El Largo Camino a Casa
Un atleta vive su peor pesadilla cuando una broma pesada le hace regresar a casa desnudo. Las experiencias que viva en el largo camino a casa le dejarán marcado por mucho tiempo...
Cuando desperté, me sentía mareado y desorientado. Lo último que recordaba era el que me había acercado a Sami en el bar, ese perdedor que conocía desde inicios de semestre, quien había accedido a invitarme unas cuantas cervezas sin que requiriera mucha persuasión (o al menos, menos de la usual). No podía recordar mucho más después de aquello, fuera de breves imágenes que vinieron a mi mente... seguía tomando... salíamos del bar, apoyando mis 85 kilos de peso contra su debilucho cuerpo... y después... ¿Qué pasó después?
Mire a mí alrededor. Me encontraba en un área verde, tirado en el piso y completamente desnudo. La ausencia de mi ropa me alarmó, y pese a que busqué con desesperación no pude encontrar ni siquiera un solo calcetín, lo cual significaba que aquél cuatro ojos maricón se la había llevado. El pensamiento me aterró, porque si eso había hecho entonces sin duda habría visto... mi pequeño secreto.
Desde pequeño fui muy activo, alentado por mi familia el deporte ha sido mi pasión: tenis, básquet, béisbol... pero el fútbol americano siempre fue mi favorito. Fui uno de los primeros en iniciar la pubertad entre mis compañeros, y siempre que podía usaba shorts para presumir el vello que en mis piernas crecía. Era motivo de orgullo, una especie de muestra de mi hombría, y cualquiera que se atrevía a cuestionarla pronto descubría que los músculos de mis brazos también se habían desarrollado. Pero hubo un área que no se desarrolló como las demás, y ello me ha causado una profunda consternación en mi vida: mi pene no parecía aumentar significativamente de tamaño.
Ciertamente había crecido desde que inicie la pubertad, pero no como yo había esperado que lo hiciera. Todos los días al salir de la escuela y llegar a la casa me encerraba en la habitación, agarraba una regla y tras poner erecto a mi miembro medía obsesivamente su progreso, esperando ansiosamente el día en que llegara a los dos dígitos. A la fecha aún lo espero.
Ese era mi pequeño secreto. A los dieciocho años nadie lo sabía, ni siquiera las novias que he tenido en el pasado, aunque la ausencia de penetración me ganó la fama de ser un amante tierno y todo un profesional en lo que respecta al sexo oral femenino. Pero ahora… el cerebrito lo sabía también. Hice una mueca al imaginar el momento en que, estando yo inconsciente, Sami me bajó los bóxers y se encontró con mi hombría… al menos tenía el consuelo de que al estar flácido, mi miembro podía hacerse pasar por uno de tamaño normal.
¡O al menos eso pensé! Cuál no era mi sorpresa al descubrir la tremenda erección que tenía. Supongo no es anormal tener una al despertar, pero mi pene estaba tan tieso que incluso me llegaba a doler ligeramente. Los nueve centímetros y medio se encontraban perpendiculares a mi cuerpo en toda su gloria y se obstinaban en amainar a pesar de lo desagradable de mi situación. Había algo inusual acerca de esta furiosa erección… en mis nebulosos recuerdos de la noche anterior, me parecía recordar un sabor curioso en mi bebida, aunque ello no me detuvo de acabármela. ¿Sería posible que aquel perdedor hubiese puesto algo en ella?
Poco a poco, comencé a caer en cuenta de la gravedad de mi situación. Me encontraba total y completamente desnudo a campo abierto en un lugar desconocido, que podía tratarse de cualquier lugar de entre las áreas verdes de los alrededores de la ciudad. No tenía mi celular ni ningún otro medio de comunicación, y mi erección no parecía fuera a desaparecer pronto. Lo peor de todo era que si acaso llegaba a encontrarme con alguien arriesgaba a que se supiera lo reducido de mi miembro. La ciudad en la que vivo no es grande, y sin hacer mucho alarde soy bien conocido por mi participación en el equipo local de fútbol… prácticamente cualquier persona me reconocería, y el rumor no tardaría en esparcirse por todas partes. Mi reputación quedaría absolutamente arruinada.
Nerviosamente investigué los alrededores. No encontré algo que me sirviera para taparme, pero finalmente supe mi localización general: me encontraba en el mirador de una peña desde la cual podía observarse la ciudad a mis pies. Tendría que bajar por un camino pedregoso y luego escabullirme entre algunas callejuelas y calles para llegar a mi casa, pero por suerte no tendría que pasar por alguna avenida importante o el centro de la ciudad. Conocía el camino, y ello me sería útil en sobremanera.
