EL LEGADO II (27): El parto.

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Les recuerdo que pueden comentar o contactarme en *la.janis@hotmail.es*

EL PARTO.

Lo he pensado mucho. Le he dado vueltas al problema en todos los ángulos, buscando siempre las menores repercusiones y los mayores logros. He soñado incluso con ello, de tanto machacar el asunto. Con cuantos he comentado mi visión del problema, han acabado dándome la razón, pero advirtiéndome que traerá consecuencias. Eso lo sé, hasta ahí llego.

Disponemos de toda una red de informadores. Conocemos implicaciones, hechos delictivos, rutas de trasporte, almacenamiento, funcionarios sobornados, e incluso quien ha comprado el producto. Actuar contra esta gente no servirá de nada si no asustamos a los demás, a los que pueden recoger el testigo.

Utilizar las autoridades está descartado. Demasiada corrupción en la jerarquía de funcionarios. No podemos fiarnos de ellos, ni de los políticos, ni de los funcionarios públicos. Así que tenemos que comenzar una ola de terror y para ello, hay que fundar un nuevo culto.

Cuando se lo comento a Yassin, los dos a solas en el templo, me mira como si estuviera loco. Así que tengo que calmarla.

―           Será un culto de paja, sólo para que se lleve las culpas de cuanto tengamos que hacer. ¿No pretenderías dar la cara con los antiguos dioses para que todo el mundo pudiera acusarlos, no?

―           Bueno, visto así…

―           Hay que disponer un parapeto, que nos oculte, que desvíe la atención. Un nuevo culto es perfecto, cuanto más polémico, mejor, lleno de miembros fanáticos, dispuestos a matar y morir por sus creencias, sean las que sean. Porque te aseguro que va a haber sangre y mucha.

―           Explícate – se cruza de brazos.

―           Te voy a poner un ejemplo. Digamos que le echamos el ojo a un traficante de objetos ilegales. No podemos denunciarle, por muchas pruebas que tengamos, porque tiene la mayor parte de la jerarquía comprada o influenciada.

―           Sí, es evidente… esto es Egipto – sonríe.

―           Otra solución sería asustarle, chantajearle, para que deje sus chanchullos. Incluso le podríamos secuestrar… pero ¿crees que eso serviría?

―           No, aunque nos hiciera caso, habría otros que ocuparían su lugar – Yassin asiente, seria.

―           Bien, ahora imagina que existe un grupo de, digamos, patriotas fanáticos que están interesados en que Egipto, como país, se haga más grande, más influyente, pero que no tengan nada que ver con religión, ni política. Que protestan contra esa gente que está sangrando el país, que amenazan, a través de comunicados anónimos, de la publicar la identidad de los grandes cerebros criminales del país y cómo realizan sus crímenes. ¿Atraería la atención del pueblo?

―           Ya lo creo. Todo el mundo buscaría a ese grupo, los criminales para acallarlo, las autoridades para encerrarlo…

―           Y quizás le gente para aclamarlo, ¿cierto? – acabo la frase.

―           Puede ser – noto como el interés aumenta en ella.

―           Si después de un periodo de avisos y advertencias, ese grupo actuara contundentemente…

―           ¿Cómo de contundente?

―           Mucho, con un mensaje inequívoco pintado con sangre – esta vez el que sonríe soy yo. – Llamaría la atención inmediatamente de todas las facciones.

―           Por supuesto, unos clamarían justicia o venganza, y otros se resguardarían mejor, pero no conseguiríamos nada con eso, salvo prepararlos.

―           ¿Y si ese golpe se llevara a cabo en varias ciudades, a la vez? Tenemos infraestructura suficiente para llevar una cosa así, siempre que lo planeemos todo bien.

Yassin no me contesta, sólo me mira con ojos cada vez más grandes, a medida que se imagina las consecuencias.

―           Miedo, histeria, caos… las autoridades colapsadas, muchos frentes abiertos – susurro. – Huecos que nos permitirían dar un nuevo tajo a la pirámide, mucho más quirúrgico, más profundo y letal.

―           ¿Qué has pensado?

―           Un sentencia en masa.

―           Dioses – gime ella.

―           Todos los personajes que tenemos en la lista negra, en tres o cuatro golpes efectivos, eliminarles por gremios – dejo caer la bomba.

―           ¿Gremios?

―           Sí, es necesario hundir un gremio para dejar toda la pirámide coja, ¿comprendes?

Sacude la cabeza, sus bellos ojos llenos de interrogantes. Suspiro y me explico.

―           Las cosas marchan bien para los criminales porque, a lo largo de los siglos, han estructurado una jerarquía que funciona como un engranaje bien lubricado. Desde que los franceses valoraron las riquezas históricas enterradas en vuestro suelo, estos saqueadores han ido controlando más y más pastel. El control político de Inglaterra y, más tarde, el ascenso de gobiernos autoritarios y fundamentalistas no ayudó demasiado. Todo eso ha generado una burguesía muy aferrada a técnicas mercenarias con respecto a sus negocios. Ahí es donde están escondidos los verdaderos criminales, entre la gente pudiente de este país.

Yassin asiente, aunque a disgusto, como egipcia, le molesta reconocer que tengo razón.

―           Pero estos tiburones disfrazados dependen de la jerarquía más que nunca. Para que sus disfraces funcionen, deben dejar todos los sucios manejos en manos de terceros, evitando ser salpicados. Ahí es donde quiero llegar. Esta jerarquía está compuesta por sujetos engranaje, por distintas formas de individuos con verdadera especialización: contables, informadores, abogados, correos, peristas, analistas de mercado, funcionarios y jueces corruptos, contactos políticos… en suma, gremios.

―           Vale, te entiendo. Pretendes decirme que son las piezas débiles, ¿no?

―           No, no son débiles, no te equivoques. Por lo que hemos podido averiguar, están muy bien situados y disponen de protección, de una u otra forma. Pero lo que sí mantengo es que una acción contra estos gremios sembraría el caos más absoluto y dispondríamos de una buena oportunidad – la dejo pensar en lo que le propongo; no quiero que se crea que todo va a ser fácil.

