El macarra de mamá

De cómo me convertí en el chulo de mi madre

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Mi padre no era un tipo precisamente popular. Era respetado. O, mejor dicho, temido, que no es lo mismo. Mucha gente le debía favores y creo que, cuando llegó el fatal desenlace, más de uno se alegró, a pesar de las hipócritas palabras de consuelo que hicieron llegar a su viuda, Angustias, a la sazón, mi recatada madre.

El funeral y el posterior entierro fueron en petit comité . El viejo no tenía hermanos y mi madre, sólo una hermana, que, peleada desde tiempos inmemoriales con su cuñado, no acudió al evento.

De hecho, si yo acudí fue por la insistencia de mi madre. Hacía años que no me hablaba con el viejo cabrón. Con mi madre, tampoco es que la relación fuese muy fluida, pero por lo menos cruzaba cuatro palabras por teléfono una o dos veces al mes. Aunque, en realidad, si asistí al entierro fue por el egoísta motivo de irme dejando ver para ver si trincaba algo del abundante patrimonio del viejo. Aunque estaba seguro de que no figuraba entre los beneficiarios de la herencia, suponía que mi madre me aflojaría algo si aparecía como hijo doliente apoyándola en tan tristes momentos.

Así que allí estábamos, en un día gris, lluvioso y desapacible: mi madre, yo y un par escaso de fieles empleados de la empresa del viejo, para cerciorarnos todos de que sí, que Don Emilio Vidal Cañete pasaba de verdad a mejor vida.

Hacía más de cinco años que no veía a mi madre. Aunque, como ya he dicho, hablábamos por teléfono, últimamente más por WhatsApp. Había roto, por así decirlo, las relaciones con mis padres cuando inauguré, con el patrimonio heredado de mis abuelos maternos, un local de ocio nocturno con chicas para solaz de caballeros. Traducido: un puti club . Un negocio que, por cierto, funcionaba súper bien. No había crisis que le hiciese mella, vamos.

Tenía 24 años cuando monté el chiringuito. Me padre, muy moralista él, me retiró la palabra. Mi madre, de moral algo más relajada, siguió la estela de su esposo, pero mantuvo, como ya he dicho, una pequeña línea de contacto.

No me sentó nada bien la reacción del viejo. Sabía que no le haría demasiada gracia aquel tipo de negocio, pero, por otra parte, no dejaba de ser una empresa. Aunque pensé que él, que era el gran entusiasta de la iniciativa privada y los negocios rentables, se fijaría más en los resultados que en otro tipo de consideraciones, más bien mojigatas. Me equivoqué, al viejo cabrón le faltó tiempo para cantarme las cuarenta y montarme un pollo alegando que “ el buen nombre de la familia estaba siendo  arrastrado por el lodo ” y bla, bla, bla... Si en aquella época llego a saber cómo realmente había cimentado su fortuna el muy cabrón, creo que me lo cargo...

Bueno, volviendo al funeral, pues eso, que allí estábamos, pocos y mal avenidos, contemplando bajo la lluvia cómo dos albañiles de los servicios funerarios tapiaban el nicho del panteón familiar. Por un momento tuve la tentación de hacer alguna indicación a los operarios para que reforzasen la solidez del murete. No vaya a ser que fuera una muerte falsa y el viejo pudiera escapar de la tumba para seguir amargando la existencia a sus seres " queridos ".

Un breve estornudo de mi madre me hizo salir de mis absurdas ensoñaciones. La afligida viuda , con un ajustado vestido de riguroso negro, se estaba poniendo hecha una sopa a pesar del paraguas. Para más inri, la ropa mojada se estaba pegando a su cuerpo y el vestido se empezaba a ajustar a su figura como un guante.

Angustias, mi madre, tenía un nombre que no se congraciaba nada con su carácter, que era cualquier cosa menos angustioso . Era una mujer frívola, egoísta e insustancial, acostumbrada a dedicarse a sí misma y a no preocuparse por nada que no le concerniese directamente. Había tenido suerte con su matrimonio. Mejor dicho, con el dineral que le permitió disfrutar ese matrimonio. Ahora, además, con tan sólo 52 años, sus perspectivas, aparte de los falsos lagrimones de cocodrilo que estaba soltando, eran fabulosas. Después de 30 años de matrimonio con un tipo tedioso, cansino y físicamente poco atractivo, se encontraba libre como un pájaro, mejor, como una pájara , a una edad bastante razonable y en un estado físico envidiable para la mayoría de las mujeres de su edad: mucho gimnasio, mucho salón de belleza, mucho cirujano y bastante sexo furtivo...

Viendo su cuerpo empapándose ante la tumba de su amado esposo, no sentí ninguna lástima por ella. Nunca había sido afectuosa y eso me permitió distanciarme con más facilidad de la vida familiar. Con el tiempo, a pesar de nuestro distanciamiento, la había acabado conociendo más o menos bien y tenía claro que el acontecimiento al que asistíamos no suponía ningún drama para ella. No era el final de nada, más bien el principio de un futuro próximo que ella esperaba espléndido. Lo que siempre había deseado: el dolce fare niente...

Allí estaba, sollozante, supongo que por la lluvia que estropeaba su conjunto, más que por la pena, un metro sesenta y cinco más los tacones, piernas esbeltas, cinturita de avispa, tetas operadas, grandes y firmes, guapa de cara, sobre todo tras operarse la nariz y ponerse un poquito, lo justo, de colágeno en los labios (le había quedado una auténtica boca de mamadora,  no sé si era el efecto que buscaba pero ese fue el resultado), ojos azules preciosos y una melena rubia oscuro en consonancia con el resto. Un cuerpo, en resumen, de auténtica botella de Coca Cola, con unas tetas y un culo enormes para esa cintura tan estrecha. Tirando a jamona, pero con un control de su peso envidiable.

Estaba muy buena, para qué negarlo. No pude evitar tener un comienzo de erección... " Si no fuese mi madre... ", recuerdo que pensé.

Siempre había sido superficial, coqueta y presumida y, por lo que sé, lo seguía siendo. La típica pija únicamente preocupada por las compras, ir a la peluquería, salir con sus amigas y gastarse la pasta de su rico marido.

A su hijo (o sea a mí) lo veía como un daño colateral, como el precio a pagar por disfrutar de la pasta de su esposo y de su excelente tren de vida.

Realmente, nunca me quiso. En su infancia, a poco que pudo, me colocó a la sirvienta y siguió dedicándose a sus quehaceres habituales: maquillarse a tope (incluyendo llevar perfectamente pintadas las uñas de manos y pies), ir a las clases de aerobic, para mantenerse en forma, comprarse trapitos e ir haciendo retoques de cirugía estética, incluido un hermoso par de implantes que se había colocado al cumplir los 45 tacos y que convirtieron sus tetas en la envidia de sus amigas.

Obviamente, no sentía especial aprecio por ella y sospechaba, sin temor a equivocarme, que tenía algún (o algunos) amantes que la mantenían activa sexualmente... Porque lo que era por mi padre...

Bueno, ya que estamos en confianza, seré sincero, lo de que sospechaba es más bien un eufemismo. Tuve ocasión de confirmar mis sospechas que, en mi adolescencia, se habían acentuado.

Supongo que debería haber estado más atento a las señales, pero, la verdad, a aquella edad, estaba bastante empanado. Hasta que la pesqué con las manos en la masa.

