El lío de los puñeteros relatos
Mi afición por escribir relatos eróticos me mete en líos con mi mujer, pero termina produciéndome grandes satisfacciones.
Soy un hombre maduro, creo que bastante normal, pero desde hace varios años tengo la afición de escribir relatos eróticos.
La afición empezó cuando leí en un libro sobre masajes eróticos que me regalo Antonia, mi mujer, que una buena terapia para favorecer las relaciones sexuales, era imaginarse historias excitantes que tuvieran un final feliz y en las que se planteasen situaciones potencialmente reales o no, dando rienda suelta a la imaginación.
Hasta el momento habré escrito unos ocho o nueve y la verdad es que me divierto bastante haciéndolo, pero sobre todo, Antonia y yo nos divertimos juntos leyéndolos y excitándonos mutuamente durante las largas tardes del verano. Tratan un poco de todo, las únicas condiciones que les impongo es que haya mucho folleteo y que sean divertidos. Nunca me han gustado los relatos que toman el sexo con demasiada seriedad y menos los que se ponen trascendentes con el sexo, la vida y la muerte u otras sandeces.
Bueno la historia que pretendo contar trata, precisamente, sobre algo que nos ocurrió a Antonia y a mí a cuenta de los dichosos relatos.
La asistenta que teníamos en casa, ya durante varios años, una rusa o ucraniana o similar, mona pero muy parada, se había quedado embarazada y cuando se acercaba el parto la sustituyó una cuñada suya, Ana. Ana tenía unos cuarenta años, buena moza, guapa, buen cuerpo, simpática y de carácter abierto. Tenía dos mellizas adolescentes de un matrimonio fracasado y vivía con ellas y con su madre en un piso, al parecer, demasiado pequeño para tanta mujer sola.
No se todavía porqué, pero me dio por escribir un relato sobre las aventuras y desventuras de Ana. Este es el relato:
EL RELATO SOBRE ANA.
A las dos semanas aproximadamente de estar viniendo Ana a casa, comencé a notar que el “cajón de los secretos”, donde Antonia y yo guardábamos nuestros objetos íntimos: esposas, látigos, antifaces, vibradores, juguetes diversos y también los ejemplares impresos de los relatos, estaba cambiado de como lo habíamos dejado después de usarlo la última vez. No es que estuviera desordenado, estaba distinto.
Debo decir que soy bastante maniático con los objetos y que además tengo una memoria fotográfica para esas cosas. Pensé que Antonia lo habría trasteado. Había pasado varias noches fuera de casa y nadie está libre de un calentón. No le di mayor importancia, ni lo comente con ella.
Un vienes terminé mis clases en antes de tiempo. Los niños habían decidido constituirse en asamblea a las doce de la mañana. Siendo viernes no tenía ganas de volver por el despacho y me fui para casa. La llave de la puerta estaba echada, Ana habría terminado ya sus tareas y se habrá ido, pensé. Abrí y me dirigí a nuestro dormitorio. Sin embargo, al momento un sexto sentido me hizo pensar que Ana seguía en casa, pero que por algún motivo había echado la llave. Así que anduve sin hacer ruido. La puerta del dormitorio estaba entreabierta, miré y dentro estaba Ana sentada en la cama, leyendo lo que me pareció uno de mis relatos. Estaba absorta, jadeaba levemente y se tocaba las tetas por encima de la camiseta.
Tuve sensaciones contradictorias. Por un lado me pareció mal que rebuscara en nuestro “cajón de los secretos”, ya comprendí quien lo revolvía y lo volvía a ordenar, pero por otro lado, me causaba cierta satisfacción que los leyera y la excitasen, al fin y al cabo, estaban escritos para eso: para leerlos y excitarse con ellos.
Tras observarla unos segundos más, decidí volver por mis pasos, hacer como que volvía a abrir la puerta de la calle, esta vez haciendo mucho ruido, y dirigirme hacia la cocina. Ana apareció al muy poco tiempo. Estaba colorada y le costaba hilvanar las palabras. Se disculpó diciendo que cerraba la puerta con llave por precaución y se fue, todo ello sin mirarme a la cara.
Me quedé pensativo. Bueno, parecía ser que mis relatos tenían éxito entre más público que Antonia y yo. Me acerqué al dormitorio para averiguar que relato era el que había estado leyendo. Me pareció que, por estar encima del todo y mal guardado en su sobre, se trataba de “Una atracción obsesiva”. Un relato cuyo protagonista, que era yo, estaba completamente obsesionado con una vecina, Antonia, y que dormido se corría casi todas las noches, debido a sueños bastante lúbricos en los que ambos se veían involucrados.
Finalmente, decidí no darle más importancia al asunto, ni comentarlo con Antonia. Mientras la casa estuviera atendida, si quería leerse mis relatos, allá ella con el calentón que cogiera.
A los pocos días empecé a notar que el cajón de mi armario en el que guardo la ropa interior, también había sido trasteado. Suelo guardar los calzoncillos de uso diario, siempre boxes, en la parte delantera del cajón y los de las fiestas con Antonia, en la trasera. Sin embargo, el cajón no siempre aparecía en ese orden.
En esos días Antonia había decidido reorganizarme la ropa. Tirar la que estaba rota o muy usada, hacerme silenciosamente recomendaciones cambiando el orden en que se guardaba la ropa,…etc., así que pensé que el sucedido se debía a la operación “cambio” iniciada. Pero me equivocaba.
A las dos semanas del incidente de los relatos, Antonia estuvo unos días fuera de casa por motivos laborales. Yo seguí mi mismo horario de siempre, excepto un día, que al tener una reunión fuera del despacho a las diez de la mañana, pude levantarme algo más tarde. Ese día seguí la misma rutina de todas las mañanas, sólo que casi una hora más tarde. Al salir del baño del dormitorio después de ducharme, en pelotas como siempre, allí estaba Ana.
Mi primer pensamiento fue volver al baño o taparme el nabo, que además lo tenía morcillón. Sin embargo, decidí no hacer nada de eso, sino saludar a Ana e ir al armario a por mi ropa. Ana estaba paralizada, con la vista fija en mi polla. Al cabo de unos segundos, no pocos, balbuceó unas disculpas y salió de la habitación. La situación me había puesto bastante cachondo, sobre todo, cuando caí, repasando lo acontecido, en que Ana llevaba puestos unos calzoncillos míos negros de los de mucha fiesta. Era ella quien, no sólo rebuscaba en mi cajón, ¡sino que además se los ponía! Salí de casa rápidamente, sin entrar en la cocina para no cruzarme con ella y bastante alterado.
Tengo que confesar que el morbo producido por que se pusiera mis calzoncillos, me tuvo toda la mañana como un berraco, sin poder quitarme su imagen de mi cabeza: estaba realmente atractiva con la camiseta corta hasta el ombligo, que llevaba sin sujetador y aquellos calzoncillos negros repletos de su potente culo.
Al volver a casa a mediodía me fui directamente al cajón. Allí estaban nuevamente los dichosos calzoncillos. No pude reprimirme y me los llevé a la nariz. Olían a mujer y estaban ligeramente húmedos. Repasé los demás calzoncillos de fiesta e igualmente olían a mujer, a una mujer que no era Antonia. Tenía que hablar con Antonia, aun cuando sin cargar la mano, para evitar problemas mayores.
