El lago violeta (Parte 6)

Continuó con mis... bueno, ya lo sabéis

//Nota del autor: Siento haber tardado tanto, el tiempo vuela, la verdad.//

Una sensación electrizante me hizo arquear la espalda y abrí los ojos, sobresaltado. No recordaba cuando me había dormido, pero estaba claro que lo había hecho. Oí un gemido a mi lado y ahí dirigí mis ojos, alarmado, mientras trataba de incorporarme. Era Natalia, con mi polla entre sus labios, mirándome igual de alarmada. Durante unos segundos nos miramos y yo no fui capaz de comprender nada.

-¿Qué hora es? –fue lo único que pude articular.

Ella se encogió de hombros y se sacó mi pene de la boca.

-¿Estás bien? –me preguntó, confusa. Hasta ese momento jamás había reaccionado bruscamente a que me despertase con sexo oral.

Yo fruncí el ceño, estaba desorientado. De golpe, como si algunos de mis sentidos empezasen a funcionar con retraso, sentí lo dura que tenía la polla. La sensación de alarma despareció: No pasaba nada malo, era solo que me había despertado de golpe. Me relajé y me volví a dejar caer sobre el sofá.

-¿Sigo? –me preguntó.

Yo le dije que si con la mano y ella se puso a lo suyo. Me sentía muy cansado, seguramente  había dormido solo un par de horas. Tal vez ese fuese el problema, me había pillado en la parte más profunda del sueño en vez de a punto de emerger. Tampoco era como para quejarse, la verdad. La sensación era muy agradable: Natalia se deslizaba lentamente, como hacía siempre que no teníamos prisa. Teníamos todo el tiempo del mundo para-

Me incorporé, de nuevo alarmado.

-¿Y Julia? –inquirí. Me había olvidado de ella.

Ella señaló la puerta de la habitación, convenientemente cerrada.

Era cierto, había ido a dormir con Natalia. Seguramente estaba profundamente dormida, igual que yo debería estarlo, y probablemente iba a seguir así durante horas. Joder, ¿qué hora era? Intenté incorporarme, pero Natalia colocó su mano sobre mi vientre y me empujó para que me volviese a tumbar, mientras que con un movimiento brusco se introdujo mi polla hasta el fondo de la garganta. Me estremecí y me dejé caer pesadamente… Lo cierto era que no tenía ganas de levantarme. Vagamente entendía que era la oportunidad que había estado buscando desde la cena: Natalia y yo solos, y Julia fuera de combate, tal vez durante horas. No tenía más que presionar un poco a Natalia para convencerla de que se dejase hipnotizar y, no sé, hacerle ver que irse era un error o que Julia tramaba algo… Pero estaba realmente cansado y, ¡Coño, estaba disfrutando de una mamada! En mi defensa diré que aún a día de hoy no se me ocurre un momento en el que me apeteciese menos levantarme.

Natalia intentó acelerarse, pero yo le hice un gesto con la mano para que fuese con calma. Oí su resoplido frustrado, ella estaba perfectamente descansada y lo que quería era que le diera caña, pero yo no estaba para darle sexo salvaje. Continuó con el ritmo pausado: era una gozada, la verdad. Cada vez sentía el cuerpo más pesado, y fui levemente consciente de que me iba a dormir.

-Ni se te ocurra dormirte –me amenazó.

Yo apreté los dientes, molesto porque había parado.

-Venga, joder –me quejé.

No la miré porque estaba con los ojos cerrados, pero estoy seguro de que sonrió. Empezó a chupármela con violencia, me costaba creer que fuera capaz de forzarse tanto sin que fuese yo quien llevase el ritmo. No aguanté ni un minuto, me corrí en su boca tan ricamente y se redobló mi cansancio. Ella intentó ponérmela dura de nuevo lamiéndomela y masturbándome, pero yo me recosté de lado, dándole la espalda, para que me dejase en paz.

-Necesito más –se quejó.

-Estoy hecho polvo, déjame dormir –me disculpé.

-Venga ya, no seas egoísta –me pidió mientras buscaba mi pene con la mano- Tú te has corrido y yo no.

En general me solía esmerar para que ella llegase también, al fin y al cabo el sexo es cosa de dos, no me entendáis mal, pero no estaba el horno para bollos.

-Qué no –sentencié- Ves a hacerte un dedo o lo que quieras, pero déjame dormir.

No se lo tomó bien, la verdad (no estaba acostumbrada a quedarse con el calentón), pero al final se fue al baño, refunfuñando. No la oí salir, me quedé dormido nuevamente escuchando sus gemidos de fondo, sin pensar ni un instante en la oportunidad que estaba perdiendo.

Creo que soñé algo, pero no lo recuerdo bien. Me planteé (en sueños) como sería por dentro mi mente, que pinta tendría. Seguramente la forma que yo quisiese darle sería la que adquiriría. Si fuera algo realmente extraño, a quien tratase de hipnotizarme le debería costar mucho imponerme su voluntad. Pronto ese pensamiento dio lugar a otros no tan lúcidos. Cosas de los sueños, supongo.

Me despertó tiempo después un claxon persistente, que oía a través de una ventana que estaba abierta. Traté de ignorarlo pero era muy molesto, así que no tuve más remedio que levantarme a duras penas y cerrar la ventana, lo que amortiguó bastante el sonido, cosa que agradecí. Quería volver a acostarme porque aún me sentía cansado pero tenía muchas ganas de orinar, así que me tambaleé hasta el baño. Oriné, y ya que estaba levantado, me lavé la cara y me despejé. Fui a la cocina y me hice el desayuno. No escuchaba ningún ruido, así que supuse que Julia y Natalia seguían dormidas.

Desayuné tranquilamente y me lavé los dientes (la limpieza bucal es importante). No quería despertarlas, pero mi ropa estaba en el dormitorio, así que abrí la puerta de la habitación tratando de hacer el menor ruido posible. Quería cambiarme porque la ropa que llevaba apestaba a sudor y no me sentía cómodo. La cortina de la habitación estaba abierta y la luz lo bañaba todo. Allí no había nadie. Creo que lo normal habría sido que me entrase un ataque de pánico al ver que habían desaparecido o que me hubiese preocupado al menos, pero aún tenía la cabeza embotada y pensé que era una suerte que no estuvieran porque así no tenía que preocuparme de no hacer ruido. Me vestí tranquilamente y pasé a ordenador todo lo que había apuntado el día anterior. Me llevó un buen rato hacerlo todo, pero no descansé hasta que no tuve todo bien explicado. Cuando acabé me puse la tele, aunque no presté atención a lo que echaban. No sabría decir cuánto tiempo estuve así, porque mi percepción del tiempo estaba un poco distorsionada, pero me inclino a pensar que no fue mucho. Escuché como se abría la puerta de entrada al piso y dos voces que me eran familiares enmascararon el ruido del televisor.

-Hemos traído hamburguesas –anunció Natalia mientras levantaba una bolsa de plástico.

Yo sonreí, pensando en todo lo que había pasado desde la última vez  que había cogido comida de ese sitio (el día de antes, a decir verdad). Julia me saludó con una inclinación de cabeza, muda de pronto. Yo le sonreí abiertamente y ella desvió la mirada, turbada.

Pusimos la mesa rápidamente y nos sentamos a comer los tres sin mediar palabra: comer hamburguesas requiere una cantidad absurdamente grande de atención, o por lo menos no desparramar todo el contenido a mí me absorbía completamente, por lo que tampoco me resultó tenso.

-Ya me ha contado Julia lo del golpe en la cabeza –comentó Natalia, mucho más versátil que yo en el manejo de hamburguesas.

Yo asentí sin darle importancia y miré a Julia fijamente, escrutándola. ¿Qué más le había contado?

-Me ha dicho que le estabas enseñando fotos nuestras en el ordenador –me explicó, como leyéndome el pensamiento- Que querías demostrarle que si que hacíamos más cosas juntos además de… ya sabes. Y que se resbaló de la silla y se cayó.

Mantuve mi mirada fija en Julia, pero ella esquivó mis ojos: no soportaba mirarme sabiendo que dependía de mí que aquella mentira no se derrumbase. Yo me encogí de hombros y le di otro bocado a mi comida. Natalia sonrió. Era mejor así, si descubría que Julia había leído todos los documentos de la hipnosis que a ella no le había permitido, se enfadaría conmigo y no había un motivo de peso (más allá de perjudicar a Julia) para hacerlo. Además, que Julia le ocultase cosas a Natalia me convenía, me daba algo más de fuerza y se lo quitaba a ella, demostraba que su relación no era tan sólida.

