El locutorio

Bueno, me han criticado por cuentos cortos, hoy me atrevo con algo más largo. Espero que guste, que haga reír, que haga pensar y que haga levantar pasiones.

Mal negocio

El día comenzó como cualquier otro. Simplemente mal.

Tenía treinta y ocho años y su vida era un suceso de fracasos tras otro. Su primer error había sido intentar tener su propia empresa. Nada raro ni extravagante. Un simple negocio destinado a la venta de productos de limpieza. Era joven, tenía una linda camioneta donde transportar los bidones, y, sobre todo, poseía una gran personalidad y buen físico, lo que le aseguraba muchas clientas mujeres.

Pero no había resultado. Ni siquiera con ayuda. Decidió volver a trabajar para otros. El propósito, conseguir dinero suficiente como para ponerse su propio locutorio. Fue a los dos años de trabajar como esclavo y de vivir en la miseria y a base de ahorros que cometió el más trágico de sus errores, se enamoró.

Aún estaba casado y, aunque costara admitirlo, aún la amaba. Habían logrado poner el locutorio y les alcanzaba para vivir, pero no se podían dar ningún lujo mayor que dos semanas de vacaciones a la costa cada dos años.

El problema había sido el sexo. Andrea, ese era el nombre de su esposa, se había presentado en su vida una noche de tormenta. Estaba empapada y compartieron diez minutos bajo un techo en espera de que el cielo se despejara un poco. Recordaba ese momento con lujo de detalles. Los largos pelos caoba de ella pegados al cráneo. La camisa blanca translucida por el agua. Sus duros pezones desafiando toda vestimenta. El corpiño blanco. La minifalda negra.

Era secretaria y había salido de su trabajo cuando la lluvia la había sorprendido. Él y ella rieron por sus aspectos y entablaron un vínculo increíble. No era raro que eso pasara. Muchas personas se mostraban amigables en situaciones como esa. ¿Cuántas charlas había tenido en filas para el banco o el supermercado? ¿Cuántas palabras había cruzado con perfectas extrañas en un ascensor o en recitales? Lo raro fue que cuando la lluvia aminoró lo suficiente como para permitir ver la calle, continuaron allí, sentados en un escalón, hablando como si llevaran años siendo amigos.

¿Cómo no se iba a enamorar de ella? Si en esa misma noche terminaron en una habitación de un hotel de alojamiento. Nunca le había sucedido nada parecido y sabía que al noventa y nueve por ciento del resto del mundo tampoco. Había sido increíble. Como si hubiesen compartido cama durante años.

La recordaba sonriéndole al estar en la anónima habitación. Como lo había empujado contra la puerta y como se había arrodillado delante suyo. Se había sentido en el cielo. Estuvo a punto de eyacular ni bien le sacó el pene por entre la bragueta abierta.

Tirado en su cama y con ella en el baño, dejó que su mente recordara.

La habitación era igual a todas las que recordaba. Una cama doble con un folio de plástico protegiendo el colchón. Un televisor en una esquina, un teléfono junto a la cabecera de la cama y el baño. Andrea estaba radiante. Aún mojada y con esos ojos oscuros que parecían sobrenaturales. Colocó una mano sobre su pecho y lo hizo chocar contra la puerta.

No supo reaccionar. Había esperado hacer lo de siempre, pedir un par de cafés o bebidas, se daría un baño y luego tendría sexo. Pero ella no lo permitió. Mientras lo sujetaba contra la puerta, se fue agachando hasta quedar arrodillada. Lo dejó libre, atado solo por la excitación del momento.

Le desabrochó la bragueta del pantalón y le acarició su miembro erecto por sobre la tela. Sintió el inminente peligro de la pero vergüenza. Si eso continuaba, acabaría antes de poder lograr su cometido. Cerró los ojos intentando desconectar su cerebro, intentando olvidar todo el placer que amenazaba con hacerlo explotar. Su pene quedó expuesto y ella lo cubrió con una mano.

Gimió.

Sintió la suavidad de los femeninos labios rozar su glande. Un escalofrío de placer le recorrió el cuerpo. ¿Estaba realmente viviendo todo eso? ¿Despertaría en su cama con una gran mancha?

La húmeda boca cubría la mitad de su miembro. No, no podía ser un sueño.

