El lado sexy de la Arquitectura 39

Capítulo penúltimo: el verdadero significado de una, dos o tres cosas.

Él la esperaba el miércoles bajo una de las sombrillas del carro de Sabrett frente al Museo de Arte Moderno, o mejor dicho “el MoMA”. El día era particularmente caluroso, 104°F, o 40°C, con un sol que penetraba no sólo la sombrilla amarillo con azul, sino también el saco Ralph Lauren, que por primera vez era beige y no era de lana, sino de lino, igual que el pantalón, y sentía que las suelas de sus zapatos Obrian café también sufrían a consecuencia del hirviente cemento que estaba bajo ellas, la acera, y sentía que se adherían con los segundos, como si se estuvieran derritiendo. Nunca había sudado tanto en su vida. Y era peor, pues cualquiera diría que podría quitarse el saco para refrescarse un poco, pero no podía porque se avergonzaba de haber escogido la camisa celeste y no la blanca, su sudor era inconfundible y totalmente perceptible. La corbata azul oscuro simplemente la había olvidado adrede en la oficina, y gracias al cielo que se le olvidó, porque de haberla traído al cuello, habría muerto de asfixia. Sudaba tanto, pero tanto como nunca antes, que la cartera, que la guardaba en el bolsillo trasero de su pantalón, empezaba a humedecerse por el sudor. El cabello lo tenía desubicado y un tanto esponjado, pero qué bueno que lo había cortado un poco más de los lados que del centro, así lograba mantenerlo, al menos, en su lugar, y ya nadie sabía si eran las gotas del sudor las que corrían por los rostros o las gotas de las botellas de agua fría que corrían por ellos.

  • Perdón… perdón por la tardanza- gimió Sophia al llegar a una distancia razonable para no gritar, pero tampoco hablar a volumen promedio.

  • No te preocupes, ¿cómo estás?- pretendió abrazarla pero, por el calor, ninguno de los dos tuvo más que la mínima intención.

  • Bien, ¿y tú?- llegó hasta él con una sonrisa, y por primera vez lo vio sudado.

  • Bien, bien… gracias por venir- sonrió. – Oye, está haciendo demasiado calor, ¿quieres entrar?

  • ¿Al museo?- resopló.

  • Hay aire acondicionado- sonrió ampliamente.

  • No se diga más- rió, y sintió cómo Phillip la abrazaba húmedamente por los hombros, él caminando a su lado izquierdo, ella sintiendo que el lino de su saco le quemaba los hombros semidesnudos a través del algodón blanco de su vestido desmangado. – Espera aquí, iré a comprar nuestro pase a Tierra Santa- sonrió Sophia, dándose el lujo de poder invitarlo a tal cosa. ¿Qué tendría que hablar Phillip con ella con tanta urgencia? Aquel hombre sólo asintió y se quedó con sus manos en sus bolsillos del pantalón, viendo al vacío interferido por un grupo de estudiantes. St. Bernadette’s, y sonrió.

  • ¿Habrá algún lugar para sentarse en este lugar?- preguntó Phillip, al acercarse a Sophia para poder entrar a las exhibiciones.

  • Seguramente hay varios- resopló, colocándose el bolso al hombro. – Pero mi banca favorita es frente al “Water Lilies” de Monet

  • Ah, Pia, ¿frecuentas el Museo?

  • No me digas que nunca habías entrado- Phillip simplemente sacudió su cabeza con una sonrisa avergonzada que creyó que lo salvaría de algo que no tenía por qué tener, mucho menos de Sophia. – No es tan malo- sonrió. – Es el síndrome del local

  • ¿A qué te refieres?

  • No estoy generalizando, aclaro- sonrió, llevándolo directamente por las escaleras, que pretendía subir cinco pisos sólo para ir a encontrarse con aquella pintura de la que Emma tanto hablaba cuando decidía acribillar al Arte, oh gran problema el de Emma con la definición de “Arte”. – Pero es un poco común que el habitante local, como tú, aproveche al cien por cien las atracciones que sus alrededores le ofrecen

  • He estado en Broadway

  • Y no sé si diste gracias a Dios por que cerraran “Mary Poppins”- rió Sophia en tremenda burla. – Como sea, no puedo creer que nunca habías entrado aquí… ¿has entrado al MET?

  • ¿Bromeas? ¡Esa cosa es grandísima!

  • Eres un exagerado, Pipe. Nadie dijo que lo tenías que ver todo en un día… es que no puedes

  • Pia, ahí sólo hay estatuas, momias y quién sabe qué más… todo se reduce a piedras

  • ¡Auch!- se quejó ante el comentario. – No sólo son piedras- dijo en tono resentido.

  • Ay, tan sensible- bromeó, admirando la habilidad del manejo de los Stilettos de su rubia hermana postiza, ¿cómo podía llevar Stilettos de cuero de pitón rojo mandarín y no tener pies al vapor?- Bueno, si me llevas… quizás pueda considerar invertir un poco de mi tiempo en los museos

  • ¿En serio?

  • Claro. Tengo tres décadas de vivir aquí y no he ido ni al Museo de Historia Natural

  • ¿Ni con el colegio?

  • Pia, iba a un colegio de hombres… en el que sólo teníamos tres opciones: la tríada científica que era química, física y biología, la tríada legal que era historia de los Estados Unidos de América, política estadounidense y sociología tradicional y neo-clásica, o la tríada económica que era economía… o sea micro y macro, matemática, y negocios

  • Ay, mi niño, ¿y qué instrumento tocabas?

  • Ninguno

  • No te creo- suspiró, empezando a sentir las consecuencias de la inactividad física al llegar al tercer piso.

  • ¿Y tú?

  • Yo jugaba con sodio y agua- sonrió, volviendo a ver a Phillip que necesitaba una explicación. - ¡Boom!

  • Un poco extrema, ¿no crees?

  • ¿Qué te puedo decir? Creí que era de hierro

  • ¿Y cuándo te diste cuenta que no lo eres?

  • Pipe, soy inmortal- guiñó su ojo, deteniéndose a media escalera hacia el cuarto piso.

  • ¿Nunca te has quebrado, fisurado o qué se yo?

  • Uno que otro esguince en el tobillo torpe, por negarme a perder un punto en un juego de Bádminton… y uno que otro dedo del pie, nada que un poco de esparadrapo no arreglara

  • Pues, tus dedos aparentan ser naturales- rió, cargándola como a una bebé entre sus brazos.

  • ¡Oye! ¡¿Qué te pasa?!- rió entre su queja. – Bájame

  • Si espero a que te entre aire, Señorita Sedentarismo, mejor nos sentamos en las escaleras- rió mientras Sophia intentaba taparse el interior trasero de sus muslos.

  • La gente nos está viendo- resopló sonrojada, intentando esconderse entre el hombro de Phillip mientras intentaba, con toda su elasticidad, pegar su vestido a aquella zona que no era de dominio público.

  • Déjalos que vean, que inventen una historia alrededor de lo que ven, que se lo vendan a PageSix si quieren

  • Está bien, pero apresúrate que ahora ando en G-String y es transparente y no sé si se me ve

  • Demasiada información- rió sonrojado.

  • Lo siento

  • No hay problema, Pia- sonrió, doblando hacia la izquierda para subir las últimas escaleras. – Por cierto, ¿y Emma?

  • Se quedó diseñando… diseñando un edificio de apartamentos…

  • ¿Por qué no te escucho muy contenta?

  • No, sí lo estoy- sonrió. - ¿Por qué lo dices?

  • Como que no estuvieras de acuerdo con eso, no sé

  • Eso lo hablaremos luego de que hablemos de lo que tú querías hablar

  • Me parece justo- dijo, poniéndola sobre el suelo, ya, al fin en el quinto piso.

  • Puedes empezar ya- sonrió, tomándolo por el brazo, caminando lado a lado.

  • No sé cómo decirlo- suspiró, siguiendo a Sophia por el camino que ella determinaba.

  • ¿Problemas con Natasha?- preguntó, sólo porque debía preguntar a pesar de que sabía que no era eso.

  • ¿No te ha comentado Emma nada?

  • No desde que se intoxicó antes de que nos fuéramos a Londres, ¿qué ha pasado? ¿Está bien?

  • Tengo una pregunta, de índole femenina

  • Dime

  • Hablando de un promedio- susurró a su oído, como si quisiera que nadie escuchara aquello, como si fuera peor que haberla cargado por las escaleras de un edificio saturado de turistas. - ¿Cuántos tampones usas por vez?

  • Wow, esa sí es una pregunta extraña…- resopló, entrando a aquella sala en la que se extendía la enorme creación de Monet. – Pues… supongo que de quince a veinte, no lo sé- murmuró, viendo a Phillip que tenía expresión de querer saber más. – Yo uso cuatro o cinco los primeros dos días, tres o cuatro los siguientes dos y el último, si me dura cinco, uso dos o tres… no lo sé, ¿por qué preguntas?

  • Los primeros días del mes pasado, Natasha casi se muere porque la tomó por sorpresa y sólo tenía unos cuantos y no tenía caja de respaldo, me pidió que le comprara unos en Duane… pero la caja nunca la abrió porque le duró poco, y dijo que no era muy normal pero que era quizás porque ya había dejado el tratamiento… o algo así, ojalá y le hubiera prestado atención en vez de estar viendo el partido de los Yankees…

  • ¿Y? ¿Cuál es el problema, entonces?

  • Pia, estamos a mediados de agosto y no ha abierto la caja

  • Nunca te creí tan controlador… y sé a lo que quieres llegar… pero, dímelo

  • Sé más o menos cuándo está en esas porque es imposible no notarlo… y tengo, desde esa vez, que no lo he vuelto a notar…

  • Tal vez sólo ha sabido controlar su estupendo mal humor- guiñó su ojo, y trataba únicamente de azucararle el momento.

  • ¿Y cómo explicas que no esté usando tampones?

  • ¿Se pasó a toallas?- se encogió de brazos. – Oye, ¿qué esperas que te diga? No soy ginecóloga

  • Cuando se supone que se intoxicó, los dos comimos lo mismo, exactamente lo mismo… y no hubo necesidad de llevarla al hospital, no fue intoxicación, al menos eso me dijo Berkowitz, el doctor ese al que Margaret le confía su vida…

  • ¿Felicidades?- sonrió Sophia, paseando su mano por la hirviente caliente de aquel neoyorquino por aprendizaje, aquel hombre tan duro y seguro de sí mismo que, en ese momento, parecía estar aterrado. - ¿Lo siento?

  • No me ha dicho nada… tampoco se lo he preguntado

  • ¿Y sería motivo para alegrarte o para infundirte pánico?

  • Sonará muy inmaduro… pero me cuesta comprender a las mujeres, ¿te imaginas intentar comprender a una mujer embarazada?- abrió sus ojos al vacío, Sophia sólo quería reírse.

  • La complejidad no se nos quita, nunca. Tómalo con tranquilidad, ¿qué es lo que te asusta? ¿Natasha embarazada o el “milagro de la vida”?- resopló.

  • Es la mezcla mortal, ¿no te parece?

  • Creí que querías tener una docena de hijos

  • Pues… sí- suspiró, paseando sus manos por su rostro, intentando rascarse donde antes había habido barba. – Pero no sé cambiar un pañal

  • Para todas tus inquietudes técnicas… creo que conoces “YouTube”, ¿no?- sonrió, tomándolo de la mano. – Mira- murmuró, materializando su iPhone de su bolso y yéndose directamente a YouTube. – “How to change a diaper”- escribió mientras lo pronunciaba. – Para todo hay solución

  • Espera a que mis suegros se enteren…- suspiró.

  • ¿Qué te van a hacer tus suegros?

  • No lo sé… ya me imagino a Margaret en aquel sermón de “Ella Natasha, ¿cómo se te ocurre? Tu matrimonio no tiene base y ya te embarazaron”- una expresión de asco lo invadió.

  • Ustedes dos tienen que cortarse el cordón umbilical de una buena vez, no es posible que sigan pidiendo permiso y perdón por todo lo que hacen… por el amor de Dios, Phillip, son un par de adultos- siseó con un poco de frustración ajena. – No pueden tenerles miedo, ni a sus propios papás ni a sus suegros, es estúpido… te podrás haber casado con Natasha y con su familia, pero hay un límite que deben marcarles. Para ti puede ser que no haya cambiado mucho, o nada, con Natasha, pero tus papás y tus suegros lo ven de otra manera… disfrútate y disfruta a tu esposa, esté embarazada o no, tengan uno o cien hijos, construyan o no una casa en los Hamptons… toma tus propias decisiones

  • Easy there, Tiger…- resopló. – Pero tienes razón

  • Lo siento, estoy un poco comprimida

  • Bueno, pasemos a lo tuyo, ¿qué con Emma? ¿Cómo ha estado?

