Él Luchó Por Mi Vida III
Oye, no es quiera incomodarte, pero ¿Cómo te cabe todo eso en los pantalones? preguntó confundido, mirándome el bulto con descaro, como si estudiara un misterio de la naturaleza . No parece tan grande a simple vista.
III…Amigos.
Yo solo lo pude observar confundido, sin entender su reacción cuando había visto de primera mano su interacción con Cris.
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David
—¡Levántate! —gritaron en mi oído en ese momento, pegándome un susto de cmuerte.
Me acosté de nuevo y me arropé por completo, tratando de volver a dormir.
—Más tarde mamá... Tengo flojera — murmuré antes de soltar un bostezo, volviendo a dor-
Tiraron de mis sábanas de golpe, pegándome el frío del aire condicionado de golpe. Gruñí fastidiado.
—No soy tu mamá y tenemos que hacer ejercicio —señaló Cristóbal, fresco como una lechuga. Abrí un ojo y lo miré—. Esto te pasa por no dormir a la hora que es, así que muévete.
Cris salió de mi cuarto y tuve que poner todos mis esfuerzos en levantarme. Solté un largo bostezo cuando logré pararme, estaba a punto de dormirme parado.
¿Cómo le hacía Cristóbal para pararse fresco como una lechuga a las 4:30 todos los días? Definitivamente algo dentro de él estaba muy mal.
Me cepillé y me vestí para salir, andaba con una camiseta manga larga gris ajustada, shorts negro, zapatos deportivos grises y una pesas de muñequeras.
—Señor, sí señor, listo para el combate, mi señor —dije al salir de mi cuarto. Él me fulminó con la mirada.
¿Qué esperaba? Si esto no es la milicia, pues está cerca de serlo.
Me di cuenta de que Alberto dormía todavía plácidamente en el sofá, aunque Cristóbal hacia un montón de bulla por ahí donde pasará. Debo admitir que le tuve algo de celos y que lo maldije un par de veces para que le doliera la espalda al despertar.
—David ya está todo listo, vámonos que Adrián no espera en la entrada de la residencia —espetó Cris.
—Sí, sí, señor comandante —dije con desdén en un bostezo, él solo negó con la cabeza y lanzó un bufido.
Antes de salir, le dejé a Alberto una nota escrita, indicándole dónde estaban todas las cosas por si acaso y me fui con Cris.
Ir a correr y hacer ejercicio en el parque, era uno de lo pocos momentos en dónde Cris dejaba de ser tan... Bueno, como era últimamente, y volvía a ser ese alegre chico con el que salía a correr por las mañanas... Junto con Noel.
Noel... Nunca lo voy a perdonar; haber dañado de esa manera a Cris, cuando básicamente daba todo por él y confiaba plenamente en su amor... Simplemente no puedo soportarlo, no sé qué quiere ahora de Cris, pero como vuelva a jodernos la vida, le voy a partir la cara.
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Íbamos corriendo por la acera, ya iban ocho malditas cuadras y todavía no íbamos de regreso al parque a seguir ejecitándonos.
Estaba muerto.
Adrián, que vestía una camiseta blanca con capucha, shorts azules y zapatos deportivos naranja, iba como yo, sin aire y cansado.
—Cris… Paremos… Por… Favor —dijo él, totalmente exhausto. Estaba seguro que en cualquier momento Adrián vomitaria o algo así.
—¿Mmm? ¿Por qué? Les dije que hoy correríamos un poco más —dijo extrañado.
—¡Pero no esperé que fuera tanto! —exclamó sin aire— Por favor... David piensa igual que yo, ¿no, David?
No respondí, estaba muy ocupado con el síncope que estaba a punto de darme.
Cristóbal suspiró.
—Bien, bien, descansemos para que los simples mortales se recuperen.
Me tiré al piso, tomando grandes bocanadas de aire. Cristóbal se agachó y dió con los dedos en la frente.
—Por eso te dije que te durmieras temprano, Davinchote.
Yo solo pude observarlo, sorprendido; hacía algo de tiempo de que no volvía a llamarme así.