Alejó la cabeza de Andrea de su virilidad para evitar el desastre y la hizo levantarse. Ella amagó un beso pero él la detuvo. Durante un segundo ella pareció sorprendida, quizás un poco ofendida. Pero no era que él no quisiera besarla, era que él tenía mejores planes que eso.

La tomó por los hombros y la volteó. Unió su pecho en la espalda de ella. Las ropas mojadas se fundieron. Metió la mano por entre los botones de la camisa y comenzó a acariciar la piel de ella. Sintió la porosidad que le proporcionaba la piel de gallina. Le hizo inclinar la cabeza y comenzó a besarle el cuello. Ella se volvió de medio cuerpo y le dio un efímero beso en los labios. Él lo aceptó y lo mantuvo el tiempo necesario.

Como un profesional desabotonó los botones de la camisa y se deshizo de ella. El sostén siguió la misma suerte. Sus pechos eran redondos y cálidos al tacto. Eran reales, no muy grandes ni muy pequeños. Podía cubrirlos casi enteros con sus manos. Lo hizo. Con sus dedos pulgar e índice jugó con los endurecidos pezones. Bajó una mano acariciando el llano vientre y hundió su mano por la minifalda. Ella dejó que la cabeza se posara en el pecho de él, totalmente rendida ante el placer. Sentía el miembro endurecido de él apretado contra su cola.

Bajó con su mano sintiendo los suaves pelos de su pubis. Continuó bajando hasta llegar a la zona húmeda. Separó los labios vaginales y comenzó a masturbarla con suavidad. El cuerpo de Andrea vibraba a cada movimiento.

Retiró su mano y la volvió a voltear, haciendo que sus tetas se apretaran contra su pecho.

Se eternizaron en un corto beso. La desnudó por completo mientras que él permanecía totalmente vestido. Denuda como estaba, la condujo hasta la cama y la acostó boca arriba. No se molestó en desvestirse. La penetró dejando que su ropa mojada enfriara el ardiente cuerpo de ella.

El coito no duró mucho. La excitación de ambos era una bomba de tiempo con muchos ceros a la izquierda en el contador.

En su cama, casi dos años después lo recordó todo y tuvo una gran erección. Andrea se estaba bañando. Luego de acabar por primera vez, se habían bañado juntos y habían pasado más de ocho horas en aquella habitación compartiendo sexo de lo más variado. Por momento salvaje, por momento como si ambos fueran principiantes.

Se levantó de la cama y se dirigió al baño. Estaba desnudo.

-¿Claudio?-preguntó ella dentro de la ducha sin bañadera. No lo veía por la cortina de baño.

Sin mediar palabra, Claudio entró en el baño sorprendiéndola un poco.

-¡¿Qué hacés?!-rió ella al verlo así.

-Te voy a violar-dijo él casi sin interés-. A menos que hagás lo que te pida claro.

Ella sonrió –¿Qué tengo que hacer?-preguntó abrazándolo.

-Agacharte y dejarte llevar.

Andrea obedeció. Se acomodó de rodillas ante él y comenzó a darle una buena mamada. De esas que solo ella sabía. La lengua tenía mucha participación y las manos también. Con una le acariciaba los testículos, la otra ayudaba en el movimiento de subibaja que la boca efectuaba en su miembro.

Con el agua de la regadera dándole en la cara, Claudio disfrutó aquel momento de amor. Sí, cuando tenían sexo todo era rozas, el resto del tiempo eran casi enemigos. Pero el sexo era increíble y era la única razón por la que se mantenían juntos.

Le indicó que era suficiente y la hizo levantarse. Ella tomó el jabón y comenzó a limpiarlo poniendo especial énfasis en la verga.

Claudio le acariciaba las tetas con ambas manos, resbalosas debido al jabón que se le había pegado a ellas. Con gentileza la hizo voltear y agacharse. Andrea apoyó las manos en la pared y abrió las piernas. Claudio tomó su pene con una mano y frotó el glande en los labios abiertos de ella. Sus jugos de excitación se mezclaban con el agua enjabonada que cubría la mayor parte de su piel. Con un pequeño empujón estuvo dentro de ella.

