EL LEGADO II (10): Sexo a mantener.

En la vida, existen diferentes decisiones a tomar y a mantener. Nunca se sabe cuando te tocará decidir que camino tomar.

Sexo a mantener.

Nota de la autora: Quedaría muy agradecida con sus comentarios y opiniones, que siguen siendo muy importantes para mí. Pueden usar mi correo:janis.estigma@hotmail.es

Gracias a todos mis lectores, y prometo contestar a todos.

―           Sergio, queríamos saber tu opinión – dice Pam, entrando en el pequeño comedor que utilizamos a diario. Elke, como siempre, la sigue en silencio.

―           Por supuesto, hermanita. Siéntate – le contesto, mientras corto y mezclo los tres huevos escalfados de mi plato.

―           Verás, hemos elaborado un anuncio para varios periódicos y revistas, solicitando chicas…

―           ¿Pensáis que es mejor hacerlo fuera de los clubes? – le pregunto, pero mirando a Elke, quien se ha sentado a mi lado, sonriéndome gloriosamente.

―           Si, hemos decidido que estas chicas no deben ser prostitutas. No es por discriminarlas, pero habitualmente, las profesionales fingen sus comportamientos y pretendemos que esto sea lo más real posible – expone Pam, presentando ante mí una hoja de papel mecanografiada.

―           Veamos… “Empresa de espectáculos necesita chicas tanto dominantes como sumisas para su nuevo show sexual de femdom. Se buscan aspirantes de18 a 45 años, bisexuales, con buena preparación física, y decididamente dispuestas a crear una hermandad cerrada. Se requiere currículo con foto de rostro y de cuerpo entero. Oficina en c/ Emperadores, 7, teléfono de contacto…”

Los dedos de mi hermana me acarician distraídamente el hombro, sobre la camisa.

―           Me parece que está bien. Lo deja todo claro y no explica nada. Tendréis que descubrir quien seguirá adelante y quien no, cuando sepan todo el guión. ¿Tenéis las pruebas preparadas?

―           Si – susurra Elke, enrojeciendo un poco, lo que me da cierta idea de lo que pretenden.

―           ¿Cuánto tiempo pensáis mantener el anuncio?

―           Un mes.

―           Bien, adelante niñas – las animo.

Pam choca su palma con la de Elke, cuando esta se levanta de la silla. Antes de que salgan del comedor, las increpo:

―           Veo que os lo estáis pasando bomba con esto, ¿no?

―           Oh, hermanito… ¡No te imaginas lo calientes que nos pone pensar en todos los detalles! – me suelta Pam, relamiéndose con exageración.

―           ¿Cómo lleváis los bocetos de la reforma del club? – vuelvo la atención a mi plato.

―           Santi les está dando perspectiva y fondo. Te los enseñaremos en cuanto nos los pase, ¿vale?

―           Sed buenas – me despido.

El tal Santi es un joven diseñador que conocieron en la agencia de modelos; uno de esos chicos tímidos, de amplio intelecto, y gusto muy creativo. Un freakie, vamos… Aún no sé cómo surgió el tema, pero cuando Pam le habló de un hipotético proyecto para un club de amazonas, Santi les describió varios escenarios ideados, en el mismo momento, que las impactó verdaderamente. Siguiendo una corazonada, las chicas llevaron a Santi al Años 20 para que viera las posibilidades del local. El chorro de ideas que Santi les regaló, paseando por el local, las convencieron que era el decorador ideal para ellas. Ahora quedaba ver lo que estaba plasmando sobre el papel.

Recordando de donde sacron las chicas a Santi, me digo a mí mismo que deberían dejar una copia de ese anuncio en la misma agencia de modelos, ahora que tienen que firmar la rescisión de sus contratos. Pam ha estado hablando seriamente conmigo y se siente muy motivada para trabajar a mi lado, en la “empresa”. No quiere modelar más y, por supuesto, Elke la apoya en todo.

―           Buenooooo… al fin solos – exclamo, metiendo la mano bajo el mantel para acariciar la mejilla de Sasha, quien se encuentra a cuatro patas bajo la mesa, atareada en lamer delicadamente mi desplegado miembro.

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Me he pasado todo el día solo en casa. Bueno, es solo una expresión. Con ocho doncellas, dos cocineras, varios jardineros, y un chorro de guardias, sin contar a Basil, por supuesto, sentirse solo es un lujo.

Me refiero a que todas las chicas han salido y yo me he quedado en la mansión. Patricia al cole. Katrina ha ido a entrevistarse con esa psicóloga conocida suya, la doctora Garñón. Denisse está en Algete, mediando entre las construcciones caprichosas del arquitecto Muñiz y el ayuntamiento. Pam y Elke se han marchado a la oficina que han alquilado en el centro de Madrid, como centro de operaciones. Finalmente, Krimea se está haciendo un nuevo book, por mediación de su agente.

Solo, tranquilo, relajado… ¡aburrido! Para antes del mediodía, ya he ido a entrenar al Centro de reclutas, he repasado cuentas con Basil, y he perseguido a las criadas un rato.

A la una, subo a La Facultad, sabiendo que es su horario libre. Los más peques disfrutan saltando sobre mí, todos tirados sobre una de las alfombras de la sala de ocio. Charlo un rato con Iván y con Sabrina, los dos mayores de nuestros protegidos. Sabrina procede de Bosnia y acaba de cumplir los doce años también. Morena, delgada, y pecosa, un encanto de niña que se muere por aprender y agradar. Ambos ya han sido matriculados en un colegio privado de Alcalá de Henares, para integrarse socialmente. Me cuentan lo entusiasmados y contentos que se sienten, así como agradecidos por disponer de esta oportunidad en una nueva vida.

Cuando estoy a punto de marcharme, Juni, la gobernanta, me reclama para informarme que, últimamente, la señorita Patricia sube a La Facultad con frecuencia. Al parece, ha entablado amistad con Iván y Sabrina.

―           Me parece estupendo que se hayan hecho amigos – afirmo en bieloruso.

―           Yo no lo llamaría amistad, señor – contesta con seriedad.

―           ¿Ah, no? ¿A qué te refieres?

―           Es algo que tienes que ver personalmente. Te llamaré en otra ocasión.

―           Está bien. Confío en tu criterio.

La primera en regresar es Krimea. Nos tomamos un aperitivo en las hamacas del jardín, mientras se acaba de preparar el almuerzo. Me cuenta sus cuitas de la mañana.

―           ¡Me han estado haciendo fotos durante más de dos horas! ¡Con una ropa, con otra, con bikinis, en ropa interior, y, finalmente, a pelo! – gruñe, sorbiendo su Martini.

―           ¿Has posado desnuda? – me extraño.

