El lobo negro y la gata rubia

La gata fue pillada en una travesura. Arañó y escapó… Entonces lo llamaron a él… al solitario… al ser más temible de la creación… El lobo… el lobo negro...

Carlota (la gata):

Año 1000. Año en que muchos temían grandes catástrofes. Incluso el fin del mundo. Según los libros, el año en que termina la alta edad media… Las duras condiciones de la vida medieval, poco a poco, van mejorando. Muy poco a poco...

Mediodía de un día de verano. El sol brilla en lo alto. Carlota sale a la plaza… Es la hora en que sale normalmente. Acaba de levantarse… No ha desayunado, va a comprar pan y un poco de fruta. Están levantando el mercado del burgo. Es tarde para los mercaderes, pero es la hora propicia para ella… Las vecinas la miran mal… ponen mala cara y tuercen la mirada. Un alma perdida de la casa roja… del burdel de María Sarmiento.

Ella camina entre los puestos como todos los días. Los comerciantes sonríen… saben que es buena clienta. Alguno maúlla. Conocen su apodo: la gata, la gata rubia. Ella actúa como siempre… Pero por dentro, algo la incomoda, no llega a atormentarla pero provoca algo de malestar.

La noche anterior discutió con su jefa… La Sarmiento quería que atendiera a un cliente más, ella estaba destrozada. Lo hizo pero de mala gana… Aquel granjero era un bruto y lo sabía. Intentó evitarlo… pero una moneda de oro es una razón indiscutible para la jefa. Se le notó demasiado que lo hizo de mala gana… Al terminar, tuvo que oír tremendo sermón.

Carlota hizo sus compras normalmente y volvió al burdel. Se lo tomó con calma, temía una nueva bronca del ama…

Al llegar no se creía lo que vio… Habían llegado dos soldados y un sargento. Revolvían todo, volteaban cajones, tiraban ropa por el suelo. Sus compañeras y el ama estaban abajo, firmes y asustadas. El sargento les gritaba.

Había desaparecido el anillo de un joven caballero. Un cliente de la noche anterior.

Estaban dispuestos a todo para encontrarlo… Amenazaban con azotar a todas.

Ella sabía lo que había pasado… No lo había robado. El joven lo olvidó. Ella “olvidó” avisar… Iba a dárselo a su jefa al final de la jornada, pero con la bronca lo olvidó. Lo olvidó o no quiso recordarlo… ya daba igual.

Al no encontrarlo en la casa, comenzaron a registrarlas. Sin pudor alguno las manosearon cuanto quisieron.

Carlota fue la última. En cuanto sintió que el soldado la agarraba, metió su mano en el pecho. De allí, del canalillo, sacó un saquito.

El sargento abrió la pequeña bolsa y no tuvo que decir nada. Con el anillo en la mano, miró a sus hombres que se abalanzaron sobre ella.

Salió de allí maniatada, con las manos juntas delante, en posición de rezar. Unieron otra cuerda larga a sus ataduras para arrastrarla.

La llevaron al castillo. El duque la juzgó tras su copiosa comida. Contrario a su costumbre, la creyó. Ya que no había robado la joya, sólo se había apropiado de ella; le dio a elegir: la horca o la prisión de por vida en una torre de la muralla. Ella decidió conservar la vida. "Creo que has elegido mal" … le dijo el sargento, mientras la amarraba a una argolla en el patio.

Aquella noche, como no, tuvo la visita del sargento y de sus hombres. Borrachos y sedientos de carne. Estando acostumbrada al sexo por dinero, decidió que sería mejor ser sumisa… Pidió que la desataran, se desnudó… Estuvo con los tres hombres uno por uno sobre la paja del establo. No fue peor que una noche en el burdel…

Sabía que por la mañana la llevarían a junto del herrero. Iba a ser encadenada y encerrada en una de las torres huecas de la muralla que protegía la villa.

Al terminar el sexo y vestirse, vio como uno de los hombres recogió las cuerdas que la maniataban. Iban a amarrarla otra vez. Algo se encendió en su interior… a sabiendas de que no había nada que perder se lanzó a una acción desesperada.

