El Legado de Manuel Ocaña (3 de 7)
Juan debe recordarles a sus esclavas su condición de tales, por lo que, a sugerencia de Pilar, procede a castigarlas con dureza
El Legado de Manuel Ocaña (3 de 7)
Mientras tanto Juan encendió su ordenador. Quería buscar antecedentes de mujeres colgadas de sus tetas. Sin duda sería un castigo extremo, pero sería un recurso para usar con Noralí. La imaginaba suspendida de sus tetas, con las manos atadas en la espalda mientras la azotaba con una fusta en los muslos, el culo y en la propia concha.
Encontró algunas sugerencias y advertencias respecto de los tiempos en que podía someterse a una esclava a semejante castigo. Momentos más tarde entró Pilar trayendo a Noralí con un collar en el cuello y sus manos esposadas.
-Mi Señor, he hablado con Noralí para imponerla de sus obligaciones como esclava, pero insiste en que no dejará que la traten como una esclava. Creo que deberá ser riguroso con ella ¿Mi Señor necesita algo más?
-Pilar puedes retirarte. La encerraré en una celda y mañana recibirá un castigo ejemplar para comenzar a someterla.
-¿Deberé llevarle comida esta noche?
-No, solamente agua.
Juan la condujo a una de las celdas, la más pequeña y fijó su collar con una cadena a uno de los barrotes dela celda. Noralí comenzó a sollozar. Juan apagó la luz y se retiró.
Ya en su despacho llamó nuevamente a Pilar, que se presentó de inmediato.
-Dime Pilar, ¿te han suspendido alguna vez de las tetas?
-No era frecuente que el señor Manuel me suspendiera de las tetas pero alguna vez lo ha hecho. Creo que es una tortura que no puede soportarse más de unos minutos sin dañar el cuerpo dela esclava. Lo máximo que he estado suspendida han sido cinco minutos. Es terrible, pero si Mi Señor quiere castigarme así, por supuesto cuente con mi cuerpo.
-No era mi intención suspenderte de las tetas. He pensado en hacérselo a Noralí
-Mi Señor, tenga piedad de ella en estos primeros días. Recuerde que no tiene entrenamiento
-¿Tú recomiendas ir aumentando de a poco los castigos?
-Mi Señor, estoy segura que Noralí será una excelente esclava, que se someterá a su voluntad y estará dispuesta a complacerlo de la manera a usted le apetezca, pero hay que entrenarla. Es joven, tiene muy buen cuerpo, es sana y seguramente podrá resistir los castigos más crueles, pero necesita un tiempo para acostumbrarse. Estoy segura que podrá disfrutar enormemente de su cuerpo.
-Por supuesto que no quiero malograr su cuerpo, No solamente es hermosa sino que tiene una conchita apretada que me dio mucho placer.
-Por eso mismo se lo he dicho. He visto cómo ha gozado cogiéndola. Es muy joven y puede sacar mucho placer de su cuerpo.
-Efectivamente, he gozado usando su cuerpo y pienso que quizás mañana mismo estrene su culo. Esta conversación me ha excitado. Cálmame como sabes hacerlo.
Pilar se agachó y poniéndose entre las piernas de Juan liberó su pija que de inmediato llevo a su boca. Su concha estaba húmeda y quizá lograra que la penetrara allí mismo. Sin embargo una vez que el varón liberó el semen en la boca de Pilar, le ordenó que se retirara.
A la mañana siguiente Juan se dirigió a la celda en la cual se encontraba encadenada Noralí. Estaba profundamente dormida y sobre su rostro podían observarse las lágrimas secas. Observó el culo de la esclava que estaba dispuesto a estrenar. ¡Que culo! Redondo, firme, con algunas marcas de los azotes. ¡Una belleza!
Abrió la puerta de la celda y cuando quiso mover el cuerpo de la muchacha para apreciar mejor sus formas, Noralí despertó sobresaltada. Quiso incorporarse pero la cadena fija a su cuello le recordó que estaba sometida a ese hombre parado frente a ella. No sabía qué hacer o qué decir. Temía que cualquier movimiento fuera motivo para ser castigada. Juan la miró fijo mientras le decía:
-Esclava Noralí. Voy a penetrarte por el culo, estrenar ese ajustado agujero. No quiero oír ni un quejido. Recuerda que debes complacerme o en caso contrario te castigaré.-
-Sí señor- fue la seca repuesta. Era inminente que sería sodomizada quisiera ella o no. Había perdido totalmente cualquier determinación propia. Agachó la cabeza esperando alguna orden. Comenzó a comprender que debía aceptar lo que le pedían, fuera cual fuere lo solicitado.
