EL LEGADO (12): La familia Vantia.
Mi nuevo trabajo en el mundo de la prostitución.
La familia Vantia.
Estoy dedicado a preparar el almuerzo, cuando Maby llega de su sesión de preparación. Se acerca, me agarra una nalga y me besa dulcemente. Huele a aceites exóticos. La verdad es que las sesiones están dando buen resultado. Puedo ver los cambios en ella, aún siendo una jovencita. ¿Qué harán esas sesiones en modelos con más edad? Maby se muestra más dinámica, más fresca. Su cuerpo está tonificado y entrena sus músculos a diario. El preparador hace hincapié sobre el equilibrio y la importancia de los estiramientos. Así mismo, las somete a baños depurativos y tratamientos naturales para su piel.
Parece que los socios de la agencia han decidido invertir en su verdadero activo, sus chicas.
― He recibido una llamada de Víctor…
― ¿Víctor? – pregunto, sin comprender, mientras pruebo el caldo de la paella.
― Víctor Vantia, el búlgaro con el que salía cuando nos hicimos novios – me dice Maby, mirándome con intensidad.
― Algo de eso me contó Pam, pero no me acordaba del nombre.
― Rompí con él, pero quedamos como amigos. Le hablé de ti.
Dejo la cuchara y la miro. Espero que termine.
― Está interesado en conocerte. Nos ha citado este fin de semana en su casa.
― ¿Un trabajo?
― Seguramente, pero no tengo ni idea de lo que puede ser. Víctor es un tío muy cerrado con sus negocios. No sé en que está metido, aunque te puedes hacer una idea. Está rodeado de tipos duros del este.
― Bueno, iremos a ver que tiene pensado – le digo.
― Tienes que estar guapo vestido como un gangster – se ríe ella.
Pone la mesa para nosotros dos y abre una lata de cola Light para compartirla. Llevo la pequeña paellera hasta la mesa.
― Tiene una pinta magnífica – la alaba Maby, sentándose.
― Sabe mejor, ya verás.
Charlamos sobre lo que puedo esperar que Víctor me ofrezca. Le digo que no me importa, mientras no sea demasiado ilegal. Me comenta los rumores que corren en la agencia sobre nuevos proyectos. Puede que haya algo de Dior para febrero. Finalmente, tocamos el tema candente: Pamela y Elke.
La gira por las estaciones de esquí termina la semana que viene y regresaran. Pam nos llama todos los días, sobre todo después de habernos confesado su relación con Elke. Se lo ha contado todo a la noruega, pero aún no se decide. Le he aconsejado que inicien la cuenta a partir de su vuelta a Madrid, pues comprobarán los pros y los contras realmente.
Es lo que Maby y yo comentamos: las implicaciones. Lo cierto es que todo sería mucho más fácil, para ellas, si se decidieran a vivir juntas, pero, en ese caso, perderíamos a Pam totalmente. No veo más salida. Tendré que inmiscuirme, lo siento por Elke.
Esa misma tarde, merendando como siempre en casa de Dena, Patricia me da una sorpresa que no esperaba lo más mínimo. Mientras arrebaña con un dedo el sirope de chocolate que mancha su plato, nos dice, a su madre y a mí:
― He quedado con una amiga de clase para ir al parque.
Dena y yo nos miramos. ¿Una amiga? Patricia no tiene amigas.
― Se llama Irene y las dos… nos escondemos en los recreos – me mira al decirlo. Sonríe suavemente. – Se ha incorporado a clase en este trimestre. Es de Albacete…
― … y es como tú, ¿no es eso? – acabo la frase.
― Si. Nos caemos bien.
― Llévate el abrigo, hace frío – le dice su madre.
Patricia se levanta de su silla, recoge los platos y los pone en el fregadero, y, entonces, viene la sorpresa. Se acerca a su madre y se inclina, mirándola a los ojos.
― Te quiero, mamá – y le da un pico lento en los labios.
Dena se queda inmóvil, sin saber qué hacer. Finalmente, contesta:
― Yo también, cariño.
Patricia rodea la mesa y se para ante mí.
― Creo que he sido muy egoísta. No os dejado tiempo a solas. Lo siento – y me besa también, mordiendo fugazmente mi labio inferior.
Cuando la jovencita se marcha, su madre y yo no sabemos qué pensar. ¿Una nueva táctica? ¿Se ha rendido? ¿Ha visto la luz? Es pronto para decirlo.
Víctor Vantía vive en Aravaca, un distrito periférico de Madrid, lindando con Pozuelo de Alarcón. Maby me hace tomarla A-6, en direcciónLa Coruña, y tras media hora, abandonamos la interurbana y nos alejamos del área habitada. Pronto me encuentro con una alta valla metálica, toda sembrada de cipreses y altos setos. La longitud de la impenetrable cerca es kilométrica, pues se sale de mi vista. Maby me indica el camino asfaltado que desemboca en la carretera. El camino corre paralelo a uno de los costados de la enorme finca, de la que solo se puede ver setos por fuera, y tupidos árboles en el interior; árboles ancestrales que ocultan una gran estructura, de la que se apercibe un enorme tejado rojizo.
El solitario camino me lleva ante un pórtico con una gran verja doble. Hay un vídeo comunicador bajo una cámara, a la altura de la ventanilla de la camioneta. Puedo ver más cámaras desplegadas, así como las he ido viendo a lo largo de la valla metálica. Esto parece Fort Knox, madre mía…
― Dale al botón – me dice Maby, colocando su rostro sobre mi hombro. – Tenemos una cita con el señor Vantia. Sergio Talmión y Maby Ulloa.