Sin saber qué estaba haciendo se lanzó al suelo. Allí estaba tirada una daga de los soldados. Rápidamente, la desenfundó. El hombre de la cuerda rió y se echó sobre ella. Carlota sólo vio la expresión de dolor del hombre. Miró un instante hacia abajo y lo comprendió. Acababa de hundirle el puñal en el vientre. Tiró del arma y un gran chorro de sangre salió a borbotones manchándolo todo, sobre todo su falda y su camisa. Los otros soldados quedaron paralizados, tal vez por miedo, tal vez simplemente por sorpresa.

Ella echó a correr locamente… Sabía que la puerta principal del castillo no se cerraba en tiempo de paz. Llevaba alpargatas y eso le permitía ser todo lo rápida que alcanzaran sus piernas jóvenes.

Los soldados habían bebido mucho… gritaron, juraron, corrieron torpemente…

La gata se defendió arañando y desapareció en la noche.


El lobo:

Una vez más mi mente se va a escenas de la terrible guerra civil. Ya hace más de diez años y cada vez que cabalgo al trote por el monte recuerdo el fuego, el choque de espadas, las atrocidades que todos cometimos.

No fue mi primera guerra… Nací en un campamento militar. Mi madre fue una de esas “mujeres del campamento” que al quedar viudas y sin nada en medio de una guerra deciden acompañar a los soldados. Limpian, cocinan, cuidan heridos… y por las noches pasa lo inevitable, a veces consentido, otras no tanto… No conocí a mi padre, tengo claro que fue un soldado.

Razzias vikingas, guerras contra moros… Mi primer combate fue a los catorce años. Llegué a capitán…

Ahora… Más de cuarenta años son muchos para luchar en una guerra. Además, la guerra civil pudo conmigo… Traiciones, crueldad, inocentes masacrados, esclavizados… Demasiado.

Desde entonces soy un espectro… Me he hecho una minúscula cabaña en la montaña más apartada. Un refugio para el invierno… En verano intento ganar monedas suficientes. Hago lo que nadie más quiere o se atreve a hacer. Soy un basurero… Cazo fugitivos. Alguien me llamó un día cazarrecompensas… puede ser un nombre adecuado.

Subo por un camino pedregoso y empinado… Diabla nos guía… Diabla es una enorme perra alobada de color negro. Monto en Bruto… un viejo percherón de color negro. Llevo armas y todo lo necesario… Lo mejor es mi cota de mallas negra. ¡¡¡Todo negro!!! Por algo me llaman el lobo negro.

Creo que es la primera vez que debo dar caza a una mujer… Una prostituta fue apresada por robar y consigue huir matando a uno de los soldados. Me llamaron el mismo día… El duque prefiere pagar que arriesgar a más soldados en el bosque. En el burdel había ropa de la fugitiva. Lo que Diabla necesita para seguir el rastro. Es verano… los rastros son fuertes, no hay lluvia que los borre. No sé cómo es esa chica, pero si mató a un soldado es peligrosa.

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El camino es pedregoso, empinado… No sé cómo esa chica pudo recorrerlo sin montura. Diabla nunca se equivoca en un rastro… en eso confío. Parece que salió como pudo del castillo, corriendo como un pollo sin cabeza. El camino de la villa iba hacia abajo y ella subió… En medio de la oscuridad, corrió sin rumbo de una colina a otra. Ví un rincón con hierba aplastada donde debió descansar. Después, continuó por los caminos, parece que ya con más criterio. Este camino lleva a lo alto de la sierra, al otro lado está el mar. En esta zona no hay campesinos, ni cazadores… mucho menos soldados. Querrá acampar en la playa, aguantar el tiempo que pueda, intentar que un barco de pescadores la recoja. Si se ofrece como cocinera, la subirán a bordo. Le cobrarán el pasaje por la noche pero si es ramera, ya sabrá qué hacer.

Al llegar a la cima, vemos el mar. Bruto resopla. Comienza el descenso… Han pasado cinco días desde su huída. Yo he tardado dos a caballo, ha caminado rápido.

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Anochecer… el sol dibuja un increíble resplandor de fuego sobre el mar. Ahí está… en medio de la playa, ha preparado una pequeña hoguera. La espío, escondido entre los árboles. Ropa manchada de sangre, la daga del soldado está clavada en el suelo junto a ella. Parece que ha capturado un conejo o liebre… Se apaña bien.

Se aparta de la hoguera y del arma… ¡¡¡Qué!!! Se acerca a los árboles, se agacha… está haciendo pis… Es el momento. El pudor no es siempre bueno…

Diabla hace su trabajo… Se acerca a ella ladrando como la fiera que es. La acorrala contra un árbol.