-También me ha contado que vomitaste y casi te desmayas por lo mal que te sentías de haberme hipnotizado –continuó, muy seria.

Enrojecí de la vergüenza y dejé la hamburguesa sobre el plato.

-Eso fue cuando pensé que en realidad yo te estaba obligando a permanecer aquí y te estaba haciendo sufrir –me quejé.

Miré a Julia con dureza, pero ella insistía en esquivar mi mirada. Desistí y miré a Natalia.

-¿Sabes que me pidió cuando le dije que aceptaba deshipnotizarte, cuando me sentía tan culpable? –le pregunté.

Natalia negó con la cabeza y miró a Julia, que ya no sabía dónde meterse.

-Me dijo que lo primero que tenía que hacer era quitarte la hipnosis que te hacía amarme –le expliqué.

Dejé que las palabras cuajasen un poco, pero no les di tiempo a decir nada.

-Pero yo no te he puesto eso en la cabeza, Natalia –le aseguré- No te he obligado a quererme ni a disfrutar de mi compañía. Eso nace de ti y nada tiene que ver con lo que te hago, te lo prometo.

Ella apretó los labios con fuerza y buscó confirmación en los ojos de Julia.

-¿Es verdad eso? –le preguntó.

Ella se encogió de hombros y murmuró un “supongo”, que para Natalia valía lo mismo que si hubiese firmado con sangre mi inocencia. Se le iluminó el rostro y se lanzó sobre mí, dándome un beso rabioso. Yo la estreché entre mis brazos y le devolví el beso, encantado, a pesar de que ambos chorreábamos salsa de las hamburguesas. Fue un instante muy bonito.

El resto de la comida transcurrió sin incidentes. Julia no abrió la boca más que para comer y Natalia me echaba miraditas embelesadas sin parar. Yo no podía parar de sonreír: la sensación de triunfo me llenaba… pero aún podía conseguir más.

-Bueno, ¿estás segura de que quieres que te deshipnotice? –le pregunté a Natalia mientras recogíamos, desbordante de confianza- Ya sabes que lo que sentimos el uno por el otro es real, no creo que haya necesidad.

Ella se mordió el labio y buscó ayuda en Julia. Ella se volvió hacia mí, aterrorizada y yo le mantuve la mirada con todo mi aplomo.

-Ya lo habíamos decidido –murmuró Julia, intentando recomponerse.

-Bueno, la gente a veces cambia de opinión –razoné- No hay necesidad de ponerla en riesgo tontamente si ya no quiere. Es su decisión.

Natalia asintió, su rechazo a ser hipnotizada por una vez jugaba a mi favor. Julia se puso pálida.

-Ya viste lo que pasó la última vez que intentamos deshipnotizarla –le recordé- Casi se nos va de las manos.

Julia tragó saliva y se dispuso a decir algo, pero la presencia de Natalia la disuadió.

-Natalia, ¿podemos hablar él y yo a solas un momento? –le pidió con un hilo de voz.

-Yo no tengo nada que ocultar –repliqué rápidamente. La estaba machacando. Y me encantaba.

Julia apretó los puños y miró a Natalia, suplicante.

-Por favor –le rogó- Será solo un momento.

Natalia no parecía muy convencida y buscó en mis ojos. Yo le sonreí y me encogí de hombros. Al final se apiadó de su amiga y nos dijo que se iba a bajar la basura y a dar un paseo. Julia le dio las gracias y Natalia se fue. No habían pasado ni dos segundos desde que se cerró la puerta cuando Julia se abalanzó sobre mí. Bueno, lo intentó, porque yo la agarré de las muñecas cuando ella trataba de sujetarme de la camisa y la obligué a detenerse y a retorcerse un poco.

-Tranquilízate –mascullé- Esto no es propio de ti.

-¡Suéltame, cabrón! –me increpó.

Yo la solté y ella retrocedió un par de pasos, molesta.

-¿No dijiste ayer que la deshipnotizarías, que estabas seguro de que te amaba? –me acusó, loca de rabia.

Yo asentí con firmeza.

-Lo sigo creyendo –aseguré- Es solo que no creo que haga falta montar todo esto cuando el resultado es tan evidente. Y me parece que ella cree lo mismo.

-Eres un malnacido –me insultó- Lo habías prometido.

Yo negué con la cabeza.

-Yo dije que aceptaba lo que Natalia decidiese y me parece que tú hiciste lo mismo –recordé- Si ahora cambia de opinión y ya no quiere ni oír hablar de ser deshipnotizada, no solo yo lo aceptaré de buen grado, sino que tú también tendrás que hacerlo. Porque te comprometiste a ello.

Palideció aún más… porque sabía que yo llevaba razón. Lo único que tenía que hacer era volver a preguntarle a Natalia que era lo que quería y estaba convencido de que no querría que la deshipnotizase, ahora que ella estaba convencida de que me quería de verdad y de que el procedimiento era peligroso. La sensación de victoria no dejaba de acrecentarse y sabía que eso estaba aplastando la poca moral que le quedaba a Julia.

-Por favor –me suplicó.

La cosa pintaba estupendamente. Había ganado, no dejaba de repetírmelo. Había ganado. Había vencido a Julia. Natalia estaría a mi lado para siempre. Podría seguir con la hipnosis, experimentando, y tener desde ese momento hasta el fin de mis días una vida perfecta al lado de la mujer que amaba.

-Por favor –repitió.

Me sentía tan eufórico y tan seguro… Ver a Julia tan desvalida, con los ojos vidriosos, hizo aflorar todos los recuerdos de la noche anterior…

Me excité, lo reconozco. La imagen de ella insultándome y resistiéndose inútilmente mientras yo la “torturaba” sin compasión estaba grabada a fuego en mi cabeza.

Sé que no se deben tomar decisiones con la polla dura pero la parte oscura dentro de mí no dejaba de susurrarme que por que conformarme con Natalia. Que Julia ya había caído una vez bajo mi poder y, por tanto, que una segunda vez era posible. Que si lo que me preocupaba era dañar a Natalia, que no tenía más que influir en su mente y hacerle entender que no tenía nada que temer y que no tenía que preocuparse de que yo me acostase o influyese en la mente de otras mujeres, porque ella siempre sería la primera, la que ocupaba mis pensamientos. Y entonces, cuando hacerlo ya no volviese a Natalia desdichada… ya no se me ocurría ningún impedimento para tener a Julia de nuevo bajo mis garras. La idea de tenerlas a las dos allí me enajenó por completo. Tenía el poder para hacerlo. Lo conseguiría. Estaba convencido de ello.

-Por Natalia lo haría sin dudar, haría lo que fuera por ella –le aseguré- Pero a ti no te debo nada.

Ella tragó saliva y fue a decir algo, pero la detuve.

-Eso no significa que no esté dispuesto a deshipnotizarla, ya te he dicho que estoy seguro de que volverá –continué.

Ella se quedó callada, confundida, intentando ver qué era lo que pretendía.

-Pero… algo me tendrás que ofrecer a cambio de mi cooperación –sugerí, sonriente.

-¿Qué quieres? –saltó al instante. Ni se lo había pensado.

Cavilé un poco.

-Quiero que me debas un favor –decidí- Y cuando te lo reclame, quiero que lo cumplas, te pese lo que te pese.

Ella tragó saliva.

-No pienso hacer todo lo que me pidas –me aseguró- Jamás aceptaré eso.

Yo le mostré las manos en gesto de buenas intenciones.

-No te pediré nada relacionado con Natalia, te lo juro –le dije- Si te pido que la influencies para que vuelva o cualquier cosa así, estarás en tu derecho de negarte.

Julia dudó. Ya no había sido una negativa tajante. Poco a poco.

-Tampoco me voy a acostar contigo –me aseguró.

Yo asentí y le dije que tampoco se lo pediría. Ya tenía en mente que era lo que buscaba. Me parecía un plan perfecto. Era cierto que estaba arriesgándome, pero quien no arriesga no gana, pensaba. Julia deliberó unos minutos, pero finalmente aceptó.

-¿Me das tu palabra de que saldarás el favor que me debes? –inquirí.

