El lector de contadores (5) - Follo con Infiel
En esta ocasión echo un polvazo inmejorable con "Infiel", el protagonista de la saga magníficamente escrita por Alvin Card. Espero que os guste.
En este relato sucede un hecho que pocas veces, si es que ha habido alguna, se ha dado en un relato de Todorelatos: Que dos personajes de dos sagas diferentes convergen en un episodio. En este caso la historia sucede tiempo atrás, cuando el Lector de Contadores lee casualmente el contador del agua de la casa de los padres del protagonista de Infiel, maravillosamente escrito por AlvinCard. ¿Quién iba a decir a ambos protagonistas que sus vidas iban a coincidir en este punto… y que quizá no fuera la última vez?
El lector de contadores (5) – Infiel (5)
El mes de agosto se estaba haciendo pesadísimo. Y en un curro como el mío, más. No es que picara piedra al sol (Cuanto compadezco en estos momentos a los albañiles y demás profesiones que curran a destajo y no se pueden librar de las inclemencias del tiempo), pero hay que reconocer que subir y bajar escaleras como un endemoniado no es fácil de realizar en un mes como es agosto, con 40º a la sombra. Los amables ofrecimientos de botes de coca-cola y de vasos de agua que me hacían las amas de casa cuando les leía el contador de agua me hacían más insoportable la mañana, porque si me daba por beber acababa meándome demasiado, y si no bebía me moría de deshidratación. ¡Ay, madre! Al menos intentaba, por mi parte, pasar el menor calor posible. Y ahí estaba yo, con las mangas del polo azul casi hasta la rodilla, mis casi deshechas NB gris y calcetines tobilleros. Vamos, como siempre.
Cada día me quedaban menos pelos de tonto. Según se habían desarrollado los acontecimientos de los últimos días, tenía muy claro que no era necesario tener cuerpazo para ligarte a maromos muy interesantes… aunque tampoco es que yo estuviera mal. Simplemente había que ser simpático, tener un poco de cara y ser observador. Y gracias a que soy observador he llegado a “conocer” a las mismas personas que cogen el metro a la misma hora que tú. ¿No os pasa eso? ¿Que cogéis el metro todos los días a la misma hora, coincides con las mismas personas y casi sabes si llegas a tiempo al curro solo con ver quien te rodea? Pues eso me pasa a mí. Yo sé que todos los días monta en mi mismo vagón la parejita ejecutiva, que se hacen arrumacos mientras hablan del curro. O la mamá con los tres hijos, que repasa con ellos las tareas de camino al cole. Por no hablar de la cantidad de albañiles vestidos con sus monos de trabajo que hablaban a voces y se reían a carcajadas.
Y también estaba él. Muy menudito, muy poca cosa… un chico que me pasaba desapercibido día tras día. Sí, le veía montarse, le conocía de vista, pero no se trataba de una de esas personas en las que te fijas porque destaque sobre los demás en alguna cosa. No era feo, tampoco guapo. Vaqueros, camiseta, chaquetilla de cuero y una mochila. En torno a 28/30 años. Un tío muy normal. Tan es así que pasaron muchas semanas coincidiendo en el metro hasta que logré fijarme en él, y todo fue… porque él se fijó en mí. De las miradas de soslayo pasó a las miradas directas, recorriendo mi cuerpo de arriba hacia abajo. Debe tratarse del morbo del uniforme, porque no es que fuera yo como para salir a ligar. Cada día me miraba más y más, y sobre todo con mayor descaro.
Un día decidí seguirle el juego. Cada vez que me miraba yo le aguantaba la mirada, fijándome en sus ojos marrones con insistencia. Y no creáis que él los retiraba, al contrario, mantenía el tipo como un campeón. Y así podíamos estar largos segundos, hasta que sin la menor discreción pasaba a mirarme el paquete. Tres días fueron los que estuvimos jugando, hasta que me cansé de jugar y decidí pasar a la acción. Fue en uno de esos juegos de miradas cuando yo, con las manos en los bolsillos, decidí apretar hacia atrás el pantalón, ciñéndolo en su parte frontal y marcando así en lo posible mi exiguo paquete. La mirada que dirigió a mis ojos reveló un claro interés en mí, y supe que esto no acabaría aquí.