Ocurrió que tuve que alojar en casa, durante una semana, a un chico de intercambio de un instituto alemán de secundaria.

El chico, Kurt, por más señas, no era un mal chaval. No era precisamente una lumbrera en los estudios, pero su aspecto físico era imponente. Tenía 18 años, dos más que yo, era un repetidor. Era deportista, jugaba a balonmano en un equipo juvenil de su ciudad y tenía aspecto de armario ropero: uno noventa y tantos y unos noventa kilos, cuadrado como el solo. No era ninguna belleza, pero su aspecto era ciertamente llamativo. Sobre todo por estos lares o comparado con mi metro setenta y cinco de entonces (tiempo después pegué un estirón).

Tras pasar una semana en su casa, cerca de Hannover, le tocó al chico venir a devolver la visita.

Y, cuando dije, líneas atrás, lo de detectar las señales, creo que se me entendería mejor, si cualquier observador objetivo hubiera visto la cara que puso mi madre en cuanto Kurt apareció por la puerta. Pero claro, ni su inocente esposo, el cornudo de papá, ni yo mismo, pudimos imaginar que bajo aquella tímida sonrisa y el leve rubor que manchas sus mejillas cuando saludo a Kurt, se ocultaba una hermosa mancha de humedad en su entrepierna y una sola idea fija en su mente: "¡Kurt, prepara la polla, que va a ser mi merienda en cuanto aparque a estos incautos...!"

El caso es que nada, ni la absoluta ignorancia del idioma por parte de nuestro huésped, ni su timidez y falta de picardía acerca de las lascivas intenciones de la guarrilla, ni mi presencia o de mi padre, pudieron refrenar la exhibición de mamá, que lanzó su ofensiva desde el minuto cero.

Que si, " vaya músculos... " mientras le sobaba los bíceps, o el culo, al chaval; que si " mira a ver si me sujetas la escalera... " mientras le daba una perfecta panorámica de su culo con el tanguita puesto; que si " me puedes masajear un poco el hombro, que creo que tengo una contractura... " Y, a todo esto, yo y el viejo, en la parra, sin verlo venir.

Vamos, lo dicho, todo el repertorio y, claro está, con minifaldas, vestidos cortos y ajustados  legins de esos que no dejan margen a la imaginación.

Así que, aunque el chaval no era demasiado perspicaz, acabó cayendo en sus redes y fue cuando los pesqué, con las manos en la masa, ¡menudo shock!

Fue la noche antes de la partida de Kurt. Aunque no sé si ya habría habido algo antes. Habíamos llegado bastante tarde del instituto, porque se hacía la fiesta de despedida de los chicos que habían venido de intercambio. La casa estaba en silencio y, veníamos ambos algo achispados. Ya se sabe, un poco de botellón, algún porrete… Debía ser sobre la una y pico y la casa estaba en silencio, los viejos debían estar durmiendo, así que Kurt y yo, tras beber un poco de agua en la cocina, nos fuimos disparados a la cama. Teníamos habitaciones contiguas en la primera planta del chalet. Al otro lado el pasillo estaba la habitación de mis padres.

Me dormí enseguida, pero, supongo que por la bebida, me desperté una hora y pico más tarde, más o menos sobre las tres y tuve que ir al baño. Al salir, vi entreabierta la puerta de la habitación de Kurt y me extrañó oír algunos ruidos que venían de la planta baja. Supuse que habría bajado a beber agua, pero me llamaba la atención que sonase algo parecido a voces o susurros.

Después de mear, me paré unos segundos en el descansillo de la escalera y agucé el oído, pensando, solamente que el bueno de Kurt debía ser sonámbulo o algo similar. Finalmente, decidí bajar a investigar.

La sorpresa fue mayúscula cuando, desde la penumbra de la puerta de la cocina, puede ver a la puerca de mi madre, arrodillada ante Kurt, que tenía los calzoncillos en los tobillos haciéndole al chaval una mamada de escándalo. Fue impactante. A partir de ese momento, dejé de ver a mi madre del mismo modo. El bueno de Kurt se limitaba a susurrar, entre gemidos y con marcado acento alemán, dos de las pocas palabras que había aprendido en castellano:

-¡Puta! ¡Puta! ¡Aaaaaah! ¡Guarrrrrraaaa…!

El chico apretaba con fuerza la cabeza de mi progenitora y la meneaba intentando meter la polla, que, dicho sea de paso, tampoco estaba en consonancia con su cuerpo y no era ninguna maravilla. La mía es más gorda, si se me permite la inmodestia.

Mamá se dejaba hacer acuclillada. Vestía solamente una camiseta de pijama muy ancha, que dejaban menearse libres sus melones. En aquella época tenía 39 años y todavía no se había puesto los implantes. Así y todo tenía un volumen considerable de pecho y aun se mantenía bastante firme.

Estaba demasiado sorprendido y asustado para hacer nada, así que me quedé allí parado, oculto en la penumbra. Inevitablemente la polla se me puso como un palo, aunque era lo último que quería sentir. En esa época era un chico con muchos escrúpulos morales. Hoy en día, como veréis después, soy un adulto que ya no tiene ninguno. Escrúpulo, quiero decir. En cuanto a la moral, algo me queda, pero poquito, la verdad, ja, ja, ja…

Me disponía a irme, pero me detuve cuando mamá se consiguió zafar de la presión de las manos de Kurt y detuvo la mamada. Sólo quería saber en qué quedaba todo. Quizá conservaba la remota esperanza de que todo fuese culpa de Kurt, que tal vez había forzado a mi madre a chupársela contra su voluntad.

Segundos después, esa estúpida fantasía ilusoria se desvaneció. Mamá se giró y, tras levantarse la camiseta, enseñando su culazo, se apoyó en la encimera y, tras girarse al chico, le dijo:

-¡Venga, atontado, termina el trabajo!

Seguramente Kurt no entendió las palabras, pero sí lo que le querían decir, así que se dispuso a empitonarla con su babeante polla. Pero, justo cuando iba a penetrarla, mamá le chistó y, tras alzar un poco la grupa le dijo:

-¡No, ceporro, por ahí, no! ¡A ver si me vas a dejar un kínder sorpresa dentro…! –la muy cerda no debía tomar precauciones y de condones, nada, claro.

Tras guiar la tranca del chico, se la colocó a la entrada del ojete y, simultaneó la embestida de Kurt con un empujón hacia atrás del culo de mamá. Se la debió encajar hasta el fondo, porque el rugido que dio la zorra no tenía nada de humano. Aunque a las tres emboladas ya estaba gimiendo como una puta mientras se tocaba el chichi.

Ya había tenido bastante. Me fui asustado a la cama. Aunque no pude pegar ojo. Si esa noche no cayeron cinco pajas, debieron ser seis.

Nunca más pude volver a verla del mismo modo.

2.

Dos días después del funeral teníamos cita con el notario y el abogado de la familia para la lectura del testamento.

Acudí más por curiosidad, para ver cuánta pasta había logrado atesorar el viejo en esa vida de racanería y austeridad casi calvinista de la que tanto le gustaba hacer ostentación. Poca gente lo sabía, pero de puertas adentro era más dado a los placeres mundanos, aunque esa no era la imagen que le gustaba proyectar. Y lo disimulaba bien, el muy cabrón. Todo el mundo creía a pies juntillas en que era un puñetero asceta.