El sentimiento, la nostalgia de que las cosas volvían a como eran al principio, se sentía refrescante... Aunque no entendía él por qué estaba pasado justo ahora...
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Alberto
Cuando desperté, mi cuello y espalda protestaron fuertemente, al punto de que crujieron al estirarme.
—¡Argth!... El sofá más incómodo en el que he dormido en mi vida —murmuré con un bostezo, mientras me movía en todas direcciones, tratando de aliviar la incomodidad.
Cuando me senté, noté que no tenía fiebre ni ninguna clase de malestar, ni siquiera me dolía la pierna ni un poquito. Sonreí para mí, al ver que ya estaba pasando lo peor.
También observé que había una nota en la que me indicaban dónde estaba la comida, las toallas por si quería bañarme y demás.
A parte, tenía un pequeño inciso en la parte inferior, que tuve que leerlo varias veces, porque no lo entendía.
"... Y no te preocupes, yo te voy a echar una mano... David"
¿Echarme una mano? ¿Con qué me iba a ayudar?
—Bueno, con su permiso, voy a tomar un baño —le dije al aire, para luego levantarme y notar que podía pisar perfectamente—, ¡Ja, ja, ja, ja...! ¡Adiós a la muleta!
Salté de la alegría y no sentí ni una punzada de molestia o dolor, ni siquiera un hormigueo. Me revisé la herida y había perdido toda la inflamación y el color rojizo, hasta estaba terminando de cerrar.
Por fin iba a poder comenzar a hacer ejercicio de nuevo, que me hacía falta, mi cuerpo ha resentido mucho mi inmovilización de la pierna.
Busqué una toalla en el armario frente al baño y me dí una ducha; fui un momento a buscar la inyección que me tocaba a esa hora.
Me senté en el pequeño mesón del lavamanos y me subí la toalla hasta el muslo. Abrí lel empaque de la jeringa.
Entonces me detuve... Observé en silencio el punto donde la aguja tocaba mi piel, con mi mano comenzando a temblar cada vez más y más.
—Vamos, tú... Puedes, tú puedes —murmuré levemente, sientiendo la ansiedad crecer en mi interior.
Pero no, no podía hacerlo.
Una vez, las agujas fueron mis amigas, una vez abusé tanto de ellas, que no sé cómo no me contagié de VIH o alguna otra clase de...
"¡No pienses en eso!" Pensé desesperado, notando que había comenzado a llorar sin darme cuenta.
Mi paranoia, mi mayor terror, que alguna vez vuelva a ser quien una vez fui, o que mis miedos me consu-
En ese momento se abrió la puerta del baño.
—Ahhh... Necesito una ducha, estoy cansa- ¡Ah!
Cristóbal del susto que le metí, tiró la puerta.
Y del susto que me metió, me coloqué la inyección, aunque me hice algo de daño.
"Oh. Dios. Mío... Él me vió, ME vió" Pensé avergonzado mientras masajeaba mi pierna.
Había salido de la ducha, solo tenía la toalla puesta y la tenía subida.
Mi pene se veía por completo desde el ángulo de la puerta.
"¡¿Ahora cómo salgo y le doy la cara?!" Pensé avergonzado, cubriéndome la cara, aunque nadie me veía.
Debí de haber asustado a Cristóbal con la vista... Mi güevo no era para nada normal.
Para nada.
Me bajé del mesón de un salto, sintiendo un pinchazo en la pierna debido a que me lastimé un poco el músculo, pero no era nada que no pudiera manejar.
Ahora debía de buscar una forma de salir a buscar mi ropa sin morir de la vergüenza por e-
Sentí un par de leves toques en las puerta.
—Soy yo, te, te traje tu ropa para que te puedas cambiar —indicó Cristóbal levemente.
Dios, qué vergüenza; pareciera que tenía alguna clase de talento para ponerme en penosas situaciones con Cristóbal.
Le abrí la puerta, deseando que la tierra me tragara en cualquier momento.
Cristóbal me tendió la ropa sin mirarme, con el rostro todo rojo.
