El letargo de Ema
Trabajaba sin descanso desde que me había sumergido en este estado de coma, ya no recordaba desde cuando, ni tampoco me importaba... Hasta que reapareció Jon.
El letargo de Ema
Trabajaba sin descanso desde que me había sumergido en este "estado de coma", dos meses o quizás tres ya no recuerdo, ni tampoco me importa. Él desinterés y una profunda melancolía lo invadían todo. Se instalaron de a poco dentro de mí, dejando que las ganas me fueran abandonando. Lo único que me hacía salir de la abulia, reactivando mi cuerpo y mente, era el trabajo.
Mis actividades sociales se redujeron al mínimo, nada suficientemente sospechoso para hacer que la gente a mi alrededor se preocupara por mi estado (detestaba la idea que se pusieran a husmear en mi cabeza). Iba a una que otra reunión familiar ó una celebración de los amigos más cercanos, con la idea constante de poder desaparecer después de estar un par de horas tratando de verme interesada en conversaciones a las cuales no tenía ganas de seguir el hilo.
A los 33 años estaba sumida en una depresión, que llegó sin decir "agua va". No había perdido a ningún ser querido, me encantaba mi trabajo, tenía independencia económica, y bueno hacía más de un año que no tenía una relación estable, pero a falta de un amante ocasional siempre podía recurrir a los juguetes eróticos y pasar un momento Kodak. Es decir, según las estadísticas debía ser la mejor época de mi vida. Pero aquí estaba yo sintiéndome miserable.
Viernes, 8:45 a.m. Entro al edificio de la empresa, con mi mocachino endulzado artificialmente en una mano y el portafolio con mi nuevo proyecto en la otra, la puerta del ascensor comienza a cerrarse mientras me precipito para alcanzarlo, suena mi celular y entre la carrera comienzo a hurgar en mi cartera, lo logro sacar haciendo malabares con el vaso y el portafolio. No presto atención a la señal de advertencia: PISO HUMEDO , en grandes letras negras y fondo amarillo. Resbalo mientras veo volar (a modo de una película en cámara lenta) el vaso, el portafolio y mi celular y caigo, como en una coreografía concienzudamente planificada, deslizándome sobre el suelo húmedo hasta la puerta del ascensor, que ha detenido el cerrar de sus puertas. Veo un par de impecables zapatos masculinos (sin duda son italianos) que avanzan hacia mi. Mi vista se eleva comprobando que los zapatos están en armonía con el traje hecho a la medida y la afeitada cara de Jon Raudi.
Ahora que lo pienso fue una de las situaciones más ridículas en las que me he encontrado, pero en ese momento me importaba una mierda, el sentido del ridículo me había abandonado desde hace tiempo. Me daba igual quienes eran los espectadores de mi fallida aparición.
Por el rabillo del ojo note a uno de los empleados de limpieza (no media más de metro y medio, era extraordinariamente delgado, un hombre joven en el cuerpo de un viejo), venia rápidamente hacia nosotros. Jon se adelantó a la intención del hombrecillo y me levanto, junto con recoger mi celular, sin el mayor esfuerzo. Seguramente el hombre de la limpieza y yo nos veíamos pequeños en comparación a Jon. Alto y macizo, ¿su fino culo habrá alguna vez sudado por el esfuerzo de la supervivencia? No lo creo.
La voz del pequeño hombre apenas se oía con lo compungido que estaba, ofreciéndome el portafolio que, por suerte, contuvo el material de mi proyecto dentro de sí.
Perdóneme, discúlpeme señorita, debí debí poner el aviso más cerca del ascensor.
No se preocupe Sr. Méndez.- leí en su placa identificatoria .- fue mi descuido lo que ocasionó la caída. Me encuentro perfectamente, vaya tranquilo .
El hombre no dejaba de asentir con la cabeza, como esos animalitos que se ponen en los autos y tienen un tipo de resorte en el cuello. Se retiró rápidamente para ir a buscar sus artículos de aseo y limpiar el desastre del mocachino.
