El Macho De La Fiesta (Relato Corto)

Jan recibirá una lección por cachondo perdido.

Saludos, lictores. Este relato corto es a petición de mi querida rosameler12, y pues… ya no hay más nada que añadir ;)

La fiesta en el chalet de los padres de Jan estaba en su mejor momento. Los chavales se lo pasaban bien, bailando, charlando o disfrutando de la piscina; algunos con la ropa puesta sin importar lo tarde que era. Algunos reposaban sobre las sillas de la piscina, mareados o en otros casos profundamente dormidos, un par de chicas disfrutaban con sus novios en rincones alejados de las miradas.

Jan, el anfitrión, era un chico rubio de cabello corto y algo ondulado. Tenía un cuerpo delgado y atlético, siendo el sueño de la mayoría de las chicas en el colegio. Y a pesar de ser un chaval privilegiado, era buena persona la mayor parte del tiempo, pero cambiaba radicalmente al ver un par de tetas y un buen culo. Entonces se convertía en alguien chulo, prepotente y orgulloso de su apariencia.

Esa fiesta en uno de los tres chalets de sus padres era la excusa perfecta para cumplir su fantasía: poder follarse a Cristina y Ana, dos amigas y las dos chicas más hermosas de su clase. Naturalmente confiaba en que sería una tarea sencilla, y que el alcohol y la música jugarían un papel crucial, además de su seguridad y los rumores que se decían sobre él en el instituto.

Todas las chicas e incluso algún que otro colega, coincidían en una sola cosa: Jan se gastaba una buena herramienta y un par de huevazos. Como era de esperar, los chismes de ese tema se regaban como pólvora y provocaba cuchicheos entre las chicas, imaginando como sería la experiencia de estar con Jan. Y el chico nunca desperdiciaba la oportunidad de sacar ventaja de lo que tenía.

Solo tenía una espinita, en su lista faltaban Cristina y Ana. Era uno de los motivos por el cual había organizado la fiesta, además de compartir con todos los demás. Pero sin importar que caminase frente a ellas, casi como modelando o intentando impresionarlas tanto en la fiesta como antes, nada daba resultado. No entendía las razones por las cuales no se abalanzaban sobre él como todas las demás, y ello era porque les agradaba tanto o menos que la menstruación.

Sobre todo a Cristina, que cada que le miraba no podía evitar poner los ojos en blanco y hacer gestos de querer vomitar. Ana era más cordial pero prefería entretenerse dándole esperanzas para dejarlo con la calentura a mil en el último momento, pero los tres estaban hartos; Jan de no poder echarles un buen polvo y las chicas estaban hasta el coño de sus insinuaciones.

Ambas amigas se veían preciosas. Cristina, de cabello corto rojizo y ojos verdes, vestía una falda y camisa de tirantes, que permitía una visión parcial de sus senos. Ana, un poco menos voluptuosa que su amiga, era una chica de cabello negro largo y blanca como la leche, delgada y esbelta, vestía pantalón ceñido y una sudadera, siempre había sido algo informal para vestirse.

Las dos chicas estaban sentadas frente a la piscina, cuando Jan salió del interior del chalet con un bañador diminuto y bien ceñido con la intención de marcar paquete. Y vaya que si lo consiguió, pues ya nadie miraba nada más que a su entrepierna. Ana y Cristina escucharon el revuelo y vieron como el joven, con mirada de suficiencia; se aproximaba a ellas.

“Mierda, ahí viene ese pesado otra vez,” dijo Ana en voz baja.

“Joder, es que no se cansa este tío? Ya perdí la cuenta de cuantas veces le he rechazado,” repuso Cristina con desgana pero no dijo nada más pues Jan ya estaba junto a ellas, con una sonrisa de niño chulo.

“Hola chicas, se divierten?” preguntó con voz más profunda de la habitual, tratando de resaltar su virilidad de macho.

“Por supuesto, Jan, ha sido una fiesta increíble. Gracias por invitarnos,” respondió con Ana amablemente.

“Si, lo que ella dijo,” repuso Cristina de mala gana.

“No suenas muy contenta, pero sé que puede dejarte satisfecha,” comentó con picardía Jan, al mismo tiempo que se sobaba el rabo por encima del bañador, sin ningún pudor.