  • Mejor, pero ahora regresa de la oficina a las nueve o diez de la noche… sale a las seis y media, casi no duerme, pasa encerrada en el apartamento, trabajando…

  • Más despacio, por favor

  • No te sabría decir si está enojada, si está triste, o qué… sólo sé que si le preguntas cómo está, te dirá que “bien”, si le preguntas qué le pasa, te dirá “nada”… es llevar la femineidad a otro nivel de complejidad

  • Pia, explícate, por favor… no entiendo absolutamente nada, yo no hablo su idioma

  • Antes de irnos a Londres tomó una casa en Providence, al regresar, exactamente el lunes, tomó otra casa en Newport, y ahora tiene un edificio en Malibú, se está asfixiando en trabajo, no descansa…

  • ¿No crees que esté en negación?

  • Pues, sí, quizás sí… pero no preguntó qué pasó, cómo pasó, simplemente dijo que lo llevaran a Roma y ya, que ella no tenía tiempo para ir a Roma, ni para nada… ¡ha pasado más de un mes!

  • Pia, supongo que todos lidiamos diferente con eso...

  • She won’t let me in- suspiró, dejando caer su bolso sobre el piso de madera, haciéndolo resonar brutamente.

  • Deja de intentar, deja de insistirle… y llegará el momento en el que se abra

  • ¿Ha hablado contigo?- Phillip se negó con la cabeza. - ¿Y con Natasha?

  • Eso no lo sé, lo que sí sé es que no se han visto, lo cual me parece raro…

  • ¿Se habrán peleado?- Phillip se encogió de hombros. – El enojo les dura poco…

  • Pia… sin ánimos de ofenderte o que se preste a malinterpretación… ¿qué tan feliz eres?

  • ¿Ahora?- murmuró, volviéndolo a ver mientras apoyaba su mejilla contra su puño, el cual estaba apoyado, desde el codo, sobre su muslo derecho, y Phillip asintió. – No lo cambiaría por nada

  • Pero esa no fue mi pregunta… ¿en escala del uno al diez?

  • Siete

  • ¿Y qué tanto ha evolucionado?

  • De un tres a un siete, es bastante, ¿no crees?

  • Pues, sí… verás, Pia, el tiempo lo soluciona todo

  • Lo mismo te digo- sonrió.

  • Ah- suspiró. – Somos un par de incomprendidos- rió.

  • Tú serás el incomprendido- rió Sophia. – Yo te doy el consejo que yo debería estar siguiendo

  • Así funciona siempre- la abrazó por los hombros, dándose cuenta que realmente aquella sala era refrescante, o al menos no tan caliente.

  • You know… I always thought that his death would be something “good”, so to speak… but it hasn’t been…

  • It’s never good…- susurró, abrazándola fuertemente y le dio un beso en su cabeza.

  • ¿Mañana se van?- preguntó, cambiando el tema abruptamente.

  • Si tú me pides que no, no

  • ¿Cómo crees que te pediría algo así?

  • Pidiéndomelo

  • ¿Y por qué habría de hacer yo algo así?

  • Porque no sé… pero sabes que nos gusta ayudar- sonrió.

  • Jamás, no voy a hacer que falten a su luna de miel… además, tienes que prometerme algo

  • Tú dirás

  • Pierde el miedo

  • Te lo prometo- sonrió, viendo a Sophia perderse en aquella pintura. – Sabes…sonaste muy parecido a Natasha con todo eso que me dijiste

  • ¿Por qué?

  • Muy Psicóloga creo, no sé

  • Pero tu esposa no es Clínica- resopló Sophia. – Y es más probable que un Psicólogo Clínico te lo diga a que un Psicólogo Industrial

  • Quizás… pero no le quita lo Sexy

  • ¿Y qué es Sexy? ¿Natasha o la Psicología?- rió, haciendo que Phillip se riera también. - ¿O será que te enamoraste de Natasha porque era Psicóloga?

  • ¿Bromeas?- resopló. – Cuando conocí a Natasha, lo que menos pensé fue que era Psicóloga… pensé que era tipo de Administración de Empresas, como mucho… y, sinceramente, el hecho de que sea Psicóloga… la hace todavía más…- hizo un gesto con sus manos, como si la estuviera estrujando en su imaginación, gesto que se traducía a un simple “más cogible”.

  • ¿Por qué?

  • Pia, hablando lo que es- dijo, volviendo a ver a su alrededor, viendo que la sala estaba prácticamente llena de turistas. - ¿Nunca fantaseaste con una psicóloga?- y Sophia se carcajeó por un minuto entero, intentó parar pero la risa la invadía de nuevo.

  • Nunca fui a una

  • Yo tampoco, pero es el cliché del look de una psicóloga…

  • ¿A qué te refieres?

  • Tú sabes… cabello recogido, seria, autoritaria, gafas quizás, que trabaja demasiadas horas a la semana, con tantos pacientes que están más perdidos que ella… y que lo único que necesita…

  • ¿Es una buena cogida?- lo interrumpió Sophia, escandalizando a uno que otro turista por su expresión, hasta hubo una señora mayor que se persignó.

  • Pues sí- sonrió ampliamente.

  • Creí que eras un caballero

  • ¡Oye!- resopló, abrazándola divertidamente por los hombros. – Lo soy…

  • Creí que te habías enamorado de Natasha porque no es ninguna bruta- sonrió Sophia, viendo la hora, y no, no tenía que regresar todavía.

  • No puedo dejar de ser un hombre, no puedo negarte que Natasha estaba, ¡uf!- dijo, como si estuviera recordando la primera vez que la vio, y no, no era la primera vez, sino la segunda, aquella noche en aquella fiesta. – Pero la fui conociendo, entre jugando y haciendo chistes, y se volvió triplemente “¡uf!”- murmuró, todavía viendo al vacío, acordándose de que, de no haber sido por Natasha, hubiera quedado semi-en-pelotas en aquel evento por el que recaudaron un millón de dólares para contribuir a la erradicación del hambre en África. – Y, cuando supe que era Psicóloga… todo lo que fantaseé, deseé y soñé, y lo que no, se concentraron en la misma mujer… me dejó pendejo, imbécil, estúpido…

  • Ya, ya, tómalo despacio con los auto-insultos, ¿quieres? – rió Sophia, dándole unas palmadas en su espalda. – Entonces, ¿Natasha es sexy porque es Psicóloga?- lo molestó, pues ya había entendido que no, que ese no era el punto.

  • Y aunque no fuera Psicóloga… la habría hecho, sí o sí, la madre de mis hijos- sonrió, volviendo a ver a Sophia.

  • Ay, hable con propiedad, Señor Noltenius- resopló Sophia en burla, pues aquello sonó a seguridad completa con lo de tener hijos. – Pero voy a disentir con que la Psicología es una profesión sexy

  • Pia, no puedes… es la profesión más sexy, más caliente, más erótica que existe…- y otros turistas escandalizados.

  • Se presta para las fantasías de niños con imaginación convencional- se burló de nuevo, logrando en Phillip una expresión exagerada y dramática de resentimiento, que tal vez habría pasado por homosexual, pero a Sophia sólo la hizo reír. – Si de profesiones de ese tipo de trata… te diría que la Arquitectura es la profesión más sexy

  • ¿Qué tiene de sexy la Arquitectura, Pia? ¿Qué tiene de sexy usar esos programitas raros, dibujar planos, acarrear planos cual mula de carga, supervisar construcciones con un casco amarillo y duro?

  • ¿Y qué tiene de sexy la Psicología? ¿Tiene algo de sexy que alguien desconocido hurgue tu inconsciente y tu subconsciente, te analice y te conozca mejor de lo que tú te conoces?- resopló a la defensiva. - ¿Que conozca todos tus oscuros problemas, tus complejos… y que trate con gente conflictuada todo el tiempo?

  • ¿Y qué me dices de andar en lugares polvosos y ruidosos?- dijo como argumento final.

  • Bueno, bueno… quizás tengas razón… quizás la Arquitectura no es sexy

  • ¿Pero?

  • Pero tiene su lado sexy- sonrió.

  • Y ese lado, del que presiento que hablas con seguridad, ¿cuál es?- Phillip se preparó para una respuesta cualquiera, para nada pensada, y vaya que se equivocó.

  • Emma- resopló, sabiendo que era suficiente respuesta y suficiente argumento, todavía emitió aquella respuesta en tono de “¿Y no es obvio?”.

  • Pero Emma es la excepción…

  • Aún así, no le quita que sea el lado Sexy de una profesión nada Sexy

  • Entonces la Psicología sí es Sexy

  • Está bien, pero sólo si la comparas con la Arquitectura…

  • Fuck it- rió Phillip. – Una mujer guapa es una mujer guapa, sea secretaria o sea astronauta

  • En eso sí estamos de acuerdo- resopló Sophia, recostando su cabeza sobre el hombro de Phillip. - ¿Te das cuenta de las cosas que hablamos?

  • Son un poco sin sentido, hasta sin fundamento si quieres… pero, ¿preferirías hablar de la economía mundial?

  • Sólo si es buena y me conviene

  • Entonces nos apegamos a la agenda de las incoherencias- murmuró, dándole un beso en la cabeza y abrazándola por los hombros nuevamente. Ahí se quedaron, admirando aquella extensa pintura, quizás ni la admiraban y sólo gozaban del aire acondicionado más caro de la historia: veinticinco dólares por ir a sentarse entre aire frío.

Y sí, era la tercera semana de Agosto, mes en el que los Señores Noltenius se tomarían dos semanas para explotar las Islas Maldivas, dos semanas que tendrían que vivir, a solas, con la incomodidad o con la felicidad de una noticia como la que Phillip intuía ser cierta, y ni se diga de Natasha, que sabía que aquel malestar estomacal no era causado por comida y que no era realmente estomacal, sino por algo extraño que no sabía describir, y estaba en ellos dos decidir si era incómodo o era un pedacito de felicidad. ¿Que si era muy rápido? No lo sé, en realidad Sophia tenía razón, y tenía más razón de lo que creía; nadie podía juzgar la rapidez con la que los distintos eventos decidían hacer su aparición y decidían evolucionar en algo menos o más complicado. Esa era la parte de los Noltenius, que Natasha viajaba a Westport y terminaba por quedarse dos días en lo que ayudaba a Margaret a empacar, pues se mudarían de nuevo al apartamento de la Quinta Avenida porque Margaret no podía darse el lujo de estar tan lejos del New York Times, o esa era la excusa, pero en realidad sólo quería estar más cerca de Natasha, o más cerca de Versace y Louis Vuitton.

Emma era otra cosa, totalmente distinta, pues estaba en una faceta de culpabilidad confusa, o así lo creía Sophia. El día en el que se dirigían a Londres, Marco tuvo la amabilidad de llamarle a Emma, llamada que recibió cuando ya estaba sentada en el avión, para hacerle saber que Franco había sufrido un infarto, y eso era lo único que Emma sabía, no sabía que había sido cerebral y no cardíaco, porque Marco no le dijo y porque Emma no había preguntado, pues, en cualquiera de los dos casos, ¿qué podía hacer ella? Marco tampoco le dijo la magnitud de necrosis que había, y tampoco le dijo por qué, ni cuáles eran las implicaciones de aquello. No duró mucho en ese estado, Emma en completa ignorancia, nadie sabía si la ignorancia era adrede o no, pero la llamada de un Marco agitado cayó en el momento menos adecuado, o quizás en el más adecuado, depende del punto de vista. Emma y Sophia habían decidido descansar de corregir las últimas pruebas de sus respectivos holocaustos estudiantiles de índole académica, y habían ido a caminar por ahí, hasta terminar, sin darse cuenta, en “Queen Mary’s Garden” y sólo caminaban mientras Emma intentaba evadir el peso de su consciencia, pues tan tranquila no estaba ante las últimas palabras que cruzó con Franco, y justo se detuvieron frente al lago, Sophia se sentó, Emma tras ella, haciendo que Sophia se sentara entre sus piernas, y empezó a besar su cuello mientras le susurraba quién sabía qué en griego, y, a ciegas, logró abrir la cremallera interna de su bolso, todavía logró tomar la cajita en su mano, y justo cuando iba a empezar a insinuarle aquello, su iPhone sonó, y era Marco para darle la noticia. Cinco días había sido hasta demasiado. Y desde entonces, Emma no era la misma, no sólo según Sophia, aunque había mejorado, sí había mejorado, y bastante.