Antonia volvió el viernes, ya tarde. Antes de la cena, como una anécdota, le conté la escena de la salida del baño, sin mencionar los calzoncillos, y le hice mención, sin querer afirmar nada, que creía haber notado ciertos cambios en el “cajón de los secretos” y en mi cajón de la ropa interior.
Antonia se rió con la historia de la salida del baño y me comentó que ella también había notado cambios en su cajón de la ropa interior, preguntándome, finalmente, que buscaba yo en el “cajón de los secretos”, sin estar ella. Antonia dijo que hablaría con Ana sobre lo sucedido.
Para no liar más la situación de Ana le confesé a Antonia que era yo quien toqueteaba su cajón cuando estaba fuera, porque me gustaba oler su ropa e incluso, algunas veces, ponérmela. Antonia me dijo que era un pequeño pervertido y me impuso como correctivo la obligación de ponerme su tanga más pequeño en mi siguiente clase en la facultad (¡siete horas!), así se me quitarían las ganas de ponerme sus bragas. Riendo le rogué y le supliqué que no me impusiera ese castigo, pero fue inflexible.
Con las tonterías del pase de boy y de las bragas nos pusimos como motitos. Le pedí a Antonia que se vistiera para cenar con alguna de su ropa interior más perversa. Ella aceptó, pidiendo a cambio que yo me vistiera también para la ocasión. Se puso un conjunto de tanga y sujetador negro y rosa, que dejaba sus lindas tetas al descubierto. Estaba preciosa. Yo por mi parte me puse unos calzoncillos deportivos ajustados, sin la parte trasera, que era sustituida por dos tirillas que dejaban el culo al aire.
La cena fue corta y de lo más calentita. Cuando estábamos terminando se levantó y fue a la cocina, al volver me ordenó que cerrara los ojos y me tumbara boca abajo en el sofá. La obedecí sin rechistar.
- Me apetece algo dulce. –Diciendo eso, noté un ruidito y un intenso frío en el culo, ¡me estaba rociando de nata montada! Sin mediar palabra metió su cara en mi culo y comenzó a lamerlo despacio y con esmero por todas partes, cachetes, ojete, perineo,…etc. Me estaba poniendo fuera de mí, tenía una erección que el nabo no me cabía en los calzoncillos-. Date la vuelta, que por este lado ya he terminado. –Me quitó los calzoncillos y me untó de nata el nabo y los huevos. No podía resistir más con los ojos cerrados, quería ver como me devoraba. Comenzó por los huevos y con una pulcritud exquisita fue lamiendo toda la nata hasta dejarlos impolutos, siguió por el tronco de mi polla hasta llegar al capullo que se metió entero en la boca-.
- Antonia no puedo más, si sigues me corro y será peor para ti.
- De eso nada, quiero que me hagas una buena paja. El dulce me pone muy cachonda.
Se tumbó a mi lado, me incorporé un poco y le comí las tetas mientras mi mano entraba en su entrepierna, que estaba completamente mojada. Empezó un suave jadeo que fue subiendo de tono hasta que me dijo:
- Sigue, sigue, sigue, no pares –y se corrió durante casi un minuto-.
- Te gusta la nata, pues toma nata. –Me volví a untar la polla de nata y se la metí en la boca como un loco. Al minuto no podía soportar más sin correrme, y le dije:- Pues ahí va la leche con que fabrican la nata -y me corrí en su boca sin poder esperar un segundo más-.
Nos quedamos dormidos en el sofá hasta bien entrada la mañana del sábado.
La semana siguiente estuve bastante liado y me olvidé por completo de la charla que debía tener Antonia con Ana. Sin embargo, cuando volví el martes a casa para comer sorprendí a las dos en medio de la misma, sin que ellas se dieran cuenta. En ese momento era Ana quien hablaba:
- Antonia, no te lo voy a negar y te ruego que me perdones, pero es que mi vida sexual es y ha sido siempre un desastre y esta casa me ha abierto los ojos. Déjame que te cuente para que me entiendas. Mi marido, bueno exmarido, era un auténtico borrico, además de un pichafloja; su única sexualidad consistía en medio follarme cada quince o veinte días, sin tocarme antes ni siquiera una teta o darme un beso. Como me casé muy joven, además con mi primer novio, y mis padres eran ya mayores, no he recibido ningún tipo de educación sexual y mucho menos nadie me ha enseñado a disfrutar del sexo.
Yo estaba escuchando detrás de la puerta del salón, sin querer interrumpir la conversación entre ambas. Ana estaba muy alterada, casi a punto de echarse a llorar, pero sobreponiéndose continuó:
- Una vez que me separé del borrico, la práctica del sexo dejó de existir para mí, pues la relacionaba con el sufrimiento y con el asco y no con el placer. Casualmente, me equivoqué de cajón al ir a guardar los polos de Carlos y abrí el cajón de abajo. Lo que vi me llamó poderosamente la atención. Debí haberlo cerrado, pero no pude, la curiosidad era demasiado fuerte. Durante estas últimas semanas, quedándome más horas, he conocido y me ha encantado todo el contenido del cajón: los libros, las revistas, los catálogos, los juguetes, pero sobre todo me han asombrado los relatos, a través de ellos he conocido que el sexo puede ser divertido, aun cuando sea sólo leído. Comprendí que Carlos te los escribía como una muestra de amor y para compartir el deseo. Me pareció tan bonito que, por primera vez, comencé a desear a un hombre. Por eso no pude evitar comenzar a mirar en sus cajones y descubrí los calzoncillos que tiene para cuando os ponéis a eso, vamos a follar, creo. Quise compartirlo y por eso, te tengo que decir que me los he estado poniendo, como Carlos te habrá contado cuando me vio la otra mañana al salir del baño.
- ¡Pero bueno, eso no lo sabía! A ti no te parece que te has pasado de la raya –exclamó Antonia-. Una cosa es leer unos relatos que no son para ti y otra es calzarse a mi marido por la vía de los calzoncillos.
- Jamás, Antonia, jamás estropearía vuestro amor. Además, Carlos no tiene ojos más que para ti, yo soy transparente para él.
Ahí se equivocaba Ana, para mi ninguna mujer es transparente, aunque no tenga la menor intención de hacer nada con ninguna, sin permiso de Antonia, claro.
- Antonia, yo sé que lo que he hecho no está bien, pero ponte en mi lugar, piensa en mi situación. Tengo más de cuarenta años, me estoy haciendo mayor y no he disfrutado de la vida. Ya se que es muy desahogado por mi parte, pero estoy dispuesta a sacrificarlo todo. Échame de tu casa si quieres, pero tengo que pedírtelo: por favor, enseñadme Carlos y tú, sed mis guías en el sexo. Dentro de tres meses vuelve mi cuñada y no volvéis a verme, pero enseñadme algo, por favor.
