EL LEGADO (19): Una tarde de sodomía.

La doma de Katrina.

Una tarde de sodomía.

Nota de la autora: Comentarios más extensos u opiniones, dirigidlas a:Janis.estigma@hotmail.es

Pam sube las escaleras del inmueble con rapidez y agilidad. Yo me habría ya matado con unos tacones como los que lleva. Admiro ese apretado culito que mi madre sacó al mundo. ¡Como lo he echado de menos!

He ido a recogerla a la estación de Atocha, donde se ha bajado de un tren que venía de Murcia. Cuando la vi descender, se me removieron las entrañas, os lo juro. Pam viene aún más hermosa de lo que se fue. Su pelo es algo más rizado y, quizás, más corto, pero atrajo la mirada de todos los hombres con los que se cruzó. Viste un traje de chaqueta y falda tubular, de estilo clásico, imitando a los años 50, que le hace una figura despampanante.

La alcé en brazos, girando y riendo. Ella me besó largamente, haciendo que los que nos miraban se murieran de envidia. En cuanto llegamos al coche, me estuvo preguntando por Katrina. Elke le había contado, por teléfono, todo cuanto había ocurrido y estaba excitada por conocerla.

―           ¿Está en casa, no?

―           Si, Pam.

―           ¿Desnuda?

―           Siempre está desnuda – contesté, conduciendo.

―           ¡Dios, que morbo! – dijo, con una risita. -- ¿Obedece en todo?

―           Aún está aprendiendo. Tenemos que castigarla a menudo.

―           ¿Azotes? – lo dijo con un suspiro.

―           Azotes y castigos.

Se mordió una uña, nerviosa y miró por la ventanilla.

―           ¿Pam?

―           ¿Si?

―           ¿Eso te pone nerviosa? ¿Te excita?

Asintió en silencio.

―           No habías demostrado nada de eso con Maby…

―           No, con Maby no, pero si con Elke. Decidí hacerte caso y me he ido imponiendo sobre ella. Tenías razón, tiene alma de sumisa, y enseguida se ha plegado a mis deseos y órdenes. No me hace falta ser dura con ella, solo un tanto autoritaria. Sabe cual es su sitio y lo acepta con mucho gusto y placer – me explicó.

―           ¿Y con Katrina? ¿Qué sientes?

―           No lo sé, solo lo estoy imaginando, porque no la conozco. Pero estoy muy excitada y deseosa. Pensar que tenemos una esclava que no conozco de nada, a la que no tengo que rendir cuentas alguna de amistad, de sentimientos… que está a nuestra disposición, desnuda y arrodillada… esperando una sola palabra nuestra, un solo deseo… ¡Joder! Mira como estoy…

Pam tomó mi mano y la llevó bajo su falda. Toqué sus braguitas y estaban muy mojadas. Me reí y ella mi imitó.

―           Ya llegamos, hermanita.

Ahora, sube las escaleras con prisas, deseosa de ver y de conocer a nuestra nueva perrita. Ha pasado una semana desde que la instalamos en casa. Ni siquiera abre con sus llaves, sino que llama con los nudillos. Elke abre inmediatamente, pues ha estado esperándola con impaciencia también. Las dos se fusionan en un emotivo abrazo en el mismo descansillo. Pam la besa, la muerde, sumerge las manos en su frondosa cabellera…

―           ¡Ya vale, coñonas! ¡Vamos a tener que sacar la cama al pasillo, como sigáis así! – bromea Maby, saltando sobre ellas.

Pam la abraza, manosea su culito, la besa y la comparte con Elke, todo en diez segundos. Como sigan así, no sé si me dejaran meterme en la cama. Puede que tenga que dormir en la azotea…

Finalmente, entran en el piso y me dejan espacio para meter las maletas. Pam se queda quieta, mirando a Katrina, la cual está arrodillada en medio del salón, las manos a la espalda, llevando tan solo unas braguitas de fina lencería casi transparente.

Mi hermana tiene la boca abierta, admirándola. Katrina, a pesar de sus maneras despóticas, de todo cuando me ha hecho, y de su crueldad innata, ha deslumbrado tanto a Maby como a Elke. Su belleza y su elegancia consiguen sobresalir, a pesar de ir casi desnuda y forzada a realizar los trabajos más pesados y humillantes, que tampoco es que sean muchos en un ático como el nuestro.

―           ¿A qué es bellísima? – le pregunta Maby.

―           Si que lo es – contesta Pam, avanzando hacia ella.

Katrina no tiene la mirada baja. Aún no hemos conseguido hacer que humille la mirada más que algunos segundos y según en que situación. No nos mira directamente, sus ojos están clavados más allá, como si no existiéramos. Aún muestra, en sus nalgas, las marcas de los últimos azotes que se ha ganado. Pamela se acuclilla ante ella y le levanta la barbilla con un dedo, mirándola a los ojos. Pupilas verdes contra celestes.

―           Hola, Katrina. Me llamo Pamela y soy hermana de Sergio.

―           Bienvenida, Pamela – musita Katrina.

―           Ese no es mi título.

―           Bienvenida, Ama Pamela – repite Katrina, con un leve fruncimiento de ceño.

―           Mejor así. ¿Cuántos años tienes, Katrina?

―           Dieciocho, Ama.

―           Eres muy bella.

―           Gracias, Señora, usted también…

―           Muy amable, zorrita – Pam se pone en pie y nos mira. -- ¿Decís que duerme a un lado de la cama?

―           Si, por si queremos llamarla durante la noche – responde Maby. – Le hemos apañado un colchón de catre y unas buenas mantas. Aún no es muy feliz con eso, pero ya se acostumbrará.

―           ¿Y tenemos permiso para adiestrarla?

―           Exactamente – me toca a mí responder. – Podemos entrenarla durante el tiempo que haga falta.

―           ¿De verdad has sido su esclavo, Sergi?

―           Ajá, y es un ama muy dura, te lo digo, aunque inexperta.

―           ¿Por qué te dejaste? – se cuelga de mi cuello, mordisqueándome el labio. – Tú eres un Amo…

―           Tenía que domar a Ras. Se estaba apoderando de mi alma. La utilicé para aprender a controlarme…

Mi hermana me mira intensamente, intentando buscar un atisbo del Monje en mis ojos.

―           ¿Y?

―           Estoy bien. Ras y yo hemos hecho un nuevo pacto.

―           Bueno, me tranquilizas.

―           Venga, cuéntanos todo lo que has hecho en esa gira – la toma Maby del brazo, llevándola al sofá.

Nos sentamos todos, ellas tres en el sofá más grande, yo en uno de los sillones individuales, que sitúo a su lado. Llamo a Katrina con un gesto. Se acerca gateando y se instala a mis pies, sobre el parqué. Mi mano acaricia su cabello dorado mientras que ella recuesta su cabeza sobre la cara interna de unos de mis muslos, escuchando lo que Pam nos cuenta. Es casi una escena idílica, pero falsa. Noto como el cuello y la espalda de Katrina se estremecen, y no precisamente de placer.

Así pasa la tarde, entre anécdotas de unos y otros. Por mi parte, debo contar todo el asunto de Konor y de Anenka, otra vez. Esta vez, Katrina gira la cabeza hacia mí, en un par de ocasiones. Ella no sabe toda la historia y empieza a comprender como se ha visto arrastrada por los planes de esos dos.