Al principio, Emma simplemente decidió no hablar, decidió tomar un voto de silencio en el que pudiera pensar, al menos poner su impresión en orden, su innegable dolor en una proyección de tiempo, y sabía que algo así le tomaría tiempo. El dolor era confuso, porque el dolor no era provocado precisamente por la muerte de Franco, sino por el déficit del dolor socialmente reconocido, la culpa que la falta de aquel dolor le provocaba, y era algo a lo que le daba tantas vueltas como su silencio le durara. No le había quitado el habla a Sophia, seguía siendo la misma, con besos, sonrisas cuando el tema se le olvidaba, caricias en el mejor de los casos, pero no quería hablar de lo que tuviera que ver con Franco, más porque estaba totalmente en guerra con Marco, pues Marco la culpaba por lo que fuera, le reprochaba que no hubiera llegado, y todos tienen razón, nadie nunca la tuvo absolutamente y nadie dejó de tenerla, y ninguna razón pesaba más que la otra. Y no sé si fue gracioso o no, pero definitivamente la vida da vueltas y sorpresas, pues Emma no pudo asistir a la lectura del Testamento de Franco, tampoco le interesaba asistir porque sabía que iría en vano; quizás y lo único que Franco le había dejado había sido una carta llena de ofensas e insultos, pero no. Con un “Porque no supe nunca cómo lidiar contigo, porque sé que hice, hago y haré mal, y sé que no puedo arreglar las cosas del pasado, del presente y del futuro.” le dejó no sólo dos tercios de la herencia que venía acumulándose desde el abuelo Félix y la abuela Sabina, sino también la casa del Lago Como, cuya ubicación se le hacía conocida a pesar de que tenía sabiduría nula sobre la existencia de dicha casa, y era complicado el por qué sabía de esa casa en realidad, y le había dejado el regalo de graduación de Bachelor que nunca le entregó; un maniquí por el que movió cielo, mar y tierra para comprarlo de la diseñadora favorita de Emma, todo porque, a pesar de desalentarla sobre estudiar Diseño de Modas, nunca la dejó de apoyar. Y Marco ardía ante aquella herencia, casi se incendia cuando preguntó cuándo había sido la última modificación, y aquella respuesta tenía fecha exacta: veinticinco de junio de dos mil trece, y había sido para darle dos tercios a Emma y repartir la parte restante entre Laura y Marco. A Marco le había quedado el apartamento de Roma y un sexto de la herencia monetaria, más el Aston Martin, unas cuantas generosas acciones en Alitalia y en Trenitalia y toda su ropa Armani aunque no le quedaría ni aunque rebajara veinte libras, a Laura un sexto de la herencia monetaria, una Villa en San Remo y otra en Livorno y la había nombrado beneficiaria del seguro de vida.

Emma sabía de aquella casa porque una vez, no se acordaba exactamente en qué año ni en qué momento, un cliente le había pagado por diseñarle una Villa en la costa este del Lago Como, y le pagó sobrevaloradamente, por decisión suya, sólo por el diseño, tanto arquitectónico como ambiental. ¿Un maniquí? En fin, la Arquitecta Pavlovic, con Sophia, no había cambiado mucho, sólo no había tenido ganas de hacer el amor, y ya un mes, o más, era demasiado para Sophia, pues desde aquella vez que le había dicho que la dejara como nueva, no había vuelto a haber otra vez, ni un indicio, y Sophia lo respetaba, y no era eso lo que le dolía, sino que Emma se iba a la cama con ella, esperaba a que se durmiera y luego se levantaba a lo que fuera menos a dormir, como si no quisiera dormir, y, entre los planos del edificio de apartamentos en Malibú, los planos de la casa de Newport y los de Providence, y la máquina para hacer ejercicio que Emma había comprado, se había desmejorado significativamente, pues las ojeras eran cada vez más evidentes y los dolores de cabeza eran más intensos y duraderos, las duchas que tomaba, en las que Sophia sabía que las usaba más para llorar disimuladamente que para bañarse, el hecho de usar el mismo jeans dos días seguidos, no, no dos, ni tres, sino una semana entera, era como si no le importara, pero estaba trabajando más de la cuenta para poder darse un respiro bien merecido y con Sophia.

Y había dos cosas que Sophia sabía que no estaban del todo bien, o al menos le parecían extrañas; que Emma, todos los jueves, saliera un poco antes de las doce de la oficina, desaparecía por cuarenta minutos o una hora, y regresaba con una sonrisa, y, los domingos, salía un poco antes de las siete de la mañana, y regresaba un poco pasadas las ocho y quince, con la misma sonrisa de los jueves, y llegaba con el desayuno, para compartirlo con Sophia, y luego de haber leído una hora o dos “March Violets” de la Trilogía “Berlin Noir”, se dedicaba a seguir trabajando en el set de planos que había llevado el viernes. Pero, últimamente, había empezado a ceder al sueño pero sólo por unas horas, pues Sophia se despertaba y, algunas veces, no la encontraba en la cama y salía a buscarla, sólo para verla trotando en aquella banda sin fin inclinada, o inclinada sobre un plano en su mesa de dibujo, pero siempre con los audífonos a reventarle los tímpanos. Y no era que Sophia no fuera feliz, pues sabía perfectamente que no todo podía estar bien por más que quisiera, pero sabía que, el noventa por ciento del tiempo, todo estaría más que sólo “bien”. La solución podía ser, dejar de poner cara de preocupación o intervenir con mano de hierro, quitarle la botella de Grey Goose o compartirla con ella hasta perder el conocimiento, hacerse a un lado o entrometerse completamente, ¿qué sería? Sophia, mientras Emma trabajaba en sus planos, por no aburrirse, también abusaba de la banda sin fin, y trotaba hasta que Emma se hacía presente junto con el almuerzo, que últimamente cocinaba; desde colas de langosta hasta simple Mac n’ Cheese de caja, y seguían sin sentarse a la mesa, pues para qué, comían, entre hablando sobre banalidades y vanidades, sobre algún dato curioso de lo que comían en el momento, y luego Emma se retiraba a seguir trabajando en los planos, Sophia lavaba los platos, a mano para gastar el tiempo, luego tomaba una ducha y, cuando el sol ya no era tan molesto, salía al balcón a sentarse con una copa de vino tinto, a veces a simplemente observar, a veces a jugar en su iPhone, el resto de veces a leer “The Art Of Racing In The Rain”, libro que había tomado de la colección de Emma, y luego, cuando ya daban las ocho o nueve de la noche, Sophia le preparaba una ensalada de frutas a Emma; siempre frutos rojos, manzana que tenía que ser verde, la parte menos roja de la sandía, y todo iba salteado, en frío, en limoncello y jugo de granadina, y eso Emma ya lo comía en la cama mientras Sophia buscaba algo interesante para perder el coeficiente intelectual en la televisión.

Emma sabía la verdad sobre Natasha, y por eso no se alarmaba al no verla, pues tenía sus razones. Entonces es aquí cuando la mudanza de los Roberts iba más allá del New York Times, pues la Quinta Avenida tenía más peso que sólo Louis Vuitton y Versace. El Penthouse de los Roberts se situaba en dicha avenida, igual que la de los Noltenius, y Natasha no le estaba ayudando a mudarse, pues ella debía reposar, y no podía hacer eso con Phillip encima, Emma simplemente le ayudaba a tapar el pequeño gran secreto de su embarazo porque Natasha no quería decirle a Phillip hasta estar segura y asegurada. Margaret y Romeo ya sabían, y ambos estaban que saltaban hasta el techo de la alegría, contrario a lo que Phillip pensaba. ¿Por qué necesitaba tiempo para decírselo a Phillip? Era simple, porque al poco tiempo de darse cuenta, la misión tuvo la intención de ser abortada y no por decisión de la razón quizás irracional, sino por la naturaleza, por lo que Natasha, por intentar darle una buena noticia a Phillip, y sin preocupaciones, había recurrido a las únicas personas que le ayudarían a encubrirla: sus papás. Y con tratamiento prenatal y mucho reposo, Natasha había salido de peligro, según el doctor, y tenía luz verde para irse de viaje siempre y cuando tomara las cosas con suavidad y tranquilidad, pues, más que todo se refería al sexo. Aquel secreto, al que Emma y Natasha se referían como “El Frijolito” o “The Bean”, pues eso parecía tras un mes de crónica succión de ácido fólico, había sido una de las mejores noticias que Emma había podido tener entre aquel casi colapso emocional. Y era otra de las razones por las que Emma se despertaba y se encerraba en la habitación del piano, pues no había día que no hablara con Natasha, no había día que no se preocupara por su salud, o por la del Frijolito, y así, por teléfono, día con día, Natasha jugaba a ser la Psicóloga de Emma, pues eso era a pesar de ser la violación de los principios éticos del Psicólogo, y Emma le proveía un poco de contacto civilizado, en el que, para que Natasha se durmiera, le había empezado a leer “The Great Gatsby”; eran como hermanas, no, eso eran. Y cuántas veces no quiso Emma correr a Westport, o mejor rentar un auto, sólo para ver a Natasha, para asegurarse de que todo estaba bien. Sólo se despidieron por teléfono, que no era que no hablarían, pues toda mujer, en su Luna de Miel, necesitaba quejarse también, y no con su esposo, sino con su mejor amiga. Y, junto con la última Ecografía, Natasha hizo que Emma prometiera que regresara todo a la normalidad, y así fue, con la poca fuerza que a Emma le quedaba, pues el cansancio era demasiado, haría que su relación con Sophia volviera a ser lo que era.

  • Buenas tardes, Arquitecta- sonrió Volterra al ver a Emma entrar a su oficina.

  • Buenas tardes, Alec- intentó sonreír de regreso, pero no pudo, pues no había dormido mucho, por no decir nada. - ¿Para qué me querías ver?

  • Para dos cosas- le informó aquel hombre, quitándose las gafas para verlas a contraluz, sólo para saber el grado de suciedad de éstas. – La primera…- suspiró pesadamente, como todo hombre podía hacerlo. – David vino a pedir trabajo

  • ¿Cuál David?

  • ¿Segrate?

  • Ah… él- murmuró Emma indiferentemente. - ¿Y qué tiene eso que ver conmigo?

  • Que tú lo despediste… yo no tengo ningún problema con volverlo a contratar, no sé si lo tengas tú

  • No tengo nada en contra de David… pero prefiero darle fuego al salario que recibiría cada mes- dijo, con la misma expresión indiferente.

  • ¿Y no tienes nada en contra de David?

  • Es una pérdida de tiempo tener algo en contra de él… prefiero que contrates a un payaso

  • ¿Qué?

  • No me hagas caso, no he dormido nada… ya no sé lo que digo

  • No, eso de que no has dormido nada te lo creo… ¿qué pasa? ¿Es por lo de tu papá?

  • No, he estado trabajando en los planos… que me da tranquilidad decirte que ya están terminados, y ya están en el poder de sus respectivos interesados

  • Todavía no me has dicho quiénes son los de Malibú- sonrió Volterra, dándole a entender de que esa era la segunda cosa por la que la mandaba a llamar.

  • Junior, ¿quién más?

  • ¿Y por qué tanto secreto?

  • Porque es extracurricular…- se encogió de hombros.

  • ¿Cuánto te está pagando?

  • El modelo cuesta veintiséis, cada plano cuesta veinte, y son dieciocho verticales centrales, uno horizontal, y multiplícalo por tres, porque me pidieron uno de distribución espacial, uno de distribución de cableado y aire acondicionado y otro de tuberías…

  • ¿Y ya terminaste?- resopló entre su sorpresa, más al ver que Emma asentía. - ¿Y la construcción?

  • Cero, de eso no me encargo yo… pero por ambientar lo básico me pagan el cuarenta por ciento del total de diseño arquitectónico, que lo voy invertir en comprar el Penthouse… como te digo, no he dormido nada, y te estás aprovechando de mi falta de conexión neuronal

  • Te ves mal, lo digo en serio…

  • Quería pedirte un favor… o dos

  • Dime, ¿qué puedo hacer por ti?

  • Quiero tomarme tres semanas de vacaciones- sonrió, no sabiendo por qué estaba pidiendo permiso.

  • Tómatelas… eres dueña de tu tiempo…- sonrió, acordándole lo que le había dicho unas semanas atrás. - ¿Irás a Roma?

  • No… iré a disfrutar de un poco de adrenalina y un poco de altamar… ¿quieres mandarle algo a Camilla?

  • ¿Cuál es tu fijación con Camilla?

  • No sé cuál es mi fijación con la mamá de tu Sophia…- resopló. - Como te digo, no he dormido nada… y me siento por los suelos…pero tú sabes que me refería a “hija adoptiva”- Volterra permaneció en silencio, sin quitarle la vista de encima a Emma. – En fin… quiero que te inventes algo… lo que sea para que Sophia vaya conmigo de vacaciones…

  • ¿Tres semanas? ¿Sabes lo que eso significa?

  • Quince días laborales… y no te preocupes, Gaby ya me hizo el favor de comprar todo para las dos… creo que no te queda otra opción más que inventar algo, y rápido

  • ¿Cuándo te vas?

  • El sábado- sonrió, sabiendo que era miércoles.

  • ¿Cuál es la prisa?