Por mi parte, estaba convencido, además, de que la  herencia iba a caer toda en los bolsillos de su anhelante viuda.

Mamá, apenas dos días después del entierro,  había superado el dolor de la viudez y acudió al despacho del abogado con una sonrisa de oreja a oreja, maquillada y vestida como para ir a buscar guerra, con un veraniego vestido de flores a media pierna que le permitía lucir, a través de un escote de vértigo, sus tetazas de diseño: firmes y duras. La única concesión al periodo de luto eran unas gafas negras que, para mí gusto, acrecentaban exponencialmente su  atractivo sexual.

Tanto el abogado como el notario se quedaron boquiabiertos. Yo aunque ya sabía que un poquillo guarrindonga sí que era, me pareció un pelín pasada de rosca… pero, bueno, tampoco tenía que convivir con ella y el cabrón de su marido ya estaba criando malvas...

Obviamente, teniendo en cuenta mi inexistente relación con mi padre, no esperaba absolutamente nada en la lectura de la herencia. Cómo ya he dicho,  sólo la curiosidad me había traído aquel día al despacho. Aunque, nunca se sabe...

Acerté a medias. A mí no me dejó absolutamente nada. Pero hubo algo mucho más divertido en el asunto. Bueno, divertido para mí, que veía las cosas desde un saludable distanciamiento.

El caso es, ¡sorpresa, sorpresa!, qué el viejo estaba prácticamente arruinado. Bueno, prácticamente no: completamente. No tenía un puto duro y estaba cargado de deudas. De hecho, había hipotecado la vivienda habitual y el chalet de la sierra.

Por lo que contó el abogado, mi madre tenía quince días para abandonar el piso. Sus únicos bienes pasaban a ser los personales (ropa, algunas joyas y la silicona de las tetas, que ya debía estar pagada, digo yo…), el dinero de las cuentas corrientes estaba embargado. El abogado sugirió a mi madre que vendiese el Jaguar para disponer de algo de efectivo para ir tirando y que se buscase un apartamento más pequeño. ¡Ah, y que se buscase un trabajo! (¡Ja, ja, ja! ¡Qué cachondo el leguleyo, le larga eso a una tía que en su puta vida había dado un palo al agua...!)

Mi madre se quedó helada. Era para verla, con los pechos bamboleándose por los violentos latidos de un corazón acelerado, la boca entreabierta y un par de gruesos lagrimones corriendo desbocados por sus mejillas y estropeando el maquillaje.

El abogado y el notario, que ya debían saber cómo estaba el asunto, pusieron su mejor cara de " mi más sentido pésame ". Yo, por el contrario, a pesar de estar disfrutando secretamente con la situación, guardé mínimamente la compostura y le pasé un pañuelo a mamá para que se secase las lágrimas.

¡Ah, ya sé que esto va a sonar un poco retorcido! Pero ver a mi madre, endomingada de aquella manera, y conociendo su legendaria falta de empatía, me permitió observarla como hembra más que como madre y ver su potencial. Había empezado a maquinar una oferta para ella. No lo negaré, me la puso un poco dura. Más incluso que el día del entierro…

3.

Después de contemplar expectante y a distancia como sufría mi progenitora, me dispuse, tal y como diría el bueno de Marco, “ a ayudar, a mi buena mamá…”

Así que, tras dejar a la guarrilla cociéndose en el jugo de la desesperación durante doce o trece días, contesté a sus súplicas cuando ya estaba a punto de agotarse el plazo para que la desahuciasen. Como la conocía de sobra, era perfectamente consciente de que, a no ser por algún antiguo amante que la acogiese, habría sido incapaz de buscarse la vida y organizar su futuro. Con lo poco ducha que era en las materias mundanas (todas aquellas que no concerniesen al cuidado del cuerpo, claro), debía estar completamente angustiada, haciendo honor a su nombre. Y lo note claramente en su voz cuando me decidí finalmente a atender sus ruegos.

Justo antes de que se viese de patitas en la calle, escuché por teléfono y, por enésima vez, sus quejas y lloriqueos en plan: “ hay que ver tu padre, cómo se ha portado… ”, “ parece mentira, con lo que he llegado a hacer por él… ”, “con tantos, tantos sacrificios para aguantarlo…” , bla, bla, bla… Toda una serie de falsas paparruchas autojustificativas, que repetía sin cesar, como en una letanía, y que, al otro lado de la línea, yo escuchaba con sano escepticismo, madurando un plan para aprovecharme de una ruina y un desaliento que avanzaban a pasos agigantados consumiendo su ánimo.

Faltaban dos días para que se ejecutase el desahucio y mamá pronunció las palabras mágicas.

-Alfredo, ¿tú no podrías alojarme en tu casa un tiempo…? Sólo hasta que encuentre otra cosa… Estoy buscando trabajo y seguro que pronto me sale algo…

No me reí en su cara, porque no era tácticamente aconsejable, pero el escuchar que estaba buscando trabajo ya me incitaba a descojonarme. Trabajo ¿de qué? ¿De qué coño vas a trabajar tú, que no has dado un palo al agua en tú puta vida? En cualquier caso, si de verdad quería trabajar, podía estar tranquila. Yo le encontraría un buen curro. Tetas como las suyas siempre serían bienvenidas en mi negocio…

-Claro, mamá. No te preocupes. Si acaso, mañana por la tarde pásate por casa y lo hablamos… -iba añadir, “ ponte guapa y depílate bien el chichi ”, pero me contuve. Al día siguiente le aclararía las condiciones del trato que pensaba hacer con ella.

Mi intención inicial era citarla en mi piso para hacerle una propuesta "profesional", pero, tras recapacitar, cambié de planes y opté por quedar con ella en el club y, además, en el momento en el que estuviese más concurrido y activo. Quería que entrase en harina directamente y que viese de primera mano cómo era el mundillo en el que pensaba introducirla.

El club estaba a las afueras de la ciudad, en una salida de la autopista. Era un sitio discreto pero bien comunicado en el que era fácil aparcar y sin vecinos a la redonda que se tirasen el día quejándose y dando la tabarra.

Desde la ventana de mi oficina, en la primera planta, se controlaba el parking. Justo a la una y media de la mañana, la hora en que le había dicho que viniese, vi aparecer el inconfundible Jaguar plateado de mamá. Por una ver en su vida había decidido ser puntual. Salió del coche con un vestido gris, bastante discreto pero que no podía ocultar su voluptuoso cuerpo. Me puso palote enseguida.

Para acceder a la oficina tenía que cruzar todo el club. Ya había avisado segureta de la puerta que,  cuando preguntase por mí, le indicase el camino más largo a mi despacho. De ese modo, se vio obligada a contemplar el momento álgido de un sábado por la noche en mi antro. Luces oscuras, música disco, go-gós bailando, camareras en topless y puteros y guarras por doquier. Los magreos a las chicas tuvo que verlos sin duda y, con suerte, alguna mamada en los reservados que estaban justo en la escalera por la que se accedía a mi oficina. Era exactamente lo que quería, que se fuese haciendo una idea de qué iba el negocio.

Pues nada, allí la tenía, con la cabeza gacha y, supongo, que dispuesta a tragarse su orgullo y, con suerte, alguna cosa más. A posteriori , resulta curioso lo timorata y apocada que parecía, sobre todo, sabiendo el pedazo de guarra en que iba a convertirse.