―           Si, pero en poses que no muestran nada, solo sensual, ya sabes… Es más para mostrar todos mis tatuajes – me tranquiliza, agitando una mano.

―           Creía que estabas habituada a posar.

―           ¡Si, pero no a que la ayudante del fotógrafo no deje de ponerme cachonda! ¡Oh, señorita Krimea, se le ha corrido el maquillaje! ¡Señorita Krimea, deje que le ponga más brillo entre los pechos! ¿Le pongo más crema sobre el tatuaje nuevo? Así todo el rato, Dios…

―           Supongo que esa ayudante estaría buena, ¿no? – pregunto y me río.

―           ¡Y que lo digas! Un yogurín de unos diecinueve o veinte años, de esas que intuyes que no saben hacer nada de nada, pero que exudan provocación por cada poro de su cuerpo.

―           ¡Jajajaja! – me acabo riéndome, contagiándola.

―           ¿De qué os reís? ¿Se puede saber? – nos pregunta Denisse, tirando su cartera en el suelo y dejándose caer en otra hamaca.

―           Krimea acaba de probar la picardía española – le digo, contándole la anécdota.

―           Pues yo he salido saturada de picardía – bufa la abogada albina.

―           ¿Problemas con el ayuntamiento?

―           Problemas con un concejal, el de Urbanismo. No acepta ni uno solo de los bocetos de Muñiz – suspira.

―           ¿Qué razones esgrime?

―           Demasiado futurista, demasiado extravagante, demasiado grotesco… Uno a uno, los ha ido rechazando todos. Lo extraño es que he podido notar que tanto el alcalde como a los demás, algunos de los bocetos les gustaron, pero ese tipo debe de tenerlos cogidos por los huevos porque ni le han contradicho lo más mínimo.

―           Vaya… no me lo esperaba. Muñiz es casi una garantía por su fama.

―           Traigo un cabreo – barbota Denisse.

―           Bueno, ya pensaremos en algo. En mi pueblo se dice que comer bajo presión o disgusto no sienta nada bien. Así que si tú estás mosqueada y tú – señalo a Krimea – caliente, ¿no sería mejor que lo solucionarais? – les digo, mostrando una sonrisa tan ancha que se me sale de la cara.

Las dos se miran, tomadas por sorpresa, sin saber qué decir.

Échales un cabo, idiota.

Me pongo en pie y deslizo la hamaca de Denisse por las losas del patio, acercándola a la de Krimea. Mientras la muevo, Denisse alza los ojos para clavarlos en los míos. Creo que me está dando las gracias en silencio. Dejo las dos hamacas juntas, costado contra costado. Las dos chicas se giran hasta quedar encaradas, recostadas sobre un lado. Se miran, ansiosas pero aún recatadas. Finalmente, Krimea alza una mano y acaricia la mejilla de la abogada, quien acaba besándole esos mismos dedos. Ambas juegan a acariciarse mutuamente los labios. Las grandes gafas oscuras de Krimea me impiden verle los ojos.

―           ¡Dejar las cursiladas para más tarde! En diez minutos, nos llamarán a la mesa y puede que aparezca alguien más… ¡Tenéis que correros ya! – exclamo de repente, sobresaltándolas.

Es como dar el pistoletazo de salida de la maratón de San Isidro. La mano de Krimea se desliza bajo la falda de tubo de Denisse, quien, a su vez, intenta desabotonar los estrechos y minúsculos shorts de paño que lleva la cantante. Ninguna de las dos consigue un acceso claro y, para colmo, Krimea lleva pantys. Se desesperan al ver pasar los minutos. Sus labios se unen varias veces, pero sus dedos no consiguen una meta definida; demasiados obstáculos. Sonrío y decido ponerlas en un brete, solo para divertirme.

―           Una de vosotras debe sacrificarse y hacer que la otra goce. ¿Cuál lo hará? Quedan seis minutos.

Krimea se pone en pie y se acuclilla al lado de la hamaca de Denisse. Le sube la estrecha falda de un tirón, hasta dejarla arrugada en la cintura. La abogada, al contrario que ella, usa medias de banda elástica sobre el muslo. Eso la enseñara a comprar otro tipo de lencería. Con un jadeo, la cantante hunde su frondosa cabeza entre los mullidos muslos franceses, que la acogen con alegría. Es todo un espectáculo contemplar como Denisse se abandona en segundos a la aterciopelada lengua de la americana. Alza las rodillas y separa las piernas cuanto puede, abriéndose totalmente a la furiosa lamida. Se rinde al anhelado placer que la engulle, mientras sus dedos se hunden entre los admirados rizos de Krimea, intensificando la succión.

Krimea gruñe, con el deseo sin duda recorriéndole el vientre. No tiene ni idea del tiempo que le queda, pero me figuro que intenta cumplirlo.

―           Ya… ya… cariño… s-sigue… sigueeee – murmura Denisse, tensando el cuello y los hombros hacia atrás, invadida por el orgasmo.

―           Señor, cuando desee – me informa Bea, una de las criadas, desde la cristalera, intentando no mirar hacia las hamacas.

―           Ssssssiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii… ¡OOOH, DIOSSSS! – Denisse se corre con fuerza, atrapando la cabeza de Krimea con las rodillas.

―           Bueno, niñas, a comer – les anuncio.

Denisse suelta la cabeza de Krimea, quien se pone en pie y, al mismo tiempo, acaricia el blanco flequillo de la abogada, quien aún se recupera, con los ojos cerrados.

―           Lo has hecho muy bien, Krimea. Después del almuerzo haré que goces – le digo, dándole un beso. Ella se aferra a mi brazo. – Vamos, remolona, ¿a que se te ha pasado el cabreo?

Denisse me sonríe y se levanta de la hamaca, para bajarse la falda con un contoneo. Se agarra a mi otro brazo y, de esa guisa, entramos en el comedor.

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Cuando Katrina entra en mi despacho, está anocheciendo y yo estoy repasando los planos exteriores de la mansión de Algete. Sea cual sea el aspecto que se apruebe, las instalaciones del perímetro se mantendrán. Algunas pistas de tenis, senderos para hacer jogging, jardines bien estructurados y frondosos, una piscina al aire libre, un embarcadero en el río, las instalaciones veterinarias, el área de aves…

―           Hola, cariño – la saludo, levantando la vista. -- ¿Cuándo has llegado?

―           Ahora mismo – contesta, acercándose y besándome suavemente en labios y nariz.

―           ¿Es que has ido de compras o algo?

―           No, he estado toda la tarde en el despacho dela Dra.Garñón– me dice, con una sonrisa que conozco bien. Ha conseguido su propósito.

―           Vaya. Parece que teníais mucho de que hablar.

