El lector de contadores (3)
Sin dejarle tiempo para pensar me puse de rodillas, le bajé el calzoncillo y me metí aquella polla tan jugosa en la boca...
Nota del autor: Para comprender debidamente este relato, recomiendo leer las anteriores entregas de la saga “El lector de contadores”.
Enrollarme con aquel macizo mitad rumano mitad brasileño abrió en mí una caja de pandora que tardaría mucho en descubrir. No se trataba de que me hubiera enrrollado con un tío, y quien lo vea así se equivoca. Empecé a descubrir que quizá no era tan imprescindible tener un pollón para echar un buen polvo, y ni siquiera hacía falta estar bueno. Aunque lo que quizá esté mal entendido sea el concepto de estar bueno… Porque para mí están buenos un buen montó de tíos del Mundo.
Me di cuenta de que tenía en mi mano la posibilidad de disfrutar y pasarlo bien. Porque yo, y quizá no lo haya dicho antes, hasta la fecha me había considerado un tío sin atractivo. Vamos, que a mí mismo no me disgustaba, pero que tenía en la cabeza la idea de que yo no podía resultarle atractivo a nadie. Qué equivocado estaba. Gracias a estas experiencias me di cuenta de que lo realmente importante es tener algo de labia, sacar partido a tus virtudes y, sobre todo, echarle mucho morro. Quien no llora no mama ¿Verdad?
En esta ocasión, tenía que trabajar en Lavapiés, el barrio de Madrid con la población más variopinta. ¿Razas? Todas. ¿Edades? Todas. ¿Creencias religiosas? Todas. ¿Y tendencias sexuales? Pues todas también. ¿Tendría suerte esta vez?
Estábamos en verano. Yo llevaba mis más que currados pantalones de currito, los azules multibolsillos que me marcaban ese culito tan rico que yo, narcisista de mí, no dejaba de mirar en los escaparates de las tiendas o en cualquier sitio en que se reflejara. Y es que he dicho que siempre pensé que no era atractivo para los demás… pero para mí sí que lo era. Uno, que se quiere mucho. Bueno, pues iba con esos pantalones, el polo azul reglamentario por fuera del pantalón y, como hacía mucho calor para las botas de trabajo, unas más que trabajadas NB 474 de color azul clarito que me encantaban, e incluso me daban morbo (Uno es vicioso, a veces hasta límites insospechados, y el simple hecho de ver a un tío majete en deportivas me vuelve loco… y si va con calcetines de deporte blancos puedo llegar a descontrolarme).
El calor del verano no solo me afectaba a mí, sino que a los clientes también. Lógicamente, las amas de casa no me recibían con las tetas al aire, y los señores mayores en pantalón corto como que no me atraen (gustos de cada uno), pero los chavales de hasta treinta y pocos me llegaban a poner en apuros. Ese desenfado, esa confianza rápidamente adquirida, esa apertura de puerta en calzoncillos de todos los tipos y todas las clases, esos pantaloncitos cortos de futbolista que marcaban paquetón y que hacían que no pudiera evitar desviar la mirada… Afortunadamente la inmensa mayoría se trataba de heteros que no se imaginaban que yo era gay y, por tanto, no esperaban que me pusiera las botas con la mirada. Y menos mal, porque aunque a veces me iba de las casas con un empalme de la hostia, prefería al menos quedarme con la fotografía mental que no quedarme sin ver nada.
Ya iba camino de la buhardilla de una de las fincas, y la escalera se hacía cada vez más y más empinada. Entre el calor, la ausencia de ascensor, y la jodía escalera que parecía el Everest, estaba que no podía con mi alma. Antes de llamar al timbre de la única puerta tuve que esperar unos segundos para recuperar el aire, y menos mal, porque cuando llamé y vi quien me abrió la puerta, me volví a quedar sin oxígeno en los pulmones.
Siempre que les cuento a mis amigos mis anécdotas no se las creen, porque dicen que parecen sacadas de una peli porno. Os juro por lo que más queráis que son reales, y por increíble que parezca, me abrió la puerta un chico de unos 26 años, mas o menos 1.85, que debía pesar unos 85 kilos muy bien distribuidos por el cuerpo en forma de músculos muy definidos, y con una cara de guapo que no podía con ella. Vamos, un modelo de CK de los que se ven en las paradas de autobús. Y lo mejor, la enorme sonrisa llena de dientes y la simpatía del chaval.