La anécdota que voy a contar hoy comienza precisamente ahí, en el vagón de metro, y justo una parada antes de la que suele ser mi destino. Como dije antes, uno es muy observador, y casi conozco a mis compañeros de viaje y sé donde se bajan. Entiendo que él también lo es, porque se puso junto a la puerta más cercana a mí justo en la parada anterior a la que me tocaba salir. Cuando me acerqué a la puerta él hizo un imperceptible gesto con la mano, y al bajar la mirada pude comprobar que entre los dedos tenía un pequeño papel doblado. Con mucha discreción lo cogí y me apeé del vagón. Una vez se hubo marchado lo leí, y tenía el siguiente mensaje:
- Soy Ángel. Llámame. 689 xxx 986
Caray, tenía el corazón acelerado. Siempre halaga el hecho de que alguien se fije en ti, y si a eso le añadimos el morbo de llevar varios días de miraditas, el misterio del papelito… aquello parecía una peli de espías jejejeje. Pero había que currar, así que dejé la mente en blanco para que así se me bajara el empalme (tardo poquísimo en empalmarme) y me dirigí a la oficina a por el curro del día.
Ya llevaba la ruta en la mano, y estaba feliz. Feliz porque me había tocado una ruta especialmente buena, en la que si te lo montabas bien podías acabar antes de las 12 de mediodía. Y bueno, para qué negarlo, feliz por lo de la notita del chaval del metro. No se, me picaba la curiosidad… el morbo se había despertado en mí jejejejeje. Los acontecimientos vividos en los últimos tiempos habían hecho de mí una especie de depredador sexual que vivía pendiente de cualquier señal externa que pudiera significar sexo inmediato.
Si agosto tiene algo bueno para mi curro, y en concreto para mí, es que a causa del calor la gente abre sus casas algo más ligera de ropa. En concreto los tíos jóvenes, que no tienen el menor reparo en abrir en calzoncillos, en toalla porque se acaban de duchar (me remito al primer relato de esta saga) o incluso en bolas, que sobre ese caso ya escribiré un relato. Y si a este hecho se le añade que la visita sea a primera hora de la mañana mucho mejor, ya que al coctel le podemos poner un poco de empalme matinal y… y acabo cachondo perdido, como siempre pasa.
Empecé especialmente temprano, con vistas a acabar la jornada laboral cuanto antes y llamar a Ángel para quedar y echar un polvo. Tan temprano era que no caí que podía despertar a alguien, y en efecto así fue. También es mala suerte. Yo, mientras oía una soñolienta voz diciendo que esperara un segundo
Qué tierno me parece ver a alguien dormido. Y si se despierta de buen humor, como este chico, mucho más. Me encantó verle asomar la cabeza por la puerta entreabierta, el pelo castaño revuelto, los ojos casi cerrados por la claridad de la escalera y una medio sonrisa que no sé si era natural en él o se debía al esfuerzo por apretar los párpados.
- ¿Mnngsí? ¿Qué quieres? Dijo con esa voz medio ronca que todos tenemos cuando nos acabamos de despertar.
- Quería ver el contador del agua.
- Aaaaaah, si, es verdad, recuerdo haber visto un papel en el portal… Perdona que haya tardado tanto en abrirte, pero anoche vine de juerga muy tarde y aún estaba durmiendo. Dijo mientras se apartaba y abría la puerta del todo. Pasa, pasa. ¿Sabes donde está?
- Sí, no te preocupes, he venido a esta finca bastantes veces ya y sé donde está. Tranquilo.
