El Libro del Buen Cabron (parte 2)
Segunda parte del Libro del Buen Cabron.
De cómo puede más la calentura que la cabronura y lo que aconteció después.
Cuando vi mi mujer en aqueste estado, en cueros y chorreando elixires en la cama, llegose al límite los calores del infierno. Acercome despacio al tálamo y la muy pérfida abriose de piernas para que pudiera ver su guijo sonrosado asomando entre su pelambrera. Aquel guijo rosado y mojado puso mi hombría como el rabo del diablo y olvidome de la cornamenta. Bájeme las calzas y acérquela mi pija a su boca para que la recibiera dentro. Sentí el contacto de su lengua áspera lamer mi capullo mientras me miraba a los ojos con deseo.
Metiase todo el rabo en la boca y un escalofrío recorriome toda mi espalda, ¡qué bien la chupaba la hideputa! Ganas me daban de matarla en aquel mismo instante por puta y por reputa, pero pudome mas la calentura que la cabronura.
Dejose de chupar el bitoque y tumbándose de espaldas en la cama ofreciose abierta para que la montara. Deciame la hideputa que la embestiera como nunca. Acercome mi rabo a su cueva y apretole y restregole mi capullo por su mojado guijo, con un movimiento arriba y abajo que pareciome enarbolaba bandera. Entrose rápido y sin esfuerzo en aquella cueva en un empellón. Sentiome un gran placer de tener mi hombría dentro, y ella mirome con deseo y cariño, ¡hideputa la corneadora!
Agárrela por la cintura y, en entrando y saliendo, pareciome como mi verga seguía creciendo dentro de ella, que maldito mejunje me había tomado yo para insuflarme fuerzas sin que me hubiera hecho maldita falta. Apretó sus piernas a mi cintura y sentí que iba a reventar, pero lo que exploto fue mi derrame en su guijo. Arquéese su cuerpo en aquel instante y dejo escapar un quejido que pareciome que había soltado su alma por la boca.
Mirome cansada y satisfecha; mientras yo seguiame en dentro della, aunque aquello había menguado como los cuartillos de vino de Navalcarnero. Saliome de su guijo y subiome las calzas, por pudor y por compostura. Levantose ella sin decir nada y vistiose para la noche con un camisón. Mirome con una sonrisa y solo dijome:” así todas las noches” y acostose sin esperarme.
Pardiez que a fe mía los demonios me devoraban el alma, maldita puta y reputa, matarla debería a ella y al zagal que la montó; maldita la hideputa. No, no sería muy cristiano el sentimiento que me aflojaba la razón y entumecía mi corazón, sin embargo, pudo más, como ya he dicho, la calentura que la cabronura. Debiome visitar Morfeo rápidamente pues no recuerdo mucho más de aquella noche.
Despertome el primer canto del gallo y vi que ya estaba vistiéndose la muy pérfida. Acercose a mi cara y diome un beso en la boca diciéndome lo que me quería y que feliz era conmigo. No iba a serlo cuando tenía dos rabos que la montaran, más los que yo desconociera, que a fe mía seguro que los hubiera. Vestime después de lavarme y baje a dar de comer las cabalgaduras.
Eran las primeras horas y hacia un frio tal, que reblandecía los huesos. En la fonda ya estaba el mozo apretándose un mendrugo de pan con queso como desayuno, con un cuartillo de vino de a dos reales. Mirome en hito cuando entré, continuó a su templanza e imagino que viome en la cara la muerte, porque prefirió ni enriscar una media sonrisa.
Marchose rápidamente el mozo a sus entendimientos y nos quedemos enfrascados la hideputa y el cabrón en las labores de casa. Llegose la noche y andaba yo mosca con la jodienda por si se repetía la escena de la anterior. Vi subir al zagal a su habitación y miré en hito a mi mujer. Acercose esta y dijome: “vamos con él”. Quería la muy hideputa encornarme otra noche andando yo presente, y que la monta se la faciéramos los dos.
Pero, lo que aconteció después, es cuento de otro día...