El Librero.

Una chica descubre un mar de nuevas sensaciones tras su encuentro con un librero maduro.

Por culpa mi trabajo, tuvimos que buscar una librería antigua para grabar unas escenas. Tras varias negativas, una nos dio el si.

La regentaba un hombre entrado ya en los cincuenta años. Muy serio. Muy raro. De pocas palabras. Con una mirada que helaba la sangre.

Durante las grabaciones, el librero siempre estaba presente. Siempre clavando sus ojos en mi. Me ponía nerviosa, incomoda. Deseaba que se acabase cuanto antes ese trabajo.

Llego el último día. Por fin.

Mis compañeros recogieron todo el material, lo cargaron en la furgoneta y partieron a las oficinas. Podían haberme esperado, si, pero no lo hicieron. El librero tenia que firmarme el papeleo legal para recibir su compensación.

Su mirada seguía igual, intensa, clavada en mi. Hablaba más de la cuenta de lo nerviosa que me tenia, y él no decía nada. Sólo me miraba, serio.

Le pase el bolígrafo para que me firmase los papeles. Rozo mi mano al cogerlo, un escalofrío me recorrió toda la columna. Deje la mano extendida, inmóvil, soltó el bolígrafo en la mesa, puso su mano sobre la mía. Tiro suavemente de ella, quede muy cerca de él.

Sus ojos se clavaron en los míos. Me paralizaron. Sentí como se paraba el tiempo. Estaba perdida en sus iris negros llameantes.

Entonces la sentí.

Su mano en mi pecho derecho. Acariciándole suavemente sobre la camisa, sobre mi sujetador. Seguía paralizada por su mirada fija en la mía. Apretó fuerte, varias veces, rozo mi pezón, le agarro, le pellizco fuerte, tiro de el, volvió a acariciarme toda la teta, a apretarla intermitentemente mientas dibujaba círculos con su muñeca.

Todo mi cuerpo seguía inmovilizado. Todo menos mi coño, que había dejado de ser un coño para convertirse en una cascada de flujo abundante y ardiente.

Abandono mi duro y excitado pecho. Su mano recorrió mi cuerpo hasta situarse al final de mi espalda. Abierta. Y con un fuerte pero a la vez suave empujón, dejo mi cuerpo pegado al suyo. Sin pensarlo, abrí ligeramente la boca. Lo entendió, y por primera vez desde que lo conocí, una leve sonrisa apareció en su boca. Duro segundos. Los segundos que tardo en empezar a comerme la boca. A devorármela. A besarme con tanta pasión, tanta fuerza que las comisuras de mis labios dolían.

Jamas me habían besado con esa intensidad, con tanto deseo, con tanto ímpetu, con tanta lengua, con tanta saliva.

No pude evitarlo. Un escalofrió recorrió mi espalda y dio paso al orgasmo que inundo mi coño, y me lleno los ojos de brillantes estrellas.

Mi orgasmo no le detuvo en lo mas mínimo. Sus manos siguieron en mi culo: amasándolo, aprentándolo fuertemente, pegándome mas a él para que sintiera su durísima polla clavándose en mi lisa tripa.

Su boca siguió conquistando la mía. Mi lengua rendida a la suya, a su saliva, a su sabor. Sentí, a pesar del dolor, que no querría que dejase de besarme por nada del mundo.

Pero dejo de besarme.

Y sentí el vacío.

Sus labios brillaban por la saliva. Su voz dura, grave, emergió pausada, tranquila.

–Arrodillate.

Lo hice sin dudarlo.

–Libera mi polla.

Mis manos se posaron en ese gran bulto. Se recrearon en el. Lo había notado duro en mi tripa, pero ahora que lo sentía en mis manos parecía acero. Tembló, luchaba por salir. Desabroche el botón, baje lentamente la cremallera viendo como se desbordaba. Mi coño recibió una nueva oleada.

Suavemente baje su boxer negro y salto hacia mi, buscándome. Otra oleada, más intensa.

Precioso, empapado, duro, delicioso.

–Lleva las manos a tu espalda. Abre la boca.

Lo hice sin dudarlo.

Sus manos llevaron mi cabeza al encuentro de ese deliciosa polla. Mi boca la recibió llenándose de su calor. Su olor me embriago. Su sabor provoco otra oleada de flujo descomunal.

Empezó follándome la boca de manera suave, hasta tierna a momentos. Pero mi boca no era capaz de cubrir toda esa dureza maravillosa.

El ritmo fue aumentando a la vez que la saliva, a la vez que mis quejidos, a la vez que mi excitación. La deseaba. Deseaba que me llenase la boca. Deseaba que llegase donde jamas había llegado otra polla.

Abría mas la boca, todo lo que podía. Sus embestidas eran rápidas, a buen ritmo. Sabia como hacerlo. Mi garganta se resistía con leves arcadas. Estaba rendida ante ella.

La saliva se agolpaba en mi boca, llenaba su polla, se escapaba por las comisuras, escurría por mi mentón, por mi cuello, manchaba mi camisa.

A cada golpe de sus huevos en mi cara un gemido de ilógico placer se escapaba veloz. Deseaba chupárselos hasta que gotearan hilos de saliva. Hasta oírle gemir de puro placer.

Y no tardo mucho. Aumento el ritmo de manera brutal. El ruido de mis arcadas, de mi atragantamiento, del choque de su glande contra mi garganta, el chapoteo de la saliva, demasiada saliva, el chocar fuerte de su gordos y duros huevos contra mi. Sus jadeos. Todo se mezclaba en un único sonido brutal. Una melodía tan excitante que culmino en dos orgasmos seguidos que explosionaron en mi coño de manera irreal. Dos orgasmos seguidos de la corrida inmensa del librero directa a mi garganta. Tan espesa, tan caliente, tan abundante, que lleno mi estomago para el resto del día.

Me mantuvo inmóvil durante unos minutos, disfrutando de su orgasmo. Con sus manos en mi cabeza, apretándome con fuerza contra él, con toda su gorda polla dentro de mi boca, con mi nariz besando su ingle, con sus huevos invadiéndome el mentón.

Volví a sentir el vació cuando saco la polla de mi boca. Se subió el boxer, el pantalón. Se encamino al baño, y sin dirigirme su embriagadora mirada me hablo:

–Coge los papeles y vete. Te los firmaré otro día.

Me limpie como pude toda la saliva que tenia por mi cara, por el cuello, por mi ropa. Con el reflejo del móvil, arregle el peinado y el maquillaje. Cogí los papeles y salí de aquella librería de viejo.

Lleve los ojos inundados en lagrimas todo el camino a casa. Me sentía humillada y excitada a la vez. Una sensación nueva, y tan confusa... No volvería a ser la misma.