El lobo feroz III (final)

El desenlace...

Me desperté entumecida y tardé dos minutos en reconocer la habitación y la mullida cama en la que estaba. Cinco minutos después me relamía recordando la noche anterior.

Sin moverme de la cama capté los ruidos tras la puerta de agua correr y supuse que se estaba duchando. Me estiré bajo el edredón y al volver a levantar la mirada le vi recorrer desnudo la habitación, abrió un cajón y se puso unos calzoncillos, luego otro y sacó una camiseta.

-¿Te gusta lo que ves Lía? –dijo sin girarse-

-Mucho –contesté ronroneando-

-Voy a preparar el desayuno, date una ducha y coge lo que necesites –salió sonriendo para que no le viera-

Me di esa ducha y repitiendo sus acciones, me puse uno de sus calzoncillos y una camiseta y fui a su encuentro.

Al oírme se giró y me miró unos segundos con su ropa interior, luego pasándome una taza me pidió que me sentara.

-Dijiste que cogiera lo que me hiciera falta

-Me refería a champú, toallas… pero nunca te imaginé con mi ropa interior

-¿No te gusta?

-Nunca mi ropa interior me había parecido sexi hasta esta mañana

Sonreí coqueta por el cumplido. Ese hombre era una caja de sorpresas, era el lobo feroz y al rato parecía el abuelito de Heidi, cariñoso y amable.

Tras el desayuno retiramos la mesa y fui a vestirme.

-Espera Lía, tengo un regalo para ti, por demostrarme lo bien que te sientan mis calzoncillos

Se sentó en la cama y tiró de mí hasta dejarme de pie ante él. Bajó un poco el elástico del calzoncillo y dejó mi pubis al descubierto, jugueteando con sus dedos entre mis rizos.

Dejó mi sexo; abrió una caja y extrajo de ella un objeto cilíndrico redondeado en los extremos y de goma, con un cordel en un extremo; era como un tampón de goma, pero algo más grande.

Lo dejó en la cama y de un tirón bajó los calzoncillos hasta mis rodillas, separó los labios de mi sexo con dos dedos e inclinándose metió la lengua pasándola por toda mi rajita.

Movió la lengua de manera enloquecedora haciendo círculos alrededor de mi clítoris mientras agarraba el juguete, lo llevó a mi sexo y presionó este hasta meterlo hasta el fondo de mi vagina.

Una vez dentro apartó la lengua, se levantó y dejándome allí temblando de placer dijo:

-Vístete Lía o llegaras tarde al trabajo –dijo sin más desapareciendo-

-¿Pretendes que llevé esto dentro en el trabajo? –pregunté frustrada-

-No lo pretendo, te lo exijo y sigues teniendo prohibido correrte Lía

A media mañana sentada ante mi ordenador le vi charlar con mi compañera en la mesa frente a la mía, se dio la vuelta y me miró justo en el momento que una vibración dentro de mí hizo que diera un respingo, él sonrió y  entonces vi su mano en el bolsillo, la sacó un poco para dejarme ver un pequeño mando como el de una puerta de garaje, presionó un botón y esa cosa volvió a vibrar en mi vagina, apreté las piernas y la vibración se expandió provocando escalofríos en mi cuerpo, a sabiendas que no podía hacer más que capear el temporal. Paró hasta la hora de comer y justo en el restaurante me sobresalto de nuevo la vibración.

-¿Que pasa Lía? -preguntó mi amiga al notar mi saltito-

-Nada, un escalofrío–le dije buscando al lobo feroz entre la gente-

Le vi en la barra sonriéndome.

Diez minutos después volvió a vibrar con algo más de intensidad y así estuvo toda la comida. Cuando al final lo paró mi sexo estaba encharcado y cada célula de mi pedía más.

Un gesto suyo me llevó a su lado en la barra.

-Líbrate de ellas y sube al último piso de la oficina –dijo en voz muy baja sin mirarme siquiera para no levantar sospechas-

Volví a mi mesa con un agua que guardé en el bolso y pensé en un plan rápido, fingí leer un mensaje del móvil y les dije a mis amigas.

-Chicas os dejo, tengo que hablar con mi prima que tiene un problema, nos vemos más tarde en la oficina.