Cerca de mi ubicación encontré una vereda que sabía conducía a la ciudad. Probablemente fue la que tomó Sami cuando me arrastró para acá, pero simplemente no podía imaginar cómo podría haberlo hecho, aún caminando borracho con él. No era un camino particularmente transitado, pero tampoco estaba abandonado… decidí caminar paralelo a él a través de la maleza, con lo cual me aseguraría de seguir el camino correcto y aún así tener oportunidad de esconderme en caso de toparme con alguien en el camino, aunque tendría que andar con cuidado para no lastimarme los pies descalzos.
Llevaba una media hora de lento camino sin escuchar indicio alguno de civilización y comenzaba a considerar caminar directamente sobre la vereda cuando escuché los pasos de alguien acercarse. Rápidamente me interné más en la maleza de la orilla del camino, tumbándome pecho tierra y rogando al cielo fuera suficiente para pasar desapercibido; los pesados pasos se escuchaban cada vez más cerca, a juzgar por su ritmo se trataba de alguien trotando por la vereda por lo que sin duda pasaría de prisa sin verme.
Contuve la respiración y pegué la cabeza al suelo sin atreverme a mirar. Pat, pat… pat, pat… pat, pat… los pasos se escuchaban más y más cerca. ¿Qué sería si la maleza no era lo suficientemente espesa? Quizá al pasar podría ver mis blancas nalgas asomándose a orilla del camino. Sin duda pensaría que soy un pervertido, más aún con la erección que tengo. Está cerca… está a punto de pasar… apreté los ojos…
Pat, pat… pat, pat… las pisadas comenzaron a alejarse poco a poco. Pasó de largo sin verme, ni siquiera había bajado el ritmo. Solté el aire que había estado conteniendo y relajé mis músculos; no había estado cerca, pero aún así me sentía estresado.
Súbitamente escuché el sonido de la hierba al moverse en mi dirección. Quedé congelado. ¿Acaso había regresado? No me atreví a alzar la cabeza para verlo, pese a que podía sentir su presencia cerca. Paró a mi lado, y comenzó a caminar lentamente en círculos a mí alrededor. Aunque no lo veía, podía sentir su mirada, silenciosa y juiciosa; no podía soportarla.
Y entonces lamió mi culo.
Salté sobresaltado. En un instante me olvidé de mis esfuerzos por mantenerme quieto y silencioso y giré alarmado a ver a mi acosador… un perro labrador que me miraba feliz y con mirada boba. El can jadeaba contento y me contempló con curiosidad. Yo me había quedado mudo y lo contemplaba asombrado. Sin previo aviso el perro comenzó a ladrar fuertemente, lo me sacó de mi estupor y me hizo reaccionar finalmente.
“¿Rocko? ¡Eh, Rocko! ¿Dónde te metiste?” Giré en dirección a la voz. El corredor que hacía unos momentos había pasado de largo regresaba buscando a su perro. Me tiré al piso pecho tierra nuevamente, pero el estúpido perro no dejaba de olisquearme y por más gestos que le hacía no se iba de mi lado. Horrorizado, me di cuenta que el perro guiaría a su amo directo a mí, aún si me internara más profundamente en el bosque.
No lo pensé, tomé una decisión. De un salto me puse de pie y salí a la vereda; el retorcido camino no era una línea recta y el dueño no estaba a la vista aún, pero le escuchaba muy cerca, bajando por una vuelta en el camino. Corrí pendiente abajo en dirección opuesta, rumbo a la ciudad, buscando poner la mayor distancia posible entre él y yo, el perro corriendo a mi lado. Cuando me había alejado alrededor de 100 metros, escuché que el corredor gritó asombrado a mis espaldas.
“¡¡OYE!! ¡¡HEY, TÚ!!”
No voltee a mirarlo. Mi plan dependía de que no me reconociera de espaldas, sin contar con que no me siguiera; yo soy un corredor bastante veloz, pero descalzo en camino pedregoso y corriendo con una erección no podía hacerlo demasiado rápido. Mi pequeño pene se azotaba contra mis piernas, haciendo un sonido obsceno de carne contra carne. No dejé de correr, rogando no encontrarme a nadie más camino abajo; el perro eventualmente se cansó de seguirme, y tras diez minutos de veloz descenso yo también paré, seguro de no estar siendo seguido.
Tomé profundas bocanadas de aire. Pese a estar en forma, el terror y el nerviosismo que de mí se habían apoderado hacían que respirara agitado y que mi cuerpo entero estuviera cubierto de sudor frío. No creo que ese corredor me haya reconocido por mi espalda y culo aunque hayamos estado a relativa poca distancia.