―           Muchísimo, amor mío. No te imaginas de cuantas cosas hemos charlado – me dice, sentándose en mi regazo tras conseguir que eche mi silla hacia atrás. – Habíamos quedado para almorzar y hacía mucho tiempo que no nos veíamos. Tardamos bastante en ponernos al día.

―           Parece que tienes mucha confianza con esa doctora. No me habías hablado de ella antes – le digo, mordisqueándole el cuello.

―           Papá me puso en sus manos tras el asunto del pony. Estuve dos años yendo a su consulta, antes de que me enviaran al internado de París. Se podría decir que es una especie de segunda madre, tras mi tata Gochia…

―           ¿El aya que te crió?

―           Ajá. Con Isabel, la Dra. Garñón, pronto tuve una gran intimidad. Fue ella la que me explicó el tema del periodo y cómo ponerme un tampón sin que me doliera. La verdad es que me enseñó muchas cosas…

―           ¿Te curó esa vena asesina? – bromeo mientras me atareo sobre su lóbulo.

―           ¿Tú que crees, nene? – cuando me muerde el labio sé lo que contestar. A esta no la han curado ni del padrón.

―           El caso es que la puse al corriente de mis pretensiones. Estuvo escuchándome largo tiempo, sin decir ni una sola palabra. Veía el interés en sus ojos, así que me decidí a ir un poco más lejos y le hablé también del proyecto de Pam y Elke. ¿Te parece bien?

―           Eso tendrás que preguntárselo a ellas, pero no creo que se enfaden. En verdad, necesitan consejos de alguien profesional – le contesto. -- ¿Cuál fue su opinión?

―           Alabó las dos ideas y a sus creadores. Me dijo que le gustaría mucho conocerlos. Por supuesto, no le conté nada de ti, ni de las chicas; ya habrá tiempo de todo si decidimos utilizar a la doctora.

―           Katrina, cariño, ¿qué te hizo pensar en ella como consultora?

Me da unos cuantos picos húmedos antes de contestarme, pero todo ello, sin dejar de abrazar mi cuello.

―           La conozco y sé que es la persona más morbosa y depravada que puedes encontrar en el país. Además, es totalmente amoral, por lo que no tendrá remordimientos algunos.

―           Vaya con la doctora, coño. ¿Y tu padre te puso en manos de ese angelito?

―           Eso fue algo que descubrí más tarde – me confiesa con una ladina sonrisa.

¡Como me gustaría conocer toda la historia!

―           Ras se está preguntando por vuestra historia común – le digo a Katrina.

―           En otra ocasión, cariño. Ahora quiero contarte nuestra entrevista.

―           Está bien. Te escucho.

―           Como ya he dicho, Isabel parecía muy interesada en ambos proyectos. Me hizo una buena cantidad de preguntas, sobre todo en cómo había llegado a planteármelos. No quise hablarle de los demás negocios, aunque conocía la muerte de mi padre, ya que me dio el pésame nada más verme.

―           Hiciste bien.

―           Se quedó callada mientras nos comíamos el postre, sin duda asimilando cuanto le había contado. Entonces, me dijo que conocía diversas personas expertas en comportamiento, que podrían hacerse cargo de las diferentes materias necesarias para la escuela de modales. El único problema es que estaban repartidas por el mundo y habría que contactar con todas ellas y traerlas a España. Por supuesto, le dije que no había ningún problema en ello.

―           Ajá.

―           Comentó cuales deberían ser las materias a tener en cuenta.

―           Si, es algo a lo que le he dado algunas vueltas también – le digo.

―           Tranquilo, nene, que ya lo tenía todo desarrollado. Para educar a una chica de compañía a ese nivel, se necesitan conocimientos de Geografía, de Historia mundial, de sociología, y algo de ciencias políticas. Tiene que saber opinar en una conversación, en reuniones diplomáticas, e incluso responder a una pregunta directa.

―           Por supuesto. También el idioma es muy importante.

―           Si. Varios al menos. Luego habrá que educarlas en Etiqueta y Protocolo. Enseñarles a comportarse en una alta fiesta social, como comer, como beber, la utilización de cubiertos, la forma de coger una copa, el lenguaje de los ademanes, el falso pudor…

―           … cómo tratar con un príncipe o con un emir, qué es adecuado preguntar a un político, o si hay que llamar Ilustrísima a un obispo – termino con una risotada.

―           Exacto, querido. Eso es Protocolo. También habrá que enseñarles a vestirse, a maquillarse según las ocasiones, a moverse elegantemente, clases de dicción, clases de interpretación y danza… Recuerda que ya no serán putas, serán damas… algo pendonas, pero damas – continúa ella con la broma.

―           Pienso que también habrá que ponerlas en forma. Estarán el doble de buenas si sus cuerpos están duritos y entrenados.

―           Por supuesto, necesitaremos entrenadores y quizás un masajista fisioterapeuta.

―           El palacio disponía de su propio médico – recuerdo, antes de mordisquearle la tierna barbilla.

―           Y podríamos continuar con sus servicios, ¿no? Así como el personal que sobrevivió y quiera seguir.

―           Claro, cielo. No pienso echar nadie a la calle. Hay cocineras, servicio de limpieza, conserje, equipo de mantenimiento… Algunos resultaron muertos y otros heridos, pero supongo que muchos querrán volver a trabajar – enumero, poniéndome en pie y dejando a Katrina sentada sobre la mesa. – De todas formas, ese personal básico lo necesitamos, independientemente de los educadores que contratemos.

―           Me alegro de que pensemos igual, nene. Isabel piensa que necesitaremos entre ocho y diez educadores especiales.

―           ¿Tantos? – no me gusta tener a demasiada gente fisgando en los negocios. Cuando más lenguas, más posibilidades de filtraciones.

―           Un par de profesores de idiomas, uno en materias sociales mundiales, uno de Protocolo, otro de Etiqueta, moda y complementos, peluquería y maquillaje… eso mínimo, suponiendo que puedan hacerse cargo de más materias cada uno.

―           Bufff… ¡Que de peña, coño!

―           Quiero que sea algo serio, cariño – me implora, haciendo un puchero delicioso.

―           Y lo será, cielo, pero tengo que hacerme a la idea y ver cómo atarlos en corto a todos.

―           Seguro que encontraras la forma. Isabel me auguró mucha clientela rica en cuanto se corriera la voz. Las escuelas de modales están muy demandadas por la alta sociedad, pero no pueden enviar más que a sus hijas, sobrinas o nietas, no sus amantes, ni sus putas. ¡Esta escuela será única!

Me doy cuenta de lo entusiasmada que está con su idea. Es su creación y procurará mimarla a toda costa, lo sé.

―           Entonces, ¿acepta hacerse cargo de la escuela? – le pregunto.

―           Se lo está pensando, pero creo que aceptará. Se la veía tan entusiasmada como yo.

―           ¿Qué te dijo sobre el proyecto de Pam?