—Eh. Aquí tienes y-y, bueno, disculpa por lo de ahora, yo...
—Tranquilo, tranquilo, en realidad es mi culpa, no le puse seguro a la puerta —dije rápidamente.
—La puerta no tiene seguro. —Se recolocó los lentes.
—Ah...
Se hizo un silencio incómodo entre los dos. Yo ya quería cerrar la puerta.
—Esto... ¿Necesitas ayuda con la inyección? Te veías como en problemas —dijo al fin, esta vez mirándome.
—¡No!, no, tranquilo... Del susto me la coloqué —admití, avergonzado.
Ambos nos reímos unos segundos, viéndonos por unos segundos, tal vez uno o dos minutos, no lo sé con certeza..
Sentía, se sentía como sí...
—¡Ah! Te dejo para que te vistas —soltó rápidamente, cerrando él la puerta.
Yo solo pude suspirar, sin entender lo que sucedió entre los dos en esos segundos que parecieron minutos.
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David
Tomé una refrescante y tranquilizante ducha en mi cuarto, para al fin ir a desayunar algo sabroso.
Fruncí el ceño al ver a Cristóbal apoyado en la encimera de la cocina, con un jugo en la mano y mirando el vacío, perdido.
—¿No ibas a bañarte y eso? —pregunté curioso, sirviéndome un poco de ese sabroso jugo de mora.
—Eh... Alberto está en el baño —dijo sin más, antes de tomar un sorbo.
—Oh, cierto, él sigue aquí, ¿está bien?
—Sí... Él, él se está cambiando —indicó nervioso, noté como se sonrojó levemente.
Abrí la boca, con sorpresa.
—No puede ser, ¡lo viste desnudo! —exclamé divertido. Él se tapó el rostro, avergonzado.
—¡No lo hice a propósito! No recordaba que seguía aquí —se quejó.
—¿Y qué tal está? —pregunté, curioso—. ¿Ta' muy bueno?
Cristóbal observó la nada unos segundos.
—Su pene...
—¿Su pene? ¿Qué tiene?
—Es tan... Es tan...
—¿Tan qué? —pregunté ansioso— ¡Dios termina de hablar!
Cris frunció el ceño y me miró, como si apenas se diera cuenta de que estaba ahí.
—¿Y por qué te estoy diciendo estas cosas a ti? —dijo confundido antes de pararse—. Calienta a comida, voy a darme un baño en tu cuarto.
—¡Cris, espera!, ¡bro, no me dejes con la incógnita! ¡¿Qué tiene su pene?! —pregunté divertido.
Ante de desaparecer por la esquina, me mostró el dedo medio de sus dos manos.
Solté un carcajada que debió de escucharse en todo el piso del edificio.
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Alberto
—Así que, eso fue lo que pasó —dijo Gabriela, algo sorprendida.
Para luego carcajearse a todo pulmón. Observé avergonzado el suelo.
—Ay. Hermanito, así que le mostraste tu churrota a tu amorcito. ¿Eh? —dijo divertida antes de sacarme la lengua.
Quería ahorcarla.
—Ja-ja-ja. ¡Qué chistosita! —dije sarcástico.
—Ajá y cuenta, ¿qué pasó luego? —preguntó ansiosa.
—¿Pues qué va a pasar? —pregunté confundido, antes de mirar el suelo—. Fue extremadamente incómodo salir del baño y desayunar con ellos. Parecía que David sabía algo de lo que ocurrió, porque no paraba de reírse solo y Cristóbal de mirarlo feo —terminé pensativo.
—¿Y Cris no te dijo nada por lo del baño? —preguntó sorprendida.
—Eh. ¿No? —dije confundido.
—Joooo...
Cuando salí de la casa de Cris, terminé parando en la casa de Gabriela, porque necesitaba hablar esto con alguien y ella es la única persona a la que tengo, aparte de que mi tía había salido junto con sus amigas, así que podíamos hablar con tranquilidad. Hoy era un día de celebración nacional, así que la UC indicó que no habría clases.
Así que era esto, o pasarme todo el día en el cementerio, hablando con mi papá.