-Mi palabra vale más que la tuya –me recriminó con ira- Si cumples con tu parte, yo cumpliré con la mía.

Era todo lo que necesitaba oír. Le ofrecí mi mano y sellamos el pacto con un apretón.

Ninguno de los dos sabía donde se estaba metiendo, la verdad.

Al rato volvió Natalia. Julia y yo ya teníamos claro lo que íbamos a decir. Os aseguro que ese día (bueno, en ese momento) tenía tanta confianza en mí mismo que ni me pensaba lo que iba a decir: las frases fluían sin esfuerzo de mi boca y todas me parecían una genialidad. Era una sensación muy parecida a cuando sientes que has hipnotizado a alguien. Me sentía imparable. Sentía que el futuro estaba en mis manos y podía modelarlo a voluntad.

-Natalia, tengo que deshipnotizarte –le anuncié en cuanto cruzó la puerta.

Ella me miró, confusa.

-¿Qué? –murmuró.

-Tienes que hacerlo por ella –dije mientras le pasaba un brazo por el hombro a Julia. Ella trató de zafarse, incómoda, pero yo la retuve con fuerza y desistió, no quería montar una escenita en ese momento y yo lo sabía.

-Ella lo ha pasado muy mal con todo esto, porque se preocupa mucho por ti –le expliqué- ¿Verdad?

Julia asintió, avergonzada.

-Sé que tú y yo sabemos que deshipnotizarte no cambiará nada, pero ella está segura de que es todo una farsa –le expliqué- Y sufrirá si se queda con la duda de si esto es lo que quieres de verdad o no.

Hice un silencio dramático. Ninguna de las dos dijo nada, se quedaron mirando una a la otra.

-Es un favor que nos pide a ambos –continué- Y se ha comprometido a respetar tu decisión cuando vuelvas… quiero decir, si decides volver. Ya no volverá a intentar separarnos nunca.

Sentí como Julia se tensaba, pero la zarandeé un poco y se quedó callada. Natalia se mordió el labio y se paseó un poco por el salón. Yo aproveché y como mi mano estaba a la altura precisa, rocé el pecho de Julia. Ella trató de apartarse disimuladamente, pero yo no se lo permití. Me miró con rabia y le sonreí.

-¿No hay riesgo, entonces? –preguntó.

Yo me encogí de hombros.

-No puedo garantizarlo al 100% -contesté- Pero no creo que pase nada.

Julia aprovechó un instante en el que estaba distraído y de un tirón se libró de mi brazo. Se acercó a Natalia y la cogió de las manos.

-Es por tu bien –le aseguró- Por favor.

Yo permanecí quieto y no dije nada. Natalia suspiró y tras un minuto que le debió resultar angustioso, aceptó. Julia respiró aliviada y ambas se abrazaron. Sonreí con ironía: estaban muy unidas.

Nos pusimos a ello de inmediato, no había ningún motivo para posponerlo. Natalia se tumbó en la cama y cerró los ojos. Yo me arrodillé junto a ella y le puse las manos en las sienes. Julia se acuclilló a mi lado, muy atenta. Sentí ese hormigueo de emoción que siempre me proporcionaba la hipnosis. Ya no podía vivir sin sentir eso.

-Quiero que te concentres –le pedí a Natalia- Quiero que únicamente escuches mi voz, que todo lo demás deje de importarte. Tu cerebro siempre trabaja sin descanso para analizarlo todo, siempre atento, para que estés preparada para lo que pueda venir. Pero aquí y ahora, eso no hace falta. No tienes de que preocuparte. Céntrate en mi voz y deja que todo lo demás se diluya. Cierra los ojos y confía en mí. Respira hondo y no tengas miedo. Hazlo despacio, no hay prisa. Tú y yo tenemos todo el tiempo del mundo para estar juntos… Tranquilos… En paz… Sin nada de qué preocuparse. ¿No es fantástico?

Natalia sonrió mientras respiraba hondo. No pude resistirme y la besé en la frente.

-Estar siempre en tensión cansa. Cansa mucho. Tienes que relajarte, dejar que tu cuerpo se vacíe de su agitación y que solo quede paz. Escucharme es lo único importante ahora. Todo lo demás, ¿qué más da? ¿No estás a gusto ahora, aquí tumbada? ¿Qué más dará lo que esté pasando al otro lado del globo, del país, de la ciudad, de la calle, de la puerta,… de tus ojos? ¿Acaso importa lo más mínimo? No. Aférrate a estos momentos de absoluta paz. Son irrepetibles. Especiales. Son la sensación más maravillosa del mundo. Respira hondo. Muy bien, así. Quiero que sientas como tus brazos se relajan, luego tus piernas, tu pecho, tus hombros, tu cabeza. ¿Qué sentido tiene seguir vigilante? Yo te cuidaré. Yo te protegeré de todo mal. Mira dentro de tu cabeza. Ve allí. Sumérgete en tu mente, vamos. Yo me encargaré de velarte.

Seguí un rato más, susurrándole sin descanso, mientras sentía como su respiración se iba volviendo más y más pesada. Era tan gratificante… Oí un golpe sordo y me volví: Julia se había caído de culo. Fruncí el ceño y ella me miró, avergonzada. Tenía la mirada pastosa.

Ella no entendía que había pasado, pero yo sí. Joder, le estaban afectando mis palabras. No podía creérmelo.

-Se me ha ido un poco la cabeza –murmuró a modo de disculpa, mientras se reincorporada apoyándose en mí.

Yo la ignoré y volví a girarme hacia Natalia, pero no podía quitarme los ojos adormilados de Julia de la cabeza. ¿Y si…?

-¿Ves la puerta blanca? –le pregunté a Natalia, apremiante. No había tiempo que perder, el plan había cambiado.

Ella dijo que sí.

-Atraviésala –le pedí.

Ella lo hizo y se le iluminó el rostro.

-Puedes disfrutar un rato del lago –dije apresuradamente, casi frenético- Ya te avisaré cuando necesite algo.

Ni siquiera me esperé a ver si Natalia asentía, me abalancé sobre Julia y le tapé la boca con la mano, mientras los dos caíamos al suelo. La atrapé bajo de mi cuerpo.

-Estás cayendo hipnotizada –le aseguré mientras me apretaba contra ella- Lo sabes tan bien como yo.

Ella trató de zafarse, pero yo se lo impedí.

-¿No te sientes debilitada? –sugerí- Es porque estoy drenando tu energía. Cuanto más débil te sientes, más fuerte me vuelvo yo.

Ella trató de resistirse, la estaba asustando.

Le coloqué un dedo sobre la frente y apreté un poco. Sentí su escalofrío.

-La cabeza te da vueltas, no puedes pensar con claridad –le expliqué- Sabes que te estoy haciendo algo, pero no puedes luchar contra ello. Sientes como tus fuerzas te abandonan. Ríndete.

Ella permaneció inmóvil, su respiración era agitada. Me temía. Temía lo que le estaba haciendo. Yo sonreí. ¿Qué le estaba haciendo? Le estaba colocando un dedo en la frente y estaba sobre ella. Eso era todo. Lo demás, solo ocurría en su mente. Pero el poder que ejercía era real. Lo veía en sus ojos y lo sentía en mi interior.

-En el fondo sabes que soy mucho más fuerte que tú –le dije- Cuando se te acabe la última gota de resistencia, simplemente quedarás a mi merced. Y no queda mucho.

Su respiración se hizo un poco más agitada. Permanecí así unos minutos, susurrándole, mientras sus movimientos se hacían más lentos y vacilantes.

-Solo hay un sitio al que puedes huir, Julia –le susurré- A tu mente.

Ella abrió mucho los ojos.

-Sabes hacerlo –murmuré- Simplemente déjate llevar por el miedo y refúgiate ahí.

Apreté su frente con algo más de fuerza, se tensó unos segundos, cerró los ojos y luego quedó flácida. Yo suspiré, agotado y me aparté de encima. A pesar de todo mi aplomo, aquello me pasaba factura. No me consideraba una mala persona y me producía sentimientos encontrados ver aquella mirada de horror en los ojos de una chica tan bonita. Me repetía que no buscaba hacerle daño y que encontraría un modo en que todo aquello fuese menos violento a base de práctica.

-Hijo de puta –murmuró Julia desde el trance- Ya me habías hipnotizado antes.