Como no se decidía a iniciar la conversación fui yo el que rompió el hielo.

-Pues sí, mamá, te he citado aquí para que veas con claridad en qué consiste mi empresa. Para que veas qué tipo de trabajos hacen las chicas aquí. Unas estupendas profesionales, todo sea dicho.

-Ya... Ya veo -comenzó con una tímida respuesta-. Bueno... No sé yo si aquí... Supongo que podré llevar alguna caja... O algo de contabilidad... Aunque los números y yo no nos llevamos muy bien.

Me pareció conmovedor, pero, aunque me descojonaba por dentro y la habría dejado con sus ridículos razonamientos un rato más, para hacer unas risas, más que nada, preferí cercenar de golpe sus ilusiones y darle un buen baño de realidad.

-No, no. No te emociones, mamá. Ya tengo el personal perfecto para administrar el negocio. De hecho, la señora Rosa, que es la encargada de las cuentas es un genio de la contabilidad creativa y la evasión de impuestos, pero, claro, no puedo utilizarla para otros ámbitos del negocio. No es precisamente atractiva, por decirlo finamente. En cambio tú, mamá, eres un filón. ¡Estás follable hasta decir basta! Aunque ya debes saberlo... Los cuernos del difunto lo atestiguan...

A estas alturas, mamá estaba roja como un tomate y seguía contando las baldosas. Dos gruesos lagrimones empezaban a formarse en la comisura de sus ojos. Y aún faltaba lo mejor.

-A ti, mamá - proseguí-, te necesito para un asunto más ambicioso. No sé si te has fijado en las chicas al entrar en el local. Todas tienen una cosa en común. Son jóvenes. La mayor no llega a los treinta años. Y muchos clientes demandan alguna jamona madura. A ser posible que la chupe bien. Y ese espacio es el que tú vas a ocupar.

Mientras hablaba, la iba contemplando. Entre las posibles respuestas que había barajado estaba desde una retahíla de insultos a una huida, pasando por un conato de agresión, pero nunca, ni en mis sueños más húmedos, habría esperado una sumisa aceptación entre sollozos como la que estaba a punto de ver.

Un “ De… de acuerdo… ” tembloroso y lacónico entre sollozos salió de sus labios y, minutos después, estaba sellando el trato como se suele hacer en mi negocio.

4.

La vida da muchas vueltas. No siempre es justa, ni llueve a gusto de todos. Pero no seré precisamente yo quien me queje. Y menos, contemplando a mi sumisa y complaciente madre que, después de haber accedido a todos mis morbosos caprichos, está terminando de firmar el acuerdo de colaboración al que hemos llegado.

Bueno, lo de firmar es un decir, porque, a fin de cuentas somos familia y no hace falta rubricar un papel para dejar constancia de un pacto. No, que va.... He convencido a mi entrañable progenitora, de que me fío de su palabra. Me basta con una mamada de buena voluntad.

Para mi sorpresa, la muy puerca ha aceptado sin demasiados titubeos. Menos mal que mi táctica de acoso (y derribo) para doblegar su voluntad ha funcionado... No lo tenía muy claro, la verdad. Con lo orgullosa y prepotente que era...

¡Pero, en fin, pelillos a la mar! Aquí la tengo, con la cabeza entre mis piernas, sudando la gota gorda para engullir mi rabo. La muy ingenua sólo me ha puesto una condición: que le avise antes de correrme para sacarse la polla de la boca. Dice que nunca se ha tragado una ración de lefa. Le he dicho que por supuesto, que confíe en mí. ¡Ja, qué ilusa! Lo lleva claro… Estoy yo como para desperdiciar una ración de zumo de polla a los cuatro vientos... Además, ése será el momento en el que se tiene que dar cuenta de que la sartén la tengo yo por el mango. No ella. Si acaso, para cerrar la metáfora, que la cerdita dé gracias a Dios porque no la deje quemarse al fuego. ¡Generoso que es uno!

Todavía tengo que decidir lo que voy a hacer cuando me corra. No sé si apretar con fuerza su cabeza para mandar directamente a su garganta los chorros de esperma que tenga a bien lograr la buena mujer con su trabajo bucal; o  agarrarla con fuerza del pelo y, después, pinzar su napia, para que abra bien la boca, y así repartir democráticamente toda la corrida por su lengua, sin descuidar su carita de furcia. Para que vaya saboreando el nutritivo sabor de mi leche y se acostumbre a él. Como se sabe, el envío de esperma en plan garganta profunda no pasa, desgraciadamente, por las papilas gustativas y sería una pena que no pudiese degustarlo como se merece…

El caso es que, así despelotada tal y cómo la tenía, con aquel chochete que me traía, perfectamente arreglado, y comiendo polla como si fuese una campeona (hasta la campanilla, vamos), se veía claramente que la cosa no le venía de nuevo.

Me chocó un poco el remilgo que puso a tragarse la leche. Así como en plan mojigato, " no que yo no hago esas cosas que son como de putas... ". De hecho, me pareció un cuento chino y una manera de hacerse la víctima y/o la remolona. Por supuesto, a mí no me podía venir con esa historia puritana (que, de otras cosas no, pero de putas entiendo), de que nunca se había tragado una buena lechada. Porque su currículum atestiguaba que se había comido unas cuantas pollas. Y más viendo su soltura y su dominio del arte de la felación. ¡Ah, y seguro que ninguna de esas pollas era la de mi difunto padre!

En fin, aquella memorable explosión de luz y de color que supuso la corrida en la que hice que mi entrañable madre probase el acre sabor de mi esperma, resultó ser el preludio de muchas otras.

5.

Tras ese breve encuentro, instalé a la puerca en mi piso e inicié un intenso periodo de adiestramiento, que incluyó todas las cerdadas que me gusta hacer e incluso algunas innovaciones que me permití el lujo de practicar. La actitud sumisa y complaciente de la perrita y su poco disimulado entusiasmo con el sexo cañero (el chocho se le hacía agua en cuanto me tenía cerca), eran combustible para mi excitación y me hicieron llegar más lejos que nunca. ¡Y eso que todavía quedaba lo mejor! ¡Ponerla marcando el paso en el puticlub!

Casi sin hablarlo, llegamos a una especie de acuerdo. Lo llamé “ periodo de formación ”. Una fase en la que, antes de empezar a " colaborar " en el negocio, la tuve un tiempo aclimatándose al folleteo sin tapujos (ya no había cornudo del que ocultarse, ni hijo o familia ante la que mantener una buena imagen, todo ello había volado por los aires en cuanto se arrodillo a chuparme la polla la primera vez). Y, de paso, la acostumbré al tren de vida que podía llevar si se portaba medio bien. Incluso mejor que el que llevaba antes de la muerte del cornudo. Sí, habéis pensado bien, era una forma de comprarla. Difícilmente podría vivir tan bien ejerciendo un trabajo de otro tipo. Y más una tunanta como ella que no sabía hacer la O con un canuto.

Y lo único que tenía que hacer era estar preparada para complacerme en cuanto llegase a casa por la noche a disfrutar del merecido reposo del guerrero.

De día podía hacer literalmente lo que le saliese del chichi. Por mi parte, podía follarse al negro del WhatsApp o a una tribu de senegaleses. Me importaba un huevo, siempre que cumpliese con su parte del trato. Después del primer día ya le dejé bien claro cuáles eran sus obligaciones. Básicamente se resumían en estar bien buena y ser complaciente.