Tomándola de las caderas y haciendo ondular un poco su pelvis hacia los costados (En forma de circulo), Claudio comenzó a poseerla con lentitud y cariño. Los gemidos de ambos se mezclaron en el baño.

Claudio fue acelerando el ritmo a medida que sentía que el tiempo se le acababa. Los gemidos de Andrea ya eran gritos de placer puro. Ella alcanzó un orgasmo y él sonrió victorioso ante ello. En la relación que habían tenido, un orgasmo de ella significaba algo sumamente agradable para él. Ya que cada vez que ella alcanzaba el orgasmo primero, él tenía derecha a poseerla por el ano. No preguntó. Las reglas eran así casi desde el primer mes.

Sacó la verga de la mojada vagina y se la enjabonó un poco más. Andrea separó una mano de la pared y se comenzó a frotar el clítoris. Claudio presionó su miembro contra la estrecha abertura y se abrió camino. Ella arqueó la espalda y dejó escapar un suspiro placentero. Claudio se aseguró de que ella estuviera lista y comenzó a bombear a gran velocidad y fuerza provocando fuertes ruidos al chocar sus nalgas contra él.

Acabó dentro y la dejó allí mientras se desplomaba sobre su espalda, agotado y satisfecho.

Sí, el sexo con Andrea era fabuloso sin duda. Pero la vida marital era un caos. Ninguno de los dos era fiel y pocas veces compartían un comida. Él atendía el locutorio durante la noche y ella lo hacia durante el día. Los fines de semana era cuando más se veían y disfrutaban de sus cuerpos, ya que el locutorio quedaba bajo el cuidado de un empleado mal pago.

Claudio se creía atrapado en una vida ya sin futuro. Sabía que el locutorio era su último barco y que las cosas con Andrea no durarían mucho más. Odiaba su vida y detestaba cada una de las elecciones que había hecho a lo largo de su existencia.

Eso pensaba, al menos hasta el día en que la mujer rubia de tacos altos entró durante una noche al locutorio donde no había nadie más que él.

La alta mujer vestía un vestido azul muy ajustado y llamativo por la poca tela que había necesitado su confección. El amplio escote dejaba a la vista más de la mitad de dos grandes senos. Claudio notó que la aureola del pezón derecho sobresalía un poco. Los muslos eran bien visibles y cuando la mujer caminaba, casi entrecruzando las piernas dándole aspecto gatuno, se podía ver las bragas blancas que llevaba puestas.

-Buenas noches-la saludó Claudio de manera profesional.

-Hola-saludó la mujer, al igual que su cuerpo, la voz era perfecta.

-¿Una cabina?

-¿Se puede llamar a números 0-600 desde estos teléfonos?-preguntó la mujer.

-Sí, aunque son caros.

-Eso no importa, deme una cabina por favor.

Claudio le señaló la cabina que estaba justo frente a él. Ver a semejante hembra era mucho más interesante que el solitario que estaba jugando en el ordenador del local. La mujer le sonrió y caminó de manera sensual hasta la cabina. Sus nalgas eran firmes y se remarcaban de manera tentadora en aquel vestido. Entró en la cabina y marcó.

Claudio hizo de cuenta que veía su computadora.

Veía a la mujer, su espalda. Tenía los ojos más verdes que jamás había imaginado y la miraba imaginándoselos. La imaginaba vista desde arriba, mirándolo a los ojos mientras le mamaba la verga.

Ese solo pensamiento le provocó una erección.

Miró el monitor un poco avergonzado. Sus ojos lo traicionaban y se alzaban a cada rato para ver a la mujer. ¿Dónde estaría llamando? ¿A un programa de concursos?

La vio presionar las teclas del teléfono. La puerta de la cabina le tapaba desde la mitad de la espalda para abajo. Aún así Claudio pudo ver lo que sucedía.

No quiso dar crédito a sus ojos ni a su mente. Se levantó para poder ver mejor. Se puso en puntas de pie. Las arrugas en el vestido mostraban que la mujer se lo había levantado. Vio que estaba sentado con las piernas abiertas y una de las manos se perdía entre ellas.

" Se está masturbando " pensó Claudio sintiendo su pene crecer una vez más " Esa diosa se está masturbando en mi local "

¿Qué hacer? No podía acercarse así como así. Lo más probable era que ella lo mandara a la mierda. Pero la tentación era tanta. Se sentó repentinamente cuando notó que ella movía la cabeza. Pero solo la había echado hacia atrás. Claudio notaba el movimiento sensual del cuerpo.