La cosa se había puesto un pelo melodramática, pero sobre todo, yo no quería que Antonia le contestase sin antes haberlo hablado entre nosotros. ¡Coño estas ocasiones no se presentan todos los días! Así, que abrí la puerta de la calle de nuevo y la cerré con un portazo para que no hubiese duda de que había llegado y cortar la conversación, sin que Antonia pudiera decir nada más. Entre en el salón, ambas me miraron con arrobo. Ana se levantó del sofá y Antonia la siguió. Saludé y me prometí que en ese momento no las dejaría a solas de ninguna de las maneras. Ana recogió su bolso y se marchó.
- Bueno ¿Qué tal? –Le pregunté con inocencia fingida a Antonia-.
- Ya hablaremos tú y yo, literato de los cojones.
- Joder, como te pones. ¿Pero que he hecho yo?
- Anda, cállate y prepara la comida, que tengo hambre.
- ¿No vas a contar nada?
- Más tarde, si eso.
Pensando en lo que Ana deseaba, recordé los clásicos eróticos que trataban sobre la llamada “educación sentimental”, cuando deberían conocerse como “educación para golfas”. No se porqué cuando la literatura erótica ha tratado el tema de educar a mujeres sin experiencia sexual, siempre ha sido con adolescentes a las que unos pervertidos quieren convertir en una golfa. Si al final Antonia se decidía afirmativamente a la petición de Ana, deberíamos pensar muy mucho como hacerlo, para evitar el planteamiento clásico.
Durante la comida Antonia evitó el tema y sólo lo inició por la noche mientras preparábamos la cena. Hizo un breve resumen de la conversación con Ana, evitando el tema de los calzoncillos. Su opinión era que le daba pena la historia sentimental de Ana, pero que nos encargáramos de su reeducación le parecía peligroso para todos, sobre todo porque había detectado un cierto cuelgue de Ana conmigo. Le expresé mi opinión:
- Antonia, yo creo que Ana no está colgada conmigo, sino con lo que represento en su mente. Un hombre enamorado, sexualmente activo, abierto y creativo.
- Carlos, que ya sé que no tienes abuela. Quieres ir al grano.
- De acuerdo. En mi opinión deberíamos hacerlo, pero hacerlo bien. Se trata de que descubra sus posibilidades para ser feliz, para tener una vida sentimental y sexual satisfactoria y, por otra parte, para nosotros puede ser una actividad entretenida y excitante, que podremos recordar durante mucho tiempo.
- Tu lo que eres es un salido. Ana está en casa cumpliendo su trabajo, complicarlo con algo tan íntimo puede acarrear muchos problemas, pero bueno, si tu crees que debemos hacerlo, pues adelante.
- Mira, para que no haya malos rollos ni malentendidos, tú marcas las pautas y yo me limito a seguirte en lo que tú digas, si crees conveniente que participe en algo.
- ¡Que morro tienes! Si al final resulta que serás un santo varón. Si lo hiciéramos, ¿cómo crees que debería ser?
Me quedé un rato pensativo. La verdad es que no tenía la menor idea de cómo podría hacerse sin resultar unos salidos.
- No lo se Antonia, pero yo creo que tiene que saber que el deseo y su satisfacción están también en la cabeza y no sólo en la entrepierna. Que la imaginación es tan importante como la acción. Que la excitación puede ser tan placentera como la satisfacción y, además, puede durar mucho más. Que dar placer es igual de agradable que recibirlo y que sin una cosa no hay otra.
- Todo eso está muy bien Carlos, pero la cuestión es cómo.
- Mira, para que veas que no soy un salido o un aprovechado, te propongo que nos grabemos a nosotros mismos en los momentos adecuados y después que ella nos vea.
- ¡Tú eres gilipollas! ¿Qué te crees ahora actor porno?
- Que no es eso Antonia. Del porno no se aprende más que cuatro posturas. Se trata de que aprenda el cariño, la excitación mutua, el desarrollo del deseo y no el folleteo. ¿Recuerdas lo de la nata del otro día?
- Claro y muy bien.
- ¿Tú crees que eso es porno?
- No, creo que es imaginación, excitación, amor,…
- Pues a eso me refiero.
La cuestión quedó ahí durante algunos días, pero el sábado a medio día, cuando la comida ya estaba en la mesa, Antonia desapareció para volver a los pocos minutos con un pequeño camisón casi transparente. Le noté algo raro, quizás la expresión viciosa de sus ojos, quizás su sonrisa perversa.
- Carlos, por favor, ve por el vino a la cocina. –Fui, volví y me senté de nuevo-. No te parece que estoy algo cambiada –dijo a la misma vez que se levantaba el camisón y me enseñaba el arnés con la polla que me había regalado algunos años atrás.
Por poco me atraganto, ya entendía la mirada y la sonrisa. Me encantaba chuparle la polla falsa como si fuera suya verdadera. Me agaché para hacerlo, pero ella se negó.
- Ahora come, quiero que te pongas a mil, pero antes quítate los calzoncillos y vuelve a ponerte los pantalones, quiero ver tu bulto durante la comida.
Cuando me quité los calzoncillos ya tenía una erección monumental. Me costó trabajo volver a ponerme los pantalones, sobre todo por el cuidado que debía tener con la cremallera.
Mientras comíamos no podía evitar dejar de mirarle la entrepierna. Me tenía loco. Cuando terminamos le dije que nos fuéramos al dormitorio, pero ella me dijo que no, que quería hacerlo en el salón. Se puso de pié y se acercó hacia mí sobándose la falsa polla.
- ¿Te gusta meneártela? –Le dije para calentarla todavía más-.
- Quiero tenerlo bien duro para cuando me lo chupes. –Me puso de rodillas y me lo metió en la boca. Que placer era simular la mamada mientras apretaba su duro culo. La polla me iba a reventar dentro de los pantalones-. Túmbate que me da penita verte el paquete que llevas. –Lo hice. Antonia se sentó de frente sobre mis piernas, desabrochando el pantalón y bajando la cremallera. Mi polla saltó y me hizo daño del golpe que me dio en la barriga. Se movió y se colocó en la posición del 69-. Chupa, que yo también te voy a chupar. –Que placer, estaba como loco. Alternaba entre la falsa polla, su chocho y su ojete. No pude más y me corrí entre alaridos-. Eres un egoísta, así que sigue lamiendo hasta que me corra. –Lamí, chupé y mordí durante varios minutos hasta que ella se corrió apretándome sin piedad los huevos-.
No pudimos incorporarnos hasta pasado un rato largo. Antonia, sin quitarse el arnés fue por su ordenador y lo puso frente a mí.
- ¿Te parece que estaría bien para una primera clase?
Lo había grabado todo. Cuando vimos toda la grabación, pensé que mi idea no había sido muy buena. No se puede grabar el deseo, la excitación, la sorpresa, la satisfacción y menos transmitirlo con la frialdad del vídeo.
- Tendremos que pensar en otra cosa.
- No Carlos, he estado pensando en el tema y creo que de donde de verdad se aprende es de los libros, así que si le quieres enseñar, le escribes un relato formativo o informativo o como te de la gana, ya que el lío este lo has empezado tu, con tu puñetera afición a los relatos.