Una vez normalizada mi respiración, continué mi camino a orillas de la vereda rumbo a la ciudad, la cual ya se encontraba muy cerca. Si algo bueno había traído mi desventura es que me había acercado a casa, pero fuera de eso me sentía profundamente inquieto, aún más de lo que ya estaba si tal cosa fuese posible. Quizá hay quienes se sienten cómodos y a gusto con su cuerpo, y ese sería yo también… pero cuando tu hombría no supera el tamaño de un niño que apenas comienza la pubertad, uno no puede evitar sentirse mal por ello.
Finalmente llegué al lugar que quería, y sin embargo temía. Al avanzar, el bosque se había hecho cada vez menos y menos frondoso y con ello yo me movía más lenta y cuidadosamente, hasta que abruptamente el pasto era cortado por pavimento. Era una calle cerrada a orillas de la ciudad donde daba comienzo la vereda por la que había descendido. La calle estaba flanqueada por grandes casas modernas, con altas bardas que impedían la vista hacia adentro… o hacia afuera. La ciudad se ha expandido más y más, y éstas, las casas a orillas del bosque, son las más recientes adiciones a la mancha urbana que devora el área del bosque.
Ahora me enfrentaba al dilema que intencionalmente había evitado pensar durante mi camino: cómo proceder. Salir de la relativa seguridad del frondoso bosque me expondría por completo, pero no veía forma de evitarlo. Para llegar a mi casa tenía que adentrarme a la ciudad, en dirección al centro, donde las casas son menos acaudaladas que estas. Aquí no veía un alma a la redonda, no eran calles donde la gente solía transitar caminando, pero siempre existía esa posibilidad.
Observé con detenimiento la calle buscando objetos que podrían servirme en mi trayecto. Había buzones en las esquinas, algunos tupidos arbustos cuidadosamente cortados, y también gruesos botes de basura generosamente colocados a lo largo de la calle. No ofrecían la gran protección, pero si a eso se le suma la ausencia de personas en la calle era posible que pudiera salir bien librado… sin mencionar que en realidad no tenía opción. Podía arriesgarme, o quedarme en mi lugar esperando que algo cambiara. Por un momento consideré esperar a que cayese la noche, utilizar la oscuridad para cubrirme, pero sabía que esa no era una opción: tenía que llegar a casa antes del mediodía para adelantarme a mi familia, mis padres en particular estarían al pendiente y podrían causar una escena que justamente quería evitar.
Aún tardé diez minutos más en decidirme, tiempo en el cual no vi a nadie pasar. Con un horrible sentimiento en la boca de mi estómago, me alcé del pasto y corrí en línea recta a unos arbustos a orilla de una casa. En mi nueva posición escanee los alrededores y al no detectar movimiento, hice el salto a un bote de basura, a una banca, otro arbusto, y a un buzón de correos
Como he mencionado antes, mi ciudad no es de gran tamaño. De vez en cuando tuve que lanzarme y pegarme al piso bajo una banca cuando algún carro pasaba, y a momentos necesitaba quedarme quieto por largos minutos detrás de enormes botes de basura en lo que un transeúnte pasaba a paso flojo frente a mí. En todo momento, aún mientras corría, me cubría el frente para tapar mi erección que en la última hora seguía presente y tan fuerte como en un inicio.
Las casas grandes de la periferia dieron paso a casas más viejas y calles más descuidadas del centro de la ciudad. Si en las anteriores me había encontrado a pocos peatones, estas calles, con sus baches y postes de luz dañados eran aún menos frecuentadas. No sentí alivio por ello.
Me encontraba ya a tan solo tres cuadras de mi casa cuando aquello sucedió. Tras asomarme en una esquina y ver el camino despejado, la crucé y me lancé al piso donde había un montón de bolsas de basura apiladas. No ofrecían gran protección, pero el sentirme tan cerca de casa y en área bien conocida por mí me había envalentonado y estaba siendo más descuidado. Apenas había comenzado a planear cuál sería mi siguiente movimiento cuando escuché las pisadas de un grupo de personas que se acercaban corriendo.
Miré alrededor desesperado. Aún no tenía pensado dónde me habría de esconder después de las bolsas de basura, y ahora que me sentía amenazado me daba cuenta que las bolsas no serían ni cercanamente suficientes para cubrirme y pasar desapercibido. Las personas venían a mis espaldas por la esquina por la que acababa de girar, y frente a mí había una calle larga y sin lugares obvios para cubrirse. Aquí no podía correr desesperado como hice en el bosque, llamaría la atención y la posibilidad de encontrarme a alguien más era demasiado alta.