Dos minutos después, con un crujido, las grandes puertas de acero se abren lentamente. Una voz surge del altavoz: “Conduzca sin salirse del camino asfaltado y aparque donde le indiquen.”
― ¡Este tío está podrido de dinero! – le susurro a Maby.
― Uufff – agita ella su mano. -- ¡Ni te imaginas!
Sigo las indicaciones. El camino está recién asfaltado, liso y suave como el culito de un bebé. Atravesamos un bosque totalmente cuidado por la mano del hombre. Finalmente, desembocamos en un gran aparcamiento asfaltado, que, en pleno centro, tiene una gran H pintada en el suelo. Un helipuerto. Un tipo bien vestido, nos indica un lugar para aparcar. Cuando me bajo de la camioneta, me doy cuenta que el hombre es tan grande como yo. Lleva uno de esos transmisores en el oído, con el cable metido dentro de la chaqueta.
La gran mansión, a sus espaldas, atrae mi atención. Es enorme, colosal y antigua. La mayoría de la fachada, al menos en el primer piso, está recubierta de serpenteante hiedra, que le presta un cierto aire victoriano. La planta baja no tiene ventanas, sino grandes pórticos acristalados. Cuento diez de estos, solamente en la cara que podemos ver.
La mansión tiene un piso superior – el cubierto con la hiedra – y el piso abuhardillado, bajo las pendientes tejas. Las bocas de las chimeneas erizan los diferentes planos del tejado. Al menos, hay veinte ventanas en el primer piso, y la mitad de estas en el segundo. ¿Cuántas habitaciones tendrá este palacio?
Maby tironea de mi manga, mostrándome lo que se encuentra a mi derecha y que no había visto, atraído por la mansión. Estatuas, setos recortados, parterres de flores, bancos, fuentes, un estanque, y no sé que más, porque mi vista no abarca la mayoría.
― Los jardines – dice ella, simplemente.
― ¿Cuántos jardineros emplea? – jadeo.
Ella se ríe.
― Detrás de la mansión, está el cenador al aire libre, la piscina y el invernadero – me señala con un gesto. – Al otro lado, el campo de golf y el campo de tiro.
― ¡Esto hace dos granjas como la mía, por lo menos!
― Víctor me contó que compró todo esto a causa de una deuda que un noble tenía con él. No sé quien es ese noble, ni quiero saberlo – me dice, al subir los escalones que realzan la gran entrada, bajo el escudo de armas. Sería fácil averiguar a que rama de la nobleza española pertenecía este palacete.
El enorme vestíbulo es apoteósico, al menos para mí. Una doble escalera, con un ramal a cada lado, asciende a los pisos superiores. Baranda de roble y pasamanos de ébano. Peldaños de buen mármol de Macael. Dos enormes lámparas presiden el techo, a diferentes alturas, entre los dos tramos de escaleras. Las grandes y curvadas paredes están pintadas con frescos debidamente cuidados. No sé mucho de artistas, pero quien fuera el artista, era bueno, muy bueno.
Seguimos la espalda del elegante armario. El vestíbulo da paso a una larga galería, cuyas paredes aparecen salpicadas de pequeños retratos y elaboradas escenas de la vida nobiliaria de antaño. A cada docena de metros, en ambos laterales del imponente pasillo, se abren puertas de oscura madera que encierran supuestos salones o, quizás, misteriosas bibliotecas. La galería parece cruzar y dividir la mansión, hasta desembocar en las instalaciones traseras, o sea, lo más reservado de la finca, ya que varias estructuras – sin duda antiguas cuadras y cobertizos – amparan el lugar de miradas indiscretas.
Un grupo de hombres se inclinan ante las patas de un llamativo pura sangre, de pelo alazán. Palpan sus músculos y opinan. Dos de ellos parecen expertos, pues llevan calzado apropiado. El que sujeta la brida del caballo es, sin lugar a dudas, un mozo. Así que Víctor Vantia tiene que ser uno de los dos que quedan. Me inclino por el barbudo.
¡Bingo!
El hombre de la barba levanta la cabeza, ve a Maby y abre los brazos, sonriendo. Avanza hacia nosotros, a grandes zancadas.
― Maby, querrida – pronuncia con un gracioso acento eslavo.
Se besan las mejillas y yo le examino.
Tendrá unos cuarenta y cinco años y está cercano al metro ochenta. Es delgado pero parece fuerte. Tiene algunas canas en las sienes y patillas de su oscuro cabello y su barba, bien recortada, presenta un mechón blanco en el mentón. Viste informalmente, pero con elegancia.
― Este es Sergio, mi novio – nos presenta Maby.
Víctor me estrecha la mano y aprieta, mirándome fijamente con sus oscuros ojos. Si espera verme torcer el gesto por su apretón, va dado. Me abstengo de apretar, vayamos a joder la oportunidad.
― Tu herrmosa novia me ha contado grrandes cosas de ti – me dice, mientras indica, con un gesto, que se lleven el caballo.
― ¿Ah, si?
― Por supuesto – nos empuja hacia el interior de la mansión. – Vayamos dentrro y tomemos un aperritivo.
Nos conduce al que debe de ser su despacho, porque hay un gran cuadro de él sobre la gran chimenea; un Víctor Vantia posando con las manos sobre la empuñadura de un bastón. Viste un traje de levita Príncipe Alberto y el artista ha sabido captar su mirada inquisitoria. Me giro, contemplando la estancia. Buenos muebles, muchos libros, un gran escritorio con muchos papeles. El lugar rebosa trabajo y dinamismo. Víctor no parece un mafioso del este, tiene más pinta de rico inversor.
Nos sentamos ante el escritorio y la puerta se abre. Una sonriente chica, vestida de doncella, trae una bandeja con finas copas. No sé en que momento el hombre ha dado esa orden. Víctor levanta su copa.