Cuando iba a contestarle desistí. Conocía lo suficiente a Antonia para saber que no iba a dar su brazo a torcer, de manera que a la mañana siguiente me senté en el ordenador y comencé a escribirlo.
EL RELATO DE ANA.
La ruptura de mi matrimonio, aunque me supuso una autentica liberación, fue un descalabro para mi vida. Como no teníamos dinero, pero si una hipoteca que a duras penas podíamos pagar estando juntos, decidimos malvender el piso y, al menos, quitarnos la deuda. Él se fue con su nueva pareja, a la que el señor llevará a la gloria, porque en vida está en el infierno, y yo y mis hijas nos fuimos a casa de mi madre.
Mi madre no es mala persona, aunque ella lo intente de verdad, así que la vuelta a la convivencia diaria, con las dos niñas además, no fue un plato de gusto. Sin trabajo, casi sin dinero, las cuatro en un “pisito” de dos habitaciones y con mi madre comiéndome la cabeza todo el día, sobre que yo había sido la culpable de la separación porque era una manirrota con aires de grandeza. En estas condiciones no podía decirse que mi vida fuera un lecho de rosas. De nueva pareja o de rehacer mi vida, mejor ni hablar.
El día que cumplí los cuarenta se me vino el mundo encima. Pese a que había sido una jovencita mona y con cierto atractivo, cometí el error de mi vida casándome muy joven con el borrico de mi exmarido. La verdad es que nunca estuve muy convencida de casarme con él, pero la certeza de querer salir de mi casa era mayor que las dudas que abrigaba sobre la boda. ¡Que acierto! Por eso al cumplir los cuarenta, quería morirme: había tirado veinte años por la borda, volvía a estar en casa de mi madre, con mis dos hijas, además, que las pobres no tenían culpa de nada, y como mujer me sentía prejubilada, pero sin paga.
Cuando las niñas se iban al colegio y yo me quedaba en casa con mi madre, el tiempo hasta que volvían se me hacía interminable. Al principio traté de buscar trabajo, pero, tras meses de intentarlo, comprendí que, salvo por un milagro, era una tarea imposible. Cuarenta años, sin estudios y sin haber trabajado nunca no ponían fácil la cuestión, más estando en medio de una crisis como la que estábamos viviendo.
Pero el milagro ocurrió. Mi cuñada la rusa, la mujer de único hermano, se había quedado embarazada y para no perder la casa donde trabajaba, me propuso que la sustituyera durante los meses del parto y la lactancia. Sin preguntar nada y sin dudarlo, le dije que si. Ella alguna vez me había comentado que se trataba de un matrimonio, ella de cuarenta y algo y él diez años mayor, con un hijo de unos diez años, que eran educados, limpios, ordenados y formales y que pasaba meses sin verlos, ya que cuando ella llegaba ellos ya habían salido y que cuando ellos volvían ella ya se había marchado, así que además el trabajo se lo organizaba ella, sin mayores problemas.
Mes y medio antes del parto mi cuñada me avisó de que debía sustituirla ya, pues no se encontraba con demasiadas fuerzas para seguir trabajando. Me anunció que había quedado al día siguiente con Antonia, la dueña de la casa, para presentarme y que ya quedásemos entre nosotras. Estaba tan contenta de poder salir de casa de mi madre, aunque fuera por unas horas, que esa noche casi no dormí.
A la mañana siguiente me arreglé con lo mejor que tenía, recogí a mi cuñada y nos fuimos a ver a Antonia. Antonia era una mujer de unos cuarenta años, alta, guapa, con cierto parecido a Julia Roberts y muy buen tipo. Tras una hora hablando, sólo interrumpida por varias llamadas al móvil, también llegué a la conclusión de que era abierta y simpática, justo como me la había descrito mi cuñada.
Según nos contó, su hijo estaba con su madre desde que le habían dado las vacaciones en el colegio y estaría allí hasta finales de julio; su marido estaba de viaje en Sudamérica y no volvería hasta dentro de unos diez días. Como no tenía mucho trabajo en esas fechas, había pensado en quedarse en la casa algunas mañanas para que entre las dos hiciéramos una limpieza a fondo, aprovechando la situación. Yo le dije que a mi no me importaba quedarme algunas horas más, ya que también estaba sola en esa quincena, y así podríamos aprovechar mejor el tiempo. Quedamos en eso y nos despedimos hasta el día siguiente. Durante la vuelta a casa estuve pensando que tenía cierta envidia de Antonia: teníamos la misma edad, pero a ella se la veía pletórica y yo me encontraba acabada.
Los siguientes días dedicamos toda la mañana desde las ocho y media hasta las dos y media a dejar la casa como nueva. Le tomé aprecio, no era de las que mandaban y se relajaban, sino que trabajaba como la primera, la verdad es que me hubiera resultado difícil seguirle el ritmo, si no fuera por las llamadas de teléfono que hacía o que recibía y que a mí me permitían descansar algo.
El viernes dimos por terminada la limpieza y ella propuso que fuéramos a comer a algún sitio para celebrarlo, ya que las dos estábamos solas, podríamos darnos compañía y a la vez me agradecía el esfuerzo que había hecho. Iba a aceptar encantada, cuando pensé que con las pintas que llevaba no podía ir a ningún sitio de los que ella frecuentaría, así que me hice un poco la renuente, pero ante su insistencia le tuve que decir la verdad.
- Eso sería si estuviera Carlos, que es un manirroto –contestó Antonia. Nosotras vamos a ir a un sitio “arregladito”. Pero de todas formas, yo creo que tenemos la misma talla, coge lo que quieras del armario y asunto arreglado.
Cogí un vestido que me gustó para probármelo. Esperé un poco para desnudarme a que saliera, pero ella, al parecer, no tenía la menor intención de hacerlo y a mí me resultó violento irme al baño. Finalmente me desnudé no sin cierta vergüenza, siempre había sido muy corta. Ella no me quitó la vista de encima mientras me quitaba la ropa y me ponía el otro vestido. En efecto, teníamos las dos más o menos la misma talla, así que una vez arreglada nos fuimos las dos a comer a un sitio próximo.
La comida consistió más en hablar y en beber que en comer, como además es normal en dos mujeres solas cuyas frustraciones no se van masticando. No tengo costumbre de beber más allá de dos cervezas y como nos bebimos dos cervezas y una botella de vino, a media comida estaba ya que no había quien me callara, hasta tal punto que no deje hablar a Antonia, lo cual ya me había dado cuenta que era difícil.
Lo malo no es ya que hablara como una tricotosa, sino que comencé a contarle mi vida, es decir, la desgracia de mi vida y con tanto verismo que hice pucheros, lloré, moqueé, en fin todo el repertorio de una mujer deprimida. Tanto pené, que de la tensión, terminé con una contractura en el cuello. No se si porque dejase de dar el espectáculo o por el buen fondo que tenía Antonia, se empeñó en volver a su casa para darme un masaje, por ver si se me pasaba, al menos, el dolor del cuello.
Ya de vuelta en su casa, me dijo que me tumbara en la cama. Aunque me parecía que estaba abusando de ella, el dolor era tan grande que me tumbé sin rechistar.