Camino hacia ella con paso firme. Me ve pero sigue pegada al tronco, aterrorizada por los colmillos de Diabla. Me aseguro de que vea la espada. Ella está desarmada… He elegido el mejor momento.

Llevo conmigo una alforja de cuero. De ella saco la herramienta necesaria: un conjunto de tres grilletes, cuello y muñecas. Con ellos puestos estará indefensa. No creo que se resista mucho, el miedo al perro la mantiene inmóvil.

Cuando empecé en esto encargué tres juegos como éste: pequeño, mediano y grande. Nunca había usado el pequeño. Un buen herrero los hizo según mi diseño. Cierran con tornillos. Se pueden colocar con la mano para terminar apretando con una herramienta.

Le coloco el collar de bronce al cuello. Tres vueltas de tornillo con la mano. Una cadena de cinco eslabones cae sobre su pecho. Al final, otros eslabones más pequeños sujetan los grilletes para las manos. Mano izquierda. Otras tres vueltas. Su mano queda justo bajo el pecho, no podrá bajarla más. Mano derecha, acabo de sujetarla.

Mientras cojo la herramienta, comienza a forcejear. Todos hacen así… Luchan inútilmente un día o una noche entera, a veces más. La ignoro… aprieto a conciencia todos los pernos. También tengo un grillete grande de hierro y cinco pies de cadena. Los uso para amarrarle un tobillo al árbol, cierro con un candado.

Me aprovecho de su pequeño campamento. Acabo de cocinar el conejo. Desde el cercano árbol viene constantemente un cansino ruido metálico. No dice ni palabra pero no para de moverse. Intenta liberarse, primero simplemente da tirones… tiene que dolerle, pero lo intenta. Después intenta soltar los tornillos con los dedos desnudos. Los grilletes no le dejan separar las manos más de un palmo. Aun, dándole la herramienta le costaría soltarse.

Le ofrezco comida… me escupe… Le ofrezco agua… la tira.

Al rato le vuelvo a dar agua… ahora bebe. Pero no quiere probar bocado…

Duermo al raso entre la hoguera y el árbol… Mejor dicho, dormito… Cada vez que abro un ojo veo el cielo estrellado y oigo el obsesivo tintineo de las cadenas. La prisionera sigue intentándolo…


Capturada:

Segundo día. Segundo día caminando bajo el sol. El mercenario, o lo que quiera que sea, me lleva de vuelta al castillo del duque. Fueron cinco días de huida. Creo que ahora tardaremos sólo cuatro.

Por las noches me encadena a un árbol. Paso la noche viendo los ojos brillantes de ese animal. No sé si es un perro, un lobo o directamente un demonio… Si me muevo, lo oigo gruñir.

Los grilletes hacen imposible cualquier intento. Manos juntas, justo debajo del canalillo. No puedo hacer mucho más… Encima este animal ha atado una cuerda a la cadena. La usa para obligarme a mantener el ritmo de marcha. Sentado en su caballo, con la cuerda atada a la silla, da tirones cuando empiezo a renquear. La fiera negra me sigue de cerca… Noto su aliento…

Al menos me da de beber… También de comer, pero apenas puedo tragar nada.

Quedarme con el anillo fue un error. Siento lo del soldado… Sí, eran unos violadores e iban a enterrarme en vida, pero lo siento… murió para nada. Me han atrapado. ¿Qué me espera en el castillo? Para qué me lo pregunto… Lo sé perfectamente: tortura y muerte...

Aunque me cueste, aprieto el paso, me pongo a la altura de mi captor.

  • ¿Por favor? -le digo.
  • ¿Qué quieres?
  • Mátame...

Me ignora, aleja el caballo con un trote suave. A mí, por un momento, me hace correr. A pesar de todo, le grito…

  • Te pagarán igual si me llevas muerta. Córtame el cuello… Elige la forma pero mátame rápido.

Me sigue ignorando… Llevo dos días viendo su rostro impenetrable y su expresión austera. Su atuendo negro contrasta con sus luminosos ojos verdes. Puede ser un mercenario pero no es un sádico, no me hará sufrir innecesariamente.

Ni se acerca a mí por las noches. Podría forzarme a gusto cuanto quisiera y no lo hace. Lo digo en serio… si me mata me haría un gran favor. Pero no lo hará… Un verdadero soldado sólo mata en combate y él lo es.