—¿Qué tiene de sorprendente eso? —pregunté al ver su gesto.
—Bueno, hermanito, que me sorprende que Cris no hiciera un escándalo del tema o toda una escena dramática y novelera, como la gran diva que es.
—¿Diva? No creo que Cristóbal sea una diva —dije divertido.
—Eso es porque no lo conoces lo suficientemente —indicó ella rodando los ojos, como si recordara algo—. En todo caso, tranquilizate, no creo que ese pequeño "desliz", entre ustedes, empeore la situación entre ambos. De hecho, creo que de alguna manera si le caes bien a Cris, muy bien, de hecho —terminó divertida.
—¿Estás segura? Porque no he hecho nada más que embarrarla desde que lo conocí —comenté nervioso, sintiendo surgir la necesidad de acercarme a él una vez más.
—Bah, muy segura. —Hizo un gesto aireado con la mano.
—Y... ¿Crees que si supiera mi pasado, podría ser mi amigo?
Gabriela abrió la boca unos segundos... Y luego la cerró, incómoda.
—E-eh. No lo sé, Al, realmente no lo sé —dijo honesta, tomando mis manos. Sentí muchas ganas llorar—. Por ahora, lo mejor será que vayamos paso a paso, ¿vale?
Asentí pensativo, sabiendo que en el fondo, cuando supieran la verdad sobre mí, esos chicos me alejarían como un total apestado.
A Gabriela, luego de que hice todo lo que hice, le había costado un buen tiempo volver a hablarme, incluso ahora, a veces había momentos incómodos entre nosotros.
Si eso era con ella, que era mi hermana, ¿qué le quedaba para los demás?
—Oye, en un rato voy a reunirme con unos amigos en la uni, ¿quieres venir conmigo? —preguntó levantándose. Revisé mi teléfono, comenzando a escribirle a mi mamá.
—Eh... Claro, ¿por qué no? No es como que tenga algo que hacer, estudiaré en la noche cuando llegue a mi casa —expliqué brevemente.
—Esto, ¿mi tía no está preocupada porque no hayas llegado a tu casa todavía? —preguntó inquieta. Suspiré.
—No, para nada, de hecho, se alegra de que esté aquí, contigo —dije mientras leía la respuesta de mi mamá, diciéndome que estaba bien—. En todo caso, ella prefiere mil veces que esté aquí, contigo, a que esté vagando por ahí en el barrio o en el cementerio... Son menos probabilidades de que cause probó o me meta en ellos —terminé algo incómodo.
Ella solo asintió y dejó estar el tema, sabiendo que lo habíamos tocado demasiado para un solo día.
Mi pasado era simplemente un tema tabú, especialmente entre Gabriela y yo.
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—Gabriela —la llamé como por quinta vez, mientras seguíamos sentados en una de las mesas cercanas a la entrada de ingeniería.
—¿Qué? —Ella seguí en su teléfono, acostada sobre la mesa. Yo revisé el mío.
—¿Estás segura de que van a venir tus amigos y que no me trajiste aquí solo a perder el tiempo? —pregunté cansado, masajeando levemente mi pierna, la sentía algo entumecida.
Mierda, no debía de haber dejado la muleta en casa de Gabriela.
—Siiii, estoy completamente segura de que vendrán —indicó cansada—, lo más probables, es que solo están tardando, solo porque las divas quieren verse bonitas —explicó.
—¿Las divas?
—Sí, me refiero a Adrián y a David. —Miró detrás de mí—. Oh. Ahí vienen.
Me giré y ahí estaba él, detrás de Adrián y David que venían conversando; permanecía cabizbajo.
El recuerdo de lo que ocurrió esa mañana, me hizo sonrojar y agachar la mira.
Esos dos se sentaron en la mesa, junto a Gabriela. Cristóbal se sentó a mi lado sin verme, estaba totalmente rojo.
Me quiero morir.
—Bien, ya estámos aquí —dijo David—, ¡ahora nos vamos!
—¿Qué? —dijimos Cristóbal y yo al mismo tiempo.