Yo avancé por delante de él. Apenas me había fijado en como era, ya que las persianas de toda la casa estaban prácticamente bajadas, y solo una tenue claridad permitía que no me matase tropezando con ningún mueble. Me encaminé hacia la cocina sin pensar en más que realizar mi trabajo y marcharme. Parecía que en esos segundos que transcurrieron desde que entré en aquella casa el tío medio dormido había recuperado un poco la consciencia, porque cuando entré en la cocina e intenté leer el contador ayudado únicamente por la linterna se me adelantó y subió la persiana, disculpándose por ello. Fue entonces cuando pude darme cuenta de lo que tenía ante mis ojos.
Que era algo más bajito que yo lo supuse nada más verle. Que me pareció muy tierno lo dije antes, pero que era muy atractivo lo descubrí en ese preciso instante. Con los ojos abiertos, la sonrisa natural y el pelo revuelto se me antojaba un auténtico dulce que llevarme a la boca. Algo de vello en el pecho le daba un toque varonil muy sexy. El vello disminuía conforme se iban definiendo los abdominales, y se convertía en una hilera de pelitos que conformaban un reguero de pólvora que marcaban un camino muy explosivo. Aquel camino se veía interrumpido por el elástico rojo de unos bóxer Calvin Klein de color negro, y aquellos bóxer eran la puerta de entrada de una diversión sin límites, diversión que aparentaba estar a medio camino de la dureza, dirigiendo su camino hacia la izquierda y hacia arriba haciendo un alarde de tamaño que ya me gustaría. En dos palabras: Morcillón, morcillón. De aquellos calzoncillos salían dos piernas musculadas, propias de alguien que pasa bastantes horas dándole al balón, cubiertas de una fina capa de vello que reflejaba la luz del sol que entraba por la ventana y que las volvía irresistibles. No estaba cachas, no era un tirillas… definido tirando a musculado sería la expresión más acertada. Sería de mi edad, algo mayor quizá, 24 o 25 tal vez. Podría haber salido en ese mismo instante de un anuncio de ropa interior de CK.
Yo volví a agacharme debajo del fregadero, ya que por fijarme en él me había levantado del suelo sin darme cuenta. Me quedé totalmente descolocado, ya que no esperaba que mi primera visita fuera a un tío como este. Y digo yo ¿Tan bueno fui en otra vida como para que Dios, en su infinita misericordia, me proporcionara chulazos así? Este merecía que dedicase unas cuantas horas de mi vida en estudiar su anatomía, y por mi madre que lo iba a intentar. Total, de perdidos al río, siendo jovencito y estando medio dormido como era el caso no creía yo que me fuera a denunciar por acoso si aquello salía mal. Además, dormido sería de coco, porque de polla andaba bien despierto, y yo juraría que la tenía más grande que antes.
Me situé en cuclillas delante del fregadero y me dispuse a leer el contador, cuando veo que se me acerca y queda de pie a mi lado, quedando su portentoso rabo morcillón a la altura de mi cara. No creo que buscara nada, simplemente no le daba importancia al hecho de la postura que yo tenía y lo que parecía aquello… pero el caso es que no pude evitarlo, y me quedé mirándole la polla durante unos segundos que se me antojaron horas. El olor a calzoncillo sudado, polla y huevos concentrados llegaba a mí en dosis suficientes como para que mis 14cm dolieran a causa de la presión que hacían contra el pantalón. 20cm nos separaban como mucho, y a esa distancia uno puede apreciar todos los detalles. Y el detalle que mejor pude apreciar fue el visible movimiento que hizo la polla, producido a causa de haber apretado el culo para endurecerla aún más. Levanté la mirada y me encontré con sus ojos marrones, que me miraban profundamente exigiendo una explicación a mi comportamiento. Lejos de achantarme, miré su paquetón de nuevo para volver seguidamente a sus ojos, y le dije: “Caray, si ahora mismo quisieras me hacías todo un hombre”, sonriéndole como si de una broma se tratase. Tomé la lectura del contador y me levanté, quedando a escaso medio metro de él. Fue entonces cuando él, tras pasarse la lengua por los labios me dijo: “Pues no estaría nada mal”.