  • Es un crucero… y yo no quiero ir a Alaska- rió. – Quiero una playa caribeña… mejor dicho: “varias playas caribeñas”

  • ¿Cómo pretendes que me voy a inventar algo así de rápido?

  • You’re good at hiding things- dijo con sus ojos cerrados y su cabeza recostada sobre el borde del respaldo de la silla. Y se lo dijo en inglés para que entendiera con un mejor contexto.

  • ¿Qué estoy escondiendo?- Emma sólo levantó los brazos. – Bien, Sophia tendrá que ir a Roma por cosas legales… ¿te parece creíble?- Emma levantó su pulgar. – Emma, estás muerta… ve a descansar, tómate el resto de la semana si quieres…

  • No, no… hay algo que quiero preguntarte antes…

  • Dime

*

  • ¿Emma?- llamó Sophia al abrir la puerta del apartamento el jueves por la tarde, pues vio las luces encendidas.

  • ¡En la cocina!- intentó no gritar muy fuerte, pues casi no podía escuchar por el hielo en el que sumergía la ostra que recién abría.

  • Viniste temprano- sonrió, notándola distinta, porque estaba distinta.

  • ¿Está todo bien?

  • Ti piace ostriche?- sonrió, mostrándole el recipiente de madera con hielo con, por lo menos, tres docenas de ostras que recién abría.

  • Me encantan- sonrió, abrazándola por la cintura, pues tenía la sensación de que podía hacerlo y Emma no se lo negaría por su extraño humor.

  • Tu mamá me lo dijo- murmuró apoyando su cabeza contra la frente de Sophia.

  • ¿Hablaste con mi mamá?

  • No recientemente- lavó sus manos con suficiente jabón como para quitarse el olor. – Hola, mi amor- susurró con una sonrisa, y fue la primera vez que Sophia no le prestó atención a las ojeras de su novia, sino a la sonrisa que le parecía que podía estar en el olvido, pues la sintió distinta.

  • Hola, mi amor- repuso, no pudiendo tomar aire después de aquellas palabras porque Emma le robó un beso que no esperaba. – Mmm… qué rico- susurró a ras de sus labios. - ¿Puedo robarte uno yo?

  • ¿Te gustaría robármelo o que te lo regale?

  • Me gustarían los dos- sonrió, sintiéndose, en escala del uno al diez, un cien, al sentir las manos de Emma acercarla más a ella, realmente apretarla más contra ella, y, de una mordida, le robó el primer beso. Qué bien se sentía, se sentía diferente a los besos de “buenas noches” y a los besos de “buenos días” de todos los días anteriores. Un poco de lengua mientras Emma se apoyaba de la encimera con su trasero y Sophia también pero con sus manos. – Quiero mi beso regalado- sonrió, mordiendo su labio inferior, intentando disimular la sonrisa entre la mordida, era imposible disimular.

  • Tendrá que esperar- susurró.

  • ¿Por qué?- sonrió, pues pensó que estaba bromeando, y estaba bromeando, a su modo, que parecía no ser broma.

  • Tengo que decirte algo

  • ¿Bueno o malo?

  • Unas cosas buenas, otras malas- murmuró, manteniendo su posición seria. Pues sí, Emma padecía un poco de cambios de humor, pero sólo cuando los podía controlar y sólo cuando lo hacía adrede.

  • Me imagino que la mala tiene que ver con que no te vi en la oficina en todo el día

  • Licenciada Rialto- resopló, volviendo a tomarla por la cintura con su mano izquierda y apartándole el cabello del cuello por la parte derecha. – “Bueno” y “malo” es relativo- susurró a ras de su cuello, provocándole cosquillas a Sophia. – Puedes ir a la habitación o a mi bolso

  • Prefiero que me lo digas tú

  • Hablé con Volterra ayer… tienes problemas legales en Italia… pasaporte o algo así

  • ¿Sabes lo raro que eso suena?- Emma sacudió su cabeza. – Yo no tengo ningún problema legal

  • Si lo tienes… es para que tú y yo nos podamos ir de vacaciones

  • ¿Y cuánto dura mi “problema legal”?- sonrió.

  • Tres semanas

  • ¿Por qué tanto?

  • ¿Te acuerdas de lo que querías hacer para vacaciones?- Sophia asintió y Emma le dio un beso en el cuello. – Lo único que logré fue para salir el otro sábado, y vamos por Labadee, Falmouth y Cozumel… siete noches- sus manos bajaron por su espalda y tomaron los bordes de la falda de Sophia.

  • ¿Por qué tres semanas si sólo son ocho días?

  • Salimos de Fort Lauderdale…- y le soltó una nalgada que a ambas nos sorprendió. – Y pensé que podíamos cambiar el paracaidismo por un poco de adrenalina en uno que otro parque de diversión

  • Con lujo de detalle... por favor- sonrió, desabotonándose el primer botón de su camisa roja, que había tenido que recogerse las mangas porque el calor no daba para menos.

  • First Class Tickets to Orlando…- tomó los botones en sus dedos, entre sus frío dedos por el hielo. – Salimos a las seis menos cuarto de La Guardia… para llegar a las ocho cincuenta, recogeremos, a las nueve y media, un vehículo, nos dirigimos al hotel a nuestra habitación; con vista al lago…- deshizo el último botón y repasó, todavía con sus dedos fríos, el abdomen plano de Sophia, de abajo hacia arriba hasta encontrarse con un sostén blanco que también recorrió por encima del algodón de las copas, más allá hasta llegar a sus hombros para retirar la camisa. – Entradas para Typhoon Lagoon, para Blizzard Beach, ambos para mojarnos- y esa última palabra la dijo con lascivia, tanto que hizo que Sophia sintiera aquel punto de partida que gritaba “me estoy mojando”. – A Universal Studios y a Islands of Adventure… - le volvió a dar una nalgada, notando ya cómo las mejillas de Sophia se enrojecían y sus ojos se cubrían por la excitación que sus párpados gritaban. – Añadiduras luego- sonrió, bajando la falda de Sophia hasta por arriba de su rodilla, en donde tenía que reposar. – Vamos a Fort Lauderdale el viernes por la mañana, abordamos antes de las dos de la tarde a nuestras siete noches en altamar, in which we’ll have sex, we’ll fuck the shit out of ourselves and we’ll make love to one another

  • Oh. My. God- ya Sophia ya estaba extasiada, imaginándose todo aquello, imaginándose la fricción que se crearía por el frote continuo de sus clítoris.

  • Y, cuando desembarquemos- sonrió, bajando la cremallera trasera de la falda de Sophia. – Merodearemos por Fort Lauderdale el resto de los días, hasta que regresemos el siete de septiembre… días que serán organizados por mi hermosa…- hizo una pausa y le clavó un beso que tanto le succionó el aliento como le devolvió la vida. – Sophia- sonrió, pues quiso decir “para-ese-entonces-oficialmente-futura-esposa” pero no quiso arruinar la sorpresa, si es que era sorpresa en realidad.

  • Será un gusto compartir esas vacaciones contigo… ¿cuánto te debo?

  • Podríamos hacer un trato- sonrió, bajando la falda hasta el suelo, dejando a Sophia en una tanga roja que era totalmente transparente, pues, al agacharse, Emma pudo ver toda la complexión de su entrepierna. – Un beso por cada dólar, por cada cien, por cada mil o por cada diez mil

  • ¿Uno, dos, tres o cuatro?

  • Tres

  • Todavía me debes un beso

  • Más tarde- susurró, tomándola por su trasero hasta levantarla y sentarla sobre la encimera. - ¿Tienes hambre?

  • ¿De ostras? Siempre- resopló, dejando caer sus ruidosos Stilettos sobre el suelo de madera de la cocina. Emma asintió, quitándole la parte superior a cada una de las que estaban en la parte superior. - ¿Será cierto que son afrodisíacas?

  • No sé, puede ser que sólo sea un efecto placebo para algunos… pero, contigo, yo no necesito uno de esos…

  • ¿Por qué?- preguntó, viendo a Emma materializar una bufanda de seda, una hermosa bufanda cuadrada pero no tan grande como para ser una bufanda de invierno. Era negra, de seda negra de ciento cuarenta, y tenía, en el centro, el logo de aquella casa, en blanco acuarela.

  • “Afrodisíaco” viene de “Afrodita” que, como tú sabrás, es la diosa del amor… Afrodita era un mito, pues, por algo es parte de la mitología griega, pero Sophia Rialto no es ningún mito, o sea la verdadera Afrodita vive conmigo- sonrió, abriendo las piernas de Sophia y colocándose entre ellas. Sophia permaneció en silencio, sonrojada como desde que conocía a Emma, así de potente, así de escarlata. – Posso bendare?- preguntó avergonzadamente, sosteniendo la bufanda con ambas manos, Sophia asintió, agachando la cabeza para darle mejor acceso, para brindarle mayor facilidad. Y Emma, colocando suavemente la bufanda sobre los ojos cerrados de Sophia, la amarró suavemente tras su cabeza. - ¿Está bien?- murmuró, haciendo alusión al nudo.

  • I trust you- susurró, acomodándose la bufanda a sus ojos para no ver.

  • I’m no murderer of that so treasured trust- susurró a su oído derecho, tomándola por sorpresa a pesar de que sentía el calor de la proximidad de su cabeza, de sus labios, acercarse a su oído.

Sophia asintió, y le gustó sentir las manos de Emma recorrer sus antebrazos, llegar hasta sus hombros, tomar los elásticos de su sostén y retirarlos hacia los costados exteriores, dibujando un elocuente trayecto mudo sólo con sus dedos sobre sus clavículas, su pecho, el cambio de relieve que el comienzo de sus senos marcaba, y su desplazamiento hacia el centro de su horizontalidad, esa tibia hendidura que formaban sus senos. La piel de Sophia se erizó ante ese ligero roce, y Emma no sólo vio, sino también sintió, con sus labios y con sus dedos, cómo cada poro de aquella perfecta piel se elevaba individualmente a pesar de estar formando una homogeneidad en toda su piel. Y aquel beso que Emma le plantó en sus labios la tomó por sorpresa, la hizo gemir, y ni se hable del erotismo que se materializó en cuanto Emma desabrochó el sostén de Sophia pero sin despegar sus labios de los suyos. El roce del sostén erizó sus pezones. Eso de no ver y sólo sentir era de otro mundo. Emma tomó los elásticos de su tanga y Sophia, tensando sus brazos, elevó su trasero para que Emma pudiera desnudarla completamente, y a Emma cómo le encantaba ver cómo los antebrazos de Sophia se definían. Los secretos de la tonificación de Sophia, una exquisitez.

  • ¿A dónde vas?- susurró Sophia, que se había quedado buscando los labios de Emma, así como sus manos.

  • A servirte algo de beber- sonrió, y Sophia sabía que Emma había sonreído a pesar de no haberlo visto. – Sabes- murmuró, abriendo el congelador para sacar una botella de Grey Goose y una de Pellegrino. – Te quiero decir algo

  • ¿El qué?- preguntó, escuchando que Emma abría otra puerta pero no lograba distinguir cuál.

  • Hay algo que no quería compartir… porque no me sentía cómoda con la idea…pero tengo que decírtelo

  • No tienes que decírmelo… porque sé cómo te sientes- y escuchó que Emma sacó vasos, o copas, no supo distinguir.

  • ¿Ah sí?- se asustó, ¿cómo podría Sophia saber lo que había pasado el día anterior si sucedió a puerta cerrada?

  • Sí, y aunque no supiera…- dijo, haciendo una pausa para aclararse la garganta al mismo tiempo que Emma sacaba una botella de champán del congelador especial. – Necesitaba que estuvieras bien, no saber lo que te pasaba…- quizás era una pequeña mentira, pero, al final, había comprendido que el cerebro de Emma, junto con todos sus pensamientos, eran sólo de Emma y de nadie más, y era información que Emma no estaba obligada a compartir. Quizás quería saber, pero no necesitaba saber. – Y, si para que estuvieras bien tenías que pensarlo todo, tenías que procesarlo todo… lo respeto totalmente- escuchó el típico sonido que una botella de champán hacía al disparar el corcho hacia afuera, y se asustó, tanto un respingo sobre su trasero. – ¿Qué estás haciendo?

  • Apreciando el paisaje- resopló, pues con “paisaje” se refería a la desnudez de Sophia mientras vertía un poco de Dom Pérignon Rosé Vintage Brut en la copa que había sacado. Y respiró de alivio.

  • Sabes… no tengo ni idea de lo que estás haciendo, pero me da risa imaginarme lo que haces

  • Y según tú, ¿qué hago?- sonrió, abriendo el congelador para llenar un vaso con hielo.