Juan desenganchó la cadena y salieron de la celda, para acercarse a un caballete sobre el cual debió acomodarse para dejar su ano accesible. Sintió un dedo de Juan, impregnado en vaselina, introduciéndose en el agujero. Luego fueron dos y finalmente sintió el glande apoyado sobre la entrada y poco después la fuerza para penetrarla.
Comenzó a sentir dolor por la dilatación pero las lágrimas que se deslizaron por sus mejillas no se debían al dolor sino a la impotencia de no poder defenderse, la humillación de ser sodomizada. Juan percibió los temblores de los sollozos pero no detuvo la penetración hasta que la tuvo completamente adentro y sus huevos golpearon contra los glúteos de Noralí. Luego comenzó el lento movimiento de entrarla y sacarla.
Por su parte Noralí permanecía en silencio, conteniendo la respiración. De pronto pasaron ante sus ojos cerrados la visión e ilusión que tuvo cuando decidió dejar su tierra para buscar una vida mejor y ahora debía enfrentar la cruda realidad de haberse convertido en una esclava sexual. Estaba sumida en estos pensamientos cuando sintió el líquido caliente que se metía en sus tripas. Permaneció inmóvil y atenta. Poco a poco notó como la pija de Juan se iba desvaneciendo dentro de su recto.
-Te has portado como una verdadera esclava sumisa. Debo felicitarte por lo rápido que has aprendido y como premio te permitiré que tomes un baño y que Julieta te prepare un delicioso desayuno, ya que desde ayer al mediodía que pruebas bocado.-
Noralí misma se sorprendió cuando dijo: -Muchas gracias Mi Señor. Le pertenezco.-
La actividad sexual de Juan iba en aumento. Se corría dos veces en el día, todos los días de la semana, por lo cal las tres esclavas también tenían una importante actividad sexual. Juan nunca llevó a su cama a ninguna de sus esclavas cuando éstas estaban menstruando.
Luego de dos meses Noralí había asimilado completamente su condición de esclava y se sometía a los castigos que recibía con más frecuencia que las otras esclavas, como algo natural.
Pasaron otros seis meses y Juan notó a Pilar preocupada. Y decidió interrogarla.
-Esclava Pilar. Te noto taciturna, preocupada. ¿Qué es lo que te tiene así?-
-Mi Señor, hace dos meses, exactamente 63 días, que no recibo castigo alguno, ni siquiera algunos azotes en el culo. ¿Es que ya no lo satisfago? Si quiere desprenderse de mí, venderme, alquilarme o cederme, podemos romper el contrato que lo ataba por cuatro años. Podrá proceder como con las otras esclavas.-
-Estás equivocada, esclava. Si ya no te castigo como lo hacía al principio es porque ya no me apetece hacerlo sobre tu cuerpo como antes. Quiero a mis esclavas simplemente para cogerlas cuando lo desee pero creo que mi instinto azotarlas y torturarlas hasta que quedaran exhaustas, ya no me acompaña.-
-Entonces, ¿está conforme conmigo? ¿Cubro sus expectativas como esclava?-
-Sí Pilar, eres una buena esclava.-
-Permítame señor que le diga que debe mostrarse como el dueño dela situación. Si Mi Señor no castiga a sus esclavas, éstas pueden rebelarse y sentirse que ya no pertenecen a su amo.-
-¿Tú me dices que debo castigarlas con frecuencia?-
-Sí Mi Señor. Las esclavas necesitamos sentirnos dominadas y temerosas de nuestro dueño. Los castigos nos mantienen siempre atentas a las necesidades de nuestro amo.-
-Cuando somos castigadas, pensamos que nuestro amo nos esta educando y cuidando y aunque a veces el castigo puede ser duro y gritemos de dolor, es lo que necesitamos ya sea para corregir nuestros errores, recordarnos nuestras obligaciones o simplemente para complacer a nuestro amo.-
-¿Quién de mis tres esclavas necesita ser castigada?-
-Todas, todas debemos recibir algún castigo. Ya le acabo de decir, por una u otra incorrección y a falta de incorrección, simplemente por capricho de nuestro amo. Creo que Noralí está comenzando a desobedecer alguna de sus órdenes y eso no se debe tolerar.-
-¿Me dices que la castigue? –