―           Me habló de que disponía de ciertos libros en su despacho que versaban sobre el mito de las amazonas, y que le gustaría revisarlos antes. Fue entonces cuando me propuso volver a su consulta, pues tenía una sesión en la tarde. La llevaría a cabo y podríamos anotar más ideas.

―           Ah – su tardanza queda explicada con ese dato.

―           Mientras hacía hora para su sesión, me estuvo mostrando algunos de los libros a los que se había referido y de ciertas técnicas para imbuir a las chicas de un refuerzo de personalidad.

―           ¿A qué se refiere con eso?

―           Básicamente, averiguar cual es la auténtica tendencia de carácter de una mujer y desarrollar esa faceta todo lo que pueda.

―           ¿Cómo un entrenamiento?

―           Es lo que pensé. Fue entonces cuando me ofreció asistir a la sesión que estaba a punto de empezar y que lo viera con mis propios ojos.

La miro y compruebo que tiene la mirada perdida en un punto de la pared, evocando quizás esa situación. Los dedos de su mano derecha juegan con la cadenita de su cuello.

―           Sigue contando, Katrina – la ordeno con el tono apropiado, disparando el gatillo de su mente. Suspira y sonríe, cayendo en un estado relajado, más profundo que el conciente.

―           Miró su reloj y me indicó que me escondiera en la habitación contigua, un pequeño archivo adyacente. “Ya te indicaré cuando tienes que entrar, Katrina”, me dijo. En ese momento, sonó el timbre de la puerta. Isabel nunca ha tenido recepcionista, no quiere a gente husmeando en su consulta.

“Eso mismo pienso yo.”

―           Dejé la puerta a cuchillo para poder observar a su paciente y escucharles. Me quedé muy sorprendida cuando entró una elegante mujer, de unos treinta años, cuyo rostro me sonaba muchísimo. ¡La situé de inmediato! Era Eva Lacranes, la presentadora de los noticiarios de una de las cadenas televisivas más vista. Una periodista hermosa, de maneras serenas y elegantes, que siempre he admirado como mujer y como profesional. Había leído que era seria y meticulosa en su trabajo y que tenía mal genio, además. Me pregunté qué problemas tendría para acudir a una psicóloga.

“¿Cómo has pasado la semana, Eva? – le preguntó Isabel.”

“Mejor que la anterior, doctora Garñón. He contenido mi genio esta vez, aunque he tenido que marcharme en un par de ocasiones del estudio.”

“Bien, es un avance, querida.”

“Si, eso me digo también.”

“Bueno, Eva, vas a hacer un ejercicio de relajación y, después, me vas a contar, con detalles, lo que has hecho en esta semana – dijo la doctora, corriendo unas gruesas cortinas sobre el ventanal del despacho con la ayuda de un pequeño mando a distancia.”

“De acuerdo, doctora.”

“Túmbate en el diván – le dijo, señalando el conglomerado de grandes y suaves cojines que cubrían todo un rincón de la consulta, la cual parece más un antro hippie que un despacho Psicológico.”

“Isabel se sentó en una banqueta, a su lado, y encendió una pequeña linterna que pasó varias veces por los ojos de la periodista y ésta pareció dormirse. Elevó la voz y me llamó, indicándome que pasara.”

“Está bajo trance. No te preocupes, no se acordará de ti – me dijo, quitándole importancia. -- ¿La conoces? – Asentí y le dije quien era. – Bien, viene a mí a que le controle sus accesos de rabia, por orden de su productor. Ya ha agredido a un compañero y a una maquilladora.”

“Vaya. ¿Quién lo diría?”

“Para buscar el origen de este descontrol, tuve que ahondar en su carácter y en su vida hasta encontrar el punto de inflexión. Sucedió en su segundo semestre universitario. Su inseguridad y una urgente necesidad de ser dirigida la hizo caer en las garras de un nefasto y maduro catedrático; un tipo acostumbrado a aprovecharse de sus inexpertas alumnas. Estuvo tres años bajo sus garras, anulada como mujer, volcada en colmar los deseos de ese hombre. Vivía para él y sus vicios. Eso si, a cambio, el catedrático la hacía estudiar y aprobar con buenas notas. Al llegar a su último año y antes e licenciarse, el profesor la abandonó, buscándose una más joven. Esto la destruyó casi completamente. Regresó con sus padres y no acabó la carrera. Se pasó tres meses sin salir de su habitación, hasta que llegó a una decisión. Tenía que dejar esta vida, a sus padres, a sus amistades, a sus debilidades. Para ello, tenía que acabar su carrera y buscarse un empleo que la independizara. Así que encerró todo su dolor y despecho en una burbuja estanca, la cual enterró en lo más profundo de su mente, iniciando una nueva identidad para Eva Lacranes, una identidad que se hizo pública, aún siendo artificial. Pero, aquí y ahora, estás viendo a la auténtica Eva, necesitada de apoyo, de aceptación, de dirección, y vamos a actuar sobre ella sin miramientos.”

“Eva la inadaptada ve la vida a través de los ojos de Eva la periodista. Sabe perfectamente cuanto ocurre a su alrededor y qué personas comparten su vida. Sin embargo, es incapaz de dar un paso fuera de su escondite, ni de tomar una simple decisión como qué desayunar al levantarse. Pero, aunque no es capaz de hacerlo, está deseando tener una posibilidad de realizarlo. Todas estas emociones encontradas son las que disparan su rabia sin control.”

“Explicado así hasta parecía sencillo de entender, pero, sin duda, Isabel había tenido que bucear y ahondar durante muchos meses, hasta descubrir la auténtica historia.”

“¿Y ahora qué vas a hacer, Isabel? – le pregunté.”

“Ahora voy a hacer que experimente lo que se ha estado perdiendo. Eva, ¿me escuchas?”

“Si, doctora.”

“Eva, ¿quieres evadirte de tus preocupaciones, de las terribles decisiones que hacen desgraciada tu vida?”

“Si, doctora, por favor…”

“¿Quieres dejar atrás las tremendas presiones que te agobian cada día? ¿Quieres volver a aquellos días en que te decían simplemente lo que debías hacer, lo que tenías que ponerte para vestirte cada día?”

“Si, doctora, lo deseo mucho.”

“Entonces, tendrás que ponerte a servicio, ¿lo comprendes? Tendrás que complacerme en cuanto te pida y te ordene.”

“Si, doctora, por supuesto que la complaceré.”

“Empieza por ponerte de rodillas ante mí.”