Yo ignoré por completo su comentario, no quería ponerme a discutir con ella por si Natalia se percataba de algo, no quería ponerla en peligro.

-Escúchame muy atentamente, Julia –le ordené- Quiero que vayas a la biblioteca y busques las órdenes del Guardián. Quiero que le pidas al bibliotecario que añada que todos los recuerdos de cuando te hipnotizo permanezcan dentro del castillo.

-No pienso hacer eso –gruñó con rotundidad- Sería como darte control de mi mente.

-No te estoy pidiendo que me des control de nada –me defendí.

-Lo que quieres es que no recuerde que me hayas hipnotizado para que no pueda defenderme la próxima vez –me acusó- Para que yo no sospeche nada y tú puedas ir cambiando cosas en mi mente impunemente siempre que quieras.

Completamente cierto, me temo. Pero no era un problema, ya había contado con que se negaría en redondo desde el principio, simplemente la situación se había presentado antes de lo esperado. Tenía un plan.

-Me debes un favor, te lo recuerdo –comenté.

Ella permaneció callada unos segundos.

-¿Lo dices en serio? –inquirió.

Le dije que sí y esperé. Y la verdad, tuve que esperar bastante.

-¿Te das cuenta que estás utilizando a Natalia para poder hipnotizarme? –quiso saber.

-No –respondí- Te ofrecí un trato y yo estoy cumpliendo mi parte. Cumple tú la tuya.

-Si hubiese sabido que te referías a esto, jamás habría aceptado –se quejó.

-Quedamos en que no te pediría que te acostases conmigo y que no sería algo que afectase a la decisión de Natalia –le recordé- Y esto no es ninguna de las dos cosas.

-¿Cómo sé que no tratarás de influenciarme para que apoye lo que le haces? –me acusó.

-Te doy mi palabra de que no haré tal cosa –le prometí- Sé que no confías en mí, pero sabes que si lo único que hubiese querido fuera que nos dejases en paz, no tenía más que dejar que las cosas siguiesen su curso y tú te habrías ido de esta casa con las manos vacías.

Se hizo el silencio. Me giré a mirar a Natalia para comprobar que seguía en trance. Respiraba con tranquilidad y parecía relajada: no había de que preocuparse.

-¿Qué es lo que quieres, entonces? –me preguntó Julia- ¿Qué quieres de mí?

-No lo sé exactamente –confesé- Sé que disfruto mucho hipnotizándote y que quiero seguir haciéndolo. Es muy distinto a la hipnosis con Natalia… Es... No sé, salvaje. Me hace sentir bien.

-No permitiré que me utilices –me aseguró.

-Entiendo entonces que te niegas a cumplir tu palabra –comenté.

-Me has tendido una trampa –siseó- Yo no sabía que podías hacerme esto.

-En el fondo lo sabías –repliqué- Y lo estabas deseando.

-Tú no sabes nada de mí –me acusó.

-No, lo reconozco –le dije- Pero eso es porque no te dejas conocer. Tienes que aprender a bajar la guardia y abrirte a otras personas. Si no siempre te vas a sentir muy sola, Julia.

-Ya me he abierto a Natalia, confío en ella y me muestro tal como soy –se defendió- ¿Con quién te has abierto tú así, eh?

-Contigo, por ejemplo –respondí- Ahora me estás viendo tal y como soy. No oculto nada, soy completamente sincero contigo.

-Es triste que solo puedas abrirte con personas que están bajo tu poder –murmuró- Es muy triste.

Me quedé callado. Eso me había dolido.

-Y esto no se puede considerar abrirse, no puedo encontrar nada más diferente –continuó- No estás confiando en mí, porque ya sabes que no te puedo hacer nada. Voy a perder todos los recuerdos en cuanto me despierte, así que sabes que no puedo dañarte.

-Te equivocas –murmuré.

-Eres un cobarde –siguió, sin hacerme caso- Eres incapaz de confiar en un igual porque te asusta, porque eres un cagado de mierda. Eso es lo que eres.

Ella no continuó y yo no sabía que decir. Estuvimos un rato así, yo mirándola apretando los dientes y ella… no sé, no sé qué diablos hacía ella. Cuando pensaba que la tenía dominada, se revolvía y siempre acababa dándome unas hostias (dialécticas) de campeonato.

-Si no vas a cumplir tu parte del trato, yo tampoco cumpliré la mía –amenacé- No la deshipnotizaré.

-Lo de que confías en que ella vuelva es un farol –me acusó- Nunca has tenido intención de arriesgarte.

-Eso no es cierto –me defendí- Lo haré en cuanto tú cumplas tu parte del trato.

-Eres un monstruo –siseó.

-Estoy cansado de tus acusaciones –me quejé- He tenido un montón de ocasiones para comportarme de forma completamente egoísta, para haberla sometido a ella y a ti. ¿Lo he hecho? No, joder. No lo he hecho. El mundo no es blanco o negro, ¿sabes? Puede que no apruebes absolutamente todas mis acciones, pero reconoce que podría haber actuado peor.

-Y también podrías haber actuado mejor –contraatacó.

-No lo niego –le aseguré- Pero no soy un monstruo. O por lo menos no soy el peor de ellos. No disfruto haciendo daño a las personas, si alguna vez lo hago, siempre me apena. Tú en cambio sí que disfrutas haciéndome sentir mal.

-Hacer daño a los que hacen daño es algo bueno –argumentó Julia- Los que hacen sentirse desgraciados a los demás deberían ser los más infelices de todos. Es injusto que alguien que actúa mal sea feliz.

-Todo el mundo tiene derecho a ser feliz –comenté.

-No –me aseguró- Solo las personas rectas tienen derecho a ser felices. Los demás tienen que ser miserables.

Me sentía incómodo, porque aunque me estaba atacando con fiereza, en cierto modo me atraía su forma de pensar. Sabía que estaba siendo muy extremista, pero su odio y su energía resultaban muy convincentes. Tuve que concentrarme mucho para poder seguir hablando con calma.

-Pero yo no hago infeliz a nadie –me defendí, tratando de salirme un poco del tema- Natalia es feliz conmigo.

-La obligas a serlo –me acusó, sin tregua- No es algo que nazca de ella.

-Y tú fuerzas a la gente a ser recta haciéndola sentir mal –la ataqué- No dejas que nazca de ellos, los obligas. No somos tan distintos.

-No te atrevas a compararnos –amenazó- Yo no busco mi propio beneficio, busco que el mundo sea mejor. Tú solo buscas satisfacer a tu polla.

-¿Y por qué satisfacer a mi polla es incompatible con hacer del mundo un lugar mejor? –pregunté- Yo soy más feliz que antes y Natalia también, eso es algo bueno. Y si tú te dejases hipnotizar, también serías más feliz.

-¡Pero no es real! –exclamó- No es felicidad de verdad.

-Claro que es de verdad –afirmé- No hay ninguna diferencia.

Se hizo el silencio. El corazón me latía con fuerza.

-Sácame de aquí –me ordenó- No quiero seguir hablando contigo.

-No hasta que cambies la orden del Guardián –dije firmemente.

De nuevo, silencio.

-No pienso hacerlo –dijo, al fin.

Apreté los dientes. Que tía más puñetera.

-Entonces se rompe el trato –murmuré- Y no solo no voy a deshipnotizarla. Voy a ponerla en tu contra.

Esperé prudentemente.

-Eres un hijo de puta –murmuró al fin- Te odio.

-Cambia la orden –insistí con más aplomo.

-Por favor, no me obligues –suplicó.

-¿Esperas que me apiade de ti después de todo lo que me has dicho? –inquirí, vengativo- Eso no va a pasar. O cambias la orden, o pierdes a Natalia. Tú decides.

Dejé que cavilara y estuvo un buen rato: no era una decisión nada fácil.

-¿Tú en mi lugar qué harías? –quiso saber- ¿me darías a mí vía libre? ¿Te arriesgarías a que yo pudiese cambiar lo que quisiese?

-Eso no es así –respondí- ¿Acaso no estamos negociando ahora, aunque te tengo bajo hipnosis? Eres perfectamente capaz de defenderte, nunca me permitirías que cambiase algo que fuera completamente en contra de lo que crees o de lo que quieres hacer.

-No quiero hacer esto, pero me estás obligando –me recordó.

-¿Tan horrible crees que será? –inquirí- ¿No ves que Natalia es feliz así?