- ¿Pero como quieres que te de un masaje en la espalda con la ropa puesta? –Me dijo Antonia cuando entró en la habitación-.
Tenía razón. Como me había puesto un vestido, no podía quitarme sólo la parte de arriba. Con más vergüenza que otra cosa, me quedé en bragas y me tumbé boca abajo. Antonia se sentó a horcajadas sobre mi culo y comenzó a frotarme la espalda y el cuello con lo que me dijo era aceite de masaje. Cerré los ojos y me dejé hacer. Estaba en el paraíso, hacía años que nadie me tocaba y creo que en toda mi vida me habían tocado con tanta delicadeza.
El masaje, el vino, la situación o el relax que me estaba entrando, hicieron que empezara a notar una agitación que hacía años no tenía. Antonia debió ponerse a mi lado, porque noté que se bajaba de mi culo. Yo seguí con los ojos cerrados, incluso cuando noté que me bajaba las bragas para masajearme el culo y los muslos. ¡Me estaba poniendo cachonda, pero muy cachonda! Al cabo del rato abrí los ojos y di vuelta a la cabeza para mirar a Antonia. Estaba completamente desnuda. Era preciosa y se conservaba como si tuviera treinta años. Tenía unas tetas medianas con pezones grandes y la ropa no engañaba, tenía un tipo fantástico. Llevaba el pubis depilado, sólo con una pequeña mata de pelo justo en la rajita. Nunca había tenido una relación con otra mujer, pero ahora estaba deseando tenerla.
Antonia me dijo que me pusiera boca arriba. Me resistí, no quería que me viera. No me gustaban mis tetas, para mí demasiado grandes, y, además, llevaba una mata de pelo en el coño como un felpudo de pelo largo. Finalmente, no pude resistirme ante la insistencia de Antonia y como los niños pequeños cerré los ojos con la intención de que no me viera.
- Ana, hay que hacer algo con la melena que llevas en el pubis.
Diciendo esto, se levantó para volver a los pocos segundos con una toalla, tijeras, espuma y cuchillas de afeitar. No se atreverá a hacer lo que estoy imaginando, pensé. Pero si. Colocó la toalla bajo mi culo y con suavidad, pero con determinación, abrió mis piernas y con la tijera empezó a cortar los vellos más largos. Una parte de mí me decía que tenía que hacer algo o descubriría que estaba empapada, pero otra parte me decía que no hiciera nada, que sólo me dejara llevar y disfrutase de la situación más erótica que jamás me había sucedido. Ganó la segunda opinión y, simplemente, mantuve los ojos cerrados y traté de relajarme. Dejé de oír las tijeras y noté como extendía la espuma por mis muslos y mi pubis.
- ¿Cómo te apetece tenerlo, corto o rasurado? –Me preguntó Antonia rompiendo el silencio-.
Pensé que corto lo había llevado alguna vez, pero rasurado nunca y me apetecía que Antonia pudiera ver mi coño en toda su extensión.
- Si no te importa rasurado.
- A mí me parece estupendo, Carlos me lo rasura cada verano y a mí me gusta verme como la Nanci.
Abrí los ojos, no quería perderme la escena. Ver a Antonia desnuda afeitándome el coño me tenía fuera de mí y ya no me importaba nada, excepto disfrutar cuanto la situación diera de sí. Después de algunos minutos y varias cuchillas, estaba como mi madre me trajo al mundo. Volví a mis años previos a la pubertad, recordando como me miraba deseando convertirme en mujer. Antonia tiró de mi para que me levantara, me llevó al baño diciendo:
- ¿Quieres el agua caliente o la prefieres fría? Por mí, te advierto que no me gusta mojarme con agua fría.
Estaba claro que con enorme discreción Antonia me estaba preguntando si seguíamos o lo dejábamos y que a ella le gustaría seguir.
- A mí ahora tampoco me apetece el agua fría. –Dije con la voz trémula. Sin duda estaba yendo demasiado lejos, pero me daba igual-.
Entramos en la ducha, Antonia abrió el agua caliente y con el rociador me lavó profundamente el monte, los muslos y el coño. Me secó con una toalla, sin rozarme con la piel, y salimos fuera de la ducha. Ya en la habitación me puso frente al espejo, manteniéndose ella detrás, y me preguntó si me gustaba mi nueva imagen. No me daba vergüenza estar así, las dos desnudas frente al espejo. Me volví hacia ella y le dije que mucho. No pude más y la besé apasionadamente en la boca, mientras metía mi mano entre sus muslos. No era yo la única que estaba empapada. Fuimos hacia la cama. Antonia me tumbó boca arriba, empezó a lamerme suavemente los pezones y masajearme las tetas. Fue bajando sus labios por mi cuerpo sin soltar mis tetas, deteniéndose en el ombligo y el vientre hasta llegar a mi rasurado coño, que penetró con su lengua.
- Ana, sabes que tienes un cuerpo de locura, con un poco más de cuidado puedes atraer a cualquier hombre o a cualquier mujer.
Diciendo esto me volvió boca abajo y comenzó a morderme suavemente las nalgas y a chupármelas, mientras me masturbaba el clítoris. Me estaba volviendo loca, si seguía así me correría en un minuto o así lo sentía, porque la realidad es que me corrí en menos. Tuve un orgasmo largo, gritando y moviendo las piernas como si estuviera poseída por el demonio.
- Te hacía mucha falta, ¿verdad? –Dijo mientras seguía besándome las nalgas-.
- No sabes cuanto, ha sido el mejor orgasmo de mi vida y eso que a mí me gustan los hombres.
- Y a mí, pero eso no tiene nada que ver para pasar un bien rato y dar y recibir mimos y caricias.
- Hasta ahora me los has dado tú todos y yo me he dedicado a disfrutar.
- En absoluto, yo disfruto tanto dando placer como recibiéndolo. Pruébalo tú ahora y verás como es cierto. Hazme lo que desees.
Me había puesto en un compromiso. Mi falta de experiencia tanto con hombres como con mujeres, no me permitía tener un repertorio de caricias, que se salieran del sota, caballo y rey y Antonia debía tener una amplia experiencia y unos gustos sofisticados. Mientras pensaba por donde salir, observé sus pies y por ahí encontré una salida. Me apetecía chupárselos. Me tumbe y con todo mi cariño comencé a lamérselos. Primero uno, después otro, ahora con la lengua, luego con suaves mordiscos, hasta terminar con todo un pie dentro de la boca. Antonia se dejaba hacer, emitiendo suaves gemidos. Sin duda le gustaba, pero lo que descubrí enseguida es que a mí también. Estaba volviendo a ponerme cachonda, la intimidad, la libertad, la ausencia de tabúes me gustaba y mucho. Decidí poner mis pies también en juego y con ellos comencé a masturbar el coño y el culo de Antonia. En poco más de dos minutos fue acelerando la respiración, los gemidos crecieron en volumen, se tensó y se corrió ruidosamente. En efecto, sentir que lo que había hecho con tanto deseo, le había causado tanto placer, me había puesto en un estado de excitación mayor que cuando ella me había masturbado. Me puse de rodillas frente a ella a la altura de sus tetas y como una loca me masturbé el clítoris y me metí los dedos en el coño hasta que tuve otro fantástico orgasmo.