  • Creo que estás ahí, parada, sólo viéndome mientras te bebes una copa de quizás un Krug Rosé… y mueves cosas al azar para hacerme creer que estás haciendo algo más…- escuchó un poco de líquido, que era Grey Goose en realidad, caer en el vaso con hielo, y luego, junto con la risa nasal de Emma, escuchó la salida de gas de la botella de Pellegrino y escuchó el líquido caer, con las burbujas reventándose a su paso, en otro vaso.

  • No estás tan lejos de la realidad- rió, volviendo a abrir el congelador para sacar un limón, una lima, un chalote y un par de hojas de menta. – Te ves increíble…

  • Pues, encimera con trasero y vagina, ¿por qué no?

  • Ah, no te preocupes- rió. – Yo lo voy a lamer luego

  • ¡Emma!- siseó, y luego estalló en una risa.

  • ¡Sophia!- se burló en el mismo tono mientras se concentraba en no cerrar los ojos ante su risa para no cortarse un dedo al picar el chalote.

  • Se supone que no debo decirlo, pero extrañé a esa Emma

  • Silly Emma with whom you can play with?

  • No creo que juegue contigo- rió Sophia, concentrándose en el olor que el chalote despedía al ser finamente picado y con suma destreza; no sólo Sophia sabía picar con rapidez y con precisión, había cosas que Sara le había enseñado a Emma. – Después de que me quites esto- dijo, apuntándose la bufanda a los ojos. – Quiero jugar algo contigo

  • Soy toda oídos

  • Se llama “Russian Deadshot”- rió mientras Emma alineaba las primeras diez ostras sobre una tabla de madera, cinco y cinco, una fila con jugo de lima, la otra con jugo de limón, la primera con un poco de sal, la segunda con sal y pimienta negra, la tercera con un poco de chalote picado, la cuarta con menta picada y, la quinta, sólo con el jugo de lima o limón. – Normalmente se juega con Stol, pero con Grey Goose supongo que estará bien

  • Nunca has curioseado por el bar, por lo que veo

  • ¿Tienes Stol?

  • Del clásico tengo tres botellas, creo, y del Elit dos, quizás

  • La cosa es que son quince shots contra quince shots, la que se tome más… gana

  • ¿Y qué se gana? ¿Experiencia?- rió, colocando otras diez ostras sobre la tabla de madera, estas sin jugo de lima o limón, simplemente con las mismas añadiduras.

  • No lo sé, nunca gané- rió, escuchando que Emma colocaba cosas a su lado.

  • ¿Cuándo jugaste eso?

  • En la época de la universidad… lo tuve que jugar por presión social, y luego se lo enseñé a mis primas, pero sin Stol… con Ouzo

  • Pobre hígado- rió Emma, tomando la primera ostra en su mano. - ¿Lista?

  • ¿Qué me vas a hacer?

  • Creí que confiabas en mí- sonrió, dándole un beso en su hombro, y Sophia sonrió. – Abre la boca y echa la cabeza un poco hacia atrás- y, suavemente, deslizó la primera ostra. – Mastícala tres veces y deslízala…- Sophia emitió un sonido gutural de goloso placer. – A limpiar ese paladar- murmuró Emma, colocándose entre las piernas de Sophia con el vaso de Grey Goose en su mano, el cual, delicadamente, rozó el borde al labio inferior de Sophia, y, ante la mezcla con el hielo, el olor se había neutralizado, por lo que fue una sorpresa explosiva en su boca. - ¿Otra?

  • Las que quieras- sonrió.

  • Abre- y repitió el proceso de nuevo, esta vez limpiando el paladar de Sophia con un poco de champán para que los chalotes hicieran el mismo bombástico efecto. Y así repitió el proceso hasta que Sophia arrasó con todas las ostras que Emma había preparado, intercalando Pellegrino, Grey Goose y Champán para limpiar el sabor de la ostra anterior, Emma cada vez poniéndose más cómoda al quitarse su ropa, no por sexualidad, sino por calor y por incomodidad real.

  • ¿Terminaste?

  • No exactamente- le dio un beso en su hombro, otro, y otro hasta que se decidió por guiarse hasta su cuello, con mordiscos y besos. – Me queda una curiosidad- susurró, metiendo sus dedos en el vaso en el que todavía quedaba un poco de Grey Goose y sacó un hielo.

  • Dime- suspiró, anhelando los labios de Emma en su cuello, que sólo se habían despegado para introducir el hielo que había sacado del Grey Goose en su boca, sólo para que, lo que iba a hacer, no terminara en malos… en “malos” algo.

  • Ya verás- sonrió al sacar el hielo de su boca.

Con “verás” no se refería a la acción literal, sino más bien a “sentirás”, pues sólo se dedicó a jugar con el hielo sobre la piel de Sophia, algo muy cliché quizás, muy trillado, hasta quizás explotado por todos los medios, pero Emma sólo quería saber, sólo quería vivir, lo que era jugar con un cubo de hielo sobre la piel de alguien más, y vaya que era excitante. Lo colocó en el cuello de Sophia, exactamente en la hendidura circular de la unión de las clavículas, y obtuvo la primera reacción; no fue un gemido, ni un sollozo, sólo un quejido suspirado entre dientes. Deslizó el cubo de hielo por entre sus senos, por el medio de su abdomen, lo introdujo levemente en su ombligo, en donde le causó cosquillas congeladas, y siguió por su vientre, dejando el rastro del derretimiento, justo para que, cuando Sophia creyó que seguiría bajando, Emma no lo hizo así, y alivió a Sophia de lo que su propia mente había estimado por sorpresa, pero ahora pasó el hielo por sus pezones, en círculos sobre la areola, rozando apenas el pezón, y Sophia que sentía un extraño placer, quizás porque sus sentidos se habían agudizado al haber atentado contra uno, sin poder leer, de la mirada de Emma, cuál sería la siguiente movida, y seguramente no se esperó recibir besos en sus labios mientras Emma congelaba sus pezones, que se rozaban contra la seda del sostén de Emma. Sophia ya había abrazado a Emma con sus piernas, y sólo sabía que estaba parcialmente desnuda, pero el hecho de reconstruir la imagen en su cabeza era simplemente matadora. Sabrán ellas cómo lo habrán vivido, con o sin bufanda a los ojos, con qué intensidad o sobre qué superficie, lo que sí sé, porque los vecinos lo escucharon, es que Emma gritó el primer orgasmo como que si no había tenido uno mejor, y con justa razón, pues Sophia le estaba haciendo todo lo que no le había podido hacer por un poco más de un mes, y vaya gusto que se dieron las dos, a tal grado que quedaron tan muertas como John F. Kennedy, que en paz descanse, y no despertaron hasta el viernes por la mañana, Emma que se había tomado el resto de la semana, así como Volterra le había sugerido, y Sophia que no se quiso levantar, y no tenía que levantarse, pues no tenía nada que hacer en el Estudio, todos sus proyectos estaban terminados desde hacía mucho.

Y, bueno, Emma no había ido a la oficina para preparar todo para el pronto viaje, había decidido asaltar Saks para regalarle a Sophia, para empezar, dos piezas de equipaje que, según ella, Sophia debía tener, nada muy obvio, sino en negro, y nada muy “demasiado”, apenas un carry-on y una duradera Duffel Bag, y, en dicho equipaje, hizo que empacaran una que otra cosa de La Perla, uno que otro Bikini Cavalli y Lanvin, se tomó el tiempo de escoger cada blusa, cada vestido, cada pantaloncillo, todavía se dio el lujo de hacer una parada en Abercrombie, pues sabía que a Sophia no sólo le gustaban ciertas cosas de ahí, sino que también le tallaban de maravilla, y dos pares de TOMS, sandalias , y todo lo necesario para todas las ocasiones que se podían dar, siempre respetando los gustos de Sophia, que, según la griega, Emma los conocía mejor que ella. Emma había aprovechado para comprar una que otra cosa para ella también, y no había nada que empacar, pues todo estaba empacado ya. Salieron a tiempo, llegaron a tiempo, recogieron una Cayenne azul metálico y se registraron en el hotel, en una habitación realmente hermosa y espaciosa.

-¿Te gusta?- murmuró Emma a su oído mientras deslizaba sus manos por debajo de su camiseta azul marino y rodeaba su cintura, rozando su cadera y los bordes de su pantaloncillo de denim con sus dedos, todo hasta que acomodó su torso a la espalda de Sophia, quien veía el Lago desde el balcón, apoyada en el borde de la baranda de madera.

  • Sabes…- susurró, colocando sus manos sobre las de Emma, no importándole que había subido su camisa para acariciar su abdomen suavemente. – Cuando me dijiste que ver agua te relajaba... no entendí exactamente por qué, porque para mí eso era irrelevante…- y se empezó a mover lentamente, a crear un vaivén giratorio, a manera de mecerse sobre su eje. – Pero entiendo desde que vi la vista que tienes del Lago Albano… y ni hablar de éste… el East River era una situación decadente- resopló, dándole toda la razón a Emma.

  • ¿Te gusta?- repitió, apoyando su quijada sobre el hombro de Sophia, inhalando el típico L’Air del cuello de Sophia.

  • Me encanta, mi amor… gracias

  • ¿Gracias? ¿Por qué?

  • Por invitarme… a todo

  • No me lo agradezcas… sólo quiero…- susurró, quitando el cabello ondulado de Sophia de su cuello.

  • ¿Consentirme?- completó Sophia la idea de Emma, y Emma emitió su típico “mjm”. - ¿Mucho?

  • Como al principio

  • Suena rico…- susurró, girándose para encarar a Emma y le pasó las manos por el cuello.

  • Pero quieres saber cómo vas a pagarme, ¿no?

  • Exactamente

  • Mmm… puedes invitarme a almorzar- sonrió Emma, deslizando sus manos, por debajo de la camisa ya levantada, hasta el broche de su sostén.

  • What do you want for lunch?

  • What do you have?

  • Tengo GPS, comida del Cove Bar… o…- sonrió, acercándose a su oído. – Clítoris… vagina… pezones… - Emma sólo pudo tragar con dificultad, y casi se ahoga, pero le encantaba cuando Sophia hablaba así, y el encanto era mutuo. Emma gimió un “uf” que fue un ahogo en realidad. - ¿Qué se te antoja?

  • Será pedir Room Service… porque no planeo soltarte- dijo, apretujando el glúteo derecho de Sophia.

  • Undress me while I make the call- sonrió, quitando la mano de Emma de su trasero para pasarla a sus senos.

  • Like I said… I’ll love the shit out of you…- gruñó, apretujando suavemente su seno por encima de la camisa y del sostén. – Y cero comentarios sobre “shit”- rió, acordándose de cuando Sophia hizo algún comentario alusivo sobre esa, u otra parecida expresión, y aquello había terminado en una conversación que supuestamente debía ser incómoda, y no, había terminado haciendo llorar a Emma de la risa. Vaya, quién hubiera dicho que hablar sobre eso sería tan gracioso que encontraron la verdad sobre la expresión “Rolling on the floor laughing”, y eso era, después de aquella conversación, o concierto de risas y lágrimas ridículas: “ofrecer un sacrificio a los dioses de la Porcelana”, lo que superaba a la referencia de Natasha, que era “perder peso en un abrir y cerrar de esfínter”.

  • Ya esa conversación la tuvimos- sonrió mientras caminaba, con Emma pegada a ella, hacia el teléfono de la habitación. – Déjame ver el menú- rió, tomando el libro en sus manos y hojeándolo sin mayor atención. - ¿Cheeseburger con cheddar y french fries?

  • Totalmente de acuerdo… ¿y para tener algún líquido en el esófago para no asfixiarme?- rió, subiendo la camisa de Sophia hasta el punto de hacerla levantar los brazos para quitársela.

  • De lo que sé que te puede gustar…- resopló, haciendo una pausa para que Emma quitara su camisa y ella poder arreglar nuevamente su cabello hasta hacerlo reposar sobre su espalda. – Cerveza, Margarita, Tropical Mango Mojito y Cuba Libre

  • ¿Qué cervezas hay?- susurró, introduciendo sus manos en el interior del sostén de Sophia, removiéndolo de abajo hacia arriba, sólo deslizando las copas hacia su pecho.

  • Heineken, Budweiser, Miller, Corona, Bud Light, Foster’s y Stella Artois

  • Una Stella y uno de cada uno para mí…- susurró, desabrochando el sostén de Sophia y sacándoselo suavemente por los brazos.

  • Enseguida, Arquitecta- rió Sophia por cosquillas en sus pezones, ¿eran cosquillas? No sabía, pero sentía un hormigueo que le erizaba la piel.