Cuando volteamos, Adrián y David salieron corriendo, llevando a Gabriela cargada entre los dos, muertos de la risa.
—¡Oh. Auxilo, que alguien me rescate! ¡No tengo a nadie que me salve! —dijo dramática, poniendo una mano en su frente—. ¡Coño, Alberto, dije que no tengo a nadie que me salve!, ¡Te quedas ahí, no joda! —gritó molesta al ver que me levantaba.
—¡Ya volvemos, tortolitos! —gritó Adrián cuando desaparecieron por la zona de Facyt.
Nosotros solo observamos por donde se fueron.
—¿Qué acaba de pasar? —pregunté confundido.
—No tengo ni idea. —Cristóbal se acostó en el banco de la mesa—. Supongo que David le contó a Adrián que te había visto en el baño y él le contó a Gabriela, y, supongo que pensaron que estaría molesto contigo de alguna manera o lo que sea y bueno... —terminó serio, mirando el cielo.
Yo solo pude revolverme en el asiento. Nos mantuvimos en silencio.
Él se sentó de nuevo y me miró fijamente
—Oye, no es quiera incomodarte, pero ¿Cómo te cabe todo eso en los pantalones? —preguntó confundido, mirándome el bulto con descaro, como si estudiara un misterio de la naturaleza —. No parece tan grande a simple vista.
Por favor, Dios, por favor, hazme desaparecer de la nada, sufrir combustión espontánea, lo que sea que me desaparezca, por favor.
—E-eh... No hablemos de eso por favor —dije incómodo, prácticamente temblando.
—Bueno, yo solo lo decía por-
—¡Por favor!... No hablemos sobre eso. —Cerré los ojos con fuerza.
Nos mantuvimos en silencio otro rato. Él solo me miraba fijamente, mientras yo rehuía de su penetrante mirada.
Al final me tapé la entrepierna.
—¡Deja de mirarme, por favor! —exclamé a punto de llorar. Él se carcajeó un poco.
—Eres tan fácil de incomodar —dijo divertido—, pero en serio, no deberías de acomplejarte por tener un pene tan grande, además de que muchos hombres desearían tenerlo tan-
—¿Qué tiene de bueno tener algo tan grande, si para lo único que sirve, es para herir? —pregunté al final, frunciendo el ceño
Cristóbal no respondió en un buen rato. Cuando ya decidí que lo mejor era que me fuera de ahí, él suspiró y se rascó nuca.
—Vale, lo entiendo, me he pasado con los comentarios, perdón —dijo avergonzado.
Yo solo pude mirarlo y asentir.
—Está bien...
—Oye, yo... Realmente no sé cómo hablar con las personas últimamente —admitió cabizbajo—. Sé que quieres ser mi amigo y todo eso, pero... Muchas personas en las creí que podía confiar plenamente, me apuñalaron por la espalda sin importarles en lo más mínimo lo que me fuera a pasar por eso... Yo ya no sé si vale la pena confiar en alguien de nuevo. —Su rostro se llenó de esa dolorosa soledad de nuevo
—¿Es así? —dije sorprendido, sintiendo la súbita necesidad de patearle el culo a esos mal paraíos que le hicieron daño—. Pero, andas con mi prima —indiqué en cambio.
Cristóbal soltó un bufido.
—No es por nada, pero ella es una mezcla entre una garrapata, un chicle, una patada en culo y una bonita cara.
—¡Ja! ¿Me lo dices o me lo preguntas? —dije irónico de regreso.
En ese momento nos reímos un poco.
—Oye... ¿Te gustaría andar más con nosotros y venir a nuestras reuniones de estudios? —preguntó de pronto. Lo miré de reojo.
—¿Cómo así? —pregunté de vuelta, algo ansioso—... ¿Así como lo hacen normalmente los amigos?
—Sí, así como lo hacen normalmente los amigos —aceptó, algo divertido. Eso me sacó una sonrisa a mí también.
—Dale ¿Por qué no?; me gusta como suena.
—Genial. —Se levantó—. Oye, vamos a buscar a ese trío antes de que se metan en problemas. —Me tendió la mano.