―           Pero, ¿cómo vamos a coordinar una acción así? – gime ella, abriendo las manos.

―           Por eso mismo quiero que todo se empape de las rutinas de los diferentes objetivos, al mínimo detalle. Una vez se inicie el plan, no podrá ser detenido. Tenemos un solo disparo…

―           Los dioses nos ayudarán con ello – afirma categóricamente.

―           Eso espero, Yassin, eso espero.


―           ¿Cómo estás, nene? – me pregunta la aterciopelada voz de Katrina a través del auricular del teléfono.

―           Bien, cariño. Ya tengo cara de árabe y todo – bromeo.

―           Te echo de menos, nene, mucho, mucho… – escuchar ese susurro me conmueve el pene, palabra.

―           Yo también, cariño, de veras.

―           Denisse pregunta si te estás tirando a Nadia – el tono ahora es juguetón y bromista.

―           Sólo dormimos juntos y ella lo hace con la pistola bajo la almohada, así que… como que no.

―           Pobrecito. Mi nene no está follando nada de nada. ¿Ni siquiera con esa sacerdotisa?

―           Tampoco. Yassin está haciendo verdaderas “tournées” por provincias, llevando las “bendiciones de los dioses” a todos los fieles – y es la pura verdad.

―           Pues ten cuidado, cariño. No acumules demasiada semilla en tu entrepierna, que eso puede ser malo – me suelta con una risita. No pienso decirle que tengo visitas sociales casi cada día.

Lo mismo que vinieron Bessaméh y su prima, hay otras muchas chicas que sienten curiosidad por conocerme, sobre todo jóvenes esposas. Tierna carne morena que desea librarse de largos años de imposiciones. ¿Qué le voy a hacer?

―           Sergio – la voz de Katrina se hace más seria –, hemos ingresado a Elke. Ya tiene las primeras molestias del parto y habrá luna llena dentro de unos días. Creo que tu hermana la seguirá muy pronto. De todas formas, las dos duermen en una de las habitaciones de la clínica Natura.

―           Bien. Tomaremos un vuelo en cuanto podamos – le aseguro.

La clínica Natura es el proyecto que hemos subvencionado para la doctora Ramos; una bonita clínica privada en Alcorcón, con un muy equipado quirófano y cómodas habitaciones en las que descansar. Con ella, nuestros chicos y chicas disponen de atención médica total, sin que las autoridades metan las narices. Lo mismo un soldado se repone de sus heridas, que una chica se recupera de una infección sexual, o de una intervención estética. La clínica se financia con cirugía estética de calidad, que para eso la doctora se ha traído personal muy cualificado de distintos países.

Termino de hablar con mi mujer justo cuando Nadia asoma la cabeza por la trampilla de la azotea, buscándome. Le cuento lo ocurrido y su rostro se anima un montón. Elke cumple con sus fechas, ya que lleva embarazada dos semanas más que mi hermana, pero tengo la corazonada que las dos se van a encontrar en el paritorio.

―           ¡Voy a contratar un vuelo inmediatamente! – le digo a Nadia. -- ¡Nos vamos a Madrid!

―           ¿Qué pasa con Yassin? – me pregunta ella.

―           El plan se está gestando bien y llevará aún un tiempo. Podemos ausentarnos unos días y asistir al nacimiento de mis hijos – afirmo categóricamente.

―           Sí, además me muero por besar a Denisse.

―           Y yo – suspiro.

―           ¿A Denisse? – enarca ella una ceja con un gracioso mohín.

―           ¡A todas! – exclamo, riendo. – Sobre todo a mi esposa… ¿Dónde está Yassin ahora?

―           Creo que en el templo, ocupada en crear ese nuevo culto, la Garra de Anubis.

―           Bien… tengo que hablar con ella.

A la mañana siguiente, salimos del país a bordo de un Flesh-Darker bimotor que hará escala en Roma. Yassin no ha puesto pegas, pero he podido notar que no le gusta que salga de Egipto en este momento, pero sabe que no puede impedirme que esté en el parto de mis hijos. Le he prometido estar de regreso inmediatamente.

Cuatro soldados nos esperan en el aeródromo de Torrejón, con dos vehículos, enviados por Basil. Me comentan que todo el mundo está en la clínica, visitando a las señoras. Les indico regresar a la mansión primero, pues tenemos que ducharnos y cambiarnos de ropa. El servicio nos recibe con alegría, repartiendo besos y abrazos, sobre todo Alexi que se engancha a mi cuello con fuerza. Tras asearnos, la cocinera nos sirve un aperitivo para completar el escaso desayuno que tomamos en Roma, y, mientras tanto, Juni me informa de las últimas novedades de La Facultad.

―           Creo que ya no hago falta aquí. Todo va rodado y controlado – bromeo haciendo un puchero. -- ¡Enhorabuena, Juni!

―           Siempre eres necesario, Sergio. Es tu casa y tu visión – repone ella con una sincera sonrisa.

―           La visión que nos ha legado Víctor – afirmo. -- ¡Vámonos, Nadia!

La clínica Natura está rodeada por un gran terreno de árboles y jardines magníficamente cuidados. Un aparcamiento subterráneo guarda el anonimato de los visitantes y pacientes. El edificio principal tiene el aspecto de una mansión colonial inglesa, con tres amplias plantas y porche incluido. Sorprendemos a Basil y a las chicas en la habitación de las pacientes, inmersas en planes postparto.

Katrina se lanza a mi cuello, con un breve chillido, y Denisse abraza a Nadia con pasión. Patricia y Basil esperando su turno para saludarnos, aunque la rubita me mete la lengua hasta el esófago. ¿Me habrá echado de menos? Krimea no está y me comentan que está grabando un programa de televisión en la Riviera francesa.

Me siento en la cama de Elke y acaricio una de sus mejillas. Tiene mala cara, sin duda aquejada de contracciones aún espaciadas, pero me sonríe con labios exánimes. Pam está acostada en una cama gemela, a metro y medio de su chica. Cuando la miro, asiente, como indicándome que Elke me necesita más que ella, en ese momento. Está radiante y animada.

―           ¿Cómo lo llevas, princesa del hielo? – susurro.