― Na zdrave! – exclama.
― Na zdrave! – repite Maby, por lo que supongo que será el brindis búlgaro, así que hago lo mismo.
― Bien, vayamos al grrano. Maby me cuenta que buscas trrabajo – dice finalmente el búlgaro, entrando en materia.
― Así es, señor Vantia.
― Pero no tienes experriencia en trratar con el público. Provienes de una grranja.
― Así es, pero aprendo rápido.
― Eso es bueno – sonríe. – Maby me ha comentado también que tomas decisiones muy rrápidas y acerrtadas, que no te pones nerrvioso y sabes actuar en ocasiones difíciles.
― Bueno. No sé exactamente a qué se refiere, pero me he criado en una granja, llevando prácticamente el peso de ello yo solo. Soy joven, pero tengo experiencia. En una granja, cuando necesitas arreglar algo con rapidez, dependes más de tu imaginación que de las herramientas necesarias. Soy bueno con eso.
― Parra mi es suficiente que Maby te recomiende. Valorro mucho su opinión y buen juicio. Tengo varrios negocios en Madrrid y necesito alguien de confianza para controlar la rentabilidad del último local estrrenado.
Asiento, indicándole que estoy interesado.
― Se trrata de un club temático en Aluche, en el distrrito Latina. Todo para clase alta. Se llama “Años20”. Tengo a todo el personal necesarrio, pero no dispongo de contrrolador.
― ¿Qué hace un controlador?
― ¡Contrrolar por supuesto! – se ríe el búlgaro. – Es un espía, un inforrmador.
― Comprendo. El chivato del dueño.
― ¡Exactamente! El encarrgado del local prroviene de otrro país. No está acostumbrrado ni al idioma, ni a las costumbrres. Me dicen que es de confianza, pero necesito que le vigilen. Ahí entrras tú, Serrgio. Serras el interrmediario entre él y los distrribuidores de licores. Ya sabes, pedidos, pagos, entrregas. Tu decides y él firrma.
― Si, no hay problema.
― No tendrras acceso al librro de registrro, pero quierro que anotes todo lo que pides y lo que llega al almacén. También quierro que apuntes las cantidades de las posibles facturras que lleguen. La mayorría se harrá mediante talones de caja, así que no tienes que preocuparrte por eso. Pero, sé que, de vez en cuando, algún distrribuidor vendrrá a cobrar en perrsona y tendrrá que ponerrse en contacto contigo, porque vas a ser el chico del gerrente.
― Quiere una especie de doble contabilidad.
― Si, burrda, pero efectiva.
― Si no se fía de él, ¿porque no le despide? – me arriesgo a preguntarle.
― ¿Por qué crrees tú?
― Mmm… es un compromiso ineludible – está claro.
― ¡Chico listo! ¡Me gusta tu novio, Maby! – se ríe, mirándola.
― ¡A mí también! – se ríe ella, en respuesta.
― Ahorra comprrendo porrque me dejaste solo…
― No estás solo, Víctor. Tienes a tu esposa.
― Si, cierrto, Maby. Anenka, mi bella esposa rrusa… y ahorra también está Katrrina…
― ¿Katrina? – el nombre no parece sonarle a Maby.
― Es mi hija, mi única hija. Estaba estudiando en Parris, pero la he trraído conmigo. Mi ángel Katrrina – musita finalmente, mirando su copa vacía. No sé yo, pero, por su tono, me parece que la vida de Víctor no es demasiado alegre.
― Volvamos al trabajo, señor Vantia – le llamo a la realidad. – Así que debo ocuparme de los pedidos de almacén e intentar controlar, fuera de libro, lo que se consume y lo que se paga.
― Si, si, así es.
― ¿Algo más?
― Con eso es suficiente. Erres muy joven y prretendo hacerte pasar por otro comprromiso. Quizás el hijo de una amiga o de un pequeño asociado… ya sabes…
― Si, haciéndome el favor de darme una ocupación.
― Has dado en la diana. De ese modo, erres el último mono en el negocio. Nadie se prreocupa por ti y tú podrrás fisgonear. No te prreocupes del tema de las chicas. El hombrre que las tiene a su carrgo es de toda confianza. Perro si me gustarría que prrestaras atención al tema de la segurridad del local y de los clientes.
― Está bien. No se preocupe.
La verdad es que yo imaginé cosas peores de los negocios de Víctor Vantia. Me vi, por un momento, rompiendo dedos y cobrando créditos. Pero, al parecer, Vantia está en el negocio de los clubes nocturnos, y, por lo visto, de los de lujo. Así que todo iba a ser legal… ¡Mejor!
Nos estrechamos la mano y me dice que me incorpore el lunes.
― Maby, ¿Por qué no enseñas mi casa a tu novio? Así mi secrretario puede prreparar tus papeles. Los firrmarás antes de irte y Basil te darrá la dirrección y lo que necesites.
― Gracias, señor Vantia. No le defraudaré.
― Eso espero, chico – dice, dando media vuelta y saliendo de su despacho.
― Bueno, cariño, ¡ya tienes trabajo! – exclama Maby, saltando a mi cuello.
― Si, y es mejor de lo que esperaba.
― Umm… no sé… tú, metido en un puticlub… ¡qué peligro! – entrecierra los ojos.
― No seas mala, Maby. No iré a divertirme, sino a trabajar.
― Ya veremos. Vamos a explorar todo esto. Yo tampoco la conozco entera – me incita.