Yo solo pude observarla unos segundos, sintiendo algo inexplicable revolverse en mi interior. La tomé sin dudarlo.
—Claro...
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—Rayos —murmuré una vez que levanté mi cama y no lo conseguí. Necesitaba encontrarlo lo más rápido posible o iba llegar tarde a la uni.
Revisé mi escaparate y tampoco estaba.
—Mierda...
Observé el desastre que era mi cuarto ahora; tardaría un buen rato en acomodarlo. Decidí revisar entre las cajas de mi armario.
Llevaba buscando toda la mañana eso, nunca lo había sacado de mi cuarto, así que a juro porque sí debía de estar por ahí, en algún lugar de este desastre.
No sé qué diablos hacer, estoy desesperado y ni siquiera consigo mi dinero ahorrado, solo sé que me acabo de enterar de que Cristóbal cumpleaños hoy y no sé qué regalarle.
Aún no puedo creer que hayan pasado un mes desde que me junto con los chicos.
Un mes desde que tengo amigos.
Estos días han sido muy buenos para mí y sé que tengo mucha suerte, sé que es un cliché eso de que amigos van y amigos vienen pero los verdaderos quedan en el corazón, sin embargo, después de este mes, quiero creer de que en verdad sí es posible tener verdaderos amigos.
Necesito creer, tener la esperanza, de que es así.
Aún no le he contado a los chicos sobre mi problemático pasado, y la verdad, siento mucho miedo al pensar en ello. Nunca me había llevado tan bien con alguien hasta ahora, arruinar las cosas en este momento es lo que menos quiero.
Me aterra perder a Cristóbal, igual como pasó con todos aquellos a los que me acerqué en el pasado.
Así que por ahora, simplemente evitaré el tema tanto como pueda.
Estuve revisando el armario, hasta que conseguí un cochinito con alas de dragón, lo observé con nostalgia unos segundos, mientras limpiaba un poco el polvoque lo cubría.
Era uno de los pocos regalos de mi papá que me quedaban, uno de sus pocos recuerdos que me permití quedarme... Antes de que en su momento, me volviera loco y lo quemara todo.
Abrí con cuidado la panza del cochino y saque todo el dinero que había acumulado, que era bastante. Lo había escondido precisamente por eso, para no gastarme el dinero.
Pero hoy, lo iba a usar para algo bueno... La pregunta del millón, era qué comprarle a Cristóbal.
Revisé mi teléfono y noté que era bastante tarde, ni siquiera iba a poder entrar a la primera hora. No me preocupé mucho, era solo una excusa más para pasar tiempo con Cristóbal y pedirle así los apuntes.
Salí de mi casa con una camiseta negra con el logo de Fairy tail en rojo fuego, con pantalones blancosy tenis grises, y me dirigí a la parada... Pero en el camino me detuve, justo frente a la casa de Israel.
No sabía si él estaba en su casa, pero si lo estaba, tal vez podía solucionar el problema de qué comprarle a Cristóbal.
¿El problema en todo esto? Hablar con una de las personas a las que directamente le desgracié la vida.
En teoría, entre Israel y yo no hay problemas; a veces nos vemos en el cementerio, no hablamos, pero no existe ninguna clase de hostilidad entre los dos. Una vez me abrazó sin decirme nada, así que supongo que estamos bien, aunque nunca tuve el valor suficientemente para dirigirle la palabra.
Por lo que le hice, ni siquiera merezco eso.
Observé unos segundos la puerta de su casa, calculando mis posibilidades. Al final suspiré y me acerqué a la puerta.
—Okey, solo tocaré el timbre una vez, si no abre, me iré —me dije mientras pasaba mis manos por mis cabellos. Toqué.
Ni siquiera terminé de pulsar el botón, cuando la puerta se abrió. Era él.
Israel es pelirrojo con las raíces pintada de negro; ojos oscuros y ligeramente achinados; una enorme cicatriz vertical muy fina le atraviesa totalmente la cara en el ojo derecho y otra cicatriz más pequeña en la sien izquierda; tiene la barbilla partida producto de unos golpes.
