El lago

Es una parte de una novela que estoy escribiendo y... bueno, leedlo y a ver si os gusta.

  • Sé que no tengo derecho a opinar. No después de lo que he hecho en el pasado. De las muertes que he causado. De la sangre derramada por mi espada tantas veces que he perdido la cuenta –expuso Lem.

  • Sangre de enemigos de tu pueblo, de enemigos que ansiaban la gloria de tu muerte. Debías quitarles la vida. Por ti y por tu patria.

La luz de la luna regresó a la superficie del lago al tiempo que la nube que la ocultaba se dispersaba.

Lem y Shaim callaron, como paralizadas por la hermosa imagen que se descubría ante ellas. La primera seguía sentada en el suelo, sujetándose las piernas como si temiera que pudiesen escapar, y la cara apoyada en las rodillas. Shaim, por el contrario, se había incorporado y observaba a la princesa guerrera como si la mirase por primera vez.

Desde que las presentaron se habían llevado mal, y esta era la primera vez que hablaban sin discutir. Shaim comenzó a temer a sus propios sentimientos.

  • A veces desearía no ser lo que soy y tener que depender de una sola victoria para poder retirarme de esta vida guerrera que jamás pedí –susurró Lem.

  • Pero cuando peleas, en tus ojos arde un fuego de pasión.

  • Un fuego de pasión, sí. Y es que, pese a todo, la lucha es mi sino, mi razón de vivir, mi día a día… Me encanta luchar para vivir; en cambio, aborrezco vivir para luchar.

Lem giró su cabeza, provocando que su mirada se encontrase con la de Shaim por segunda vez en su vida. Aunque ellas desconocieran esa primera vez en la taberna del Búho Tuerto.

Sin embargo, esos sentimientos que ambas habían sentido esa primera vez, y que tan confusas las habían dejado, volvieron y se apoderaron de sus cuerpos y almas.

Ninguna sabría con exactitud quién se adelantó primero, pero nada importó cuando sus labios se encontraron. Nada importaba ahora, en ese preciso momento, porque no había nada más.

Sólo ellas, en el centro del universo.

Sus bocas, sus pechos, sus curvas, sus manos recorriéndose mutuamente, su ropa cayendo, ellas, sólo ellas.

Lem se separó de sus sentimientos recién encontrados y la miró, y observó su mano recorrer el cuerpo de Shaim, cada ángulo, cada línea, cada lunar. Primero un pezón, luego el otro y su dueña suspiró. Los dedos siguieron su camino, alejando las manos de esos pechos que, aunque no abundantes, hipnotizaban.

La princesa guerrera tumbó cuidadosamente a esa increíble mujer sobre la hierba y siguió su exploración, rodeando el pequeño ombligo, llegando al principio de sus largas piernas, jugueteando con el interior de sus muslos, pero sin llegar a la entrepierna. Y es que no se atrevía a llegar; aunque, pese a todo, este jueguecito volvía loca a Shaim, quién no cesaba de gemir y suspirar.

  • Por favor –susurró, en medio de la excitación.

Y Lem dejó de supervisar su exploración para observar la expresión de la hija del conde. Era increíble, le gustaba observarla en esa actitud, retorciéndose de placer por su culpa; por eso, cuando Shaim consiguió abrir los ojos, brillantes por el momento y las sensaciones que la embargaban., Lem la besó con pasión, dejando que su mano alcanzase, por fin, ese tesoro escondido que recorrió, buscando un lugar donde cobijarse, un punto que acariciar toda la eternidad que pasarían juntas, arrancando un gemido gutural que no pasó inadvertido a la que lo estaba provocando.

Un movimiento rítmico marcó entonces la acción y Lem notó como unos dedos, que no eran suyos, la acariciaban, la recorrían y llegaban a ella.

Shaim rió al percibir la humedad de la princesa, al notar como dejó caer más peso sobre ella, comenzando a suspirar, empezando a sentir. Por eso, la hija del conde se unió al ritmo marcado; sin embargo, en un momento dado, su ritmo cambió, se ralentizó, y todo por la explosión de placer súbito que notó llegar.

  • Por Aomer, sigue así, sí –susurraba Shaim.

Y Lem aumentó el ritmo, marcándolo con todo el cuerpo, imprimiéndolo, estampándolo en cada centímetro de su piel hasta provocar el grito final. Por todo lo bello del mundo que no deseaba separarse de esa mujer.

Cuando Shaim logró controlarse, siguió su propia exploración interna de aquél ser tan maravilloso al que había evitado desde que la conoció. Y todo por unos estúpidos prejuicios.

La mano mágica de Lem salió de su cueva para apoyarse al lado de su cabeza; y, notando que la princesa perdía fuerzas por el placer, decidió que era momento de cambiar de posición, por lo que, y sin mover su mano de sitio, consiguió tumbar a Lem y ponerse sobre ella, besándola en la boca, el cuello, su pecho, su abdomen… y siguió bajando hasta poder ver su propia mano actuando en el centro mismo de la joven princesa quién, al sentir la lengua de su acompañante, estiró los dedos y retorció sus brazos de desesperación.

  • Oh, santo Aomer –murmuraba Lem, buscando donde aferrarse.

Y Shaim sonrió al oírla. Sí, le estaba devolviendo el favor. Por eso, cuando la princesita comenzó a convulsionarse, aumentó también el ritmo, incitando al orgasmo a llegar por primera vez.

Lem la atrajo hacia ella, besándola nuevamente.

  • Ha sido

  • increíble –terminó Shaim.

  • Sí.

La hija del conde se acomodó entre sus brazos, rodeando su cintura con los suyos.

El manto nocturno seguía en el mismo sitio, con las mismas estrellas, la misma luna, las mismas nubes… y, sin embargo, parecía tan diferente al que había sido momentos antes.

  • Repitámoslo –dijo, de pronto, la princesa.

Shaim se incorporó para ver mejor a la joven guerrera y, cuando comprendió a qué se refería Lem, sonrió y la besó.

La luna comenzaba a ocultarse tras las copas de los árboles y el sol amenazaba con salir cuando Shaim despertó por culpa de los ruidos que hacía Lem.

  • ¿Qué pasa? –preguntó con voz somnolienta.

Lem se sobresaltó.

  • Pensaba que aun dormías. ¿Te he despertado?

  • No, tranquila.

Ambas callaron, observándose. Entonces Lem recordó algo y siguió vistiéndose a toda prisa.

  • Debo irme. Si mi hermana se despierta y no me ve a su lado, hará preguntas que quiero evitar. Al menos de momento

  • ¿Y pensabas dejarme aquí? ¿Desnuda al aire libre?

Lem la miró.

  • ¡No! ¡Por los dioses, no! Pensaba despertarte antes de irme. ¿Cómo piensas que te iba a dejar aquí? ¿Así? Yo jamás lo haría. Puede que antes sí, pero ahora

  • ¿Antes? ¿Antes de qué?

  • Pu… pues antes de… antes de… de esta noche, ¿no?

Shaim sonrió al ver a la princesa guerrera enrojecer.

Cogiendo su vestido, la joven se levantó, se lo puso rápidamente y, antes de recoger su calzado, besó a Lem.

  • Vete –dijo–, vete antes de que tu hermana despierte, y de que me arrepienta por dejarte ir.