Sin embargo, las chicas están dispuestas a ir más allá. Pam, quien lleva abrazando a Elke todo el rato que lleva sentada, ya no resiste más las sutiles caricias que su novia está otorgándole desde hace casi una hora. Dejando a Maby con la palabra en la boca, se inclina sobre Elke y la morrea con pasión. Para excusarse con Maby, desliza una mano entre sus piernas casi desnudas, pues ésta viste un pantaloncito corto de pijama. Maby acepta la caricia con alegría. Yo sonrío. Ha pasado la hora de las palabras. Acaricio la mejilla de nuestra perrita, que se estremece levemente. No quita los ojos de mis chicas. Me inclino un poco sobre ella, lo justo para musitarle:

―           ¿A qué mis niñas son guapísimas?

No responde hasta que le presiono un hombro.

―           Si, son muy bellas, pero…

―           ¿Pero?

―           Pero dices que te pertenecen, pero no las tratas como esclavas – me dice muy bajito.

―           Porque su entrega es voluntaria. Se han ofrecido a mí, en cuerpo y alma. No necesito castigarlas, todo lo más, reprenderlas cuando se les olvida que me pertenecen. Tú castigabas por placer, perra…

―           Un esclavo debe saber, en todo momento, que pertenece a su amo – responde ella, casi con fiereza.

―           Así solo obedecerá por temor, pero ya te dije que no conseguirías lo más excelso de la sumisión, la total entrega.

Alza los hombros, como si eso no le importara, y sigue mirando a las chicas, que ya se muestran mucho más animadas entre ellas.

―           ¿Quieres unirte a ellas? – le pregunto.

No me contesta. Le tiro del pelo para que me mire.

―           Dime, ¿quieres estar con ellas?

Sus ojos me atraviesan como puñales.

―           Eres tú el que quiere que vaya con ellas – me dice, con orgullo.

―           No, estás equivocada. Solo tengo que ordenártelo, si lo deseara, para que fueras hasta ellas, arrastrándote. Te he preguntado si deseas saborearlas y que usen tu cuerpo en sus juegos. Tu voluntad ya no existe, eres mía…

Bajo mi mano hasta su braguita. Ella intenta cerrar las piernas para que no la toque, para que no descubra lo terriblemente mojada que está. Le pellizco dolorosamente un muslo y palpo su entrepierna a placer.

―           Joder, niña, podrías ir hasta ellas solo deslizándote sobre los fluidos que estás soltando – me río levemente. – Venga, acércate a Pam y prueba su coñito. Es de locura. Seguro que no has probado algo tan exquisito…

Le doy un empujoncito a la cabeza y ella se rinde con un suspiro. Avanza a cuatro patas y las chicas detienen sus juegos, contemplándola. Se detiene ante Pam, quien ya tiene la falda remangada. Lentamente, Katrina le baja la cremallera del costado y desliza la falda por sus piernas, hasta quitársela. Después, la descalza con suavidad para, finalmente, bajarle las braguitas. Pam abre sus piernas, indicándole, sin palabras, que lleve la lengua a su sexo. Katrina hunde su lengua en aquel palpitante coño que aún no conoce. Intuyo, sin ninguna base concreta, que la orgullosa Vantia lleva mojada desde que mi hermana entró por la puerta.

―           Ummmm… jodeeerr… ¡que lengua! – gime Pamela, pasando sus dedos por los suaves cabellos rubios.

―           Siiii – se ríe Maby. – Come el coño de puta madre, amiga mía.

Katrina, sin que nadie se lo indique, levanta sus manos, llevándolas a las entrepiernas de Maby y de Elke, uniéndolas así al placer. Contemplo un rato como se mueven, como Katrina se hace lentamente con el control. Es muy lista, tengo que reconocerlo. Me pongo en pie.

―           ¡Que no se corra hasta que las tres estéis satisfechas! – las advierto.

Ni me contestan, perdidas en los mundos de Yupi. Así que me pongo a hacer la cena. Esta noche, me tocará a mí. Tengo que darle la bienvenida como se merece a mi hermana, ¿no?

Llevo aplazando la doma de Katrina toda la semana, esperando el regreso de Pam. Estoy ansioso, pero hoy es sábado, al fin. Me levanto el primero, como siempre, o eso creo. Katrina me mira desde el suelo, ni siquiera finge dormir.

―           Buenos días, mi perrita rubia – la saludo con un susurro. – Hoy es el gran día. ¿Te sientes preparada?

No me contesta. Se gira sobre su delgado colchón y me da la espalda. Me río y salgo del dormitorio. Me voy un rato al gimnasio para liberar tensión. Ras no deja de susurrarme barbaridades. Creo que está aún más ansioso que yo. Mientras manejo máquina tras máquina, me sumerjo en cuanto le he impuesto a la hija de mi jefe, desde que la llevé a casa. Las chicas la han humillado, haciéndola fregar el suelo de rodilla. Ha realizado todas las tareas domésticas, aunque tuvieron que enseñarle a todo, antes: fregar platos, lavar ropa, tenderla, plancharla, hacer la cama… Katrina era absolutamente virgen en estos procesos. ¿Qué me esperaba?

Pero siempre hay que estar ordenándole que haga algo. Obedece por impulso, por temor a la caña de bambú que Maby trajo el segundo día de su esclavitud. Nada de fustas, ni cosas que dejan marcas. Un buen bejuco de bambú es ideal, flexible, liviano, barato, y no deja huellas permanentes. Realmente, Katrina teme esa caña. Sus ojos se agrandan cada vez que ve a Maby empuñarlo, y no es que mi morenita la azote todos los días, no, que va. Suele darle un par de cañazos en las nalgas o en los muslos, cuando su carácter se rebela; con eso es suficiente.

El truco que ha adoptado es comunicarle cada orden, sujetando la caña en la mano y tocándola con ella, en cualquier parte de su cuerpo. Katrina reacciona al instante, sin necesitar de dolor. Las veces que Maby no porta la caña, se ha rebelado contra la orden.

Elke, por su parte, no sirve para tomar la caña de bambú. Es incapaz de golpearla. Sin embargo, como ferviente servidora, es capaz de arrastrarla de los pelos por todo el piso, o bien negarle la comida, si no acata lo que yo disponga. Por si misma, no es una buena entrenadora. Pero, ahora, Pam ya ha regresado, y, en ella si confío.

Veréis, no es que mis chicas sean dominadoras, no. Ellas mismas son sumisas a mí, pero, precisamente por ello, son capaces de mostrarse duras y agresivas con Katrina. Les he dejado bien claro que la rubia pija no es ninguna sumisa, ningún otro miembro de nuestra pequeña comunidad. Katrina es mi perra, la puta que tiene que tragar con todo lo malo que se me ocurra, para purgar su culpa. Es una simple esclava, sin más derechos que el de seguir respirando para poder sufrir aún más. Y, al parecer, es un concepto que todas ellas han acogido con verdadero placer.

Incluso Patricia, cuando le conté algo de lo ocurrido, me ha pedido subir alguna tarde, para participar en la doma.

―           ¿Es que no tienes suficiente con tu madre? – me reí.

―           Una esclava nueva siempre es excitante, ¿no? – me respondió, muy seria.

Ha esclavizado tanto a su madre que apenas reconozco a Dena. La envía desnuda a la compra, con solo una gabardina y unas botas. En casa, la tiene vestida de chacha sexy todo el día, y su amiga Irene pasa, por lo menos, tres tardes a la semana con ellas. Patricia se ha revelado como una pequeña pervertida, en el momento en que ha comprendido la esencia del sexo. Que yo sepa, no deja de gozar doce o quince veces en el día, haciendo que su madre le lama el coñito en cualquier parte del piso, en cualquier momento, y por cualquier motivo.

Por otra parte, Irene bebe los vientos por ella, realmente excitada por su vena masoquista. Con esto, quiero decir que Patricia vive en un mundo que ha sabido edificar, sensual y seguro, y que ya no me necesita.