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Atardecer del tercer día… continúa la penosa marcha por caminos de montaña. Me suena el camino, la vegetación… Sé que estamos cerca. Mañana llegaremos antes del mediodía…

Algo raro pasa. Se ven columnas de humo en el horizonte… También se ven grupos de campesinos por los caminos más alejados. Por aquí no solía pasar nadie. Van deprisa, se diría que huyen…

Mi captor busca donde acampar. Me encadena a un árbol pero no comienza a preparar una hoguera. Sale a galope en dirección al horizonte… Me deja en compañía de la perra. Sí, he visto que es hembra… Hembra de una especie diabólica.

Me quedo apoyada en el árbol. Por mi cabeza sólo pasan malos pensamientos. ¿Va a buscar a soldados que harán que comience el infierno en vida?, ¿No aparecerá más y moriré de sed aquí amarrada?, ¿Las fieras me devorarán?, ¿El perro me devorará?

Hasta ahora tenía calor… He empezado a sentir frío… Ya comienza a estar oscuro. De repente, lo veo volver. Solo. Realmente siento alivio…

Viene hacia mí… Trae una herramienta en la mano. ¡¡¡Empieza a soltarme!!!

  • Ha estallado una nueva guerra… -dice-. No sé quién ataca el ducado pero unos soldados huidos me han informado. Han destruído el castillo, rodean el burgo. Se cree que el duque ha muerto. Su hijo intenta organizar la resistencia.

Me libera por completo, me da un poco de comida…Vuelve a hablarme:

  • Si seguimos ese camino moriremos. A nadie le va a importar ya tu delito. Escapa… ¡¡¡Has vuelto a nacer!!!

Una semana después:

Despierto, no sé si es de día o de noche. La cueva, mejor dicho, la mazmorra está oscura. A ver si viene a encender el candil.

Nada ha mejorado hasta ahora… desnuda y encadenada… Justo como estaría en la torre de la muralla si no me hubiera rebelado. La verdad es que todo ha sucedido muy rápido. Desde aquella discusión en el burdel he actuado por impulsos, sin pensar…

Repaso las últimas dos semanas: el delito, la captura, el juicio, la violación, el crimen (o fue defensa propia), la huida, otra vez capturada…

Hubo un momento en que pude marcharme… De hecho, lo hice.

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Una vez el cazarrecompensas me liberó, eché a correr… No miré atrás hasta que perdí el aliento. Fue entonces cuando me sentí muy sola, indefensa en medio del bosque. Animales, soldados desertores, campesinos huyendo… podía ser presa fácil para cualquiera. Por eso volví…

Volví al claro del bosque con mi captor… soldado, secuestrador… lo que fuera. Él había encendido su hoguera. Se extrañó de verme, no puso buena cara… le gusta la soledad. Es un lobo solitario. Pero no me expulsó. Me dejó calentarme en la hoguera. Compartió la comida… Incluso un poco de vino. El vino siempre me afectó mucho… Acabé la cena borracha, hablando mucho y riendo más. Él habla poco, lo justo…

En aquel momento creo que mi mente volvió al burdel. Así empezaba las noches, bebiendo para que fuera más llevadero. Charlando con clientes… Si este hombre fuera mi cliente, no sería de los repulsivos. Es mayor pero lo lleva mucho mejor que otros. Su actividad física le ayuda…

La noche siguió como tenía que seguir… Al rato de acabar la cena comencé a besarlo. Al primer contacto hizo el gesto de escapar… Pero cuando insistí desperté algo en él… Seguramente llevaba años sin estar con mujeres pero los soldados no son inexpertos en el sexo. Unos son puteros, entran espada en mano en los burdeles intentando tener fiesta sin pagar. Otros respetan más a las mujeres pero aprovechan su uniforme, su porte, su supuesta hombría… y la debilidad de las mujeres que encuentran a su paso: viudas, huérfanas, víctimas de la guerra.

Para mi sorpresa, aquel hombre de cuarenta años me abrazó firmemente. En un instante me quitó la camisa, una prenda ya sucia y medio destrozada por mi viaje por el monte, manchada de sangre… ¡¡¡Ahhh!!! Su lengua en mis pezones…

Continuó tiempo chupando mis senos, besando mi cuello… Ningún cliente del burdel hacía eso. Me estaba dando placer a mí…

Continuó besando mi vientre… Me quitó la falda, ¡¡¡Ahhh!!! Me toca la vulva… me toca, jugando a penetrarme, mimando mi clítoris. ¡¡¡Ahhh!!! Sigue mucho tiempo, me besa los senos al mismo tiempo.