¡Por todos mis muertos! ¡Es enorme! ¡Tan enorme que resulta demencial! Hay escaleras principales y secundarias, un enorme salón de baile, con parqué natural y espejos en las paredes. Una sala de música, y otra para los aperitivos. Dos bibliotecas, un gimnasio profesional, dos despachos personalizados, un enorme salón comedor, con una mesa de una docena de metros, y una cocina capaz de alimentar a un regimiento de cosacos. Dios, ¿he dicho cosacos?
Arriba tiene dormitorios para ilustres y dormitorios para criados o vasallos, o como se diga. Los más rimbombantes tienen ventanas al exterior. Los más simples, se encuentran en el interior, cercados por los pasillos, sin ventanas. Cada dormitorio ilustre tiene su propio baño y los menos ilustres comparten baño, uno para cada cuatro habitaciones.
En el piso bajo, hay varios “toilettes”, o sea, cuartos de baño, sin baño, jeje. Solo para refrescarse o desaguar… El piso abuhardillado es verdaderamente interesante. Las ventanas de cada fachada constituyen una sola habitación, enorme, larguísima, con suelo de madera y una separación de yeso y cañas. Ninguna de las cuatro habitaciones está amueblada, ni contiene objeto alguno. Según Maby, Víctor piensa dedicar el último piso a acoger huérfanos de guerra del este. Está pendiente de los permisos necesarios, para reconvertir todo eso. Pienso en un dormitorio colectivo, para una veintena de niños, o bien dos, si hay también niñas. Otra sala para estudiar. Otra para comedor y la cuarta como ocio. Todo el espacio interior, junto a las dos escaleras que suben, está dedicado a desván, lleno de cajas de cartón. Aquí se podrían instalar unas duchas y unos aseos. Espacio hay de sobra.
Tengo que reprimir mi mente con las posibilidades. Con dinero y espacio, se puede hacer lo que se quiera. Pero piensa mal y acertarás. ¿Huérfanos de guerra? ¿Por qué sacarlos de sus países, ahora que las cosas se han calmado? ¿No sería mejor y más barato invertir en ayudas sociales in situ?
Maby me lleva de nuevo al piso medio, pasando por los dormitorios principales y se detiene ante una puerta cerrada. La miro, intrigado.
― Es el boudoir de Anenka – me dice, y llama suavemente con los nudillos.
¿Qué coño es un boudoir? Pero, inmediatamente, se me viene a la cabeza un recuerdo. Parece un recuerdo mío, pero sé que no lo es. Es del viejo, seguro. Es anacrónico, muy viejo, como polvoriento, pero intensamente vivido. Veo muebles torneados y bellos y livianos cortinajes. Una mujer quitándose una elaborada bata verde con filigranas doradas. Lleva el pelo recogido, cayéndole en ondas y caracoles sobre un lado de su cara. ¿La zarina? Creo que sí.
― Adelante – contesta una voz ronca pero femenina, con otro marcado acento, pero diferente al de Víctor.
Bueno, este boudoir es algo diferente del que he recordado, pero su función es la misma. Es una mezcla entre camerino, sala de relax, y despacho para la dueña de la casa. Un amplio diván, un pequeño sofá, un par de sillas junto a un mini escritorio, un biombo de seda, una gran bañera antigua en un rincón, con grifería al aire, un antiguo comodín con un enorme espejo… A todo eso hay que sumarle cortinas vaporosas, una alfombra, un espacio con muchas perchas donde cuelgan batas, negligés, y largos y sensuales camisones, pequeños estantes con perfumes, cremas, polvos cosméticos, abanicos, y bisutería varia. Libros y revistas descansan en cualquier rincón, un Ipod libera suaves notas musicales, y, en medio de todo ese maremagno de detalles, una auténtica diva, escultural y libidinosa, nos sonríe.
Anenka Vianta, la joven esposa rusa de Víctor.
¿Qué deciros de Anenka?
¿Qué puedo decir de una mujer que es capaz de enloquecer a un magnate de la prostitución y de la pornografía?
¿Qué clase de temperamento y que grado de seducción maneja una mujer así?
Por mucho que Maby me hubiera advertido, no habría sido capaz de prepararme para la impresión que deja en mí.
Debe de haber estado montando a caballo, porque aún se está quitando las altas botas de equitación, sentada en una de las sillas. Ya se ha despojado de la chaquetilla rojiza, dispuesta en el respaldar. Los ajustados pantalones de montar ponen de manifiesto sus poderosos muslos.
― ¡Maby! – exclama alegremente. -- ¡Me alegro de verte, pequeña!
Mi morenita se le acerca, se inclina sobre ella y le da un muerdo en los labios. ¡Impactante! ¿Cuánto se conocen estas dos? Maby la ayuda a tirar de la bota.
― ¡Este hombretón es Sergio? – pregunta, poniéndose en pie.
― Si, mi novio Sergio. Ella es Anenka – nos presenta Maby.
― Dame un abrazo – exige ella, cordialmente.
La estrecho entre mis brazos. Capto su aroma a hembra, mezclado con el sudor y un acre olor animal. Su cuerpo voluptuoso esconde una dureza que no me espero. Es un cuerpo trabajado hasta la saciedad, aunque no lo parezca. Hay algo en ella que me pone nervioso. Debo de tener cuidado y paciencia, me repito.
― Ahora me explico que te alejaras de nosotros, pequeña. Con un tiarrón como este, tienes más que suficiente – la cosquillea la mujer. Maby se aleja, entre risitas.
Me guardo para después las preguntas que cruzan por mi mente. Es evidente que Maby tiene muchas cosas que contarme. Anenka se desabotona la camisa mientras sigue hablando con mi chica, sin importarle que yo esté delante. La examino mejor, más de cerca.