―           Jodida – contesta con un suave quejido. – Tengo unas ganas locas de soltar el paquete, Sergio.

―           Pronto, pronto – le palmeo el dorso de la mano. – Según me ha informado la Dra. Ramos, sigues dilatando lentamente, sin ningún problema…

―           Demasiado lento – me sonríe y su mano se alza para acariciarme la barbilla. – Estás muy bronceado…

―           Me tienen todo el día andado de arriba para abajo, entre cascotes de piedra caliza y caminos en el desierto – me encojo de hombros, al bromear.

―           Ve a besar a Pam – musita y me inclino sobre ella para besarle los pálidos labios.

―           Hola, mi hermosa foca – abrazo a mi hermana al sentarme en el filo de su cama. Ella me besuquea largamente en la cara y los labios.

―           Estás muy guapo – me dice, mirando atentamente mi rostro. – El desierto te sienta bien.

―           Bufff, no soporto el calor. Menos mal que la mayor parte del día estamos bajo tierra – noto que quiere saber mucho más de lo que estamos haciendo, pero ambos sabemos que no es el momento. Ninguna de ellas conoce exactamente en qué estamos metidos Nadia y yo y pretendo que siga así un poco más. -- ¿Y tú? ¿Acompañas a Elke por simpatía?

―           Bueno, en un principio fue así. Cuando la trajimos aquí, me sentía perfectamente, pero, a medida que pasan, las horas, noto como mis entrañas se mueven – me confirma, sujetándome la cara con sus manos. – Creo que pariremos una detrás de otra, así que esto puede ir para largo.

Katrina coloca sus manos sobre mis hombros. Nadia se ha sentado en la cama de Elke y ha tomado sus manos en las suyas, besando dulcemente el dorso. Me emociona la camaradería que se tienen. Basil me hace una discreta señal y me pongo en pie para atenderla. Katrina toma mi lugar junto a Pam, enredándose en una de esas conversaciones que sólo las mujeres pueden sacar en un momento como éste.

La habitación es amplia, con un gran ventanal que aporta mucha luminosidad, y un escritorio bajo él. Enfrente, la puerta del cuarto de baño, sin duda.

―           Los sicilianos quieren reunirse contigo y tratar un mutuo acuerdo de respeto y no agresión – me dice, en un susurro.

―           Vaya… ¿Ahora?

―           Sicilia está muy cerca de Cerdeña – dice, como si eso lo explicara todo. – Están dispuestos a abandonar su alianza con Arrudin, a cambio de ciertas concesiones. Es todo un paso, Sergio…

―           Sí que lo es. ¿Hay algo en firme?

―           Aún no.

―           Bien, déjales que piensen lo que desean de verdad y entonces, ya veremos…

Asiente gravemente y le noto titubear. Finalmente, se decide.

―           Tengo la sensación que el asunto de Egipto es más gordo de lo que creíamos, ¿no?

―           Sí, Basil, muy gordo.

―           Te tiene muy ocupado. ¿Puedo preguntar cómo lo llevas?

―           Puedes, pero no voy a comentar nada ahora – le respondo, desviando mis ojos hacia las chicas, y comprende de inmediato. – Sólo te diré que puede ser la clave para nosotros, así como una nueva apertura…

―           Está bien. Confío en ti.

Les llevo a todos a almorzar a la cafetería, sita en un edificio contiguo. Es un local pequeño, pero coqueto y elegante. Su cocina es la encargada de abastecer a todos los pacientes, así como los empleados, por lo que es de primera. Basil me pone al corriente de lo ocurrido en el mes que llevo fuera, y ellas me relatan sus anécdotas. Nadia y yo contestamos con generalidades a sus preguntas, contando también muchas anécdotas cotidianas del barrio islámico.

Al anochecer, Elke ya ha dilatado seis centímetros y la ecografía muestra que el bebé ha encajado la cabeza en el cuello del útero. El parto es cuestión de horas, sin duda a primera hora de la mañana. Así que envió a todo el mundo a casa, salvo Katrina que se queda conmigo en la cómoda sala de espera de la clínica.

Allí, recostados en un amplio sofá y con una manta que la enfermera nos ha ofrecido, Katrina se acurruca contra mí, encantados los dos con estar juntos. Podría haber conseguido una habitación para nosotros, como financiadores de la clínica, pero quedarme en la sala de espera me hace sentirme parte de lo que está a punto de suceder. De todas formas, no pienso dormir y le hago una y mil preguntas sobre su propio embarazo. Por lo visto, no padece mareos, ni vómitos matutinos, pero sí está muy antojosa. Froto su barriguita con mi mano. Aún no se le nota nada…

Aprovecho la intimidad que nos da la madrugada para contarle la fantástica historia de Egipto a Katrina. Cómo es natural, me observa como si se me hubiesen frito los sesos al pie de las pirámides. Le he hablado de Yassin antes, incluso le he contado su historia, pero sólo ha quedado como un detalle más, una colorida anécdota cuyos detalles más extraños me he callado. Ahora es el momento de que los conozca.

―          P-pero… ¡eso no es posible! – murmura, cuando le hablo de la clarividencia de Yassin.

―          Sí lo es. Nos ha estado avisando de los golpes dirigidos hacia mí porque los veía con antelación, en su mente. También escucha a Ras cuando habla, como si tuviese acceso a él.

―          ¿Y lo único que quiere es que ayudes a sus dioses? – pregunta tras rumiar un rato el tema.

―          Sí – Katrina me mira de reojo. No es tonta, sabe que no es sólo eso. – Está bien… yo también los he visto…

―          ¿A quién? – parpadea, ahora algo confusa.

―          ¡A los antiguos dioses de Egipto! – mascullo, incorporándome sobre el sofá.

―          ¡Venga ya!

―          ¡Te lo juro por lo más sagrado! ¡Por el alma de esos niños que van a nacer pronto! Hablé con Horus, como estoy hablando ahora contigo… me mostró cómo construyeron las pirámides y no podía apartar los ojos de su cabeza de halcón, de esos ojos fieros e inhumanos que parecían conocer cada secreto universal.

