El libro maldito de Bartholomeus Nazarí

Relato de Charles Champs dHiers. Autores de TR hacen una incursión en el género literario del relato fantástico. El ejercicio tiene como argumento obligatorio una biblioteca.

LOS RELATOS FANTÁSTICOS DE LOS AUTORES DE TR.

LA BIBLIOTECA

El libro maldito de Bartholomeus Nazarí - por Charles Champ d’Hiers

Fuera llovía. Diluviaba. Parecía como si Madrid, esa sólida balsa de ladrillo rojo, señora de la Meseta, se hubiera metamorfoseado en un gris acorazado que tratase torpemente de maniobrar en medio de la tormenta. Dentro, en cambio, reinaba un silencio casi absoluto, más acompañado que roto por el suave tintineo de las gotas sobre los robustos ventanales o alguna que otra respiración más profunda de lo normal.

Con paso cauto y respetuoso, Carlos se dirigió al despacho de su amigo Luis. Y no era cosa fácil. Antes debía atravesar dos salas repletas de estudiosos, universitarios, curiosos y demás gentes de mal vivir. Todo un Rubicón de concentrados lectores dispuestos a afearle cualquier ruido ligeramente superior al latido de un corazón. Bien lo sabía él, ya que no era la primera vez que había hecho ese camino. Es más, disfrutaba haciéndolo. Gustaba imaginarse como un ladrón de guante blanco evitando activar las sensibles alarmas de un hollywoodiense museo. Eso sí, sin contar con la inestimable ayuda de la sempiterna y despampanante morenaza vestida de cuero a su vera. Lo que no dejaba de parecerle una lástima, por cierto.

Objetivo conseguido. Ni tan siquiera un leve carraspeo había interceptado su incursión por "territorio comanche". Sin embargo allí, en el despacho de su amigo, no había nadie para recibir al héroe. Aún así entró. Había confianza. No en vano habían compartido seis largos años de vida universitaria hacía aún no mucho. Además, le resultaba divertido poder observar a sus anchas aquel cuarto sin Luis dentro, aunque con Luis presente en cada detalle. Era su yo convertido en metros cuadrados. Los libros de la estantería pulcramente ordenados por temas y autores, las butacas situadas frente a la mesa casi con escuadra y cartabón, las fotos de su esposa e hijos estratégicamente colocadas para poderlas ver todas a la vez cuando su corazón le exigiese un nostálgico golpe de vista. Todo era Luis. Su orden, su espíritu, su pulcritud.

Disculpa por la espera. - Una voz familiar sonó a su espalda.

Un enorme y pesado libro firmemente cautivo entre sus brazos antecedió a la entrada de su amigo. Venía esbozando una sonrisa algo extraña que parecía completamente ajena a aquel encuentro. ¿Jugaría él también a ser un burlón ladrón mientras atravesaba las salas que llevaban a su despacho? No, demasiado poco serio para él. Aún así, algo raro notó en él, tal vez que estaba algo inquieto, lo cual no era habitual en Luis ni cuando había exámenes finales. Demasiado trabajo, pensó.

Atención. - Dijo sin preámbulo alguno mientras dejaba el objeto de su amoroso abrazo sobre la mesa - Esto que vas a ver, a presenciar, es seguramente lo más valioso que jamás hayas tenido ante ti. Lo que a continuación te voy a enseñar no forma parte de la historia: es historia por sí solo. Además, ten en cuenta que vas a ser la segunda persona ajena a esta "magna" Biblioteca Nacional a la que se le permite verlo. Ahí es nada.

Bueno… ¿Qué ves? - Le preguntó con la misma cara de ajo que les ponía a ambos su viejo profesor de historia del arte.

Veo a un ex compañero de clase que debe tener una razón muy poderosa para hacerme venir a toda prisa en medio de este diluvio a escala. Y un libro. También veo un libro - respondió burlón.

"Un libro". Escuche bien jovencito - le espetó el otro en tono falsamente ofendido -, no le aburriré con las características físicas de esta obra maestra del siglo XVI, cuya cubierta de plomo presenta unos gruesos nervios embellecidos con pan de oro, encuadernación rústica, formato gran folio, en edición trilingüe castellana, hebrea y latina

¿De verdad qué no me lo vas a describir? - Con Luis había que ser cortante si uno quería llegar al fondo del asunto antes de la semana siguiente.

Abrevio. - Le dijo de mala gana - Está usted, querido amigo, ni más ni menos que ante el "Estudyo de la Muy Singular Cábala y de sus Muy Grandes Saberes" del alquimista y filósofo Bartholomeus Nazarí .