Eso si, sigue en pie la promesa de desflorarla en su cumpleaños. La verdad es que, a mí, me hace también ilusión…

Me ducho en el gimnasio y vuelvo a casa. Despierto a las chicas y hago el desayuno. Pam y Maby se meten en la ducha, mientras. Las dos llevan aún mi semen reseco en el pelo. Elke lleva a la perrita a hacer sus necesidades. Parecemos una familia feliz, ¿no?

Un poco más tarde, contemplo, mordisqueando una tortita, como Katrina lame las últimas gotas de su café con leche, en el bol de plástico que tiene bajo la mesa. Lo hace cada vez mejor, con las manos a la espalda, inclinando la cabeza y usando solo que su lengua. Elke corta pedacitos de tortita, que le ofrece en la punta de sus dedos. Katrina los toma con delicadeza y los engulle, relamiéndose. Está hambrienta. Ayer no comió en todo el día.

―           ¿Para qué debo estar preparada hoy? – pregunta de repente, mirándome.

Maby alza la mano, pero la detengo.

―           Hoy… tu culito va a ser mío, Katrina – le digo, con una sonrisa.

Su rostro se demuda, quedando blanco.

―           No… no puedes… -- balbucea.

―           Si puedo.

―           No podré… soportarlo… Sergio… por favor, te lo suplico – solloza, tirándose a mis pies, bajo la mesa.

―           No te preocupes, te ensalivaremos bien – le dice Maby, dándole unas palmaditas en la cabeza y guiñándome un ojo.

―           ¿No ha intentando escaparse? – pregunta Pam, cambiando de tema.

―           No tiene donde ir. No puede volver a casa, sin ropa, ni dinero, ni tarjetas… Nadie le ha contestado desde su casa cuando ha llamado, no puede confiar en nadie. Está sola. Solo nos tiene a nosotros y sabe que tiene que pagar – le contesto.

Pam asiente, comprendiendo lo atrapada que está. Una chica acostumbrada a vivir al estilo de Katrina, y dejada sin recursos, es poco más que una impedida en la calle.

―           Sergio, necesito bajar al centro. ¿Me llevas? – me pregunta Maby.

―           Por supuesto. Yo también tengo que hacer unos recados.

Una vez vestidos y en el interior del Toyota, Maby me confiesa:

―           Anoche, cuando estábamos todos en la cama…

―           ¿Si?

―           Ya sabes, Pam se estaba dando una alegría, cabalgándote, y Elke la ayudaba…

―           Si – digo, sonriendo al recordar.

―           Bueno, pues yo estaba al otro lado de la cama, sola. Me estaba tocando y saqué los dedos de la otra mano fuera de la cama, buscando a Katrina. La escuchaba respirar fuerte a mi lado, en el suelo. No sé, fue como un impulso. Le metí los dedos en la boca, jugando, y ella me los chupó con ganas.

―           ¡Vaya! – exclamo, mirándola.

―           Sergio… ¡Se estaba masturbando, escuchándonos!

―           No me extraña, Maby – le comento, deteniéndome en un semáforo. – Katrina es muy sensual, una calentorra acostumbrada a tener desahogo constante. Lleva una semana sometida a nosotros, observando como nos amamos, como gozamos… La puteamos y la esclavizamos constantemente. Sus emociones y sus sensaciones están a flor de piel. En el momento en que está fuera de nuestra vista, debe contentarse. Es lo que creo.

―           Si, parece lógico, pero… ¿Y si disfruta con lo que le hacemos? ¿No le has prohibido gozar?

La dominación y la sumisión se compenetran mucho más de lo que creemos posible. Algunas veces, no puedes distinguir de donde empieza una y acaba la otra. Se dice que no existe amo, sino que es una simple extensión de la voluntad del sumiso. Todo está dentro de los mismos límites… ofrecer, tomar… ordenar, contentar… -- repito la puntilla de Ras.

―           Entonces, ¿crees que cederá a nuestros deseos?

―           Katrina acabará entregándose a nuestra voluntad, de una forma o de otra, no lo dudes – afirmo, reemprendiendo la marcha.

Mis chicas se lo toman como si estuvieran participando en el ritual de una misa negra. Según ellas, sienten tanto morbo por lo que tienen que hacer, que dejan caer gotas de lefa en el parqué, sin ni siquiera tocarse. Empiezan a organizarlo todo sobre las seis de la tarde. Visten unos largos camisones, muy livianos y transparentes, que han comprado para la ocasión. Tras ponerle un buen enema – y evacuarlo –, suben a Katrina, de bruces, sobre la gran mesa del comedor. Le atan los tobillos a las macizas patas torneadas, y las rodillas a las otras patas delanteras, con lo cual, Katrina queda abierta, con las piernas flexionadas, pero con los brazos libres, apoyados sobre la madera. Tanto su ano como su vagina están expuestos, muy cerca del borde de la mesa. Un trabajo de primera.

Sentado en uno de los sillones, lo contemplo todo, con ojos ávidos.

Parece que se va a realizar un sacrificio.

―           Si. En cierta manera, va a serlo. Vamos a sacrificar su orgullo…

Sin hacer caso de las protestas de Katrina, que las maldice en, al menos, cuatro idiomas, las chicas repasan el vello de Katrina con una cuchilla, dejándola lisa y suave. Después, untan toda su espalda, nalgas y piernas en aromático aceite. Suavizan su piel, friccionan su carne, la pellizcan y amasan lentamente.

Maby es la primera en coger la caña de bambú. Katrina, mirándola de reojo, se calla y estremece. Teme demasiado la caña.

―           Cuenta y no te equivoques, Katrina – le dice.

El primer golpe, con una fuerza controlada, cae sobre su espalda.

―           Uno – cuenta Katrina, tras un pequeño quejido.

El siguiente cañazo cae sobre sus riñones.

―           Dos.

Nadie le pide que pronuncie una fórmula de respeto, ni que agradezca los golpes. No buscamos eso, solo queremos hacer desaparecer ese orgullo que parece que mamó con la leche materna, que empapa todos sus poros, que respira en su aliento. ¡Hay que domarla!

Maby se ocupa de toda la espalda, desde los omoplatos hasta los riñones, una docena de golpes, medidos y precisos. Mientras, Pam ha colocado sus ojos en la línea de visión de Katrina, arrodillada ante su rostro. Con una mano aferrándole el pelo, consigue que Katrina no aparte sus ojos de ella. Cuando cierra los ojos con cada golpe, Pam la obliga a abrirlos y mirarla. Pam tiene mucho cuidado de no sonreír, ni de gesticular. Solo la mira, de forma serena y plácida.

Al acabar, Maby le pasa la caña a Elke, la cual, tras darle unos minutos de descanso a Katrina, se ocupa de sus nalgas temblorosas. Maby se sitúa al lado de Pam, en la misma posición. La búlgara ya está llorando, pero las contempla, a las dos, a través de sus lágrimas.

―           Cuatro – Elke no golpea con fuerza, no es su naturaleza, pero, aún así, los glúteos van enrojeciendo.

Soy el único que puede ver como la mano de Maby se ocupa de la entrepierna de mi hermana, que se abre mansamente ante la caricia.

―           Diez…

Ahora, Pam imita a su compañera, devolviendo la caricia, pero ambas intentan no mostrar su placer a Katrina.

―           Dieciocho – las nalgas están cárdenas, y Katrina ya no gime, sino que chilla.