Jon mantuvo una mano en mi torso durante todo el tiempo que tuve el diálogo con el Sr. Méndez. Al tomar conciencia de la duración de su abrazo y di un paso hacia atrás para deshacerme del contacto.
- Vaya forma de empezar el día .- fue la frase que se me ocurrió dirigirle.
- ¿A mis pies? - dijo levantando una ceja. Mi carcajada salió impulsada como por un resorte. Fue extraño escucharme reír.
El sonido del ascensor fue el aviso de la vuelta a la realidad. Sin que se lo dijera, apretó el botón del piso 13, donde yo trabajaba y el 20 (el piso de los peses gordos, obesos más bien mórbidos). No despegué los labios en todo el trayecto, no por timidez sino porque no se me ocurrió que decir y tampoco me esforcé en encontrar tema de conversación. Recordé cómo hace meses, la sola presencia de este hombre hacía estragos en mi persona. En el momento que nuevamente se abrió la puerta, gire levemente mi cabeza hacia él y le di las gracias. Me encaminé hacia a mi oficina y a mitad del pasillo escuché claramente su voz.
- ¡Ema! - ¿recordaba mi nombre? Al girarme vi que sostenía mi celular moviéndolo como quien muestra un juguete a un niño.
- ¡Ooops! Esta mañana tengo la cabeza en cualquier parte .- dije con un suspiro al ir avanzando hacía él. Al tomar el celular se las arregló para pasar sus dedos por mi mano. La señal era más que clara ¿la próxima sería una aviso de neón sobre su cabeza?
- Diría que ya es tiempo de que vuelvas de tus vacaciones .- me quedé en blanco, nadie se había referido a mi "hibernación" tan directamente, y cuando iba a hablar las puertas ya se estaban cerrando.
Jon "el vikingo", así lo llamaba el contingente femenino de mi área entre risa y miradas cómplices, estas damas tenían una imaginación calenturienta. Jon era material de observación y discusión entre las mujeres bueno también lo había sido para mí hasta que los hombres dejaron de ser un tema que rondaba mi cabeza, como muchos otros temas en esta "animación suspendida" en la que había entrado.
Recuerdo la impresión que me causó verlo la primera vez, atractivo y jodidamente bien vestido, su gusto en ropa era impecable y su poder adquisitivo grande para poder costearlo (seguramente jamás necesito como libro de cabecera "Padre rico, padre pobre").
Era raro que me fijara en un rubio, más bien que mi cuerpo dieras claras señales de estar de acuerdo con el apareamiento. Superaba los cuarenta y era grande, un gran oso escandinavo. Con hermosos ojos celestes y labios finos ufff el cabrón era guapo, con ese aire sofisticado y canalla a la vez. Si, si, lo reconozco, tengo predilección por los chicos malos y él podía llegar a ser uno de mis favoritos.
Esa vez también subimos el ascensor, pero yo estaba francamente afiebrada. El gran vikingo llenando el pequeño espacio con su presencia y su aroma. Comencé a imaginar como sería besar su mezquina boca, esos labios duros y de pronto me vi con la boca sutilmente en trompa hacia él. Me miró extrañado y rápidamente, después de pestañar repetidas veces, rasqué mis labios y los fruncí como si fuera víctima de picor extraño. ¡Que vergüenza! Muchas veces imagino tan vividamente las cosas que se me escapan palabras, gestos o ruidos. Sentía sus ojos en mi nuca, mientras se me hacía eterna la subida del ascensor.
Hola, soy Jon.- ¡Sí vikingo lo sé! Pero no quiero voltearme ¡Maldición! Le enfrenté de medio lado.
Ema, encantada.- él ya tenía la mano estirada hacia mí ¡Doble maldición! Mis manos estaban sudadas por causa de la intranquilidad que provocaba en mi cuerpo. Tomó mi mano y no la soltó inmediatamente, quedándose estacionado en mis ojos.
¿Heterocromía? siempre he querido tener una gata con ojos de distinto color.- Sí, tenía un ojo café y el otro verde y en ese momento la cara roja como una granada. Es humillante enrojecer, odio hacerlo, pero se sale de mi control Al llegar al 13º, salí tiesa como una tabla y pude respirar ¿se me había olvidado hacerlo?