- Tienes razón Antonia. ¿Cómo podemos ser tan ignorantes y no comprender que dar placer a otro es todavía mejor que recibirlo?
- Bueno, ahora tu ya lo sabes, el sexo no es esperar que otro nos de placer, sino darlo y recibirlo mutua y generosamente.
- ¿Cómo es el sexo entre Carlos y tú?
- Abierto, apasionado, respetuoso e imaginativo. A los dos nos gusta inventar, así que cuando las circunstancias lo permiten, nos damos todo tipo de caprichos. ¿Te apetecería jugar alguna vez con nosotros?
- Si –dije sin pensarlo-. Si a ti y a Carlos no os importa, me encantaría. Tengo que cambiar muchas cosas en mi cabeza y en mi vida.
- ¿A Carlos? Si estuviera oyendo esta conversación, se volvería ahora mismo a nado desde el Perú.
Finalmente, volví a casa con el convencimiento de que esa tarde había cambiado mi vida para mucho mejor. Me sentía de nuevo viva como mujer, la “terapia” con Antonia había revolucionado mi sexualidad dormida, me había dado confianza en mí misma y no estaba dispuesta a perder la nueva oportunidad que la vida me brindaba.
Los días siguientes pasaron casi sin que viera a Antonia, ella había vuelto a su rutina del trabajo y algunos días ni nos cruzábamos. Lo sucedido no había causado problemas para ninguna de las dos y como a ambas nos gustaban los hombres, salvo que volviera a darse una circunstancia parecida a la de la tarde que nos liamos, no saltaba ninguna chispa. Un día le pregunté a Antonia por qué lo había hecho. Me contestó que porque a mí me hacía falta y a ella también.
Noté que Carlos había regresado de su viaje al ver sus cosas por la casa una mañana de finales de julio. Pensé si Antonia se acordaría de la propuesta que me había hecho. Al día siguiente salí de dudas. Antonia se había quedado en la casa por la mañana para hablar conmigo.
- Le he dicho a Carlos que mañana te quedarás a comer, porque tenemos que hacer algunas cosas por la tarde. No le he contado nada, para que las cosas sean más naturales. Así que ponte guapa por dentro y por fuera y que Dios reparta suerte.
Esa misma tarde fui a comprarme ropa interior nueva. Estaba como un flan. En mi vida había hecho un trío y llevaba varios años sin acostarme con un hombre, así que era comprensible mi estado de animo. Después de muchas dudas, me decidí por una ropa interior provocativa, pero no demasiado (sujetador negro un poco transparente de los que aprietan y suben las tetas y un tanga, también negro, justo, pero no de tirilla, que realzaba mis nalgas), Carlos no sabía nada y no quería que pensara que iba todos los días pidiendo guerra. Exteriormente me decidí por un vestido corto algo ajustado, todo abotonado por delante
Al día siguiente llegué a casa de Antonia y Carlos sobre las nueve y media, ellos ya se habían marchado. Toda la mañana estuve hecha un manojo de nervios. Llegaron sobre las dos y media, calentaron la comida y, pusieron la mesa, sin permitir que les ayudase en nada.
Físicamente Carlos era tal y como aparecía en las fotos que había por la casa. Me pareció campechano y de carácter muy amable. Desde el principio me hizo sentir muy cómoda.
La comida fue muy agradable y distendida, a lo que ayudó la botella de vino que nos tomamos entre los tres. Antonia había mantenido un tono ligeramente picante durante toda la conversación, a fin de ir calentando el ambiente. Cuando recogimos la mesa y nos sentamos en el sofá para tomarnos un limonchello, Antonia le dijo a Carlos:
- Hoy no puedes quejarte de la comida que has tenido con dos mujeres tan guapas. –Y dirigiéndose a mí, continuó- Ana, ¿sabías que Carlos tiene aficiones literarias?
Carlos la miró con cierta extrañeza y siguió callado. Antonia continuó:
- Pues sí, Carlos, aquí donde lo ves, es un gran aficionado a escribir relatos eróticos. Como no hay nada en la tele y todavía tenemos tiempo, ¿por qué no nos lees alguno? Ana, ¿a ti ye parece bien por echar el rato?
- Bueno, yo no soy una gran conocedora, pero si a vosotros os apetece, a mí también.
- No se si son muy apropiados para el momento. Son bastante subidos de tono. –Dijo Carlos, no entendiendo cual era la movida-.
- Venga Carlos no te hagas de rogar. ¿Cuándo vas a tener mejores críticas? Tráete el que escribiste sobre un viaje en tren.
Carlos se levantó con cara de extrañeza y fue a por el relato. En mi opinión empezaba a olerse de que iba la movida, aun cuando todavía no la veía clara.
- Tu sígueme la corriente y verás lo bien que lo vamos a pasar –me dijo Antonia cuando Carlos había salido de la habitación-.
- Ana, por suerte para ti, Antonia ha escogido uno de los más cortitos.
Dicho esto, Carlos se enzarzó en la lectura del relato. La verdad es que era bastante subido de tono. La protagonista, Antonia, conoce a Carlos en un tren en Marruecos, por una serie de circunstancias comparten compartimento del coche cama y terminan liados. Antonia tiene una serie de avatares en el hotel de destino, incluyendo una relación lésbica, y finalmente descubre que Carlos era su jefe. Muerta de vergüenza, pretende huir de Carlos, pero finalmente terminan juntos, tras follar como descosidos todos los personajes.
Si Antonia lo que pretendía era calentar el ambiente, lo había conseguido del todo. Cuando terminó el relato, Carlos me miró como preguntando que me había parecido. Yo fui incapaz de decir una palabra. El silencio lo rompió Antonia:
- Carlos, no esta mal, pero creo que la escena en que se conocen, o mejor nos conocemos, es mejorable. –Carlos protestó algo, pero Antonia concluyó.- Para que te convenzas, te vamos a hacer una demostración. Ana, ¿te apetece?
- A mi sí.
La escena era la más íntima y caliente de todo el relato: Antonia se desnudaba sensualmente para Carlos, pero era ella la que se iba poniendo cada vez más caliente, luego desnuda a Carlos y se corre por primera vez cuando este comienza a acariciarla, finalmente, siguen al dale que te pego, hasta que los dos se corren nuevamente.
Antonia separó bastante un sofá de la mesa y obligó a Carlos a sentarse en él. Reparé que Antonia iba vestida de la misma manera que la Antonia del relato. No había dejado nada a la improvisación.
- Empiezo yo –dijo Antonia-.
