalancé.

Cogiéndola con ambas manos, succioné su pezón con ansia adolescente que hacía tiempo que no sentía. Oía como gemía de desaprobación, pero sólo consiguió excitarme más. Jugué con mi lengua mientras amasaba su pecho como hubiera echo con sus posaderas. Salvajemente. Mordisqué su pezón y empecé a tirar de él. Ella volvió a quejarse, esta vez de dolor. Puso una mano sin mucha fuerza en mi pelo y me dijo:

  • Por favor, Don Pedro, me hace daño. Quiero irme.

Que mientras le comes las tetas a la tía más pechugona del instituto, cuando sus pechos son aún firmes y fornidos, te llamé Don Pedro es algo que nubló mi mente. No iba a sobarla, quería correrme como fuera. Nada de pajas, quería que fuera mía.

Levanté mi mano y la cogí del pelo. Tiré tan fuerte que gritó. Pero surgió efecto, pues se agachó bastante. Otro tirón y se puso de rodillas. De rodillas ante mi con sus pechos colgando fuera (pero todavía vestida en su mayoría). Con gestos esporádicos y frenéticos, saqué como pudo mi pene, erecto desde hacía ya tiempo, mientras aún sujetaba la coleta de Sandra.

Ésta no pudo reaccionar demasiado. Otro tirón de pelo, el tercero y más brutal le hizo abrir la boca, esa boca preciosa de labios carnosos que se hundieron hacia dentro al entrar mi polla. Ésta entró hasta la misma campanilla, haciéndolo soltar un gemido mudo y sobresaltando sus ojos tras sus gafas de empollona.

Con las manos libres, intentó librarse de mi presa (que agarraba su coleta y su nuca) apoyándose en mis muslos para apartarse. Pero era más fuerte y estaba loco, así que no pudo sino resignarse y llorar. Aún así, sus brazos estaban tensos y daba pataletas como podía, pero sin ningún resultado.

Mi pene llegaba hasta el fondo de su virgen garganta y mis brazos aumentaron el ritmo cuando noté tanto placer en mi cuerpo y en mi mente.

Don Pedro me tenía bien agarrada, y mis empujones para huir de él no sirvieron para nada. Notaba su pene entrar y salir velozmente hasta llegar a más de mi campanilla. Me estaba haciendo daño, mucho daño en el cuello y empezaba a darme arcadas. El pene llegaba tan lejos

Su bello facial llegaba paulatinamente hasta mi cara y me empezó a costar respirar. No me llegaba el aire bien.

Luché y luché, pero sólo pude ser una mera espectadora de mi primera mamada, acto el cual no tenía pensado hacer nunca, porque lo consideraba de… puta. Y eso era ahora, una puta gratuita sin más remedio que chuparle la polla a Don Pedro.

Mis brazos se cansaron pronto y cayeron en sus muslos. Cada vez era más bestial y su polla, venosa y grande, entraba más adentro. Iba a vomitar. Una arcada… otra. Me controlé por miedo.

Creía que moriría en mis vómitos o asfixiada cuando su cuerpo se tensó y pasó algo horrible que más tarde me haría odiar esa sustancia. Tiró de mi pelo hacia sí y se corrió directamente en mi garganta. Salió una gran oleada de semen que desde esa posición, con mi nariz en contacto con su pelvis, no puede evitar tragarme, con ese sabor agri-dulce. Fue abundante y atroz. Una segunda oleada le siguió junto con un tercer riego que no pude tragar. Fue una corrida eterna, largísima, donde él no paraba de gritar y de tirarme de los pelos hasta su barriga. Noté una arcada que no pude tampoco controlar y vomité.

Él liberó los brazos, extasiado, y yo me vomité en las tetas y en el suelo, todo mezclado con semen y babas acumuladas. El aire volvía a mis pulmones y me permitió recapacitar en lo que me había hecho. En como me había sobado hasta hacerme daño, como había violado mi boca salvajemente y como me había obligado a tragar su semen, su asqueroso semen. Estaba tan humillada, tan dolorida.

Bajé mi suéter, me levanté horrorizada, con los ojos hinchados y semen aún en mi cara y en mi labio inferior (hasta había un poco en mis gafas que habían aguantado más o menos), así como con mis tetas con algo de vómito y saliva, y me fui dejando atrás mi cartera con mis llaves, cartera y apuntes.

Un terrible error que más tarde pagaría

Al final había perdido la compostura y había violado la garganta de esa dulce adolescente. Dios, pero había merecido la pena. El tocarle sus rebosantes tetas y poder morderlas, meterle mi polla en ella mientras me ponía esos ojos de súplica tras sus gafas de empollona de mierda, notar como su garganta se contraía y atrapaba mi pene con fuerza, el deslizar del mismo por su lengua y notar sus labios arriba y abajo en mi glande. Convertirla de empollona estrecha a puta sumisa que hacía felaciones sin desvestirse si quiera… había sido, había sido

El portazo que dio al salir corriendo me despertó de mi éxtasis. Mi mente poco a poco fue recuperándose y me puse un poco nervioso. Había sido descuidado y sólo con inteligencia y manipulación (y algo de suerte, claro. Más bien, bastante) podría salir adelante.

Metí mi pene, aún excitado ante tanto recuerdo, cuando vi que la muchacha había olvidado su mochila escolar con todos sus enseres personales. Bien, debía limpiar todo bien y después registrar todas sus cosas. Hay podía haber una solución, no sólo para evitar acusaciones molestas, sino para repetir esta tarde, pero llegando mucho más lejos. Su boca ya había sido mía, pero aún me quedaba por desgarrar su coño virgen y su ano por ahora impenetrable. Una vez se prueba esto era difícil no querer a probar, como si fuera una gran droga peligrosa. Quizás lo fuera, pero tendría de nuevo Sandra, y esta vez sería para mucho más