Intento devolverle un poco los favores. Lo ayudo a desnudarse. Lo masturbo con las manos… lo masturbo con la boca… ¡¡¡Ahhh!!! Su miembro erecto es enorme. Chupo, chupo… lentamente… después un poco más rápido. Sigo, sigo… Él me detiene. Está a punto de eyacular…

No se anda con rodeos… Me cabalga… me penetra… ¡¡¡Ahhh!!! Tiene una fuerza descomunal… ¡¡¡Ahhh!!! Nos corremos los dos a la vez, al calor de la hoguera. Nos tumbamos exhaustos, desnudos, resoplando…

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Ese fue otro momento en que todo pudo acabar bien. Pude marcharme sin más… pero no, tenía que cagarla una vez más.

Desperté antes que él… Me vestí y decidí irme. Pero era mejor no irme de vacío. Sabía que en las alforjas tenía comida, tal vez también monedas de oro…

Ensillé al caballo, se dejó. Colgué las alforjas. Intenté montar… Soy buena amazona pero al intentar arrancar, el animal me derribó. Estaba levantándome dolorida cuando oí los ladridos. La bestia estaba a punto de echárseme encima. Me revolví como pude…

Entonces sentí una mano de extraordinaria fuerza sujetándome por el brazo y tumbándome en el suelo.

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No sé exactamente cuántos días nos llevó el camino hasta aquí. Pero para mí fue penoso. De nuevo, caminando con un grillete en el cuello y otro par en las muñecas, atada al caballo. Encadenada a un árbol por las noches. Ahora sólo me da pan duro y agua.

Al fin llegamos a una colina en medio de la niebla. Caminando por un camino que parecía no llevar a ninguna parte, llegamos a una pequeña cabaña. El muro tenía dos hileras de piedra como base pero después estaba formado por gruesos troncos. No mediría más de doce pies de frente y otros diez de fondo pero la parte de atrás se apoyaba en la ladera verde del monte, diríase que se introducía en la montaña.

El hombre rebuscó en sus alforjas. Sacó una llave y abrió el gran candado que aseguraba la puerta.

  • ¿Tu casa? -le pregunté, no me había dirigido la palabra en todo el camino.
  • La guarida del lobo -respondió.
  • Eras mi último trabajo de esta temporada… llegará el invierno y hay que refugiarse.

Por el otro lado había una especie de tejadillo, como un porche lateral. Ató allí al caballo y entramos. Abrió una ventana… Era una especie de salón con chimenea, el perro se tumbó junto donde se encendería el fuego. A mí me arrastró hasta la puerta del fondo. Iba agotada, caminando forzada, con él agarrándome el brazo y empujándome con su cuerpo. Seguía sujeta por los grilletes aunque tenía los pies libres.

Al pasar aquella puerta todo era oscuridad. La casa parecía tener una parte excavada en la montaña. Mi captor encendió un candil y agarró la cadena para llevarme tras él.

Aquella habitación parecía su dormitorio, la temperatura era la de una bodega. Al fondo había lo que parecía la entrada a una cueva natural. Por allí me llevó.

Sí, era una cueva… una estrecha cueva de paredes de piedra que serpenteaba haciendo eses con cierta pendiente hacia abajo. Me estaba llevando a las entrañas de la montaña.

Creo que caminamos unos veinte pasos cuando llegamos a una especie de estancia circular cubierta por una bóveda de piedra. El ambiente no era malo, temperatura templada y tampoco había demasiada humedad. Sin embargo, no se veía ya la entrada y la oscuridad debía ser total sin una tea o un candil.

El hombre me dejó en el centro y me soltó. Ví que se dirigía hacia la pared buscando algo. Al oír el tintineo del hierro supe lo que iba a pasar. Unidos a la pared con argollas, tenía varios grilletes como el que usaba para sujetarme por las noches.

Sin mediar palabra me encadenó un tobillo y se fue dejándome en la oscuridad. Al rato volvió y colgó un candil de un clavo en la pared. Me dejó un poco de agua y pan duro como las piedras. Echó un poco de paja en el suelo. Remató el trabajo quitándome las alpargatas. Ya estaban destrozadas de caminar por el monte pero supongo que quería asegurarse de que no podría escapar. Se fue y me dejó sola.

