El lector de contadores (4)

...No podía dejar de rememorar lo sucedido, deleitándome en los más sugerentes detalles, recorriéndome la boca con la lengua para intentar saborear un poco más lo que pudiera quedar de su leche...

*Para una mejor comprensión de este relato recomiendo, si no leer toda la saga, al menos “El lector de contadores (3)”

Salí de aquella casa intentando recuperar la rutina de trabajo que había llevado a lo largo de la mañana, cosa bastante complicada teniendo en cuenta que acababa de enrrollarme con un tiazo de lo más sugerente y que, esto es lo malo, no me había corrido. No podía dejar de rememorar lo sucedido, deleitándome en los más sugerentes detalles, recorriéndome la boca con la lengua para intentar saborear un poco más lo que pudiera quedar de su leche… Como os podréis imaginar, queridos amigos, la carga de testosterona y las ganas de sexo que tenía dentro de mi cuerpo eran tan bestias que me habría follado al primero que me lo hubiera pedido. Estaba deseando encontrar a alguien con el que follar de forma prácticamente inmediata, pero ninguno de mis amigos estaba cerca o podía. Sin embargo, ese día yo tenía estrella.

Fue en un cuarto piso, el último, de esos de dos viviendas por planta. Tras haber leído el contador de una de ellas, habitada por una enorme mujer de discutible higiene y cociente intelectual (le debían faltar 15 minutos de horno por lo menos), llamé al timbre de la otra. Y voy a hacer un punto y aparte para describiros al monumento que me abrió la puerta y que me proporcionó uno de los momentos más morbosos de toda mi vida. Y creedme, han sido muchos.

Generalmente hago las descripciones de arriba abajo, porque es así como me suelo fijar en los hombres, salvo que tengan algún detalle que sobresalga, porque entonces me fijaré primero en aquello que me llama la atención. Y por ahí empezaré en este caso, por AQUELLO que me llamaba la atención. Y aquello era realmente el paquete, era una obra maestra de ingeniería anatómica. Cierto es que los pantalones de chándal ceñidos realzaban hasta lo exagerado las proporciones de aquel apetecible pollón, pero de todos modos se notaba que aquello tenía un pinta deliciosa. Apuntando hacia la pierna derecha y cayendo desde la raíz, a esa polla se le podían ver hasta las venas a través del pantalón. No, os juro que no es exageración y que no me lo imaginaba todo, por mi madre que todo lo que os cuento era cierto. El caso es que, desde que el chaval abrió la puerta hasta que yo le contesté al saludo debieron pasar unos cuantos segundos, porque cuando pude recuperar la conciencia y levantar los ojos hacia la cara de aquel tío, la sonrisa que reflejaba su cara y sus ojos me quería decir “sí, veo que te molo, jejejeje”. No debía haberse despertado mucho tiempo atrás, ya que la medio melenita color castaño claro con mechas aún lucía el típico revuelto de “recién despertado”. Esto quería decir que trasnochaba lo suyo, porque ya eran casi las 14hh. Sus ojos marrones destilaban picardía, transmitían una golfería que yo reconocí como propia y que garantizaba muy buenos ratos de diversión y, probablemente, de placer. Guapo de cara y atractivo a la vez, que son dos cosas que no siempre van de la mano, a lo que ayudaba sin duda la sonrisa antes mencionada, que no hacía más que confirmar lo que mis ojos estaban viendo en los suyos: unas ganas de marcha y de vivir la vida que no podían con él. La camiseta amarilla que llevaba delataba un torso simplemente delgado, con tableta de chocolate natural, y unos brazos ni delgados ni musculados, luciendo simplemente un aspecto de quien está levemente musculado debido al trabajo que realiza.

“Ah ¿El contador del agua? Pasa, pasa, está en la cocina, bajo el fregadero” me dijo mientras seguía sonriéndome como quien sorprende a… qué coño, esto no tiene comparación posible: como quien sabe que ha gustado a otra persona y la otra no es capaz de disimularlo, avergonzándose por ello. Y probablemente aquella sonrisa reflejara algo más: que a él también le gustaba lo que veía.