Así que durante el día se machacaba en el gimnasio, iba a todos los salones de belleza habidos y por haber, cuidaba la línea y se hacía los retoques estéticos que consideraba necesarios (una arruguita por aquí, una pata de gallo por allá...). Aunque en esto de la cirugía iba más que servida... Y, teniendo en cuenta que le había dejado bien claro que podía hacer lo que quisiera, siempre y cuando cumpliese con su parte, todo lo anterior lo intercalaba con polvetes furtivos que iba echando en cuanto se veía algo suelta. ¡Ah, lo olvidaba, y sobre todo, le gustaba, por encima de todo lo demás, ir de compras a tiendas caras! Era una manirrota insaciable. Lo cual a mí ya me venía bien. La hacía más dependiente de sus ingresos y, teniendo en cuenta que yo era su única fuente fiable de pasta…

Eso sí, en cuanto llegase el menda del curro, nuestra protagonista tenía que estar dispuesta  a recibir entusiásticamente una buena y contundente ración de polla. Y recalcaré la cuestión de que tenía que mostrar entusiasmo. No me valía la dejadez y el desánimo o el cumplir sin más. En honor a la verdad, he de decir que mi entrañable madre se portó como una auténtica campeona. Nunca emitió la más leve queja y siempre colaboró, con sincero deleite y, sin duda, disfrutando de todas las perrerías que se me ocurrió practicar con ella durante aquellos días.

De modo que, antes de un mes, la vi lo suficientemente suelta y preparada como para empezar a contribuir en el sustento familiar como la excelente guarra que parecía ser, pero me lo estaba pasando tan bien que no tenía ninguna prisa por ponerla a currar. Todavía no estaba cansado de ella en absoluto.

La cuestión es que, durante aquel periodo de formación, con la zorra de mamá acostumbrada a llevar un tren de vida incluso mejor que el que solía llevar cuando el cornudo de mi padre estaba entre nosotros, incluso pudo cambiar el Jaguar al que tenía tanto apego por un modelo de una gama superior. Y todo ello a cambio, únicamente, de ser complaciente (y servil) conmigo en el catre. Cada vez era más consciente del tren de vida que podía llevar si aceptaba trabajar con el resto de las chicas.

Por eso no remoloneó lo más mínimo cuando le insinué que iba llegando el momento de debutar como profesional. Había llegado el momento de empezar a capitalizar su cuerpo y su indudable talento para el sexo. Creo, aunque se cuidó mucho de verbalizarlo, que hasta le hacía algo de ilusión empezar a zorrear como una buena profesional.

La verdad es que, después de someterla a todos mis caprichos, me había dado  cuenta del enorme potencial que tenía y de lo especial que podía ser en mi negocio. No sé parecía en nada a ninguna de las chicas. Una jamona de esa edad, con un cuerpo tan bien conservado pero al que sin duda se le notaba el paso del tiempo, y con ese entusiasmo, valía su peso en oro. Y eso era lo que pensaba obtener. Además, con el morbo añadido de que no le hacía ascos a nada: mamadas, gargantas profundas, anal, recibir escupitajos, lamer ojetes, etc. Lo único que me faltaba por probar era una buena lluvia dorada, pero eso prefería reservármelo. Hay cosas que tienen que quedar en familia.

6.

Aquella noche llegué a casa bastante perjudicado. Se me había ido un poco la mano con la cena, los cubatas... Y para culminar, tuve que " entrevistar " a un par de candidatas a trabajar en el club.

Pero, nada más entrar por la puerta, la agradable acogida de la furcia de mamá me reconcilió con el mundo.

Parecía que no sólo estaba receptiva y amable, tal y como era su obligación, sino que daba la impresión de que disfrutaba realmente de su papel. En fin, que un observador neutral no dudaría en decir " esta guarra busca guerra ", perdón por la cacofonía.

Había una luz tenue en el salón y un olor a incienso, como de salón de masajes o de casa de putas, que tiraba para atrás. Ella estaba perfectamente maquillada, izada sobre unos tacones de vértigo y con el atuendo levantapollas habitual: medias, liguero, un tangita de hilo dental que a duras penas tapaba su depilado chochito. Todo el conjunto de un blanco inmaculado. Sus enormes tetas se balanceaban hipnóticas, como badajos de campana. Una ligera bata de gasa transparente trataba de insuflar algo de compostura al atuendo. Obviamente sin conseguirlo.

Tras el piquito de rigor, me tiré en el sofá, plantando los pies en la mesita y resoplando. Ella sonrió pícara y me dijo:

-¿Qué, cariño, mal día para dejar de fumar?

-Ya te digo, mamá...

-¡Toma, esto igual te ayuda! - me tiró un porrete ya preparado de los que tenía en un estante, tras el televisor.

-¡Hombre, gracias! Mejor que el tabaco sí que será...

Lo encendí bajo su atenta mirada y pegué una calada profunda. Ella se giró hacia el mueble bar, dándome una preciosa panorámica de su culazo, al tiempo que me decía:

-Te preparo un gintónic, que creo que te va a hacer falta.

-¡Gracias, mamá, a ver si así me despejo un poco! Además es digestivo.

Mientras preparaba la copa me recreé con su pandero, tratando de entrever su ojete cuando se agachó a por hielo. Pero mira si estaba hecho polvo, que casi ni se me puso a tono el rabo. Así que me concentré en el espectáculo de su culo mientras el humo del canuto que vagaba libre por mis pulmones.

Un par de minutos después, la tenía ronroneando a mi lado, frotando sus tetas en mi costado, lamiendo mi lóbulo y tratando de insuflar vida en mi paquete con su manita. Estaba claro, quería guerra

-¿Quieres que te la chupe, hijo?

-No sé si será buena idea... Estoy un poco cansado.

-Tú no te preocupes. Déjame a mí y veras como te pone en forma la puta de tu madre.

Oírla hablar así de ella misma me resultó lo suficientemente excitante como para empezar a desabrocharme el pantalón.

Del calzoncillo se encargó ella misma. Y sonrió al atisbar la tranca morcillona.

Sin perder un segundo, agachó la cabeza y se dispuso a engullir el rabo, pero frenó en seco al acercarse. Un tufo potente le embistió las fosas nasales.

-Lo siento, mamá, no me ha dado tiempo a ducharme. Es que he tenido que petarle el culo a una chica nueva que hemos contratado... Me sabe mal.

Ella dudaba aún.

-Espero que no te importe mucho... Tendrás que acostumbrarte a estas cosas. En el trabajo te pasará más de una vez. - al tiempo que hablaba iba empujando su cabeza hacia abajo. Hasta que, poco a poco, con un gestito de asco y algún amago de arcada, empezó a comerme la polla como solo una madre es capaz de hacer: con cariño, esfuerzo y dedicación. ¡Ah, y por supuesto, hasta que los huevos le rebotasen en la barbilla!

Inevitablemente, no me iba a correr rápido, entre el alcohol y el tute de follar que ya me había pegado, así que, ya que la cerda estaba tan complacerme, que se currarse su premio.

Me dediqué a poner la tele en un canal porno, relajarme tranquilamente, apurar el gintónic e ir jaleando a la puta de mamá con palabras de estímulo, al tiempo que apretaba su nuca hasta el fondo y forzaba el ritmo de la mamada.