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Siguió sin decir palabra. Venía varias veces al día, me trajo un cubo para los excrementos. Cambiaba el aceite del candil, aun así duraba poco y yo pasaba la mayor parte del tiempo en completa oscuridad. Seguía dándome sólo agua y pan.

Mantuve la noción del tiempo un par de días… Cuando ya no sabía si era día o noche, vino él. No traía comida ni aceite de quemar. Quedaba algo de luz en el candil. De cerca, vi una herramienta en su mano. Para mi sorpresa me quitó los grilletes de las manos y del cuello. También liberó mi tobillo. ¿Qué pasaba?

Me sacó a empujones de la mazmorra… Llegué al salón y la luz de la ventana me cegó los ojos. Sentí como me desnudaba violentamente… ¿Me violaría?, ¿Me mataría?

Me obligó a poner una prenda muy extraña. Era arpillera, tela de saco. Fui atreviéndome a abrir los ojos y vi los detalles. Era como un rectángulo grande de esa tela, con un agujero central por donde introdujo mi cabeza. La tela caía por delante y por detrás sin apenas tapar nada. En los bordes inferiores había practicado unas ranuras para que sirvieran de trabillas. Pasó un cordel a modo de cinturón y lo ató cerrando el “vestido”... Mentira, no vestía nada. Las tetas se me salían por los lados. Apenas me tapaba medio coño por delante y medio culo por detrás.

Después de eso, me arrastró junto a la chimenea… Había un gran fuego encendido y sentí mucho calor. Ahora, yo no estaba atada ni encadenada pero no era capaz de hacer ningún movimiento de rebeldía. Además, la temible perra alobada estaba allí mirándome, vigilando por si tenía que actuar.

Vi como cogía lo que tenía preparado. Un par de gruesos grilletes de hierro. No eran un trabajo fino de bronce dorado como los que llevé hasta ahora. Eran brazaletes bastos, duros y cortantes.

  • Tenía esto de los tiempos de la guerra -me dijo con voz enfadada-. Los he adaptado para muñecas pequeñas.

Sin piedad, colocó uno de los brazaletes en mi muñeca derecha. Lo cerró colocando un remache caliente. Cerré los ojos queriendo ignorarlo, pero noté el calor que casi me quema la piel, oí los fuertes martillazos, los temblores hicieron temblar todo mi cuerpo. Cuando terminó de golpear oí un sonido como de ebullición, al abrir los ojos una pequeña nube de vapor me impidió ver gran cosa. Debía de haber vertido agua sobre el remache para enfriar el conjunto.

Hizo lo mismo con el otro brazalete. Quedó un momento mirándome sin hablar. Yo, simplemente, separé las manos hasta el límite. Aquellos hierros permitían una separación un poco mayor que los anteriores grilletes, debía de ser una cadena de un pie de longitud. Eso sí, eran más pesados e incómodos. No pude evitar hablar:

  • Ya te lo dije cuando me capturaste, mátame… Me harías un favor.
  • Soy un soldado, no puedo matar si no es en combate.
  • ¿Quién es tu general ahora, soldado?
  • Ninguno pero siempre seré un soldado.
  • El soldado que maté acababa de violarme.
  • Entonces no era un soldado.

Callamos un momento, él me preguntó:

  • Te había liberado… ¿Por qué intentaste robarme? Mi caballo, el oro que me dará de comer en invierno…
  • Por lo mismo que me quedé el anillo en el burdel…
  • ¿Por qué?
  • Porque soy una gata… Las noches de humillación como puta me han hecho perder la conciencia. Lo siento, soy una gata…
  • Lo siento, gata, a mí la guerra me convirtió en un lobo...

Entonces, agarró con fuerza el centro de la cadena y tiró de ella para llevarme con él. Se dirigió hacia la puerta del fondo.

  • ¿Me llevas de nuevo a tu mazmorra?
  • Sí… Esa cueva la he usado para retener prisioneros antes de poder entregarlos.
  • ¿Y qué harás conmigo? El duque está muerto, el ducado en llamas. Ya nadie te pagará, nadie me busca, a nadie le importo...

No respondió… Siguió arrastrándome. Estábamos en lo que debía ser su alcoba, antes de llegar a la cueva. No me quedaban muchas opciones… actué como una gata.