“Observar como aquella orgullosa periodista se tiraba del diván y se arrodillaba ante la psicóloga me pareció sublime y terriblemente excitante. Isabel me explicó que hacía varias semanas que la tenía bajo trance inducido y que podía controlarla perfectamente. De esta forma, poco a poco, iba graduando la implicación de las dos personalidades, la auténtica reprimida y la ficticia controladora, consiguiendo mezclar sus atributos. Era un lento proceso, pero daba muy buenos resultados. Por el momento, había conseguido frenar los estallidos de rabia y mantener su rendimiento laboral.”

“Te encanta el sabor de mi piel, ¿verdad?”

“Si, doctora, sabe a melocotón y vainilla.”

“Pues chupa mis dedos, lentamente. Así, dulcemente, cielo. Disfruta de cada centímetro.”

“Y verdaderamente que lo hacía, allí de rodillas. Tomaba la mano de Isabel con la suya propia, llevando cada dedo a su boca, lamiéndolo, succionándolo tan despacio que parecía una tortura. Los ensalivaba tan bien que las babas resbalaban muñeca abajo. Ponía una atención exquisita en cada falange, en cada nudillo, con los ojos cerrados y una expresión concentrada que la hacía irresistible.”

“A esto me refería con reforzar la personalidad. Con un par de test se puede averiguar cual es la tendencia de cada chica: dominante, sumisa, masoquista, sádica, u otras facetas de la sexualidad. Con unas cuantas sesiones, se las podría llevar hasta el nivel que quisiéramos, dentro de sus preferencias.”

“Entendía lo que me quería decir y a donde podría conducirnos esta inducción de personalidad con nuestro proyecto de club de femdom. Podríamos disponer de auténticas mujeres dominantes y de incomparables sumisas, con solo dejarlas en sus manos. Pero, en ese momento, solo podía ver a Eva Lacranes devorar sus dedos con pasión, gimiendo levemente al hacerlo.”

“¿Puede lamerte en otra parte? – le pregunté, sin ser conciente de haber hablado siquiera.”

“Estaba esperando a que preguntaras eso. Veo que sigues con los mismos gustos – me contestó, deteniendo a Eva colocando un dedo sobre su nariz.”

“Me he casado, Isabel, hace un mes, pero eso no significa que ya no me guste la fragancia femenina.”

“Así que has encontrado a tu Señor – sonrió al ver mi gesto de felicidad. – Me gustaría conocerle, Katrina. ¿Has visto, Eva? Katrina es feliz, ¿quieres hacerme tú feliz, Eva?”

“Si, doctora.”

“Vas a lamerme el coño hasta que me corra, sin prisas. ¿Te acuerdas como lo hiciste la semana pasada?”

“Si, hundir la lengua en la vagina y subir hasta el clítoris. Mosdisquear suavemente, y luego volver a bajar – recitó, con una sonrisa.”

“Muy bien, Eva. Puedes empezar – le comunicó Isabel, subiéndose la amplia falda y mostrando unas piernas torneadas y bronceadas. No llevaba ropa interior. La periodista abrió delicadamente los labios mayores con sus dedos y aplicó sus propios labios al sexo. El ruido de succión se escuchó perfectamente, haciendo que la psicóloga cerrara momentáneamente los ojos. A medida que las miraba, recordaba cuando era yo la que estaba en la situación de Eva y me mojé totalmente.”

―           Alto, alto – intervengo, cortando su exposición de los hechos. -- ¿Le comías el coño a tu psicóloga?

―           Claro, cariño, ella fue quien me inició en el arte – me sonríe mi esposa, casi con inocencia.

―           Pero… eras una cría, una niña – según ella, asistió a aquellas terapias desde los doce hasta los catorce años.

―           Necesitaba nuevos objetivos e Isabel me los hizo descubrir. Eso es todo. Siempre le estaré agradecida por ello – se encoge de hombros al confesármelo.

¿Quién soy yo para recriminarle nada? Soy aún más vicioso que ella.

―           Isabel me hizo ver que ningún hombre se merecía dominarme, a cambio de un momento de placer. Podía tener todos los placeres del mundo, sin perder el control. Fue ante ella que hice la promesa de entregarme a alguien especial como tú.

―           ¿Cómo es que no me habías hablado de ella, siendo alguien tan importante en tu vida? – la aferro por los brazos, mirándola directamente.

―           No es una parte de mi vida para comentar en la cena, cariño. Necesitaba tiempo.

―           Está bien. Así que Isabel puede modificar las vertientes sexuales de las chicas…

―           Si. Nos vendría genial si pretendemos introducir mujeres que no sean profesionales en el nuevo club – dice Katrina, pisándome el comentario.

―           No solamente en eso. Imagínatela en tu escuela de modales, conociendo la tendencia de cada chica y dirigiéndola hasta la perfección. Serían las amantes ideales, dentro de sus estilos.

―           Por eso le ofrecí el puesto de directora. Bueno, tuve que esperar a que Eva acabara porque Isabel cayó sobre el diván, debilitada por lo que estaba sintiendo. La periodista parecía un cachorro hambriento lamiendo, Dios. Mientras Isabel empujaba el rostro de Eva entre mis piernas, me dijo que tenía que pensarlo, ya que, en caso de aceptar, tendría que dedicarse a ello a tiempo completo.

―           No desaprovechaste la ocasión, ¿eh? – le pellizco la barbilla.

―           Sabes que no es mi estilo. Esa Eva Lacranes me pone, cada vez que habla a la cámara.

―           Si, la verdad es que está muy buena.

―           Cariño, ¿por qué no llamamos a Krimea, subimos al dormitorio y nos la follamos bien follada hasta la hora de la cena?

―           Veo que la lamida de Eva no te ha quitado la calentura, cielo.

―           ¡Que va! Venía soñando con tu rabo…

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La semana pasa entre viajes a Aranjuez y Algete, reuniones con organismos, aseguradoras, y ayuntamientos, y alguna que otra presentación de Muñiz. Los primeros currículos empiezan a llegar a la oficina de Mäelstrom SA., que es como se llama la seudo empresa de espectáculos creada para Pam y Elke.

Patricia ha invitado a Irene a pasar el fin de semana en la mansión y, nada más llegar del colegio, el viernes por la tarde, ponen a Niska a caldo, azotándole las posaderas y metiéndole un grueso consolador. Sus gritos se pueden escuchar incluso en la sala de ocio de La Facultad.

Estoy a punto de meterme en la piscina climatizada, para hacerme una veintena de largos, cuando suena el móvil. Me asombro al ver que es Juni quien me llama. ¿Algún problema con los críos?

―           Dime, Juni… -- respondo.

―           Sergio, te dije que te llamaría para que lo vieras con tus propios ojos. Ahora es el momento. Sube.

―           ¿A qué te refieres?

―           Sube y lo verás. Rápido.