Yo avancé delante de él hasta la cocina e, incapaz de contener mis nervios, me agaché para tomar nota de la lectura del contador, que al fin y al cabo era mi cometido. Pero claro, esto se ve fácil, pero no lo era tanto teniendo en cuenta el calentón con el que venía y las ganas de juerga que traía desde hacía bastante rato. Las manos me temblaban, veía las manecillas del contador y no era capaz de ver lo que ahí ponía, comencé a sudar… ¿Qué me estaba pasando? ¿Cómo era posible que estuviera tan nervioso? ¿Sería su sonrisa? ¿Esa mirada? Qué se yo… El caso es que al final recompuse mi lamentable estado nervioso, fui capaz de leer el contador y, memorizándolo en la cabeza me levanté del fregadero para poder introducirlo en la PDA con calma.

“Bueno, qué ¿Cómo la tengo? La lectura, claro…” El muy cabrón soltó esto mientras soltaba por aquella boca una sonrisa de lo más perversa, mirándome fijamente como el que mira a una presa sabiendo que… Y dale con las comparativas, qué coño, como el tío que mira a otro sabiendo que se lo va a comer enterito, de arriba abajo, sin dejar ni las virutas. A mí, tras escuchar semejante indirecta directísima se me olvidó totalmente la lectura que traía en la mente para apuntar, y no me quedaba más remedio que volverme a agachar para leer el contador de nuevo, pero viendo que él disparaba con toda su artillería pesada yo no me iba a quedar atrás. “La verdad es que la tienes muy bien, en su justa medida. Y la lectura también, claro”.

Creo que esto lo puede interpretar cualquiera que lea mis relatos, y es que soy un tío muy morboso. Me encanta el juego, la aventura, el qué pasará e ir descubriendo poco a poco todo lo que me ofrece el cuerpo de un hombre. Y al tío este le debía pasar algo muy similar, porque en ningún momento nos dijimos nada directo, sino que a base de indirectas los dos nos íbamos comunicando y poco a poco definíamos nuestras posturas.

-          Entonces ¿Tú crees que la tengo bien?

-          Sí, yo creo que la tienes muy bien, la verdad...

-          Bueno, si en algún momento quieres comprobar si el contador me funciona bien ya sabes donde estoy, no tienes más que venirte.

Mientras transcurría esta sutil conversación, los dos caminábamos en hacia la puerta de la calle. Fue mientras abría esta cuando dijo aquello de “comprobar el funcionamiento de su contador”, y yo, más caliente que un motor Barreiros Diesel decidí, una vez más, lanzarme al ruedo, y mientras sujetaba la puerta para evitar que la abriera, le dije:

-          Si quieres te compruebo el contador ahora mismo.

-          Jejejejeje, ya me gustaría, pero mi pareja está en el balcón, hablando por teléfono.

¡¡Aaaaargh!! Mierda, tenía pareja. Entonces ¿A qué venía esto, el tonteo, el juego? Porque no, no era imaginación mía, este tío me estaba tirando los trastos a lo bestia… ¿O eso creía yo?

“Espera, vamos a hacer una cosa”, dijo mientras abría la puerta y me llevaba hacia el descansillo de la escalera. Y allí me empujó contra la pared, sujetando mis manos con las suyas, y me metió la lengua hasta la garganta. Debieron ser unos cuantos segundos que me supieron a gloria, porque aquel tío besaba muy bien, pero que muy bien, y si por mí hubiera sido habríamos estado besándonos durante horas. Solté una de mis manos de la suya, y con ella comencé a acariciar el pollón de aquel guaperas que poco a poco iba tomando consistencia. Pero su mano metiéndose en el bolsillo y cogiendo mi móvil me devolvió a la realidad:

-          Te apunto mi número. Soy Rafa. Cuando quieras me llamas y pasamos un buen rato. Y si quieres, esta tarde no estará mi novio, podrías venir… Te espero a partir de las 18hh. No me falles.

No me dejó decir nada más. Me dio un morreillo muy breve y se metió en su casa. ¡¡AY DIOS!! ¡¡ME VAN A EXPLOTAR LOS HUEVOS!!