Al llegar a veinte, Elke se detiene y camina hasta su novia. Le entrega la caña y ocupa su lugar, al lado de Maby. Automáticamente, la mano de la morena busca su coñito. Pam se ocupa de golpear las piernas de la rubia pija, que se lleva otros doce azotes severos, que la acaban ya de retorcer. Al mismo tiempo que cuenta los golpes, suplica e implora para detenerlos.

―           ¡Aaaay! Nueve… por favor… ya basta… ¡Iaaah! Diez… Sergiooo… dile que pareeeen… ¡Aaaaaaah! Once… ¡Haré lo que queráis…! piedad… Pamelaaaa… ¡Aaaaaaaah!

Una vez terminados los azotes, mis chicas rodean a Katrina, que solloza ya sin fuerzas. Acarician sus nalgas heridas y enrojecidas. Elke las abre con sus dedos. Maby y Pam llevan sus dedos a sus propios coños, mojándolos con sus efluvios para juguetear con el esfínter de Katrina. Me río. Las muy cabronas piensan en dilatarla usando la humedad de sus vaginas.

No tienen prisa. Incluso Pam mete sus dedos en la vagina de Elke para utilizar su lefa. Maby añade, de vez en cuando, un hilo de saliva. Katrina ya no se queja. Tiene los ojos cerrados y mueve las caderas lo poco que le dejan las ligaduras. Pero se la escucha gemir por lo bajo, un gemido constante y sensual, que hace vibrar mi pene.

¡Le voy a partir ese maravilloso culo!

Maby me mira y sonríe, indicándome que ya está preparada. Ya no dilatará más, simplemente con los dedos. Es hora de meterle rabo a presión. Me levanto del sillón y rodeó la mesa. Me bajo el boxer delante de sus narices. Me mira de reojo. Le acerco el dedo índice a la boca, el cual se traga sin mediar protesta, ensalivándolo a conciencia.

―           Escúchame bien, perrita. Voy a respetar tu virgo – leo la pregunta en sus ojos. – Respeto tu criterio. Dices que lo reservas para alguien que disponga del poder y ambición que deseas. Bien, te dejaré que lo reserves.

―           Gra…cias…

―           Pero te voy a desfondar ese culito, a cambio, ¿lo comprendes?

―           Si… pero me rasgaras entera… eso es demasiado… grande… -- musita, mirándome la polla.

―           Ya lo veremos. Puede que te guste tanto que me pidas que sea yo quien te desflore – me río.

―           ¡Eso… nunca! ¡No te daré jamás mi virginidad! – me grita.

Elke me ha traído el taburete del cuarto de baño y me subo a él para disponer de la altura necesaria. De esta forma, el culito de Katrina queda perfectamente a mi alcance. Las chicas se reparten para ayudarme en la tarea. Elke se queda abriendo las nalgas de Katrina, Pam se está ocupando de su clítoris, y Maby de añadir saliva, si hiciera falta.

Puedo escuchar el jadeo de la respiración de Katrina, asustada. Maby me lubrica el glande con su boquita.

Déjate de tantas tonterías. ¡Vamos a clavársela ya! – Ras se impacienta.

Debo sujetarlo. Por mucho que la odiemos, no puedo dejarme llevar y destrozarla. Pero una cosa es decirlo y otra hacerlo. ¡Que estrecha es, la muy puta! Entre quejidos, consigo meterle el glande. Pam ha tenido que pellizcarle el clítoris unas cuantas veces para que relajara el esfínter. ¡No me dejaba entrar! Eso no es un culo virgen, es el maldito polvorín de Cerro Muriano, ¡coño!

Los gritos comienzan en cuanto empiezo a empujar, aún suave. Maby escupe en el ano, hasta llenarme la polla de saliva, pero, aún así, Katrina aúlla, dolorida. Miro a Pam. Ella encoge un hombro. Está machacándole el clítoris. ¡Es demasiado estrecha!

¡No te eches atrás! ¡Atraviésala de una vez!

“¡La reventaré!”

¡ES IGUAL! ¡QUIERO JODEEERLAAAA!

No puedo ceder a lo que quiere Ras. Katrina debe seguir viva. Respeto mucho a Víctor. A ver si…

―           No tenemos ninguna prisa, niñas, tenemos toda la tarde y toda la noche para hartarnos de esta perra, ¿verdad, Katrina? – le digo, contemplando su rostro sudoroso.

―           ¡Me dueleeee, hijo de puta! – exclama, apretando los dientes. -- ¡Sácala ya!

―           ¿Quieres que acabe?

―           Siiiii…

―           Entonces relaja el culito todo lo que puedas, para que entre… Por ser la primera vez, solo meteré la mitad de mi polla… vamos, sé valiente… solo la mitad…

Trata de respirar más calmadamente. Noto que intenta relajar sus músculos, su recto. Lo intento muy despacio. Algunos centímetros cuelan, sin dejar de escuchar como se queja. Creo que haría enrojecer un camionero ucraniano.

―           ¿Ves? Casi estamos, putita… ahora, te dejaré que te acostumbres a tenerla dentro – le digo.

―           Sergei… por favor… es como un parto…

―           No te preocupes, es solo por ser la primera vez… después sigue doliendo, pero algo menos… pero cuando te la meta cinco o seis veces al día, te acostumbrarás… te enloquecerá… ya lo verás – le digo con sarcasmo.

¡No seas tan blando! ¡Fóllala! Dale duro… vamos… ¡FOLLATELAAAA!

“Un minuto más, espera. ¿Qué prisa hay?”. Me río con el bufido mental que me suelta. Las chicas me miran, esperando a que me mueva. Maby se ha colocado delante del rostro de Katrina, acariciándole la mejilla.

Vamos al asunto. Me muevo despacio, retrayéndome. Katrina gruñe como una bestia. Elke sujeta las nalgas, bien abiertas. “Así, que no haya fricción”. Empujo para meter cuanto he sacado. Pam titila sobre el clítoris con dos dedos. Repito el movimiento. Un nuevo quejido. Maby le acaricia el pelo, tranquilizándola.

Así, así… dale a esa puta… más fuerte…

“¿Qué haces animándome? ¿No quieres sentir como la traspaso?”

¡Por los cojones de Stalin! ¡Claro que quiero!

“Pues únete a mí, monje tonto”, me río, consiguiendo que las chicas me miren, extrañadas.

Me muevo más rápido, profundizando tanto como me deja el recto de Katrina. Sigue quejándose, pero ahora son sonidos más largos, casi suspiros.

―           ¿Estás mejor, perrita?

―           No… maldito…

―           Yo diría que si – sonríe Maby, metiéndole un dedo en la boca, que Katrina lame enseguida.

―           Eso pensaba – incremento un poco más el ritmo. Podría estar follándome ese culito un día sin parar.

Pienso que, en cuando lo use a diario, me dará un endemoniado placer. ¡Es mío! ¡Dios, si! ¡Encularla y ver su rostro contraerse a cada embiste! ¡Divino! Aún no sé como he resistido tantas semanas bajo su yugo…

Al pensar en ello, he empujado más fuerte. Katrina grita. Me obligó a concentrarme en la tarea. Con lentitud y buen tino. Así. Katrina se recupera en un par de minutos.

Ya no hay más gritos, solo gemidos, pues sigue chupándole los dedos a Maby. Le soplo a Pam que reduzca sus caricias al clítoris. Quiero que Katrina me sienta plenamente. La búlgara alza sus caderas, casi de forma imperceptible, cada vez que desciendo en ella. Le está gustando a la guarra; tantas protestas y mira tú…

Contemplo a mis chicas. Pam, que ha dejado de acariciar íntimamente a la rubia pija, se acerca a la otra rubia, su novia, para acariciarle las caderas, remangándole el liviano camisón. Elke jadea, tan caliente como un radiador de coche en verano. Casi le muerde la lengua a mi hermana cuando se la ofrece. Maby desliza sus caderas por el borde de la mesa, sin sacar sus dedos de la boca de Katrina, y me ofrece la suya, la cual perforo con mi lengua, solo inclinándome un poco.