Posee una de esas cabelleras alabastrinas, largas y ensortijadas, de princesa de cuento, o puede que de gitana zíngara. La lleva recogida en un alto moño que casi se ha disuelto. Por el contrario, su piel es muy clara, no blanca, ni pálida, sino clara, como si fuera algo genético. Sus ojos, que no dejan de mirarme de reojo, son muy azules, casi violetas, de un tono muy raro que me recuerdan los de Elizabeth Taylor. ¿Lentillas?
Realmente es hermosa, con unos pómulos marcados y una nariz respingona, que no revelan nada de su herencia étnica. Una boca pequeña, de labios perfilados, sonríe con confianza. Cuando se quita la camisa, muestra su torso, igualmente blanco, de piel inmaculada, en el que el sujetador rosa destaca suavemente. Tiene unos senos pequeños y puntiagudos, que se mantienen firmes sin necesidad de aprisionamiento.
Anenka se cuela detrás de uno de los biombos, tras escoger una larga bata de seda anaranjada. Maby sigue hablando con ella, con el biombo de por medio.
― Víctor me ha hablado de Katrina – le dice.
― ¡Oh, mi bella ahijada Katrina! Ha venido de París…
― No sabía que Víctor tenía una hija.
― Es fruto de su primera esposa – Anenka aparece a nuestra vista, atándose el cordón de la bata. Sabe como lucirla, no hay duda. – Se casó con la jefa de un clan albanés, Sasha. En aquellos tiempos, Víctor estaba interesado en asumir territorios. Era joven e idealista. Esa boda fue un arreglo de poder para unir fuerzas. Aún así, Sasha quedó preñada y acabó volviéndose loca. A los dos meses de tener a Katrina, Víctor tuvo que meterle una bala en la cabeza, cuando la sorprendió intentando asfixiar al bebé.
― ¡Joder! – exclama Maby.
Anenka nos invita a sentarnos en el sofá mientras ella desliza su cuerpo sobre el diván. Sigue contando la historia.
― Víctor no ha tenido más hijos que Katrina. Siempre dice que los hijos son puntos débiles. A Katrina no le ha faltado de nada. Desde pequeña, ha tenido ayas y madrinas que se encargaban de criarla, sirvientas que la vestían y la bañaban, verdaderas esclavas. Su padre la visitaba cada día, durante una hora, hasta que la envió a Paris, a un internado privado muy exclusivo, de donde la ha sacado hace apenas un mes.
― Toda una princesa – digo.
― Si. Malcriada, egoísta, muy altiva, y mucho más cruel que su padre. Es lo que ha mamado desde pequeña – sonríe Anenka. – Como comprenderéis, Víctor se ha casado más veces. Conmigo, cinco veces. Es doblemente viudo y doblemente divorciado. Intento convencerme de que seré la última, pero no hay nada seguro. Sin embargo, Katrina me ha asegurado de que, de todas sus madrastras, yo soy a la que más odia.
― ¡Por qué? – pregunta Maby.
― Porque no le consiento nada.
“Porque Anenka es aún peor que ella”, me digo. Tenía razón en mi primera impresión. No solo es hermosa, es manipuladora y imaginativa. Una perfecta estratega.
― Pero, basta de hablar de la familia. ¿A qué se debe esta visita, pequeña?
― Sergio va a trabajar para Víctor.
― ¿De verás? ¿En que, si se puede saber?
― En el club Años 20. De seguridad.
― Oh, estarás muy bien. Ese club es muy selecto. Nunca hay problemas graves, todo lo más algún político borracho – se ríe deliciosamente. – Entonces, quizás nos veamos en más ocasiones.
― Posiblemente, debo informar al señor Vantias regularmente.
Noto como su mirada cambia sobre mí. Eso de los informes no le ha gustado o le ha sorprendido, una de dos.
― Yo quería pedirte que le echaras un vistazo cuando esté por aquí – me sorprende Maby, poniendo una de sus manos en mi muslo. – El chico se ha criado en una granja y no conoce mucho de la etiqueta social, ya sabes.
― No te preocupes, Maby, estaré muy pendiente de él…
No me gusta nada como me ha mirado al decir eso. Esta tía es peligrosa, lo noto. Deberé tomar precauciones. Tras otra charla de chicas, nos despedimos y bajamos hasta encontrar a Basil. Este me hace firmar un par de compromisos legales y me entrega una carpeta con documentación del club que debo aprenderme, y varias tarjetas: tarjeta sanitaria, tarjeta de identificación, llave electrónica, y una tarjeta de crédito a nombre de Staxter.
― Es el nombre del grupo de empresas que dirige el club – me dice el hombre, que es el otro que estaba al lado de Víctor, cuando examinaban el caballo. Su hombre de confianza.
― Perfecto – le digo. En verdad, es todo legal.
No me ha contratado legalmente, primero por mi edad, y segundo para no infringir ninguna ley si tengo que actuar con dureza. Así me llevaría toda la culpa y el club saldría limpio. A cambio, pagan una buena sanidad privada y cubren todos los aspectos legales. Algo muy típico de las organizaciones criminales. En verdad, ya me lo esperaba.
Maby y yo esperamos, en la T4, la llegada de Pamela y Elke. Estamos de pie ante una de las cristaleras. Abrazo por detrás a mi novia, cubriéndola completamente con mis brazos. Mucha gente nos mira al pasar, pensando que somos una extraña pareja. ¡Que les den!
He empezado con mi trabajo. No está mal. Tengo que acudir un par de veces entre semana, sobre las ocho de la tarde. Reviso el almacén y hablo con las camareras, así estimo los pedidos necesarios. Después, dejo una nota para Konor, quien no suele llegar hasta las diez de la noche, al menos.