Como buenamente pude me recoloqué la polla, ya dura como el puto acero, dentro del pantalón. No soy Nacho Vidal ni mucho menos, es más, para mi gusto la tengo pequeña (Aunque jamás se ha quejado ningún amante), pero precisamente las pequeñas son las mas difíciles de disimular, porque quedan mirando hacia adelante como un ariete. Pero como ante grandes males, grandes remedios, puse la mochila que llevaba por delante, y al menos así no iba dando el cante por la calle. Pero tenía que bajar aquello cuanto antes…

La estación de tren de Atocha estaba muy cerca de donde yo me encontraba, así que decidí hacer algo que no suelo hacer pero que en aquellas circunstancias no me quedaba más remedio: o descargaba la leche acumulada por los dos momentazos eróticos vividos aquella mañana o corría riesgo serio de acabar con alguna maldad testicular. Así que me dirigí hacia ella, y en concreto hacia unos cuartos de baño de sobra conocidos por el cancaneo cruisinero que allí se puede encontrar. La verdad es que es la forma más sencilla de tener sexo, a la par que peligrosa por aquello de lo que puede tener la boca en la que metes la polla. A día de hoy, y viendo lo fácil que es contraer una gonorrea o clamidia, ni se me ocurre hacer nada con nadie de estos sitios, que vaya usted a saber las cosas que se llevan a la boca. Pero bueno, un día es un día, y por aquel entonces yo era más inocentón que poco sabía de la vida… Aunque con el tiempo iba descubriendo una faceta de mí muy excitante, en todos los sentidos, y de la inocencia inicial iba quedando muy poco.

Me puse en uno de los mingitorios que quedaban libres, porque la verdad es que aquel baño, y era poco frecuente que esto sucediera, estaba casi vacío. Quizá fuera poco frecuente, pero a mí me libró de tener que lidiar con uno de esos señores tan mayores que por allí suelen estar. Y que me perdonen estos, no tengo nada en su contra, todos tenemos derecho a vivir, follar y todo, pero cada uno es lo que es y puede aspirar a ciertas cosas, y sinceramente estos señores no se encuentran dentro de mi rango de búsqueda. Lo siento, cada uno tiene su público. En lugar de esta gente me encontré con un chico de unos 27 años, moreno, delgadito y de aproximadamente 1.70 de estatura. Ni guapo ni feo, muy normalito, con buen cuerpo y una polla bastante considerable para el tamaño del chaval. Desde que entré no dejó de mirarme, como tampoco paró de mirarme la polla cuando me la saqué en el mingitorio, y yo, que ya iba a por todas, me giré hacia él en un alarde de chulería y le dije: “qué ¿me la chupas un rato?”

El chaval no perdió el tiempo, y allí mismo, en medio del cuarto de baño, se arrodillo para chupármela con afán. La verdad es que no la chupaba con especial maestría, pero como comprenderéis, en ese preciso instante no estaba yo para florituras. Es más, creo recordar que tardé poquísimo en correrme, con tan mala fortuna de que no me dio tiempo a avisarle siquiera. Cuando me quise dar cuenta me estaba corriendo como pocas veces en mi vida lo he hecho, inundándole la boca de tanta lefa que al pobre se le salía por la comisura de los labios, cayendo hasta el suelo. Y para qué engañarnos, seguro que parte de ella se tragó. Una vez me hube corrido, se levantó y tiró al lavabo la lefa que quedaba en su boca, momento que aproveché para pedirle disculpas. Y es que me sentía culpable por haberle utilizado de consolador, porque básicamente es lo que hice, ya que en ningún momento le pajeé o besé siquiera. Pero la sorpresa vino cuando me dijo “No, tranquilo, si a mí me encanta chupar pollas. No necesito nada más”. Anonadado me quedé.