El contoneo de caderas de Katrina es ahora más pronunciado. Le están entrando, holgadamente, unos buenos dieciocho centímetros. Le digo a Maby que la vuelva a acariciar, y ésta le saca los dedos de la boca y los lleva a su temblorosa vagina. Sentir de nuevo que le acarician el clítoris, la hace jadear, manchando la madera de babas. Ella misma lleva sus manos a las nalgas, abriéndolas.

―           Ahora si te gusta, ¿eh, perrita? – le dice Maby, con toda ironía.

No contesta, pero niega con la cabeza, demasiado orgullosa para confesarlo. Sigue con los ojos cerrados y la boca abierta, jadeando como una asmática. Por su parte, Elke se ha hincado de rodillas y le ha abierto las piernas a mi hermana, que apoya sus firmes nalgas contra el borde de la mesa. Sujeta su camisón enrollado sobre su vientre y le susurra bajito, a su amorcito, toda clase de guarradas. Me entra la risa y sacó mi pene de su estuche de carne. Katrina gruñe, no sé si es por la fricción o por que le he quitado el juguete. Observo su dilatado ano, que boquea y se estremece, enrojecido. Tengo sangre en el pene, pero no demasiada. No parece que le haya hecho demasiado daño.

―           ¿Ya? – pregunta bajito, levantando la cabeza y mirando por encima de su hombro.

―           No, perrita… solo es un pequeño descanso – le digo, rodeando la mesa hasta colocar mi erguido miembro ante sus ojos. – Límpiamelo bien, putita.

Observo como recompone su rostro en una muestra de asco. No huele precisamente a rosas, pero tampoco es para tanto. Las niñas le pusieron un enema perfumado, ¿no? Froto mi rabo por su rostro, unas cuantas de veces, hasta que abre la boca y saca la lengua. Al poco, se entrega a lamer y chupar cuanta carne puede. Sin duda, su saliva se ha llevado tanto el mal sabor como el olor.

No puede remediarlo. Sé que está colgada de mi pene, me lo ha demostrado antes. Succiona como si fuera la última vez que lo fuera a hacer, con ansias.

―           Ahora – le digo muy suave mientras le acaricio sus cabellos. Ella sigue manteniendo mi glande en su boca. – me lo tienes que pedir… pídemelo…

Alza sus ojos y me mira. Casi consigo ver la lucha interna que libra. Le quito la polla de la boca y aparto el pelo que le cae sobre los ojos.

―           Pídemelo, Katrina… pídeme lo que deseas en este momento…

―           Métemela… en el culo… por favor… -- jadea, los ojos encendidos por el deseo.

Esta vez, apoyo mi pecho sobre su espalda, cubriéndola como una manta. Mi miembro entra suavemente, como si lo estuviera esperando, hasta la mitad de su envergadura. Ella gime largamente, en una total aceptación. Se estremece y sigue agitándose, encontrando su propio ritmo.

Siento las manos de Maby acariciándonos desde atrás. Soba mis nalgas y las de Katrina, se entretiene sobre mis testículos y en su vagina, con unos movimientos muy sensuales, muy lentos. Tras unos instantes, cambia sus dedos por su lengua, haciéndome empujar más profundo.

―           ¡Me paaaarteeees! – ulula Katrina, abandonándose a un orgasmo jamás conocido.

Sus caderas se descontrolan, agitándose desenfrenadas. Su vientre ondula sobre la madera de la mesa, dejando marcas de sudor. Estira sus manos hasta aferrarse al borde de la mesa y, finalmente, con el último estertor placentero, lame la bruñida caoba.

―           Ooooh… que pedazo de putaaaa – no puedo evitar gemir al ver tal escena, corriéndome a mi vez en su interior.

Maby está esperando a que la saque para tener el placer de limpiarla con su lengua. No hay que defraudar nunca a una mujer…

Desnudo, me acerco al frigorífico y bebo de un cartón de zumo de naranja, a morro. Las chicas desatan a Katrina y se la llevan al baño, para asearla y cuidarle los azotes.

Me siento en el sofá, rascándome el lampiño pecho. “¿Qué tal, viejo?”

¡Que gozada! ¡Está taaan tierna!

Me tengo que reír a la fuerza. “¿Dispuesto a seguir, Ras?”

Por supuesto. Ya sabes que esa resistencia tuya procede de mí.

―           ¡Santa Rita, Rita, lo que se da, no se quita!

Un quejido llega hasta mí, desde el baño. Los azotes escuecen.

―           ¿Qué piensas de ella? ¿Crees que cederá?

Cederá. No está acostumbrada ni al dolor, ni a la presión. Además, tú mismo la has visto entregarse al placer. Es una hembra y, como tal, no tiene defensa ante nosotros.

―           ¿Y sobre su virginidad?

Bueno, ahí no estoy tan seguro. Depende más de ti que de mí. Es una fuerte convicción que mantiene desde muy pequeña. Creo que es algo que afecta más a los sentimientos que a la lujuria.

―           ¿Te refieres a amor?

Es mi opinión. Habla sobre un hombre que contenga todos los valores que ella considera sagrados, un príncipe azul, en suma. Creo que deberá enamorarse antes de entregarse. Quizás tuviste una de mis premoniciones cuando le dijiste a Katrina que ella podría pedirte que la desfloraras…

―           ¿Tú crees?

¿Quién sabe? Katrina siempre ha estado muy impresionada contigo. De eso al amor, hay solo un paso.

Ras me deja pensativo. Tanto odiamos a Katrina que no he analizado aún mis propios sentimientos y, en ese mismo instante, descubro que yo estoy tan impresionada con Katrina como ella conmigo. Si, ya sé que es una engreída, una pija vanidosa, de gustos crueles, pero, al mismo tiempo, es la criatura más sublime que he conocido jamás. Ese fue uno de los motivos para entregarme a ella… ¿para qué negarlo?

Maby es la primera en aparecer, totalmente desnuda. Avanza hacia mí con una sonrisa picarona. Se sienta en el mullido brazo del sofá, a mi lado, y me acaricia una mejilla con los dedos.

―           ¿Has disfrutado de ella? – me pregunta.

―           Si. Eso mismo estaba comentando con Ras.

Me mira fijamente, repasando mi rostro.

―           ¿Qué? – le pregunto. Sé que algo tiene en la cabecita.

―           No me has hablado apenas de Rasputín. Solo que está en tu interior e intentó controlarte. ¿Hablas con él, tal y como lo haces conmigo?

―           Algo así. Pero no tengo que hacerlo en voz alta. Pero si tengo que formar las frases mentalmente, como si hablara en voz alta, para que pueda entenderme.

―           Bueno, al menos no parecerás un loco que habla solo.

―           Claro – me río.

―           Pero… ¿Qué te dice? ¿Te propone guarradas de las que él hacía o qué? – me pregunta, pasando ahora sus dedos por mi pecho, jugando con mis pezones.

―           Algo así. Es un ser muy morboso, siempre hambriento de sensaciones que experimenta a través de mi cuerpo. Quiere sentir todo cuanto ve, no solamente mujeres, sino experiencias nuevas. Conducir un coche, subir en un ascensor, saborear un helado, ver una película…

Maby asiente y acerca su boca a mi oreja.