En mi desesperación intenté saltar una de las bardas que flanqueaban la calle. Sabía que había una casa abandonada desde hacía muchos años del otro lado, más la barda no era pequeña y haría mucho ruido al intentar escalarla. Me aferré al borde e intenté impulsarme inútilmente, mis piernas pateaban al aire y mis brazos se esforzaban por levantarme. Entre mis patadas desesperadas, mi pie encontró un agujero en la barda de madera del cual apoyarme, y gracias a él y a la adrenalina es que finalmente pude saltar al otro lado.
Me tiré al piso mirando hacia el cielo, sudando frío. Mis dientes castañeaban, no podía detenerlos, un hormigueo recorría mi cuerpo entero. Intenté recuperar el aliento.
“¿Quién era? Sé que vino el ruido de por aquí”; me sobresalte al escuchar una voz muy joven a mi lado, pero me tranquilicé al comprender que estaban del otro lado de la barda que acababa de saltar. Creo que no me vieron cruzarla, y a juzgar por sus voces chillonas, debían ser chicos en inicios de la pubertad que seguro se habían escapado de la escuela por el día de hoy para hacer travesuras. Dios sabía que yo había hecho lo mismo a su edad.
“Quizá un gato”, otro chico con voz gangosa sugirió.
“No, fue demasiado escandaloso; había alguien por aquí y salió corriendo cuando nos acer…”
“¡EHH! ¡ACÁ ESTÁ, ESTA DESNUDO!”
El grito hizo que saliera de mi estupor. Miré aterrado la barda de madera y vi un ojo asomándose por la pequeña ranura que me había ayudado a apoyar el pie para cruzar. El ojo se movía rápidamente de un lado a otro, como si escaneara mi cuerpo desnudo tirado en el piso. El dueño del ojo fue empujado a un lado por alguno de sus compañeros quien tomó su posición y comenzó a mirarme sorprendido a través de la pequeña abertura.
“¡Woah! ¡La trae parada! ¡¿Eh, pervertido, qué estás haciendo?!”
No me llamó por mi nombre, una parte de mi mente pensó, quizá no me reconoce o posiblemente no alcanza a ver mi rostro por ese agujero. Pero me habían visto, y eso era ya bastante malo. Sin alzarme empecé a echarme para atrás, alejándome del agujero como un cangrejo. Una vez que estuve seguro que estaba fuera de su rango de visión, me levanté y eché a correr rumbo a la vieja casa.
La destartalada casa había sido abandonada hacía al menos diez años. La conocía bien por haber sido escenario de muchas de mis desventuras de adolescencia, cuando yo y mis amigos nos solíamos colar a ella por un agujero en un costado de la casa para beber y fumar porros en secreto.
Apenas encontré el lugar de aquella abertura me lancé sobre ella. Era un agujero en la pared de concreto de unos 35 centímetros de ancho a la altura de mis rodillas, por el cual fácilmente me había deslizado cuando era más chico, pero que ahora se me estaba dificultando. Encogiendo los hombros, me hice más chico y me arrastré como gusano hacia el interior intentando llegar a la relativa seguridad de la casa. Mi cabeza ya se encontraba del otro lado, pero mis brazos, pegados a mi cuerpo, no me permitían seguir avanzando. Jadeante, intenté seguir avanzando hasta que descubrí con horror que estaba atorado.
La mitad inferior de mi cuerpo seguía en el exterior de la casa, expuesta, mientras que mi torso estaba atorado en la abertura. Moví las piernas desesperado, intentando zafarme, hasta que repentinamente sentí una fuerte nalgada.
“Oye, como que estás muy grande para jugar en estos escondites, ¿no?”, otro azote, y muchas risotadas. De alguna forma los pubertos habían saltado la barda y me habían encontrado en mi intento por ingresar a la casa. Patalee con desesperación en todas direcciones.
“¡Hey, hey, tranquilo viejo! No hay por qué ponerse así”
“Oye Rulo, tenías razón, ¡La tiene bien dura!”
“¿Será que le gusta eso?”
“Para mí que es un pervertido”
“¿Ya le viste el tamaño?
“Woah… ¡esa cosa es del tamaño de un niño!”
Me ponía rojo al escuchar como hablaban de mí y de mi miembro como si no estuviera presente. Sus voces se escuchaban apagadas a través de la pared, había al menos tres o cuatro de ellos. Si no fuera por lo que sea que el perdedor aquel puso en mi bebida, seguro mi pene se habría encogido de la vergüenza… afuera seguían discutiendo.
“¡Claro que sí tengo el doble de tamaño!”
“Está bien que esta chica, pero no creo que tanto…”
“Y te digo que… oye, Rulo, ¿traes regla en tu mochila?”