“¿Vienes a leer el agua, verdad?” Me preguntó al abrir la puerta. No me dio tiempo ni a responder: “Pasa, menos mal que has venido cuando yo estaba en casa, llevo meses con el contador estropeado y me gustaría que tomases nota para que vinieran a cambiarlo”. Me dejó entrar a una buhardilla-estudio de unos 40 metros, con suelo de madera, cocina-salón-dormitorio y un cuarto de baño en el que no sé como se podía duchar este hombre, porque con lo alto que era dudo que no se golpeara en la cabeza con el techo.
“En efecto, tienes el contador estropeado”, le dije cuando comprobé el funcionamiento. “Necesito que me des tu número de teléfono, para que se pongan en contacto contigo y vengan a cambiarlo”, le dije mientras el seguía caminando por su reducida casa envuelto en esos mini slip grises que le contenían un paquete no especialmente grande pero sí muy apetitoso. “Muy bien, tío, apunta, es el 6…….”. Mientras él me dictaba su número de teléfono seguía colocando sus cosas, parece que se tenía que ir. “¿Te apetece tomar un café?” me preguntó seguidamente.
“¡Claro, gracias! Caray, qué gusto da poder coincidir con gente tan agradable como tú”, le dije mientras me miraba sonriente y se acercaba a la cafetera para ponerla en marcha. “¿A qué te dedicas?” le pregunté mientras me deleitaba con los hoyuelos de su culo, perfectamente adivinables a través de los calzoncillos grises que, si por mí fuera, me llevaría a casa. “Aunque no te lo creas, yo soy modelo, trabajo para una empresa de fotografía y realizamos proyectos para El Corte Inglés, Zara, etc…”
- Vaya ¿Y por qué no había de creérmelo? ( le pregunté mientras cogía mi taza para ponerla debajo del surtidor de café).
- Hombre, no sé, la gente no se suele creer que sea modelo, no me preguntes por qué. ¿Leche?
- (Ay ay ay, que me pregunta si quiero leche, que me descontrolo…) Sí, pero fría, por favor. Pues vamos, si te soy sincero desde que te ví me imaginé que eras modelo. No sé, tienes un cuerpo bonito, es decir, tienes el típico cuerpo que se ve en los folletos de bañadores cuando llega el verano jejejejeje. Y además, la cara acompaña.
- ¿En los folletos de bañadores? Mira esto (En ese momento se acercó a la estantería que había detrás de la puerta, cogió un catálogo de ropa interior y me lo enseñó). ¿Te suena este tío?
- ¡Anda, si eres tú! Caray, veo que me he equivocado poco jejejejeje. La verdad es que no me extraña que seas modelo, con ese cuerpo la verdad es que te va como anillo al dedo.
- Joder, tío, gracias, me vas a sacar los colores (No, si encima de estar cañón iba a ser tímido… ¡Venga ya!) Pues yo me veo normal, no sé. A ver, sé que tengo buen cuerpo, sé que estoy bueno, pero que para mí no es nada del otro mundo, no me ha costado demasiado trabajo estar así. Vamos, que no le doy importancia.
- Pues mira, te voy a ser sincero. He ido muchos años a gimnasio, tengo bastantes amigos cachas, y la verdad es que la inmensa mayoría de los tíos que están buenos acaban siendo bastante gilipollas. Perdona, no va por ti, pero entiende que…
- Sí, tienes razón. Pero yo creo que eso va en la persona, si un tío es gilipollas lo será con buen cuerpo o cuerpo escombro… Aunque quizá tengas razón, teniendo buen cuerpo se creerá superior a los demás. Hay gente para todo. ¿Y tú, por qué no sigues yengo a gimnasio?
- Pues mira, entre el curro y el instituto por la tarde apenas me queda tiempo para nada. Y no creas, ganas no me faltan, sobre todo viendo tíos fibrados y cachas como tú. Me encantaría estar así, lo que pasa es que me falta tiempo, y muchas veces ganas.
- Mira tío, yo creo que lo tienes fácil. Estoy acostumbrado a ver a los chavales desde que entran en el gym hasta que salen meses después, y un tío con un físico como tú tiene mucho camino ganado para estar como yo. Un par de horas diarias y te pones que no veas.