―           ¿Está siempre despierto? ¿Ahora mismo? – me pregunta en un susurro, mordisqueándome el pabellón.

―           Si.

―           ¿Qué te dice? – su lengua repasa mi mejilla.

―           Que te meta un dedo en el coñito para ver como estás de mojada.

―           Déjale que pruebe, no seas malo… -- hace uno de sus pucheritos.

Pasó mi dedo corazón por su rajita, recogiendo su humedad y estimulando su clítoris.

―           ¿Ves lo mojada que ya estoy, Ras? Soy una perra total…

―           Quiere que te la meta ya… ven pequeña, siéntate en mi regazo, mirándome – le susurro.

―           No la tienes dura aún – responde ella al levantar el culo del brazo del sofá.

―           No importa. Crecerá al meterla – le respondo con una sonrisa.

La verdad es que está bien morcillota, por lo que la puedo empujar bien, deslizándola entre las húmedas paredes vaginales, haciendo que Maby se muerda los labios y mueva las aletas de su naricita.

―           Me pasaría horas empalada así – me susurra ella, antes de atrapar mis labios con los suyos.

No contesto porque, en ese momento, llega Katrina, escoltada por Pamela y Elke; las tres tan desnudas como sílfides. Está seria y enrojecida. ¿Vergüenza al mirarme, por haberse corrido de esa manera? Le pido que se gire para ver las señales de la espalda y los muslos. Ningún azote ha roto la piel, solo tiene verdugones que la pomada ya está curando. Las nalgas y los muslos son los sitios más encendidos de su cuerpo.

―           No te quedarán marcas – le digo, mientras Maby empieza a cabalgarme lentamente.

Katrina no contesta, solo mira como las nalgas de mi morenita se alzan, tragando mi pene.

―           Pam, cariño, – llamo la atención de mi hermana – siéntate en el filo del sofá, entre mis piernas. Apoya la espalda contra la de Maby… así, muy bien. Ahora, abre las piernas para que Katrina te coma bien ese coñito.

Elke empuja a Katrina de los hombros, para que se arrodille. Cae a cuatro patas por su propia inercia y mete la cabeza entre las piernas de Pam. Maby cierra los ojos y se recuesta sobre la espalda de mi hermana, como si frotarse contra ella fuera el mayor placer del mundo.

¡Que bien se entienden!

Pam aferra, con una mano, el liso cabello de la búlgara, apretando su boca contra su sexo. Elke queda en pie, mirando como el rostro de su novia empieza a expresar el placer que siente. Me mira a mí, con un pequeño mohín.

―           Súbete a horcajadas sobre el culito de la perrita, Elke – le digo. – No habrás probado nunca un culito tan apretado… frótate bien contra él…

Lo hace y lo disfruta. Me sonríe. Desliza sus dedos por la recta espalda de Katrina. Estamos todos conectados de alguna forma, piel contra piel. Disfruto contemplándolas a todas, escuchando sus gemidos, detectando sus ardientes miradas. El húmedo sonido de sus salivas, de sus fluidos derramándose, el mismo olor a sexo que embarga el salón, el aumento de la temperatura… todo incrementa mis sensaciones, las de todos, haciendo que me entregue cada vez más a este delirante mundo de sentidos. Dentro de mi cabeza resuenan suaves palabras que me animan, que me llenan de gozo, enunciándome, una a una, todo lo que puedo hacer con toda aquella carne tierna y supurante.

Pam se corre mansamente en la boca de Katrina. Sus estremecimientos activan el goce de Maby, que deja de saltar sobre mi pene, para apretarse contra mi pecho, y morderme el cuello. Elke está como loca, derramando lefa sobre las nalgas de Katrina con una prodigalidad increíble, pero no se ha corrido aún.

―           Pam, Maby, ocuparos de Elke… está enloquecida – susurro. – Perrita mía…

Katrina levanta los ojos, mirándome, aún a cuatro patas.

―           Ven… ocupa el sitio de Maby…

Se pone en pie y me cabalga, sin dejar de mirarme. Abarco su cintura. Mi pene, bien erguido ya, se roza contra su vientre, ansioso. Elke gime fuertemente, tumbada en el otro sofá, el biplaza. Pam está arrodillada a su lado, con la cabeza metida entre las piernas de su novia, lamiendo con ansias. Maby, arrodillada en el suelo, se ocupa del culito de su compañera, realizando así un sándwich oral de primera.

―           Voy a follarte ese culito otra vez, princesa – le digo a Katrina, que aparta la mirada por primera vez.

―           ¿Otra vez? – se sorprende.

―           Oh, no te preocupes. Pienso encularte unas pocas de veces más hoy, las suficientes para que entre toda mi polla, finalmente.

―           No… no cabe, Sergei – musita, casi implorando.

―           Si cabe, solo hay que estirar y estirar… ahora, ocúpate tú de introducir mi polla.

Comprende que es todo un detalle por mi parte, dejar que se empale ella misma. De esa forma, puede controlar profundidad, velocidad, y fuerza, verdaderos principios físicos del mecanismo sexual. Lleva una de sus manos, la derecha, a su espalda, mientras se levanta sobre sus rodillas. Mi miembro pasa por su entrepierna, rozando su vagina, notando su humedad, y queda apoyado sobre sus riñones. Su mano lo empuña con firmeza y conduce el glande hasta apoyarlo sobre el esfínter.

Cuando se deja caer son algo de fuerza sobre el glande, su músculo anal se abre, relajado y dilatado por el acto anterior. Observó cada mueca en su perfecto rostro, cada pulsación de dolor que recorre su expresión, cada pequeño espasmo delator de su sufrimiento, pero sigue introduciendo rabo, centímetro a centímetro, sin detenerse.

Finalmente, su boca se entreabre, dejando en paz su pobre labio inferior, cuando ya no puede más. Creo que, en esta ocasión, se ha metido tres cuartas partes de mi aparato. Y, cuando se lo digo, una pequeña expresión de orgullo asoma, apenas durante un segundo, a su cara.

Los chillidos de Elke desvían mi atención. Se está corriendo gloriosamente, mojando groseramente las bocas de sus compañeras. Se agita tanto sobre el sofá, que parece que le están aplicando descargas eléctricas en la planta de los pies. ¡Dios, que manera de correrse!

Katrina también la observa, quizás con algo de envidia.

―           Pronto también tú te correrás así – le susurro, pellizcándole un pezón.

―           Yo… nunca he sentido algo parecido – contesta, sin apartar sus ojos de Elke, la cual se derrumba del sofá al suelo, la conciencia perdida por el placer.

―           Porque nunca te has entregado al placer, perrita. Gozas de tus esclavos, pero no abandonas tu pose de princesa. Edificas barreras y límites, sin ser conciente de ello.

―           No.

―           Si. Ahora solo eres una esclava – la obligo a moverse. – Una perra que solo sirve para el placer… para mi placer. Si yo gozo, tú también lo harás… es así.

―           No – repitió, esta vez con los ojos cerrados, con la espalda muy recta.

Una fuerte palmada en una de sus nalgas, la hace respingar. Me mira, desconcertada.

―           ¡La palabra “NO” no existe para ti, puta! ¡No te has ganado aún el derecho a pronunciarla! – exclamo, pegando mi nariz a la suya. Mi saliva le salpica la cara.

Katrina gira la cara y escucha las risitas de Maby y de Pam, que han unido sus coñitos sobre el sofá, dejando a Elke dormida en el suelo.