Una obra de arte, como ya has dicho - bufó un poco desilusionado Carlos. No es que no supiese ver en aquel volumen por su valor histórico o artístico, es que el tema no le atraía en absoluto.

El asqueroso racionalismo del señor estudioso de historia actual elevado al cubo, como esperaba - renegó el bibliotecario -. Permite que te cuente su historia, y luego me dirás si me he ganado una galletita o no.

Los ojos de Luis brillaban como cuando llevaba una buena baza, además Carlos sabía que no tenía nada mejor que hacer, así que esperó a que su amigo tomase asiento y se preparó para escuchar lo que éste hubiera de contarle. Era o eso o batirse contra la tormenta. Aunque luego tuviese que dar a su amigo una galletita. O precisamente por no perderse ese momento.

Ejem… - carraspeó artificiosamente el otro para darse importancia, o tal vez para restársela al asunto -, supongo que tú de la cábala sabrás lo mismo que sabía yo hace un mes… o sea, nada.

La respuesta fue casi a la par: nada de nada, sí.

Sería muy aburrido y muy costoso explicarte lo poco que hasta ahora he aprendido sobre qué es o qué dicen que es la cábala. En pocas palabras te diré que cábala, "Kábala", significa recepción. Recepción total y completa de toda la sabiduría que encierra la Torah hebrea. La llave que nos abre todos los conocimientos Divinos que se encierran tras la Palabra de Dios. En resumen, pura filosofía, sobre todo para alguien tan materialistas como tú o yo, razón por la cual no nos habíamos interesado nunca antes por ella.

Sin embargo, nuestro bien amado Felipe II el Prudente, espada de la Cristiandad, martillo de herejes y despanzurrador de holandeses, franceses e ingleses no era de esta misma opinión. Es más, resulta que fue un auténtico fanático de todo lo relacionado con el esoterismo hebreo, llegando a convertirse en toda una autoridad en temas tan arcanos como el Templo de Salomón, como reconocen varios contemporáneos suyos.

Y aquí es donde entran en escena el bueno de Bartholomeus y su obra. Felipe II tenía una relación un tanto singular con los judíos. Por una parte no puso ni traba ni cortapisa alguna para que la Inquisición quemase a cuantos falsos conversos encontrase por la calle, pero por otra protegió y fomentó el trabajo de personas como su bibliotecario, Sigüenza, al que osó arrancar de los brazos del mismísimo Santo Oficio que llegó a juzgarle acusado de ser un judaizante.

Bartholomeus Nazarí, afortunadamente para él, no vivía en Castilla, sino en Brescia. O al menos sabemos que allí publicó en 1572 un tratado sobre alquimia. Algo así como "Della Tramutatione metallica sogni tre". Beneficiado por esta lejanía, aunque bien espoleado por los buenos dineros y mercedes del monarca, pudo desarrollar su trabajo con mucha más tranquilidad. Prueba de ello es que tienes ante tus ojos el resultado de sus esfuerzos.

Sin embargo, y es que por desgracia siempre tiene que haber un sin embargo, algo debió de salirle mal, o demasiado bien, porque sea por lo que sea, a esta maravilla le ha acompañado una pequeña leyenda negra - mientras decía estas palabras sus ojos se tornaron sobre las tapas del libro al que regaló una suave caricia como si se tratara de un ronroneante gatito. - Una especie de maldición, podría decirse.

¿En serio? - Carlos, que había permanecido en respetuoso silencio permitió a su amigo que se tomase un respiro. Además, si no fuera porque le conocía bien, ahora sí juraría que su amigo estaba nervioso- ¿Algo así como la tumba de Tutankamon?

Luis sonrió.

Peor. Mucho peor. -Dijo con tono macabro - Agárrate que vienen curvas, compañero: este libro, que se sepa, jamás a provocado la muerte de ninguno de sus ilustres propietarios, aunque no se puede decir que les haya dado mucha suerte tampoco.

A Felipe II, una vez acabado, le llegó directo de Brescia en el año 1588. Un mal año, el peor de todo su largo reinado. La Invencible vencida, los holandeses histéricos, problemas familiares. Bien sabemos que no fue el principio del fin, aún dieron mucha guerra nuestros Tercios por tierras herejes, pero sí fue el inicio del declive de su reinado.

