El ladrón

Peripecias de un ladron sorprendido.

Bueno, el trabajo ya estaba hecho; mi mochila estaba repleta de alhajas y objetos de valor, el golpe había sido bueno, aunque me había costado varios días prepararlo, el sistema de seguridad, controlar cuando no había nadie en casa, las posibles vías de escape…. La oscuridad de la noche, sin luna, y el traje completamente negro y ceñido a mi cuerpo junto a la capucha que ocultaba mi rostro facilitarían cualquier movimiento clandestino que tuviese que efectuar, pero lo que no me esperaba era lo que aconteció para mi sorpresa.

Ya había estaba cerrando la bolsa con el botín cuando escuché un ruido en la habitación contigua a la que me hallaba; me puse nervioso, lo reconozco, no iba armado puesto que era contrario a cualquier tipo de violencia y el mío era un trabajo rápido y limpio, pero nunca me habían sorprendido "in situ", así que en mi torpeza resbalé y caí al suelo en el momento en el que la puerta que separaba las dos habitaciones se abrió de golpe. Me incorporé como pude y corrí en dirección a mi única salida posible, una ventana que daba al jardín de la parte trasera de la casa; si conseguía salir, la oscuridad y el solar colindante me darían la oportunidad de salir de aquella inesperada situación.

Sin mirar atrás corrí en dirección de la ventana, que ya había dejado abierta, consiguiendo introducir mi torso por ella, pero de repente la ventana bajó de golpe, era de ese tipo que sube y baja verticalmente, aprisionando mi cuerpo a la altura de la cintura y dejando mi torso y cabeza fuera de la casa pero mi cintura y piernas en la parte de dentro. La fuerza con que había bajado la ventana y que me había aprisionado me había producido un intenso dolor en la zona lumbar y aunque me revolví cuanto pude, mi cuerpo no se liberó un solo centímetro; la persona que había bajado la ventana tardó escasos segundos en salir de la casa y rodearla hasta llegar hasta donde yo estaba.

Pensé en lo peor, podría tratarse de un psicópata, y en realidad lo era, pero no de la clase que yo pensaba; al tener mi cuerpo flexionado hacia abajo ni siquiera pude ver el rostro del propietario de la casa. Sentí que se posaba sobre mi espalda, apoyando su trasero sobre ella y en un instante colocó una cinta adhesiva sobre la zona visible de mis ojos, tapando mi posible visión y acto seguido metió en mi boca una especie de bola con unas cintas que ajustó fuertemente en mi nuca (era una mordaza de bola, pero entonces no sabía yo nada de eso), impidiéndome todo intento de pedir auxilio, pero siendo yo el ladrón, ¿qué auxilio podría pedir?. Cuando ajustó la venda y la mordaza se dio la vuelta, apretando mi cabeza entre sus muslos y con la misma cinta adhesiva juntó mis muñecas muy juntas y prietas, dejándome totalmente indefenso; para rematar su trabajo pasó por mi torso una bolsa negra de basura, de las grandes y la afirmó a mi cuerpo con la misma cinta, y pasando una cuerda por mi cuello que apretó lo justo, me inmovilizó la parte superior del cuerpo a la base de la casa, con lo que ya no podía ni ver, ni gritar, ni debatirme ni moverme.

Cuando me abandonó allí fuera y regresó a la estancia de la casa en donde mi parte inferior del cuerpo se encontraba, me encontró pataleando en el aire, en un último intento por escapar de allí; con una calma pasmosa, mi "agresor" cogió una de mis piernas y la forzó hacia un lado, atándola por el tobillo a la pared y repitió la operación con la otra pierna, de manera que quedé muy abierto de piernas. Ya no tenía escapatoria posible; el chasquido de unas tijeras a mi espalda me llenó de terror y desesperación. Pensé que me las clavaría, me y luego me tiraría al río, pero ante mi estupor noté cómo iba manejando las tijeras a lo largo de mi pantalón, rasgándolo entero y haciéndolo jirones hasta que no le costó nada quitármelo de las piernas. Sentí el frío metal en la piel cuando repitió la operación con mis calzoncillos, rozando las puntas en mis testículos y en mis nalgas, y en un periquete estaba desnudo y ofrecido.

Sentí una mano que me agarraba por el pene y los testículos y una cuerda que se apretaba alrededor de todo el conjunto y luego cómo la cuerda se tensaba, estirando de mis partes íntimas hacia el suelo, hasta un punto en el que pensé que me las arrancaría, y ató la cuerda al radiador que tenía justo debajo. Tras unos momentos en los que no pasó nada, que pensé que se había ido, escuché un chasquido; mi captor se había desnudado por completo y había sacado su cinturón del pantalón y lo hacía restallar en el aire, para acrecentar mi miedo.