-¡Pero que guarra eres! ¡Y no te da vergüenza...! ¡Comportarte como una puta callejera con tu propio hijo...! ¡Vaya cerda estás hecha...!

Me encantaba escarnecerla, pero, con el carrerón que llevaba, mis palabras ya casi no le hacían efecto. Incluso me daba la impresión de que la ponían más cachonda. ¡Cómo son las tías!

Poco a poco me fui entonando y movía su cabeza, entre insultos, como un pelele. Sus babas chorreaban entre mis piernas empapando el sofá y mojando el suelo. El ritmo no decaía y estaba a punto de correrme cuando sonó el teléfono y bajé el ritmo, pero sin dejar que la puerca se sacase la polla de la boca. La deje a su bola, que se fuese recuperando, mientras atendía la llamada.

Era la señora Rosa, mi contable y la segunda de a bordo, por así decirlo.

Me llamaba porque Ivana, una de las chicas, una rubia checa que había empezado hace poco, le había mandado un mensaje diciendo que lo dejaba y que mañana no iría a currar. Al parecer un cliente, el alcalde de un pueblo cercano, se había encoñado con ella y había decidido " retirarla ". Le ponía un pisito cerca de su casa para poder mojar el churro full time . Al margen de su familia, claro...  Y yo que creía que esto de retirar fulanas y tener queridas de ese estilo ya no se llevaba…

-A ver lo que dura.... - dije yo, consciente de que esas movidas no solían salir bien.

-El problema es que mañana estamos en cuadro, entre las que están de libre, las bajas y ahora esto... Vamos súper justos. Oye, Alfonso, y tú la nueva ¿cómo la ves?

Baje la vista y contemple a la puta que me miraba a los ojos, tal y como mandan los cánones, sin dejar de mamar a buen ritmo. Estaba concentrada en su labor y con una técnica envidiable. Así y todo, un diez por ciento de su atención estaba puesta en nuestra conversación.

-Ahora mismo está ocupada, pero parece que no lleva mal el tema. Luego te confirmo como veo el asunto...

Después, derivamos la conversación a otros asuntos, proveedores, clientes, etc., hasta que, tras diez minutos de tediosa charla, me despedí. Durante todo ese tiempo, que para ella debió de parecer eterno, la guarra aguantó, babeando copiosamente, las rudas embestidas de mi polla en su garganta.

Estoy seguro de que cuando colgué mi puta madre se sintió aliviada. Pero todavía faltaba una traca final de insultos, escupitajos y arremetida que casi le hicieron vomitar.

Y así, entre violentas arcadas mientras me corría aplastando mis huevos en su barbilla, le di la buena noticia.

-¡Alegra esa cara, cerda! –le grité tras correrme, sacando con fuerza la polla de su boca, mientras dejaba esparcido un reguero de bilis y de saliva.

Contemplando esos labios abiertos, esa cara sudorosa y jadeante, su rímel y su maquillaje corrido, pensé: "¡Olé, esta es mi puta!"

-¡Mañana debutas en el club, zorra! -le di un suave cachete y esparcí todas las babas, lágrimas y sudor por su cara al tiempo que culminaba la noticia.-¡Enhorabuena, mañana vas a ser oficialmente una puta!

-¡Y tú un hijo de puta, cabrón! -no pudo contenerse.

Me lo tomé con deportividad y riendo concluí la conversación.

-A mucha honra... Ja, ja, ja... ¡Ya era hora!

7.

Así fue como me convertí en el macarra de mi madre. Supongo que podría ponerme estupendo y decir que ese fue el comienzo de la leyenda de la mayor zorra que ha conocido esta comarca. Pero sería falso. El comienzo no fue el día de su debut en el puticlub. La leyenda la forjé yo mismo, con mi mecanismo, desde el preciso instante en que le hice la oferta que le salvaba el culo y le permitía conservar el estatus de zorra ociosa con un tren de vida de alto standing. Y aquella afligida viuda, con el cuerpo de su esposo todavía tibio, se lo pensó bien poco. Ante las dos opciones: trabajar honradamente (cosa que nunca había hecho), malviviendo con un sueldo de nuestros tiempos, o sea, de mierda, y hacer lo que más le gusta (follar, cuanto más mejor), pudiendo permitirse todos los lujos a los que estaba acostumbrada, no había duda posible. Ni tan siquiera, aunque su chulo (con derecho de pernada) fuese su hijo.

Ya os he contado el principio. En cuanto a la continuación he de añadir que superó mis más optimistas expectativas.

Mamá se convirtió en un puntal del negocio y todos en el club estábamos encantados con su entrega.

Se había convertido en una estajanovista del puterío que dejaba a sus compañeras con la boca abierta y a los clientes en lista de espera y locos por disfrutar de sus encantos.

El boca a boca corrió como la pólvora y pronto hizo innecesaria la publicidad que había sobre ella en la web del club. La noticia de una jamona madura insaciable, que no hacía ascos a nada, y que se las comía dobladas pronto se difundió entre todos los puteros de la ciudad. Sobre todo entre los jóvenes que andaban como locos deseando probar los encantos de una zorra que podría ser su madre, su tía o la madre de su mejor amigo. De hecho, hubo más de un caso en los que mamá fue reconocida por el chico en cuestión, seguramente el hijo de alguna de sus amigas o conocidas, lo que no la libró, al contrario, de llevarse una buena ración de zumo de polla por parte del interesado.

Pronto, no hubo cena de empresa ni despedida de soltero que no culminase con una visita al club y un buen colofón con mi adorable madre, sola o en compañía de alguna de las otras chicas. Como buena profesional, la zorra ya le había tomado  gusto (¡cómo no!) a amancebarse con sus compañeras y rebañar ansiosa la leche que rezumaba de sus orificios, en las sesiones compartidas. En fin, una joya.

Al final, en vista de su inagotable entusiasmo (por el sexo y el dinero, en ese orden) nos vimos obligados a dosificarla. No ocultaré que también había un cierto deseo de disfrutar de ella con algo de exclusividad  y demostrar mi dominio, al ser yo mismo el que controlase sus contactos.

Mamá, contra lo que podríamos esperar, tenía bien asumido su rol de puta sometida a su chulo y aceptaba de buen grado los " descansos " a los que la obligaba. Eso le permitía dos cosas: disfrutar de mi polla y dedicar tiempo a sus cositas (las comprar, cuidarse, ver alguna amiguita y, cómo olvidarlo, echar alguna canita al aire, que no todo va a ser follar por pasta…)  A continuación, volvía al tajo con más ganas.

Lo dicho, una perla. En eso consistía nuestra " nueva normalidad ".

A medida que fue pasando el tiempo, la putilla de mamá se fue asentando en el negocio hasta tomar un rol de madame por el que la fui liberando de los " servicios " con los clientes. Muy a su pesar, dicho sea de paso. Por así decirlo, la reservé para mí y, en algunas ocasiones especiales en las que necesitaba la garantía de quedar bien, se la ofrecía a algún compromiso.

Ella acabó mostrándose encantada con su nuevo estatus y disfrutó tanto de ese rol de estrella en el banquillo, como del buen tren de vida que mi negocio le estaba proporcionando.