Miré la hora, solo me quedaban veinte minutos; en el ascensor volvió a vibrar y para cuando estuve ante la puerta de lo que parecía ser una terraza, mi sexo volvía a arder. Cogí un papel que había pegado y en el leí “entra en la cuarta puerta empezando por la derecha, quédate de espaldas a la puerta y no te muevas”. Vi unas diez puertas iguales, conté y entré en la cuarta.

Era un cuartucho pequeño, oscuro y olía a humedad. El vibrador cobró intensidad y casi se me doblan las rodillas, intentaba aguantar apretando con fuerza mis muslos cuando la puerta se abrió tras de mí. Sabía que no podía girarme y tenía tanta necesidad de correrme que no quería contradecir ninguna de sus órdenes.

Unas manos recorrieron mis piernas, subieron por mis muslos, arrastrando mi falda hasta la cintura, las manos agarraron el elástico de mis bragas y las bajaron hasta mis rodillas.

Temblaba de expectación y sobre todo de incertidumbre porque de repente pensé que podía no ser él.

-Háblame -le pedí-

Sus manos dejaron mis muslos, acercó su cuerpo al mío, la cremallera del pantalón rozaba la piel de mi trasero y apretó para que notara bajo esta su erección. Sacó la camisa de mi falda y noté inmóvil como desabrochaba mi camisa, la abría y sacaba mis tetas por encima del sujetador.

Mi sexo ardía, moví las caderas buscando más contacto mientras sus dedos aprisionaban mis pezones, los friccionaban excitándolos y endureciéndolos, mientras yo jadeaba dispuesta a todo por alcanzar la cumbre, subía el trasero buscando a ese hombre sin saber ni quien era, cabreada porque él me pusiera en ese estado en el que nada importaba.

Sus manos bajaron a mi pubis, me abrí para facilitarle las cosas, de un tirón seco sacó el vibrador de mi vagina y lo tiró sobre mi ropa, oí la cremallera bajar y noté su polla entre mis piernas. Solo podía pensar en lo dura, caliente y palpitante que estaba buscando mi entrada.

Sus manos aferraron mis caderas y tiraron de mí clavándome en esa polla. Grité extasiada cuando me llenó y subí el trasero cuando otra arremetida sacudió los cimientos bajo mis pies. Apoyé con fuerzas las manos para no golpearme con la pared, jadeando enloquecida cada vez que entraba y salía, incrementando la dureza en cada arremetida.

-No puedo más, necesito correrme –supliqué ajena a todo lo que no fuera ese orgasmo que empezaba a ser incontrolable-

Salió por completo, rozo mi clítoris y mi rajita con su glande húmedo y volvió a entrar. Su semen caliente llenó mi vagina mientras decía:

-Ahora nena, ¡córrete!

Reconocí su voz entre los jadeos en el fondo de mi mente mientras mi propio orgasmo estallaba y mis gemidos se unían a los suyos mientras ambos nos movíamos encontrándonos, saciándonos como animales en celo.

-¿Porque no me dijiste que eras tú? -preguntó cuándo pude por fin hablar-

-Porque no saberlo te excitaba más

Me callé sabiendo que era cierto. Guardé el juguete en un pañuelo y le oí salir, cuando hice lo mismo un minuto después ya no estaba.

Esa tarde volvió a salir de viaje y no supe nada de él en los siguientes días, que me parecieron de lo más tediosos.

El viernes a las doce ya estaba en la cama, debí quedarme dormida porque me despertó el teléfono.

-Hola Lía, siento la hora. ¿Dormías o estas por ahí?

-Dormía, ¿qué tal el viaje? –dije feliz de oírle-

-Estoy agotado

-¿Dónde estás?

-Frente de tu portal

-Sube

Salté de la cama al oír el portero y tras abrirle me coloqué el pijama y el pelo, no había tiempo de más.

-Hola Lía –dijo entrando-

-Hola –dije viendo las ojeras- pareces cansado

-Lo estoy, necesito descansar. Pero como es viernes aunque muy tarde y me resistía a no quemar mi último cartucho e intentar convencerte de que te vengas a  mi guarida, dejes que me relaje un poco y luego aceptes mis maldades.

-Acepto, dame unos minutos para que me vista –dije encantada-

-No hace falta, me encanta tu pijama, coge algo de ropa y ponte el abrigo tengo el coche frente al portal.