Konor Bruvin, un albanés con mala leche. Cincuenta y tantos años, bajito y robusto, con pequeños ojos crueles que no dejan de evaluar. Lleva un peluquín de pelo natural que le tapa la frente y coronilla, ocultando así dos grandes cicatrices sobre las que no crece pelo alguno. Cuando me presenté, el primer día, me miró con fijeza, vio mi juventud y mi inexperiencia, y sonrió con desprecio, comprendiendo el motivo por que se supone que he conseguido el empleo. Es lo que me dio a entender la chica que siempre va con él, como traductora, Mirta.
Se que tengo que tener cuidado con ese tipo. En el momento en que sospeche que soy un informador del jefe, mi vida peligrara.
Me incorporo como refuerzo de seguridad a partir de los viernes, que es cuando el club se llena. La verdad es que es un buen local, con mucha clase y lujo. Ocupa un edificio de tres plantas, con más de quinientos metros cuadrados cada una, y el almacén y los camerinos, acaparan lo que queda de manzana. En el primer piso, se sitúan la barra, el pequeño restaurante, el escenario, la pista de baile, así como los baños, la cocina, el almacén y los camerinos. El club tiene un aforo de casi 500 personas. En el segundo piso, están los reservados. Penumbrosos, cómodos y cálidos, con mirillas de cristal estratégicamente situadas en el suelo para poder disfrutar de los shows, y con amplios divanes sobre los que retozar con las chicas.
En el tercer piso, se encuentran las habitaciones de tales chicas, donde duermen, viven, y trabajan.
Para comprender el espíritu de tal club, debo hablaros más de las chicas. Todas ellas proceden de Hungría, Rumania, Albania, Polonia, Checoslovaquia, la antigua Yugoslavia, e incluso Rusia. Todas sacadas de los países del este. Muy bellas y espigadas, con cuerpos tremendos y muy bien educadas. Son carne de primera, realmente. Víctor Vantia solo quiere lo mejor. Las prefiere universitarias o más o menos cultas, chicas que conocen su potencial, y como superarse ellas mismas. Verdaderamente, mima a sus chicas, tengo que decirlo. Eso no quita que las explote y que las consiga de forma ilegal, pero no trafica con ellas.
Las chicas que acaban en poder de Víctor disponen de unos años para pagar su deuda y se les permite escoger a qué se quieren dedicar: prostitución o show. Como prostitutas, pueden escoger especializaciones: masajistas, acompañantes, expertas en vicios, e incluso camareras… dependiendo de su físico y aptitudes. Como showgirls, también pueden escoger varios caminos: actrices porno, bailarinas sexuales, strippers, y sexo en directo.
Sea como sea, estas mujeres disponen de su habitación, de sus horas de ocio, pueden salir de compras, a peluquerías, al cine… Claro que todas están controladas con chips implantados para que no escapen. Pasan una revisión médica una vez cada quince días y están muy bien alimentadas. Víctor no permite drogas entre sus chicas. A lo sumo, unas copas cuando deben alternar. También disponen de una orientadora que vive con ellas, una especie de psicóloga que las ayuda con sus ocasionales traumas.
El club Años 20 se inspira en la loca década que conmovió la sociedad mundial con el Charleston, los cortos vestiditos con flecos, la liberalización femenina, y toda la juerga superficial y alocada que trajo. Los trajes de las chicas están muy bien diseñados y ellas hacen muy bien su papel. Los espectáculos que se dan en su escenario son subidos de tono pero, en absoluto, burdos ni procaces. Aunque son una minoría, algunas amantes y acompañantes de clientes, frecuentan el club, pero, evidentemente, la mayoría de la clientela es masculina. El cenador se abre a partir de las ocho de la tarde, y muchos clientes prefieren cenar allí, en compañía de sus amigos o de alguna chica elegida, que en sus propias casas.
El mobiliario y la decoración están cuidados al detalle, con calidad cinematográfica, y el sonido, aunque actual, resuena como si proviniera de una gramola.
Las normas de seguridad del local son bien sencillas. Las chicas no pueden follar en él, ni siquiera en los reservados. Se admiten pajas y mamadas, pero no más. Para ello, las chicas deben invitar a los clientes a sus habitaciones, con un procedimiento y un precio adecuado, claro. En el club, se baila, se magrea, se hacen stripteases, y, en la penumbra de los reservados, algún trabajito rápido. Todo ello, tiene otro precio.
No se permiten gritos, ni altercados. Si algún cliente desea celebrar una fiesta más ruidosa, disponemos de reservados adecuados. Tampoco se permiten discusiones acaloradas, ni conatos de pelea. En ese caso, todos los implicados van al callejón de atrás. Estas son las normas básicas.
Desde el primer momento, me he trabajado a las chicas de la barra y las de la cocina, así como el chef. Ha sido fácil hacer que confíen en mí, pues, en verdad, lo único que he hecho ha sido ofrecerles mi amistad y mi posible ayuda en caso de cualquier necesidad.
Por el momento, no tengo acceso al tercer piso, pero estoy entablando amistad con Pavel, un viejo homosexual a cargo de las chicas, y con Irina, la madura orientadora. Sin embargo, sonrío a las camareras y a las chicas que andan desocupadas, cada vez que me cruzo con ellas.
Hay que darle un tiempo a todo, pero creo que pronto tendré mi propia red de confesiones allí dentro, red que Konor no podrá controlar.
― Va a aterrizar – me dice Maby, sacándome de mis pensamientos.
Miro el panel informativo y asiento. Tendremos que esperar aún un rato.
― Tengo muchas ganas de estar con ella.
― Yo también, Maby.
― Pero estará Elke. ¿Qué haremos? – me dice, girándose y mirándome a los ojos.