Cuando mas tarde relaté, al club de la pequeña Lulú, parte de mi encuentro cercano (ninguno de los detalles embarazosos como la trompa, la sudada de manos, ni menos mi color granate), me enteré de más chismes que corrían acerca de Jon, claro que ninguna sabía de primera mano la información, en definitiva ninguna había intimado con él para comprobar si el mito era realidad.
Cada vez que me encontraba con él, volvía a sentir calor y ¡Bingo! mis manos se humedecían ¿El hombre era un calefactor humano? Me parecía que disfrutaba haciéndome sentir incomoda. Por mi parte cuando cada mañana me arreglaba, tenía la adolescente esperanza de cruzarme con él. Peinaba mi melena castaña de diferentes formas, probaba diferentes maquillajes, siempre muy sutiles ya que al ser pecosa la exageración me hacía ver burda. Y después bueno, después sobrevino el desinterés total y el vikingo con GRAN SEXAPEL y todo, se fueron al desván del olvido hasta este día.
Mientras esta mañana, después de mi espectacular caída, trabajaba la presentación del proyecto apareció en mi oficina el pequeño Sr. Méndez. Traía un gran vaso de mocachino y me lo ofreció.
Sr. Méndez, no era necesario, de verdad, no se preocupe más por el asunto.
No, no. Se lo envía el Sr. Raudi.- dijo con una sonrisa, sin dejar de mover su cabeza, y tan rápido como entró, salió.
Me quedé pensando, mientras sostenía el mocacchino, que las señales ya no podían ser más obvias ¿lo próximo sería una avioneta escribiendo un mensaje en el cielo? Sentí una tibieza que se extendía por mi pecho, giré mi silla hacia el ventanal y bebiendo mi mocachino disfruté de la vista de la ciudad, como no lo hacía hace meses.
Esa tarde de viernes transcurrió tranquila, la presentación de mi nuevo proyecto sólo obtuvo elogios y el visto bueno para su realización, lo que logró prolongar la sensación de placidez desde mi aterrizaje forzoso en la mañana. Me quedé trabajando más tarde de lo habitual, afinando los últimos detalles para darle el lunes la marcha blanca al proyecto. Sí, me sentía mucho mejor, pero no dejaría de ser adicta al trabajo de un día para otro.
Cuando salí del edificio, la noche ya había caído sobre la ciudad. Reconocí su figura apoyada en el auto. No me extrañó su presencia. Me acerqué y abrió la puerta para que entrara.
Hay que celebrar tu regreso, Ema. Felicitaciones por el proyecto.
Gracias, le dediqué mucho tiempo y energía, para presentar algo sólido.- un suspiro escapo de mi garganta .- Ha sido un día bastante peculiar, no quiero que acabe temo que mañana la sensación de bienestar desaparezca, ¿como cuando despiertas de un buen sueño? Ya sabes, por más que trates de cerrar los ojos y volver a soñar, la magia ya ha desaparecido** - dije esto sin temor a parecer ridícula. Sólo lo solté, sin poner filtro a mis palabras.
El día aún no termina, ya nos preocuparemos por el mañana.- me gustó la forma en que lo dijo y cerró la puerta del copiloto.
Llegamos a su casa que, claro está, combinaba a la perfección con sus zapatos italianos, el traje a la medida, el auto y su porte de vikingo. ¿Se imaginan mejor forma de coronar el día que con algo de sexo? Pues a mi cuerpo le pareció una muy buena idea, es más mi cuerpo se mostraba encantadísimo con sólo imaginarlo. La depresión me había dotado de una seguridad y un desapego exquisitos.
El minimalismo del lugar era fascinante, la casa exudaba en buen gusto. Los colores, formas y distribución espacial se combinaban en armonía ¿tendría conocimiento del feng shui? Por que para mi sólo sonaba a comida china, era una completa ignorante en el tema, pero podía apreciar la dedicación que había en todo, nada estaba puesto al azar.