Fui a mi habitación casi dando saltitos y para mi sorpresa él me siguió.

-Te he traído un regalo –dijo enseñándome una caja- pero más que verlo quiero que lo sientas, ¿quieres?

-Claro –contesté ansiosa-

-Pues ponte en tu camita a cuatro patas

Hice lo que me pedía y el dejando la caja a mi lado en la cama se posicionó de pie detrás de mí, tiró del elástico del pantalón y con el mis braguitas, dejando mi trasero al descubierto.

Su mano plana acarició los cachetes de mi culo, me preparé para algún azote, pero solo hubo caricias, hasta que sacó un tubo de crema y al instante sentí el frio y la viscosidad en mi culo. Iba esparciéndola por todo pero sobre todo empezó a untar mi rajita, pasando un dedo pringado de crema. Buscó mi ano virgen y empezó a presionar con la yema de un dedo. Intenté escapar y la otra mano en mis riñones me retuvo.

-No te muevas Lía, ¿no quieres mi regalo? -dijo con falsa pena-

-Si lo quiero –dije convencida-

El dedo penetró un poco y sentí escozor y algo de dolor pero no me moví, un poco más y me lo metió por completo, invadiendo ese rincón por primera vez.

-Lía ¿nunca?

-No

-Uf que bueno, esto es mejor de lo que esperaba –dijo relamiendo ante esa inesperada virginidad-

Unos segundos después empezó a mover el dedo en mi interior, entró y salió con suavidad hasta que apenas era una molestia. Al rato cuando notó mi relajación, abrió la caja y saco un juguete parecido al de la otra vez pero más pequeño. Sacó su dedo con cuidado y tras untar el juguete lo introdujo en mi ano con una ternura y cuidado alucinante. Colocó de nuevo mi pijama y dándome un toque me dijo:

-Coge tus cosas preciosa o no nos iremos –dijo con mirada lobuna pero demasiado cansancio en sus ojos-

Casi un cuarto de hora después dejábamos su bolsa y la mía en su salón.

-Necesito un par de horitas para recuperarme –dijo algo apenado provocándome hasta ternura-

-¿Señor puedo cuidarte esas horas?

-Deberías –dijo con una sonrisa-

Fui al baño y abrí el agua de la enorme bañera mientras él se desnudaba. Coloqué una toalla bajo su cuello y fui a prepararle una copa.

Al volver le di la copa y me arrodille detrás para masajear sus hombros.

-Esto sigue mejorando preciosa –dijo ronroneando-

Durante media hora masajeé sus tensos muslos sin dejar de mirar su sexo empalmado, que él lucia sin reparos. Después de rodillas sequé sus pies, sus piernas y… su sexo, mientras él secaba el resto. Quería lamerla, pero sabía por su mirada que no tenía permiso y ni me acerqué a pesar de desearlo.

-Vamos a dormir un rato –dijo colocándose desnudo bajo el edredón-

Me acosté frustrada a su lado, con la molestia aun en mi trasero y sin darme apenas cuenta me quedé dormida.

Un zumbido y un escalofrió me despertaron varias horas después y vi que estaba desnuda.

En la chimenea crepitaba el fuego caldeando la habitación. De nuevo sentí una vibración en mi trasero y otro escalofrió recorrió mi columna.

Él sentado en su sillón ante el fuego con otra copa en una mano y el mando en la otra activaba el vibrador que había dejado en mi trasero.

-¿Ya te has despertado?

-Sí, estoy demasiado cachondo para dormir –dijo con normalidad-

Vino hasta la cama y de pie en los pies de esta dijo:

-Date la vuelta, hoy quiero tu culo princesa

Algo asustada obedecí, me di la vuelta y apoyé la cara en la almohada mientras separaba mis piernas.

El juguete vibraba en mi interior cuando pegó los nudillos al colchón y empujó la mano acariciando mi vulva con las yemas, haciendo círculos entorno a mi clítoris.

De nuevo vibraba con sus caricias, de nuevo mi sexo chorreaba mojando sus dedos que se empaparon en mis jugos, me penetró con uno, con dos, con tres y hasta con cuatro dedos haciéndome jadear de placer, entrando y saliendo, la vibración acentuaba las sensaciones. Sus dedos chapoteaban cuando su otra mano tiró del vibrador y uno de esos dedos penetró en mi trasero, esta vez solo noté un poco de molestia. Cuando me relajé de nuevo añadió un segundo dedo y así tenía dos dedos en cada sitio.