Me lancé a el con todas mis ganas y comencé a comerle la boca como si me fuera la vida en ello. Tenía una lengua gorda y sabrosa que manejaba con maestría, y no hubo rincón de nuestras bocas que no recorriéramos mutuamente con la lengua. Su saliva inundaba mi boca, mis dientes mordían su lengua y después la succionaba con mis labios, deseando quedármela para siempre. Me separé un instante de él para mirarle a los ojos, darle un pico y seguidamente arrodillarme para oler aquellos calzoncillos. Sus manos me cogieron de los sobacos, me levantó del suelo y me dijo: “vámonos a la cama, que estaremos más cómodos”. Dicho esto me cogió de la mano y me llevó por la penumbra de aquella casa hacia un dormitorio con la cama de matrimonio totalmente deshecha, ropa sucia por el suelo y con la persiana totalmente cerrada. Aquel no parecía ser su dormitorio, y él me lo confirmó cuando vio mi cara: “Es el de mis padres, pero están de viaje y duermo en su cama, que es más grande”. A mí me daba un poco lo mismo, mientras estuviéramos cómodos…
Tras tumbarnos en la cama volvimos a morrearnos con lujuria, cosa que se nos daba muy bien a los dos. Yo no quería perder la iniciativa que había tomado antes, y bajé la cabeza hasta los calzoncillos, que sostenían como podían una polla en su máximo esplendor y que amenazaba con salirse en cualquier momento. Humedad en la punta delataba que mi amante estaba cachondo perdido, y acerqué mi lengua para degustar el maravilloso sabor salado de su lubricante natural. Esto debió gustarle, porque apretó mi cabeza hacia su paquete y no me dejaba moverme, obligándome a oler aquel maravilloso néctar que emanaba de su entrepierna, mezcla de sudor de huevos y polla concentrados en los bóxer. Me zafé de él para volver a su boca y morrearle con ganas, mientras él con sus manos recorría todo mi cuerpo. Seguidamente aprovechó su superior fuerza física para darme la vuelta, ponerse él encima de mí y advertirme con una perversa sonrisa que estuviera quietecito.
Se acercó con calma a mis curradas y queridas NB. Ver como me cogía el pie izquierdo con una mano e imaginarme lo que iba a hacer sucedió a la vez, aumentando mi grado de excitación y en muy mayor medida mi nivel de cerdeo. Suelo llevar las zapatillas desabrochadas, por lo que no tuvo más que tirar de ella para sacarla. Ver a aquel chulazo meter la nariz en mi zapatilla currada, que no es que apestara pero lógicamente debía oler a sudor de pies (y que a mí me encanta) me volvió loco, plantándole a causa de la excitación mi pie izquierdo en su cara. Una vez olisqueó con ganas toda la zapatilla cogió mi pie y repitió el proceso, esnifando todo el olor que aquel calcetín de algodón tenía, y me quitó el calcetín para proceder a chuparme uno a uno los dedos, metiendo la lengua entre ellos. Dios, qué sensación más placentera, erótica y… buffff ¡¡QUÉ BERRACO ME ESTABA PONIENDO!!
Le tiré encima de la cama, sentándome yo a horcajadas encima de su paquetón. Me quité la zapatilla derecha y se la puse en la cara, sujetándola para evitar que se la quitara, mientras con la lengua pasaba a lamerle los pezones e incluso mordérselos levemente. Vi que aquello le gustaba, por lo que seguí un buen rato más haciéndole sufrir con mi zapa, ahogándole en mi olor corporal mientras mi lengua había cambiado de objetivo, siendo su peludo sobaco mi siguiente presa. Me encanta el olor a sudor que despide un hombre que lleva unas cuantas horas currando, o durmiendo, ese olor a hormonas concentradas que despide el pelo de los sobacos y que tanto me gusta paladear. Él logró zafarse de mi zapatilla, y me cogió la cabeza con ambas manos. Abrió mi boca con dos dedos y, tras escupirme dentro de ella, me dijo:
- “Veo que eres tan cerdo como yo. Ven, vamos al baño, quiero hacer una cosa contigo”.