―          Pero, cariño… lo soñarías o algo… esos dioses no exist…

―          Eso mismo me he preguntado, pero desde el mismo momento en que Yassin me otorgó su bendición, he sentido cosas extrañas en mi cuerpo. Creo que esa energía, o lo que sea, ha afectado más a Ras que a mí. Yo me siento igual, algo más dinámico quizás, pero nada más. Sin embargo, para el viejo ha sido muy diferente. El dominio sobre mis sentidos, mis instintos, se ha multiplicado, así como la potencia de los dones que aún mantenía con él. Aún no hemos podido hacer un balance ajustado de todo ello, pero creo sinceramente que la esencia de Ras ha sido modificada por el toque de los viejos dioses egipcios.

―          ¿Tú te sientes bien?

―          Sí, Katrina. Como siempre. Creo que lo que pretendía Yassin es devolver el poder que el viejo monje había perdido con su muerte.

―          ¿No puede estar todo motivado por algún tipo de droga o algo así?

―          No lo sé, puede… pero lo que sí ha cambiado en mí, es la forma de ver ese mundo espiritual. He crecido ajeno a cualquier influencia, a cualquier doctrina religiosa, protegido por mi propio cerebro disfuncional. Ni siquiera la salvaje doctrina de Rasputín ha calado en mí, a pesar de tenerle conmigo. Pero hay algo en esos viejísimos seres… una esencia que se canaliza a través de mi alma. Presiento una finalidad, una forma nueva de ver el mundo y mi implicación con él.

―          ¿Me estás diciendo que crees en ellos? ¿Qué piensas abrazar su fe? – musita, mirándome fijamente.

―          Creo que sí – cabeceo. – Es una creencia totalmente diferente a las que están asentadas en el mundo. Es una fe que habla sobre el equilibrio del mundo físico y espiritual, en las consecuencias de nuestros actos en un claro marco existencial. No hay paraíso ni infierno, sino la vida que hayas podido abarcar con la grandeza de tu espíritu. No existe un único dios, de variante carácter y aquejado del más puro egocentrismo, como es el dios judeocristiano; tampoco un dios con un código civil debajo del brazo, lleno de suras y prohibiciones, como el dios musulmán…

―          Dios, Sergio… es tan… tan…

―          Sí, es de locura. ¿Te imaginas el mes que me he pasado allí, dándole vueltas a todo eso en mi cabeza? Si los dioses egipcios existen y se manifiestan, ¿por qué no lo hacen los otros? ¿Dónde está la Palabra de Dios, el Juicio de Alá, la Senda de Buda? ¿Existen también como entidades o son tan sólo un concepto diseñado por grandes pensadores? Y si es así, ¿merecen que los alabemos cuando existen auténticos dioses que han ayudado a crecer a una parte de la humanidad? Si tengo que creer en algo, mejor en ellos, ya que puedo escucharles.

―          Me abruma pensar en todo eso – me dice Katrina, aferrándose fuertemente a mí.

―          Ya, echa por tierra todos los valores adquiridos, lo sé. Sin embargo, Set me ha prometido su ayuda para derrotar a nuestros enemigos y no voy a perder esa oportunidad.

Katrina no contesta, quedándose muy callada y apretada contra mi cuerpo.


A las nueve y media de la mañana, Elke da a luz a una preciosa niña de cuarenta y nueve centímetros y tres kilos ciento cincuenta gramos. Pamela no ha estado presente para que no se impresionase demasiado en su propio parto, pero yo he cumplido con lo que se espera del padre. Le he sostenido la mano y la he animado en todo. Ha sido un parto largo, más de veintidós horas de contracciones y con epidural en las últimas tres horas.

Se me ha brindado la ocasión de tomar en mis manos a mi hija en el momento  de la expulsión, y cortarle el cordón umbilical. Es preciosa, con unos ojos enormes, y provista de un finísimo plumón casi blanco en la cabeza. Debo decir que tiene mi mandíbula, pero, por lo demás, es clavada a su madre. Creo que me he enamorado nada más tenerla en mis brazos. Tiene los ojos azules, aunque de un tono oscuro, casi sucio. Según la enfermera, empezaran a aclararse en unos meses, dado el patrón genético de los padres. He podido contemplar la expresión de orgullo en el rostro de Elke cuando se la han puesto sobre el pecho, toda llena de mucosa y sangre.

―           Es guapísima, mi príncipe – susurra, con lágrimas aflorándole.

―           Como tú, preciosa como tú – musito, besándola en la frente. – Gracias, cariño, gracias por este tremendo regalo.

Cuando han llevado a Elke a su habitación, Pamela se la ha comido a besos, felicitándola y llorando las dos de alegría. Cuando han traído la niña, ya limpia, mi hermana se ha apoderado de ella, examinándola desde todos los ángulos, contándole los deditos, y acunándola sobre su gran tripa.

―           Es un milagro, Elke, el mayor milagro de este mundo – dice desde su cama. – Nuestra hija… de los tres…

―           ¿Habéis pensado ya un nombre para ella? – pregunta Patricia, deseosa de participar en todo ese sentimiento.

―           Barajamos varios pero queríamos esperar a ver su aspecto – sonríe Elke.

―           Sí, creo que tiene cara de Danielle – dispone mi hermana.

―           Sí, Danielle fue nuestra mejor opción.

―           Danielle Nudsen Talmión – digo su nombre en alto, probando la resonancia, tomándola de brazos de Pam, la levantó en el aire. – Me gusta. Bienvenida a la familia, Danielle.

―           ¡¡BIENVENIDA!! – exclaman todos los presentes.

Tal y como intuía, aquella misma noche, tras la cena, Elke nos llama. Pamela ha iniciado contracciones y vienen con más rapidez que las de su chica. De vuelta a la clínica. Esta vez, Krimea nos acompaña, a Katrina y a mí. Pam está bastante serena y contenta de que su momento haya llegado. Me aferra la mano cuando entramos en la habitación.

―           Cariño, van a ser como mellizos, nacidos el mismo día – sonríe y besa mi mano.

―           Bueno, ya pensaremos la historia que contaremos de cara a la galería – le contesto.

Sin embargo, el doctor Puerta, ginecólogo de las chicas, me dice que hay problemas con el feto. Al parecer, la última ecografía que se ha hecho indica que no ha girado lo suficiente y viene de nalgas. Será un parto difícil para ambos.