De todas maneras, podríamos hablar de simple casualidad. El libro permaneció guardado tras la muerte del monarca. Es más, se sabe con toda seguridad que ni su hijo Felipe III ni su nieto Felipe IV lo tocaron y ninguno de ambos tuvo mucha mejor suerte mientras esta obra de arte se llenaba de polvo en el olvido.

Y así estuvo, olvidado, hasta que un buen día desapareció. Se esfumó. Las malas lenguas dicen que el conde duque Olivares se lo regaló a un judío portugués que le había financiado la puesta de no una sino trescientas picas en Flandes, que no son pocas picas, voto a tal. Y así permaneció, oculto como tantos otros libros, hasta de un tal Salvador de Loreçaguirre lo adquirió hacia 1798.

Este Salvador era un filántropo, ¿sabes? Un miembro de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País, que destrozado al ver en que estado habían dejado los revolucionarios franceses su centro de estudios, el "Real Seminario", durante la invasión de Guipúzcoa del 94, se dedicó a adquirir toda clase de libros para reconstruir la maltrecha biblioteca de los "Caballeritos de Azcoitia". Suponemos que este libro iría en un lote, porque no parece que su tema les debiese interesar mucho a tan ilustrados señores.

Olvidado de nuevo en cualquier rincón o, a lo sumo, expuesto como una rareza, poco duró entre ellos. Las relaciones entre la Sociedad y el todopoderoso Godoy, el plenipotenciario de Carlos IV, no iban precisamente bien, así que, para tratar de mejorarlas, le hicieron obsequio de este ejemplar y de alguno otro. Tenemos un registro de palacio de enero de 1805 que así lo atestigua.

A Godoy, qué duda cabe, este libro le importó un comino. Demasiado ocupado estaba el Príncipe de la Paz tratando de evitar que se nos merendasen ingleses o franceses como para darle a la cábala. Sin embargo, parece ser que a su señor Carlos IV sí le pareció un interesante pasatiempo, y tenemos constancia por boca de una tal Bellelli, un embajador veneciano, que el rey hablaba maravillas del libro.

Volvió pues en sus regias manos a cobrar vida el libro, y volvieron con él sus maldiciones. No te digo más que este pequeñín se convirtió en obra de cabecera del monarca de 1805 a 1808. O sea, desde Trafalgar hasta su huida-secuestro en Hendaya y la consiguiente invasión francesa. Más que toda una coincidencia… ¿no crees?

Pues ahí no acaban las coincidencias. Es más, tal vez ahora llegue lo más rocambolesco de toda esta historia. Y es que, entrados los gabachos, derrotados en Bailen, vueltos a entrar e instalado en el trono el pobre Pepe Botella, este pobrecito librito mío comenzó la parte más azarosa de su existencia.

Como recordarás, el pobre rey José quiso serlo de todos los españoles. Cosa difícil para un extranjero apoyado por tropas extranjeras, pero Felipe V ya lo había logrado cien años antes, y además él tenía una estrategia que comenzaba por poner un poco de orden en el interior, objetivo que le llevó cuatro años de sinsabores y fracasos, y paralelamente solicitar a su querido hermano Napoleón que, como ayuda, reintegrase totalmente Cataluña a su Corona y le dejase reinar con más libertad. Y para engatusarle no se le ocurrió mejor idea que mandarle, entre otros presentes que le fue haciendo durante estos años, una serie de libros que él, como seguramente el emperador, juzgaban poco menos que "estrambóticos". Un divertimento, vamos. Éste, el favorito del desgraciado rey Carlos iría seguro de los primeros de la lista.

Localizar a su intrépido hermanito no fue cosa difícil: estaba en Rusia. Camino de Moscú, según se sale de París, todo recto - dijo sonriente-. Y allí que, un veinte de septiembre de 1812, llegaron sin mayor novedad los libros a presencia del ilustre corso. Y con ellos su mala suerte.

En principio, a "Napo" este libro debía de sonarle a chino, porque ni el hebreo ni el castellano eran su fuerte y de latín poco más sabía. Sin embargo, derrotados los rusos en Borodino pocos días antes y conquistado Moscú hacia menos de una semana, Napoleón, si de algo disponía, era de mucho tiempo, ya que esperaba que de un día para otro entrase una embajada rusa pidiéndole paz.

Además, estaba de suerte, ya que podía contar con la inestimable ayuda de un teniente del pequeño regimiento español que le había acompañado para que le tradujera aquel galimatías.