Este podría ser un buen colorín colorado para nuestra historia, pero no me gustaría cerrarla sin un broche brillante, ocurrido hace unos días, que creo que es un bello colofón a esta bonita e instructiva historia…

EPÍLOGO

Aquel fue un día bastante agitado. Estuve toda la tarde con Rosendo, un viejo amigo, algo mayor que yo, que tenía un par de Clubs de carretera a las afueras de la ciudad, junto a la autopista.

Desde hacía un par de años habíamos llegado a un acuerdo de colaboración. Resumiendo bastante, nos intercambiamos chicas para ir renovando la oferta. Eso sí, siempre que la interesada esté de acuerdo y pagándole una buena prima.

No faltan candidatas. Cada dos o tres meses nos reunimos y  hacemos una " cata " de las chicas en cuestión.

Así que, después de una paella en un chiringuito de la playa, al que acudimos cada uno con una pareja de guarras, bien uniformadas como tales: top less y mínimo tanguita, nos fuimos a un hotelito cercano y, mientras yo me cepillaba a las dos preciosas colombianas que había aportado Rosendo, él se folló a mis aportaciones, una polaca y una chica de aquí, una estudiante de farmacia que se financiaba la carrera mamando pollas.

La tarde fue bastante intensa, como puede imaginarse. Rosendo salió encantado, aunque enredó bastante. Tanto que no tuvo ni tiempo de ducharse y acudió a cenar conmigo, que ya le esperaba en un restaurante cercano al hotel, para certificar el trato, con la polla pringosa recién sacada del culo de la polaca que se llevó su última corrida.

Mandamos a las chicas en taxi a hacer las maletas y cenamos una buena parrillada de carne los dos solos. Había que recuperar fuerzas. Nos zampamos, además, una botella entera de Rioja e íbamos a dar por finiquitada la sesión, cuando le propuse a Rosendo que se viniese al club a tomar un último gintónic y, si quería, podía pasar la noche allí. De todas formas, tampoco estaba para conducir. Aceptó.

Era la una y media de la madrugada cuando llegamos al club. La hora más animada. Las chicas estaban a tope de curro y, mi madre, a la que había dejado vigilando el cotarro, se movía entre la barra y la caja controlando al personal y haciendo caso omiso de los comentarios, bastante subidos de tono, de algunos clientes, sobre todo los más jóvenes que sentían una cierta fascinación por ella. Ver a una madura jamona y sexi, de la edad de sus madres, pero ataviada como una guarra de campeonato, los ponía como motos y hacía aflorar sus más bajos instintos.

Esa noche, mi querida mamá, había escogido una mini de cuero negro, de esas tan cortitas que si te agachas se ve todo, unas medias negras de rejilla y los correspondientes zapatos de tacón. Para tapar las domingas se puso una especie de chaleco, también de cuero, sujeto con unos cordones que dejaban a la vista sus tetazas. La ropa interior, siguiendo su costumbre, se limitaba a un tanguita con la cuerda bien embutida en el ojete. En resumen, mamá, una vez más, se convertía en un ejemplo de elegancia y distinción para todas las putillas del club...

Rosendo iba ciertamente perjudicado, pero, así y todo, quería homenajearlo como se merecía después del día tan agradable que había pasado con él. Sobre todo, el buen rato con las colombianas.

Nada más entrar y saludar, nos dirigimos al backstage en el primer piso, donde tenía mi oficina. Eso sí, hice un gesto a mi madre y le indiqué que pasase para prepararnos las bebidas en el mueble bar que tenía en mi despacho.

Mamá, obediente, como siempre, nos precedió meneando el culazo. Algo que no pasó desapercibido al bueno de Rosendo.

Ya dentro, seguimos conversando distendidamente mientras mamá nos preparaba las copas.

Rosendo no quitaba ojo al cuerpo de la jamona. Me dio la sensación de que se estaba poniendo cachondo así que pensé una buena oferta para cerrar el día con un buen final feliz.

Mamá nos entregó las copas y se quedó un instante esperando instrucciones.

-¡Gracias, guapa! Quédate por aquí por si necesitamos algo más...-le dije. Y le indiqué el taburete que había junto a la barra del mueble bar.

La guarrilla se acomodó en el minúsculo asiento con las piernas cruzadas y mostrando una panorámica espectacular de sus muslazos. Después, con un gesto de aburrimiento, encendió un cigarrillo y se puso a contemplar las pantallas de las cámaras de seguridad del local alternándolo con vistazos al móvil. Me pareció que estaba en un plan bastante pasotilla...

Mientras tomábamos el trago le comenté mi idea para cerrar la noche a Rosendo.

-Pues nada, tío, ¿no te apetece que llame alguna chica para que te haga una mamada de despedida...? ¿O lo que quieras, vamos...?

-Sí, sí... Una mamada está bien... Así seguro que duermo como un angelito... ¡Es que tú polaca me ha dejado apaleado... Ja, ja, ja...!

-Sí, tío, sí... Sí que es buena, la cabrona... Aunque tus chicas tampoco estaban mal…

Levanté el teléfono de mi mesa para avisar a Rosario, una cubana que tenemos que se las traga dobladas , pero Rosendo me interrumpió:

-Espera... espera... No llames. Prefiero a la jamona ésta... La de las tetas gordas.

Mamá, que parecía completamente ajena a nosotros, levantó automáticamente la cabeza del móvil y me miró suplicante. Había llegado al acuerdo con ella de que, aunque fuese mi sumisa, tampoco podía ir ofertándola por ahí, si ella no estaba de acuerdo. Y hoy parece que no estaba mucho por la labor de conceder sus encantos al primero que pasara por allí.

-No, tío, ésta no está de servicio. Además, es de la casa...

-¿De la casa...?

-De la familia, vamos... Bueno, da igual. Escoge otra cualquiera... Hay quince o dieciséis. Las puedes ver en las pantallas.

Mamá había vuelto a mirar el móvil, pero seguía fumando nerviosamente sin perderse una coma de la conversación.

Rosendo estaba más bolinga de lo que pensaba y eso no lo hacía precisamente razonable.

-Pues mira, quiero ésta. Me gusta esta jamona. Me ha puesto la polla morcillona desde que la he visto. Además, esa combinación de cuerpo de guarra y esa carita de señora mayor que tiene... ¡Joder, qué morbazo...!

-¡Hombre Rosendo, se razonable...! Que ella no se dedica a esto... Qué está para controlar a las niñas y eso...

Pero no había manera.

-¡Qué no y qué no...! ¡Ahora sí que no...! Sí la guarra está no me hace una buena mamada no tenemos trato...

¡Joder, que cabezón era! Esto sí que era un contratiempo que no podía permitirme. Así que, haciendo de tripas corazón, decidí sacrificar a mi buena mamá, como diría Marco, el de los dibujos.

-¡Bueeeeno, vale!

Mamá dio un respingo y puso toda la cara de cabreo del mundo. Pero, consciente de que no valía la pena discutir, se limitó a mirarnos con cara de odio y a aplastar con rabia el cigarrillo en el cenicero mientras bajaba del taburete alisándose la mini que apenas le tapaba el coño.

Le puse cara de " Me sabe mal... " encogiendo la cabeza, pero ni eso mitigó su enfado.

Cogió un cojín del sofá y se acercó al sillón de Rosendo que ya se estaba desabrochando el pantalón. Supongo que la cerdita pensó " cuanto antes empiece, antes acabo. "

Colocó el cojín en el suelo sin mirarme siquiera cuando pasó cerca y se arrodilló entre las piernas de Rosendo.