― No lo sé. Pamela nos ha dicho que se lo ha contado todo lo que hacemos y lo que somos. Además, Elke compartió nuestra cama en Año Nuevo. Supongo que todo depende de ella…
― Entonces, ¿Beso a Pam cuando la vea, o no?
― Tú actúa con naturalidad, niña. Si la has besado siempre, ¿Por qué no hacerlo ahora?
― Tienes razón, corazón – dice con una sonrisa y pegando su cabecita a mi pecho.
Pero yo me pregunto lo mismo. ¿Cómo debo actuar con mi hermana? Ahora trae novia. Una novia que me conoce, que sabe de nuestra relación. Me encojo de hombros. La respuesta que le he dado a Maby sirve también para mí. Habrá que esperar a ver. Lo mismo ocurre con Dena y Patricia. Estamos en la fase de esperar reacciones.
La niña ha cambiado su actitud, parece más comprensiva, más participativa, aunque no sé a que es debido este cambio. Le hemos pedido que traiga a su nueva amiguita a casa, para conocerla, pero, por el momento, se niega, y cuando lo hace, me mira a mí.
¿Tendrá miedo de que impresione a su amiga, o de que esta vea algo impropio hacia su madre? Tengo que garantizarle a Patricia que no haré nada extraño ante su amiga si decide traerla.
― ¡Allí están! – exclama Maby, saltando y agitando la mano.
Me he perdido en mis cosas de nuevo. Pamela y Elke, junto con otras dos hermosas chicas morenas arrastran sus maletas. Destacan poderosamente entre los demás viajeros. Nos han visto y sonríen. Bueno, al menos Pam sonríe.
Maby se arroja materialmente sobre mi hermana. Funden sus labios, sin importarles que la gente las mire. Elke se queda al lado, confusa. Intervengo y, con una mano, atrapo a Maby por la chaqueta, apartándola de Pam, y con la otra tomo a Elke de la cintura, para darle un suave beso en los labios.
― Bienvenida de nuevo, Elke – le digo.
Su sonrisa me anima. Es una jovial sonrisa, amplia y amistosa. Buena señal. Un torbellino rojizo se cuelga de mi cuello, besuqueándome por todas partes. Freno a mi hermana por un segundo y miro a Elke.
― ¿Puedo? – ella asiente, enrojeciendo.
Entonces muerdo la boca de Pamela, con ansias, largamente, hasta hacerla jadear.
― ¡Eso es un beso! – chilla Maby, dándole una palmada a Pam en las nalgas. Después de eso, se acerca a Elke. Las dos parecen no saber que decirse. -- ¿Puedo besarte? – le pregunta, poniendo cara de niña buena.
― ¡Pues claro! ¡Somos amigas y compañeras! – responde Elke, abriendo los brazos.
Maby la besa tiernamente, pero metiéndole la lengua, por lo que puedo ver. Cuando se separan, Elke sigue confusa. Maby aún sigue abrazada a ella.
― Eres la novia de mi amante. ¿En qué nos convierte eso a nosotras? – le dice bajito a la noruega.
― Aún no lo sé… espero averiguarlo pronto.
Sus palabras me dan buenas vibraciones. Creo que podré influir con facilidad, solo necesito una ocasión perfecta. Atrapo las maletas y todos nos dirigimos a los aparcamientos, donde espera la camioneta.
― Dejamos primero a Elke en su piso – nos dice Pam, desde el estrecho asiento trasero, con Elke a su lado.
― ¿Te quedas con ella? – no puede aguantarse Maby.
― No. Hemos decidido que seguiremos un tiempo más así, como novias. Cada una en su casa y quedando para salir.
― Elke, sabes que puedes quedarte en nuestra casa cuando quieras. Podemos separar las camas e incluso volver a quitar el vestidor…
― Gracias, Sergio – me contesta, poniendo una mano sobre mi hombro. – Ya hemos decidido que así estará bien. Si tengo que quedarme en vuestro piso, dormiré con vosotros. De todas formas, ya lo hemos hecho, ¿no?
― Claro, claro. Está bien. ¡A casa, señoritas!
Al llegar a nuestro piso, tras dejar a Elke en el suyo, Maby hizo la pregunta que nos quema los labios.
― ¿Qué pasa con nosotros? ¿Elke te deja acostarte con nosotros o te ha pedido limitaciones?
― Me ha pedido que le comunique cuando lo haga con Sergio. Es extraño, creí que se disgustaría, pero no lo hizo.
― ¿Ah, no? -- sonreí.
― Sabe que me va a ser muy difícil. Así que yo le he prometido, por decisión propia, que esta noche voy a follar con vosotros, pero que no lo haré más hasta que no lo hablemos más a fondo.
― ¿Solo esta noche? – Maby hizo un puchero.
― Es lógico – intervengo. – Creo que Elke ha sido muy comprensiva. Te deja que tengas una buena bienvenida y, a la misma vez, una despedida.
― Si… una despedida – el tono de Pam es triste.
― Veo que estás enamorada – le digo, abrazándola.
― Si, Sergio. Lo estamos, pero… te pertenezco, lo sabes. No quiero alejarme de ti. No sé si podría… Solo tienes que pedírmelo…
― ¿Pedirte que te quedes con nosotros? ¿Qué no la vieras más?
Pam asiente, bajando los ojos. Su cuerpo tiembla entre mis brazos, esperando.
― No pienso hacerlo. Es decisión vuestra – le digo, con toda hipocresía. No pienso dejar que mi hermana me abandone, cuando toda esta historia empezó con ella.
― Pero, ¿tenemos que esperar hasta esta noche? ¿Por qué no empezamos ya? Son las cinco de la tarde y yo llevo lista todo el día – sonríe Maby, con picardía, tocándonos el trasero.
