El liguero negro
¡Cómo me fascinas, liguero! ¡Y cómo te quiero!
Amada de mis alboradas; recuerdos en mi almohada; lluvia en mis sábanas bordadas; talismán de mis horas sin sentido, que da alegría a mi nido. Amor: anoche pensando en ti, me quedé dormido. Tuve un sueño tan alucinado
que más que estar dormido
creí que estaba hechizado.
Embelesado ante aquel panorama,
mi piel se desborda
por todos los rincones de mi cama. Me hallaba en tu alcoba. la penumbra mis ojos relajaban, y un olor a rosas en el aire se mezclaban; jazmines y violetas del parterre más frondoso daban al ambiente un sopor morboso. Medio somnoliento, aspiré el perfume más aromado que jamás había respirado. Desperté de mi letargo buscando aquel edén, esa fragancia sólo de un paraíso podría proceder. Amada Flor de carmesí: allí estabas... ¡Dios, que diosa! Una virgen primorosa. Temblé al pensar que de Dios fueras su esposa. Mis cabellos palidecieron; del blanco y gris plata a un negro azabache tornaron, dando a mi faz el aspecto de un hombre oscuro y fiero. ¡Oh Dios! Yo era ese efebo. El fuego y un torrente de orgasmos que en cascada regaran... la flor de tu sangre de primavera. ¡Oh gran Dios! Ese yo no era. Dos gotas de rocío resbalan por mis mejilla... A punto estuve de despertar de esa pesadilla... ¡Pero oh maravilla! Dos besos secaron aquellas gotas
que lentamente se deslizaban
para perderse por las comisuras de mis labios.
Tus manos en mis tristes canas
se delicadeza se posaron, y tus ojos,
esos que dan luz a los luceros,
me deslumbraron con sus destellos.
De tu jugosa y carnosa boca salió un:
Te quiero. Tus frágiles extremos
recorrían mi tez con la delicadeza de la seda...
quise hablar, pero en mi befos pusiste un dedo. Calla! Cierra los ojos... mi acceso se quedó mudo y quedo. Como la vestal más agraciada
del templo de Diana,
lo que ha continuación hiciste
hizo que me revolviera de la cama. ¡Mis cabellos se encresparon! De aquel blanco ceniza, otra vez en negro azabache se tornaron; mis músculos y nervios parecían de acero... y de ente mis piernas surgió mi bandera. Su mástil enervado hasta límites insospechados miraba hacia el cielo, pidiendo para que aquel "madero" volviera a escupir como antaño: esperma y fuego. Ante mi apareciste
con aquellas medias y aquel liguero... ¡Señor, nunca me despiertes de esta alucinación! Pedía a Dios con infinita devoción. Junto a mi lecho te posaste erguida, por la espalda me diste la mejor bienvenida. Tus medias y tu liguero de seda... desde la puntera hasta casi la cadera; las rayas negras separaban aquella frontera que mis manos alcanzar quisieran. Aquel liguero fruncido, que rodeando tus caderas acurrucaban tu nido... Y aquella braga altanera, de finas blondas y sedas... motivos de mis sueños y quimeras, que apenas cubría aquella rosa que entre el tupido follaje de sus cabellos rizados... Lancé mis manos hacia ti desesperado... ¡Oh Dios mío! ¿Por qué mi sueño has malogrado? Me desperté triste, cansado y muy mojado... muy mojado.