―           No pienso arriesgar la vida de ninguno de los dos. Prepárela para una cesárea, doctor – tomo la decisión y el médico asiente. Ese era su consejo.

Así que mi segundo hijo nace minutos antes de la medianoche, en una rápida y perfecta operación, que dejará una delgada cicatriz en el abdomen de mi hermana. Me permiten ver al bebé mientras Pam se recupera de la anestesia. Es un chico muy grande, de cincuenta y siete centímetros, quizás ese sea el motivo de no encajar la cabeza en el útero, y pesado, algo más de cinco kilos. Menos mal que le han hecho la cesárea… si Pam hubiera tenido que expulsar esa masa por el… buffff…

Katrina, a mi lado, me sonríe, abrazada a mi cintura.

―           No se puede negar que sea hijo tuyo. Va a ser enorme.

―           Y pelirrojo – le digo, señalando las hebras húmedas y rojizas de su coronilla.

Por la mañana es todo un cuadro contemplar a las dos madrazas, tumbadas en sus camas y acunando sus retoños y hablando de sus experiencias en el parto. Mi hermana no se ha enterado de nada referente a la expulsión de la placenta, pero, en cambio, los puntos le molestan mientras que a su pareja ni siquiera han tenido que hacerle la incisión en el perineo. Elke ha tenido un parto totalmente natural, si se descarta la epidural.

―           ¿Y bien, pareja? ¿Cuál será el nombre del “mellizo”? – esta vez es mi esposa quien lo pregunta, tras brindar con el champán que ha traído Basil.

―           Elke y yo lo teníamos pensado desde que supimos los sexos de los bebés. Queremos que se llame Víctor, en honor a tu padre, Katrina. Él fue quien nos dio la posibilidad de formar esta familia – Pam alargó una mano y tomó la de Katrina. – Se lo debemos…

―           Oh, cuñada, que gesto más bonito. Gracias, muchas gracias – responde mi mujer, realmente emocionada. Como respuesta, opta por inclinarse y depositar un tierno beso en los labios de Pam.

Al mirar de reojo a los demás, y cuando digo demás, digo todos, ya que ha venido hasta el servicio, lo que deja la habitación totalmente llena, veo a Basil secarse una lágrima con disimulo. Pam tiene razón, somos una familia y así lo siento en este momento. Creo que voy a ser un padrazo súper protector.

Suscribo la emoción, chico. Disfrutaré de ellos como no lo hice de mis propios hijos.

―           Ya puedes, viejo… vas a disponer de un anfitrión de primera.

Tienes razón, Sergio. Víctor va a ser más guapo que tú – se regodea, feliz.


Al día siguiente, me encuentro en mi despacho, repasando los informes que Basil acumula sobre mi escritorio, cuando la rubia cabeza de Sasha aparece en la puerta, tras llamar suavemente.

―           Discúlpame, Señor. Tu esposa desea que subas al dormitorio ahora – me dice, con una leve sonrisa.

―           Está bien, Sasha, gracias.

Seguro que mi Katrina quiere juego. No hemos tenido más que un fugaz encuentro desde que he llegado, apurados todos por el doble parto. Así que si quiere guerra… guerra tendrá.

Sin embargo, cuando franqueo mi dormitorio, me encuentro con la sorpresa de que no está sola, y ni siquiera desnuda. Está sentada en el borde circular de la gran cama, vistiendo de calle, con una falda tubular crema y una camisa celeste de crepé de seda. Frente a ella, con las muñecas atrapadas de las argollas que penden del techo, Krimea se mantiene en pie, con las piernas abiertas y vistiendo un transparente camisón blanquecino que contrasta con su piel morena y tatuada. No lleva otra cosa bajo la liviana gasa del camisón. A su lado, armada de una flexible caña, Iris me sonríe con descaro.

―           ¡Wow! – exclamo, mirando el cuadro. -- ¿Qué pasa aquí?

―           Cariño, había pensado en celebrar el nacimiento de tus hijos de forma especial. Le debo un castigo a Krimea desde hace unos días y sé que Iris se muere por disciplinarla. Así que he decidido darnos un gustazo general – me informa Katrina, con una voz meliflua e inocente.

―           Así que has invitado a la Reina Dominatrix para calentar a la pobre Krimea. Un tanto excesivo, ¿no crees? – camino hacia la norteamericana, que me envuelve en una mirada de puro orgullo.

―           Creo que la más contenta de todos es ella – ironiza Iris.

―           No hace falta que me lo jures – respondo, paseando un dedo sobre el rostro de Krimea hasta metérselo en la boca. – Lámelo bien…

Los gordezuelos labios de la cantante se afanan sobre mi índice, envolviéndolo en cálido terciopelo. No deja de mirarme ni un momento mientras lo hace, quizás preguntándose dónde voy a meterle el dedo. La dejo con las ganas. Me limito a arrancarle el transparente camisón de un tirón y limpio mi dedo con él. A continuación, me inclino para besar a Iris en las mejillas. Creo que a ella le hubiera gustado más un buen morreo, pero no es cosa de ir con prisas, y menos sin saber aún lo que pretende Katrina. Hasta ahora, creo que mis aventurillas sexuales con la reina amazona no son de dominio público.

―           No sabía que hubieras entablado tanta amistad con Iris – le digo al oído, al ponerla de pie y abrazarla.

―           Bueno, ha estado viniendo a ver a Pam y Elke durante el último mes de embarazo, y hemos comido juntas varias veces – me contesta, con ese brillo felino en los ojos.

―           ¿Sólo comer?

―           Bueno, le pedí que disciplinara a Niska y Sasha – me confiesa, haciendo un delicioso mohín.

―           Ya veo – me giro hacia la Reina Dominatrix, manteniendo abrazada a mi mujer por la cintura. -- ¿Y se puede saber qué es lo que ha hecho Krimea para merecer estas atenciones?

―           Díselo tú, Krimea – le pide Katrina.

―           He desobedecido a Katrina, mi señor. Me ordenó que no me tocara mientras le comía el coño… y me toqué… hasta correrme – susurra, los ojos pidiendo firmeza.