-Pero… -murmuró.

-Última oportunidad –la corté- O cambias eso o rompes tu promesa.

Ella sollozó, yo tragué saliva.

-Vale –murmuró.

Yo suspiré, aliviado y me pasé la mano por la frente. Estaba helado. Vi como se movía levemente. No le di las gracias porque pensé que lo encontraría insultante y simplemente permanecí callado, a la espera.

-Por favor, cumple tu parte del trato –me suplicó- Prométemelo.

-Te lo prometo, Julia –le aseguré- Cumpliré mi parte.

-Joder, no me puedo creer que vaya a hacer esto –se quejó.

No respondí y esperé. Temblaba de emoción. Aquello no era más que el primer paso de muchos. Sabía que me costaría horrores, pero acabaría consiguiendo que Julia aceptase todo lo que yo le impusiese. El hecho de que presentase tanta resistencia no lo hacía sino más deseable.

-Ya –murmuró- No recordaré que me has hipnotizado cuando me despierte. Espero que estés contento.

-Nunca lo recordarás –maticé.

-Nunca, cabrón –aseguró.

Yo asentí, aunque ella no podía verme.

-Vale, ya puedes salir –le dije- Ya sabes cómo se hace.

Ella asintió, derrotada, y yo me giré hacia Natalia.

-¿Estás disfrutando? –le susurré.

Ella asintió.

-Ahora vas a tener que hacer algo por mí –le pedí- No es salir del lago, tranquila. Aún no. ¿Estás dispuesta?

Ella puso una mueca de desagrado, pero asintió. A mi espalda oí como Julia se despertaba, pero la ignoré. No sabía que recordaría exactamente, pero si pensaba que yo no me había dado cuenta de nada, tal vez no me preguntara.

-Muy bien –la felicité- Pues quiero que busques el pensamiento que trata sobre mí.

Natalia asintió y se puso a ello. Me giré para echar un vistazo a Julia. Estaba incorporada y se frotaba las sienes.

-¿Qué te pasa? –le pregunté en voz baja.

Ella me hizo un gesto para que siguiese con la hipnosis y que no me preocupase.

-Voy a quitarle lo de que esté obsesionada con el sexo oral –le comuniqué.

Ella me dijo que estaba de acuerdo con un gesto y siguió frotándose las sienes. Yo me volví justo a tiempo para que no viese mi amplia sonrisa. Estaba saliendo a la perfección.

-Ya lo tengo –anunció Natalia.

-Muy bien –dije- Ahora quiero que profundices en ese pensamiento. Que te hagas diminuta y que te sumerjas en él. Que puedas ver cada una de sus partes.

Ella asintió y me dijo que ya estaba.

-Ahora quiero que te centres, dentro de este pensamiento, en el sexo oral –le pedí- ¿Podrás hacerlo?

Ella asintió. Julia se incorporó y se colocó a mi lado. Estaba un poco sudada y tenía mala cara. La miré y enarqué una ceja. Ella sacudió la cabeza haciéndome ver que no pasaba nada.

-Vale, ya –dijo Natalia.

-¿Y qué es lo que te dice ese pensamiento? –quise saber.

-Cuando te hago sexo oral, tenemos una conexión muy fuerte, porque es una de las máximas representaciones de lo que sentimos el uno por el otro –explicó- Estamos prácticamente unidos y sentimos lo que siente el otro, incluso acrecentado. Todo el placer que te doy, lo recibo yo incrementado… Es tanto que se desborda: es la sensación más increíble del mundo y no puedo dejar de pensar en ello, ni por un momento... Necesito hacerlo, no puedo reprimirlo. Y cada vez me gusta más.

Julia y yo nos quedamos con la boca abierta. ¿Había creado yo todo eso? No podía creerlo. Reconozco que pensé que sería completamente incapaz de cambiar algo que se había arraigado tanto a su subconsciente.

-No puedo cambiar eso, lo tiene demasiado claro –le susurré a Julia, transmitiéndole mis dudas.

-Inténtalo por lo menos –me contestó- Si has podido poner eso ahí, podrás quitarlo.

Yo respiré hondo para tranquilizarme y traté de organizar un “plan de ataque”. No iba a ser fácil.

-Uhm… ¿Sabes cómo funciona esa conexión que tenemos? –pregunté- ¿Sabes… de que está hecha? Me parece que no lo sabes, ¿verdad?

Ella frunció el ceño.

-No necesito saberlo –me aseguró- Sé que existe.

Yo chasqueé la lengua. Tal vez si estuviese menos rebelde sería más fácil, o si el recuerdo estuviese menos claro.

-Deberías llevar tu pensamiento sobre la conexión bajo la lluvia, para entender cómo funciona –sugerí.

-No me interesa saberlo –se negó.

Miré a Julia apremiante. Ella me hizo un gesto para que siguiera, aunque tampoco se la veía muy convencida.

-El conocimiento es poder –probé- Tal vez si entiendes como funciona, puedas reforzar el vínculo… Podrías sentir incluso más de lo que sientes. ¿Eso no te gustaría? ¿No te gustaría sentirlo… incluso más?

Ella dudó.

-No sé, yo creo que está bien así –reflexionó.

-¿Te conformas con lo que sientes? –la piqué- ¿Tienes miedo a experimentar algo realmente asombroso, algo inimaginable?

Ella se mordió el labio y yo me relajé un poco: aquello marchaba.

-¿Podría sentir más? –dudó.

-Solo hay un modo de averiguarlo –le aseguré- Lleva ese pensamiento bajo la lluvia. ¿Qué mal te puede hacer?

Julia me hizo un gesto de ánimo, haciéndome entender que iba bien. Yo asentí y le guiñé un ojo. Era un momento de complicidad. Reconozco que era un desafío y que, a pesar de que no me gustaba lo que estaba pasando, tenía ganas de imponer mi voluntad una vez más.

-Está bien, lo intentaré –cedió Natalia.

-Buena decisión –la animé.

Esperé a que llegase a la superficie y aproveché para respirar hondo y pensar en cómo iba a encararlo. Era muy reticente a cambiar aquello, pero tenía que ingeniármelas para conseguirlo. Tenía intención de cumplir lo que le había prometido a Julia. Si no lo hacía, no volvería a confiar en mí y mi plan se fastidiaría. Natalia me indicó que ya estaba bajo la lluvia y me preparé.

-Deja que lo aclare –la animé- Deja que te ayude a entenderlo todo.

Ella asintió y vi como sus manos se levantaban un poco. Me acerqué a su oído. Julia también se acercó, quería escuchar lo que yo decía.

-El placer es algo que está en tu cabeza –le susurré- Es algo que tú propio cuerpo genera. Lo sabes, ¿verdad?

Ella asintió. Yo respiré aliviado. Me estaba escuchando.

-Hay muchas formas de conseguir sentir placer, ya sea algo que tú hagas o algo que los demás te hagan –continué- Pero al fin y al cabo, siempre es tu cabeza la que da la orden a tu cuerpo de sentir placer. Depende siempre de ti misma, aunque no lo puedas controlar. ¿Lo entiendes?

Volvió a asentir. Al parecer, no se revelaba contra el susurro. Seguramente no era consciente de que también era mi voz. En cuanto todo eso pasara, emplearía esos susurros para reforzar el control que ejercía mi voz sobre ella, para que dejase de rebelarse. Había tanto por hacer…

-El vínculo existe –le aseguré- No es algo físico, no es algo que puedas tocar ni ver, pero existe. ¿No estás de acuerdo?

Ella volvió a asentir.

-Y eso es porque el vínculo está en tu mente –le aseguré- Es ahí donde existe, es tu mente quien lo crea. Sabes que es cierto.

Ella dudó unos segundos, pero al final asintió.

-El vínculo lo crea tu mente –repetí- Es evidente.

Ella asintió.

-¿Existe el vínculo? –le pregunté.

Ella asintió.

-Pero solo dentro de tu mente, ¿no? –sugerí.

Ella volvió a darme la razón.

-¿Eres dueña de tu mente, no es cierto? –continué.

Ella sonrió y volvió a asentir.

-Así que, si, por ejemplo, decidieses dejar de sentir ese vínculo… ¿serías capaz? –le pregunté- ¿O no tienes control sobre tu propia mente? ¿Tienes control sobre tu mente, no es cierto?

-Tengo control sobre mi mente –me aseguró.