Dejé de caminar, resistí el tirón… ¡¡¡Ay!!! Él se volvió…

  • Mejor que no te resistas -dijo.

Me arrodillé delante de él, pegué mi cuerpo a sus piernas todo lo que pude. Él aún sujetaba la cadena. Como pude comencé a acariciar su entrepierna… Empezó dando un paso atrás pero también soltó la cadena. No sé si fue por la sorpresa o porque el plan no le parecía tan malo.

Yo seguí a muerte. Desnudé su entrepierna y comencé a chupar… como aprendí en el puto prostíbulo. Sé que no hay hombre que se resista a esto. Lamiendo lentamente, con cariño. Parando un instante de vez en cuando, intentando salivar. Abriendo la boca al máximo. Introduciéndola hasta el fondo.

Él aceptó el tributo, comenzó a acariciarme el pelo. Noté como jadeaba. Me paró antes de eyacular… Una palabra se escapó de mi boca:

  • Fóllame...

Y lo hizo. Salvajemente… Yo seguía de rodillas y él de pie. Me levantó tirando de los grilletes… ¡¡¡Ay!!! Desató el cordón que hacía de cinturón. Después tiró por el infame vestido hacia arriba. ¡¡¡Fuera!!! Por eso una forma tan rara, una prenda normal no podría quitármela encadenada.

Me volvió a colocar de rodillas, me inclinó sobre el suelo. Separé las manos lo que pude, la corta distancia entre ellas podía hacerme caer.

Me levantó el culo… Me penetró desde atrás. ¡¡¡Ahhh!!! Me agarró el pelo y tiró… ¡¡¡Ay!!! Comenzó a empujar y a retirarse, cada vez más fuerte… cada vez más rápido. Me cabalgaba como a una yegua. Se agarraba a mi pelo como a las bridas. ¡¡¡Ahhh!!! Me encanta… ¡¡¡Ahhh!!! Cuando terminó, quedé rendida en el suelo.

Al terminar, descansó un poco, se levantó y se vistió. Cogió la prenda de arpillera en una mano y el centro de la cadena con la otra. Tiró suavemente… Comprendí. Había aceptado el tributo pero no iba a haber indulto. Me dejé llevar al fondo de la cueva. Me sujetó el tobillo, cambió el aceite del candil y dejó el harapo de saco en el suelo.

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Llegamos al presente… Creo que han pasado dos días desde que me encadenó. Sigo aquí… engrilletada, descalza, desnuda… No me apetece nada ponerme esa cosa infame. Me sigue trayendo agua, la comida ha mejorado un poco, ya no es sólo pan.

Cuando se ha acaba el combustible del farolillo. Total oscuridad… Paso así gran parte del día. Ya no distingo día de noche.


Sexo por favores, poco a poco:

La mejora en la comida me ha dado un rayo de esperanza. Si sigo dándole sexo, me tratará cada vez mejor. No me queda otra opción…

En su siguiente visita protesté por lo cortante que era el borde de los grilletes. Él apareció al rato con una lima, redondeó los bordes pero también me acabó follando en la celda.

Debemos llevar como un mes de tira y afloja… Fuera ya hace frío y llueve. Ahora me deja vivir con él en la cabaña. Duermo con él en su cama, ayudo a limpiar y a cocinar, como su misma comida, bebo de su mismo vino. Me ha dejado preparar un par de vestidos un poco menos humillantes. De la misma forma pero más largos, con los laterales unidos con botones. Estoy preparando otro en forma de tubo de tela con tirantes que se puedan atar y desatar.

Diabla no me ha vuelto a ladrar. Come de mi mano, yo la llamo por su nombre.

He suplicado, llorado, chillado y rezado para que me quite los grilletes. Sin éxito… Dice que si sigo siendo una gata le traicionaré a la mínima.

Ha nevado… Las vistas por la ventana son espectaculares. Por aquí no se ve un alma. No me deja salir...

De vez en cuando, baja a caballo a la aldea más cercana. Compra comida… A veces va al bosque, trae leña, caza algún conejo… Cuando sale, me encierra en la cueva. Mejor dicho, me encierro yo misma. Él me mira y yo camino sumisa con un candil en la mano, yo misma me coloco el grillete en el tobillo y cierro el candado.

No sé qué pasará al llegar la primavera… Él saldrá a buscar fugitivos… No puede dejarme en la mazmorra… moriría… Querría ayudarle, unirme al equipo.

FIN