Mi protesta silenciosa comenzó nuevamente, comencé a patear a diestra y siniestra ¡Ni hablar, ningún niño con apenas dos pelos en las bolas iba a medir mi verga!
“¡Agárralo, Aron!”
Me agarraron entre dos, uno de cada pierna, pero había dejado de poner resistencia. El nombre que dijo… ¿Aron? ¿Sería posible que Aron estuviera ahí? Mi hermano era de la misma edad que estos muchachos, pero de cualquier manera, me costaba pensar que él estuviera ahí y fuera parte de mis atormentadores aunque lo hiciera sin saberlo.
A sus catorce años, Aron estaba tan obsesionado por el deporte como el resto de mi familia. A diferencia mía, lo suyo era el fútbol, lo que le había dado un cuerpo más delgado y piernas fuertes, pero fuera de eso es físicamente muy similar a mí, como una versión en miniatura. Peleábamos como cualquier par de hermanos, pero había notado que en cierta forma me emula y me parece hasta admira. Ciertamente jamás estaría haciendo algo como esto si supiera yo soy la víctima.
Una mano desconocida me tomó firmemente de la verga, haciéndome respingar. La mano pequeña me cubría por completo, hecho que no pasó desapercibido por los burlones niños, y abrió el puño para poner lo que sólo podía asumir era la regla. Dejé caer la cabeza humillado. ¿Y si fuera mi propio hermano quien me estuviese tocando de manera tan íntima?
“¡Ocho centímetros!”, anunció uno de los chicos, triunfante. No es verdad, quería gritarles, no es verdad, son nueve centímetros y medio... nueve y medio…
“¿Qué les dije? Ni a la mitad me llega... ”
“Como si fuera el gran logro, con qué te comparas”, le interrumpió el chico de voz gangosa. Mi orgullo de macho estaba siendo herido profundamente por estos chicos que apenas iniciaban la pubertad. El último comentario del chico hizo que se reanudara la discusión entre ellos, hasta que finalmente decidieron resolver su conflicto midiéndose ellos mismos.
Sonidos de braguetas al abrirse, comentarios burlones de unos a otros, un silencio incómodo y el inconfundible sonido de manos moviéndose sobre carne. Creo que buscaban tener una erección para medirse y compararse a mí.
Al final, resultó ser que solo uno de ellos tenía mal del doble de mi tamaño: Aron, mi propio hermano. Si la vergüenza y la humillación no habían sido suficientes hasta ahora, esto seguro lo superaba. ¿Cómo podía ser posible que alguien con mi misma sangre pudiera haberse visto bendecido de aquella manera? ¿Es que acaso el tamaño que me faltaba había pasado a él, dándole un pene inusualmente grande para su edad? Sentí coraje, e incluso resentimiento hacia mi hermano, como si fuese su culpa que mi propio miembro me hubiera traicionado e impedido ser el hombre que quiero ser.
Los otros chicos aceptaron a regañadientes la victoria de Aron y comenzaron a discutir qué hacer conmigo. A momentos bajaban la voz, lo que me impedía escuchar sus discusiones; finalmente parecieron llegar a un acuerdo con respecto a cualesquiera que fuera la discusión que tenían y uno de ellos comenzó a rebuscar en su mochila hasta que sacó algo de ella. Temía lo que venía.
Sentí algo frío y húmedo, como la nariz de un perro, en mis nalgas. Estuve unos segundos preguntándome de qué se trataba hasta que reconocí que se trataba de un marcador, con el que seguramente estaban marcando mi culo usándolo como si fuera un lienzo en el cual podían dibujar a su antojo. Me concentré en sentir los trazos y tratar de encontrarle sentido a los patrones circulares que hacían para identificar qué es lo que tramaban, pero para mí consternación no podía identificarlos y no sospechaba lo que tramaban.
Unos minutos después, el “artista” aparentemente dio por terminada su obra, e inmediatamente escuché para mi sorpresa que caminaban alejándose de mí, riendo por lo bajo. ¿Habían acabado conmigo, finalmente me dejarían en paz? Ciertamente no me quejaría por ello, pero no podía negar que me desconcertaba.
¡CRACK!
Al momento del golpe, no pude contener el aullido de dolor que salió de mí, sorprendido. Algo me había azotado directamente en las nalgas con gran fuerza, y siendo que no podía moverme mucho en mi posición actual recibí el golpe de lleno en ellas.
Un minuto pasó, y recibí un nuevo y muy doloroso golpe en ellas. Otro más, y otro, y otro, aproximadamente cada minuto recibía un nuevo golpe que variaba en intensidad y no siempre me pegaba directamente en las nalgas, unas pocas veces me golpeaba en las piernas, y en algunas ocasiones ni siquiera recibía yo el azote, sino que éste era recibido por la pared de la casa, retumbando ésta con cada golpe. Comencé a sospechar el sádico juego que los niños se tenían entre manos: lo que habían dibujado en mi trasero se trataba ni más ni menos que de una diana de tiro, la cual ahora usaban para practicar sus cañonazos con el balón de fútbol.