-Entonces podrías dejar de sentir el vínculo si quisieras, ¿no crees? –la animé.

-Podría –afirmó con cautela.

-Solo tendrías que proponértelo –murmuré- Solo tendrías que decidir que, por ahora, no quieres sentir ese vínculo. Solo tendrías que anularlo, para que dejase de afectarte.

Ella asintió.

-Podrías volver a crearlo cuando quisieras –aclaré- Al fin y al cabo es tu mente y aquí mandas tú. Pero si quisieras eliminarlo… ¿Podrías?

-Podría –afirmó, convencida- Porque está en mi mente y yo controlo mi mente.

Sonreí y miré a Julia. Estaba impresionada y me hinché de orgullo.

-Muy bien –susurré- Ya está claro.

Me alejé de su oído y respiré hondo.

-¿Ya entiendes cómo funciona el vínculo? –pregunté en voz alta, para alertarla de que ya no era la voz de los susurros.

Ella asintió.

-Sí, ya está claro –confirmó.

-¿Y cómo funciona? –le pregunté.

-El vínculo está en mi mente y soy yo quien lo controla –me explicó- Puedo activarlo o desactivarlo según crea conveniente.

-No me lo creo –la piqué.

Ella frunció el ceño.

-¿No te lo crees? –preguntó, molesta. Hasta ahora nunca la había retado así.

-No creo que tengas control sobre el vínculo –afirmé- No dudo de que pudieses si tuvieses suficiente voluntad, pero no creo que seas capaz de desactivarlo.

-Podría, si quisiera –afirmó.

-¿No quieres? –pregunté.

-Pues no –contestó- Pero podría hacerlo.

-Igual que un alcohólico asegura que podría dejar la bebida si quisiese –bromeé- Pero casualmente nunca quiere. Cree que lo tiene controlado, pero se está engañando.

-Controlo mi mente –me aseguró- No me engaño.

-Ya –dije con sarcasmo- Claro.

-No me engaño –repitió duramente.

-Pues demuéstramelo –la reté, enérgico- Si puedes activar y desactivar el vínculo, desactívalo hasta la próxima vez que vuelvas al lago.

-No –respondió.

-No puedes –me burlé- Eres patética.

Apretó los dientes, estaba enfadada.

-No quiero escucharte más, me voy al interior del lago –anunció.

Me asusté, lo reconozco. Julia tragó saliva y me miró, expectante.

-Cobarde –mascullé- Estás huyendo. Eso es lo que hacen los perdedores. Eres una perdedora. Y ante ti misma, por si fuera poco.

-¡Hago lo que me da la gana! –me gritó.

-Claro, todo lo que tú quieras… menos anular el vínculo –me burlé- Eso no.

-Puedo hacerlo –aseguró.

-Pedro ladrador, poco mordedor –recité.

-Vale, ya me he hartado –anunció.

Mierda. Miré a Julia. Ella me miraba también. Me encogí de hombros y ella apretó los puños, frustrada.

-Ya lo he desactivado –dijo Natalia de pronto -¿Ves como podía?

Ambos respiramos, aliviados. No me podía creer que el truco más viejo del mundo hubiese funcionado.

-Vaya, estoy impresionado –comenté, con todo burlón- ¿cuántos segundos puedes mantenerlo así?

-El tiempo que haga falta –me aseguró.

-¿Puedes irte del lago dejándolo así? –la reté.

-No pienso irme del lago –se obstinó- Pero puedo dejarlo así si me da la gana.

-Veremos si es verdad –contesté con fiereza- Veremos si tienes lo que hay que tener.

-Te vas a comer tus palabras –me aseguró.

Yo sonreí, aliviado y me acerqué a Julia.

-¿Salimos ya? –le pregunté.

Ella dudó, pero sacudió la cabeza.

-Hay que quitarle todas –me dijo- La de la palabra, la de la hipnosis y la del color favorito.

Yo fruncí el ceño. Era cierto, Julia había leído todos mis documentos y sabía exactamente qué era lo que tenía que cambiar.

-Y la de que seguro que no eres lesbiana –le recordé.

Ella puso una mueca, pero asintió.

-Todas –afirmó.

Yo me mordí el labio. El subconsciente de Natalia estaba realmente enfadado conmigo. Había usado eso a mi favor, pero ahora no sabía cómo hacerla cambiar de idea con respecto a las otras cosas. Me volví hacia ella y me puse a pensar.

-¿Puedes hacer algo por mí? –le pregunté.

-No –contestó- déjame en paz.

-Los dos queremos algo –comenté- Tu quieres tener tiempo tranquila en el lago y a mí me gustaría que me hicieses un par de favores. Creo que podemos llegar a un acuerdo, ¿no te parece?

-No tengo nada que hablar contigo –dijo, tensa.

-Si me escuchas y me ayudas en lo que te pido, te dejaré estar en el lago hasta que te canses –prometí.

Julia me agarró del brazo, alarmada. Yo me solté de un tirón.

-No me lo creo –me dijo Natalia.

-Te avisaré dentro de un tiempo, porque tienes que comer, para que salgas –aclaré- Pero no hace tanto que hemos comido, será dentro de bastantes horas.

Natalia se mordió el labio: se lo estaba pensando.

-Podríamos hacerlo por las malas, quitándote la lluvia y arriesgándome a hacerte daño –le dije- Pero te quiero y no quiero tener que recurrir a eso. Estoy poniendo de mi parte para que nadie salga perjudicado.

-No quiero tener que salir –se quejó.

Yo suspiré, exasperado.

-Entonces morirás de inanición –le expliqué –Y muerta no podrás disfrutar de este sitio. Tarde o temprano tienes que salir, es por tu bien.

Ella dudó y yo esperé.

-Si acepto, no cambiaré nada sobre el lago –me aseguró.

-No te pediré nada sobre el lago –le prometí, sin entender muy bien a qué se refería.

Caviló un poco.

-¿No me engañarás? –dudó.

-Si te engaño, te darías cuenta tarde o temprano –le respondí- No me arriesgaré a enemistarme más contigo, no sería inteligente.

Ella sonrió un poquito, pero enseguida se puso seria.

-Está bien –cedió- ¿Qué quieres que haga?

-Quiero que busques el pensamiento de Julia –dije, resentido.

Julia me miró, dolida, pero yo la ignoré.

-Avísame cuando lo tengas –le pedí.

Julia me agarró del brazo y se acercó mucho a mí.

-En realidad no es necesario que cambies eso, no la está influenciando -murmuró Julia.

-Voy a quitar todos –le aseguré yo, solemne.

Ella se alejó un poco de mí, molesta, y miró a Natalia con ansiedad.

-Ya –anunció ésta.

-Quiero que busques dentro de ese pensamiento –le pedí- Quiero que localices lo que crees que siente por ti.

Ella lo hizo rápidamente.

-¿Qué dice? –le pregunté.

-Dice que es mi amiga y se preocupa mucho por mí –explicó- Me quiere mucho y solo intenta ayudarme, aunque como es humana puede equivocarse y no todo lo que me aconseja es necesariamente lo mejor para mí.

Yo asentí y miré a Julia.

-¿Dice ese pensamiento algo sobre si siente algo por ti más allá de amistad? –sugerí.

-No, solo amistad –aseguró.

-¿Te acuerdas que lo pusiste bajo la lluvia para aclararlo? –le recordé.

Ella asintió.

-¿Y te acuerdas que, antes de eso, lo pusiste bajo la lluvia incorrecta, la que no aclaraba? –continué.

Ella volvió a asentir. Su gesto se volvió grave.

-¿Crees que esa lluvia le hizo algo a tu pensamiento… algo malo? –sugerí.

Ella palideció un poco.

-No lo sé –admitió- Sé que no lo aclaró.

-No lo aclaró –reconocí- Pero no sabes si le hizo alguna otra cosa, algo que no pudiste ver porque sencillamente no lo esperabas.

-¿Qué le hizo? –me preguntó, ansiosa.

-Tal vez te hizo creer que estaba claro y en realidad no lo estaba –sugerí- Aunque lo veas claro… tal vez lo que ese pensamiento te muestra no sea la verdad. Tal vez alteró lo que dijo la lluvia buena, tal vez lo que la lluvia intentó aclarar no fue lo que tú finalmente entendiste, por culpa de la mezcla.