Me jode un huevo que me dejen intrigado. De veras. De todas formas, Ras también me insta a subir. Me pongo una camiseta sobre el bañador y me calzo las chanclas y tomo el montacargas, que es lo más cercano. Juni me está esperando en la cocina, vistiendo su eterno uniforme de gobernanta inglesa. Casi se podría hacer una película con ella. A pesar de su severo aspecto, su rostro irradia comprensión y amabilidad. Todos los chicos la adoran.

―           ¿Qué pasa, Juni?

―           Están en el dormitorio de Iván.

―           ¿Quiénes?

―           Patricia, su amiga, Iván y Sabrina. Ya te comenté que se habían hecho “amigos” – me dice, llevándome al pequeño despacho que está anexo a su dormitorio.

―           ¿Y?

―           No es algo para describir con palabras. Tienes que verlo. Lo podemos hacer gracias a las cámaras de control.

Cuando se montó La Facultad, se instalaron cámaras en todas las estancias, cuartos de baño y dormitorios incluidos. No se trata de grabar nada, sino de controlar sus conductas. No sirve de nada atenderlos y educarlos con todo el cariño del mundo, si no puedes controlar su avance en la intimidad. Es una forma de atajar intentos de fuga, de suicidio, y actitudes beligerantes entre ellos. Las cámaras no graban nada, por defecto, pero siempre están activas y ocultas.

Juni se sienta a su escritorio y conecta el programa de vigilancia, tecleando un código que activa dos cámaras en particular, junto con su micrófono. El doble plano de un dormitorio aparece en la pantalla. Las cámaras están situadas en extremos de la habitación, por lo que los planos son casi opuestos.

Dos camas gemelas, separadas por mesitas integradas, aparecen ante nuestros ojos. Irene está sentada en una de ellas, con las piernas desnudas y sin bragas. Entre sus abiertas piernas, y arrodillada en el suelo, Sabrina se aposta, la cabeza contra el vientre de Irene, el culo levantado. Patricia, la única vestida de los cuatro, está de pie detrás, azotándola lentamente con un cinturón. A su lado, desnudo y de pie, un tembloroso Iván, con las manos atadas a la espalda, le ofrece su pequeño pene erecto, para que lo sobe a placer, entre cintazo y cintazo.

―           ¡Me cago en tos sus huesos! ¡Maldita sea! – exclamo. -- ¿Cuánto tiempo hace que lo sabes?

―           Con seguridad, un par de semanas, pero pienso que llevan más tiempo, por el grado de sumisión que muestran los niños.

A cada golpe en sus nalgas, Sabrina gime y da besitos en el ombligo y pubis de Irene, como si se lo agradeciese, mientras que las lágrimas ruedan por su rostro. La expresión de Patricia es digna de ver. Es la reina de África en este momento. Sus caprichos son ley, la muy putilla. Parece que los tiene bien enganchados por lo que se puede ver. Iván la mira con adoración cada vez que los dedos de Patricia le acarician la pequeña minga.

―           ¡Voy a bajarlas de los pelos, a las dos! – exclamo furioso, intentando salir del despacho.

―           ¡Espera, Sergio! ¡No es buena idea entrar ahí!

―           ¿Por qué? ¡Que se acojonen!

―           No lo digo por ellas, sino por Iván y Sabrina. Vas a traumatizarlos. La vergüenza los matará…

Tiene razón la buena mujer. Al menos, ella piensa en sus niños.

―           Tienen sus móviles – dice señalando en la pantalla, los celulares tirados sobre la otra cámara. – Llámalas y diles lo que tengas que decirle, pero solo a ellas. ¿Comprendes?

―           Si. Gracias, Juni, no lo había pensado – le agradezco mientras saco mi propio móvil.

Tras un par de timbrazos, que tienen la virtud de interrumpir los cintazos, Patricia coge su teléfono. La veo apartarse un paso de las nalgas de Sabrina, con el cinto colgando de su mano.

―           ¿Si?

―           Escúchame bien, Patricia. No te muevas, no cambies ni un músculo de tu cara. Te estoy viendo a través de las cámaras ocultas que están instaladas en toda La Facultad. Quiero que te vuelvas a poner el cinto que tienes en la mano y le digas a Irene que se vista. Excúsate con Iván y con Sabrina, diciéndole que la madre de Irene ha venido y que la está esperando abajo. Así que os tenéis que marchar enseguida. Despídete y se tu misma, que no sospechen nada, ¿entendido?

―           Si, Sergio, claro… -- su rostro no ha cambiado, pero su voz expresa el temor que siente.

―           Os espero a las dos en mi sala de ocio en tres minutos. ¡Deprisa!

Patricia tira el móvil sobre la cama y empieza a colocar el cinturón entre las trinchas. Mientras lo hace, Irene no deja de preguntarle que qué pasa.

―           Tu madre ha llegado y está preguntando por nosotras abajo.

―           ¿M-mi madre? ¿Qué hace mi madre aquí?

―           No lo sé, pero tenemos que bajar inmediatamente. Sergio nos espera. Otro día acabaremos esto, chicos – le dice a Iván. Sabrina se está acariciando las enrojecidas nalgas.

―           Está bien, ama – le contesta Iván, dejando que le quite las esposas de las muñecas.

Irene se viste con toda rapidez y se inclina para dar un beso en los labios de Sabrina. Patricia la empuja de mala manera hacia la puerta, pues no puede decirle que hay cámaras mirándolas. Salgo del despacho de Juni, sin despedirme siquiera y bajo al piso inferior, por las escaleras. La sala de ocio está justo ahí, al pie. Le doy un toque a Pam, quien me contesta casi de inmediato.

―           Dime, hermanito.

―           ¿Pam, estás libre?

―           Si, Elke y yo estamos viendo una reposición.

―           Bien, ven a la sala de ocio, tú sola, por favor.

―           ¿Sin contarme nada?

―           Ya te enterarás.

―           Bien, vale, voy enseguida.

La puerta se abre en cuanto corto la comunicación, casi con timidez. La cabecita de Patricia se asoma. Sus ojos revelan su preocupación.

―           Entrad, entrad…

―           Sergio, yo…

―           Cierra la puta boca – el tono furioso la toma por sorpresa, callándola como una mordaza. Detrás de ella, Irene no osa preguntar nada, aunque sus ojos buscan a su madre por todas partes.

Las dos se miran, temerosas e intrigadas, pues solo me dedico a mirarlas y a esperar. Unos largos y silenciosos minutos más tarde, Pam abre la puerta y eleva una ceja contemplándonos. Viste un holgado vestido que ha debido ponerse a toda prisa, pues suelen estar casi siempre desnudas en su dormitorio.

―           ¿Qué pasa aquí?