Éste, en un inusual rasgo de amabilidad le preguntó:

-¿Cómo te llamas bonita?

Mamá levantó la mirada helada y musitó fríamente:

-Angustias...

-¡Uy, no parece un nombre de puta...! Debe ser el de verdad, ja, ja, ja... Aunque tampoco está mal para una guarra... Te pega bastante… je, je, je.

Desde fuera, empecé a contemplar la escena divertido, apurando el gintónic y haciendo apuestas internas acerca de cuánto iba a aguantar Rosendo la mamada de mi madre. Sí la zorra ponía interés, en cinco minutos se estaría tragando la leche de mi colega. Aunque, con el día que llevaba mi amiguete, entre el alcohol, la polaca, etc, igual fallaba en mi pronóstico. Pero... mi madre, ¡mi madre era una máquina mamando rabos...!

Así que, desde la butaca de enfrente, me dispuse a deleitarme con la escena, disfrutando además de una perfecta panorámica del panero de mi progenitora.

Mi madre bajó los pantalones y los calzoncillos y pudo ver que la polla de Rosendo ya estaba pidiendo guerra. Acercó la cara pero al notar el inconfundible olor al culo de la polaca que todavía impregnaba la tranca, no pudo evitar un gesto de asco y un amago de retirar la cara.

Rosendo, atento a sus gestos, soltó una carcajada y dijo:

-¿Qué pasa, puta, tu culo huele a gloria o qué...? No seas tan remilgada, cerda... Pollas más sucias te habrás tragado...

No pude evitar una risa tonta y pensar (“¡ Vaya, que mala suerte tiene la pobre, ya van dos veces…!” )  Mamá, enrabietada por las palabras de Rosendo, agarró la polla con la mano, le escupió un par de veces y se la comió hasta la empuñadura, haciendo caso omiso de las burlas y demostrando lo bien adiestrada que la tenía...

A partir de ahí, todo fue un torbellino. Fue asombroso y digno de contar. La verdad es que hasta me sentí orgulloso de haber llegado a convertirla en una máquina de placer tan sofisticada. Porque, aunque ya apuntaba maneras desde siempre,  estoy seguro de que sin mí no habría llegado a alcanzar ese nivel de cerderío .

Desde donde estaba sentado, podía ver como su cabeza subía y bajaba a toda velocidad, engullendo la polla de Rosendo que se perdía en su garganta. Observé como su tráquea se hinchaba con el grosor de la polla cuando sus labios llegaban a los cojones. El ruido del gorgoteo, acompañado de alguna que otra arcada y el gemido constante de la puerca, se acompañaban por los jadeos de Rosendo y un susurrante:

-¡Joder, joooooder...! ¡Sigue, puta, sigueeee...!

La saliva y los reflujos de la garganta de la guarra, chorreaba por los huevos y bajaba al suelo, empapando la piel del sillón a su paso.

En primer plano, podía contemplar como el culo de  mi madre seguía rítmicamente al movimiento de su atareada cabeza. La mini se le había subido y permanecía ceñida como un cinturón, dejando a la vista su poderoso pandero en el que apenas se intuía la tira del tanga,  bien encajada en un ojete que pedía polla a gritos. Pero eso lo dejaría para más tarde.

El cabreo de mamá pues, acabó pues convertido en un festival de morbosa aplicación al noble arte de la mamada y, claro, eso implicaba que la cosa no podía durar demasiado.

Los gemidos de Rosendo se aceleraron, convirtiéndose en un rugido gutural.

-¡Aaaaaaah...! ¡Estoy a punto, guarra...!

-Te puedes correr en la boca. A esta cerda le va todo...-le indiqué.

Mamá, ni se inmutó y siguió a lo suyo, acelerando la mamada.

La corrida fue apoteósica. Rosendo se aflojó entero, puso los ojos en blanco y empezó a soltar perdigonazos de esperma que acabaron directamente en el estómago de la cerda. Después, mi amigo se quedó quieto, contemplando como la puta iba desacelerando y relamiendo todos los restos que manchaban la polla. Conocía su oficio y sabía que, al acabar, hay que dejar bien limpio el puesto de trabajo.

Finalmente, le dio un par de besitos al capullo y dejó reposar la polla, todavía morcillona, mientras el macho iba recuperando el resuello. Miró sonriendo la cara de mi amigo y le dijo:

-¿Qué, ya estás contento...?

Parece que se le había pasado el cabreo.

-Sí, guapa, joder... Vaya maravilla...

Mamá se incorporó y le ayudó a ponerse los pantalones. Se giró para irse y mi colega la interrumpió.

-Espera, espera, que te daré una cosilla por lo bien que lo has hecho. Pero no te gires...

Rosendo se acercó a la mesa. Sin que ella lo viese sacó de la cartera tres billetes de 500 euros nuevos y los enrolló haciendo un canuto. Después, volvió junto a mamá:

-Echa un poco para delante y saca ese culazo poderoso que tienes.

Mamá, mirándome intrigada, obedeció. Rosendo le pegó dos palmadas suaves, como si fuese un practicante antes de poner una inyección.

-Ahora cierra los ojos y chúpame un poco los dedos y esto también, pero no mucho que es papel...

Mamá, con los ojos cerrados, chupó los dedos de Rosendo y el canuto hecho con los billetes.

Rosendo le abrió las cachas del culo y tras pegarle un lametón en el ojete, le metió el dedo un par de veces y después el rollito de los billetes.

-¡Hala, nena, ya te puedes ir a fumar al taburete! ¡Pero aprieta bien el culo! Si llegas sin que se te caiga te quedas con el premio.

Mamá estaba intrigadísima, no por lo que era, que ya lo suponía, pero sí por la cantidad. Así que, con el culete apretado y dando pasitos cortos, llegó a su taburete ante nuestra atenta y divertida mirada.

-¡Ya está! ¿Puedo coger el premio...?-preguntó con una sonrisa de niña traviesa.

-¡Por supuesto, putilla, todo tuyo! Te lo has ganado.-Confirmó Rosendo.

La cara de ilusión que puso mi puta madre cuando sacó de su culo aquellos tres apretados billetes no tenía precio. Sólo por eso ya merecía la pena la broma pesada que le acababa de gastar mi colega Rosendo con aquellos billetes cutres, más falsos que un dólar de Monopoly.

La muy guarra estaba flipando a base de bien. Eso de ganar 1500 euracos del ala por una simple mamada no se ve todos los días, está claro.

Seguro que, mentalmente ya se estaba gastando el dinero en algún bolso de Louis Vuitton o cualquier abalorio chorra de esos para lucir a la hora de tomar el vermut, algún domingo en el que quedase con sus amigas pijas después de la misa de las doce. Una de esas costumbres que todavía conservaba de su época de ama de casa ejemplar ... ¡Ja, ja, ja...!

Aun así, tuvo un breve atisbo de lucidez y me preguntó (no se acababa de fiar de Rosendo):

-¿Son auténticos, no? ¿No será una broma...?

-¡Por supuesto, mamá, somos hombres de honor!- no iba a ser yo el que la desilusionase...

Aquella noche, después de reventarle su apretadito ojete ya le contaría la verdad. No vaya a ser que se metiese en un lío usando dinero falso. Pero, de momento, la dejaría disfrutar de ese estupendo premio ganado con el sudor de su boca…

FIN