Cinco semanas de frío otoño ruso en una Moscú abandonada perdió inocente esperando la embajada mientras el invierno se le echaba encima. ¿Casualidad? ¿Influencia del libro? No lo sé, pero a juzgar por esta estúpida y tozuda negativa a retroceder cuando aún estaba a tiempo de regresar con sus tropas enteras, y más viniendo de parte de un tipo tan inteligente, y más, teniendo en cuenta el historial de nuestro libro, te juro que no sé que pensar. O tal vez sí.

De todas maneras, debo decirte amigo, que algo debió de olerse "Napo", porque cuando ya era demasiado tarde y hubo de salir a uña de caballo de Moscú, se "dejó olvidado" entre otras cosas este libro. Entre otras cosas, sí; pero éste fue el único de los libros que le había regalado Pepe que se olvidó.

Reconquistada Rusia, volvemos a perder el hilo de la historia por unos años. El libro fue regalado al zar, quien lo envió a uno de sus palacios de San Petesburgo. Ninguno de los zares le hizo mayor caso, hasta que… ¿a que no adivinas? ¡Sí! - Dijo con una gran risotada mientras se frotaba nervioso las manos - El propio Zar Nicolás II se fijó en él.

Estaba desesperado el pobre. La salud de su hijo era horrible y ni Rasputín ni ningún otro curandero, santón o médico habían podido obrar el milagro de que sanase. Y sabemos a ciencia cierta que estudió este libro porque contó con la inestimable ayuda de un cura católico ucraniano que luego escribió unas memorias de las que tenemos en esta noble Biblioteca Nacional un precioso ejemplar.

¿Ya no te sorprende, verdad? ¿A qué empiezas a creer en su pequeña maldición? ¿Aún no? Pues espera a oír esto último: Luis estaba ya embalado y no quiso ni escuchar la respuesta de su amigo. El libro desapareció con la Revolución Rusa. De nuevo permaneció oculto, hasta que en la primavera de 1942 un tal Albert Hessemberg lo encontró entre las ruinas de una aldea próxima al frente de Leningrado.

¿Y sabes qué? - El tono de su amigo sonaba cada vez más alterado, mezcla de admiración y sorpresa-. Pues que resulta que el bueno de Albert era miembro de un batallón de las SS y, conocedor del gusto de su jefe Himmler por todo lo relacionado por el ocultismo, se lo mandó inmediatamente a Berlín.

¡Precisamente en 1942! ¡Precisamente en el momento exacto en el que los nazis comenzaron a perder la guerra! ¿No te parece asombroso? ¿No lo es?

Bueno, vale. - Carlos trató de poner su voz más conciliadora para tratar de apaciguar en lo posible a su amigo - Reconozco que es una historia realmente asombrosa, más que un cúmulo de casualidades, parece realmente que estemos hablando de una maldición… ¡pero, vamos, hombre!… sabes tan bien como yo que todos aquellos sucesos tuvieron unos precipitantes coyunturales y unos antecedentes estructurales. Acuérdate de los comentarios de texto de Historia Moderna. Antecedentes, precipitantes… nada ocurre por generación espontánea. O por la influencia de un libro.

Aún no te he contado todo, querido. - En la cara de Luis comenzó a trazarse una maliciosa sonrisa, casi demente, que Carlos no había observado jamás en su amigo- Debes saber que, como en las películas americanas, aquí también hay sorpresa final. Prepárate.

Caída Berlín, este libro (que por cierto, se encontró entre los enseres de uno de los despachos de Himmler) fue llevado, junto con otro sinfín de objetos preciosos y obras de arte, a la URSS. De nuevo en Rusia, Stalin ordenó que fuera guardado en la biblioteca secreta del Kremlin. - No te sonrías, le espetó bruscamente a su amigo - Stalin lo guardó allí, pero no le presto ni la menor atención.

Ni él, ni Kruschev, ni Breznev, ni por supuesto Chernienko y Andropov, que ya no tenían años para eso, ni para nada, le hicieron ni el menor caso. Allí estuvo el pobre pudriéndose de aburrimiento. Hasta que, en 1986… ¡¿quien sino?!: Mihail Gorbachov rellenó el formulario (burocracia, bendita burocracia soviética) para retirar ese libro junto a otros veinte. ¿Por qué? Porque quería escribir uno más de sus artículos de "consumo interno" para sus allegados sobre el pasado oscuro de sus antecesores en el poder. Lo sé porque ese artículo gozó de gran popularidad ya que llegó a ser publicado en medio de la incipiente libertad de la "perestroika" por una humilde revista moscovita. Una filtración… aunque no sabemos si del propio "Gorby".