Como es becado por ser deportista en halterofilia y es aficionado a la piscina, tiene un cuerpo muy ejercitado; mide poco más de un metro ochenta. Vestía una camisa negra con una calavera llena de cuervos rojos, un suéter oscuro con rayas grises, pantalones celeste y botas militares.
Me observó unos segundos. Automáticamente bajé la mirada.
—Alberto... —dijo simplemente, totalmente inexpresivo.
—Israel —dije de vuelta, incómodo.
Las cicatrices en su rostro, era el producto de un terrible corte y una serie de golpes que casi lo habían matado en su momento, los doctores le habían salvado la vida y la visión en el ojo, pero el resultado del corte y los golpes fue que tuviera un complejo daño en los nervios faciales; como tal no tenía parálisis, pero no podía hacer ninguna clase de gesto con el rostro, debido a que esto le causaba mucho dolor.
Aunque tampoco es que él quisiera sentir algo de nuevo, para empezar.
—¿Qué deseas? —preguntó, cruzándose de brazos y parpadeando lentamente.
—Disculpa la intromisión, pero, es que pasaba por tu casa y recordé que vendías artículos de anime, así que quería preguntar, si no es mucha molestia, si todavía tienes algo bonito y especial de Naruto —dije rápidamente.
Israel entrecerró los ojos y me miró fijamente.
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Cristóbal
Los chicos y yo, íbamos de camino a la entrada de Facyt de la universidad.
Iba de camino a ver a Noel. En un principio, el mes pasado, él trató en varias veces de comunicarse conmigo, y, luego de tanto acoso, al fin decidí hablar con él hoy.
Lo que sea con tal de que al fin me deje en paz.
Lo chicos en principio no querían que lo viera, yo tampoco quería, pero necesitaba terminar este problema de Noel de una vez por todas.
Llegamos a la entrada y ahí estaba Noel, sentado en la parada estudiantil con una cajita roja con rayas blanca que me parecía familiar. Vestía con una camiseta negra con el dibujo de una guitarra; blue jean y tenis rojos.
—Hola Cris —murmuró Noel algo cabizbajo viendo preocupado detrás de mí.
Volteé, solo para ver como David parecía a punto de saltar sobre él mientras que Adrián trataba de detenerlo.
—David, bájale dos a la intensidad y espérame en la entrada junto a Adrián —indiqué, cansado. David frunció el ceño
—Pero Cristóbal, este tipo...
—David, por favor, no quiero pelear, así que espérame por allá.
Él me observó unos segundos antes asentir por fin y marcharse.
—Iré a asegurarme de que no trate de buscar algo con qué matar a Noel —dijo Adrián con un suspiro, yendo detrás él.
Me volteé a ver a Noel de regreso.
—En cuanto a ti —dije cruzándome de brazos—, decir que eres un fastidio es poco, ¿Y sabes? Estoy a un paso de denunciarte por acoso —le advertí, él observó el suelo, nervioso.
—Cris, por favor, en verdad necesito hablar contigo, ¿puedes escucharme un rato? Por favor —suplicó desesperado.
Suspiré cansado.
—Está bien, tienes cinco minutos —concedí al fin.
—Antes que nada, feliz cumpleaños —me felicitó, entregándome la caja.
Al abrirla, entendí por qué me parecía familiar; me estaba regalando uno de los pasteles de chocolate que normalmente preparo. Esbocé una pequeña sonrisa.
—Gracias —dije simplemente.
—Es una ofrenda de paz, sé que, si te regalaba otra cosa que no fuera chocolate, me lo negarías —explicó lentamente.
—Pensaste bien —asentí—, se nota que me conoces bien, claro, obviamente no fue al revés —agregué al final. Él hizo una mueca de incomodidad.
—Cris, sé que me merezco cualquier cantidad de insultos, y que no importa lo que intente, nada será suficiente para reparar lo que te hice... Lo que nos hice. —Observó el suelo unos segundos antes de volver a verme—. Pero, me gustaría que me dieras otra oportunidad, otra oportunidad, para ser al menos tu amigo, por favor.