Y tomó el teléfono, directamente marcó la opción de “Room Service”, Emma desabrochándole el pantaloncillo, introduciendo su mano por su vientre hasta llegar con su dedo por en medio de los labios mayores y menores de la única Licenciada que realmente toleraba, y no era menosprecio para los Licenciados, sino que, en su gremio, los Licenciados eran conocidos por complicar y hasta arruinar las cosas. Sophia, con la voz temblorosa por el nerviosismo, por lo que el dedo de Emma hacía en su clítoris; esas caricias verticales, que iban tan despacio como tortuosas, que se detenían al fundir la punta del dedo con la punta del clítoris, y luego bajaba, y subía, y volvía a bajar, y bajó y subió para cambiar de caricia, para hacerla circular pero no concéntrica. Sophia intentaba hablar, intentaba pedir dos Cheeseburgers con los vegetales aparte, así como los aderezos, y no quería ver pepinillos en ninguna parte, y, por distracción, ordenó dos de cada bebida que Emma le había dicho, pues ante esos besos en su cuello, en sus hombros, era imposible concentrarse. Ni escuchó el total, ni que le harían un cargo del dieciocho por ciento, ni un cargo inicial de tres dólares, ella sólo escuchaba la respiración de Emma que se esparcía por su cuello y envolvía su respiración, ¿qué tenía el aliento de Emma que siempre olía un poco mentolado? Tal vez eran las láminas de Listerine que deshacía en su boca cada hora y media, y, cuando fumaba, lo hacía cada hora. Y escuchaba los besos secos que poco a poco, al compás del recorrido del cuello, se humedecían. Logró colgar, y dejó que Emma le bajara el pantaloncillo, que le llegaba a medio muslo, hasta sus tobillos, sólo para darse cuenta que Sophia gozaba de la libertad de entrepierna. Sacó el pantaloncillo al mismo tiempo que Sophia se descalzaba de sus Converse de cuero café, y Emma, teniendo a Sophia totalmente desnuda, acarició desde los pies, que Natasha alguna vez los había catalogado en la categoría “Kim Kardashian”, que bueno, si debían saber de Emma, Natasha también se había tomado el trabajo de encontrar la descripción más cercana, sólo para tener una referencia, y le había llamado “Heidi Klum mejorada ”, y Emma acariciaba sus piernas mientras besaba su camino hacia arriba, las pantorrillas, los muslos, aquel trasero que a Emma tanto la enloquecía, por perfecto.

Sophia se recogió su cabello en un moño rápido, pues se había acostumbrado a andar, en sus muñecas; en la izquierda su Rolex, en la derecha su pulsera Pandora, la que sólo tenía el corazón que Emma alguna vez le regaló, la vez que Emma, de manera literal, le confesó una que otra cosa, y, junto con dicha pulsera, llevaba siempre una banda elástica negra, y Emma subió con besos por su espalda mientras Sophia mantenía sus ojos cerrados, pues era como tener aquella bufanda que le evitaba ver, y sus sentidos se agudizaban, le había gustado lo impredecible de aquella sensación, y se detenía de los bordes de la encimera de la supuesta cocina que tenía la Villa, pues eso era según las definiciones arquitectónicas de Emma, que su primera queja había sido que los gabinetes eran demasiado bajos para ser de cocina, pero fue hasta entonces que comprendió su altura, que quizás no era ese el propósito, pero vaya que Sophia lo supo aprovechar, pues flexionó su pierna y colocó su pierna y rodilla sobre lo que pretendía ser granito pero era fibra de vidrio, y quedó apoyada, del suelo, sólo con su pierna izquierda. Y Emma, abrazándola por la cintura pero tomándola suavemente de sus senos, llevó su mano derecha al hirviente sexo de Sophia, teniendo mejor acceso desde atrás, y se dedicó a acariciar, a gozar sus resbaladizos jugos en sus dedos, Emma excitada por proyección de Sophia, pues gemía aliento entre los besos que le daba en el cuello, los mordiscos en los hombros, los ahogos que sufría al escuchar cada gemido intenso, que era liberado entre los dientes de Sophia, y en la tensión que provocaba la posición. Emma pegó su pecho a la espalda de Sophia, su pelvis a su trasero, contorsionando su mano para seguir estimulándola mientras estrujaba suavemente su seno izquierdo y atrapaba, por entre sus dedos, su erecto pezón, y rozaba la cachemira de su camiseta contra la espalda de Sophia al embestir al roce circular la bermuda khaki, ah, lo que Marni podía hacer con jersey fabric.

  • Theé mou!- gimió Sophia, que no era nada más que la señal griega de un aviso de desinhibición celestial: “¡Oh, Dios!”, y las puertas del cielo se le abrieron, quizás no del cielo de San Pedro, pero uno paralelo y pagano, pero de que se sintió en el cielo, se sintió en la relajación suprema que un orgasmo le regalaba.

  • Me fascina cuando gimes en griego- gimoteó Emma a su oído, bajando la pierna de Sophia de la encimera, pues le pareció que, en ese momento, Sophia ya podía darse cuenta de lo incómodo que aquel contorsionismo básico le daba.

  • No sabía que gemía en griego- resopló, dándose la vuelta para besar a Emma, quien la esperaba con la misma intención.

  • ¿En qué idioma piensas?

  • Normalmente en inglés, cuando me enojo, me frustro, etc., me paso al italiano, es más tosco, más rudo… es más catártico, o al griego, aunque me parece que el griego es un poco flácido

  • ¿Cómo puede ser un idioma “flácido”?- resopló Emma, que Sophia se hundió entre sus hombros y se vio obligada a quedar a horcajadas a la altura de la cadera de Emma mientras la llevaba, sin mucha dificultad, hacia la cama, y, entre aquella acción, en un nanosegundo, Emma se acordó de las palabras de Natasha: “cuando pienses en volver, aquí están tus amigos, tu lugar y tu mujer, y te abrazarán, dirán que el tiempo no pasó y te amarán con todo el corazón”, todo para que soltara una leve risa, pues aquello se lo había cantado, y por eso nunca se le olvidaría. Qué bueno era estar de regreso, de vacaciones, de buen humor, con Franco atrás, con Marco lejos, pero con Sophia, que eso le gustaba a pesar de que estaba consciente de que era emocionalmente dependiente de aquella rubia que en ese momento caía sobre la cama, con una hermosa sonrisa envuelta en camanances.

  • ¿Tú en qué idioma piensas?

  • Mezclo mucho, aplico el darwinismo gramatical y léxico a mis construcciones semánticas… pero sí, cuando me enojo, exploto en italiano…- sonrió, colocándose entre las piernas de Sophia y acercándose a ella al inclinarse paralelamente, torso a torso.

  • Y ahora, ¿en qué piensas?

  • Cosa sto pensando?- sonrió, rozando su nariz con la de Sophia.

  • Si, cosa stai pensando, Architetta?- susurró, peinando el flequillo de Emma tras su oreja.

  • Penso che tu sia la donna più bella del mondo… e che sono davvero fortunata ad averti- y, antes de que Sophia pudiera negar el halago, Emma la besó, y la besó de una manera única, así como sólo sabía besar a Sophia, así como había logrado corromper su misma mente, abrirse un camino extraño sólo para intentar ser feliz a pesar de que no lo supiera. Y Sophia que era la única forma de la que disfrutaba ser besada, porque nadie podía besarla así, nadie tenía los labios perfectos, ni en forma, ni en suavidad, ni en habilidad, no tan perfectos para ella.

  • Quiero saber algo- dijo en tono bajo y exhalado a ras de los labios de Emma, que, cuando cerraba una vocal, rozaba abrazadoramente los labios de aquella mujer que se desvivía por ella, y sólo por ella, pues sólo ella valía la pena. – ¿Me puedes decir tus fantasías?

  • No- mordisqueó el labio inferior de Sophia. – No tengo- sonrió.

  • No te creo… tienes que tener alguna

  • Mi fantasía era hacerte eyacular… cosa que hice hace mucho, y ya te lo había dicho

  • ¿No tienes otra?

  • Uy, ¿quieres complacerme mis fantasías? Digo, en el caso hipotético que las tenga- sonrió, mordisqueando la barbilla de Sophia.

  • Quiero saber qué tan perversa es tu mente…

  • No estoy tan arruinada- rió.

  • Tú una vez me dijiste que lo que había en tu mente era retorcido… y que lo mío era Kindergarten- dijo falsamente resentida.

  • No me digas que no notaste que era para evitar ceder a la tentación desnuda que tenía frente a mí

  • Yo sabía que no eras una Santa

  • Momento, Licenciada Rialto- resopló. – No soy el Diablo, pero tampoco soy una Santa

  • Y de Santa no tenías ni la intención- rió Sophia, acordándose de aquella conversación tan extraña que habían tenido.

  • Jamás… sino, ¿usted cree que estaría aquí, ahora, con mi hermosa Sophia en completa desnudez?

  • Pues, no es como que sea “completa desnudez”- sonrió Sophia, dándole un toque cariñoso a la punta de la nariz de Emma con su dedo índice.

  • Observación acertada, Licenciada- guiñó su ojo, y no tuvo que erguirse para quitarse su camisa, pues Sophia le brindó su amable ayuda, pues claro, era la interesada, le arrancó el sostén negro, se deshizo de la bermuda al mismo tiempo que de la típica tanga negra. – Y, sí, es completa desnudez ahora, ¿no le parece, Licenciada?

  • Es muy correcto, Arquitecta…

  • Ahora, dígame Licenciada… ¿qué tiene ganas de hacer, de hacerme o de que le haga?

  • Quiero- dijo, levantando su dedo índice frente a los ojos verdes y cristalinos.

  • ¿En dónde?

  • Ay, ¿en dónde los quiere, Arquitecta?- dijo en tono de broma clara.

  • Yo opino, Licenciada… que ese dedo funcionaría golosamente excelente…- se acercó a su oído y mordió su lóbulo. – Tiene tres letras, ¿lo puede adivinar?

  • ¿Qué me da si adivino, Arquitecta?- susurró.

  • ¿Qué es lo que usted quiere, Licenciada?

  • Que me diga el resto de sus fantasías- Emma rió contra la cama y se irguió con mirada pensativa.

  • Está bien

  • Tres letras para un agujerito que me fascina- y Emma se sonrojó de inmediato, dándole risa a Sophia, risa de ternura, risa conmovedora. – Usted tiene antojo de mi dedo en su…- haló a Emma hasta acercar sus labios a su oído. – Ano- suspiró en un susurro matador y Emma gruñó entre una risa nasal de nerviosismo ruborizado. – But, before I do that… I’ll kiss it, I’ll lick it, I’ll suck it… I’ll fuck it with my tongue… and then, I’ll fuck it with my finger

  • Sophia…- exhaló sonrojada al máximo, llevando su mano, por automaticidad, a la mano de Sophia y, sin saberlo de manera consciente, la llevó a su entrepierna y Sophia acarició sus labios mayores hinchados y húmedos, un tanto resbaladizos por la hermosa calidad de aquellos jugos.

  • Tus fantasías- sonrió.

  • Sólo tengo una… y ya la sabes- Sophia sacudió su cabeza. – Lo que tú me pediste a mí…- se sonrojó.

  • ¿Ves que no es tan fácil pedirlo?- resopló, retirando su mano de la entrepierna de Emma para succionar su dedo, que se había apenas llenado de lubricante.

  • Masturbarsi per me- sonrió confiadamente, logrando una Sophia boquiabierta.

  • ¿Qué quieres que me haga?- preguntó, tumbando a Emma sobre las almohadas de la cama. - ¿Quieres que toque mi clítoris? ¿Quieres que me penetre con uno, dos dedos? ¿Quieres que juegue con mis pezones? ¿Quieres que penetre mi ano?- sonrió, y, por primera vez, conoció la libertad de expresión, aquella de la que Natasha gozaba todo el tiempo, tanto por su mala lengua como por su mala filtración, bueno, era a propósito.

  • Lo que a mi novia le provoque gemidos…- titubeó, aclarándose la garganta mientras veía a Sophia colocarse frente a ella y con sus piernas abiertas.

¿Era difícil? Sí, ¿por qué? Porque la única vez que Sophia se había masturbado, de esa manera, frente a alguien, había sido aquella vez de Face-Time-Sex con Emma, y quizás se había tocado mientras Emma abusaba de ella de otra manera, pero no era sólo ella, bueno, quizás la vez en enero pero no había sido suficiente como para calificarlo autoestimulación con público. Pero abrió sus piernas, se recostó, apoyándose de su brazo izquierdo, y llevó su mano derecha a donde encendería el nerviosismo en Emma, pues había que aceptar que ver a Sophia tan decidida le emocionaba. A diferencia de Emma, Sophia utilizaba únicamente su dedo del medio, que intentaba recorrer la topografía de aquella parte a la que Emma no le quitaba la vista de encima, y qué descaro, sí, pero era algo que no podía evitar. Sophia se dio el lujo de pasar su mano izquierda, quedándose totalmente sobre las almohadas nada más, por debajo de su muslo izquierdo para que, al estirar su dedo del medio, pudiera acariciar el contorno de su agujerito trasero, cosa que a Emma le excitaba. El clítoris se Sophia se encendía cada vez más, y a Emma se le antojaba hundirse entre esos labios mayores, sensualmente hinchados, que se veían demasiado bien cuando los periféricos dedos derechos de Sophia los presionaban en cuanto el de en medio presionaba ligeramente su clítoris.