Se levantó y se acercó a la cabina procurando no hacer ningún ruido. Llegó casi hasta el vidrio de la puerta. Desde allí podía ver bien. La mujer tenía las piernas unidas en ese momento y la mano que utilizaba para darse placer se movía con frenesí.

Claudio dio un paso. Hubiera golpeado la puerta para hacerse notar de no ser por un movimiento producido en la calle.

Estaba en su local y todo el frente era de vidrio. Cualquiera que pasara por allí podía verlo. Regresó a su asiento y se quedó allí. Sin perder la vista de la mujer y echando esporádicas miradas a la calle, sacó su pene y comenzó a frotarlo. Era la primera vez en su vida que se masturbaba en el trabajo, pero la ocasión lo merecía. Cuando llegara a su casa, tomaría a Andrea como nunca, hasta que ella rogara que se detuviera.

No tardó ni veinte segundos en notar que ya estaba por acabar. Tomó un pañuelo y apuró su mano. Acabo en la pequeña tela y se limpió precariamente. Al levantar la mirada notó que la mujer ya había colgado y, al parecer, también se estaba encargando de la limpieza.

Para cuando ella salió, él ya había guardado su flácido miembro donde debía. La mujer pagó, le sonrió y dijo algo que alteró a Claudio de sobremanera.-Hasta mañana-fueron las palabras.

Esa noche no cerró el negocio para ir a su casa a despertar a Andrea para que lo supliera. La llamó por teléfono una hora antes de lo previsto y le pidió que se presentara.

Le hizo el amor en el baño del local. Terminó exhausto y ella complacida.

La noche siguiente fue toda una tortura para Claudio. Las horas pasaban y la mujer no aparecía. Pero al dar las tres de la mañana la vio. ¡Dios! Que hermosa que era. No iba vestida tan formal como la noche anterior, llevaba una sudadera ajustada y una minifalda. Tenía el vientre al aire.

-Buenas-dijo Claudio sin poder ocultar su alegría.

-Hola-saludó ella-. Una cabina.

-La misma de ayer-le señaló él.

-¿Le molesta si dejo la puerta abierta?

-Por supuesto que no-dijo Claudio desilusionado, si dejaba la puerta abierta era porque no iba a hacer nada.

La mujer le sonrió y se dirigió a la cabina.

Claudio comenzó con un juego de solitario.

Un gemido proveniente frente a él lo hizo levantar la vista. La mujer de ojos verdes lo miraba a los ojos. Estaba sentada de costado, con las piernas abiertas mientras se masturbaba.

Claudio se levantó sorprendido. Dio la vuelta al mostrador y comenzó a caminar hacia ella. Su miembro se marcaba bajo los pantalones. Ella retiró la mano de su entrepierna y la extendió ante él. Notó el brillo en la punta de los dedos.

-No-dijo la mujer-. Solo mira.

Claudio retrocedió hasta que su espalda chocó contra el mostrador. Miró como la mujer se satisfacía a sí misma. Sus bragas, azules esta vez, estaban en el suelo de la cabina, mantenía el tubo del teléfono pegado al oído.

Claudio regresó a su silla. Ella aprisionó el auricular utilizando el hombro y con la mano libre se acarició el vientre y la subió levantando la sudadera hasta dejar uno de sus pechos al aire. Lanzó un gemido mirando a Claudio.

Él bajó sus manos y comenzó a tocarse por sobre los pantalones. Ella sonrió. Claudio miró a la calle, al no ver movimiento alguno, se puso de pie y sacó su miembro dejando que ella lo viera.

Compartieron el placer de sus manos. Se miraron entre sí, él imaginando que la mano que lo frotaba era la de ella. Ella escuchando lo que el teléfono le ofrecía.

Claudio acabó antes que ella y se sintió estúpido al no saber que hacer. Se mantuvo mirándola todo el rato. Una vez más al irse, ella dijo que regresaría. Pero para verla, tendría que esperar a que pasara todo el fin de semana.