-Pero yo lo veo claro… -murmuró, consternada.

-Tal vez sería prudente no confiar en lo que esa vez te aclaró la lluvia –argumenté- Tal vez lo que te hizo creer no fue correcto, no por su culpa, ya sabes que la lluvia siempre lo aclara, pero tal vez la lluvia de la otra nube alteró el significado. No creo que debas confiar en la aclaración.

No respondió, permaneció callada, pero se notaba que estaba preocupada.

-Deberías plantarte que, quizás, ella no te ayuda solo porque te quiere como amiga –sugerí- Tal vez siente algo por ti.

Ella frunció el ceño.

-No puede ser –me aseguró.

-Tú misma –le dije- Antes de aclararlo me dijiste que no estabas segura. Tal vez sea más sensato mantener esa duda que creer ciegamente que no es así. Depende de ti, es tú mente. Si fuese la mía, yo no dejaría que por un error pudiese estar convencida de algo equivocado, que a la larga me pudiese hacer cometer errores en decisiones importantes.

-¿Entonces ella está enamorada de mí? –dudó.

Julia contuvo el aliento y me miró con intensidad. Yo sonreí.

-No lo sé –afirmé- Yo sé que cuando miraste el pensamiento la primera vez tenías dudas sobre sus intenciones. Sería sensato conservarlas, en mi opinión.

Ella asintió. Yo le hice el gesto de victoria a Julia, pero ella no parecía muy contenta. No me extrañaba, por otra parte. Parecía incluso que había reforzado esa idea en su cabeza.

-¿No sería conveniente llevarlo a que se aclarase? –sugirió.

-No, no –improvisé- Si la primera vez no ha funcionado, nada nos asegura que la segunda lo haga. Ya pensaremos en algo en otro momento, por ahora déjalo así.

Ella se resignó y soltó el pensamiento.

-¿Ya puedo descansar? –quiso saber.

-Aún te tengo que pedir unas cosas más –le dije- Ten paciencia, tendrás mucho tiempo para descansar después.

Natalia asintió, aunque se la veía molesta. ¿Pensaba que la estaba engañando?

-Ahora quiero que localices tus pensamientos sobre el color violeta –le pedí.

Ella se tensó.

-No –dijo, tajante.

Enarqué una ceja. Aquello no me lo esperaba.

-¿Por qué no? –pregunté.

-El violeta no se toca –sentenció con rotundidad- Ya lo habíamos hablado.

-No voy a hacerle nada raro, solo quiero que-

-No se toca –me cortó- El violeta no se toca.

Miré a Julia, confuso. Ella frunció el ceño y me hizo un gesto para que siguiese insistiendo.

-¿Pero por qué no? –insistí.

-Le quieres hacer algo al lago –me acusó- No lo permitiré.

-No quiero hacerle nada al lago, ya te había dicho que no le haría nada al lago –le aseguré- Solo quiero que me muestres el pensamiento sobre el color violeta, nada relacionado con el lago.

-No –repitió- Deja en paz el violeta.

Me volví hacia Julia y me encogí de hombros. Ella meneó la cabeza, indecisa.

-No me atrevo a insistir más –le susurré.

Ella resopló y le echó una miradita a Natalia. Luego se encogió de hombros.

-Bueno, si solo es con esa no pasa nada –cedió- Pero las otras no son negociables.

Asentí, aliviado, y me volví a dirigir a Natalia.

-Vale, dejemos en paz el violeta –cedí- Pero entonces necesito que vayas a la sensación de mente en blanco.

Ella sonrió, triunfante, y aceptó. Llegó a ese pensamiento al poco.

-¿Ves la palabra “alto” relacionada con esa sensación? –sugerí.

Ella asintió.

-Quiero que la quites de ahí –le dije- Ya no hace falta que esa palabra desencadene esa sensación.

No puso pegas (supongo que estaba intentado mostrarse colaboradora) y lo hizo.

-Gracias –le dije, satisfecho de que todo hubiese ido tan rápido.

-¿Ya hemos acabado? –quiso saber.

Sonreí.

-Una última cosa –le aseguré- Solo una más.

Ella asintió, conforme.

-Solo una –repitió.

-Quiero que… que busques lo que piensas sobre la hipnosis –le pedí.

Ella asintió. Tardó poco.

-Muy bien –comenté- ¿Qué dice ese pensamiento?

Ella frunció el ceño.

-Está raro –respondió al cabo del rato.

-¿Raro? –quise saber.

-Sí –confirmó- Por una parte creo que es algo bueno y agradable. Por otra, que es algo peligroso y no me gusta.

Vaya. Aquello era malo. Parecía que  la idea que yo le había implantado, que la hipnosis era algo bueno convivía con su temor natural a perder el control sobre sí misma. Hasta ahora no le había dado mucha importancia a esta sugestión en concreto, era algo que había hecho de pasada.

-Son ideas contrarias –admití, confuso.

Ella asintió.

-Esto hay que  aclararlo –comentó ella.

Estaba muy decidida. Eso me facilitaba la labor, pero me daba mala espina. Recordé lo que me había preguntado Julia la noche anterior: “¿Por qué quiere Natalia seguir aquí? La hipnosis le da miedo”. No me había planteado que aquella pequeña sugestión que le había hecho el primer día para convencerla de que la hipnosis era real estuviese afectando a su criterio.

-Ya está bajo la lluvia –anunció.

Palidecí. ¿Y si era por eso que…? Julia me sacó de mi pensamiento de un codazo. Sacudí la cabeza y la miré, atontado.

-Venga –masculló- Quítasela.

Empecé a respirar entrecortadamente. Y, por primera vez, tuve miedo. Miedo de perder a Natalia. ¿Y si realmente eran mis sugestiones las que la hacían permanecer a mi lado? ¿Y si, al quitarle todo… ella dejaba de quererme? ¿Y si no volvía? ¿Y si la perdía para siempre?

Me quedé paralizado, completamente incapaz de moverme. Supongo que muchos de vosotros habéis estado siguiendo mi narración y pensando: “¡No lo hagas, no la liberes! ¿No ves que la perderás?”. Supongo que mis acciones os habrán parecido sencillamente estúpidas. Pero eso es porque no estabais aquí, no podías ver cómo me miraba, sus gestos, su forma de sonreírme. Era simplemente impensable para mí perderla. Inconcebible. Y me vino todo de golpe, como si me golpease la realidad muy fuerte en el pecho. Me quedé sin respiración. No podía pensar.

Y aquí pasó una segunda cosa que yo no esperaba. Julia me apartó de un empujón y se colocó junto a Natalia. Yo me quedé sentado donde había caído, completamente aturdido. Escuché como Julia le susurraba a Natalia que la hipnosis no era buena ni mala, eso dependía de quien la usara y para qué. Que no tenía que confiar ciegamente en la hipnosis, sino tenerle mucho respeto y conociendo a la persona que pretende hipnotizarme, juzgar si representa un peligro o no. Reconozco que estaba hablando muy bien, seguramente simplemente le estaba transmitiendo lo que ella sentía. Natalia asentía, como si no fuese capaz de reconocer que no era mi voz quien le susurraba.

-Bueno, ya está –anunció Julia al cabo del rato- Ya puedes descansar.

Natalia asintió, satisfecha. Julia se volvió hacia mí y me sacudió por los hombros.

-¿Qué coño te pasa? –inquirió- ¿Estás tonto o qué?

Al ver que no respondía, me dio una bofetada para que reaccionase. Y algo raro le pasó a mi mente. No recuerdo exactamente que pasó, pero sé que estaba asustado y enfadado. La agarré de los brazos y la tumbé contra el suelo con fuerza. Ella trató de darme un rodillazo, pero desde su posición no podía coger mucho impulso y no me hizo daño. No recuerdo mis palabras, pero la sometí y la hice entrar en trance mientras ella no paraba de revolverse tratando de escapar. Cuando dejó de resistirse, rodé a un lado y me quedé allí, tumbado, mirando al techo.

-Eres un hijo de puta –me insultó.

Yo no respondí, no tenía fuerzas. Me estuvo insultando un buen rato y yo simplemente permanecí allí sin hacer nada. No le di ninguna orden. No intenté sugestionarla. Al final le tapé la boca con la mano para no escucharla. Estuvimos bastante rato así, pero no conseguía calmarme. No espero que entendáis como me sentía, porque aún a mí mismo me cuesta describirlo. Sentía culpa, miedo, rabia, frustración, confusión, duda… Mi cabeza no dejaba de bullir con ideas inconexas. Y mi mente no pudo aguantarlo más… y me dormí, o me desmayé, que sé yo.