Emma no pudo resistirse y, viendo aquella imagen que cambiaba en tiempo real y que se volvía con una mezcla de sonidos que eran realmente deliciosos: la respiración cortada de Sophia, que terminaban siendo gemidos ahogados, esas respiraciones entre dientes que se aceleraban al compás del frote en su clítoris, eso y que, con el frote, los jugos de Sophia se escuchaban, la muerte para Emma, por lo que, sin darse cuenta cómo, llevó su mano a su entrepierna. Y ahí estaban, frente a frente, masturbándose a su manera, entre su propia definición de sensualidad, y no supieron cuándo se empezaron a reír entre gemidos, pues aquello se había convertido en una competencia de quién se corría primero, intentaban no gemir para no excitar a su exquisita y sensual rival, pero tenían que gemir para dejar salir su excitación, para acoger las sensaciones. Aquello era frotes rápidos y tensos, miradas a los ojos, miradas a sus contrarias entrepiernas, pero no, no, no, Emma no lo soportó más y, de un movimiento torpe pero rápido y efectivo, terminó con su cara en medio de las piernas de Sophia, succionando sus labios menores, penetrando su vagina con su dedo índice y medio, acariciando la pared frontal, o sea su GSpot, y no quería que eyaculara, por eso lo hacía suavemente, pero a Sophia le faltaba el aliento, se aferraba de lo que podía estrujar de la cama con sus manos, o tomaba la cabeza de Emma, enterrando sus dedos entre su cabello, presionándola contra su clítoris, intentando no correrse porque aquello era casi como el Nirvana. A Emma, aquello, le sabía a gloria, y se arrepintió de no haber comido de aquella entrepierna por tanto tiempo pero no podía seguir arrepintiéndose, por lo que sacó sus dedos de Sophia, elevó sus piernas y, saboreando aquel agujerito, que había odiado un poco cuando Sophia le preguntó si quería que lo penetrara porque le gustaba pensar que ese agujerito era suyo y sólo suyo, Sophia llevó su dedo nuevamente a su clítoris y, gimiendo femeninamente en cuanto Emma introdujo lentamente su dedo en aquel agujerito, que Sophia sabía que sólo podía ser de Emma, Emma dejó caer las piernas de Sophia, pero Sophia no dejó que cayeran y, con sus manos, las detuvo en esa posición. Emma le arrebató su clítoris y abusó de él, realmente abusó de él.

  • Sklirótera…grigorótera- gimió, y Emma cumplió el deseo de aquella rubia y excitada mujer, penetrando aquel agujerito, con delicadeza, pero más rápido y más fuerte, llenando aquel espacio con ocho delgados y manicurados centímetros, todo su dedo. Sólo bastó una succión intensa de clítoris y de un poco de labios menores y Sophia se deshizo en un “Gamó” que estrujó el dedo de Emma, que todavía se deslizaba hacia adentro y hacia afuera en cuanto aquel grito quejumbroso se escapó de las entrañas de Sophia. – Oh my God!- gimoteó con una risa de aliento cortado, de abdomen intranquilo.

  • ¿Ves cómo sí gimes en griego?

  • Ay, pero no siempre- sonrió, trayendo a Emma hasta sus labios para besarla, para saborearse a sí misma, y sabía rico. - ¿Fantasía complacida?

  • Mejor, imposible- sonrió, sintiendo la mano de Sophia acariciar su completa entrepierna. - ¿Qué se le ofrece, Licenciada?

  • Usted tiene una deuda conmigo, Arquitecta Pavlovic…

  • ¿Ah, sí? ¿Cuál?

  • Proktó sas…- susurró.

  • Mi griego no llega a tanto- resopló Emma, pues realmente no sabía qué era “Proktó”, pero sabía que “sas” era “tu”, del posesivo.

  • L’ano- sonrió, tumbando a Emma, casi fuera de la cama pero lo supo resolver a tiempo.

Hizo lo prometido: lamió, besó, coqueteó y penetró aquel agujerito con su dedo índice, haciendo que Emma gimiera como si no hubiera gemido nunca y tuviera ganas de explotar en todos los gemidos acumulados. Sophia no tuvo piedad de aquel agujerito, Emma tampoco quería que tuviera ni la más mínima de las piedades, pero quería compasión orgásmica. Quizás hacía lo mismo que Emma le acababa de hacer; penetrando aquel agujerito, saboreando su clítoris, provocando su vagina con el roce de su barbilla. Emma y sus manos eran un espectáculo; consintiéndose a sí misma al masajear placenteramente sus senos, acariciando sus pezones, qué cantidad de estrógeno, o algo parecido poseía a Emma, pues algo muy femenino le dictaba que se sentía mujer, muy mujer, demasiado mujer a pesar de que nunca era demasiado, y Sophia logró doblegar a Emma, hacerla estallar en un enrojecimiento escarlata, por el esfuerzo que tuvo que hacer para hacer que su orgasmo se desprendiera de sus entrañas para ser externalizado. Pero eso no fue suficiente a pesar de la sonrisa de satisfacción de Sophia, pues Emma no quería dejar de correrse, y así lo pensó, con esa palabra, por lo que, todavía cuando Sophia penetraba su agujerito, cada vez más despacio, Emma introdujo dos de sus dedos dentro de su vagina, con la mirada cercana de Sophia, analizando y disfrutando de aquella imagen penetradora. Sophia, al tener su dedo estático, por la adoración de aquella imagen de los dedos de Emma dentro de sí misma, sintió cómo Emma movía sus dedos dentro de ella, sintiendo la presión en su dedo a pesar de que estaba en el otro agujerito, cosa que nunca había sentido antes, y le pareció una confusión de sensualidad y erotismo.

  • Oh, fuck!- jadeó Emma, sacando sus dedos de su vagina, liberando aquella suculenta y pacífica eyaculación que Sophia se apresuró a atraparla con su boca, colocando sus labios alrededor de su vagina, succionando desde sus entrañas para saborear mejor. – I just squirted my soul- rió, deshaciéndose en una carcajada exagerada, contagiando a Sophia también.

  • “Squirted”?- rió Sophia, no pudiendo creer que Emma había dicho aquella palabra, pues ya era un avance; de “tuve un orgasmo” había pasado a “me corrí” y, ahora, hasta podía darse el lujo de decir, con infinita propiedad, “I squirted”, que sonaba un poco sucio pero era divertido, sexy y verdadero.

  • No sé cómo decirlo de otra manera- resopló, encogiéndose de brazos y luego estirándose, haciendo que toda su columna le tronara.

  • ¿Me “chorreé”?- rió a carcajadas Sophia, sabiendo que eso era demasiado pedir y tampoco quería volverlo a escuchar.

  • ¡Ah!- gimió Emma, tapándose los oídos. – Me van a sangrar los oídos- se carcajeó.

  • Ay, ay, ay- canturreó Sophia, arrastrándose, por la cama, hasta los brazos de Emma. – Eres una exagerada- murmuró, colocándose sobre Emma.

  • Ah, exagerada pero así te gusto- sonrió, tumbándola a un lado, casi cayendo al suelo, y colocándose sobre ella.

  • No, no me gustas- levantó la ceja derecha con picardía. – Me encantas

  • Yo también me encanto- sonrió Emma, imitando la ceja alta de Sophia.

  • Do you love yourself?- preguntó Sophia, intentando adivinar la respuesta con anterioridad.

  • What’s not to love?- sonrió.

  • ¡Ay!- rió Sophia. – Doña Ego- dijo, refiriéndose al supuesto Álter ego de Emma. – Tanto tiempo sin vernos- sonrió.

  • Me, My Ego and Myself, una constitución triple que está diseñada para ser abrumadora pero que es, al mismo tiempo, exageradamente atractiva; no hay ni mujer, ni hombre, que se pueda resistir a mí- dijo, exagerando todo, pero sabía que a Sophia le daría risa, y así fue. – But the three of us are madly in love with you

  • ¿De verdad me quieres?- sonrió Sophia, tumbando a Emma a su lado para colocarse ella encima.

  • No, no te quiero- sonrió, irguiéndose sobre la cama, obligando a Sophia a erguirse junto a ella. – Te amo

  • Yo también te amo- susurró, sorprendiéndose por el abrazo que Emma le daba, porque se aferraba a ella como si no quisiera dejarla ir, porque no quería, ni en ese momento, ni nunca, y reposó su rostro contra el pecho de Sophia, para escuchar lo que aquellas palabras le habían provocado a su corazón; un bombeo de sangre más rápido. - ¿Estás bien?

  • Muy bien, demasiado bien- sonrió, apretándola más en su abrazo, que Sophia sólo podía acariciar su cabeza, más bien su cabello, y su cuello desnudo, desnudo por la falta de la cadena que se ponía a veces, que sabía que era Cartier, y porque tenía su cabello recogido en un torniquete redondo y fijo, apretado.

  • ¿Qué te pasa?- susurró, pues Emma no era mucho de dar abrazos, y, si daba uno, era por la espalda, casi nunca, o nunca, frontal, y tampoco eran así de fuertes, de intensos.

  • No te quiero soltar…

  • No me sueltes…

  • Tengo que

  • ¿Por qué?

  • Porque creo que estás un poquito sorda y no escuchaste que tocaron a la puerta- resopló, dándole un beso a la altura de su esternón.

*

  • ¿Emma?- dijo Volterra, pues su Arquitecta Estrella se había quedado en un silencio vacío y preocupante.

  • Perdón… creo que estoy un poco cansada- sonrió, masajeando sus ojos, esa mañana sin maquillaje alguno, pues la motricidad fina no andaba tan bien como quería.

  • Apenas terminemos, te vas a descansar, ¿está bien?

  • ¿Terminemos qué?

  • No sé- se encogió de brazos para luego cruzarlos. – Me querías preguntar algo…

  • Ah… sí- murmuró, retirando sus manos de sus ojos y colocándolas sobre su rodilla derecha, que estaba sobre su rodilla izquierda. – Necesito preguntarte algo…- dijo, acordándose de medir sus palabras, así como Natasha le había aconsejado hacerlo, pues era una misión de alto riesgo, y había sido intelectualmente concebida por la Señora Noltenius, ahora futura madre, esposa de un tan-emocionado-futuro-padre que hasta había comprado, para Natasha, una Diaperbag Gucci y la había llenado de aquellas ropas miniaturas, una que otra cobija, uno que otro Bib, un Breast Pump junto con sus respectivos dos almacenadores y un paquete de biberones, pero, volviendo al tema, Emma era la que debía ejecutar aquella idea, pues sí o sí.

  • Dime- sonrió, con aquella sonrisa dulce, que Emma ya no supo verlo como alguna vez lo vio, pero todavía lo veía con respeto y cariño, pero no con un cariño que alguna vez deseó que fuera diferente, pues, aquel comentario de que ojalá y Franco fuera como Volterra, porque, al final de todo, Emma comprendió que Franco era el papá que le había tocado tener, y que debía quererlo sí o sí.

  • Quiero hablar con el Arquitecto Alec Volterra- dijo Emma. – No con mi socio, no con mi amigo, quiero hablar específicamente con el Arquitecto, aislado de todo lo demás- Volterra asintió con cierta confusión, ¿qué quería preguntarle? – Necesito que me digas, realmente, lo que piensas de lo que tengo con Sophia

  • ¿Por qué?

  • Por favor- murmuró. – Sólo necesito saberlo

  • ¿Por qué necesitas saberlo?

  • Quiero saber qué piensa el Arquitecto Volterra al respecto- dijo firmemente, tratando de no prestarse a otras intenciones que la sacaran por la indeseada tangente que podía estropear todo el sistematizado plan.

  • Bueno…- suspiró pesadamente, como si estuviera reflexionando realmente lo que pensaba al respecto. – No tengo nada en contra de la homosexualidad…

  • Alec, no pregunté “¿estás en contra de la homosexualidad?”…- repuso Emma ante el comentario, según ella, fuera de lugar.

  • Está bien, está bien…- suspiró nuevamente. – No sé mucho de su relación, no sé qué tipo de relación tienen exactamente… pero cuesta hacerse a la idea de que Sophia y tú estén juntas, que no significa que no lo respete… hasta cierto punto me alegra, porque sé cómo eres, porque sé quién eres, y eso me garantiza que Sophia es feliz, pero así como es feliz ahora, puede ser la mujer más desdichada en cuestión de segundos… porque también sé que tú no eres como Sophia

  • ¿A qué te refieres?

  • Tú sabes, homosexual- y la respuesta estaba bien, Emma trazó una equis mental en su lista, tachando el primer punto: “Conocimiento de las intimidades de Sophia”, que podía ser por indiscreción de Camilla o por la propia boca de Sophia.