Tanto detalle era consecuencia de una mente obsesiva y dos imágenes se me vinieron a la mente: Jon estilo afeminado, siendo seguido por un sequito de mariposones aconsejándole acerca de los colores de la temporada, se me escapó una risa. Pero la segunda imagen de Jon estilo American Psycho hizo que un escalofrío me recorriera entera.
¿Pasa algo? - me di cuenta que observaba mis reacciones. Se había desprendido del "exquisito" saco y la "finísima" corbata y en ese momento se arremangaba la "elegantísima" camisa.
Olvídalo, mejor ni preguntes ¿tienes algo de beber? - hace mucho que no lo hacía y en ese momento ameritaba algo de alcohol en mi sangre.
Abrió un gabinete que me pareció el paraíso del alcohólico, muchas botellas de diferentes colores y formas, de las cuales desconocía el contenido de la mayoría. Todas las botellas estaban llenas ó casi llenas. ¿Demasiado minucioso para dejar alguna casi vacía? La imagen de Jon/Bateman persiguiéndome con una sierra eléctrica apareció de nuevo en mis pensamientos excesiva literatura y cine violento.
Kir Royal.- decidí en el momento, no quería parecer vulgar pidiendo una hamburguesa pudiendo disfrutar una Delicatessen. Estaba mejorando, mi ego aparecía.
Me dirigí al mullido sillón de cuero, color hueso, y me despojé de mi "no tan fina" chaqueta lanzándome al asiento con alegría infantil, ¿pudo eso bajar los puntos ganados con el Kir Royal?, estaba caliente y suelo ponerme traviesa.
Se acercó y me extendió la burbujeante copa, él no se había servido. Me hice a un lado para que se sentara junto a mí, pero ignoró mi invitación y se acomodó en un sillón individual en frente mío.
Apuré mi copa hasta la mitad para espantar las dudas que amenazaban con confundirme (no soy buena interpretando las señales contradictorias) y para darme tiempo a decidir mi siguiente jugada, no quería esperar, deseaba tener sexo ya. Bajé mi copa y posé mis ojos (café y verde) en los suyos. Su rostro mostraba tranquilidad, me examinaba. Me levanté y me acerqué al atractivo espécimen. Me senté de lado sobre sus piernas y lo besé. Se dejó hacer sin intervenir mis movimientos, sus brazos colgaban inertes, no hizo ningún intento por abrazarme.
Me sentí extraña acosando a ese hombre que no se negaba, pero tampoco cooperaba activamente, pero seguí con mi arremetida en su boca, enroscando mi lengua en la suya. Delicioso y tibio sabor. Ataqué con más fuerzas sus labios, tratando de obligarlo a reaccionar y mis manos empezaron a bajar hasta su entrepierna, que notaba dura contra mi cadera.
En ese momento sentí la decidida presión de sus manos en mis hombros y sin dificultad me separó de él, mientras nos parábamos. Vi su fría mirada celeste y una sonrisa que apenas levantaba la comisura de sus labios me sentí ridícula. Definitivamente, la seguridad y el desapego escaparon por la borda (antes que las mujeres y los niños). La incomodidad me golpeó como un rayo y un profundo malestar físico me invadió por completo, quise salir corriendo.
Su bofetada vino sin aviso y me hizo caer al sillón donde estuve sentada, su expresión no cambió. ¡El hijo de puta me había golpeado! Como un resorte me paré invadida por la ira y cruce su mejilla con una cachetada que me hizo doler la palma de mi mano, como si me hubiera quemado, pero él ni se inmutó. Volvió a pegarme, pero esta vez no caí y más rápidamente que la anterior contesté su golpe con un revés digno de la Sharapova. La tercera cachetada, me dejó al borde de las lágrimas, más que por el dolor era la sorpresa y la humillación de la absurda situación, que me hacían sentir vulnerable.
Fue tarde cuando intenté responder al último golpe. Jon ya estaba sobre mí. Besándome de forma voraz, era quien llevaba ahora la iniciativa. El sabor de mi sangre en la comisura de mis labios se confundía con el sabor de su saliva y mis lágrimas que brotaban mansas. Mi cerebro ardía, era una sensación abrumadora. Pasión y lágrimas una extraña combinación, demasiado poderosa. Mi cuerpo y mi mente lo ansiaban con rabia.