Nos pusimos de pie, y él aprovechó para quitarme el polo, los pantalones y el último calcetín que me quedaba. Estábamos los dos en calzoncillos, me cogió la mano y me llevó hasta el cuarto de baño, metiéndonos en la ducha. Aún con los calzoncillos puestos abrió el grifo y un torrente de agua fresca nos cayó del techo, empapándonos y refrescándonos del sudor que nos recorría el cuerpo a causa del calor y de la frenética actividad sexual que teníamos. Ahora nuestras pollas se podrían ver perfectamente a través de la tela empapada de nuestros bóxer, y tanto la suya como la mía lucían muy morbosas en esa situación. Me abrazó y volvimos a morrearnos, ahora con mucha más calma y ternura, aunque la pasión no había cedido ni un ápice. De un solo golpe me bajó los calzoncillos, se arrodilló delante de mí y me dijo: “méame”.
Yo me quedé de piedra. Se trataba de una situación que me daba mucho morbo y que siempre había imaginado, pero nunca se había dado la ocasión y lo cierto es que tardé unos segundos en reaccionar. Además, tenía la polla dura, y sabéis que en esas condiciones es prácticamente imposible. Pues no me preguntéis como lo hice, pero dejé la mente en blanco, y en cosa de 15 ó 20 segundos comenzó a salir de mi polla un tímido chorrito que se fue convirtiendo en una meada en toda regla. Lamentablemente el chorrito salía hacia arriba a causa de mi empalme, pero lejos de ser un problema para él, mi chico reaccionó y se metió mi polla en la boca, dejando que la meada le rebasara la boca y le cayera por el pecho. Aunque estoy convencido que algo de meada se tragó… Yo no pude evitarlo, estaba tan cachondo que tenía ganas de probar lo mismo, y él no tuvo el menor problema en mearme por todo el pecho y la polla, hasta que cogí con mi boca su rabo y empecé a mamarlo mientras me llenaba la boca de meada calentita. Confieso que algo tragué, totalmente ido por el morbo de la situación. Una vez hubo terminado me puse de pie y de nuevo nos volvimos a morrear, compartiendo nuestras propias meadas en nuestros roces de lengua.
Sin secarnos siquiera volvimos a la cama. Tener el cuerpo empapado de su pis me tenía a punto de reventar, y de hecho creí que la polla me iba a explotar de un momento a otro. Se tumbó en la cama y yo lo hice encima de él, juntas nuestras pollas y juntas nuestras lenguas, luchando en un interminable morreo compuesto de ternura y lujuria a partes iguales. Lamí su cuello, que aún sabía a la colonia que debió llevar la noche anterior en su juerga. Besé cada centímetro de su cuello para después lamer la oreja y mordérsela, haciéndole gritar de placer. Y no pude más, necesitaba su polla…
…Y la tuve. Ahora sí, me iba a dedicar por completo a ella. Ese pollón merecía un punto y aparte, no ya por longitud y grosor sino por textura, estética… estar circuncidado era para mí un morbo añadido, ya que me encanta pasar la lengua por todo el perfil del glande. Y a este le gustaba, vaya si le gustaba, pues no paraba de retorcerse mientras hacía esto. El glande era más gordo que la polla, y su textura en la boca me volvía loco de placer. Recorrí con mi lengua toda su extensión, paladeando las gotitas de pis que aun salían por la puntita, y metiéndomelo después hasta el fondo de la garganta. Sí, era delicioso, aquel pollón respondía fielmente a lo que yo me había imaginado de él cuando estaba dentro del calzoncillo. Mientras con la boca paladeaba todo lo que podía, con la mano lo agarraba por su base y lo retorcía suavemente, consiguiendo así lo que me proponía: Que me sacara la polla de la boca, me cogiera de los sobacos, me subiera hasta su cara y me dijera: fóllame. Pero por ahora no lo iba a hacer.