Unos minutos después jadeaba extasiada con la doble penetración. De nuevo mi cuerpo, mis sensaciones y mi placer le pertenecían, era dueño y señor de mi cuerpo el cual yo ponía en sus manos con sumo placer.

Me colocó a cuatro patas, aun jadeaba por el placer de sus caricias y el miedo por lo que venía, solo acentuaban las sensaciones.

Miré de reojo y le vi sacar su dura polla, agarró la punta con dos dedos y me relamí al ver dos gotitas de semen. La llevó a mi entrada trasera y presionó. Sentí un dolor punzante cuando su glande entró, un nuevo empellón me hizo aferrar las sabanas y un tercer empujoncito hizo que mordiera la almohada mientras mis ojos se llenaban de lágrimas; el dolor rozaba lo insoportable y esperaba más, pero se quedó quieto.

-Ya estoy dentro, no te muevas –me ordenó-

Un minuto después empezaron sus envites, salió un poco y entró de nuevo, dos veces, tres… cinco despacio hasta que el dolor se aplacó y ya solo molestaba un poco. Hasta que sin darme cuenta empecé a relajar los músculos y mis caderas se mecían al ritmo que él marcaba.

-Así, muy bien pequeña, tu culo es tan estrecho y esta tan rico.

Sus palabras curvaron mis labios en una sonrisa y su mano resbaló entre mis piernas, buscó de nuevo mi sexo y al momento este volvía a arder buscando ahora sus acometidas, cada vez salía más y entraba más duramente y al final ya no había resistencia alguna. Ambos jadeábamos de nuevo en busca de la cresta de la ola.

-Córrete ahora mismo, quiero notar tu orgasmo mientras me corro en tu culo

Presionó mi clítoris, mordió mi espalda y me corrí cuando un nuevo envite le llevó al orgasmo. Ambos caímos unidos y aun jadeando sobre el colchón.

En las siguientes dos semanas volvió a ordenarme llevar el vibrador, donde y cuando a él se le antojara: durante el trabajo, en una cena e incluso durante una reunión y yo no podía correrme. Así llegaba frustrada al momento en el que me permitía correrme; admito que esos orgasmos eran devastadores.

Volvió a follar mi culo y mi vagina mientras me azotaba atada a la cama o en cualquier parte y yo disfrutaba como nunca del sexo. Admití que sus órdenes y entregarle el control solo hacía que disfrutara más y mis orgasmos eran mil veces mejores.

Tras una semana de encuentros al límite, se fue de nuevo de viaje y no le vi en una semana.

El sábado por la mañana algunos trabajaban y yo fui a terminar unas cosas que tenía pendientes. Al llegar solo estaban los de contabilidad, pasé hacia mi mesa al otro extremo y al pasar por su despacho le vi, estaba reunido con una clienta, pero sus palabras me dejaron clavada en el suelo:

-Sí, tu marido me ha pedido que cuide de ti  hasta que el venga por la noche –le dijo a la mujer-

-Gracias

Reconocí esa voz, ese pelo y al mirar desde otro ángulo reconocí a la vecina de mi amiga, no era solo una clienta era la mujer con la que le había visto desde el balcón.

Me fui a mi mesa depre y dos minutos después apareció.

-Acabo de llegar, me moría por verte –dijo rozando disimuladamente el perfil de mis pechos sobre la ropa-

-Pues tienes visita ¿no?

-Aun así espero que vengas

-Se quién es

-Lo sé y noto tu rechazo, pero ella solo es sexo, no es nadie en mi vida fuera de eso.

-¿Y yo quien soy en su vida señor?

-La mujer con la que pienso y deseo a cada instante. Con la que quiero compartir y a la que quiero enseñárselo todo.

Sus palabras y un nuevo roce de sus dedos derribaron cualquier barrera, aunque no aplacaron mi rabia. Pensé ya en su coche.

-Ana ella es Lía –nos había presentado en el garaje-

-¿Comemos mejor en mi casa chicas? –preguntó afirmando más bien el-

Paramos a por comida y nada más llegar le dijo:

-Ana sobre la cama esta tu ropa, tu ven conmigo Lía –dijo llevándome a mí a su habitación-

Estaba nerviosa, enfadada y aun así dejé que él me desnudara completamente y acariciara a su antojo. Unos minutos después temblaba de pie en medio de su habitación.