-Creo que debemos ser castigadas todas por lo menos una vez por semana, como lo hacía Mi Señor al principio. No debe amilanarse Mi Señor. Las esclavas estamos para muchas cosas, pero principalmente para ser cogidas y castigadas y se nos debe recordar lo que somos, esclavas y para ello debemos temer y respetar a nuestro amo y nada mejor que un castigo oportuno. Mi Señor debe ejercer el poder sobre nosotras, humillarnos, castigarnos y tratarnos como lo que somos, un pedazo de carne que sirve solamente para el gozo de nuestro amo y nada más. Cuando vemos una marca de látigo en nuestra piel, recordamos de inmediato nuestra condición y nos sentimos orgullosas de pertenecer. ¡No se imagina la excitación que siente una esclava cuando va a ser castigada! Lo mismo ocurre cuando vamos a ser usadas de alguna manera.-
-Cuando una esclava abre su boca para recibir el varonil miembro y recibe las primeras gotas de semen en su lengua, siente verdadero orgullo de excitar a su amo. Lo mismo ocurre cuando siente la penetración en la concha o el culo. Mi Señor, debe imponer su autoridad a través de los castigos.-
-¿Y si te castigo a ti por insolente e indicarme lo que debo hacer?-
-Está en su justo derecho. Sabe que no me opondré a sus caprichos aunque ellos me provoquen mucho dolor físico, pero íntimamente sabré que me está educando para ser una mejor esclava y recordarme mi condición. Lo mismo ocurrirá con Julieta y Noralí, se sentirán que el amo las considera y las educa, no que las ignora fuera de la cama.-
-Pilar, sabes que eres mi esclava preferida y que debo tratarte como Manuel me ha pedido, con dureza pero también escuchar tus consejos. ¿Qué me sugieres?
-Le sugiero que nos lleve a las tres a la sala de castigos y proceda con dureza con cada una de nosotras. Puede comenzar conmigo. Entonces Julieta y Noralí sabrán lo que les espera a continuación. No tenga compasión con ninguna de nosotras tres y así volverá a ganar el respeto de sus esclavas.-
-Ve a buscar a Julieta y Noralí y me esperan en la sala.
-Sí Mi Señor.-
Pilar se retiró y busca de las otras dos esclavas.
-El señor Juan nos quiere a las tres inmediatamente en la Sala de Castigos. Creo que nos espera algo fuerte. Lo he visto decidido.
-¿Hemos cometido alguna falta?- preguntó Julieta.
-No lo sé, pero si quiere que vayamos allí, nos espera algún castigo.- respondió
-¿Y por qué debemos ser castigadas sin motivo?- inquirió Noralí.
-Porque somos esclavas, porque el señor Juan tiene derecho a hacernos lo que quiera y porque los castigos nos harán respetarlo más y así nos recuerda cómo comportarnos. Ya te he dicho Noralí, que somos solamente unas esclavas, dispuestas siempre a complacer a nuestro dueño.-
A su vez intervino Julieta. –Estaba extrañando no ser castigada. Pensaba que ya no le interesaba tenerme como esclava.-
-Creo que no es así, pero apurémonos y vayamos a la sala.-
Las tres se dirigieron ala sala. Ibancompletamente desnudas y Noralí no podía ocultar su miedo a lo que iba a suceder. Contrariamente a lo que les pasaba a Pilar y Julieta, ella tenía la concha completamente seca. Ante la perspectiva de ser torturada no podía excitarse, cosa que tanto a Julieta como a Pilar sí les ocurría. Ambas sentían que volvían a la normalidad, sufrir un duro castigo por parte de su amo.
Las tres se ubicaron en fila frente a la entrada de la sala, esperando la llegada de Juan, que lo hizo unos minutos más tarde.
A Julieta y Noralí les colocó un anillo de acero alrededor de sus cuellos con una cadena fija enla pared. Si bien ambas tenían algún movimiento no podían abandonar el lugar más allá de medio metro. Entonces se dirigió a Pilar. Le indicó que se acostara en la mesa de torturas. La esclava obedeció de inmediato y colocó sus muñecas y tobillos listas para ser amarrados.
Juan introdujo profundamente un cilindro metálico, que se prolongaba con un cable, en la concha de Pilar. Ésta supo lo que le esperaba, la picana eléctrica.
Efectivamente Juan preparó el instrumento y se dispuso a torturar a su esclava favorita. Comenzó por las axilas para luego dirigirse a los pezones. A pesar del esfuerzo de Pilar por no gritar, no pudo evitar algunos gemidos producto del sufrimiento. Gruesas lágrimas corrían por sus mejillas.