―           Pues sucede que esta señorita – señalo a Patricia – cree que La Facultad es su propio mercado de esclavos. Desde hace un tiempo, mantiene a Sabrina e Iván como sumisos, creo. No contenta con eso, hoy ha traído a Irene, sin duda para mostrarle sus nuevos siervos y disfrutar de ellos juntas. Cuando Juni me ha llamado, Patricia estaba azotando a la niña bosnia con un cinto, mientras manoseaba la polla de Iván, maniatado con unas esposas. Ah, y Sabrina, entre golpe y golpe, tenía que comerle el coñito a Irene.

―           ¡Jobar! ¿De dónde sacas esas ideas, coño? – le suelta mi hermana a Patricia.

―           Solo jugábamos…

―           ¿Te crees que he hecho traer a esos niños desde distintas zonas de guerra para que sean tus juguetes? ¿Esperas que crezcan sanos y cabales si los conviertes en tus esclavos? – pierdo la paciencia, elevando la voz.

―           Yo… yo… lo siento, Sergio… no lo pensé…

―           Es la primera cosa adecuada que dices. ¡NO lo pensaste, porque nunca piensas! ¡Te has convertido en la pequeña princesa mimada, con sus criadas esclavizadas, con su amiguita arrastrada y sumisa, y todo cuanto deseas al alcance de la mano! ¡Te limitas a pedir y tomar, a tu antojo! ¡No es cierto?

Agacha la mirada y no contesta. Irene solloza, aunque no le haya dicho nada. La verdad es que no puedo acusarla a ella de nada, solo de servir a su amiga. Pero Patricia sabe que ha llegado demasiado lejos y no puede defenderse.

―           Los niños de La Facultad desean recuperar sus vidas perdidas, que se les de cariño y afecto. Necesitan jugar y ser felices, no probar nuevas técnicas de subyugación e interrogatorio con ellos. Por un momento, creí que te habías hecho amiga de Iván y que le estabas ayudando a integrarse, como una buena amiga, una hermana mayor…

―           Se ofreció él, Sergio… yo solo seguí…

―           Por supuesto que se ofreció él. Todos los que duermen arriba se ofrecerían a tu servicio, pero es solo por supervivencia, para asegurar su estancia aquí, lejos de tantas desgracias. Aún no han comprendido que les ofrecemos esta oportunidad sin condiciones; aún esperan que les pidamos algo a cambio… y mira por donde, tú lo has hecho.

Esta vez, Patricia estalla en lágrimas, con largos hipidos. No creo que lo haya hecho con maldad, solo que la oportunidad la ha conducido hasta ese punto. Estoy seguro de que no ha pensado en nada de cuanto le estoy diciendo. Para ella, Iván y Sabrina son solo otros chicos más, como sus compañeros de clase, como Irene; niños que puede usar, que puede manipular a su antojo.

―           Perdóname, Sergio. No pensé en ello, soy una tonta – consigue articular. Irene también llora a moco tendido, estrujándole la mano.

―           No eres tonta. Nada de eso. Ese es el problema. ¿Qué eres? Dilo…

―           ¿U-una… zorra?

―           Exacto. Una zorra astuta y muy puta… ¿Qué más?

―           Egoísta…

―           Sigue.

―           Manipuladora, sin conciencia…

―           Vamos, sácalo todo.

―           Soy mala… muy mala… y muy puta – confiesa, cayendo de rodillas, arrasando el suelo con sus lágrimas. Irene intenta calmarla, poniéndole la mano en el hombro, pero Patricia la desecha. -- ¡Me follaba a mi madre, sin remordimientos! ¡La azotaba cruelmente y orinaba en su boca! ¡Soy la Puta de Babilonia! ¡No merezco ser acogida a vuestro lado; no merezco nada de esto!

―           No te voy a apartar de mi lado, Patricia. Te quiero y me necesitas, pero también necesitas… ¿qué necesitas?

―           Un castigo, Sergio… por favor, ponme una penitencia; la cumpliré, sea la que sea…

―           Quiero que comprendas que el castigarte no es por haber esclavizado a Iván y a Sabrina, sino por no haberte detenido a pensar en ellos, en las consecuencias.

―           Si, ahora lo comprendo. No me acercaré más a ellos – farfulla, sorbiendo por la nariz.

―           No, al contrario. Vas a seguir ocupándote de ellos, así como de los más pequeños. Quiero que te conviertas en su hermana mayor, el modelo a imitar para todos ellos, así que tus actos deberán tornarse…

―           … puros y sinceros. Seré su mejor amiga, la que les protegerá y en la que podrán confiar.

―           Hablarás con Iván y Sabrina y les pedirás perdón, convenciéndoles de que estabas equivocada y buscarás su completa comprensión – añade mi hermana.

―           Si, Pamela.

―           Bien, ahora tu penitencia. Recibirás veinticinco azotes, colgada boca abajo. Al menos, cinco azotes te serán dados sobre tu sexo – puntualizo.

Mueve la cabeza, aceptando todo. Está sinceramente arrepentida, pero tengo que asegurarme.

―           Además, llevaras un dilatador anal durante ocho horas.

Noto como se estremece por ese detalle. Su ano es un tema aún por definir.

―           Pam, quiero que seas tú la que se encargue del castigo.

―           Está bien, hermanito – Pam la mira de forma golosa. Cada vez se afirma más en su faceta dominante.

―           No quiero que reciba ningún goce, ni ninguna caricia.

―           Comprendo.

―           Ah, a Irene el doble de azotes y empiezas por ella, para que Patricia tenga tiempo de pensar en lo que ha hecho.

―           ¡NOOOOO! ¡A ella nooooo! – aúlla Patricia, poniéndose en pie y tratando de apartar a Pam de su sumisa. Eso es lo que verdaderamente le va a doler y lo tiene que asumir.

Cierro la puerta, al marcharme. La insonorización apaga los gritos. Sé que Pam cumplirá mis órdenes. Al contrario que las demás, ella no es mi sumisa, sino que se entrega a mí por su vehemente amor. Eso quedó claro desde el primer momento. Ya veré a las castigadas esta noche.

A pesar de la bronca, necesito desahogarme.

Busca a Krimea y follatela duro. Es lo que más nos relaja.

¿Qué queréis que os diga? Cuando el viejo tiene razón, es que la tiene.

La encuentro, tumbada en la gran cama redonda, mientras Sasha y Niska le ayudan a hacerse las uñas de los pies. Solo lleva un batín de satén rosado cubriendo su cuerpo de pecado. Con un gesto, indicó a las criadas que se marchen y me bajo el bañador que aún llevo, mostrando mi polla medio erecta. Me mira, atónita.

―           Mis uñas… vamos a mancharlo todo…

―           ¡A la mierda! – le digo, desnudándola de un par de tirones.

La tumbo en la cama y me siento sobre su vientre, colocando mi polla entre sus gloriosos senos puntiagudos.

―           Humedécela – susurro.