-Ponte lo que hay sobre la cama –exigió-

Vi que era un camisón blanco de tela recia, estilo victoriano que me llegaba a los pies.

Volvimos al comedor y allí de pie estaba Ana, solo llevaba una cortísima y apretada camisola de raso, que dejaba al aire su sexo lampiño. Era bastante más mayor que yo y ambas éramos la noche y el día, ella estaba delgadísima, de pechos pequeños y sexo completamente rasurado. Yo por el contrario estaba rellenita, mis pechos eran grandes y mi sexo tenía un triángulo de pelitos. La ropa era igual de dispar, ella enseñaba, sin dejar nada a la imaginación, de mí solo se veían las uñas pintadas de mis pies.

Comimos y después recogimos en silencio, Ana pidió hacer café y nosotros fuimos al salón.

Él se sentó en su sillón y me pidió que me sentara en su regazo, de espaldas a él. Lo hice y noté como tiraba de la adusta tela de mi camisón por delante y destapaba mis piernas, mis muslos y mi sexo. Sus dedos pronto jugaron con mis rizos apartándolos después en busca de mi sexo.

Apoyé la cabeza en el hueco de su cuello y dejé que siguiera calentándome con sus caricias, algo nerviosa por Ana. Como si la hubiera llamado mentalmente apareció con los cafés, intenté recolocarme pero él me lo impidió.

-Tranquila Lía

Sintiéndome extraña dejé que el siguiera con las caricias mientras Ana miraba fijamente entre mis piernas. Sus miradas y las caricias de él fueron poniéndome a cien hasta que le oí:

-Sigue tu Ana –dijo abriendo mi sexo con dos dedos-

Alucinada la vi arrodillarse entre nuestras piernas y acercarse a mi sexo abierto, acercó su boca empezó a lamer de arriba abajo, parando solo para dar pequeñas succiones a mi clítoris. Me removía nerviosa, pero cada vez más excitada sintiendo los dedos de él y la lengua de ella.

Ana no paraba de lamerme y él dejó mi sexo para desabrochar unos botones hasta que desnudó mis pechos y empezó a sobarlos.

Notaba su polla rozarme a pesar de la tela de su pantalón, miré de reojo y vi tras una señal a Ana liberar su polla.

Me cabreó sus miradas y que esta le entendiera a la primera. Le oí jadear y vi que se la estaba meneando. Cabreada me removí y entonces ella acercó el  capullo a mi raja y lo frotó encendiéndome, apoyó la punta al final de mi raja, noté el roce de esta en mi clítoris. Bajó de nuevo y empezó a lamernos a ambos y oírle jadear me estaba matando de rabia y placer.

Sabía que no quería que me corriera y cabreada como una mona busqué el orgasmo y me corrí en la boca de Ana mojando su polla dura con mis jugos sin que a pesar de su propio cabreo por desobedecerle no dejó de sobar mis tetas y pellizcar mis pezones durante mi orgasmo.

-No podías correrte Lía –dijo enfadado- Ana sigue lamiéndola –le dijo sentándome donde él estaba y levantándose.

Esperaba algún azote, pero no esperaba lo que sucedió. Ante mí se puso un condón y después arrodillándose tras Ana, la cogió de las caderas y se la clavó de un golpe.

Quise gritar de rabia, quien gritó fue Ana pero de placer.

Durante un buen rato aguanté rabiosa cada arremetida que la pegaba a mi sexo y la hacían gemir sobre mi sexo. Luego la incorporó tirando se sus hombros, salió de su sexo y la empujó más hacia mí, luego  apoyó una mano en mi muslo y con la otra agarró su sexo lo llevó a su culo y poco a poco la penetró analmente ante los alaridos de ella.

Sus dedos acariciaron la piel de mis muslos, luego mi ingle y por último se coló entre los pliegues de mi sexo. Le odie por excitarme aun en ese estado separé las piernas más y me penetró con tres de sus dedos cuando tras unos envites le dio permiso a Ana, mientras esta se corría él no paro y se corrió también.

-Ahora tu –dijo empujando con fuerza-

Separó los dedos dentro de mí y cuando empecé a correrme los sacó para que me corriera sola.