El castigo era sin piedad. Una y otra vez el electrodo pasaba por las tetas, el vientre y se acercaba a los labios de la concha de Pilar. El cuerpo de la muchacha temblaba con las descargas. Mientras tanto Julieta, pero en especial Noralí, miraban horrorizadas cómo era castigada la esclava, suponiendo que ellas sufrirían un trato similar.
Durante casi media hora las descargas recorrieron el cuerpo de Pilar. Cuando finalizó el castigo y comenzó a desatarla, oyó decir a su esclava.
-Muchas gracias Mi Señor por recordarme que soy su esclava y debo someterme a su voluntad.-
Noralí, que escuchó claramente lo dicho, no podía creer que Pilar, luego de ser torturada cruelmente, agradeciera el castigo. Todo esto le sonaba muy extraño, pero era la realidad, no estaba soñando. Cuando las esposas se cerraron sobre sus muñecas y sus brazos eran levantados puso atención en lo que seguidamente ocurriría.
Juan tomó un látigo de cuero trenzado y se dispuso a descargarlo sobre el culo de Noralí. Ella trató de evitar el azote pero sin éxito. El látigo silbó en el aire y se estrelló contra la blanca y todavía suave piel del culo. Un gemido que llenó toda la sala partió de su garganta. Quiso insultar pero un nuevo azote volvió a impactar en el culo y de inmediato otro en su espalda. Los azotes golpeaban desde las piernas hasta las escápulas dejando rayas rojas a su paso. Noralí se sentía desfallecer. Otras veces Juan la había castigado pero nunca como ahora.
Tuvo un pequeño descanso y vio a Juan prepararse para azotarla de frente. Instintivamente cerró sus piernas pero no pudo evitar que el látigo golpeara en su pubis, muy cerca de la concha. El siguiente dio de lleno en la parte superior de las tetas, unos centímetros por encima de los pezones. Así continuó el castigo dejando marcas desde los muslos hasta las tetas. No menos de una treintena de marcas oscuras resaltaban sobre la piel blanca de la muchacha hasta que cesó el castigo.
Le dolía todo el cuerpo. Se miró y se espantó de las marcas que tenía en las tetas y el vientre. Miró a Juan con odio pero se sorprendió a sí misma una vez más cuando dijo: -Gracias Mi Señor por educarme.- Juan la dejó todavía unos minutos con los brazos en alto mientras comprobaba la humedad de la concha.
Ahora era el turno de Julieta. Había sido castigada muchas veces y de distintas maneras pero nunca había visto a Juan ser tan cruel con sus esclavas. Era evidente que quería demostrar que él era quien mandaba y que sus tres mujeres no eran más que un pedazo de carne de las cuales satisfacerse.
Su amo le ordenó que se acostara sobre el piso con los brazos por encima de su cabeza y las piernas bien separadas. Era un claro indicio que el castigo recaería sobre su concha. No era primera vez que su raja sufriría los embates de algún instrumento y siempre había sido muy doloroso.
Juan se acercó portando un almohadón y unas disciplinas con colas de cuero anudado. Colocó el almohadón debajo del culo para exponer aun más la concha y sin mediar palabra levantó las disciplinas, descargándolas con fuerza entre las piernas de su esclava. Julieta no pudo contener un gemido mientras sus ojos se humedecían por el dolor que estaba soportando.
Bastaron diez fuertes azotes en la concha para que quedara completamente roja y los labios vaginales hinchados, cerrando el agujero a pesar de la separación de las piernas.
-Julieta, creo que por ahora es suficiente. Hacía mucho que no te castigaba y creo que estabas olvidando tus obligaciones de esclava.-
-Sí Mi Señor, me ha recordado mis deberes y agradezco que me haya recordado mi condición.-
Condujo a las tres mujeres a un rincón de la sala y les ordenó que se acostaran en el piso. Pilar en el medio, Julieta su izquierda y Noralí ala derecha. Las tres obedecieron y Juan procedió a esposarlas muñecas de Pilar una con Noralí y otra con Julieta y éstas a su vez vieron sus muñecas libres amarradas a argollas en la pared.
Tal como estaban, no podían tocarse sus castigados cuerpos.
-Así permanecerán hasta mañana y espero que recuerden que soy el dueño de ustedes.-
Las tres respondieron al unísono: -Sí señor, somos sus esclavas.-