Cuando desperté, había anochecido. Julia permanecía callada e inmóvil, al parecer aún bajo los efectos del trance. Me sentía terriblemente cansado, estaba entumecido y tenía frío. Tenía la cabeza embotada, me sentía apático. Me volví y me coloqué junto a Julia.

-¿Julia? –la llamé con un hilo de voz.

-¡Por fin dices algo! –exclamó.

Yo tragué saliva, intentando organizar mis ideas. Las sienes me latían con fuerza y no podía pensar.

-¿Cuánto tiempo ha pasado…? –le pregunté.

-¿Cómo quieres que lo sepa? –me increpó- Aquí dentro no hay relojes, ¿sabes?

No respondí, me centré en respirar profundamente intentando librarme de la sensación de aturdimiento.

-¿Qué coño te ha pasado? –me preguntó- Se te ha ido completamente la cabeza.

Dudé si decirle la verdad. Era cierto que ella no podía hacer nada luego con lo que le dijese, pero estaba seguro que en algún momento resultaría peligroso que ella tuviese toda esa información. Pero realmente me apetecía hablar con alguien y al final eso se impuso.

-Me ha entrado tanto miedo que no me podía mover –confesé.

-¿Un ataque de pánico? –preguntó ella.

Le dije que sí. Me sentí aliviado de poder confesarlo.

-¿Y por qué? –quiso saber- ¿Qué lo ha provocado?

Decidí abrirme. Sabía que Julia era mi “enemiga”, la antagonista de mi historia, pero sentía cierta afinidad hacia ella que no podía negar. Era una chica lista y directa, sabía que podía herirme si se lo proponía, pero no me importó.

-Me he planteado que quizás ella no me quiera, que solo permanezca a mi lado por la hipnosis –confesé.

Ella soltó una carcajada seca.

-Bienvenido a mi mundo –masculló.

Yo sonreí un poco, con tristeza.

-Entonces, ¿iba en serio que pensabas que ella te quería y que nada tenía que ver con la hipnosis? –inquirió.

-Estaba seguro –aseguré- ¿Cómo podía ser todo mentira si estaba bien claro en cómo me miraba, en cómo me hablaba…?

-… en cómo te la chupaba –se burló.

-Sí, en eso también –admití- Tú misma la oíste, “la máxima expresión de lo que sentimos el uno por el otro”. Si no sintiera nada por mí, no lo haría.

-Yo no digo que no te quiera –se defendió- Digo que te quiere por culpa de la hipnosis, que le impide ver la realidad. Reconozco que no la fuerzas a quererte directamente, pero ella no aceptaría el tipo de relación que tenéis si no fuera por tus tejemanejes. La estás engañando.

Dudé. ¿Era eso cierto? ¿Cómo lo sabía ella?

-No puedes estar segura –me quejé.

-Estoy convencida –me aseguró- No hay otra explicación.

-¿Pero no es verdad que ahora es feliz, aunque sea por la hipnosis? –inquirí.

Ella suspiró.

-Mira, ya hemos discutido esto muchas veces –dijo- La has deshipnotizado, como prometiste, y te lo agradezco. No tiene sentido que discutamos más sobre esto: lo podremos comprobar en cuanto ella decida. Así que sácame de aquí de una vez, ya no hay más que hablar.

-Pero admite que… -empecé a decir.

-No voy a admitir nada –me cortó- ¿Crees que ella volverá? Perfecto, no voy a tratar de convencerte de lo contrario. El tiempo dirá quién tiene razón.

Me pasé la mano por la frente, la tenía cubierta de sudor.

-Vale, puedes salir –acepté.

-Bien –confirmó secamente.

Entonces me volví para mirar a Natalia, que seguía en su dulce trance con una sonrisa en la boca y el corazón me dio un vuelco. La incertidumbre me estaba matando. ¿Se volvería contra mí, horrorizada, en cuanto se despertase? ¿Era falso lo que ella sentía por mí? Me arrastré hasta su lado y le acaricié el pelo.

-Quiéreme –le rogué.

Ella no se dio por aludida.

-Natalia, quiéreme –repetí. Ya no me importaba que decir su nombre perturbase el trance.

Ella sonrió.

-Ya te quiero –me respondió.

Yo sonreí y apoyé mi cabeza en su vientre. Intenté respirar hondo, pero me dolía el pecho. Me sentía patético, pero no podía parar.

-¿Es hora de cenar? –me preguntó.

-Sí –murmuré.

-Vale, ahora salgo –me aseguró, algo fastidiada- dame unos minutos.

Oí como Julia se levantaba a mi espalda, frotándose la cabeza. Natalia se despertó unos minutos después tal como había prometido: se tensó un poco y dio un respingo. Gruñó y se llevó las manos a las sienes, pero su reacción fue muy tranquila para tener en cuenta cuanto habíamos cambiado. Dejarla descansar para aclimatarse a las nuevas “órdenes” había resultado muy positivo.

-Necesito una aspirina –se quejó.

Yo sonreí y me aparté de ella.

-¿Ya está? –me interrogó- ¿Ya no estoy bajo hipnosis?

Yo asentí, abatido. Ella se quedó callada, reflexionando.

-No me siento distinta –aseguró.

-Aún es pronto para decirlo –comentó Julia, algo más recuperada. No parecía plantearse como era posible que el tiempo hubiese pasado tan deprisa. En ese momento, a mi me daba igual.

Me levanté y me desperecé torpemente. Nunca antes había tenido un ataque de pánico y me sentía avergonzado. Se suponía que tenía la situación bajo control y que no había de que preocuparse. Natalia aún me quería, era lo que no paraba de repetirme para tranquilizarme. La miré a los ojos y ella me sonrió. Le devolví la sonrisa.

-Entonces… ¿te vas? –le pregunté.

Ella se me acercó y me besó.

-¿Tú quieres que me vaya? –me preguntó.

Yo negué con la cabeza. Claro que no quería. No se me ocurría nada que me apeteciese menos.

-Pues no se hable más –sentenció.

Me inundó una sensación de felicidad absoluta y la abracé con fuerza. Ella me devolvió el abrazo. Todas mis dudas se disiparon y sentí que me quedaba sin fuerzas.

-Natalia, pero habíamos quedado que te ibas a venir conmigo un tiempo –le recordó Julia- Para eso hemos hecho todo esto.

Yo la ignoré, pero Natalia relajó el abrazo y la miró.

-Ya, bueno, pero estoy deshipnotizada y aún así me quiero quedar –argumentó.

Julia nos separó con cuidado y la agarró por los hombros.

-Una noche –le suplicó- Solo te pido eso. Una noche lejos de él.

Yo la miré con horror y traté de agarrar a Julia, pero ella me esquivó.

-Son apenas unas horas –insistió- Nada más que unas pocas horas. Y os dejaré en paz para siempre.

Natalia dudó. Yo agarré a Julia de la muñeca y la separé de ella.

-Ha dicho que no –dije, agresivo- Respeta su decisión.

Ella se zafó violentamente y me miró con dureza.

-Solo una noche –intercedió Natalia- Nada más.

Toda la escena que siguió a esas palabras ocurrió en un instante. Julia me esquivó, agarró a Natalia de la muñeca y tiró de ella hacia la puerta. Al pasar por mi lado, Natalia murmuró un “hasta mañana”, llegaron a la puerta y salieron a la carrera. Me quedé allí plantado intentando procesar todo aquello. Vaya, pensé.

Vaya.

A la mañana siguiente, Natalia no volvió. Traté de no pensar en ello y actualicé mis documentos sobre Julia y Natalia hasta el momento. La llamé pero no me cogió el móvil. Aquello me inquietó, pero decidí que podía esperar un día más.

La volví a llamar al día siguiente, pero lo tenía apagado. Fui a casa de Julia, pero allí no había nadie. Era desquiciante no saber nada de nada.

Tampoco al día siguiente tuve noticas suyas

Ni al otro.

Dos días más y tampoco nada.

Un día más, después de eso, y nada de nada.

Y la mañana que hacía una semana, me desperté porque mi móvil estaba sonando.

Alguien me llamaba.

Era Natalia.