- Ufff, un par de horas… ¿Y de donde las saco yo?
- A ver, tío, de donde quieras, pero quien algo quiere… A ver, levántate el polo.
¿Queeeeeee? ¿Que aquel maromazo me decía que me quitara el polo? Bueno, todo sería cuestión de que se asustara, porque entre mi pecho velludo y mi levísima barriguita producto de la inactividad…
“Mira tío, no estás mal, apenas tienes barriga. Unas cuantas semanas curtiéndote de abdominales y te pones como un toro” decía mientras pasaba la mano por mi estómago. No lo hacía con especial interés sexual, simplemente pasaba la mano, rozaba con los dedos el vello negro que lo cubría… y me empezaba a excitar y mucho. Al mismo tiempo me decía que lo pusiera duro y lo aflojara, comprobando la fuerza de mis abdominales. “No está mal, tienes una muy buena base para ponerte a tono en un añito. ¿Y de piernas como andas?”
Ay madre ¡Que me quiere ver las piernas! Pero no, se puso en cuclillas, y agarró con una mano mi gemelo izquierdo. “A ves, ponlo duro”, decía mientras apretaba la mano. “No está mal, no está mal. A ver los muslos…” Subió ambas manos y con ellas apretó mi muslo izquierdo, quedando su mano izquierda bastante cerca de mi inminentemente duro paquete. “Tienes unas piernas fuertes, tío, muy fuertes. Se nota que subir y bajar escaleras ayuda, eh” dijo mientras seguía agarrando y sobando mi muslo. “Debes tener unas piernas de futbolista super chulas. ¿Te importaría quitarte los pantalones? Va a resultar que subir y bajar escaleras es mejor que la bici o el fútbol jejejeje”.
Mis temores se cumplieron: quería verme las piernas. Y si digo temores es porque mi polla había pasado de estar morcillona a dura, y solo la contenía el pantalón. En el momento que me quitara el pantalón, en mi bóxer suelto se iba a dibujar una tienda de campaña imposible de superar. Pero él me sacó de mis pensamientos: “Venga, quítatelos, que estamos en confianza. Al fin y al cabo yo llevo en calzoncillos todo el rato”.
Y era verdad. Así que me dije ¡qué coño! Y, con las manos temblando de los nervios, me bajé los pantalones, me saqué las NB y después los pantalones, quedando en calcetines blancos y calzoncillos sueltos, tipo pantaloncito corto, con una más que evidente erección que él, para mi decepción, ignoró totalmente. Ya aproveché y me quité el polo ¿total? Y le dije “Así estamos en igualdad de condiciones, jejejeje. ¿Qué te parezco?”
“Pues tío, si te he de ser sincero, no estás nada mal. Tienes una muy buena base para hacerte una tableta de chocolate como esta, y tienes unas piernas que no desmerecen a las de un futbolista”. Dicho esto volvió a ponerse en cuclillas, y volvió a agarrarme el muslo, pero esta vez de más arriba, tanto que sus dedos se metían por dentro del pantaloncito corto que era mi calzoncillo. “A ver, ponla dura ahora”, decía mientras su mirada se escapaba unos segundos hacia mi paquete. Yo puse la pierna dura, apretando el muslo, y tras asentir con la cabeza se levantó y me dijo “Mira, mi trainer del gym haría maravillas contigo. Si quieres quedamos un día, te llevo, le conoces y habláis. Eres un cuerpazo en potencia, tío. Con esas piernas, y ese estómago… podrías tener unos abdominales como los míos.
“¿Cómo los tuyos? ¡Venga ya! Si eso debe ser de roca” le dije, y sin esperar a que me dijera nada fui yo el que comenzó a pasarle la mano por la tableta de chocolate. “Madre mía, tío, es que tienes un estómago perfecto” le dije mientras bajaba la mirada para descubrir que, lo que al principio era un paquete normal en un slip gris, ahora era una buena polla morcillona apuntando a la derecha que pedía a gritos salir. Así que yo decidí seguir adelante, subiendo una mano hacia los pectorales y pasándola por ellos, mientras con la otra me dedicaba a acariciarle el pezón.