Para cuando el Lunes se convirtió en Martes, el frente del locutorio de Claudio, estaba cubierto con propagandas y papeles que impedían ver l mayor parte del interior del local. Las visitas de la misteriosa dama se repitieron durante toda una semana. En cada una de ellas Claudio se masturbaba ante la visión de semejante diosa, pero nunca habían tenido más contacto que el roce de manos al pagar ella lo que debía por sus llamadas a los 0600.

Hubieron dos ocasiones en que la mujer se había presentado con una amiga, una pelirroja no muy alta y con un cuerpo en donde sobraban las curvas. En ambas ocasiones las dos mujeres se ubicaron en cabinas adjuntan y se masturbaron mirándose mutuamente.

En otra de las visitas, al entrar la mujer, había un hombre hablando en una de las otras cabinas. Claudio lo había mandado al fondo. Esa noche la mujer había cerrado la puerta de su cabina y se la había pasado lanzando sugestivas miradas a Claudio.

Por su parte, Claudio no daba más. Veía noche tras noche a esa hermosa mujer tocarse delante suyo y solo se le permitía eso, ver. Claro que el sexo con Andrea se había quintuplicado y mejorado en un cien por cien, pero el deseo por esa desconocida era un veneno que estaba carcomiéndolo por dentro.

Se imaginaba a él mismo yendo a la cárcel por intento de violación o por una violación concretada.

Durante una noche, un poco más tarde de lo usual, la mujer se presentó mostrándose un poco temerosa. Lo que llamó poderosamente la atención de Claudio, quien ya la veía como la mujer más impúdica y despreocupada que existía sobre la Tierra.

-Hola-la saludó Claudio-. ¿Una cabina?

-Tal vez-sonrió ella mirando el suelo-. Es que... no vine sola.

-¿Ha traído a su amiga una vez más?-preguntó él. Nunca habían dejado de tratarse de usted, eso le daba mayor diversión a todo el asunto.

-No, a un amigo-dijo ella.

Claudio miró para la puerta del local en pos de ver al hombre, pero allí no había nadie.

-¿Entonces quiere dos cabinas?-preguntó Claudio.

-Tenía la esperanza de que pudiera ser una-dijo ella sonrojada. Claudio tuvo una inmediata erección, no por lo que ella pretendía, en realidad eso le molestaba bastante, pero verla ruborizada de aquél modo...

-¿Una?-preguntó.

-Puedo pagarle de más, digamos... ¿cincuenta?

-No va a ser necesario-sonrió Claudio-. Usted ya es una cliente habitual de este local y no me atrevería a cobrarle de más por nada en el mundo-la esperanzad e un trío nació dentro suyo.

La mujer pareció recibir una descarga eléctrica. Dio un salto lleno de felicidad y se dirigió a la puerta del local. Hizo unas señas y un hombre morocho, de cabello un poco descuidado (Esa clase de cabello descuidado que se logra pasando horas frente al espejo peinándolo para que lo parezca) y ancho de espaldas ingresó en el local. Saludó a Claudio con una sonrisa y un guiño de ojo.

Sin perder tiempo, la belleza se metió en la cabina y lo hizo entrar a él. Claudio observaba todo. El hombre se sentó en la silla y ella encima de él. Llevaba una corta minifalda y, claudio sospechaba, que no llevaba ropa interior.

La vio marcar el número y poner el auricular entre la oreja de ella y la de su hombre.

Claudio sonrió y bajó la vista a la pantalla de su ordenador, sintiéndose estúpido por lo celos que sentís dentro suyo. Cuando levantó la vista, vio que ella se había colocado de costado y que sostenía el pene erecto del hombre en una mano, el cual salía por la bragueta.

Claudio hizo lo propio y sacó el suyo. Se sintió un poco frustrado al ver el tamaño del hombre que acompañaba a su diosa. La hermosa mujer manoseaba el miembro del otro hombre con lentitud mientras éste le acariciaba los senos por encima de la ropa. El hombre cruzó miradas con Claudio y le sonrió. Claudio se sintió enrojecer. Se sentía, y sabía que era, un pobre pajero. Pero eso no le impedía disfrutarlo.