―           ¡Muévete! Quiero que seas tú la que haga correrme. Te tendrás que mover, saltar y brincar sobre mi polla para conseguirlo, y, si no lo consigues, seguirás empalada sobre ella, el tiempo que necesites. Las chicas se ocuparán de darme de comer y de beber, como un puto patricio romano, ¿te enteras? Si tengo que orinar, lo haré en el interior de tus tripas, para que resbale hasta fuera… y piensa en cómo te sentirás ya mismo, con ese gran supositorio metido en tu recto. Ya sabes las ganas de defecar que eso da, ¿verdad? Mejor será que hayas acabado para entonces, perra.

El rostro de Katrina se queda sin color. Creo que nada de todo eso, se la ha pasado antes por la cabeza. Sabe que lo haré, y también sabe que es algo que no podrá soportar, así que se deja de mojigaterías y pone toda su alma en el asunto. La verdad es que cabalga muy bien, la zorra. Tiene años de equitación encima, pero no tiene espuelas, así que no puede arrearme como quisiera.

Le atormentó los pezones y ella se muerde los labios para no gemir, para no darme el placer de escucharla. Tiene los senos tan sensibles que solo con darles suaves toquecitos, estremecen todo su cuerpo.

No puede aguantar más, sin exteriorizar su placer, así que cuando le tiro del pelo, echando su cabecita atrás, mostrando su sinuoso cuello, dejar escapar la madre de todos los gemidos. Me pone los pelos de punta, joder…

Retira una de sus manos, apoyadas en mis rodillas, para deslizarla hasta su sexo, deseosa de acariciarse. Se la quito de un tortazo. Me mira, ceñuda.

―           Nada de acariciarte. Tienes que pedirme permiso para correrte.

―           ¿Por qué? – jadea.

―           Porque le digo yo… recuérdalo… si te corres sin mi consentimiento, haré que te arrepientas.

No me contesta y sigue botando, ensartada en mi miembro. Parece que su culito está aceptando muy bien mis dimensiones, porque, esta vez, no se ha quejado lo más mínimo. No deja de mirarme, desafiante y gozosa, al mismo tiempo. La posición de su cuerpo, algo retrepado hacia atrás, hace saltar sus pechitos con cada embestida. Entonces, de improviso, Katrina gira los ojos, mostrando sus blancos globos y su esfínter se contrae fuertemente.

―           ¡Maldita puta! – exclamo y, al mismo tiempo, la alzo a pulso y la tiro al suelo.

Katrina sonríe, tirada en el suelo. Se lleva una mano a la vagina, manoseando su clítoris para aumentar el placer que está sintiendo. Se está corriendo sin avisarme. ¡Me ha desobedecido!

Me levanto del sofá, empalmado y cabreado. Contemplo como Katrina se abandona a los últimos espasmos de su orgasmo, contenta por haberme desafiado. Esa puta no lo ha pensado bien. Ras no deja de susurrarme nuevos suplicios, cada uno de ellos peor que el anterior. Recojo las cuerdas con las que atamos a Katrina a la mesa, y que aún están tiradas en el suelo. Aferro una de las sillas por el respaldar y la arrastro hasta donde se encuentra la perra, la cual parece estar contemplándome con interés y curiosidad.

No es conciente del daño que puede llegar a sentir. Lleva toda la vida cubierta por el poder y aura de su padre, que se cree invulnerable. Incluso, tras pasar una semana de privaciones entre nosotros, su desmedido orgullo la vuelve a convertir en una chica desdeñosa e incapaz de aprender.

Coloco el respaldar de la silla en el suelo, sus dos patas delanteras quedan levantadas. Atrapo a Katrina del pelo, obligándola a tumbarse, boca abajo sobre la silla. Chilla y patalea pero mis manos son cepos de acero que la doblegan fácilmente. Ato sus brazos a las alzadas patas de la silla y sus rodillas y tobillos al respaldar, consiguiendo que el desnudo cuerpo quede en una bella pose, de la que no puede escapar.

―           Así estás perfecta, puta – le digo.

Es casi una postura de perrita, solo que sus manos no llegan al suelo, pero su cuerpo queda en cuatro, con una altura perfecta para sodomizarla, tanto de rodillas, detrás de ella, como acuclillado sobre su trasero.

Elke ha despertado y contempla lo que hago. Cuchichea con sus compañeras, que han dejado de amarse, para atender lo que está pasando.

―           Encended unas velas – les digo y se levantan, raudas y obedientes.

―           ¿Me vas a azotar otra vez? – me pregunta Katrina, con una media sonrisa en sus labios.

―           Katrina, hasta el momento, he sido un amo complaciente y poco cruel, por respeto a tu padre sobre todo, pero… has colmado mi paciencia.

―           ¡No puedes hacerme nada! ¡Mi padre te arrancará la cabeza en el momento en el que sepa todo lo que me estás haciendo!

―           ¿Ah, si?

Las chicas han dispuesto una serie de velas sobre la mesa del comedor. Algunos cabos pequeños y gruesos, que usamos cuando hay apagones, una vela aromática, y dos largos cirios que trajo Pam de Sevilla.

―           En cuanto esos cabos goteen, colocádselos a esa perra sorbe la espalda – les digo al pasar, moviéndome hacia el dormitorio, donde se encuentra mi ropa.

Tomo mi móvil y regreso ante Katrina. Busco un archivo y lo pulso. Le colocó el móvil ante sus ojos. El rostro de Víctor Vantia aparece, hablando a la cámara.

―           Sergio me ha pedido que grabe esto para ti, hija mía. Esta vez, no pienso pagar por tus caprichos insensatos. Debes aprender que, en esta vida, las consecuencias acaban pagándose. No puedo consentir que te cebes en unas chicas inocentes por unos celos perversos. Maby es amiga mía y no pienso consentirlo. Le he dado a Sergio toda la libertad que necesite para enseñarte modales. Desde hoy, vivirás con él, estarás a su cargo todo el tiempo que estime necesario, hasta que aprendas a comportarte. Lo siento, Katrina, tú te lo has buscado – acabó la filmación.

―           No… no puede ser… mi padre no… -- balbucea ella, rotas sus esperanzas. No le había mostrado esas palabras de su padre antes, y ella no acababa de creerme nunca. Se acabaron las dudas.

―           No te lo había enseñado antes, pues no creí que fuera necesario. Hay que ser una criatura realmente obtusa cuando, después de una semana en la que has llamado más de veinte veces a la mansión y no te han respondido, aún crees que te están echando en falta – ironizo.

Maby se acerca con uno de los cabos. Vierte un poco de cera caliente sobre la espalda de Katrina, que grita y se retuerce. Maby, con pericia, coloca la corta y ancha vela sobre la cera vertida, dejándola pegada. Pam se acerca con otro cabo, y vierten más cera sobre el primero, para asegurarlo. Los gritos de Katrina se elevan. Tiene una piel delicada al calor y aún bastante sensible por los cañazos que antes de ha llevado.

―           Le dije a tu padre que quería convertirte en mi esclava, en mi perra, mostrarte todas las penurias que puedes vivir como mi puta… y tu padre aceptó, harto de tus infantiles caprichos, de tu orgullo desmedido, de la fatua altivez que arrastras, como si fuera la cola de un vestido. ¿No lo entiendes? Tu padre está harto de resolver y de ocultar tus excesos.

Katrina estalla en lágrimas. Lleva tiempo conteniéndolas y, ahora, el dique finalmente revienta. Es una riada tremenda, que lo arrasa todo, desde el dolor hasta las emociones. Llora e hipa, desmoralizada, dolida, y asustada, realmente asustada, esta vez.

He roto su esperanza, a lo único que se aferraba, a la figura de su padre. Ya no tiene defensa alguna, ni refugio al que acudir. Depende totalmente de mí y eso la desespera.