  • Pero así como yo estuve con Alfred, Sophia ha estado con un hombre, eso lo sabes, ¿no?

  • Sí- asintió, Emma tachó doblemente el punto ya mencionado. – Independientemente de eso, también la has introducido a un mundo al que ella no estaba acostumbrada- triplemente tachado.

  • ¿Cómo?

  • Con tus amigos, los gastos, los gustos…

  • Arquitecto, el gusto es adquirido, y Sophia tiene buen gusto… los gastos, esos los absorbo yo, no ella, cosa que le molesta… y, en cuanto a mis amigos, simplemente tienen química, y tiene mejor química con Phillip que con Natasha

  • Como sea- resopló entre su incomodidad, Emma tachando el séptimo punto de la primera fase: “Reacción ante ataques defensivos”. – Sophia es muy feliz, eso lo sabes, eso lo sé yo… no sé qué le haces tú, qué le ofreces además de un hogar y compañía, pero sé que Sophia no podría estar mejor, y te lo agradezco…

  • ¿Por qué me lo agradeces?

  • Porque me da la impresión de que no estás jugando con ella- y el punto cuatro fue tachado: “Preocupación sentimental”. - ¿Por qué me preguntas todo eso?

  • Hay algo que quiero hacer

  • ¿Qué quieres hacer?

  • Quisiera hablar con el papá de Sophia- sonrió Emma, y Volterra soltó una carcajada genuina. – Es en serio, quiero hablar con el papá de Sophia

  • ¿Para qué?

  • ¿Curioso?- sonrió Emma nuevamente.

  • Un poco… ¿para qué quieres hablar con él?

  • Quiero preguntarle algo

  • ¿Qué le quieres preguntar, Emma?

  • Algo

  • ¿Qué “algo”?

  • Algo- repitió, y Volterra sólo se rió. – Realmente, Alec… quiero hablar con el papá de Sophia, me urge

  • ¿Quieres preguntarle algo o decirle algo?- preguntó, haciendo la distinción del asunto.

  • Quiero hablar con él, dejémoslo en un sentido general mejor- sonrió Emma, y sonrió con picardía.

  • Vamos, Emma, puedes confiar en mí… ¿qué quieres hablar con él?

  • Arquitecto Volterra, podré estar muy cansada, casi muerta… pero eso no me convierte en una estúpida

  • ¿Perdón?- se escandalizó Volterra.

  • Así como escuchaste…

  • No te entiendo

  • Alec, Alec, Alec… - canturreó mientras reía nasalmente. – Si te lo digo, tienes que jurarme antes, que no vas a decirle nada a Camilla- Volterra se quedó en silencio unos segundos, con su mirada clavada en la de Emma.

  • Te lo juro

  • Quiero saber qué piensa el papá de Sophia… sobre que le pida a Sophia que…

  • ¿Qué?- preguntó desesperadamente.

  • Que se case conmigo- sonrió Emma, colocando imponentemente un Cubo Rubik de cuatro por cuatro contra el escritorio de Volterra, Cubo que había materializado de la nada.

  • ¿Qué?- preguntó nuevamente Volterra, tornándose blanco, luego verde, luego morado, luego rojo, luego blanco de nuevo.

  • Así es- dijo Emma, empujando el Cubo hacia Volterra, por sobre los documentos que estaban del lado del atónito Arquitecto. – Planeo casarme con tu hija- dijo firmemente, viéndolo a los ojos con mirada de suprema victoria. Volterra se quedó mudo de voz, mudo de mirada, mudo de pensamientos, sólo podía ver a Emma a los ojos, y empezó a respirar muy rápido.

  • ¿De qué estás hablando?- tartamudeó en silencio, como si aquello, en voz alta, fuera un pecado, peor que eso.

  • Alec, deja de jugar conmigo… sé que Sophia no tiene ni un pelo de Papazoglakis, y no tiene por qué tenerlo, porque hay cosas que ni algo aprendido puede opacar a la genética desconocida

  • ¿De qué hablas?

  • Te diré lo que pasó- sonrió. – Te enteraste hace poco, quisiste vivir de cerca a Sophia y tenías la excusa perfecta: necesitabas a otra diseñadora de interiores, mejor aún a alguien como Sophia, diseñadora de muebles, pero no necesitábamos a nadie más en el Estudio… te tomaste la molestia de tramitarle la visa de trabajo, cosa que me acuerdo demasiado bien que me dijiste, después de tramitarme la mía, que no lo volverías a hacer, por nadie… y no te bastó, sino que le pagaste el apartamento en Chelsea por varios meses y de tu bolsa, porque esa autorización nunca la firmé yo… la pusiste en mi oficina quizás para protegerla, pero también porque sabías que, al estar en mi oficina, tarde o temprano nos íbamos a volver amigas… peor aún, algo más… y tu comportamiento con Sophia, el descaro con el que permites que te llame “tío” y actúes como lo que eres, su papá… por eso supiste que se había ido del apartamento de Chelsea, porque Sophia firmó un subcontrato, tú el contrato real… y supiste que se había ido a vivir conmigo porque viste que la transacción había sido desde mi cuenta…- suspiró para tomar aire. – Y, claro, es la única razón por la que Camilla correría a ti, porque necesitaba saber si Sophia estaba bien, si no le pasaba algo además de su enojo, y por eso interviniste y de la peor manera, porque, como su papá, tenías que decirle algo, pero se te olvidó que para Sophia eres su “tío”…

  • Io sono uno stronzo- exhaló, hundiendo su rostro en sus manos.

  • No te preocupes, esa clase de información no me corresponde compartirla con Sophia, porque es un secreto tuyo y de Camilla… pero no pueden tapar el sol con un dedo, eventualmente Sophia lo sabrá, pero te juro que no por mí, aunque eso me cueste mi relación con ella

  • Es más complicado de lo que parece

  • No estoy pidiendo razones, Alec… no quiero saberlas tampoco… sé que no me estás pidiendo mi opinión pero tienen que hacer algo, porque todo huele raro en el triángulo de Sophia, Camilla y tú… porque si no quieren que Sophia se de cuenta, Camilla tiene que dejar de castigarse por no habértelo dicho y por no decírselo a Sophia cada vez que hablan por teléfono…

  • Te subestimo- rió frustrada pero resignadamente aquel Arquitecto.

  • Alec, te repito… yo no diré nada…

  • Es que, dime tú, ¿qué puedo hacer?- y, por primera vez, Emma conoció a un descontrolado y desesperado Volterra. – Sophia no me tiene la suficiente confianza como para contarme cosas más allá de las básicas

  • No te la tiene porque eres su jefe, su “tío”… y porque sabe que le dirás a Camilla- Alec asintió, comprendiendo lo que Camilla y él no lograban comprender, Camilla sí, pero no tenía corazón para decirle a Volterra aquello que Emma, de manera tan cruda y directa, le había dicho. – Alec, va a ser la única vez que voy a utilizar este recurso… pero te lo voy a decir así porque te tengo cariño y te respeto, así como respeto a Camilla, así como amo a Sophia…- Volterra volvió a asentir, esta vez más despacio mientras llevaba el vaso con agua, para tranquilizarse, a sus labios. – Mi relación con mi papá nunca fue buena, y él sí era mi papá… la relación que Sophia tuvo con Talos, ¿qué tan buena puede haber sido como para que Sophia se quitara su apellido y Talos no le dijera nada? Creo que si ustedes le dijeran a Sophia, ella comprendería muchísimas cosas de la relación que tenía con Talos, de por qué Irene sí y ella no… pero también sé que es arma de doble filo, como puede ser que Sophia lo tome bien, puede ser que lo tome mal

  • ¿Tú sabes lo difícil que es que, en veinte minutos, la mujer que todavía adoras te diga que “aquella noche” fue casualidad que la fertilidad era alta en porcentaje y que tengo una hija?

  • Fácil no es, al menos eso creo… pero, Alec, si tienes a Sophia aquí, aprovéchala y no la asfixies…

  • Sin ofenderte, Emma…- suspiró, bebiendo un trago de su agua. – Cuando apareciste tú, la confianza cayó, y cuando aparecieron tus amigos, la confianza cayó casi por completo… no te culpo

  • Alec, es más fácil confiarle las cosas a alguien que sabes que no va a decir nada, o que no se lo va a decir a Camilla, que aparentemente es la mamá más abnegada y preocupada del mundo, a confiarle las cosas al hombre que sabes que sigue enamorado de tu mamá- levantó su ceja, pero terminó por levantar ambas cejas y fruncirlas ante su bostezo. – Yo rara vez le pregunto algo a Sophia, si le molesta o le disgusta algo, ella viene a mí, yo no le insisto… todos necesitamos tiempo, y también hay un tiempo adecuado para decir las cosas en confianza

  • Tienes razón… tienes razón

  • Ahora te entiendo un poco mejor, y nada me parece raro- murmuró Emma, viendo que Volterra le alcanzaba el recipiente con los Ferrero para ofrecerle uno.

  • ¿Qué me delató?

  • ¿Todo?- sonrió Emma, sacando un Ferrero con su mano temblorosa.

  • Digo, el detonante

  • Lo tienes frente a ti

  • ¿El Cubo?- resopló, tomándolo entre sus manos, Emma asintió. - El maldito y desgraciado Cubo…

  • Y demasiadas coincidencias… como la forma en la que Sophia limpia sus gafas, la manera en la que arregla sus lápices, cuando pasa su mano por su cuello cuando duda de la respuesta, los suspiros pesados para cambiar de tema, la desesperación y la risa nerviosa que la invade cuando tiene que resolver el maldito Cubo en menos de un minuto, el hecho de que tenga Peanut Allergy…

  • ¿Qué tiene que ver su alergia?

  • Genética, y Camilla no lo es, Talos tampoco porque Irene me lo dijo… y también me dijo que nadie en la familia tenía una alergia como esa… hasta en Londres lo reconfirmé nuevamente, que pediste la ensalada sin Maní porque te daba alergia y que Sophia te preguntó si te gustaban, le dijiste que no, a ella si le gustan… pero no quiero que se muera, ni ella quiere suicidarse… cero Maní en mi cocina

  • No sabía que era genético…

  • Ahora lo sabes…

  • Emma… ¿de verdad planeas casarte con Sophia?

  • Bueno, no se lo he preguntado… pero quería pedirte permiso primero…

  • ¿Por qué se van a casar? Digo, no tengo nada en contra pero no le veo mucho sentido… además, ¿no es muy rápido?

  • Alec, ahora que sé que no eres el “tío” de Sophia… no puedo confiarte la profundidad de mi relación con ella… pero puedo decirte que mis intenciones son serias y sanas, que no estoy jugando con ella y que, aunque sólo sea válido en el Estado de Nueva York y en los Estados que sea legal, será el compromiso físico que tengo con ella

  • Y, ¿no es muy rápido?- repitió.

  • La rapidez es relativa, para ti puede ser muy rápido, para otros puede ser lo contrario- se encogió de brazos.

  • Supongo que Sophia se merece un poco de convencionalismo- murmuró como para calmar los nervios que aquella idea le daba.

  • Sé que probablemente no quieras oírlo… pero tienes que saber que de verdad la amo y la respeto… y no quiero ser la que le niegue el puesto que le corresponde ante la ley…

  • ¿Qué beneficio tiene?

  • Por ejemplo, según las leyes hospitalarias de cuidados intensivos del Estado de Nueva York, sólo a los familiares se les deja entrar… no tengo familia aquí, no van a dejar entrar a Natasha o a Phillip… Sophia es y será mi familia, lo mismo pasaría con ella… si es que acepta

  • ¿Cómo y cuándo piensas pedírselo?

  • No lo sé- rió Emma, metiendo por fin el Ferrero a su boca. – Casi lo hago en Londres… pero entre lo de mi papá y lo de que quería pedirte permiso, no lo hice… conciencia limpia, supongo…- dijo con el Ferrero en su mejilla.

  • ¿Para eso quieres las vacaciones?- preguntó Volterra, colocando el maldito Cubo sobre la mesa para deslizarlo hasta el lado de Emma.

  • Para eso mismo… creo que ya es tiempo

  • Bueno- suspiró. – Como Sophia se merece un poco de convencionalidad, y tú también, no le diré a Camilla…porque, según entiendo, o tú le pides permiso a Camilla o Sophia le llama extasiada para darle la noticia

  • ¿Es eso un “sí”?

  • È un “sì”, figlia- sonrió Alec, poniéndose de pie para bordear el escritorio.

  • Molto grazie, padre- sonrió Emma, poniéndose de pie para salir de aquella oficina, pero Volterra la atacó en un abrazo.

  • Buona fortuna, Architetta Pavlovic…- murmuró, soltándola de aquel incómodo pero cariñoso abrazo. – Mi auguro che Sophia dirà “sì”