Dicho esto, me indicó que me sentara en el mismo sofá que Carlos, ella se distanció y lució la figura que le hacían la blusa y la falda ajustadas, junto con los tacones de más de diez centímetros. Estaba muy guapa y atractiva. Cuando terminó de dar varias vueltas y jugar con su pelo. Se arrimó a Carlos y le rozó la nariz con el culo, para luego volver a retirarse. Carlos no le quitaba ojo de encima, pero a veces notaba como me miraba de reojo. Antonia mirándonos fijamente se llevó las manos atrás y muy lentamente bajó la cremallera de la falda. Una vez suelta, la dejó caer mientras se tiraba hacia debajo de la blusa para cubrirse las bragas. Se deshizo de la falda, y siempre con la blusa tensa, se acercó a Carlos y se sentó sobre sus piernas. En esa posición se fue desabrochando los botones de la blusa, de abajo hacia arriba, hasta dejar abrochado sólo el que coincidía con el sujetador. Se levantó y se alejó de nosotros, dándonos la espalda. Así, soltó el último botón de la blusa y se volvió con las manos cruzando la blusa a la altura del pecho. La abrió y cerró varias veces muy rápido, luego se volvió y la dejo caer. Llevaba un conjunto de sujetador y tanga rojos, que le sentaba de maravilla. La agitación de todos se hacía presente, pero era Antonia la que, sin duda, mejor se lo estaba pasando. Sin volverse, se acercó a nosotros y nos enseñó su culo a los dos bien de cerca, se alejó de nuevo y se sentó en la mesa con las piernas bien abiertas, mirándonos con descaro, pero simulando inocencia. Se giró varias veces para mostrársenos de frente y de perfil, mientras llevaba sus manos al cierre del sujetador, lo desabrochó y manteniendo las tetas tapadas se lo sacó de los brazos, tras unos segundos, lo dejo caer a la misma vez que sus manos jugaban con sus pezones. Por último se tumbó en la mesa boca arriba de perfil y subiendo ligeramente el culo se quitó el tanga y me lo arrojó.
- Ahora te toca a ti –dijo-.
La escena habría durado unos cinco minutos, los suficientes para embelesarnos. Se levantó desnuda como estaba y se sentó entre Carlos y yo, dándome un ligero toque en el culo para que me animara. Por Dios, ¿pero que voy a hacer yo ahora, si no tengo experiencia ninguna? Sentía terror de hacer el ridículo, pero ciertamente no sentía vergüenza ninguna. Estaba deseando desnudarme ante ellos, pero no sabía como hacerlo para seducirlos, además con el vestido de una sola pieza que llevaba. Decidí tirar por una vía más descarada que Antonia. Me levante y dándoles la espalda me solté el pelo en plan anuncio de champú, levante los brazos y comencé a mover el culo en todas direcciones, sabía que era uno de los fuertes de mi cuerpo. Me di la vuelta y vi como Antonia impedía que Carlos se abriera el pantalón para tocarse. La cosa no iba mal.
Me desabroché un botón de arriba del vestido y otro de abajo. Bajé la cabeza hasta el punto que el escote abierto permitiera una buena visual de mis tetas embutidas en el sujetador. Luego me puse en cuclillas con las piernas abiertas, dejando ver bien el tanga. Carlos tenía una expresión de incredulidad, mirando alternativamente a mí y a Antonia. Me levanté y luego me arrodillé muy erguida de espaldas a ellos. Lentamente fui desabrochando los botones del vestido hasta soltarlo y fui dejándolo caer lentamente por mi espalda hasta que quedó en el suelo. Sin darme la vuelta fui tocándome desde las tetas hasta el interior de los muslos. Me encantaba dar el espectáculo. Me levanté y me giré para verlos. Se notaba en sus caras el deseo que les despertaba. Me acerqué a ellos y les pasé las esplendidas tetas que me hacia el sujetador por sus caras. Deseaba terminar para ver como seguíamos. Les di de nuevo la espalda y me solté el sujetador que dejé caer al suelo, girándome sin mover los pies y con los brazos alto les deje ver alternativamente mi espalda y mis tetas de perfil. Doblé la espalda y con el culo hacia fuera me fui quitando el tanga poco a poco hasta llevarlo al suelo. Ya completamente desnuda me di la vuelta tapándome como una Venus, para a los pocos segundos, levantar primero el brazo que tapaba mis tetas y luego el que tapaba mi coño rasurado.
Antonia se levantó y abrazándome dijo:
- Ves Carlos como tu relato es un poco soso. Pero bueno, yo creo que por hoy ya has visto demasiadas cosas.
Me temí que Antonia había decidido dar por concluida la tarde, con el calentón que yo tenía. Pero no, Antonia quería meter a Carlos en faena. Se fue hacia él, con su blusa hizo un antifaz y le tapó los ojos y con su falda unas esposas y le ató las muñecas a la espalda.
- Vamos a comprobar si te ha gustado el espectáculo – dijo Antonia, mientras lo ponía de pie-.
- Por favor Ana, pide ayuda a los GEOS, Antonia ha perdido la cabeza –dijo Carlos riendo-.
Antonia se sentó en la mesa y me llamó a su lado, luego atrajo a Carlos que tenía un enorme bulto en el pantalón a la altura de la bragueta. Con un gesto de la mano me cedió los honores. No los rechacé. Le dí un largo beso en la boca a Antonia y luego abrí el cinturón de Carlos, sacándolo por completo. Con las manos temblorosas, solté los botones de la cintura del pantalón y bajé la cremallera de la bragueta, los pantalones cayeron a sus pies. El bulto en los boxes que llevaba era aun más evidente. Metí la mano por la bragueta, le cogí la polla y se la saqué fuera. Carlos soltó un bramido cuando se la agarré sin contemplaciones. Era de buen tamaño y estaba dura y roja, todavía sin descapullar. Mientras yo se la sobaba, Antonia le desabotonó los boxes que también cayeron a sus pies.
- Muchacho, si te crees que te vas a llevar el premio gordo sin trabajar, vas listo –le dijo Antonia y cogiéndolo de las manos lo tumbó boca arriba en el sofá-.
Yo sin darle oportunidad a Antonia me senté sobre su cara mirando su nabo y le metí el coño empapado en la boca a lo que él respondió con un movimiento rápido de su lengua sobre mi clítoris y todo mi coño.
- ¡Que suerte tienen algunos! Hoy no te has quedado dormido en el sofá. –Dijo Antonia mientras miraba como Carlos me comía el coño y yo con una mano se lo abría y con otra me sobaba las tetas.
Antonia salió de la habitación y volvió al cabo de un minuto con un curioso artefacto consistente en un aro con dos rabitos. Cogió el nabo y los huevos de Carlos y los metió por el aro, tirando luego de los rabitos, apretando el paquete.
- Es una medida preventiva, no se vaya a emocionar y nos fastidie la tarde –dijo Antonia-..
Al parecer aquel artefacto prolongaba la erección y retrasaba que se corriera. Tenía cierta gracia ver sus huevos colorados y pegados al nabo. Tuve un flash recordando como era follar con mi marido. Lo dejé en cuanto Antonia se puso detrás de mí y comenzó a acariciarme las tetas y darme besos en el cuello.
- ¿Tienes un aparato de esos para mí? Creo que voy a durar muy poco si sigo así –le susurré a Antonia en el oído-.
- No te preocupes, córrete sin problemas. Ya demostraste la otra tarde que no tienes problemas en repetir –me contestó Antonia y siguió dirigiéndose a Carlos- Bueno señorito, qué se te ocurre hacer ahora, tú que tanto escribes.
- Antonia, no ves que ahora no puedo pensar ni hablar –contestó Carlos entre lametones-.