El primer golpe, no por esperado, me causó menos sensación; fue un golpe que lamió mis dos nalgas a la vez y terminó con la punta que dejó un escozor en el lateral de mi nalga izquierda que aún recuerdo. Tras este primero llegaron infinidad de latigazos que caían por mi culo, mis muslos, mi cintura, haciendo que mi piel hirviese; sentía que todo mi culo se convertía en un tomate rojo pasando a púrpura y pequeños hilos rojos cruzaban mi piel. Los golpes los recibía con un ritmo constante, sabiendo perfectamente la milésima de segundo en la que caería el siguiente, aceptándolos con la contorsión leve que me permitía mi estado de indefensión.

Cuando se cansó del cinturón me lo ciñó a la cintura; su propietario debía ser un figurín, pues le costó bastante ajustarlo a mis caderas, quedando tan apretado que me costaba respirar, pero nada podía hacer por liberarme; mi piel ardía literalmente, pero él no se conformó con eso, y tras unos instantes de ausencia se cebó de nuevo con mis heridas, ya que había ido a la cocina a buscar vinagre y sal que esparció por las llagas que había producido en cinturón. Casi me desmayo por el dolor que me produjeron aquellos productos, pero no me dio tiempo a ello, puesto que sin dejarme reponer había cogido una regla de plástico y empezó a azotar mis genitales y mi miembro, primero despacito, calculando las zonas más dolorosas, y después con auténtica violencia; mientras con una mano me azotaba, con la otra apretaba mis nalgas llenas de vinagre y sal, como queriendo que se incrustara todo en mis llagas. El castigo estaba siendo muy duro, tanto que me planteaba retirarme de la profesión.

Pero claro, eso no fue todo; cansado ya de tanto golpe, estaba sudando de lo lindo, por lo que se fue de nuevo a la cocina a buscar un refrigerio; hacía calor, este verano había traído temperaturas muy elevadas y yo lo estaba sufriendo en mi propio cuerpo, con el jersey negro y la bolsa de plástico sobre mi torso. Regresó con un refresco que dejó sobre una mesita al lado de mi cuerpo y con una cubitera de hielo; cogió uno de los cubitos y lo pasó primero por mis zonas doloridas, por las nalgas y los testículos, derritiéndose casi al contacto con la ardiente piel. Repitió la operación con dos más y el siguiente lo pasó directamente por mi ano, que se contrajo al instante.

Con el quinto cubito ya sabía yo lo que iba a pasar; lo colocó sobre mi agujero, del que ya no era yo mismo el dueño y lo presionó ligeramente, aprovechando la humedad para que fuese más fácil. Mi ano se abrió como un capullo y tragó el cubito entero, helándome las paredes internas; siguieron al primero varios cubitos más que me llenaron de agua por el interior a medida que se derretían pero no podía hacer nada.

Como plato fuerte de la sesión y una vez preparado y excitado mi asaltante, con el agua rebosando mi culo y mi grupa ofrecida, se puso detrás de mí de pie, entre mis piernas, me agarró por las caderas y de igual manera que había hecho con el hielo, apoyó su miembro en la entrada de mi culo y fue presionado hasta que lo metió hasta el mango, abriéndome la estrecha cavidad y creyendo que me partiría en dos. A pesar del dolor de la violación, la palpitante y cálida piel de su polla fue un alivio a mis heladas entrañas; estaba totalmente ofrecido y a su disposición, sin poder moverme ni un solo centímetro, y aunque en las primeras embestidas casi se me salen los ojos de las órbitas, más por la humillación que por el dolor, ya que el hielo había conseguido dilatarme bien, me relajé, bajé la guardia y me abandoné a mi suerte.

El tío tenía un aguante fuera de lo común, follándome con un ritmo lento y cansino que me amodorraba y que incluso me llegaba a resultar placentero; mis piernas, en tensión al principio de la sodomización, se volvieron blandas y sus muslos rozaban con los míos mientras su polla hacía tope una y otra vez en el interior de mi cuerpo. Tras un rato que ya no quería que se terminase nunca, noté cómo su cuerpo se tensaba, bombeaba un poco más rápido y al final una explosión de viscoso semen me inundó por dentro a presión. Noté como su miembro se encogía a medida que soltaba las últimas gotas de placer, aunque flácido seguía apretando mis paredes internas.

Sin salirse de mi interior levantó la ventana, aliviando un poco la presión que tenía en el pecho y tumbándose sobre mi espalda soltó la cuerda que ataba mi cuello al suelo, metiendo mi cuerpo en la casa y cerrando la ventana de nuevo. Se salió de mí y me soltó la cuerda que amarraba mi polla al radiador, por lo que los únicos puntos de sujeción fueron los tobillos; me empujó hacia atrás hasta que caí al suelo con un golpe sordo de mi culo contra el suelo y casi me golpeo la cabeza, pero me mantuve sentado. Me quitó la bolsa del torso, aliviando un poco mi calor y me tumbó en el suelo.

Sentí cómo se sentaba sobre mi pecho y manipulaba las sujeciones de la mordaza, hasta que me la quitó; escuché por primera vez su voz ronca y grave decirme que no se me ocurriera gritar o moverme ya que las consecuencias podían ser muy graves para mí, así que me limité a quedarme quieto con su pecho oprimiendo mi pecho, además de que mi ceguera me impedía tomar una conciencia clara de la situación.