―           Me gusta un meneo de estos como a todos, pero ¿es un delito tan grave?

―           ¡Continúa! – exclama Iris, soltando un cañazo en la cadera.

―           ¡Ay! – Krimea da un saltito ridículo, limitada por las cadenas. – Lo hice tres veces seguidas, sólo para desafiar a mi señora – confiesa.

―           Vaya, eso ya es otra cosa – conozco a Katrina y desafiarla así puede resultar peligroso. -- ¿Algún pique entre vosotras que yo deba conocer?

―           La señorita últimamente quiere jugar fuerte… quiere dolor – Katrina la señala con un gesto desdeñoso. – Cuánto más famosa se hace, más desea ser castigada. No hay que ser psicólogo para reconocer una fuerte necesidad de expiación. Debo reconocer que puede que sea culpa mía… desde que no estás aquí, Sergio, he ido retomando mis antiguas costumbres.

―           Joder… Krimea, en California no aguantaste el dolor, ¿por qué ahora?

―           Lo… necesito – jadea.

―           Creo que Isabel tendría que echarle un vistazo, ¿no te parece? – le digo a mi esposa.

―           Sí, ya lo había pensado. Pero, ¿qué pasa si pretende ir más lejos?

―           Entonces que la doctora le fabrique una personalidad acorde y la tendremos de perrita total mientras no tenga que trabajar – respondo a mi mujer, consiguiendo que me devuelva una enorme sonrisa. – Si necesita dolor, está en el lugar adecuado.

Krimea esboza una débil sonrisa, pintada con cierto nerviosismo. Está contenta por mi decisión, aunque debe preguntarse si será capaz de soportarlo. Me quito los zapatos y me tumbo en la cama, colocando un gran almohadón para tener la cabeza alzada y contemplar a la perfección lo que vaya a suceder.

―           Puedes empezar, Iris – dice Katrina, tumbándose a mi lado.

La Reina Dominatrix se despoja del gabán verde pálido que lleva, dejando ver el largo vestido de cuero entallado que ocultaba. No lleva mangas y una larguísima cremallera parte desde su cuello hasta los tobillos. Orbita lentamente alrededor de Krimea, la cual se tensa al perderla de vista a su espalda. Pero la Reina no tiene ninguna prisa, sigue escudriñando el hermoso cuerpo casi desnudo, dejando que la punta de sus uñas arañen suavemente la morena piel con cada acercamiento.

―           Te voy a hacer chillar, Krimea – le dice roncamente Iris, tomándola por sorpresa. – Primero de forma suave, gemidos sobre todo, pero subiré la intensidad de los golpes y la frecuencia hasta hacerte gritar y sollozar, pero, al mismo tiempo, te haré gozar también, tanto que no querrás que esto termine. ¿Me crees?

―           Sí, señora, la creo – musita la cantante, intentando captarla de reojo, ya que Iris se encuentra detrás de ella.

―           Tu señora me ha contado la forma en que os conocisteis, en Las Vegas. Eras una cosa bonita en un harén, algo que mimar y usar con guantes blancos. Quizás debiste quedarte allí, con el jeque, encerrada y protegida. Puede que esto sea demasiado para ti, que no soportes tanto dolor y humillación.

―           Lo soportaré, Reina Iris.

―           Eso lo veremos enseguida – y con esas palabras, suelta dos silbantes golpes, una en cada muslo, justo sobre la parte superior trasera, bajo las nalgas.

Krimea se tensa, izándose sobre la punta de los dedos de sus pies descalzos, y ahoga el grito que ha estado a punto de surgir de su boca. Iris se planta delante de ella y se la queda mirando a la cara, buscando algo que sólo ella sabe. Le coloca la caña ante la boca y le exige:

―           ¡Abre! – Krimea obedece, abriendo la boca y sacando la lengua. Iris humedece la caña, con lentas pasadas sobre la lengua. – Buena perrita…

Sus dedos retuerzan un pezón hasta hacer gemir a la norteamericana. Otros dos cañazos a ambos costados de la cintura y un dulce y profundo beso como recompensa. Martirio y placer es lo que parece haber elegido la Dominatrix. Con letal pericia, Iris coloca un golpe justo en la redondeada base de los pechos de Krimea, uno en cada seno, y estos si arrancan un fuerte gruñido de la chica. En compensación, Iris se inclina sobre el cuello y aplica sus labios allí, dibujándole en unos segundos de presión, un bonito hematoma.

―           Ah, cariño, qué buena es – murmura Katrina, recorriendo mi pecho con una mano.

―           Sí, es una profesional de la dominación, ¿recuerdas? – bromeo.

―           ¿Y te domina también cuando te la tiras? – pregunta suavemente.

Ya hemos llegado a eso. Me gustaría saber cómo se ha enterado…

―           Más bien me ha usado como desahogo, – contesto, observando como Iris se aplica sobre los mullidos brazos de nuestra sumisa – para que yo usara su cuerpo sin miramientos. Como un contrapunto a su arte, supongo.

―           Interesante.

―           Katrina, no te lo he comentado porque han sido unos encuentros muy espontáneos, en su mismo despacho, sin más importancia que calmar nuestros impulsos. Iris me confesó que su lado lésbico pesa mucho más en su bisexualidad, pero sentía…

―           … curiosidad, lo sé; ella ha sido quien me lo ha confesado – me sonríe. – No te estaba regañando, tonto. Todas conocemos los tremendos deseos que anidan en ese cuerpazo tuyo, pero quería que supieras que estaba enterada de ello.

―           Me alegro – le digo, inclinándome y besando sus labios.

El grito de Krimea atrae nuestra atención. Esta vez sí ha sonado a hembra dolorida. La caña ha surcado primero su vientre y luego se ha asentado sobre su depilado sexo. Iris la acalla mordisqueando uno de los erguidos pezones.

―           Está destilando fluidos por todo su cuerpo – nos dice Iris, tanteando con un dedo en la vagina de Krimea. – Llora y moja su coño al mismo tiempo. Es una buena sumisa, ya lo creo, sólo que no está entrenada. Vamos, putita, es el momento para llevarte un poco más lejos.