No me di cuenta en que momento se había desabrochado el pantalón, pero sí cuando metió su mano bajo mi falda para correr mi braga y comprobar que yo estaba más que preparada para recibirlo. Esa bendita humedad que refregaba contra su mano, esparciéndola de mi vulva hasta mi culo. Aún estábamos de pié, levantó una de mis piernas y entró de golpe, como un bastardo experto, me tenía levemente en vilo traspasada por su pene y si, realmente el mito era realidad ¡Juro que era una gran verdad!
Enrosque mis piernas sobre sus caderas y me agarré firmemente a su espalda, mientras empujaba dentro de mi. Gruñidos, jadeos y toda clase de onomatopeyas eran lo único que se escuchaban. Con sus manos bajo mis nalgas que me sostenían firmemente, jugueteaba con uno de sus dedos que introducía insistentemente en mi ano. ¡Maldito Jon! Si que me sabía joder.
Le mordí el hombro con saña, no me pregunten porque, pero sentía la necesidad imperiosa de hacerlo. No trató de impedirlo, pero comenzó a hundirse en mi más violentamente y caímos en el sillón (yo por tercera vez), sin dejar de follar. Estábamos dándonos guerra. La sensación era maravillosa, tan bestial en nuestras arremetidas, todo era carne carne cruda
- Te tengo donde quería, gata. Esperé demasiado tiempo no quiero tratarte con suavidad .- lo decía entre jadeos, con las mandíbulas apretadas, mientras me follaba sin compasión.- Córrete, córrete Ema. Es lo que quieres desde hace mucho ¿verdad? Todos esos días grises y planos, tan parecidos entre si, que ya perdiste su cuenta.- Separé los dientes de su hombro y gruñí con fuerza mientras mis caderas se movían de manera frenética.- Eso, eso, así reclama con furia lo que te pertenece. ¡Córrete! mientras tu coño moja y traga por completo mi verga ¡Córrete, gata!
La venida de mi orgasmo se hizo inminente, un grito profundo salió de mi garganta, mientras las contracciones de mi coño y ano se hacían deliciosamente insoportables. ¡Divino Delirio! Que por unos instantes nos hace perder la razón. Mire la cara del vikingo, estaba transfigurado, tan asequible en su calentura al borde de la eyaculación. Apreté más mis músculos alrededor de su pene y desencadené su corrida que terminó en unos estertores, haciéndolo ver como un animal.
Hice un leve catastro de nuestras personas después del holocausto y para mi goce, su "elegantísima" ropa, de veía tan desastrada como mi "simplona" vestimenta.
¡Me marcaste, gata! - dijo entre jadeos y en tono de reproche.
¡Me golpeaste! ¡Capitán Cavernícola! - dije en el mismo tono. Tuvimos un ataque de risa.
No fue tan malo ¿cierto, cariño? me dijo meloso, mientras enredaba una mano en mis cabellos y me daba un tirón. Reaccioné con un leve jadeo.- Con lo que no contaba es que respondieras tan duro.
¿Fue esto un tratamiento de shock? dije en tono amenazador.- Por que si es así para la próxima elegiré la lobotomía .- nuevamente nuestros cuerpos temblaron por la risa.
Tomé una ducha, mientras el vikingo preparaba algo para comer. El agua tibia acariciaba mi cuerpo, mientras los recientes acontecimientos se repetían en mi mente. Si alguien me hubiera dicho que esto me iba ocurrir, me habría reído en su cara, alegando que no soy ese tipo de mujer, enarbolando la bandera de la moralidad y las buenas costumbres y bla bla bla excusas, vanas palabras que tratan de contener nuestra naturaleza.
Cuando salí de la ducha, estaba apoyado en el marco de la puerta sosteniendo una gran toalla. Me secó con delicadeza y desenredó mis cabellos era la hora de ser mimada.