“Madre mía, tío, qué bueno que estás” le dije mientras ya, sin ningún tipo de freno, acercaba mi boca para que sus labios la recibieran, y mi lengua se metía en aquella cavidad para encontrarse con una lengua dulce, muy dulce, de movimientos suaves que contrastaban con mis salvajes embestidas y que tenía un sabor de lo más indescriptible. Su aliento sabía de maravilla, notar su respiración en la mejilla me ponía a mil, y apretarme contra él para notar su pollón totalmente duro, y ya con la cabeza fuera del slip, me terminó de poner a mil.
Paró de besarme para decir “Perdona tío, pero cuando has venido estaba preparando mis cosas para irme. ¿Te importaría que siguiéramos otro día? Estoy muy cachondo, me pones a mil, pero tengo que salir de casa en diez minutos”. Aquellas palabras me dejaron descolocado, mis posibilidades de un polvazo con aquel modelo es esfumaban… y le dije “Ok. Pero déjame hacer antes una cosa”.
Volví a meter mi lengua en su boca, intentando beberme toda la saliva que tenía dentro, y sin dejarle tiempo para pensar me puse de rodillas, le bajé el calzoncillo y me metí aquella polla tan jugosa en la boca. Dios ¡Cómo me gustan las pollas que lubrican mucho! Y esta no paraba de soltar jugos. Jugos ricos, jugos que presagiaban una corrida ya cercana y de buen sabor. Fluidos preseminales que me ponen demasiado cachondo, y que hacen que no sea capaz de sacarme la polla de la boca, por lo que seguí comiéndole aquellos buenos 17cm de carne con toda mi mejor intención y asimismo con la mayor rapidez, ya que si se tenía que ir al menos quería que descargase en mi boca.
La mamada seguía a un ritmo frenético. Con una mano le pajeaba, con la otra le sobaba los huevos, cosa que parecía encantarle, y con la lengua recorría su capullo, consiguiendo que cerrara los ojos y se abandonara a mí. Su polla estaba durísima, parecía que no podía estarlo más, las venas se le marcaban de una forma exagerada, y él con su mano acompañaba a mi cabeza.
Empecé a notar como salía más líquido pre seminal que antes, y vi como apretaba los muslos. No tenía intención de sacarla de mi boca, pero él se encargó de dejármelo claro sujetándome la cabeza y ahogándome con su polla en la garganta. Cinco trallazos de lefa llenaron mi boca, de los cuales el primero casi llegó al estómago por la fuerza con que salió despedido. Aquella lefa tenía un sabor dulzón, nada desagradable, con esa característica que tiene la lefa de dejar el sabor en la garganta durante horas. Él me cogió de los sobacos, me puso de pie y, antes de que me dejara escupir su leche, me metió la lengua en la boca y me dio un morreo de lo más pausado en el que recogió todo lo que quedaba de su leche, para después llevársela a la boca. A mí me quedaba aún algo dentro, por lo que lo escupí en la pila y volví a morrearme con él otro poco.
Cuatro minutos habíamos tardado nada más. Breve, pero intenso. Pero ambos teníamos que hacer, él irse a currar y yo seguir con mi tarea. A toda velocidad me puse los pantalones y la deportiva izquierda, mientras que la derecha no aparecía por ningún sitio. “Huele bien”, me dijo por la espalda y cuando me giré vi algo que me la volvió a poner como una roca. Ahí tenía a aquel chulazo, ya con los vaqueros puestos pero sin abrochar, y con una camiseta en la mano, oliendo mi currada y levemente “aromática” zapa. El cabrón estaba esnifando el olor de mis pies, y aquello me confirmó que era un vicioso de tomo y lomo, y que tenía que volver a quedar con él.
“Bueno tío, no es por echarte, pero me tengo que ir. Tienes mi teléfono, así que espero que me llames esta tarde y vemos como quedar, porque me he quedado con ganas de ver lo que hay aquí” dijo mientras me sobaba mi aún dura polla por encima del pantalón. Nos volvimos a morrear una vez más, y salí de su casa para dejarle recoger.
Ya en la calle, e intentando retomar el hilo del curro, me di cuenta de una dolorosa realidad: tenía los huevos llenos de leche sin descargar. Lo que no sabía es que esa mañana no había terminado aún…