—Noel, tú me hiciste daño, mucho daño.
—Lo sé.
—Y está on es la primera oportunidad que me pides, desde que nos conocimos.
—Eso lo sé también.
—No sé si sea adecuado darte un oportunidad —dije al fin, mirándolo con tristeza y decepción—, tú y yo somos ex, nuestra relación terminó catastróficamente y no quiero que te confundas, y creas que esto con otra oportunidad para algo que te encargaste personalmente de aniquilar de raíz.
Pero está bien, te daré otra oportunidad —terminé con un suspiro. Él me miró sorprendido.
—¿En serio?
—Es en serio, no estoy jugando o algo parecido. —Abrí la caja y quité un pedazo de pastel, lo probé. Me quedó sabroso—. Iremos despacio, sin presiones, escríbeme por WhatsApp cuando quieras, pero si noto algo raro, te bloquearé sin pensarlo, ¿okey?
—Sí, sí, está bien, lo que decidas está bien —asintió algo ansioso—, gracias por darme esta oportunidad. Si puedo saber, ¿qué fue lo que te hizo cambiar de opinión sobre nosotros?
Observé la torta unos segundos, para luego decirle con sinceridad:
—No lo sé, no sé qué es lo que me hace darte esta oportunidad, pero te la estoy dando, así que no presiones.
En ese momento apareció una camioneta roja frente a la entrada de la universidad y de ella salió Alberto. Me pareció extraño porque él generalmente viene en transporte.
—Entonces ¿Hablamos luego? —dijo Noel en ese momento.
—Eh. Sí, claro.
Él dió un paso hacia mí y yo dí uno hacia atrás.
—Creo que por ahora, los abrazos estarán fuera de la ecuación —advertí claramente. Noel asintió algo incómodo.
—Okey, está bien, disfruta del pastel entonces y que pases un lindo día.
Observé cómo se alejó y se subió a uno de los transportes. David y Adrián se acercaron.
—Oye, al menos el niño trajo pastel —comentó Adrián alegre; trató de meterle el dedo pero lo evite.
—Kaka, ese es mi pastel, así que no se toca —le dije divertido. Él hizo un puchero.
—Deberías dejar que lo pruebe, así sabremos si tiene veneno o no —gruñó David con los brazos cruzados.
—Si tuviera veneno, ya me habría muerto —solté rodando los ojos.
—¡Cris!
—Hola, chicos —dijo Alberto sonriente mientras nos saludaba a todos, hasta que me vió a mi fijamente—. Cristóbal, esto, ¿podemos hablar un momento a solas? —me preguntó algo nervioso.
—Oh. Claro, nosotros estorbamos —soltó Adrián de pronto, tomando a David de los hombros—, vamos perrito gruñón, te compraré una dona para que dejes de tener esa cara 'e culo.
Alberto y yo nos reímos ante las protesta de David, mientras que Adrián lo arrastraba hacia la facultad.
—Antes de decir algo, Cristóbal —dijo sacando de su bolso una caja naranja–... Feliz cumpleaños —susurró algo ansioso. Lo miré sorprendido.
Cuando la abrí, me encontré con una pulsera de cadena de oro, con pequeñas kunais e insignias de la aldea de la hoja colgadas y con un medallón del tamaño de una moneda, del símbolo de los Uzumaki.
Puede que suene muy tonto y ñoño, pero me encantó, nadie me había dado nada parecido hasta ahora.
—Gracias, Alberto —le dije sorprendido por el detalle y lo abracé—. Es lo más lindo que me han dado hoy. —Me separé y le enseñé la muñeca—. ¿Me la puedes poner? Es que cargo muchas cosas —indiqué nervioso.
Él asintió, con el rostro algo rojo.
—Por supuesto, para ti, lo que quieras...
Continuará...
Recuerden que pueden comentar, valorar y/o escribirme a adeth.maldito@gmail.com, soy un pesao con eso, lo sé XD pero nunca está demás decirlo.
Leerán mis noticias al final del próximo cap.