Desde el primer tiro renové mis esfuerzos por escapar, intentando infructuosamente cubrirme con los pies para protegerme de los balonazos que tiraban con gran fuerza. La pandilla no me daba tregua y lanzaban tiro tras tiro con gran precisión, ya dándome en la nalga izquierda, ya en la derecha, a veces justo en el centro. El dolor se estaba haciendo insoportable y no podía sacar las manos para por lo menos frotarme para darme alivio.
No sé cuánto tiempo pasé como su blanco de tiro, pero yo sentía que había pasado una hora para cuando finalmente se detuvieron. Sentía que mi culo irradiaba calor, estaban los glúteos al rojo vivo tras haber recibido tal ataque y me dolían como cuando era niño y había recibido azotes constantes de mi padre. Sentí la presencia del grupo cerca de mí e hice una mueca de dolor cuando uno de ellos tocó mi rabo, comprobando su estado.
“Vaya, realmente se le puso rojo. ¿Ya viste?”
Cuchicheaban emocionados entre ellos. Me dio la impresión sólo habían parado porque se habían cansado, y no por cualquier remordimiento de conciencia que podrían haber sentido. Por mi parte me encontraba sudado, cansado, humillado y adolorido, rogaba porque mi suplicio acabara y quizá, sólo quizá, se cumpliría mi deseo:
“... ya son casi las 12. Tengo que regresar antes de que se den cuenta que no estoy en clases”.
“Y yo”.
“Mm... supongo yo también. ¿Vamos a dejarlo así?”
“Sí, ya encontrará la manera de salir de ahí. Aunque… ”, rió para sí mismo. La risa no me gustó en lo absoluto. Por lo que alcanzaba a oír hurgaba en la tierra y con un gruñido arrancó algo de ella. “... creo que haría un buen florero, ¿no creen?”
Se acercó a mí y separó mis nalgas. Si era posible, mi vergüenza aumentó con el hecho, sentí como me ruborizaba del rostro. Nunca nadie me había visto en un área tan privada. El chico no parecía tener vergüenza. No perdió tiempo en apoyar contra mi entrada el tallo de lo que asumí eran unas plantas recién arrancadas que se sentían frescas como la tierra, las cuales empujó para que entraran sin mucha resistencia por la misma delgadez del tallo.
Los demás presentes estallaron en carcajadas. Supongo que la visión de un culo surgiendo de una pared, rojo y decorado por flores era realmente ridícula, todo esto sin mencionar por la terca y patética erección. Cerré los ojos con fuerza, deseando que acabara mi pesadilla. Este grupo realmente sabía cómo denigrarme cada vez más, especialmente cada vez que pensaba que ya no era posible.
Cuando se hubieron cansado de burlarse me dejaron a mi suerte al fin, dándome cada uno de ellos una nalgada al pasar. Pese a ellas me sentía aliviado pues parecía que mi suplicio llegaba a su fin. Aún no sabía cómo haría para escapar de la pared, pero confiaba que al menos teniendo la tranquilidad de no verme atacado podría pensar en algo.
Con esfuerzo pude expulsé como pude las flores de mi interior. Los siguientes cinco minutos me dediqué exclusivamente a intentar mover hombros y brazos, intentando retroceder. Salir sería mucho más sencillo que entrar, sólo era cuestión de tiempo antes de que pudiera librarme. Súbitamente me detuve. Me pareció escuchar pisadas cerca de mí.
No me había equivocado. ¿Habrían regresado o… se trataba de alguien más? Estaba nervioso nuevamente y quise volver a intentar introducirme en la abertura, pero sabía que era demasiado tarde, sentía una presencia justo detrás mío.
Supongo que los movimientos que realicé sólo debieron haber entusiasmado aún más a mi visitante (¿visitantes?), quien silenciosamente posó sus manos en mis todavía adoloridos glúteos. Algo en su tacto heló mi sangre. Las intenciones de la persona me asustaron.
Las acarició. Aún no podía creer lo que estaba ocurriendo, aquella persona me estaba agarrando de forma descarada y las acariciaba como si se trataran de las de una mujer. Sentí ganas de vomitar. Si antes me había movido violentamente ahora lo hice con más ahínco, retorciéndome salvajemente de un lado a otro lo más que podía en un esfuerzo inútil por escapar. Aquel pervertido me tenía como él quería.