Se restregó por mi pecho en dirección a mi cabeza y pude sentir sus muslos al contacto con mis mejillas; su voz grave me ordenó que limpiase su miembro hasta dejarlo impoluto, y aunque era algo que me daba mucho asco, no tenía más remedio que acatar aquella orden. Su capullo se posó sobre mis labios, sintiendo yo sus palpitaciones y con una última gota de semen que me los mojó; haciendo de tripas corazón, aunque no tenía mucha elección, entreabrí los labios lo justo para que la mitad de su polla se alojara en mi boca. Al principio era muy reacio a tal menester, pero abandonado a mi suerte, comencé a menear mi lengua sobre su estoque caliente, hasta que me fui animando y succioné como una auténtica puta, logrando que su pene volviese a mostrar una buena erección, momento en el que me lo sacó de la boca. Se adelantó un poco más hasta dejar su culo en mi boca y sabiendo ya lo que tenía que hacer, alojé la lengua en su interior mientras escuchaba cómo se estaba masturbando sobre mis ojos cegados.

Tras un rato más pequeño que el de la sodomización, se retrasó de nuevo, me agarró por la nuca e incorporó mi cabeza para que toda su polla pudiese entrar en mi boca; las arcadas subían por mi garganta, pero pude mantener el tipo y recibir la descarga de leche en mi boca, atragantándome a medida que me llenaba de su corrida.

Pensé que ya saciado me dejaría libre, pero nada más sacar la polla de mi boca me volvió a poner la mordaza, ajustándola con fuerza y dejando su semen en el interior de mi boca; pasó una nueva cuerda por mi cuello y la amarró en el otro extremo de la habitación, tensando lo suficiente para estirar mi cuerpo pero sin estrangularme, me dio las buenas noches y se fue a dormir.

Por la mañana, nada más despertarse, acudió a mi estancia, donde yo aún estaba dormido, ya que me costó mucho conciliar el sueño, pensando en lo vivido y en como se resolvería toda la situación; me soltó la mordaza sin que yo me diese cuenta y me desperté cuando ya tenía su polla erecta taladrándome la boca. Se había colocado en un 69 sobre mi cuerpo y con su pene clavado en mi garganta me prodigó la mejor mamada que yo hubiese recibido nunca, haciendo que me corriese en cuestión de segundos. Me escupió mi propio semen en la boca y me folló de nuevo, esta vez tumbado sobre mi cuerpo y me volvió a regar las entrañas, siendo más rápido que la noche anterior; al salirse de mi recto me enchufó un consolador. Me dejó atado, se duchó y vistió, y sin decir palabra, se marchó a trabajar.

Por la tarde, sobre las cinco, regresó; yo, por supuesto, no había podido soltarme ni hacer nada y seguía en la misma posición que por la mañana. Me soltó los tobillos y la cuerda que llevaba en el cuello y me hizo poner en pie, me guió por la casa hasta lo que supuse que era el salón, donde me tendió boca arriba; se desnudó, se preparó un bocadillo, encendió la tele y se sentó sobre mi cara. Aunque no debía ser muy pesado, su cuerpo aplastaba mi cabeza en el cojín; hurgó entre sus piernas para quitarme de nuevo la mordaza de la boca, en mis labios aún había restos de semen, y colocó su culo sobre ellos para que lo besara y lamiera mientras degustaba su comida y contemplaba la tele.

Al terminar de comer cogió el teléfono y citó a un amigo aquella tarde; cuando llegó me llevaron a la habitación y me tumbaron en la cama. Aún tenía las manos atadas a la espalda y el pasamontañas puesto con la cinta sobre mis ojos, pero el amigo se subió a la cama, sentándose cómodamente en la cabecera de la cama, tomó mi cabeza y guió mi boca hasta su polla morcillona, que lamí con la maestría que había adquirido la noche anterior, hasta que se puso dura, mientras el dueño azotaba una vez más mis nalgas.

Cuando su amigo estuvo en condiciones, se colocó detrás de mi cuerpo, entre mis piernas y cogiéndome por la cintura me levantó en vilo, a la altura de su cadera y me folló violentamente mientras el otro ya tenía su polla en mi boca. estuvieron follándome toda la tarde, sin descanso, intercambiando las posiciones, azotándome cuanto les vino en gana, y llenándome de leche por todos mis agujeros disponibles. El amigo se fue, ya había caído la noche, y mi captor me llevó a la parte trasera de la casa, donde se encontraba la fatídica ventana; me soltó las manos y se volvió a meter en su hogar. Me liberé de la cinta que cubría mis ojos, arrancándome las cejas en el intento y me liberé de la capucha. Estaba desnudo de cintura para abajo, cansado hambriento y derrotado; era de noche, pero así no podría ir a ningún lado; la experiencia me había dejado huella, una marca muy profunda

Me acerqué hasta la puerta de la casa y llamé al timbre, mirando de soslayo por si había miradas indiscretas; me abrió la puerta, desnudo, con la cinta adhesiva y cuerdas en las manos y me dijo: "Ya sabes como me gusta". Y entré.

Fin

exclav