El lector de contadores (1)

Allí estaba yo, siguiendo a un guaperas de gimnasio tremendamente simpático, con una sonrisa preciosa, con una toalla blanca por única vestimenta...

ME VOY A PRESENTAR

Mi nombre es Joey. Para los españoles como yo, pronunciado suena “Yogüi”. Sí, exacto, como el adorable guaperas de Friends. Porque más o menos de ahí viene todo, de mi fanatismo por la susodicha serie de televisión y de, según mis amigos, supuesto parecido con ese personaje. No, no es en lo guapo, y creo que tampoco en lo ligón (¿O sí?), sino en que parece ser que muchas veces voy tan despistado por la vida que no me entero de lo que sucede a mi alrededor. Por otro lado, creo que es obvio que no ponga mi nombre de pila, todo sea que algún compañero lea esto y mañana sea el descojone de toda la oficina.

Como decía, no me considero guapo. Digamos que soy atractivo. Mido 1.75, peso 70kg, ojos verdes, pelo moreno rapadete con la parte de arriba de punta… vamos, como cualquier chaval de 22 años. Llevo perilla, lo que me hace más mayor… Aunque tampoco la necesito para parecerlo, porque de por sí siempre me echan algunos años más. Digo que tengo 22 y realmente estoy mintiendo: Tengo 25, lo que sucede es que estos relatos están ambientados en la época en que tenía 22 años, y he preferido contarlos como si se desarrollasen en la actualidad para evitar errores sintácticos.

Trabajo en una profesión que parece de lo más soso y aburrido, pero conforme se vayan publicando mis relatos y los vayáis leyendo (si es que os gustan, cosa que deseo fervientemente) comprenderéis que de sosa y aburrida, nada. Leo contadores de agua. Sí, yo soy uno de esos chavalitos que entran en tu casa cada dos meses, leen el contador de agua en un pis pas y se marchan en seguida al grito de “El aguaaaaaaa” por la escalera.  Vamos, que apenas os fijáis en nosotros. Pero si os detuviérais un poco, podríais ver que muchos de nosotros no estamos mal (no es por echarme flores, pero mal no estoy), que nuestros pantalones multibolsillos de color azul marino nos marcan un paquete y un culito de lo más rico… Y es que, hay que reconocerlo: el jodío pantalón azul marino que llevamos los lectores del agua, los del gas, los conserjes por las mañanas cuando están de limpieza, los mecánicos, y mogollón de currantes de todos los tipos, marca un paquetón y un culito que me vuelve loco. Si a mi morbo por los uniformes le añadimos la marcada de paquete y de culo, las botas de seguridad (cosas que tiene uno, le dan morbo también) y, en definitiva, todos los rasgos de un currante en plena faena, tenemos un cóctel que bien explotado puede llegar a ser explosivo. Y a tenor de las cosas que me han llegado a pasar, creo que no soy el único al que le van estos morbos.

UN DÍA CUALQUIERA

Como decía al comienzo, siempre he sido muy despistado y no me entero mucho de lo que sucede a mi alrededor. Hasta que no llevé unos cuantos meses trabajando en esto no me di cuenta de las enormes posibilidades que ofrecía. También pude ir descubriendo las decepciones que uno se podía llevar, e incluso podría contaros las tremendas metidas de pata que he tenido confundiendo a un hetero con un gay. Porque ya sabemos que un error lo tiene cualquiera, pero no podéis olvidar que en esos errores yo estaba metido en una casa ajena, y que estaba trabajando: un ligue mal escogido podía haberme puesto de patitas en la calle. Y es que todo tiene sus riesgos.