Es una noche para recordar, para enmarcar en el recuerdo. Tomo a mi hermana en brazos y Maby se sube a mis espaldas. De esta guisa, recogiendo besitos en mi cara, las llevo al dormitorio.
― Estarás hambrienta, ¿verdad? – le pregunta Maby a mi hermana, cuando la deposito sobre la cama.
― Llevo a régimen de esta polla desde hace un tiempo – se ríe, aferrando mi bulto, aún cubierto por el pantalón. – Solo almeja al vapor…
― Pues esta noche te vas a hartar – susurra Maby, reptando hacia ella y besándola. – Te voy a ceder mis turnos…
― No es necesar…
― Calla y dame tu lengua.
Me desnudo mirándolas. No hay nada más bello en el mundo. Son mis chicas y me aman, y se aman entre ellas. ¿Acaso se puede pedir más? Jamás, en mis ensoñaciones solitarias, allá en mi desván, hubiera llegado a imaginar una ocasión similar, lo que el futuro podía depararme. No sé a quien dar las gracias… ¿a Dios? ¿A Rasputín? ¿Al diablo?
Me da igual, si hay que pagar al final de la experiencia, lo haré con mucho gusto. Siento que me estoy poniendo intenso y filosófico, y no es el momento adecuado. Las chicas ya se están revolcando, sin mí. Pero no puedo dejar de mirarlas y de pensar en ello. Me doy cuenta que ese es mi privilegio como su dueño y, en una súbita inspiración, me reafirmo con mi plan sobre Elke. ¡Quiero que se una a nosotros! ¡La quiero en mi cama! ¡Por el bien de Pam y por mi propio y egoísta placer!
Aprovecho que se están besando, una sobre la otra, para colocar mi miembro entre sus bocas. Lo acogen con risitas y mimos. ¡Viva la armonía!
Maby deja que mi hermana siga con el trabajo bucal y ella se coloca a mi espalda, besando y acariciando. Pellizca mis pezones y soba mis testículos, admirando, a su vez, la tarea de Pam. Es cierto, parece hambrienta de mi verga. Intenta abarcarla con sus labios como nunca ha conseguido antes. La noto estremecerse mientras traga centímetros, ignorando las arcadas. Cuando no puede más, se saca el pedazo y escupe sobre él las babas que se han creado en su garganta, y vuelta a empezar.
― Dios, como chupa la mamona – susurra Maby en mi oído.
Yo solo me estremezco, apoyado contra su pecho. Pam está succionando mi glande con fuerza. Le da mordisquitos, poniéndolo cada vez mas morado. Maby abandona mi espalda y busca las piernas de mi hermana, comprobando que está muy mojada. La prepara para mí, con una diligencia y un cariño inigualables.
― Ven – me dice, a los pocos minutos. – Ya está a punto de chillar…
Siento la ansiedad de Pam cuando me retiro de su boca. Me abarca entre sus blancos muslos, jadeando de impaciencia. Sus manos acarician mi vientre, mi pecho, mi cuello, y, finalmente, mi rostro, al deslizarme sobre ella. No aparta sus ojos de los míos mientras me hundo en ella. Veo sus pequeñas expresiones de dolor, de tensión, de placer. ¡Dios, como la amo! Bufa como una gata al llenarla toda. Intenta apretarse más contra mí, con su primer orgasmo. No la dejo recuperarse. Empiezo a moverme, casi fuera del todo, lento, y luego adentro, con empuje. La hago chillar a cada embiste, pero ella sigue mirándome. Le tiembla el labio inferior y tiene los ojos muy húmedos, pero no deja de musitar: “te quiero… te amo”.
Maby, que está tumbada a nuestro lado, no se pierde ni un solo detalle de nuestros roces, miradas y susurros. Ella también lagrimea, emocionada. Me pide que le deje sitio. Se abre el coñito sobre la boca de mi hermana, arrodillándose de cara a mí. Yo me quedo de rodillas, penetrando aún a Pam, con sus caderas sobre mis muslos. Maby y yo nos miramos y sonreímos, felices de estar juntos los tres.
― ¿Echabas mi coñito de menos, amor mío? – le pregunta Maby a mi hermana.
Pam solo gruñe, su boca atareada en comerse ese dulce coñito.
― Él a ti, si te ha echado en falta. Necesitaba nuestros despertares, las caricias matutinassss… nuestras sesiones de rasurados… las confesiones…
Las manos de Pam suben hasta abarcar los pechitos de su amiga, atormentándolos.
― He tenido a Sergio para mí solaaa… durante este mes, pero… aún siendo mi Amo… aún queriéndole más que a mi vida… te he echado mucho de menos… Pamelaaaa…
Escuchar aquella declaración de puro amor de labios de Maby, me retuerce el corazón. Casi me siento indigno de ellas. Casi, por un segundo… luego, se pasa.
― Córrete, mi amor… vacíate en mi boca… méame, si lo deseas – gime mi hermana, apartando un poco su boca. – Soy tuya esta noche…
Atrapo a Maby por la cintura cuando me doy cuenta que se está corriendo como una loca, sin sujeción, agitada por las palabras de Pam. Sus uñas se clavan en mis antebrazos. Maby se queda abrazada a mi cuello, levantando sus nalgas de la cara de Pam, mientras yo me muevo con urgencia en su coño, buscando eyacular.
― Así, así… campeón… riégala entera – jadea Maby en mi rostro, animándome. -- ¡Préñala!
Me corro con fuerza, gruñendo y mordiendo los labios de mi morenita. Siento como el coño de Pam se contrae, alcanzado de nuevo por el placer extremo de sentir mi descarga contra su útero.
― Algún día – susurro. – Algún día, la preñaré…
CONTINUARÁ
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