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Mucho más relajado y, sobre todo, duchado y con ropa limpia (Una cosa son los rollos espontáneos mientras estás currando y otra es ir hecho un guarro a una cita concertada) dirigí mi siempre fiel Talbot hacia la casa de Rafa, el buenorro con el que había quedado por la tarde para continuar lo que habíamos dejado a medias. No podía evitarlo, llevaba la polla dura desde que me vestí. No me esmeré en exceso con la ropa, ya que habíamos quedado simple y llanamente para follar, pero obviamente me vestí de un modo favorecedor. Concretamente me puse unos pantalones multibolsillo de color negro que me realzaban el culito casi tanto como los del curro, una camiseta naranja que marcaba la porquería de bíceps que tenía, mis deportivas NB azul y gris (por supuesto, con calcetines de deporte blancos… morbo obliga) y, no pude evitarlo, sin calzoncillos. Eso me ponía aun más cachondo, ya que la polla, sin ser nada grande, se me marcaba lo suficiente como para advertir que de vez en cuando alguien miraba hacia mi entrepierna. Siempre he sido un poco exhibicionista, la verdad.

Tras perder un buen rato intentando dejar aparcado mi transatlántico (decir coche se antoja poco debido a su tamaño) me encaminé hacia la casa de Rafa. Según me acercaba al portal las pulsaciones de mi corazón se acercaban peligrosamente al límite de lo recomendablemente saludable, ya convirtiéndose en taquicardias. Llamé al portero electrónico, del cual salió su voz diciendo “pasa” sin siquiera preguntar quién es. Fui subiendo poco a poco las escaleras de madera, ya que no era plan de agotarse subiendo cuatro plantas del tirón.

Me abrió exactamente con la misma ropa con que me había abierto por la mañana, aunque con el pelo visiblemente más limpio, síntoma de que se había duchado. Un punto a su favor. Me invitó a pasar y, sin más preámbulos, me abrazó metiendo nuevamente la lengua en mi boca. Nos fundimos en un morreo largo y muy rápido, con mucha pasión, en la que nuestras lenguas recorrían todas las cavidades que encontraban en la boca del otro. Yo succionaba su boca y me bebía su saliva, al tiempo que mi polla dura se apretaba contra su pollón, visiblemente empalmado y mirando hacia la derecha. A la par que nos besábamos con fruición, íbamos moviendo nuestros cuerpos de modo que nuestras pollas se rozasen una con otra, y provocando de ese modo que nuestra excitación fuera en aumento. Venciendo mi atracción hacia su boca y en concreto hacia su forma de besar, separé mis labios de los suyos y me arrodillé delante de él, aún en el recibidor de la casa, apresurándome a oler aquel paquete atrapado dentro de aquel pantalón que evidenciaba un uso diario y que, obviamente, olía a la masiva utilización. Cosa que, lejos de desagradarme, me volvió aún mas loco y me puso mucho más cachondo, y es que poco a poco me estaba dando cuenta de lo tremendamente cerdo que realmente era. Me flipaban mucho esas cosas, el olor a sudor (pero a sudor limpio, no a guarro de no lavarse en semanas), los pies, los calcetines blancos… Yo seguí oliendo y mordiendo aquel pollón que parecía reventar el manoseado chándal, y fue el quien decidió que nos fuéramos a su dormitorio.

La cama estaba deshecha, y tenia pinta de que ese era su estado natural. La persiana estaba lo suficientemente bajada como para que no nos vieran desde las viviendas de la finca que había enfrente, pero por ella entraba luz de sobra como para ver lo que uno se estaba llevando a la boca. Nos tiramos encima de la cama y volvimos a morrearnos, esta vez con él encima de mí, aplastándome con su cuerpo y su dura polla, mientras me llegaba el olor de su champú. Qué bien le olía el pelo, y qué bien le sabía el cuello cuando decidí explorar ese camino, apreciando la suavidad, la temperatura y sobre todo el sabor tanto de su cuello como de su oreja izquierda, que me apresuré a lamer, metiéndole la lengua por dentro. Aquello muy desagradable no debía resultarle, a no ser que la polla a punto de reventar fuera un síntoma de asco jejejejeje.