Iris empieza a tener calor dentro de su largo vestido de cuero, por lo que baja la cremallera un poco más allá de la cintura. El exagerado escote muestra gran parte de sus redondos senos. Agita su melenita rubia, aspaventándola aún más, al inclinarse y atrapar un tobillo de Krimea. Tira de esa pierna, obligando a la encadenada a inclinarse hacia delante. Iris atrapa otra argolla que pende y la fija en el tobillo, después hace lo mismo con el otro, dejando a Krimea colgando de bruces a un metro y medio del suelo.

―           ¡Joder! ¡Cómo me ponen esas dos! – confiesa Katrina, agitándose. Sus manos tironean de la estrecha falda que lleva puesta hasta arrugarla totalmente sobre su cintura. Las sensuales medias con liguero quedan a la vista, pero no hay señal de braguita alguna. Todo un indicador…

―           Comienza la diversión en serio, esclava – Iris atrapa un buen puñado de frondosa cabellera de Krimea y la obliga a levantar la cabeza para hablarle. – Me voy a ocupar de esas hermosas nalgas. Vas a contar cada azote que deje caer sobre ellas y a dar gracias por ello. Si no te equivocas y lo haces todo bien, te ganaras un premio, ¿comprendes?

―           S-sí, señora…

Antes de que Iris comience con su propio show, deslizo una mano entre los muslos de Katrina. En verdad está deseosa, su entrepierna parece hervir. Sus perfectos muslos se cierran sobre mi antebrazo, frotándose con avidez. Katrina se aferra con sus manos a mi bíceps, pegándose así a mi costado. Sus labios besan mi hombro fugazmente, por encima de la camisa.

La Dominatrix deja caer la caña con lenta cadencia y poca fuerza, por lo que puedo ver. Un golpe en cada nalga y vuelta a empezar. Krimea cuenta entre quejidos y culmina con un apresurado y susurrado: “gracias, señora”. Su cuerpo se agita, colgado de las cadenas, y la visión de ese esfuerzo que tensa sus músculos y que la hace sudar, me excita más que otra cosa. Por como Iris se muerde el labio, a ella debe pasarle lo mismo. Katrina tampoco quita los ojos del cuadro, mientras que sus manos se atarean ahora en desabrochar mi camisa.

―           Bien hecho, Krimea – la alaba la Reina Amazona. – Te has ganado la recompensa. – Voy a meter mi cabeza entre tus muslos y vas a contar lentamente hasta treinta. Durante esos segundos, voy a lamerte a fondo. Tienes permiso para correrte, si puedes. Acabado ese tiempo, volveré a castigar tus nalgas.

Krimea no responde, pero su cuerpo se estremece. Sin más palabras, Iris toma la banqueta del tocador y la sitúa bajo el cuerpo expuesto. Se arrodilla sobre ella, quedando su boca a una altura perfecta para alcanzar la vagina de Krimea.

―           ¡Cuenta en voz alta, zorra! – la urge, antes de aplicar su lengua a la entrepierna.

―           Uno… gracias, señora…

―           Quiero ver esa polla, cariño, la culpable de que lleve a régimen un puñetero mes – susurra Katrina, desabotonándome el pantalón.

―           Dos… g-gracias, señora…

Mis ojos van del rostro de Krimea, aquejado de una expresión de delirio, al de mi esposa, cuya lengua no deja de asomar mientras me despoja de toda mi ropa. No sé cual de las dos parece más viciosa. Antes de que Krimea llegue al número seis, Katrina ya tiene mi polla metida en la boca. Succiona como una corderita recién nacida, con ansias y hambre. Se la saca un momento y me mira a los ojos.

―           Sabe a guarra musulmana – suspira. -- ¿A cuántas te has tirado?

―           Una virgen cada anochecer, como manda el protocolo – bromeo.

―           Pero, ¿eso no era para el edén islámico? ¿Las huríes vírgenes que cuidan de los mártires? – sonríe mi esposa, antes de retomar su agradable tarea.

―           Bueno, me dije que para que esperar. Había que desflorarlas por si después sucedía un imponderable – mascullo, dejando que mi mano acaricie su hermosa melenita rubia.

Iris aparta la boca del coño de Krimea, justo en el momento en que ésta bordea el orgasmo. Con una risita, se disculpa pero le dice que dentro de un ratito tendrá una nueva oportunidad. Vuelve a levantar la cabeza de la esclava por el procedimiento de tirar de la increíble cabellera, y con esa posición, la caña asciende vertiginosamente, en un movimiento estudiado desde la cadera, para golpear los colgantes pechos. Esta vez golpea con fuerza y de forma seca. Krimea no tiene más remedio que agitarse espasmódicamente y gritar a pleno pulmón.

―           ¡Cago en la puta de oros! – aparto la boca de Katrina con suavidad, y la obligo a darse la vuelta, y colocarse en cuatro, de cara a la azotada. -- ¡Voy a reventar si no te la meto ya!

Una risita es su única respuesta. Tanteo con mi polla, remojando bien el glande en los humores de su vagina, lo que la vuelve bastante loca, ya que hunde la cabeza y levanta más las nalgas, agitándolas como una buena yegua. Con un gruñido y la ayuda de mi mano, introduzco buena parte de mi pene, antes de levantar la cabeza y mirar a la otra “pareja”. Iris me está mirando, sin dejar de azotar los senos de Krimea, la cual apenas puede soltar la frasecita de marras. No sé qué pensar de esa mirada. No distingo si es envidia, celos, odio, o pura excitación, pero puedo asegurar que es de una intensidad asombrosa. Con la velocidad de un relámpago, una pregunta cruza mi mente: ¿Estará Iris almacenando sentimientos demasiado apegados a mí?

¡Lo que nos faltaba ya! ¡Qué esa loca se enamore de ti y se convierta esto en una “atracción fatal”! – masculla Ras, demostrándome que aunque estemos follando, controla todo. -- ¿Es que las mujeres no saben disfrutar sólo follando y dejar los putos sentimientos en casa?