Mi victimario no perdió tiempo en ir directo a su objetivo. Con una mano separó mis nalgas, tras lo cual escupió en su mano y lo frotó toscamente contra mi agujero. Sin mayor ceremonia comenzó a hurgar dentro de mí con uno de sus dedos. Me había puesto rojo de la ira, la denigración estaba yendo demasiado lejos.
“¡¡TE VOY A MATAR, HIJO DE PERRA!!”, vociferé, sin importarme reconociera mi voz. El eco retumbó en la casa y la persona se detuvo, uno de sus dedos dentro de mí hasta el primer nudillo. Pero inmediatamente reanudó sus operaciones, como si no hubiera escuchado nada. Bufé, grité y le insulté de maneras que jamás había hecho antes.
Un dedo dio paso a dos, bien ensalivados. Era incómodo y doloroso, jamás había tenido una experiencia como esta ni tenía la más mínima intención de tenerla, y la persona no estaba siendo exactamente gentil conmigo. Sentía un profundo odio, no solo por él, sino por mí mismo. ¿Por qué tenía aún una erección? ¿Qué diablos tenía mi cuerpo, cómo era posible que no respondiera de la manera en que yo quería que lo hiciera? Una parte de mí estaba consciente que no se trataba más que de una reacción involuntaria producto de la droga, pero de cualquier forma sentía que mi cuerpo debería ser capaz de luchar contra eso, de obedecerme. Quizá el puto creía que me gustaba.
Cuando retiró los dedos no sentí alivio, porque sabía lo que significaba. Efectivamente, pronto estos fueron reemplazados por algo de mayor tamaño que se apoyó contra mi entrada. Gruñí y apreté el culo, empeñado en evitar su acceso. No lo haría, no podría…
El hombre a mis espaldas empezó a dar estocadas, con mi ano como su objetivo. Mis esfuerzos no le disuadieron en lo absoluto, al contrario, parecían alentarlo a intentarlo con más fuerza y dedicación; yo no tenía oportunidad, era solo una cuestión de tiempo pero primero muerto se lo haría sencillo. Poco a poco, la verga comenzó a hacerse paso a través de mis labios anales, su gruesa cabeza haciéndome daño a su paso. Apreté los dientes.
Y entró. Y me dolió el alma. Quiero poder decir que me mantuve estoico, sólo gruñendo pero tomándolo como el macho que soy, pero no fue así. La verdad es que estalle en un llanto desconsolado, una parte por el dolor, otra parte por la humillación. Al ser sodomizado por aquella persona sentí que mi hombría escapaba de mí, que dejaba de ser el macho que siempre me había sentido y salía a flor de piel todas aquellas inseguridades que vivían dentro de mí, silenciosas y solitarias. Aquel hombre me poseía como si yo fuera menos que él, me cogía de una manera que yo jamás había podido hacer con otra persona. Y fue por eso que sollocé como nunca, un adulto llorando a moco tendido.
Si mi victimario se enteró de algo de eso no dio señales de ello. Las embestidas continuaron sin tregua una tras otra, taladrándome el culo como si no hubiera mañana; el dolor era horrible, sentía que me estaba dejando abierto y que jamás volvería a ser el mismo (y en cierta forma, aún lo creo). Su miembro no dejaba de entrar y salir con gran velocidad, y yo moqueaba como un niño, sin poder respirar ni dejar de llorar.
Repentinamente aumentó su ya de por sí acelerado ritmo. Me agarró de las caderas y me movía adelante y atrás lo poco que podía, haciendo que me magullara de brazos y hombros. Se movía con gran velocidad, sacando su miembro por completo de mí y metiéndomelo hasta el fondo, haciéndome aullar del dolor. Él mismo dio un gruñido, tras lo cual sentí con asco que llenaba mis entrañas de su semen. Las ganas de vomitar se intensificaron.
Y así tan repentino como comenzó, terminó. No habían pasado ni cinco minutos desde que había comenzado a cogerme, no había durado mucho tiempo pero a mí me había parecido eterno. Jadeando, se quedó unos momentos más dentro de mí, su miembro haciéndose cada vez más flácido, cuando me dirigió la palabra por primera vez.
“Gracias”
Fue como si me hubieran golpeado en el estómago. Era la voz que más temía escuchar, la voz de mi hermano agradeciéndome por haber usado mi culo como a una puta barata. Gruñí cuando salió de mí, podía sentir su semilla escapando de mi agujero y escurriendo por mi pierna. Estaba entumecido, mi mente en blanco y no podía pensar.
