El libro de Ormuz

Me gusta leer mientras Gabriela me hace una mamada..., en esta ocasión les contaré tres historias árabes, que hallé en un antigüo libro . Las alfombras mágicas si existen, pero he descubierto que no vuelan...

EL LIBRO DE ORMUZ

Usted puede pensar lo que quiera, Don Marco, pero a mi Joyce no me fascina; considero que su forma de describir las cosas es excepcional, pero su manera de expresar las emociones en sus personajes es horrible, parecen marionetas -, así se explayaba Don Arsenio, propietario de la librería González y aficionado a comentarios y opiniones sobre literatura o cualquier otro tema.

De vez en cuando y sólo de vez en cuando, resultaba agradable visitarle; entre otras razones, por que poseía el mayor depósito de libros de segunda mano, antiguos y modernos, del sur de la península. Por otra parte, siempre había la posibilidad de tropezarse con la señorita Gala, su colaboradora en tareas de restauración, una mujer singular en su misterio.

A propósito, querido amigo, en la última adquisición de libros, el legado del señor Rosetti; le recordé cuando realizaba la clasificación general, pues hallé un curioso ejemplar de la literatura erótica árabe, que aún no he tenido tiempo de hojear, pero seguro que le gustará, déjeme buscarlo -. Don Arsenio se retiró a la inmensa trastienda donde se apilaban miles de obras olvidadas, y regresó con un polvoriento y maltrecho incunable.

Aquí lo tiene, se titula....., déjeme mirar-, y poniéndose sus anteojos, pronunció el título con voz severa, - "Ormuz, vendedor de alfombras (relatos apócrifos)", es una edición traducida al francés, de 1926 y editada en Lyon; si lo desea, Don Marco, puede quedárselo unos días, hasta que vaya organizando el catálogo, creo que un día de estos voy a informatizar los fondos de este cementerio de almas -, así le gustaba llamar a su negocio, al buen Don Arsenio; por mi parte, le mostré agradecimiento por su detallé y me despedí, no sin mirar de reojo hacia la puerta de la sala donde trabajaba la señorita Gala, pero la luz estaba apagada. Pero el azar es inmisericorde y al salir por la puerta, poco faltó para que nos tropezáramos, un simple buenos días, despejó aquel encuentro.

Caminando hacia mi casa, fijé como siempre mi atención, en la tienda de Vernal y sus delicatessen, entré y adquirí una latita de chatka para hacerme unas ensaladas, últimamente estaba engordando, era hora de recordar que era necesario cuidarse, alguien dijo en una ocasión, que la vejez se valora más por los kilos que por los años, con 54 aniversarios, 180 centímetros y 103 kilos, debía ir acostumbrándome al alimento frugal . No volví a detenerme hasta llegar a la puerta de mi casa.

Al entrar, observé que Gabriela, la doméstica argentina que se encargaba de las tareas de la casa desde hacía más de diez años, estaba en la cocina, y hacia allí me dirigí, irrumpiendo y descubriéndola ultrajando un pollo de buen tamaño.

Hola Gabriela, mira, he comprado Chatka, podrías hacer una ensalada caucasiana como primer plato, pero sin prisa, hoy comeremos tarde. Cuando puedas, me sirves un café en el salón, quiero leer un rato antes de comer-, me derrumbé en el sillón, y el aire que contenían el asiento se esfumó, estaba engordando demasiado.

Coloqué el atril de madera de ébano sobre los apoyabrazos del viejo sillón,(una vieja costumbre que había adquirido de mi abuelo, de quien había heredado el soporte para los textos). Gabriela, llegó con el café, de Colombia, siempre; lo sirvió lentamente, y se quedó a la espera, por si demandaba alguna cosa más. Y demandé otra cosa, estaba acostumbrado a dar órdenes, tras haber dirigido mis empresas durante largos años.

Gabriela, antes de irte, serías tan amable de complacerme-, siempre he pensado que una buena sirvienta debe saber como actuar en las situaciones más insospechadas, Gabriela se arrodillo, abrió despacio la cremallera de mi bragueta, y extrayendo mi miembro, se lo metió en la boca, primero lamiéndolo con su experta lengua, en la superficie del glande y posteriormente tragándoselo como un bocado de hambriento. Mmmh, Gabriela era una disciplinada doméstica, y así debía ser.

Mientas mi fémula, succionaba rítmicamente, me dispuse a leer el libro que me había prestado D. Arsenio; al depositarlo en el atril, observe que era un extraordinario ejemplar, bastante deteriorado, pero que permitía la lectura. Fui pasando hojas, hasta que sentí como Gabriela extraía también mis huevos para lamerlos de abajo arriba, justo desde ese músculo del que no recuerdo el nombre, hasta la misma raíz del pene, y luego descendiendo y ascendiendo, dejándome los testículos babeados y tersos.