¿Para qué responderle? Lo ha sintetizado perfectamente. Katrina está babeando sobre la sábana, con todo lo que puede abarcar de mi miembro machacando el interior de su coño. Al mismo tiempo, intenta ver lo que está haciendo Iris.

La Reina ha dejado de fustigar los sensibles pechos y se ha colocado delante de Krimea, siempre levantándole la cabeza por medio de un buen tirón de pelos. La besa dos o tres veces y le da la lengua para que la chupe.

―           Lo has hecho muy bien, perrita. Has soportado el dolor, por lo que te has ganado una nueva recompensa. Esta vez te voy a conceder un minuto completo, atareada en tu coñito. Aprovecha para gozar todo lo que puedas…

―           Gra… cias… señora… -- Krimea apenas puede hablar. Las lágrimas resbalan por su barbilla, goteando hasta el suelo. Sus pechos aparecen muy rojos y los pezones inflamados.

Bombeo con más urgencia, deseando meterme uno de ellos en la boca. Katrina gime y se contrae, corriéndose sin remedio. No puedo apartar la mirada del erguido cuerpo arrodillado sobre el escabel, con la cabeza oculta, entre las brillantes piernas de Krimea, perladas de sudor. El rostro de Krimea ya no está visible, pues su cabeza cuelga entre sus hombros, y tapado por densos tirabuzones de oscuro pelo. Pero las contracciones de sus glúteos, el temblor de sus muslos y brazos, me indican que se está corriendo viva. El dolor la ha tenido que excitar tanto que no ha rebajado en nada el umbral del placer. Nada más rozarla Iris con la lengua, la ha puesto en órbita.

―           Mira… mira como se corre nuestra putita – le digo a Katrina, a la que no dejo de arremeter, sin dejarla que se recupere.

Me responde con un gruñido que no tiene traducción.

―           Es una pena que ya estés… embarazada… con esto te iba a hacer gemelos, al menos – gruño, clavándome en ella para eyacular una obscena cantidad de semen en su interior.

―           Dale… dame más… – susurra.

Me quedo apoyado sobre los temblorosos brazos, recuperando el aliento, cuando Iris sale de detrás de Krimea y libera sus tobillos, y luego sus muñecas.

―           Katrina, ven… que esta perra limpie el semen de su señor de tu coño – indica Iris, con una sonrisa. – De rodillas, zorra…

Mi esposa se desliza al suelo y se despoja de la rizada camisa que aún porta. No se detiene a quitarse la falda, ya que el semen ya gotea muslos abajo. Con rapidez, coloca su coño inundado en la boca que Krimea mantiene abierta y dispuesta.

―           Ooooh, sí, así, mi bonita Krimea – suspira Katrina, colocando sus dedos sobre su depilado pubis, como si quisiera ayudar a salir al esperma. -- ¡Qué lengua más caliente tienes! ¡Me lo está sacando todoooo!

Iris se acerca a ellas y coloca una mano en la nuca de Katrina, atrayéndola para besarla mientras se corre suavemente de nuevo. Contemplar ese beso dispara en mí sentimientos encontrados, extraños. Por una parte, no me gusta que Katrina la bese, aunque no sé la causa. Por otro lado, mi miembro se alza con más temple que nunca, sumamente excitado. No tengo forma de explicar esto.

―           Ahora limpia a tu señor, Krimea… límpiale la polla a lengüetazos, putita mía – Katrina la levanta del suelo, usando también su largo cabello, y la envía a la cama, conmigo.

Krimea no se lo hace repetir y salta sobre la enorme cama, y se recuesta entre mis muslos, lamiendo toda la extensión de mi pene. Hundo mis manos en su cabello, acariciándolo mientras contemplo lo que hace mi esposa. Katrina sigue besando a Iris, con pequeños besitos y unión de lenguas. Su mano tantea hasta encontrar el enganche de la cremallera a medio bajar de la Reina. Dejando de besarla, se inclina y desliza la pieza metálica hasta el final, separando totalmente el vestido de cuero. Unas diminutas braguitas rojas, de talle alto, quedan a la vista, así como unos botines de terciopelo negro. No hay nada más bajo el largo vestido oscuro.

―           Quiero ver cómo Sergio te taladra – le dice Katrina, acariciándole la mejilla con la mano.

―           ¿Estás segura, Katrina? – Iris la mira fijamente.

―           Sí. Ya es hora de que te integremos en la familia – responde mi esposa, tomándola de la mano y llevándola al tálamo.

Es evidente que no han tenido contacto sexual entre ellas antes de este momento, y no sé cómo tomarme eso. La verdad es que no estoy muy seguro de las sensaciones que percibo últimamente, ya que no tengo ni idea de cómo reaccionaré a las bendiciones del panteón egipcio. Lo mismo me vuelvo medio tarumba y un celoso de pronóstico…

Katrina retira el vestido de los hombros de Iris cuando ésta se sube a la cama, levantando una rodilla. Ahora que puedo compararlas a ambas, codo con codo, Katrina es, sin duda, la que inflama mi corazón. Eso no quita que mi ansia sexual me lleve a perseguir cuando pase por delante de mí; eso es algo adquirido, ¿o legado?

¿Verdad, Ras?

―           Mírala como está, Sergi… va a deshidratarse como siga mojándose más – me dice Katrina, ayudando a Iris a tumbarse en la cama. – Quiero ver cómo te la follas, cariño, cómo la revientas a pollazos…

―           Sergio – musita Iris, con el rostro congestionado por la excitación. Las manos de Krimea rasgan la pequeña braguita.

―           Haz que aúlle, que se desmaye… empléate a fondo, mi vida – vuelca en mi oído Katrina, con un tono de voz tan salvaje y sucia que apenas la reconozco. – Procura que no quiera volver a ver una polla en mucho tiempo…

Las manos de Krimea y Katrina se ocupan de rellenar cualquier hueco que quedan entre nuestros cuerpos, cuando me sitúo sobre Iris. Parecen sacerdotisas aplicadas en el pagano ritual celta del Ciervo. Mirando los bellos ojos miel de Iris, me hundo en ella con lentitud, hasta el fondo, arrancándole gemidos y ruiditos dignos de una peli porno.

Esta va a ser una tarde para recordar, seguro.

CONTINUARÁ…