Casi no se estremece cuando Maby y Pam le colocan más velas en su espalda, otorgándole un aspecto algo dantesco.

―           Así… como un pastelito de cumpleaños – me río en su cara. – Vas a estar de dulce como para chuparse los dedos. Elke, trae el consolador azul, el de veinte centímetros. Se lo vas a meter en el culito… y tú, Maby, vas a controlar la “mosca”. La quiero pegada a su clítoris, con esparadrapo. Pero, ojo las dos, que no se corra. Mantenedla al límite.

―           Si, Sergio – responde Elke, marchando al dormitorio.

Por mi parte, tengo que desahogarme. Mi miembro ha bajado la cabeza, perdiendo rigidez, pero tengo una fuerte presión en los testículos. Así que tomo a Pam de la mano y la conduzco al sofá. Ella sonríe, contenta de haber llamado mi atención. Me tumbo y le pido que se ataree con mi pene, para devolverle su firmeza.

Contemplo, divertido, como Elke mete el consolador mediano en el trasero de Katrina, sin lubricarla más de lo que ya estaba. La pija rubia sigue llorando y apenas se queja. Al apartarse Elke, Maby coloca la “mosca” contra el clítoris, usando un par de tiras de esparadrapo para que no se mueva. La “mosca” es un pequeño vibrador ovalado, parecido a un huevo de codorniz. Dispone de un núcleo pesado, envuelto en dos capas de líquido oleoso. Un pequeño cable desde un mando a distancia, envía corriente eléctrica que le hace agitarse con diferentes velocidades, produciendo una vibración muy estimulante. Maby se sienta en el suelo, la espalda contra el sofá, al alcance de mi mano, y enciende el aparatito. Primero suave, un par de rayas en el dial. Elke inicia también suaves movimientos con el consolador anal.

Pam se afana sobre mi pene gloriosamente, demostrando que su técnica puede compararse con la de Katrina perfectamente. Le aparto la boca de mi miembro y la obligó a mirarme.

―           Te quiero, Pam – le susurro.

―           Yo aún más, mi vida – me responde, reptando sobre mi cuerpo hasta hacer coincidir nuestros sexos. Con un movimiento de riñones, cuela el glande en su cálida vagina.

La dejo tragando lentamente más pene y alargo la mano, acariciando los pechitos de Maby.

―           Dale más caña – le pido.

Gira el dial un par de grados más. Puedo ver como las caderas de Katrina se disparan. Esconde el rostro de mis ojos, para que no la vea gozar y gemir.

―           Elke, méteselo por completo y conecta el vibrador.

―           Si, Sergio.

―           Ahora, vente aquí, con nosotros, y deja a esa perra sola.

Elke se levanta y se inclina sobre mí. Me da un húmedo beso y después besa igualmente a Pam. A continuación, se sienta al lado de Maby, de la misma forma que ella, y hunde su boca en el cuello de la morenita. Al mismo tiempo, su mano se pierde bajo las piernas flexionadas de Maby, acariciando intimidades.

―           Ahora, te permito correrte las veces que quieras, Katrina. Si es que te quedan fuerzas…

Su primer orgasmo concuerda con el nuestro. Mío y de Pam. Mi hermana está más quemada que la pipa de un indio. Sin moverme del sitio, le quito el control a Maby, la cual está más ocupada en mantener la cabeza de Elke pegada a su entrepierna que de manejar el dial. Bajo totalmente la intensidad, dejando que Katrina se recupere. Aún menea las nalgas, pues el consolador estimula aún su recto, con un zumbido apenas audible.

En un par de minutos, aumento poco a poco la intensidad, observando como el rozamiento de sus caderas y la vibración de sus muslos aumenta a medida que giro el dial, hasta llegar al máximo. Ahí, Katrina se descontrola. Solo lo mantengo veinte segundos, pero son eternos para ella. Gime, babea, se estremece, y exclama algo que parece una súplica. Bajo al mínimo, de golpe. Jadea, aquietándose.

Pamela me quita el control. Quiere hacerlo ella. La dejo, con una sonrisa. Alargo la mano y aparto la boca de Elke del coñito de Maby, atrayéndola hasta mi pene. La noruega se relame. Lleva tiempo sin catarlo. Pamela comienza una cuenta atrás desde diez, en voz alta. Al llegar a uno, gira el control rápidamente, aumentando frenéticamente la vibración. Katrina chilla e inicia la misma danza. Sus nalgas son lo único que puede mover libremente, atada a la silla.

―           ¡Dios! ¡Ser…geiiii! ¡Páralo! Por Cristo… ¡PARA ESOOOO! – grita la pija, agitando el culo como una loca.

Otros veinte segundos, más o menos, y Pam baja la intensidad. Es un juguetito de lo más divertido, ¿a qué si? Maby se pone en pie y me dice al oído:

―           Quiero que me coma el coño, ¿puedo?

Asiento y ella se sienta, con rapidez, sobre las patas de la silla que están al aire, abriendo sus piernas, aposentando sus nalgas sobre los brazos atados de Katrina.

―           Lame bien, guarrilla – le ordena, empuñándola del flequillo.

Katrina, aún jadeando, saca la lengua por inercia, hundiéndola en la vagina de Maby, la cual echa la cabeza hacia atrás y cierra los ojos, extasiada.

―           Dale otra vez, hermanita.

Katrina tiene que dejar de succionar, debido al intenso placer. Esta vez es una larga queja lo que surge de sus labios, como un gemido que va subiendo en escala, hasta convertirse en grito, en el mismo momento en que sus caderas enloquecen, soltando una lluvia de lefa y orina. Maby, súper motivada por lo que ve, frota su mojada entrepierna sobre el rostro de la búlgara, corriéndose a su vez e insultándola sin cesar.

―           ¡Joder, que… puta… eres! ¡Eres la más zorraaaaa de todas nosotraaa… aaaaaaahhh… JODER… ME CORRO…!

―           Quítale el consolador del culo, que Elke me la ha puesto firme de nuevo – le digo a Maby, en cuanto se recupera.

―           ¡Eso, eso! ¡Otra vez por el culito! – se ríe, sacándole el aparato.

―           Pienso estar así toda la noche. Mañana es domingo y podemos dormir todo el día – digo entre risas, mientras deslizo mi polla en su ano, ya muy abierto.

―           Por… favor… -- musita Katrina.

―           ¿Si, perra?

―           Agua…

―           Pobrecita, yo se la traigo. Tú no te muevas – me dice Elke.

Tiro del pelo de Katrina, levantándole la cabeza para que me mire.

―           ¿Estás cómoda? ¿Estás bien?

―           No… me duele…

―           ¡Pues te jodes! Te voy a follar sin parar durante horas. Elke te va a dar agua, y después te darán de comer algo, pero yo estaré aquí, sobre ti, dándote por el culo, perra. Una y otra vez.

―           No, por favor… Amo…

―           Ah, ¿ahora soy tu amo? Que pronto has reflexionado… no, pedazo de puta, no te vas a librar. Cuando tenga que descansar, te colocaré otro consolador, más grande que el que has tenido, para que tu culo no se detenga ni un minuto.

―           Me vas… a matar… Amo…

―           No, eres una dura perra. Creo que, al final, me pedirás que te desflore, solo para poder cambiar de agujero.

Me río con saña y sigo con el ritmo. Elke ha tenido una buena idea y trae el botellín de agua con una cañita. Pam sigue jugando con el mando de la “mosca”, y Maby, con una súbita inspiración, prepara unos cubatas para todos.

Dios, que velada me espera…

CONTINUARÁ…