Mi querida criada, sabía cual era el ritmo, la presión y la cadencia que debía imprimirle a su acción para complacerme, tras tantos años de práctica; aproveche para dejarme descender por el sillón y abrirme más de piernas. Miré a mi alimentada sirvienta, y continué leyendo... Que agradable era sentir y conocer al mismo tiempo.

El libro, efectivamente estaba editado en París, y su autor era un tal Ibn Al Suthari, la traducción se debía a Jean Marget, y el año de impresión era 1926. ¿Pero quién era Ormuz?. El libro estaba escrito en la lengua de Napoleón. Gabriela, había incrementado su ritmo de absorción y le propuse que fuera más despacio, quería que la mamada fuera prolongada, inmediatamente enlenteció su acción.

Ormuz, se describe a si mismo como un muchacho nacido en Saná, de madre Caldea y padre Bactriano, en el país de la reina de Saba; al parecer vivió en el siglo XVIII, y su trabajo era la venta de alfombras, para lo que había establecido un negocio compartido con su tío, Hammed, un viejo mercader de sedas y aromas, que se pasaba tanto tiempo en su casa como fuera de ella.

Nuestro personaje, cuenta su historia con detalle, y en ella refiera las cosas ocurridas a lo largo de su vida; en realidad, nos presenta su biografía, incluyendo sus experiencias sexuales y su relación con los personajes más famosos de su época. Mi querida asistente, seguía con su tarea, ahora de forma mucho más lenta y sabrosa, he pensado realmente en subirle el sueldo, es una chica con una lengua singular, y su boca ha llegado a ser el lugar de mis anhelos; siempre he pensado que cuando se disfruta de algo, hay que saber valorarlo.

Sería tedioso referir todas las historias, que el bueno de Ormuz había vivido, por lo que decidí hacer algo, vi que algunas de las páginas estaban dobladas, y entonces me propuse relatar lo que allí se encontraba, tres relatos para ustedes, queridos lectores, es todo lo que sabrán de Ormuz por el momento, quien sabe si más adelante, seré más generoso. Mmmh, Gabriela continúa así por favor, pensé, pero sin decir nada.

El primer relato, se titula " El perfume de Aridey ", y nos refiere como una mujer de las montañas del centro de Turquía, donde el Ararat reina, se dedicaba a reunir los perfumes de diversos países para hacer una esencia particular con poder afrodisiaco, exclusivamente con efecto sobre las mujeres, la mezcla nunca fue revelada, pero según refiere Ormuz, no dejaba de haber en ella materia orgánica, que algunos decía que era placenta extraída de parturientas, nadie sabrá ya los contenidos de los afamados perfumes turcos.

Pero si sabemos que ocurrió con ellos, como refiere nuestro personaje; durante las bodas del Sultán de Cadacia, un lugar al sur de la península otomana, se encargaron varios envases del perfume de Aridey, para orearlos tras los postres de la gran cena de celebración por su boda con la princesa tártara, Buedifa. Tal vez más de mil invitados asistían al ágape, según refiere nuestro narrador; cuando los sirvientes, a una orden del sultán, aromatizaron la estancia con las afamadas esencias; al instante, ocurrió la frenética escena que relatare a continuación y cito textualmente, en palabras del propio Ormuz.

"...todos estaban satisfechos, la comida había sido indescriptible, y la bebida tan abundante como el Nilo..., cuando de pronto, los inciensarios comenzaron a desparramar aquel aroma almizclado que se adueñaba de las vidas y los sexos. Nadie, ni los mismos criados dejaron de gozar, se veían mujeres abiertas de piernas, enfervecidas, locas de deseo, solicitar con sus lenguas a los hombres que más próximos tenían, mientras algunos depositaban sus miembros en las bocas feroces de las más tímidas.

Que movimiento singular, ¡Alá sea loado!, el de las hembras en celo, moviendo sus culos de forma incesante ante las lenguas de los hombres, ante sus caras, mientras ellos, en su lujuria desbridada, acometían hazañas en los traseros de sus vecinas más próximas. Que espectáculo más maravilloso, ver a todas las mujeres anhelantes de una polla, que legión de putas en la batalla por el semen; algunas se peleaban entre si por lamer una verga, otras compartían la labor, ante unos testículos peludos, pero era indescriptible su movimiento.

Nunca había presenciado tal colección de ninfómanas hambrientas, tal coro de lenguas en movimiento repetido y acompasado, ni el movimiento de corvas y nalgas de aquellas vacas sin ordeñar, los pechos saltaban, las pollas cambiaban de agujero sin cesar, el olor de sudor, impregnaba la estancia, a pesar del perfume.

El sultán, rey de reyes, se dispuso a follar allí mismo a su princesa, que por entonces se masturbaba con la vela de un candelabro y con la energía de mil diablos. El sultán, retirando la vela, embistió a su hembra, y moviendo su cadera como un carnero, la hizo gritar por su salvación.