- Voy a ayudarte con las ideas –dijo Antonia-. Ahora me voy a sentar también sobre tu boca frente a Ana y quiero que nos chupes a las dos, mientras nosotras nos acariciamos y besamos.
Y así lo hizo. La polla de Carlos dio un respingo, poniéndose todavía más gorda. Fue delicioso el rato que Antonia y yo compartimos besándonos y rozándonos los vientres y las tetas, mientras Carlos trataba de chuparnos el coño a las dos. A los diez minutos Carlos daba síntomas de cansancio en la lengua, Antonia también lo notó y le dijo:
- No se te ocurra parar ahora que Ana está a punto y yo estoy muy calentita.
En efecto, al minuto me corrí sobre la boca de Carlos que no paró de chupar y de sorber hasta que caí rendida.
Antonia aprovechó para besar largamente a Carlos y sobarle los huevos y la polla. Tras un breve relajo, Antonia dijo:
- Ana, ahora te toca a ti ser la gallinita ciega.
Se levantó, desató a Carlos y nos fuimos los tres (yo más a rastras que andando) a su dormitorio. Antonia puso un cojín en el suelo frente al espejo y me pidió que me arrodillara en él. Luego cogió unas bridas y me ató las muñecas por delante. Me gustaba mucho verme en el espejo. Sabía que era yo, pero sentía como si estuviera mirando a otra mujer, que se lo estaba pasando en grande. Antonia cogió dos aritos más pequeños que el que le había puesto a Carlos y con una borla al final, me colocó uno en cada pezón y apretó hasta dejarlos fijados. Carlos, de pié, me miraba en el espejo desde detrás tocándose el paquete que le había realizado Antonia. Por último, Antonia me puso un antifaz que me impedía seguir viendo.
- Ana, como castigo por haber sido la primera en correrte, a partir de ahora nosotros haremos lo que queramos contigo – dijo Carlos-.
Eso era exactamente lo que yo deseaba. Que hicieran conmigo lo que quisieran, que me utilizaran para su placer. Sabía que, al menos, recibiría el mismo placer que ellos, cuando no seguramente más. Mi corazón latía a mil por hora y al haberme corrido estaba menos tensa que antes y más abierta a percibir cualquier sensación.
Pasaron varios minutos sin que ocurriera nada. Los oía susurrar, pero a cierta distancia de mí. Cuando ya estaba a punto de protestar por el abandono, noté la polla de Carlos rozando mis labios y a Antonia rozando su coño en mi espalda. Abrí la boca tanto como pude para capturar la polla que me ofrecían. Una vez dentro de mi boca, no estaba dispuesta a soltarla fácilmente. Carlos o Antonia o los dos estaban sobando mis tetas a base de bien. Creo que Antonia y Carlos se estaban besando conmigo en medio. Luego me indicaron que me pusiera de pié y abriera las piernas, lo que permitió que uno me chupara el coño y el otro el culo. Estaba en la gloria, jamás me habían acariciado, chupado y magreado con tanta sensibilidad. Si seguían así volvería a correrme y entonces estoy segura de que ya no podría seguir. Uno de ellos, el del culo, paró y al poco tiempo me dieron a chupar una cosa como una polla pequeña, mientras también empezaban a chuparme y mordisquearme las tetas. Luego noté como Carlos colocaba su polla entre mis muslos y se movía suavemente hacia delante y hacia atrás.
- ¡Fóllame, por favor, no puedo aguantar más! –grité fuera de mí-.
- No te preocupes que te vamos a follar los dos –contestó Antonia-.
¿Los dos?, pensé, eso será un milagro. Antonia cogió mis manos atadas y se las puso en el coño, para que la masturbara. Así seguimos un buen rato, hasta que me dieron la vuelta y, doblándome, apoyaron mis manos sobre la cama. Noté como me penetraba el coño un cacharro que por la forma y el tamaño debía ser el mismo que había chupado y como me follaba con fuertes embestidas, siempre sobándome las tetas. Debía ser Antonia, porque Carlos empezó a follarme la boca con su polla.
- ¡Por favor, quitadme el antifaz! ¡Quiero ver! –Supliqué-.
Me hicieron caso. Carlos se había quitado el aro, estaba de pié sobre la cama y lucía una hermosa polla roja, tiesa y mojada. Miré hacia atrás Antonia estaba detrás de mí. Llevaba puesto un arnés que sujetaba una pequeña polla tiesa con la que me estaba follando. Carlos se tumbó en la cama y me reclamó para que me pusiera encima. En cuanto lo hice me metió la polla hasta el fondo del coño. Antonia se subió a la cama detrás de mí. Me abrió el culo y sin contemplaciones me metió el artefacto también hasta el fondo. Era la primera vez que me follaban el culo. Seguimos así durante unos minutos. Me sentía llena por delante y por detrás. Me corrí y me derrumbé sobre Carlos. Antonia me apartó, se colocó sobre Carlos de espaldas y se metió su polla en el coño.
- Ana, ¡chúpanos! –me pidió Antonia-.
Como pude me gire y comencé a chuparles los huevos y el coño. Antonia dio un grito y se corrió durante un largo minuto, tras el cual, Carlos sacó su polla y me la metió en la boca. Me incorporé y se la chupé tanto como pude, hasta que se corrió en mi boca y sobre mi cara.
Quedamos absolutamente exhaustos los tres. Debían ser ya las ocho de la tarde, pero no pudimos movernos hasta pasadas las nueve. En ese rato, entre dormida y despierta, pensé que a los cuarenta años, por fin, había descubierto el sexo y que no iba a volver a dejarlo, mientras el cuerpo me aguantara. Quería disfrutar de mi cuerpo y que otros disfrutaran con él. Quería sentirme libre, desinhibida, atractiva, viva, seductora,.. Quería dar placer a otras personas y recibirlo de ellas. Afortunadamente, pensé, todavía estaba a tiempo de educar a mis hijas de una manera muy distinta de la que a mí me habían educado: queriéndose a sí mismas y no repudiando sus deseos y su cuerpo.
Después de cenar algo me fui a casa. Pocos días después mi cuñada estaba ya bien y volvió a trabajar. El cambio de mi actitud ante la vida y ante el sexo me permitió conocer gente estupenda con la que disfruto enormemente. Hablo con Antonia de vez en cuando y nunca dejo de agradecerle lo que hizo por mí. También le doy siempre recuerdos para Carlos, ella sabe a lo que me refiero.
Cuando terminé de escribir el relato no sabía que hacer con él: leérselo a Antonia, dejarlo en el cajón para que lo leyera Ana o tirarlo. Me decidí por lo segundo, pero diciéndoselo a Antonia, por si quería leerlo previamente, no quería tener problemas con ella.
Pasaron los días y me olvidé del puñetero relato, que quedó en el cajón con el resto. Ana dejó de venir a casa y volvió su cuñada. Un día que Antonia y yo estábamos calentitos, abrí el cajón para coger algún artilugio. El relato no estaba, pero había una nota que decía “GRACIAS A LOS DOS”. Se lo comenté a Antonia que me respondió:
- Se lo di yo, era para ella. Lo de la nota no lo sabía.