La mujer se levantó y se sentó en el suelo con las piernas debajo de la silla. El hombre se inclinó un poco hacia delante y ella introdujo la verga en su boca. Claudio vio los puentes de saliva y lubricantes naturales que se formaban cada vez que ella se apartaba un poco. El sonido de la mamada le llegaba tentador, su mano comenzó a hacer el trabajo, su mente a se encargó de colocarlo dentro de la cabina con la mujer hermosa.

Para su sorpresa, el hombre acabó. Claudio había esperado que fuera como en las películas porno, un poco de juego con las bocas, luego un poco de sexo y luego la eyaculación. Sin embargo, delante de sus ojos, vio como un generoso chorro de semen salía del pene y se estrellaba en la cara de la mujer. La visión de la mujer relamiéndose y tragando el líquido fue demasiado. No hizo a tiempo para preparar su pañuelo o alguna cosa. Acabó él también manchando el escritorio.

Uso el pañuelo para limpiar. Se entretuvo tanto en no dejar mancha alguna que no vio lo que sucedía en la cabina. Lo cierto era que al levantar la mirada, ella estaba sentada sobre él con su minifalda completamente arriba.

Claudio tuvo una segunda erección y pro primera vez en años, se hizo dos pajas seguidas.

Su diosa movía las caderas sobre su amante como una experta. El hombre, con la espalda totalmente apoyada en el respaldo y la cabeza echada hacia atrás, la tenía firmemente agarrada por la cintura. Sin poder soportarlo, Claudio se levantó y dio la vuelta al mostrador manteniendo su propio pene en la mano. La mujer lo vio y negó con la cabeza.

Claudio sintió explotar su cabeza. No era justo. Nada de eso lo era. El tubo del teléfono estaba colgado y la mujer estaba siendo cogida por un extraño. Él se merecía montarla. Se lo merecía. Tenía que echarlos de allí. Se estaban burlando de él.

La arpía con cuerpo de ángel se levantó y se agachó sobre la pequeña mesa donde reposaba el teléfono. El hombre se levantó y la penetró por detrás. Claudio regresó a su lugar y apuró su masturbación. Se juró que esa era la última vez, que no permitiría a esa mujer seguir usándolo.

La pareja mantuvo relaciones por otros diez minutos. Claudio los vio practicar diferentes posiciones, con ella sentada en la silla, sentada en la mesa, en el suelo con medio cuerpo fuera de la cabina, él sentado en la silla y ella sobre él pero de frente. Una vez más el hombre eyaculó en la boca de ella y ella se lo tragó todo, ayudándose con los dedos.

Claudio los despidió con una gran sonrisa. Cuando le pagaron, había un billete de cien de más. Claudio les sonrío y los vio marchar. Arrancó todos los papeles que cubrían los vidrios y juró acabar con toda esa farsa. Le haría pagar su sufrimiento. Si quería verle la cara de idiota a alguien, tendría que buscar otro locutorio en el que satisfacerse. Él ya no caería más.

Al llegar a su casa, procuró hacer la menor cantidad de ruido posible. Andrea dormía semidesnuda en la cama. Claudio sonrío, se acercó a ella y con mucho cuidado, le sacó las pequeñas bragas de algodón blanco que llevaba puestas. Andrea se despertó un segundo, murmuró alguna cosa y continuó durmiendo. Claudio se desnudó y le abrió las piernas con cuidado.

Sonreía con locura. Se acomodó sobre ella sin tocarla, con extremo cuidado. Acercó el glande de su pene a los labios de ella. Se mojó las puntas de los dedos y los pasó con delicadeza sobre los labios vaginales. Andrea gimió pero no despertó. Claudio sonrió cuando su objetivo se cumplió. Las puertas al cielo habían comenzado a abrirse para él.

No lo pensó. No lo midió. Simplemente adelantó su pelvis y la penetró de un solo empellón. Andrea despertó asustada. Claudio le tapó la boca con una mano y siguió penetrándola con salvaje fuerza. Ella se resistió al principio por la impresión. Pero entró en el juego en poco tiempo. Se dejó violar. Se removía y negaba como si no quisiera. Rasguñó y abofeteó a Claudio dándole un realismo increíble. A tal punto que él estuvo a punto de detenerse por creer que la cosa iba en serio. Pero en cada ocasión, Andrea lo atraía hacia ella y lo besaba pidiéndole que siguiera.

