El legionario
Comenzó a lamer la raja de mi aún dilatado ano, a lo que yo respondí introduciéndome su polla flácida pero con todo bastante gorda, disfrutando de que al menos ahora me cabía entera en la boca
Mi afición por los uniformes viene de cuando con 18 años, ligué en el autobús con un legionario malagueño. Era el mes de julio y estaba alojado con mis padres en un hotel de playa situado en Rincón de la Victoria, a escasos kilómetros de Málaga. Como estaba harto de playa y de la compañía continua de mi familia, aquella calurosa tarde cogí el autobús de línea que en apenas media hora conectaba la zona de costa con la ciudad. Cuando subí al bus en la parada que había justo enfrente del hotel, éste venía ya con bastante gente, aunque nada más subir me fijé en él. Iba sentado en los asientos del fondo, justo en medio del pasillo, con su traje de legionario y sus botas apoyadas en uno de los respaldos de los asientos de delante. Era bastante grande, delgado, muy moreno y llevaba el pelo casi tan corto como su barba de dos o tres días sin afeitar, tenía unas estrechas cejas, una nariz grande y poderosa y unos carnosos labios.
Me senté no muy lejos, en los únicos asientos que quedaban aún libres ya que no me atreví a sentarme al fondo con él, a pesar de que me hubiera encantado agarrarle por una de sus botas y obligarle a moverse para dejarme paso, pues de ese modo nos habríamos rozado. Sin embargo, no podía evitar darme la vuelta cada dos por tres para mirarle y siempre que lo hacía me encontraba también con su mirada fija en mí. Una vez llegamos a la estación me quedé hasta el final y, justo cuando iba a salir, me cedió el paso y aprovechando que éramos los últimos comenzó a sobarme el culo con una de sus grandes manos mientras llegábamos a la puerta y bajábamos del autobús.
Una vez fuera, se presentó y me dijo que si me iba con él a su casa, que resultó estar a apenas unos metros de la estación. Era un amplio apartamento en un segundo piso sin ascensor completamente a oscuras debido a que estaban las persianas bajadas para mitigar el intenso calor. Me llevó a una habitación amplia en la que subió ligeramente la persiana para que entrara algo de aire y luz y en la que había dos amplios colchones uno encima de otro en vez de una cama y poco más mobiliario, salvo una silla sobre la que cuidadosamente fue colocando las prendas de su uniforme que tranquilamente se iba quitando, dejándome ver poco a poco su magnífico cuerpo, con unos músculos bien definidos pero sin exagerar, su piel morena, su fibrado torso con dos grandes y oscuros pezones, sus piernas con abundante pelo y por fin, su abultado paquete envuelto en unos diminutos calzoncillos rojos.
Cuando sólo llevaba puestos los slips y unos calcetines negros, me anunció que necesitaba darse una ducha y despareció por el pasillo, no sin antes darme un beso y pedirme que me fuera desnudando. Unos minutos después apareció completamente desnudo, mostrándome al fin una enorme polla, gruesa y sin circuncidar, de la que colgaban dos grandes pelotas oscuras y rodeadas de una gran cantidad de vello. No la tenía aun completamente dura cuando se acercó a mí y me fue empujando hacia el colchón sobre el que me senté y, sin perder un segundo, me metí en la boca aquella verga que enseguida aumentó de tamaño haciendo que fuera imposible llegar más allá de la mitad, mientras agarraba el resto con una mano. De vez en cuando me hacía sacármela y me golpeaba la cara con ella, mientras me preguntaba si alguna vez había visto una polla como esa.
Era evidente que no pero yo no estaba para hablar ni él para aguantar mucho en aquella posición por lo que se tumbó boca arriba sobre la cama, postura que aproveché para saborear el resto de su cuerpo, lamiendo sus pezones, su musculado torso y bajando hasta introducirme sus enormes huevos, algo que hacía por primera vez en mi vida y que me pareció tan placentero como a él debía resultarle ya que durante un buen rato no paró de pedirme que no me detuviera, hasta que volví a concentrarme en su preciosa polla, que no me cansaba de succionar, lamer y chupar. Cuando parecía que no podía aguantar más me preguntó con su cerrado acento andaluz si le dejaba follarme, algo que me gustó pues normalmente no me lo solían preguntar, aunque nunca me he negado a ser follado.
Por supuesto que a esas alturas mi culo ya se lo habían trabajado creo que unos diez o quince tíos pero aquella era sin duda la más grande por lo que, a pesar de una abundante ración de vaselina, mi ano tuvo que amoldarse durante un cierto tiempo en el que me puso a cuatro patas hasta que una vez entró del todo, me tumbó quedando él con todo su cuerpo encima del mío. Su cuerpo, como su edad, era casi el doble que el mío por lo que me sentía completa y agradablemente presionado. Resultó ser una follada muy placentera pues el tío se movía lentamente y, mientras me sujetaba los brazos con los suyos poniéndolos en cruz, con sus enormes muslos separaba mis piernas haciendo que mi culo quedara ligeramente elevado facilitando así que su polla entrase con facilidad hasta el fondo. Por sus gemidos intuía que se acercaba el momento de correrse pero me estaba dando tanto placer que en lugar de retirarme como hacía siempre y dejar que se corriera fuera, abrí bien el culo y fui apretando mi esfínter hasta empezar a sentir cómo me iba inundando con su leche que parecía no iba a terminar de brotar nunca, quemando placenteramente mis entrañas.
Tras la intensa follada quedamos acostados casi en la misma posición, aunque ya no encima de mí, disfrutando de sus caricias recorriendo mi aniñado cuerpo con aquellas enormes manazas y creo que ambos estábamos tan a gusto que incluso nos quedamos dormidos, sin separar nuestros sudorosos cuerpos. Después él se fue al baño a lavar, luego fui yo y cuando volví, se había vuelto a acostar. Empecé a ponerme el slip pero con señas me pidió que volviese a su lado, aunque esta vez me pidió que me pusiera al revés, de forma que mi entrepierna quedara a la altura de la suya. En esa postura comenzó a lamer la raja de mi aún dilatado ano, a lo que yo respondí introduciéndome su polla flácida pero con todo bastante gorda, disfrutando de que al menos ahora me cabía entera en la boca, algo que no duró mucho pues enseguida volvió a crecer y, mientras él jugaba con mi culo y me introducía uno de sus dedos hasta que acabé corriéndome abundantemente sobre su pecho, yo no paraba de succionar hasta ser premiado con una nueva y generosa ración de leche, esta vez dentro de mi garganta y que tragué con sumo placer.
No sé que lamenté más, si su polla liberada de mi boca o su dedo índice fuera ya de mi ano, pero se estaba haciendo tarde y tenía que volver al hotel. En el autobús de vuelta sufrí las consecuencias de aquella tarde de placer, pues me dolía al sentarme pero tampoco me atrevía a ir de pie ya que empecé a notar como de mi culo empezaba a chorrear líquido amenazando manchar primero mis slips y luego mis pantalones blancos. Al llegar me estaban esperando en el hall para ir al comedor a cenar, pero me inventé una excusa para poder subir a mi habitación donde comprobé que efectivamente, mis slips estaban manchados con una mezcla de semen y sangre que afortunadamente, no llegó a los pantalones por lo que me cambié rápidamente. Eso sí, tarde un par de días en poder sentarme sin que me doliera.