Cristina puso los ojos en blanco, hastiada de ese engreído pero Ana ignoró ese gesto y charló con Jan. A cada momento se ponía más insoportable y morboso, pero Cristina; desde que Jan la había invitado, tenía algo preparado para bajarle la calentura y de paso la erección.

“Oye, porqué no vais a ver si una habitación esta libre, tal vez mi amiga y yo podamos divertirnos… contigo y vuestro amigo,” sugirió Cristina y acarició suavemente el rabo medio morcillón de Jan, al que casi le aparecen estrellas en lugar de ojos y sin dudar, regresó dentro para sacar a quien hiciese falta y gozar de ese par de bellezas.

Al irse, Ana no podía creer lo que su amiga había dicho pero pronto Cristina se puso en acción y fue a por bebidas. Volvió apresurada y sacando de su bolsillo un pequeño frasco, vertió su contenido en una de las bebidas.

“Pero que haces loca!? Lo vas a drogar?” exclamó Ana quedamente y asustada.

“Nada de eso, será guay. Ya verás…” respondió su amiga incapaz de contener la risa.

La preocupación de Ana aumentó al regresar Jan, pero antes de ir a divertirse, Cristina sugirió beber y bailar un poco primero. Cogiendo el trago que le ofrecía, Jan lo vació en un parpadeo y comenzaron a moverse al borde de la piscina. El chico restregaba su duro paquete contra el culo de Cristina, que subía y bajaba lentamente sin apartarse de su entrepierna. Algunos pitos de apoyo se hicieron sentir y Jan reía tontamente, sin saber que había picado.

Dejándose llevar por la lujuria, el muchacho sujetó a Cristina de la cintura y comenzó a hacer gestos como si la estuviese follando. Ana no quería mirar y solo esperaba lo peor. Cristina fingía gozar de todo aquello y Jan estaba a punto de reventar.

Pero a pesar de estar frotándose contra ella por casi diez minutos, algo extraño empezó a ocurrir. Su erección perdía dureza poco a poco y al principio creyó que se debía al alcohol, no obstante le estaba costando empalmarse de vuelta y ya comenzaba a frotarse contra el enorme culo de Cristina con desesperación, que pretendía ignorar lo que estaba pasando.

Jan se estaba angustiado de verdad. Justo en el momento que no debía fallar, su polla le estaba dejando tirado y de súbito la chica se dio vuelta y se arrodilló para bajar su bañador.

“Espera… aún no…”

“Vamos, que ya estoy cachonda y quiero que me folles,” dijo Cristina y le bajó la prenda.

La chica dejó salir una estridente carcajada al ver que en lugar de un monstruo de rabo y un par de huevos gordos, solo había un trozo de unos 7 cms que seguía encogiéndose. Jan trató de cubrirse pero ella lo impidió.

“Pero que mierda!? Acaso eres gay o que?” exclamó ella fingiendo indignación.

“No… no soy… no se qué… por favor…” balbuceó Jan muerto de vergüenza al mismo tiempo que Ana se acercaba y comenzaba a partirse de risa.

Los gritos y burlas atrajeron a todos, que comenzaron a burlarse de Jan, que estaba al borde de echarse a llorar. No entendía nada y para colmo, Cristina comenzó a llamarle pichacorta, y el resto la siguió formando un coro de burlas.

“Vamos pichacorta, es hora de que vuestro trocito nos dé placer,” dijo Cristina y haciendo que se sentase en el suelo, hizo ademán a cabalgar su polla, más pequeña que un meñique a esas alturas y los huevos casi desaparecidos.

Luego fue el turno de Ana, que le rodeó el cuello con los brazos mientras Jan suplicaba que le dejasen en paz. Colocándole un collar de perro, lo exhibieron por los alrededores a los pocos que aún no le habían visto así, obteniendo más burlas y humillaciones. En tanto las otras chicas le sacaban fotos y videos, llegando a colocarle bragas y falda; Ana y Cristina se retrasaron un poco y la chica quiso saber que era lo que en realidad había hecho.

“Simple…” respondió Cristina, sacando el frasco de su bolsillo. “Esta cosa encoge hasta el rabo más orgulloso del mundo, un par de gotas y pasará una hora en ese estado.”

“Pero tu le habéis puesto todo…” repuso Ana tratando de sacar conclusiones.

“Bueno, mi hermana Olivia no me dijo que puede suceder en ese caso. Será mejor divertirnos lo más que podamos, no crees?” afirmó Cristina y Ana se echó a reír.