Se levantó por encima de mí, y con brusquedad me quitó los pantalones, rompiendo el botón en el intento. Tras sus carcajadas y mi sorpresa se agachó, metiéndose mis 14cm de rabo en la boca. No pude evitar hacerlo (a causa de mi inseguridad), y le comenté que si se había decepcionado por el tamaño. “Para nada, así me entra entera en la boca. Además, está muy rica. Y así podrás conseguir lo que mi novio no puede a causa de su pollón: follarme”. Aquellas palabras, sobre todo la alusión a su novio y a su incapacidad para hacerle pasivo me terminaron de poner cachondo, si es que podía llegar a estarlo más, y le sujeté la cabeza con ambas manos para que me comiera la polla hasta el fondo. Seguimos así un rato más, pero yo quería también mi ración de rabo, por lo que me giré en la cama y pasamos a sincronizarnos en un perfecto 69 que nos entretuvo durante un buen rato. De su polla a sus huevos, de ellos a su culo, nuestras lenguas exploraron absolutamente cada rincón de nuestra anatomía, aunque yo me percaté de que donde él más disfrutaba era en el culo: El simple hecho de pasar mi lengua por su ojete le arrancaba gemidos de gusto, y por ello decidí hacer que no fuera capaz de olvidar aquel polvo.

Le levanté de su postura, y le pedí que se tumbara boca abajo en la cama. Mas que pedí, le obligué a hacerlo, ya que mi intención era que no se tocara la polla. Una vez se hubo tumbado, le abrí las cachas del culo con ambas manos, y acerqué mi lengua empezando a lamerle con delicadeza el ojete, pasando rápidamente a una follada de culo con la lengua en toda regla. Mientras mi lengua recorría su ojete y la punta de mi lengua entraba un poquito en aquel camino inexplorado, con mi dedo índice acariciaba suavemente su esfínter, provocándole espasmos de placer y que, literalmente se retorciera de gusto. Mientras yo hacía esto él iba pidiéndome que le metiera la polla, pero yo no quería hacerlo… tan pronto. Aquel culo olía de puta madre, y sabía mucho mejor, era uno de los tíos más aseados con los que jamás he estado. Sabía tan bien y tenía un tacto tan suave que yo podría haberme tirado horas haciendo lo mismo, pero hay que reconocer que habría sido una putada para él. Viendo que cada vez estaba más relajado, más preparado y sobre todo, el culo estaba cada vez más dilatado, decidí darle una sorpresa. Eché un par de salivazos en su ojete, y fui metiéndole poco a poco el dedo gordo, preparándole para mi polla, mientras yo iba poniéndome un condón y ensalivándolo bien. Una vez me lo estuve follando con el dedo gordo y comprobando que no oponía ningún tipo de resistencia, me tumbé encima de él y de un solo golpe me lo follé, ahogando él en la almohada un grito totalmente exagerado que revelaba que había hecho mi trabajo y no solo no le dolía sino que estaba experimentando un placer que llevaba muchísimo tiempo sin sentir. Poco a poco fui metiéndole y sacándole la polla, al principio con calma pero después dándolo todo, demostrándole lo que realmente se estaba perdiendo por culpa de su novio. Estuvimos follando unos pocos minutos nada más, porque era tal el placer que este tío venía disfrutando desde hacía rato que acabó corriéndose encima de la cama, sin siquiera haberse tocado la polla. Fue tal su orgasmo que aprisionó mi polla con su culo, provocándome a mí también un orgasmo estupendo que acabó con una monumental corrida en su culo, corrida que el condón recogió.

Nos despertamos aproximadamente una hora después. Nos habíamos quedado dormidos encima de la cama, tal había sido el gustazo que nos había dado el polvo y lo relajados que habíamos quedado. Se giró para abrazarme y me besó, pero ya no con lujuria, sino con una ternura difícil de explicar. Así pasamos algo más de media hora, entre morreos y picos, hasta que miró la hora:

¡¡MIERDA!! ¡¡Son casi las 22:00, y mi novio está a punto de llegar!!

¿Os ha gustado? ¿Sí? ¿No? ¿Sugerencias? Todo comentario es siempre bien recibido. Lamento haber tardado tanto en escribir, pero últimamente llevo un ritmo de vida algo frenético. Espero no tardar mucho y poderos sorprender con próximos relatos, alguno incluso fruto de la colaboración mutua con otro escritor de esta web… ;-)