-¡No! ¡Seguí, seguí!-le suplicaba tomándolo del cuello con ambas manos y moviendo las caderas para que la verga le llegara lo más al fondo posible.

Ella tuvo un orgasmo. Antes que él. Sin embargo no reclamó su premio. No esa vez. En cambio, se desprendió de ella y se arrodilló en la cama casi sobre sus pechos. La hizo sentarse y le puso el miembro en la boca tomándola del pelo. Ella encerró el pene con su boca y lo mantuvo dentro lamiéndolo con la lengua. Claudio se movía como si estuviera teniendo sexo con la cabeza. Pese a todo lo que habían hecho durante su tiempo juntos, nunca le había acabado dentro de la boca.

Tomó la cabeza de Andrea con ambas manos a la altura de las orejas y aumentó la velocidad de sus movimientos. Cuando ella quiso retroceder, él la retuvo. Acabó.

Andrea quiso separarse una vez más. No la dejó, la mantuvo con su pene en la boca hasta estar seguro de que había tragado.

-Hijo de puta-dijo ella cuando su boca estuvo libre-. ¿Qué mierda te crees que haces?

-Perdón-dijo Claudio casi sin voz-. Pero lo necesitaba. Te voy a recompensar, lo que quieras, lo que pidas.

-Me lo hubieses pedido-se quejó ella-. No te lo hubiera negado.

-Perdón-repitió dejándose caer en al cama-. Es que el trabajo me está poniendo loco. El turno de la noche me está agotando. ¿Podríamos cambiar durante unas semanas?

-Seguro-asintió ella-. Pero mira que el turno del día es mucho más movido.

-Mejor, mientras más movimiento menos posibilidades de pensar.

-Está bien, ahora llamo a Patu para que me cubra y ésta noche voy yo.

Claudio sonrió y le dio un beso en la mejilla. Eso era perfecto. La muy puta de la diosa vería que con él no se jugaba. No iba a permitir que lo usara de la manera en que lo hacia. Nunca más.

Pasó dos semanas ocupando el horario matutino. Sufriendo las penurias que esto provocaba. Una señora anciana pasaba todos los santos días a chismorrear sin parar. Andrea le había advertido sobre ella, pero Claudio jamás se había imaginado que sería para tanto.

Decidió que ya era suficiente. De seguro la misteriosa mujer ya se habría buscado otro locutorio al ver que sus deseos ya no se podían cumplir en el suyo. Podía regresar a su turno usual.

Con Andrea las cosas andaban lentas. Ya no mantenían sexo tan salvaje ni tan seguido como antes. Acabarle en la boca había sido un error que le llevaría mucho tiempo solucionar. Por ahora se tomaba las cosas con tranquilidad. Volvería a su turno y buscaría la mejor forma de hacer las pases con su pareja.

Por supuesto no pudo hacer nada de eso. Ni bien le dijo a Andrea que ya estaba listo para volver a trabajar por las noches, ella se negó y le dijo que se lo debía, que ella quería ese horario permanentemente.

Tuvo que aceptar. Había jurado hacer lo que ella quisiera y, pese a todo, era un hombre de palabra.

Continuó yendo a trabajar todas las mañanas, ni bien ella llegaba a la casa. Su nervios estaban cerca de explotar, pero había jurado. Aún así Andrea no parecía dispuesta a continuar con la vida sexual que llevaban antes. Se mostraba reacia a ser tocada por él.

En un acto desesperado, Claudio compró tres docenas de rosas, una de cada color. Rojas, amarillas y blancas. Sus colores favoritos (En lo que respectaba a rosas al menos). Se dirigió pasada la medianoche al locutorio para darle la sorpresa. Llevaba dos copas de cristal prestadas, una botella grande de champagne importada, un melón y varios gramos de jamón crudo. Todo ya cortado y listo.

Pagar las copas le costó más de lo que hubiera sospechado. La champagne al reventar contra el suelo le abrió una herida en la pantorrilla.

Andrea estaba en la cabina con la mujer misteriosa teniendo una frenética relación lésbica. Pese al ruido de las copas y la botella al romperse ninguna se detuvo. Claudio necesitó más de tres puntos en cada mano cuando al apretar los ramos de rosas de clavó las espinas de éstas.

Todo había sido un mal negocio.

Ni siquiera lo dejaron participar.

Fin