―           Sería mejor con un poco de aceite. Tengo ahí mismo…

―           Con la boca, concubina. Escupe sobre ella – le impido que se mueva.

―           Si, mi señor – contesta suavemente. Alza la cabeza y escupe con precisión, mientras sus manos aferran sus senos por los laterales, uniéndolos para acoger mi polla.

Quizás Katrina le ha hablado de mis lunáticos cambios de humor, porque se pliega enseguida a cuando le digo, como una muñeca gimiente de carne. La expresión de lujuria que adopta cada vez que intenta llegar con sus labios a mi glande, es lo que me la pone tiesa completamente. Echado hacia atrás, introduzco mis dedos en su coño, que no tarda en mojarse abundantemente. Dos de mis dedos la hacen contonearse como una vestal andando sobre carbones. Ya no da pie con bolo. No sabe si mover las caderas para agradecer mis caricias, o seguir con sus movimientos de pectorales.

Para sacarla de la duda, le pellizco los pezones brutalmente, haciéndola gemir de dolor.

―           ¡A cuatro patas! ¡Quiero follarte a una perra! – le susurro, quitándome de encima y girándola.

Alza su culito con rapidez, disponiendo su cuerpo para mi solaz. El espolón de dragón que tiene en una de sus nalgas, me tienta para pellizcarla. La abrazo por la cintura, tumbándome sobre su espalda. Sus brazos tiemblan, soportando mi peso, pero no se queja. Sé que es resistente. La punta de mi polla se cuela entre sus piernas, punteando sin control.

―           ¿Lo quieres rápido y fuerte, o lento y suave? – le musito al oído.

―           Muy lento, mi señor, para sentirte bien – jadea, ansiosa.

Noto como sus carnes se abren al paso de mi miembro. Su vagina cede a cada pulgada que introduzco. Es un roce casi perfecto. Dominio y sometimiento, como una marea de tintes divinos. No puede dejar de gemir y agitarse a mi paso, pero no cede a mi peso. Está orgullosa de sostenerme, de sentirme sobre su espalda, la boca vertiendo miel y moscas en su oído.

Cuando llego al tope, la aprieto contra mí y me pongo de rodillas. Se queda contra mi pecho, alzada a pulso y totalmente empalada. El súbito movimiento ha disparado su primer orgasmo, lo que la hace estremecerse toda.

―           Cariiiiñoooo – se le escapa al correrse, lo que me hace sonreír.

Me tumbo sobre mi espalda, dejándola que me cabalgue lentamente, mostrándome sus bellas nalgas. Sigo la línea de varios de los tatuajes, pellizcando su carne prieta mientras ella se mueve y se alza, dejándose caer con más ganas, cada vez. Pronto empieza a jadear de nuevo, a gemir como una perra y una de sus manos sube a acariciar ferozmente su inflamado clítoris.

―           ¿TE VAS A CORRER? – le grito, asustándola.

―           ¿P-puedo? – pregunta con temor.

―           No antes de que cuente hasta cincuenta.

Me encanta someterla a pequeñas pruebas. Acelero sus movimientos mientras la machaco con mi pelvis. Estoy contando en voz alta, con una cadencia de segundero, y la escucho gemir fuerte, cuando estoy llegando a treinta. Se está apretando los pezones con toda la fuerza que puede, ya que intenta cortar el orgasmo que asciende por su cuerpo. Es tarde, no puede controlarlo, y el orgasmo explota muy fuerte, debido a que intentaba frenarlo.

Su vagina se vacía sobre mis testículos, impregnándolos de fluido. Noto que no puede apenas mantenerse sobre mí, así que vuelvo a darme la vuelta, posicionándome en plan misionero.

Me pregunto quien coño utilizó esa palabra para tal posición. ¿Qué hacían los misioneros cuando se follaban a las negritas? ¿Leían la Biblia, colocándola sobre el pecho de las chicas, mientras perforaban los bajos?

El caso es que meto mi polla todo lo profundo que puedo y no dejo de imponer mi ritmo. No he parado ni un momento de follar a Krimea, por lo que está empalmando sensaciones que nunca antes experimentó. Me mira mientras mis embistes la cortan la respiración, haciéndola jadear fuerte. Sus manos abrazan mi cuello con fuerza; siento sus piernas hacer lo mismo en mi baja espalda. Se ha pegado a mí como una lapa. Bien, esta va a ser la última recta antes de la meta.

Empiezo a marcar un ritmo vertiginoso, de esos que tienes que cerrar la boca o te muerdes la lengua. Mis testículos chocan contra sus nalgas, marcando tempo. Quiero verla correrse, quiero mirarla a los ojos cuando el placer la embargue totalmente. Sus preciosos ojos se entrecierran y su boca se entreabre. Las aletas de su nariz se contraen, y su ceño se arquea en el preludio de su expresión de gozo. Un gemidito surge de su garganta, apenas audible al principio y aumentando a medida que sus muslos aprietan más.

Por mi parte, siento como una bola de energía se agolpara en mi escroto, amenazando con explotar, con llenar de leche toda la cama. El calor nos envuelve, nos mece, nos empuja el uno contra el otro. Ralentizo mis embestidas, llegando profundo y con fuerza, golpeando su cerviz, su útero. A cada golpe, ella pone su cuerpo en tensión, contorsionando la cintura y las caderas, mientras que exhala un gritito de hembra en la gloria.

―           Dueño… mío… te… amooooo… – acaba gimiendo a medida que descargo una enorme emisión de semen contra su útero. Es bonito que te digan eso en plena faena…

Nos quedamos acurrucados y quietos, reponiéndonos de la saturación de nuestros sentidos. El día que consigamos embotellar nuestros orgasmos, voy a forrarme, ya te digo. Me quito de encima, permitiéndole respirar a gusto, y me entretengo metiéndole un dedo en el coño, ayudando al semen a salir.

―           Nunca había sentido algo así – me dice.

―           ¿Algo como qué?

―           Como correrme tantas veces seguidas tan rápido – se ríe.

―           Marca de la casa – bromeo.

―           No sé si preguntar…

―           Pregunta.

―           ¿Es que venías cachondo?

―           Bastante. He estado castigando a Patricia – y le cuento lo ocurrido.

―           ¡Uuuufff!

―           ¿La compadeces?

―           No, la envidio – me sorprende con la respuesta. – Nada más escucharte, me estoy poniendo otra vez caliente…

―           ¿Me estás diciendo que te gustaría probar uno de esos castigos?

Se incorpora sobre un codo y me mira.

―           Si, mi señor… ¿podría?

―           Bueno, veamos si Pam ha acabado y quiere empezar contigo – le digo, poniéndome en pie y sacando el móvil del bolsillo del bañador, que se encuentra en el suelo.

Creo que la tarde del sábado se va a complicar.

CONTINUARÁ…