Entonces, fue cuando se me ocurrió ofrecerle una de mis alfombras, pues estaba en el mismo suelo, clavado en su mujer emputecida; su excelencia, aceptó de buen grado, y desde entonces, ha sido uno de mis mejores clientes; sus sirvientes me han dicho que esa alfombra es su lugar favorito para gozar de su mujer y sus concubinas, por que, según dice, jamás su vara ha fracasado en el golpe, mientras yacía en mi tejido. Eso me ha reportado pingües beneficios durante muchos años.

Por mi parte, me dedique a cultivar el deseo de una negrita y una dama de edad, la mayor lamía, y la menor recibía, así me pasé más de dos horas de placer, que ahorraré al lector, por no promover su envidia".

Aquí, concluye la primera historia, para referirles la segunda, le he dicho a Gabriela que descanse, y que me prepare otro café, creo que cada vez está más excitada, es bueno que se distraiga un rato....para continuar después.

El segundo relato, se refiere a una historia ocurrida en Kandahar; nuestro cronista, Ormuz, no la presenció personalmente, pero jura por la tumba de Alí, que así ocurrió. Ha llegado Gabriela, y le he propuesto que continué con su labor, ahora mi polla también ha descansado. El segundo relato de Ormuz dice lo siguiente:

"...Alá sea adorado, mi primo Hussein Ibn Asari, me refirió esta historia, jurándome por sus hijos que es cierta en su totalidad, y tal como me la relato yo se la cuento. En Afganistán, las mujeres visten el burka, esa prenda que no deja ni ver sus preciosos ojos, ni contemplar sus hermosas bocas. Esta costumbre es muy antigua, y proviene según refiere la leyenda del siglo XVI, cuando un edicto del visir obligó a todas las mujeres a ocultarse para no provocar la lujuria en los hombres, que les haría distraerse de sus obligaciones religiosas.

Pero, la historia que me refirió mi primo, es esencialmente singular, en el mismo edicto, el loco visir, también añadió que todas las mujeres podrían follar con quien quisieran, con tal de que cumplieran dos condiciones: que no mostraran su rostro, y que lo hicieran sobre una alfombra del Yemen

Tengo que decir que mis clientes afganos son de los mejores, pero por lo que he decidido contarles esta historia es por la escena que mi primo presenció, en un lupanar de las afueras de Kandahar; hasta hace poco tiempo, la esclavitud estaba permitida en estas latitudes y una de los momentos culminantes en la historia de las muchachas adquiridas, era su inicio en la prostitución

El me refirió, como las vestían con su burka, y de una en una las iban disponiendo en varias alfombras, levantando por detrás la prenda y mostrando sus preciosos culos, su rajita, su agujerito, todo quedaba a disposición de la mirada de los clientes que ofrecían su dinero por inaugurar los cuerpos de las muchachas.

No eran cantidades grandes, pero era un maravilloso espectáculo contemplar en esa posición, a auténticos animales con chilaba enculando a las muchachas como bestias, de forma anónima, ellas emitían sollozos y alaridos, sin saber, sin conocer a su desvirgador. Y cuando terminaba el que había pagado más, iba entrando el que había pagado menos, que se derramaba de igual forma, y así uno tras otro, todos los hombres recorrían los agujeros de las iniciadas, hasta saciar su lujuria. Esta gran fiesta podía durar varios días, y las muchachas permanecían allí hasta que todos colmaban su deseo.

Pero tal vez lo más interesante sea que aquellas alfombras, llenas de sudor y semen, se consideraban como talismanes, y los hombres viejos e impotentes llegaban a pagar grandes fortunas por poseerlas, pues el aroma, el tacto, y posiblemente el conocimiento de lo que en ellas había ocurrido, hacía que sus pollas rejuvenecieran.., y eran conocidas como las "alfombras mágicas". Poderoso Alá, la necesidad mueve montañas...".

Perdonen, pero creo que hoy no voy a contarles la tercera historia, estoy demasiado caliente para continuar, y creo que Gabriela también, por que no para de succionarme, de bombear mi polla en su boca. Es necesario que concluyamos aquí.

Por favor, Gabriela, puedes colocarte para penetrarte, en esta ocasión quiero que me muestres tu culo, mientras te apoyas en codos y rodillas, y hazlo sobre esta alfombra. Mmmh, a pesar de los años que llevas a mi servicio, tu coño aún sigue estando estrecho, creo que invitaré a algunos amigos esta tarde, para que disfruten de tus caderas, ¿te parece bien?-, Gabriela, sin mirarme, sabía que no me gustaba que me mirarara mientras la follaba por detrás, y sin dejar de mover sus caderas, asintió con la cabeza.

Me estoy planteando seriamente incorporar otra mujer para que la ayude en las tareas domésticas, o tal vez otras dos. En mi casa hay suficientes alfombras. Creo que le compraré el libro de Ormuz a Don Arsenio, ....el seguramente lo había leído antes y sabía que me gustaría poseerlo; con el tiempo he llegado a admirar su habilidad para el comercio. Disculpen, esta vieja zorra no para de moverse y me veo obligado a correrme, aún a mi pesar. Hasta la próxima.