No sé cuánto tiempo pasé ahí. Cuando volví a reaccionar me encontraba solo nuevamente y el líquido se había secado contra mi pierna. Pasé los siguientes minutos buscando librarme de mi prisión, haciendo movimientos lentos y deliberados; me parece que el brusco vaivén de la actividad previa había ayudado a aflojar un poco la presión de las paredes en mis brazos, pero no quería pensar en ello. Finalmente, sentí que mi brazo izquierdo tenía un poco más de espacio para moverse, y con ello resultó trivial liberar el resto de mi cuerpo.
No pasé mucho tiempo en ese lugar, quería dejarlo atrás inmediatamente y con él todos los recuerdos que ahora me traía. Si no salí corriendo fue sólo porque seguía desnudo, pero me apuré en dirigirme a la barda y saltarla en cuanto comprobé que no había nadie del otro lado. Continué escabulléndome entre las calles como había hecho previamente, sin dilatar demasiado siendo que ya era mediodía. Sentía el culo arder con cada paso pero procuraba no pensar en ello, concentrándome en encontrar protección tras protección detrás de la cual taparme.
Para mi gran alivio las tres cuadras faltantes pasaron sin mayor incidente. Podía ver mi casa del otro lado de la calle, sólo tenía que cruzarla y finalmente estaría a salvo. Rogaba porque la vecina no estuviera pegada a la ventana cuando cruzara por el descubierto patio frontal.
Después de que pasó un carro, me armé de valor y salí corriendo, tapándome con ambas manos el frente. Crucé la calle y el jardín frontal en tiempo récord; en la puerta de entrada frené en seco y me agaché a un lado de una de las macetas, donde busqué en la tierra desesperadamente hasta finalmente encontrar la llave de repuesto que guardábamos en caso de emergencias.
Al entrar lo primero que hice fue correr al baño. Aún tenía poco más de media hora antes de que mis padres llegaran a casa, y lo que más deseaba era darme un baño largo y caliente. Me sentía sucio, no solo por toda la tierra y lodo del que me había cubierto, sino también por lo que había pasado conmigo; encendí la regadera y sentí la calidez envolverme. Intenté poner mi mente en blanco mientras me tallaba, pero de pronto veía destellos de Aron con su enorme verga, Aron metiéndome flores, Aron depositando su semilla dentro de mí. Apreté los puños con coraje y di un golpe al azulejo de la pared, frustrado. Quería apartar esos pensamientos pero volvían a mí sin aviso, tomándome por sorpresa. Al menos los efectos de la droga finalmente estaban pasando, mi pene volvía a su estado de reposo.
Tardé media hora en salir de la regadera y habría pasado más tiempo de no ser que mi familia no tardaría en llegar. Descubrí que en mi prisa por entrar al baño no había traído ropa para cambiarme, como suelo hacer. Siempre la llevo al baño para vestirme, producto de mi propia resistencia a encontrarme desnudo, pero ahora estaba solo en casa así que me envolví en una toalla y salí al pasillo.
Camino a mi habitación, escuché el sonido de alguien abriendo la puerta del refrigerador. Alguien había llegado a casa, creí que los escucharía llegar pero claramente no había sido así. Me apuré en caminar llegar a mi cuarto, pero quien había llegado puso su mano en mi hombro.
“Hey Omar”, Aron habló con la boca llena. No voltee a verlo, no quería verlo. “Llegaste antes que yo, y eso que llegué temprano. Escuche la regadera. ¿No tenías hoy entrenamiento?”
“Se canceló”, mi boca estaba seca. Quería poner una distancia enorme entre él y yo, no podía soportarlo.
“¿Qué te pasó en los brazos?”, notó los rasguños y raspaduras que me hice al estar atorado. Apreté los dientes y no respondí. “¡Tienes los hombros llenos de moretones! Y aquí en el lumbar...”
Se quedó callado. Un silencio sepulcral se hizo entre los dos. Giré la cabeza y lo miré por primera vez a los ojos.
Y entonces pude ver en su mirada horrorizada que se acababa de enterar quién había sido su víctima.
Notas del autor:
Muchas gracias por haber leído mi pequeño relato, espero haya sido de su agrado. Los comentarios son bienvenidos, tanto aquí como en mi correo (que pueden encontrar en mi perfil).
Este relato es especial para mí, porque la idea original vino de pláticas con mi novio, así como también ideas que me han atraído desde pequeño (más que nada la idea de tener que escabullirse de un lado a otro desnudo, con el temor de ser atrapado). Él también me ha hecho favor de crear una ilustración para acompañar el relato, pero lamentablemente no es posible incluir imágenes aquí, por lo que pueden encontrarla si así lo desean en mi blog, "Detrás de la Puerta" (link en mi perfil), acompañando a este relato.
Gracias nuevamente,
CyanideT