El lado oculto de Luisa (2)

Luisa acude a la cita y esto supone el incio de un juego real y muy excitante.

Allí estaba, tal y como le había indicado y dispuesta a recibir mis órdenes. Llevaba una falda en un tono gris muy oscuro, medias y botas negras y un jersey de cuello alto en tono rojo burdeos que le acoplaba perfectamente a su figura. Vista así y mientras se acercaba hasta la mesa pude apreciar con detalle sus medidas: una mujer de unos treinta años, de 1,75 de estatura (con las botas) y con unos pechos de una talla 95. Su pelo de tono castaño claro, con algunas mechas rubias, liso y con una pequeña melena que cubría perfectamente sus orejas. Iba maquillada de forma elegante. Y un detalle más, llevaba un bolso alargado en piel que indicaba buen gusto (el detalle del bolso es importante, un mal bolso delata mal gusto y nada lo remedia, ni unas botas ni un buen vestido).

Yo había llegado unos minutos antes y tomado posición en una de las mesas del fondo, de frente a la puerta con la intención de verla llegar. Me levanté de mi silla y con un gesto de mi mano le indiqué que se sentara, no sin antes ofrecerle mi mejilla para un beso de bienvenida. Siempre he pensado que un primer momento de dulzura ayuda al entendimiento y abre multitud de puertas. Le pedí un café y un poco de agua.

Cuando el camarero llegó con el café le pregunté si llevaba medias o pantys. Ella miró al camarero y a mi en una misma fracción de segundo y tímidamente respondió que llevaba medias. Y añadí: "Entonces, quítate las bragas". El camarero la miró de reojo y no pudo evitar una leve sonrisa. Ella se ruborizó.

Yo insistí: "¿No me has oído? Quítatelas ahora."

Dudó un instante, miró alrededor y tan sólo vio al camarero que desde su posición en la barra miraba en dirección a nuestra mesa. Respiró hondo, bajó sus manos y con una rápida búsqueda por bajo la mesa terminó por quitárselas. Hice que las dejara sobre la mesa y le dije que pronto las podría guardar.

Fue entonces cuando le aclaré que estar allí suponía que estaba dispuesta al juego, que sabía perfectamente que a ella le gustaba y que a partir de ese momento todo se ponía en marcha. Le daba cinco minutos para decidirse. Podía ir al baño y al salir, si aceptaba el juego de sumisión, no debería llevar ropa interior y se sentaría de nuevo, pero esta vez con la falda algo más subida y preparada para una inspección. Si no estaba de acuerdo podía marcharse y adiós muy buenas.

Sin mediar palabra, se levantó y se dirigió hacia los lavabos.

No hicieron falta mas que tres minutos y allí estaba, sentándose tal y como le había indicado. No hizo falta más comprobación. Hice una señal al camarero, que no quitaba ojo de nuestra mesa, indicándole que queríamos otros dos cafés. Al llegar, y para su sorpresa, me dirigí hacia el y le dije: "la señora ya se ha quitado las bragas y también el sujetador, ¿es cierto querida?" a lo que ella respondió con un tímido si.

Tomamos el café y le encargué a ella el pago de las consumiciones mientras yo esperaba en la calle. El juego daba comienzo.

Continuará

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