Para que os hagáis una idea, os voy a contar en qué consiste la jornada de trabajo de un lector de contadores. Realmente se trata de la cosa más sencilla del mundo: Una vez te han dado la lista de fincas en las que tienes que trabajar, vas a la zona y te dedicas a realizar tu trabajo como mejor sepas. Vamos, la cosa más tonta del mundo. Aunque por sencilla no es menos emocionante: A lo largo de 350 viviendas diarias no os podéis imaginar la cantidad de situaciones que se le llegan a plantear a uno. Sexuales, no sexuales, cómicas, trágicas, dantescas… Vamos, que si Berlanga siguiera vivo podría hacer una trilogía de películas de lo más divertidas. Y es que cada casa es un mundo; Nunca sabes quien está detrás de la puerta, si está realmente o nó, ni las intenciones que lleva. A mi me han acusado de robar (mentira, por supuesto), me han dado dos besos por ser “tan majo y tan simpático”, me han dejado encerrado para pegarme, me han envuelto una torrija en papel metálico para que no pasara hambre… de todo. Por supuesto, las cosas buenas superan con mucho a las malas, y al menos tenía un componente que a mí siempre me ha encantado: la emoción de que cada día es único.

INICIACIÓN: CHUECA

Hasta que yo me quise dar cuenta de las enormes posibilidades que mi trabajo me ofrecía, sexualmente hablando, pasaron bastantes meses. Siempre he vivido en mi mundo, y trabajando no iba a ser menos. Pero hubo un día que me marcó, y a partir de ahí decidí disfrutar de lo que pudiera presentarse, o al menos, de intentar disfrutarlo.

Recuerdo perfectamente aquel edificio; Está en Chueca, el madrileño barrio gay por excelencia, bien cerquita de la Plaza de Vázquez de Mella. Es un edificio antiquísimo, de esos de estructura de madera que con la rehabilitación ahora tienen también una estructura añadida de hierro, por aquello reforzar la estructura de madera y que no sea necesario derribar el edificio, por aquello del patrimonio arquitectónico. Por supuesto, sin ascensor, y con visos de seguir así muchos años. Debían ser en torno a las 11 de la mañana, porque recuerdo también que aún me quedaba más o menos la mitad del trabajo por realizar.  Como es natural, una vez había entrado dentro de la finca comencé a llamar a las viviendas de los pisos inferiores, para poco a poco ir ascendiendo. Todo sea por intentar cansarse lo menos posible, que la mañana es muy larga.

En el 4º piso no me contestó nadie; Hala, tres viviendas que se quedaban sin ver. Cuando estaba anotando los datos de la puerta de la izquierda, una voz masculina me preguntó que quién era. Yo dije que era el lector de los contadores, y él me dijo que estaba en la ducha, que no podía abrirme, que si no me importaba esperar cinco minutos. Ya que no llevaba especial prisa y que aún me quedaba una planta por trabajar, le dije que terminaría la finca y que a la bajada pasaría por su vivienda.

Yo seguí mi trabajo; Subí al 5º piso, corroboré que no vivía nadie (Si supierais la cantidad de viviendas vacías que hay en Madrid… ¡Y al precio que están los pisos!) y decidí bajar al 4º. Qué coño, yo tenía que seguir trabajando, y si no podía entrar para tomar la lectura que se fastidiara y llamara él mismo por teléfono cuando terminase.

Volví a llamar, y me abrió un tío guapísimo. Vamos, como pocos puede ver uno a diario. Quizá esté exagerando un poco, porque ahora, y con la perspectiva que dan los años, uno no le da tanta importancia a esas cosas, pero el caso es que allí estaba el que en ese momento me parecía un Dios recién llegado del cielo por vía acuática. Cara bonita con las facciones muy marcadas, pelo rapado a los lados y arriba un poco más largo para ponérselo de punta, dos pectorales bien duros coronados por dos pezones tremendamente grandes y duros, una tableta de chocolate en la que uno podría entretenerse durante horas… y una toalla anudada a la cintura que tapaba lo poco que me faltaba por ver, dejándome únicamente a la vista dos pantorrillas de futbolista y unos pies preciosos que me habría encantado ver más de cerca. Decía que parecía un Dios recién llegado del cielo por vía acuática, y esto es porque montones de gotitas de agua salpicaban ese escultural cuerpo, producto de horas y horas en el gimnasio y también de bastantes batidos de proteínas. ¡Ay, ay, ay, pero qué bueno está!