Sea como fuere, lo que ocurrió después de que Gorbachov ojeara ese libro ya es más propio de tu campo de estudio que del mío. ¿Cómo fue eso que decía nuestro profesor de historia actual? "Enorme sorpresa eso de la caída del Muro". ¿No era así? Nadie. Ni tú, ni yo, ni nadie se podía imaginar en 1986 lo que iba a ocurrir en 1988, 89… Nadie. Por muchos precipitantes y antecedentes y comentarios de texto que se quieran hacer ahora. Nadie.

Un silencio asombrosamente espeso precedió a ese último "nadie". Ni Luis quería decir ya más, ni Carlos podía aún dar crédito a lo que su amigo le estaba contando. ¿Estaría él convencido de lo que le estaba contando? ¿Se lo creería o le estaría tomando el pelo? Al final, casi balbuceando, trató de recuperar el hilo de la conversación.

Bueno… ¿pero cómo ha llegado hasta nosotros este libro?

La pregunta pareció devolver la consciencia a Luis, que había permanecido desde que había acabado de hablar mirando fijamente hacia uno de los cajones de su escritorio.

Ah, eso - dijo lentamente. Sí, hum, bueno verás… ¿recuerdas que hace unos meses el ministro de defensa Bono devolvió a Rusia la Cruz de Novogorod que habían traído de allí los soldados de la División Azul?. Bien, pues en justa compensación, el presidente Vladimir Putin nos ha devuelto a nosotros esta obra de arte. Es algo muy corriente entre los Estados hacer intercambios de este tipo.

Ah. - Carlos estaba tratando de ordenar aún sus pensamientos cuando la voz de su amigo le provocó un ligero escalofrío.

Te dije que había una sorpresa final… ¿quieres conocerla?

Sí, sí, claro. - Aunque lo intentó, su tono no sonó muy convincente. Luis miró a la ventana, soltó un suspiro y comenzó lentamente. Mira Carlos, yo no digo que todo esto sea cierto, pero da que pensar. ¿A qué sí? El caso es que si escondiese este libro, si lo guardase en una de las decenas de salas de esta biblioteca nada ocurriría. Más no puedo hacer, como comprenderás soy incapaz de dañar un libro. El que sea. Pero hay un problema. Un problema muy serio.

Antes te he dicho que tú eras la segunda persona de fuera de la Biblioteca Nacional que tenía acceso a esta obra. Y no te he mentido. Desde que llegó aquí, solo una persona, esta misma mañana precisamente, ha podido ojearlo. ¿Adivinas quién? El presidente José Luis Rodríguez Zapatero. El mismísimo ZP en persona ha venido hoy y me ha pedido a mí, a este pobre bibliotecario que le dejase ojear el libro.

No ha dado muchos detalles, pero me ha confesado que un libro que está escrito en latín, hebreo y castellano y que habla de un tema tan singular le puede venir muy bien para apoyar esa idea suya del "Diálogo entre culturas" o como le llame.

Mañana volverá. Y pasado. Y siempre que tenga un momento libre, ya lo hemos acordado. Como comprenderás no le podía decir que no.

Sin embargo… sin embargo yo no voy a arriesgarme. Esta misma tarde, antes de llamarte para quedar, he pasado por la agencia de viajes de debajo de casa y me he sacado cuatro billetes para la Argentina. Mañana pediré la excedencia. En una semana estaré en Buenos Aires con mi mujer y mis hijos.

Carlos… tú eres mi amigo… no te arriesgues: huye.

Ni siquiera el ruido del portazo provocado por su brusca manera de cerrar la puerta de su coche consiguió ahogar estas últimas palabras. ¿Sería verdad todo lo que había escuchado? Desde luego Luis no le había hablado en plan de broma, eso seguro. Más parecía el consejo de un buen amigo.

Arrancó el coche y encendió la radio para tratar de olvidar aquellas dos últimas horas. Eran las seis en punto. Seguía diluviando, aunque hasta ese momento ni se había fijado. En la radio, tras la voz enlatada del comentarista de Radio Nacional sonó la voz lejana y distante del Lehendakari Ibarretxe: "En vista de que en estos últimos meses se han desoído todos los llamamientos que hemos hecho a Madrid, he decidido por el bien de todos los vascos y vascas declarar la independencia de Euskal Herria. Dios esta con nosotros y espero que nos ayude en los difíciles días que nos aguardan…".

© Charles Champs d’Hiers - 2005