Volví a su polla, continuando con la mamada como la había dejado. A veces me la metía hasta el fondo que el capullo me rozaba la campanilla provocándome alguna arcada, pero aun así yo seguía en mi empeño. La saqué de la boca mientras lo masturbaba, y comencé a lamerle los enormes huevos uno a uno, succionándolos suavemente y masajeándolos con las manos. Él no paraba de gemir mientras decía en susurros: “fóllame, por favor”. Pero yo no tenía la menor intención de hacerlo… de momento. Así que seguí bajando con la lengua hasta la parte posterior de los huevos, ese hueco tan delicioso que hay entre estos y el ojete… y comencé a trabajar con la punta de la lengua esta zona tan sensible y que me consta a muchos nos pone a mil. A él no iba a ser menos, y se movía en la cama a punto de reventar de gusto, sobre todo cuando decidí que era el momento oportuno de comerle el ojete.
Empecé a lamerlo en círculos, paladeando su sabor. Mientras mi lengua iba relajando aquel más que relajado esfínter a base de trabajo circular, mi nariz estaba enterrada en el vello púbico de sus huevos, aspirando un aroma difícilmente reproducible con palabras. Poco a poco fui introduciendo la puntita de mi lengua en su culo, mientras él ya no sabía qué hacer para intentar aguantar las oleadas de placer que estaba recibiendo. No para de pedirme que me lo follara, por favor, que no podía aguantar más. Pero yo quería llevarlo hasta el séptimo cielo, quería disfrutar de aquel cuerpo y aquel ojete… y decidí que ya estaba bien, que el que no podía más soy yo. Pude comprobar que era más que pasivo, que mi lengua entraba sin dificultad en su culo, que no ofrecía nada de resistencia, y lo hice. Levanté sus piernas, puse sus pies en mis hombros, apunté la polla hacia su culito y se la empecé a meter poco a poco, hasta que mi pelvis hizo tope con su cuerpo.
Estuvimos así unos instantes, hasta que su culo se amoldó a mi rabo. Muy breves, porque en seguida empezó a moverse, señal de que quería marcha. Y la tuvo. Empecé a bombear primero con calma, como a mí me gusta, pero cada vez iba aumentando el ritmo hasta que la follada adquirió una velocidad respetable. Me agaché para, mientras me lo follaba, morrearnos y lamernos las lenguas con lujuria. Le escupí en la boca y apretó el culo, con ganas de que le diera más fuerte. Según lo iba follando nuestros gemidos iban en aumento, poniéndonos más cachondos el hecho de oírnos gemir el uno al otro. Pero yo quería más.
Le di la vuelta, poniéndole a cuatro patas en la cama, y se la metí de un solo golpe, sin preguntar siquiera. Aquello le volvió loco, porque empezó a gemir como un loco y yo empecé a insultarle, a llamarle puta, a decirle que me quería correr en su culo, todo esto mientras con una mano sujetaba su cadera para hacer más fuerza y con la otra le hacía una paja tremendamente rápido. Fue esto último, lo de correrme en su culo, lo que desencadenó que acabara corriéndose a lo bestia en mi mano, llenándola de lefa lo mismo que las sábanas y la pared. Yo, fuera de mí, acerqué su mano a mi boca y empecé a lamer su semen, corriéndome segundos después en su culito.
Saqué mi polla de él, me tumbé en la cama y el lo hizo encima de mí, abrazándome y besándome en los labios. Así estuvimos un buen rato, hasta que su móvil sonó, señal de que le había llegado un mensaje. Se incorporó para leerlo, tumbándose después para decirme:
- “Era mi novio, recordándome que hoy tenemos una cita para ver un piso”.
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