-          ¡Hola tío! Perdona que no te haya abierto antes, pero me has pillado en la ducha y no me era posible…

-          Tranquilo, que no pasa nada (decía yo intentando fijarme únicamente en el camino a la cocina para poder tomar la lectura del contador). Lo cierto es que pude seguir trabajando mientras tú te duchabas. La cocina está por este pasillo ¿verdad?

-          Sí, pasa, pasa.

Allí estaba yo, siguiendo a un guaperas de gimnasio tremendamente simpático, con una sonrisa preciosa, con una toalla blanca por única vestimenta y con gotitas de agua recorriendo toda su fabulosa anatomía y que invitaban a ser lamidas.

-          Ahí está, debajo del fregadero.

-          Sí, gracias (Una vez tomada la lectura, me levanté y me dispuse a irme). Bueno, perdona por haberte sacado de la ducha.

-          No, tranquilo, perdón por haberte hecho esperar y gracias por haberlo hecho. Aunque seguro que hubieras preferido que en lugar de abrirte yo lo hubiera hecho una mujer…

No se si fue que dejó la frase ahí colgando, o quizá que lo dijera con una onrisa socarrona, o que me mirara con aquellos ojos verdes tan brillantes… pero me pareció ver una segunda intención en aquellas palabras. ¿Qué esperaba que le dijera?¿Que no, que prefería mil veces que me abriera él antes que cualquier tía por muy cachonda y en pelotas que estuviera?¿Que lo que deseaba era que abriera su toalla y nos pegásemos un filete de esos de película? Lo cierto es que nunca pude confirmar qué respuesta le hubiera gustado escuchar, ya que las cosas sucedieron de otro modo…

-          Que va, tío, si la verdad es que me da un poco lo mismo, cuando uno está trabajando apenas se fija en esas cosas…

Gilipollas. La palabra que estáis buscando es gilipollas. Y esa palabra se repitió en mi mente unas cuantas veces a lo largo de la mañana. Porque yo me sentí un completo gilipollas, y el muchacho se me quedó mirando con cara de estar pensando “vaya, este es hetero”. Y no, buenas ganas tenía yo de haberme pegado un buen filete con él.

-          Bueno, pues nada, sigo trabajando. ¡Hasta la próxima!

-          Adiós, que te vaya bien.

¿Por qué no le eché un par de huevos y le dije lo que de verdad quería? En lugar de estar comiéndome la cabeza podría estar comiéndole esos increíbles pezones que tan crecidos estaban a causa del frío por haber salido de la ducha. “Ay, esto no me puede volver a pasar. En la vida se me vuelve a escapar un maromo así. Porque está claro que tenía ganas de pasar un rato contigo, y vas tú y le dices que estás trabajando. Imbécil…”

En esta ocasión estuve muy cortado, pero no podemos olvidar que era un pipiolo y que, no me canso de decirlo, peco de tímido. Bueno, ahora no tanto, porque si este curro me ha enseñado algo es que quien quiere peces tiene que mojarse el culo. Y siendo tímido no se consigue nada, así que poco a poco fui aprendiendo a cambiar mi actitud, a observar los comportamientos de la gente y a intentar aprovechar las oportunidades que se me presentaban. No fue fácil; Tuve muchos cortes, muchos desengaños, y alguna que otra situación incómoda… pero también pasé buenos ratos, eché muy buenos polvos y hoy, que ya no me dedico a esto, puedo decir: Que me quiten lo bailao.

No quería que en este relato hubiera sexo; Simplemente quería establecer una toma de contacto con vosotros, que os imaginéis por donde van a ir los derroteros y que deis oportunidad a uno o dos relatos más para decidir si os gustan o no. Creedme: Habrá sexo, y del bueno. Por favor, agradecería un montón las valoraciones, comentarios y sugerencias.

¡Gracias!