El orgasmo fue débil y le odié también por dejarme a medias.

Me fui al sofá, me tapé con una manta y debí quedarme dormida, porque desperté al oír voces a mí alrededor y vi que ya era de noche.

Él estaba en su sillón, Ana estaba sentada en el brazo del sillón junto a él y a mis pies había un hombre que reconocí como el marido de Ana.

Le saludé y me disculpé para ir al baño, allí a solas volví a alimentar mi rabia recordando lo sucedido y cuando salí me quede atónica mirando como Ana de rodillas entre ambos que estaban ahora en el sofá les estaba masturbando. No sabía qué hacer, pero a pesar de todo no quería irme.

-Puedes sentarte en mi sillón –dijo mi lobo, estirando una mano para sacar un pecho de ella-

-Uf que ricura con ese camisón-dijo el marido de Ana-

Me senté para ver como Ana ahora iba lamiendo de polla en polla sin soltar ninguna. Mi rabia subía enteros por momentos.

-¿Lía esta vez vas a obedecerme? –dijo contándole lo de antes-

-tu chica victoriana tiene agallas, ¿vas a subirte ese camisón?

Miré a mi lobo y con semblante serio asintió, dude si obedecerle y de nuevo me retó con la mirada.

Sin dejar de mirarle subí mi camisón hasta la cintura.

-Ven –me pidió ese hombre-

De nuevo asintió y lentamente me acerqué al lado de ese hombre disgustada. No dudo en tocar mi sexo, en buscar mi entrada y meter uno de sus gordos dedos en él.

Me encantaría tenerlo alrededor de mi polla -dijo sin dejar de mirarme-

Volví a pedir con la mirada que dijera que no, pero de nuevo asintió agarrando a Ana y tirando de ella para acaparar toda su boca.

Quería sacarle esos ojos con los que me miraba mientras otra le chupaba la polla, pero me coloqué ante su amigo y mientras se ponía un condón, separé las piernas y me senté a horcajadas sobre el regazo de su amigo, guio la polla a mi entrada y dejándola allí me agarró de la cintura y me clavó en su gorda polla. Noté como abría mis entrañas sin dejar de mirar a mi lobo, cerré los ojos un momento por las sensaciones y al abrirlos la mirada de mi lobo soltaba chispas mientras su amigo me movía arriba y abajo como una muñeca sobre su polla. Mi camisón rozaba sus muslos, sus huevos y el gemía cada vez que me empujaba hacia abajo.

-Que estrecha estas preciosa me encanta como me aprieta tu coñito, no voy a resistirte mucho -dijo jadeando-

Apreté los músculos de mi vagina y solté varias veces acentuando sus jadeos, oleadas de placer recorrían mi columna, miré a mi lobo y le vi apartar a Ana.

Poniéndose en pie se colocó detrás, subió mi camisón y apoyando una mano en mis riñones me aplastó contra la barriga de su amigo mientras con la otra mano llevaba la polla a mi culo.

-Eres una zorra nena –dijo entrando sin piedad-

Sentirme doblemente penetrada me enloqueció, oír como ese hombre se corría mientras yo me frotaba me enardeció.

-Córrete conmigo, ahora Lía –dijo mi lobo descargando su semen en mi culo-

Y estallé en mil pedazos, en un asombroso orgasmo demoledor.

Ya solos nos dimos un baño juntos, mientras el frotaba delicadamente mi cuerpo con una esponja suave le pregunté:

-¿Cuándo cabalgaba sobre la polla de tu amigo sentiste celos?

-Más de lo que debería admitir

-Y entonces ¿por qué?

-Por sexo, él solo te dio placer y eso es bueno. ¿Hubieras subido sobre tu polla si hubiera dicho no Lía?

-No –dije sin tener que pensarlo-

-Ahí está tu respuesta, él te dio placer, yo poseo tu cuerpo. Ser dueño de tus decisiones… ese poder que me entregas es el que me lleva al sumun del placer. Ana me da sexo, pero no intento poseerla nunca, porque es a ti a quien deseo dominar.

Me gustó su explicación, me gustaba él y lo que me hacía sentir, ¿qué más daba la manera? si al final el placer era máximo cuando me entregaba por completo. Pensé estirándome en su cama mientras él me preparaba el desayuno.

Espero que os haya gustado