El Libro del Buen Cabrón (parte 3)
Parte 3 del Libro del Buen Cabrón.
E de cómo folgamos y lo que aconteció después.
Han de saber vuestras mercedes que en llegando a este punto, es menesteroso indicar que ambos semos mayores de edad, entrando en la treintena y, aunque yo soy un poco pesaroso de espíritu, es por el menester de ella por la que andamos bien viviendo y holgadamente. Es moza muy aseada y muy querida por mí, aun de su calentura que, aun cornudo, perdónela por ser maravillosa muyer y mejor persona.
Después de que la muy pérfida me dijera “vamos con él”, nos dirigimos a la habitación conyugal porque tenía que lavarse sus intimidades antes de folgar con dos hombres. Mírela con desdén sonriendo ella al ver mi cara, pero por mis interioridades empezabase a correr el fuego del diablo, que la calentura en todo tiempo es mala si no se desfoga, y la mía era en ese momento muy perjudiciosa.
Llenose ella un bacín con la jofaina que, a la sazón, había subido del hogar con agua caliente en su interior. Acercose con una toalla cuartera y arrodillose con el bacín en medio. Subiose las faldas y no me digan vuestras mercedes como pudo lavarse sus intimidades y sujetar las faldas a la vez, pero maldita sea su vida, que lo hizo con regocijo.
Veía yo desde atrás la blancura de su culo lo cual envalentonó al espíritu y levanto mi hombría. Acercome yo sutilmente por detrás y arrodillándome metí la mano en su entrepierna, metiendo mis dedos entre su mujería. Ni dio un respingo ni dijo mu. Apoyo sus manos en el suelo y dijome que la hiciera gozar.
Túmbeme yo de espaldas y ofreciose a mi vista las barbas del diablo de peludo que tenía su higo. Levante mi lengua y destiló en mi boca los sabores del diablo. Chúpela, mordiela, lámiela y como nunca vi gozar a la perra. Bajose la pécora hacia abajo y sacándome la mismísima; introdujosela por sus partes que pareciéramos que anduviéramos engorrados. Con fruición moviase la pécora mientras me miraba.
Yo acompasaba con mi cuerpo sus movimientos, cada vez más rápidos hasta que evacuamos los dos nuestros humores dentro del otro. Más no contenta con eso, quiso seguir con la coyunda por no estar harta de aquesta labor. Veneno parece que habían dado a mi hombría que empezaba a estar nucido por el frote y refrote con la pelambrera aquella. Indignose mucho la hembra pues más quería de folgar y dijome que si yo no la daba sustento, convertiase en manceba para ayuntamiento con mozos solteros.
Levantose harto de aquello y cogiéndola de la mano dirigíosla a la cama tumbándola en ella. Abriole las piernas y amorrarme a su higo, fue caso inmediato. Entre lametón y lametón miraba yo en hito a la hembra por ver si gozaba o no. Pero los gritos cortados, jadeos y movimientos de piernas, indicaban me que era el buen camino. Cuando finalizó la mamandurria, incorpórese en los brazos y con la cara arrebolada sonriome como nunca. ¡Ah felices fieras del amor que acoyundan como lobos, que felices son de tanto folgar! Hincado de hinojos como estaba, con todos sus humores en mi boca, con las calzas y calzones bajados, viendo a la hembra con la mirada clavada en mi pijo, arrebólese mi cara y regocijo me viendo la cara de placer de aquesta hembra.
Digo que olvido se por completo el ir a ver al mozo, que ya bastante la había llenado yo de gozo y humores. Quedémonos dormidos rápidamente, que la coyunda y más, placentera, es lo que tiene. Levantémonos pronto al día siguiente, que era día esperado por ser Domingo y de guardar. Había que vestirse en gala, escuchar misa, paseo y las gachas de comida. Aunque maldito sea el día que me esperaba, que, si llego yo a saberlo, en buena hora me levanto.
Pero, lo que aconteció después, es cuento de otro día